Recuerdos de guerra

Cuando la imagen de Garret se desvaneció de la holo llamada, el rector Janus caminó hacia la ventana que daba a los jardines de la universidad central de la casa de Jehová. Casi todas las casas se regían por una tecnocracia, cuyas sedes eran cada una de las universidades centrales. De esta forma, estas instituciones de enseñanza superior, también se convertían en la sede del gobierno.

Janus bebía su té preferido y se sentía cansado.

Los tiempos se precipitaban y a veces dudaba de que su cuerpo aguantara los cimbronazos que preveía en el futuro.

El método de regeneración de ADN era un éxito y nadie podía deducir a simple vista cuántos años hacía que caminaba sobre el planeta. Magro logro si consideramos que el cansancio psicológico no era algo que la modificación del ADN pudiera reparar.

Todos eran casi inmortales, y era normal que cambiaran de oficio o profesión a lo largo de la existencia. Casi todos, en todas las casas, ya habían pasado por bases de siembra, posiciones de comercio o habían formado parte en grupos de exploración de nuevos estratos.

El cansancio los envolvía a todos por igual. Por eso, cuando la posibilidad de realizar olvidos selectivos se hizo posible, la gente acudió de forma masiva para someterse al proceso.

Janus no lo había hecho. Ni siquiera acudió para permitirse olvidar los estragos de las guerras de las casas. No quería olvidar nada.

Estaba comprometido con la causa de su linaje. Y la vida que mantenía la población actual era tan distinta a la de los primeros siglos de Janus, que temía que el proceso de eliminar recuerdos le hiciera olvidar qué motivaba el plan que estaba en marcha desde hacía eones.

Janus recordaba cómo eran las casas en los tiempos de las guerras.

Constantes disputas entre linajes por pequeños trozos de territorio, alianzas estratégicas a un lado y al otro para mantener el control de la explotación de determinados recursos naturales. La mano de obra barata que significaba esclavizar a sus enemigos para que operaran la matriz dimensional.

Todos los recuerdos pasaban una y otra vez por su cabeza. Sabía que sería fácil olvidarlos, pero no quería hacerlo. Con la paz que había en estos tiempos ¿quién podría culparlo de abandonar el plan inicial?

Él. Sin duda él sería su propio fiscal acusador. Su propio juez y ejecutor de la condena más severa y dañina.

Porque él había prometido honrar a sus muertos. Honrar a los caídos en todas y cada una de las batallas. Solo la victoria definitiva podía darle un futuro de paz verdadera.

Sin embargo, la paz duraba hacía ya tantos años que habían dejado de contarlos.

¿Se podría equiparar a la paz verdadera? ¡No! Sus muertos no descansan en paz. Tampoco los muertos de otras casas.

Todas las casas podían contar millones de caídos ¿por qué sería la suya especial?

Sin dudas, después de tantos años, ese era un buen punto. El tiempo es traicionero para las causas.

Tampoco podía negar el beneficio inicial de las guerras, ya que fomentaron el estudio sobre los usos de la matriz dimensional. No cabían dudas de que aprender a doblar el espacio fue el primer paso para dominar todo el planeta.

Después, comenzaron los análisis para modificar el genoma que permitía conectarse a la matriz dimensional con una interfaz segura e instantánea. Y la experimentación para conseguir un mejor soldado fue la antesala a las modificaciones de ADN que garantizarían una buena salud y juventud indefinida.

La llegada de la siembra puso sobre el tapete la dudosa necesidad de las guerras.

¿Para qué las guerras por recursos, si ahora contamos con más de un universo para compartir? ¿Por qué pelear por un trozo de territorio si puedo salir en busca de uno nuevo a la vuelta de la esquina?

Todos eran puntos válidos. Pero ¿quién pagaba por los muertos?

Janus recordaba el asesinato de su hermano, rector de su linaje en los primeros tiempos, perpetrado por un grupo comando de la casa de Afrodita.

O las bombas que destruyeron la escuela donde concurrían los hijos que tuvo en su tercer matrimonio.

No quería seguir enumerando sus pérdidas personales ya que le parecía una falta de honestidad emocional centrarse en casos propios y puntuales.

Pero no podía olvidar a la mujer de su vida. La que fue su cuarta pareja. Había sido la conductora del ataque en la gran batalla por ocupar un trozo del territorio de la casa de Odin.

Él era su mano derecha. Coordinaron el desembarco con la máxima precisión posible que se podía obtener en tiempos en que no había esclavos conectados a las cabinas de transporte de la matriz dimensional.

Seis escuadrones de infantería avanzaron sobre el territorio enemigo. Un éxito impecable, tal y como predecían sus cálculos previos.

