Eva y Jonatan

Eva sentía que su cabeza estaba a punto de estallar. En los últimos días había realizado decenas de pruebas sobre distintas habilidades y no lograba encontrar una en la que demostrara una soltura natural.

Cuando Batel le tendió una espada para que la blandiera se opuso tajantemente.

—Mira, Batel, no estoy segura de qué cosa sea lo mio... pero te puedo prometer que eso no está dentro de mis habilidades. Nunca usaré una espada.

Batel la miró de forma condescendiente y dijo.

—No te preocupes. Ya aparecerá tu don. Si comenzaste a emitir es porque tu ADN está mostrando que estás preparada... que no sepamos aún para qué, es solo un retraso temporal.

—La verdad es que no me siento bien. Voy a tomar un descanso.

—¡Venga !, te acompaño.

Eva sacudió la cabeza y puso las manos por delante deteniendo el movimiento de Batel.

—Escucha. No sé cómo será por aquí, pero, de donde yo vengo, "un descanso" significa que tampoco quiero hablar contigo. No es nada personal. Solo quiero alejarme de aquí y pensar. Iré caminando hasta la cafetería, quizás beba algo de zumo o té, ya que no hay otra cosa... y me sentaré junto a un ventanal admirando el paisaje y agradeciendo por estar aquí a salvo de quienes sean ¿está bien? —dijo tiñendo el final de la frase con toda la ironía que pudo.

—¡Está muy bien! Yo también voy a la cafetería y aprovecho para presentarte a alguien. ¡Vamos! —la animó a caminar sin perder la sonrisa.

Eva estaba realmente contrariada. Había asistido a regañadientes a todas las clases de entrenamiento físico que le habían indicado y no podía decir que hubiera conseguido nada, más allá del dolor generalizado en el cuerpo y agujetas en varios puntos específicos.

Casi se cumplían las primeras dos semanas de entrenamiento y confiaba en que cuando Isabel estuviera a cargo las cosas serían más fáciles.

Ya había determinado que el combate cuerpo a cuerpo no era su especialidad y ahora descartaba formalmente el combate con armas.

Había apostado un poco más ilusionada a la táctica y estrategia, pero luego de un par de exámenes también había dado por perdida esa posibilidad.

Siempre se sentía fuera de lugar. A veces solo quería tener el valor suficiente para enfrentar a Isabel y decirle que volvieran a casa.

Añoraba su pequeño piso. Su habitación diminuta y el olor que percibía al entrar a su salón.

Casi podría enumerar, alfabéticamente y sin huecos, a los integrantes de su última clase en el instituto, un grupo de adolescentes maleducados que ahora le parecían la mar de majos y a los que no veía la hora de volver a ver.

También quería hablar con su madre y decirle que tenía un ángel de la guarda. Quería contarle que estaba enamorada. Quería pedirle perdón por haber pasado tanto tiempo sin llamarla. Explicarle por qué había desaparecido de la faz de la Tierra.

La cafetería estaba casi desierta, con apenas dos o tres mesas ocupadas. Se destacaba una pequeña figura en una esquina, junto al ventanal y de cara al pasillo de acceso. A Eva le pareció extraño que, en lugar de mirar el paisaje, estuviera paseando su mirada por el salón comedor.

—Ven que te presentaré a Jonatan —dijo Batel.

—Lo conozco de las clases de táctica y estrategia —apuntó Eva.

—Es verdad, pero ¿has hablado con él?

—No. Solo compartimos la clase —tuvo que reconocer.

Cuando estuvieron al borde de la mesa, Batel realizó las presentaciones.

—Hola Jonatan, ella es Eva. Se han visto en las clases de táctica y estrategia, ¿verdad?

—La recuerdo. Parece nueva. Ella es española ¿no? —afirmó el muchacho.

—Sí, lo soy. Las dos cosas. Nueva y española ¿y tú? —se apuró a preguntar Eva, aunque sospechaba la respuesta del rioplatense por el acento del chaval.

—De Buenos Aires, Argentina. Y también soy nuevo.

—¡Ah! El país del tango y el fútbol —dijo exagerando el entusiasmo.

—Bueno, algo así —dijo Jonatan sin que apareciera ningún gesto en su cara. Eva pensó que estaba acostumbrada a tratar con jóvenes rebeldes y que este solo le llevaría algún tiempo extra.

Batel habló mirándolos alternativamente.

—Bueno, Eva estaba por tomar un descanso y he pensado que podríais hacerlo juntos dado que, con Carlos, vosotros sois las tres personas rescatadas en una semana. Y eso es un hito nunca visto. Estamos estudiando qué significa. Además, habláis el mismo idioma. Luego nos vemos —terminó diciendo mientras se alejaba.

Eva se sentó junto a Jonatan y no dijo ninguna palabra. El muchacho recorría con su vista toda la sala sin que en su rostro se reflejara la más mínima expresión.

Ella también comenzó a dirigir su mirada a los mismos sitios que el joven argentino.

Vio a la gente sirviéndose del tablero central del bufé y caminando con sus bandejas hacia las distintas mesas laterales. Prestó atención a quienes entraban por el acceso central.

Nada le parecía fuera de lo normal, así que decidió interrogar al muchacho.

—¿Hay algo que te llame la atención? —preguntó.

El joven la miró seriamente.

—¿A vos no?

—Todo me parece normal... —empezó a decir, pero fue interrumpida por Jonatan que no dejaba de mirar el salón.

