En la carretera

—¿Un ángel? —dijo Eva dejando que aflore el enfado que sentía. Tanto el tono como el nivel de su voz eran una excelente muestra de la indignación que la embargaba.

En contraposición, Isabel mantenía una estampa relajada, casi divertida, sentada en el capó, con las piernas cruzadas y los brazos detrás de su espalda, apoyados sobre el coche.

Se encogió de hombros sin dejar de mirarla.

—¿Mi ángel de la guarda? —volvió a gritar Eva— ¿Eso es todo lo que vas a decir?

—¿Qué quieres que diga? Me preguntaste —dijo y agregó levantando un dedo— por cierto, lo preguntaste de una forma muy insistente. Una y otra vez... y esa es la respuesta.

—¿Y cómo se supone que debo tomarme esa respuesta? ¿Debo creerte? ¡Por Dios! ¡Me he follado a mi ángel de la guarda! ¿Te parece normal? ¿Te parece que tengo que aceptar que te burles de mí sin decir nada más? ¡Pero tú qué te crees, tía!

Isabel bajó la cabeza para evitar que Eva descubriera lo divertido que le parecía el tema.

—Bueno, puedes contarlo como quieras, pero es lo que pasó —dijo entre risitas.

—¡Venga, tía! —se quejó Eva nuevamente, acompañando los aspavientos con sus brazos.

Isabel intentó apoyar una mano en su hombro.

—No, no. Por favor, no me toques —dijo Eva poniéndose rígida.

Habían aparcado el coche a un lado de la autopista. El camino elegido era en dirección a la costa.

Isabel había repetido en más de una ocasión: "si no hay otra forma, te subo a un bote y remo hasta la mitad del océano. Pero tenemos que aislarnos a como dé lugar, por lo menos hasta encontrar ayuda".

Eva había conducido totalmente seria. Preguntaba por todo "¿Dónde has aprendido a luchar así? ¿Esa gente está muerta?".

"¿Por qué te buscaban esos tíos?", eran las preguntas recurrentes que superaban a las demás.

"¡Que te buscaban a ti, Eva!", era la declaración que Isabel repetía una y otra vez sin que tuviera ningún sentido para ella.

La única verdad era que ninguna de las respuestas de Isabel la satisfacía.

—Veo que no me vas a contestar a nada.

—Te he dicho que lo haré cuando estemos seguras.

—Pues estamos en el medio de la nada. Nadie nos sigue. ¿Este momento no te parece lo suficientemente seguro? ¿En serio? ¿O vas a esperar a que estemos en el medio del océano para contestar mis preguntas? —había dicho Eva ensayando su ironía.

Isabel evaluó que no podría seguir mucho tiempo sin confiar en Eva. Tarde o temprano debería contarle todo y la verdad era que este no parecía un mal momento.

—Vale, pregunta. Vamos por partes y poco a poco¿Qué quieres saber?

—Bien. ¿Quién eres?

—Nunca te mentí, me llamo Isabel.

—¿Apellidos?

—No. Solo Isabel.

Eva la miró con un gesto de reprobación.

—¡Acabas de decir que dirías la verdad!— dijo de malos modos.

—Y es la verdad. Me llamo Isabel. ¿Quieres aparcar así podemos hablar con más tranquilidad?

—No hace falta. Lo único que necesito es que no me mientas.

—Es que ese es mi nombre. No te he mentido —dijo Isabel encogiéndose de hombros.

Eva bufó.

—Vale, "Isabel" —repitió en tono irónico— ¿Qué haces? ¿De qué trabajas?

—¿Segura que no quieres que nos hagamos a un lado de la carretera?

—¡Que no! Contéstame, por favor.

—Soy un ángel.

Eva inspiró profunda y ruidosamente.

—Va a ser mejor que me detenga un momento —aceptó finalmente— Va a ser mejor que tenga las manos libres para poder cogerte del cuello—agregó mascullando.

Se bajaron del coche de muy distinto humor. Una, entre divertida y dispuesta a calmar a la segunda, y la otra a punto de explotar y preparada para evitar que nadie la calme.