Aysel era la mejor general de la época. Querida por sus tropas, admirada por sus iguales, respetada por sus superiores y temida por sus enemigos.

Recordaba como si fuera ayer cuando Aysel le pidió, después de la batalla, que lo acompañara a pasar revista de manera informal entre la tropa. Repetía que debían estar agotadas y repetía, una y otra vez, que era bueno que vieran a sus superiores caminar por el campamento. Y él no podía estar más de acuerdo.

Era soberbia quizá, era el alimento de la vanidad que permitía que la tropa los saludara y los felicitara por la correcta planificación y coordinación del ataque. O era verdadero interés por ver con sus propios ojos el estado de sus tropas.

El caso es que, mientras se inventariaba a los civiles y al remanente de las fuerzas enemigas que se había rendido, una niña, una civil, robó una granada de un soldado despistado y corrió hacia el grupo de oficiales pasando revista. Nadie la vio, excepto Aysel.

Fue al encuentro de la niña con la mayor rapidez que pudo, adelantándose a sus soldados y a su guardia personal.

Se abalanzó sobre el brazo que portaba el explosivo y contuvo con su cuerpo la detonación.

Solo hubo dos víctimas. La pequeña, de la que Janus que nunca quiso saber el nombre, y la propia Aysel.

Las guerras producen ese tipo de eventos y por eso, entre otras tantas cosas, la paz era tan necesaria.

La paz era el objetivo. Un objetivo, pero bajo sus preceptos y condiciones. No de cualquier manera. No a cualquier costo.

Por eso no había precio que pudiera ponerse al proceso que iniciaron para conseguirla.

Ni siquiera la desaparición de una casa ancestral.

Y el final parecía estar cerca. Las últimas noticias eran alentadoras. Después de eones las piezas parecían acomodarse.

¿Y justo en este momento a Bastian se le ocurre perder la cabeza?

Ese pensamiento lo atormentaba. Bastian era un buen amigo. Juntos participaron de la construcción del nuevo orden, el próximo paso para instalar el verdadero nuevo orden. El definitivo.

Pero Bastian había perdido la fe. Había olvidado los valores que los impulsaron desde las guerras. Es verdad que el rector de la casa de Pegasus no conocía los pormenores de todo el plan, pero no podía perdonarlo por apartarse de todo lo trazado. Bastian estaba rompiendo un pacto. Un pacto no escrito. Un pacto sagrado.

Terminó de beber su té y se encaminó hacia la cabina de transporte.

Marcó las coordenadas de Pegasus y le indicó a la esfera que ejecutara el comando.

Cuando el operador de la cabina lo vió salir ni siquiera se inmutó.

—Buenos días, rector Janus. Ha pasado mucho tiempo desde su última visita.

Janus ni siquiera contestó. Sabía que solo respondía al protocolo de recibimiento de viajeros V.I.P.

Salió al exterior y pidió un caballo. La muchacha que los cuidaba se sobresaltó al verlo con su esfera dorada flotando sobre su hombro. Tardó unos segundos en comprender a quién tenía enfrente.

—Gracias —dijo Janus mientras tomaba las riendas sin prestar atención a todo los accesorios que la muchacha señalaba tímidamente— No estoy aquí para hacer turismo.

Janus cabalgó a un ritmo que nunca hubiera mantenido un turista. Solo se detenía para que su caballo pudiera descansar.

Había olvidado lo que el paisaje casi virgen de Pegasus hacía en él. La belleza que lo envolvía hacía retornar a sus fuerzas. El viento sobre su cara lo rejuvenecía aún más que cualquier tratamiento de ADN.

Las ideas cobraban fuerza en su mente. Se convencía poco a poco de cuáles eran los pasos a seguir.

Evaluó que no todos los ítems de la lista estaban tachados, pero supuso que lo avanzado de lo cumplido era suficiente para dar el pistoletazo de salida al nuevo orden.

En el último descanso antes de llegar a la ciudad ya estaba totalmente convencido. Solo uno de los objetivos importantes que se habían planteado hacía eones no estaba formalmente cumplido. Y decidió que no iba a seguir esperando.

Pondría en marcha el paso final. Ya era hora.

Indicó a su esfera que enviara los mensajes correspondientes.

Se apeó del caballo y caminó por los pasillos de la universidad hasta la posición que indicaba la esfera para encontrarse con Garret.

Al abrir la puerta lo encontró sobre una mesa leyendo sobre su superficie brillante.

—Muchacho —saludó.

—¡Rector Janus! —se sorprendió— ¡No lo esperaba hasta mañana!

