El anciano

—Samael —repitió Eva.

—Sí, Samael. Me dijeron que hablas español, así que he configurado mi zona del lenguaje con ese idioma. ¿Me entiendes cuando hablo, verdad? —preguntó sin dejar de sonreír. Samael era como cualquier hombre de mediana edad ataviado con la clásica túnica blanca. Se veía mayor que todos los habitantes de Base EDN, pero Eva apenas podía adivinarle un par de décadas por encima de los demás. No se le ocurría ninguna razón para llamarlo "anciano".

—Le entiendo perfectamente, pero... estoy confundida —dijo con cierta vacilación en su voz.

—Bueno, a ver, ¿qué te confunde? ¿Isabel y Gabriel no te han aclarado el porqué estás aquí? —dijo haciendo desaparecer su sonrisa poco a poco.

—Algo me han explicado, ya sabe, la importancia de que me haya concedido esta audiencia, la importancia de estar reunida con el anciano, ya sabe, todo eso...

—¿El anciano? —dijo Samael volviéndose hacia Gabriel.

—Como sinónimo del que todo lo sabe. En representación del respeto que le tenemos. En ningún momento haciendo referencia al desgaste biológico que sufre una persona que no se ha sometido a la modificación del ADN. —Se apresuró a responder Gabriel rápidamente.

Samael miró al suelo por un momento.

—¿Y no pueden referirse a mi por mi nombre? Un simple "Samael", o "El rector". No. "El anciano" les parece más apropiado. —Carraspeó antes de continuar— No entiendo porqué "los modificados", y si has notado un dejo de disgusto en el tono de mi voz es totalmente adrede, decía, no entiendo porqué los modificados hacen un logro de la juventud eterna cuando solo es una herramienta para... vale, luego lo discutiremos.

—Rector... —empezó Isabel.

—He dicho que luego lo discutiremos —dijo en un tono frío y tajante.

—A ver. Muchacha. Eva —dijo volviendo a portar la sonrisa del principio— Entiendo que si estás aquí, es porque no han encontrado ninguna funcionalidad específica en tí ¿verdad?

—Si, señ... rector —dijo Eva corrigiéndose sobre la marcha— dicen que al no estar en la fase 3 debo esperar su aprobación para acceder al resto de la información. Si le digo la verdad, nunca había oído hablar de que hubiera rectores, usted en este caso, y menos de que hubiera un último rector.

—Bien, bien. Esa parte podrían haberla contado, incluso con proveerte de un libro de historia hubiera sido suficiente.

—Eso me hubiera gustado. Soy profesora de historia.

—¡Ah! ¡Muy bien! Una profesión noble. Educar. Y educar sobre lo que fuimos, es educar sobre lo que somos. Me gustas muchacha. ¿Sabes lo que es la glosolalia? —preguntó al terminar.

—¿Glosolalia? No. La verdad es que no.

—Muy bien. No pasa nada. Es una anomalía psicológica que consiste en la articulación fluida, incluso con una cadencia y un ritmo determinado, de sílabas sin significado. Dada la fluidez pareciera que la persona habla en un idioma que los que escuchan no conocen, pero, en realidad, lo dicho no suele tener ningún sentido en idioma alguno. A veces, se sospecha que puede estar hablando algún lenguaje no conocido. Y, me dicen, que en ambientes religiosos de tu civilización le llaman "don de lenguas" ¿Sabías eso?

—Pues sí, eso sí y, ya que lo menciona, me espanta un poco más el hecho de que Isabel me haya dicho que me escuchó hablar en dos idiomas que yo no conozco, pero ella sí.

—¿Espantar? No, muchacha, no te espantes. No pasa nada. Puede ser parte de la funcionalidad que te pertenece que va emergiendo... de forma lenta. Ellos te han traído a mí porque sospechan que tu función se desarrolla en la zona del cerebro correspondiente al habla. Y eso es algo muy, pero muy inusual.

—Soy una especie de aberración, entonces —sentenció Eva.

—Pero no en un sentido de incorrecto. Dije inusual. Pero muy esperada por mí. Muy deseada, además. Solo me han despertado en cinco ocasiones. Y no funcionó. Tú eres la sexta y no veo la hora de comenzar el entrenamiento para ver si, finalmente, una modificación del ADN que afecta a la zona del habla hace su manifestación. De verdad, muchacha, cada vez que me despiertan veo el paso del tiempo y me abruma. Ya casi he perdido las esperanzas sobre esta funcionalidad.