Un par de gritos y algún insulto fue la primera reacción de Eva.

Isabel solo la miraba de forma pasiva. No era novata dando la noticia y sabía que debía tener paciencia. Muchos tardaban en asimilar su condición.

—Eva, préstame atención. Necesito que te serenes. Tenemos que alejarnos de todo centro poblado. Por ahora estamos bien. Al no cruzarnos con ninguna otra persona estamos bien, pero si alguien apareciera les sería posible triangular tu posición y nos encontrarán.

—¡Ay! ¿Cómo es que he podido olvidarme de la triangulación? ¡Menos mal que lo mencionas! ¿Quieres decir que en algún evento del que no me acuerdo me han implantado un microchip y está transmitiendo mi posición? ¿De eso estamos hablando? —dijo Eva frunciendo todo el rostro.

—No. No te han implantado ningún microchip.

—¿No? ¿Entonces eres tú quien tiene el microchip? —preguntó simulando seguir la línea de razonamiento de su amiga.

—No. Ya te dije que nada tiene que ver conmigo. Eres tú. Es culpa de tu ADN. El ADN de los seres humanos emite ondas en una determinada frecuencia, resuena cuando se encuentran otros seres humanos cerca y produce unas alteraciones de campo que pueden ser detectadas, si tienes el instrumental adecuado, claro.

—¡Lo siento mucho! ¡Me has pillado! Eso no se me había ocurrido. La verdad es que te envidio la imaginación.

—Es la verdad —dijo Isabel intentando que su tono reflejara toda la sinceridad de la que podía hacer gala.

Eva no se quedaba quieta. Caminaba de un lado a otro.

Isabel miraba con desconfianza la carretera y agradecía por dentro que no apareciera ningún vehículo.

—¡Qué mal momento para dejar de fumar! —bramó Eva elevando las manos al cielo— ¿Por qué me haces esto? ¿Es un juego macabro? ¿Estoy envuelta en alguna apuesta? Dime la verdad, por favor.

—No te miento, Eva. Cada cierto número aleatorio de cruces de seres humanos aparece un tipo especial de configuración en... en lo que vosotros llamáis "ADN basura", que comienza a resonar con las ondas del espacio-tiempo. Como ya te he dicho. Después de detectarlo, venimos a buscaros para... para poneros a salvo. Es nuestra misión. Lo hacemos desde siempre.

Eva dejó de caminar.

—Está bien —convino Eva forzando el tono— Supongamos que tú eres mi ángel de la guarda. ¿Y los ninjas de mi piso? ¿Y los vikingos de antes? Esos son los enviados del diablo que quieren que firme con mi sangre para venderles mi alma.

—No. Desde luego que no... y... no creo que sea el momento para que recibas toda esa información. Por ahora es importante que entiendas que tenemos que aislarnos para que ningún resonador de ADN pueda rastrearte.

—No. No. De ninguna manera —se resistió Eva negando también con las manos— Has dicho que me contarías todo ¿O ya no se te ocurre nada más que inventarte? ¿Se te ha acabado la imaginación?

Isabel miró a su protegida detenidamente. Era bella. No era anormal que los de su linaje se vieran atraídos por los humanos de este estrato dimensional, pero Eva era sumamente sensual. Había algo que la hacía irresistible. Tal vez algo de su ADN resonara con su propio ADN de ángel modificado y produjera esa atracción desmedida.

No lo sabía. Pero podía asegurar que Eva le atraía como ninguna otra y que ahora estaba en peligro.

También daba por descontado que la cosa se pondría fea y que necesitaría ayuda.

Quizás Eva pudiera tolerar un poco más de sinceridad.

—No es cuestión de imaginación. Los que tú llamaste ninjas eran posiblemente miembros de la casa de Shinigami aunque no podría asegurarlo del todo... y los que llamaste vikingos pertenecen a la casa de Odín, no tengo dudas sobre estos últimos. Y estoy segura de que están sin autorización del Consejo de las Casas para cosechar en este estrato dimensional.