—¿Dónde está tu pareja? —preguntó a bocajarro.

—En el hotel supongo, aunque también es posible que esté paseando, digo, por el estado del clima... no creo que esté encerrada en el hotel viendo holo representaciones... —dudó Garret.

—Bueno, ve a su encuentro y quedaros en el hotel hasta que yo vuelva.

—¿Ahora mismo? Pero no he terminado aún de...

—Buenas tardes, rector Janus —dijo una voz a su espalda— El rector Bastian ya fue avisado de su visita. Lo espera en su despacho. A los dos.

El ujier de la universidad los miraba amablemente desde la puerta.

Lo acompañaron callados, sin intercambiar nada más que esporádicas miradas sobre el camino.

Garret estaba confundido. Le ordenaba volver, pero más le confundían los bríos y la fuerza que envolvía a Janus. No parecía el mismo. Toda la pasividad o paciencia que demostraba en otras ocasiones había desaparecido.

Bastian los esperaba sentado en su escritorio.

—¡Adelante, adelante! ¡oh, Janus, amigo mío! ¿Cuánto tiempo ya? No hay que ser muy inteligente para saber que el muchacho Garret te ha adelantado mi idea. No te hubieras apurado, no era imprescindible discutirla ya. Ni siquiera he preparado el borrador de los documentos que pretendo presentar.

—Sí, me ha contado, claro. Pero vengo a que digas en mi cara cuáles son los motivos de semejante traición —dijo con gesto serio y el tono hostil.

Garret decidió sentarse sin esperar el permiso.

—¿Traición? No, no. ¡Ya no queda nada qué traicionar! Tú, en todo caso, pero ya le dije al muchacho que antes lo discutiría contigo...

—¡Quieres traicionar eones de planificación! Estás traicionando a la causa. No te hagas el desentendido. No necesitas más prestigio que el que tienes, ¿por qué quieres hacer esto?

—Porque creo que es hora de que se sepa la verdad. ¡Estamos en paz! No hay nada más que ganar. El plan inicial era conseguir la paz y ¡ya se consiguió! Reconozco que no fue lo que se planeó en su momento, pero ¡hay paz!

—¡No queríamos la paz de cualquier manera! ¡La paz solo será paz verdadera bajo nuestro dominio! —terminó gritando Janus.

—Eres demasiado rígido, amigo. Abre tu mente. Piensa en que he redefinido la concepción que teníamos. Paz es paz, cuando no hay más guerras, por ejemplo, y ya ni contamos el tiempo que ha pasado desde el último conflicto y todo hace pensar que nunca más los habrá. ¿Y tú, a quién le debes algo? Ya no hay nadie a quien reportar, nada más se ha sabido del plan inicial, ha muerto, ni siquiera ha dado algún fruto. ¿A quién le debes tu obediencia?

—No sé que me cabrea más —dijo Janus después de tomarse el tiempo para una inspiración profunda— Si tu ignorancia o tu falta de respeto. ¡Soy un ángel jurado! ¡Le debo obediencia a la causa!

—¡Por favor! No me vengas con eso ¡Pregúntale a tu muchacho! Pregúntale si eso que dices existe,pregúntale si va a poner en riesgo la paz universal de la que disfrutamos por sueños de eras primitivas. ¡Pregúntale!

—No son sueños de hace eones —dijo Janus mientras se acercaba a Bastian— Amigo mío, yo sigo soñando con lo mismo todas las noches, ¿cuándo te perdiste? ¿Cuándo dejaste de ver la realidad? ¿Cuándo la paz de los poderes económicos te cegó? ¿Cuándo te olvidaste de la verdadera paz? ¡La paz ejercida por el poder de la sangre! ¡Por el dominio de un linaje!

Bastian rio de forma sonora.

—¡Venga, Janus! ¡Tu mentalidad atrasa eones! Ya no hay linajes que luchen por la supremacía. Las casas están en paz. Es hora de que las nuestras dejen de fingir y se unan de verdad al nuevo orden.

Un pequeño puñal brilló entre la ropa de Janus. El rostro de Bastian se oscureció. Retrocedió mientras una espada aparecía en su mano derecha al mismo tiempo que el puñal de Janus se enterraba en su corazón.

Garret en su sillón estaba paralizado sin saber si lo que estaba viendo era real o formaba parte de una pesadilla siniestra.

Janus desplegó su esfera y comenzó a señalar comandos.

Ni siquiera dudó cuando pulsó el envío de la última orden. Estaba hecho. Fue liberador. Se sintió en paz.

Era contradictorio que, después de eones sin batallas, el inicio de la guerra final lo hiciera sentir en paz.

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