—¡Y bueh!, como yo lo veo es que estamos rodeados de gente que dice que son ángeles. En la clase que estuvimos juntos, nos enseñaron la aplicación de la estrategia a la geografía ¿no? Nos contaron hasta la historia del Napoleón ese y todo eso. No me quejo ¡eh!, todo muy interesante. Ahora nos empezaron a romper los huevos para que aprendamos a pelear, con cuchillos y espadas. ¡No hay nada más normal que eso!, ¿no? No sé cómo será en tu barrio, amiga, pero en el mío, todo esto, no tiene nada de normal...

A Eva le pareció una intervención ocurrente y hasta simpática.

—No, claro. Me refería a la cafetería. ¿Hay algo para destacar?

—Lo mismo ¿o no? Todos esos que caminan por ahí... —dijo desplegando un abanico con el brazo mientras señalaba a toda la cafetería— Bueno, no todos, pero la mayoría, dicen que son ángeles. ¡Ja! , a mi me preocupa eso, además ¿los viste pelear?

—Sí. Varias veces me han salvado de que me secuestren.

—¡Epa! No lo sabía —se interesó— Contame algo, che, ¿se mueven cómo acá? ¿Cómo en los entrenamientos?

—Bueno, si más o menos. Me atacaron en mi piso, luego en la carretera. Allí nos ayudó Batel.

—¿Hubo combates a muerte? —se interesó Jonatan.

—Hasta donde yo vi... murió más de uno —titubeó Eva.

—¡Ah! Eso no lo sabía, che. En serio ¡contame más! —dijo abriendo los ojos como platos.

Eva pensó que al fin se ganaría la confianza del muchacho y relató los pormenores de los eventos que se sucedieron hasta que llegaron a la Base EDN.

—¿Y decís que las espadas las guardan en las manos? —preguntó Jonatan.

—Sí, en algún lado oculto. Me explicaron no sé qué de los pliegues del espacio, pero no lo entendí bien. Dicen que ya lo entenderé. Bueno, que las guardan en esos pliegues.

—¿Y qué otras armas llevan? ¿Viste si llevan más armas? ¿Revólveres, pistolas, granadas? —preguntó insistentemente el muchacho.

—No creo haber visto otras armas —dijo Eva encogiéndose de hombros.

—¿Pero no las llevan o no sabés si las llevan? —preguntó el argentino extremadamente serio.

—No lo sé. La verdad es que no vi ninguna otra, pero puede ser que lleven... no sé... —dudó Eva.

—¿Y no te parece importante? —preguntó sin un atisbo de relajarse en el interrogatorio.

—Sí. No sé.

—Toda información es importante ¿viste? —sentenció Jonatan —Y si tenemos que enfrentarnos a ellos ¿cómo sobreviviríamos?. Estamos en inferioridad numérica, ni hablar de nuestra preparación para el combate, además ni siquiera conocemos el terreno. En estos momentos es imposible para cualquiera de nosotros ni siquiera pensar en enfrentarnos ni a uno solo de ellos.

Los dos se quedaron callados un momento. Eva creyó percibir que Jonatan ganaba fluidez en el habla. A veces no tenía el acento rioplatense tan marcado. "¿Será su don?, entra en una especie de trance dinámico, como si su don se apoderara de él", pensó.

Eva empezó con más ánimo.

—Por ejemplo, yo no sabría qué tipo de información recolectar. Todo me parece trivial.

—Es que nada es trivial. Todo es importante, Eva —dijo Jonatan contrariado.

—Pero no sé que... —empezó a responderle.

—Todo. La información del terreno. Cantidad de personas, por ejemplo. Todo. Ahora mismo me estoy preguntando de dónde sale esa comida o por qué son tan parecidas entre ellas.

—Bueno, ahora que lo mencionas... eso sí que se lo pregunté.

—Ahh, muy bien ¿entonces? —la invitó Jonatan a que continuara.

—Aparentemente han sido manipuladas genéticamente. Parece que sus habilidades son potenciadas por modificaciones genéticas y que tales modificaciones afectan a la fisonomía, o eso entendí... ¡buf! —se detuvo bufando— la verdad es que me estás haciendo sentir como una María cotilleando en la esquina.

—No sé qué es eso —dijo el argentino.

—Que me siento como contando chismes.

—Bueno, puede que en alguno de estos chismes nos juguemos la vida. Me gustaría saber a qué tipo de habilidades se refieren, pero ya vamos a tener tiempo para eso.

Jonatan dejó de hablar cuando una pareja pasó cerca de su mesa. Luego continuó.

—Las viste luchar me dijiste ¿y qué onda?

—Espectaculares. Yo no entiendo nada, pero les aparecen las espadas en las manos y empiezan a pelear, como en las películas. También vi desaparecer los cuerpos de los caídos.

—Eso sí que me interesa mucho, es un buen dato, o sea, los caídos son transportados y no quedan huellas de ellos.

—Exacto —confirmó Eva innecesariamente.

—Quizás tenga que ver con lo que averigüé, sobre nuestras desapariciones.

—¿Qué averiguaste?

—Que a nuestros parientes o amigos les han dicho que hemos muerto. Es más, han hecho aparecer cuerpos idénticos a nosotros, clonados, para que los que nos conozcan tengan algo que velar.

—Yo pretendía hablar con mi madre —dijo Eva de forma retórica y algo confundida.

—¡Olvidate! Estos ya le hicieron creer a tu vieja que estás muerta. Re muerta.

"Muerta", pensó mientras cerraba los ojos.

"Mamá, no estoy muerta".

"Mamá".

Eva sintió que se le aflojaba la mandíbula y dejaba su boca abierta.

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