—¡Ostias! ¡Es que te has superado, tía! Ángeles de Shini-no sé qué y ángeles de Odín que vienen a por mí y tú estás para salvarme —Eva comenzó a aplaudir— ¡Bien por ti! ¡Cojonudo!

Para sorpresa de la propia Isabel, el tono de burla en las palabras de Eva le dolió. No era normal que se sintiera afectada por las cosas que le decía un humano que escuchaba la verdad, pero lo que dijo Eva le hizo daño. También notó que estaba perdiendo la paciencia.

—No. Yo estoy para llevarte a un lugar seguro... Ellos, todavía no sé por qué, han venido a cosechar.

—¿A cosechar?

—Así llamamos cuando retiramos a los humanoides que comienzan a emitir... a resonar —dijo haciendo un mohín de disgusto que demostraba que no le gustaba cómo sonaba aquello.

—¿A cosecharme, entonces?

—Sí. Pero yo lo evitaré. Y ya te he dicho que mi misión es llevarte conmigo.

—¿Para que no me cosechen? —dijo Eva soltando una risa mientras se tapaba la boca con una mano.

—Lo de la cosecha es nuevo para tu caso. No me lo esperaba. Está prohibido cosechar aquí. Yo debo llevarte conmigo por otro tema... Debo pedir ayuda.

—¡Pues claro, tía! Parece que tú sola no vas a poder con todos ellos. ¡Venga, pidamos ayuda! ¿A quién llamaríamos? Porque asumo que no será a la policía, ¿verdad?

—La policía no podría ayudarnos. Tendré que llamar a más de los míos.

—¡Más ángeles! ¡Claro! ¿Cómo no se me había ocurrido? ¡Más ángeles! ¡Venga, llama!

Isabel vio como un coche pasaba a toda velocidad junto a ellas. Solo una persona en su interior. Eso fue afortunado. No podrían triangular la posición con exactitud.

Pero era la confirmación de que ya no podía seguir esperando. La suerte se estaba acabando. Debía convocar a sus compañeros.

—Espera un momento, por favor —pidió mientras juntaba las palmas de sus manos y llevaba los dedos índices a sus labios— Ese coche que acaba de pasar nos ha puesto en peligro.

—¡Ah! ¿Y ahora vas a rezar? No me jodas ¿No ibas a llamar a tus compañeros?

—Eso hago. Espero que Gabriel y Uriel no tarden en llegar —manifestó con absoluta sinceridad.

—¿Gabriel? ¿El arcángel Gabriel? ¿En serio? —dijo Eva tapándose la cara con las dos manos mientras caminaba hacia atrás alejándose de su amiga— De verdad, tía. Tú necesitas ayuda urgente ¡Estás muy loca!

Isabel fijó sus ojos en el próximo coche que se avecinaba.

Solo un conductor. Seguimos bien.

—Eva, no te alejes de mí. Debemos permanecer juntas hasta que lleguen los míos —pidió Isabel totalmente seria.

Otro coche.

—¡Tía, por favor! ¡Déjalo ya! Soy profesora de historia, así que conozco un poco de leyendas, brujería, magia, dioses, demonios y de lo que quieras... ¡No te pases de lista conmigo! Yo sé muy bien cómo debería verse un ángel.

—¿Y cómo sería? —preguntó Isabel sin ningún gesto que revelara sus sentimientos.

—Pues, no como tú, desde luego que no como tú—sentenció Eva.

Otro coche. Dos personas en su interior, contó Isabel. "Nos quedamos sin tiempo", pensó.

Manipuló una de sus uñas y la espada flamígera apareció en su mano derecha.

—¿Te parece que así me veo mejor o a ti te convencería más ver mis alas? —preguntó con ironía.

Eva dio unos pasos hacia atrás y sintió que los ojos inyectados en sangre le atravesaban hasta el cerebro. Cayó sentada. Isabel guardó la espada.

—Tranquila. Solo quédate conmigo. No te alejes de mí. ¡Vuelve a meterte en el coche! ¡Estás en peligro!

Esta vez, los teñidos ojos de Isabel se mantenían fijos en la carretera.

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