Samael no le dio tiempo a contestar. Se dirigió hacia Gabriel e Isabel y dijo con tono relajado.

—Bueno, a ver. Ponedme al día. Siéntate, muchacha, sentémonos todos —dijo mientras se sentaba en uno de los sillones— Gabriel, tráeme algo para comer, por favor.

Gabriel fue en busca de una bandeja con unas especies de galletas y la puso sobre la pequeña mesa que estaba en el centro de los sillones, justo junto al pequeño cofre que había portado Samael.

El ambiente se había distendido y Eva agradeció esa relajación con todo su corazón. Le pidió otro café a Isabel, ya que no sabía cuánto duraría la reunión y pretendía estar atenta hasta el final.

El rector Samael cogió un par de galletas de la mesa y dijo.

—Venga, empezad, ¿qué hay de nuevo? —los animó.

Isabel tomó la palabra con decisión.

—Han comenzado a cosechar en nuestro estrato. De varias casas. Yo conté dos, pero hay constancia de un par más por lo menos.

—¿Han tenido éxito en esas cosechas ilegales? —preguntó Samael con gesto sombrío.

—No, rector. Nunca lo permitiríamos. No es algo que vaya a suceder —dijo Gabriel en tono solemne.

El rector Samael asintió complacido con la cabeza.

—¿El resto de los estratos ha colapsado? —preguntó.

—Nada hace suponer eso. Nadie ha informado de ningún colapso.

—¿Ni siquiera el personal encubierto en las otras casas? —insistió.

—Ninguno, rector. Pero, además, se suma otra irregularidad —volvió a tomar la palabra Isabel.

—¿Cuál?

—En una semana han aparecido tres personas con el ADN resonando por alguna función. Bueno, una de ellas es Eva.

—Tres personas juntas. Verdaderamente irregular —dijo pensativo—. ¿Qué función aparentan las otras dos?

—Una parece ser un especialista en combate cuerpo a cuerpo y el otro se destaca en táctica y estrategia.

—Y nuestra amiga aquí presente que aún estamos por determinar— dijo dedicándole una sonrisa— Dos personas aptas para la guerra y Eva— sentenció.

—Así es, rector —reafirmó Isabel. —Toda una señal... si creyéramos en las señales. Otras Casas cosechando, que en otras épocas sería una declaración de guerra, tres manifestaciones simultáneas donde dos son de aplicación evidente en tiempos de guerra y una posible alteración del ADN en la zona del habla.

El rector bajó la cabeza y tomó otra galleta de la mesa. Eva imitó el gesto y preguntó mientras se estiraba para coger una pieza.

—¿Puedo?

—Sí, claro —dijo Isabel.

—¡No! —gritó Samael negando al mismo tiempo con el dedo.

—¡Perdón! —dijo Eva retirando las manos como quien es pillado cometiendo un delito.

El rector Samael estalló en una carcajada. Gabriel e Isabel se mantuvieron en su lugar aunque Eva creyó adivinar algo de incomodidad en ellos.

—¡Lo siento! ¡Lo siento! No era mi intención asustarte. Solo quiero confirmar tu deseo ¿Quieres una? —preguntó solícito.

Eva miró a Isabel y esta asintió con una leve inclinación de la cabeza.

—Sí, me gustaría probar una.

—¡Son deliciosas! —dijo Samael mientras cogía una. Abrió el pequeño cofre y puso la galleta dentro. Lo cerró con llave y la guardó en un bolsillo.

—Entonces, dices que quieres una. Bueno, puedes coger la que está en el cofre. ¡Sácala!

Eva inclinó su cabeza a un lado y a otro. Era evidente que la estaban poniendo a prueba. Una especie de acertijo. Ella no era buena con los acertijos, por lo que se sentía insegura. "Ahora sí que estoy jodida. No puedo hacer ni un crucigrama, mucho menos un juego de ingenio". Miró a Isabel buscando apoyo en sus ojos y se sorprendió al reconocer incertidumbre en ella. "¡Está tan confundida como yo! Definitivamente ¡estoy muy jodida!", pensó abrumada.

—No la mires a Isabel. Ella no sabe como sacar la galleta. Y Gabriel tampoco. En realidad, si vas a considerar los hechos, solo yo puedo abrir el cofre porque tengo la llave.

—No entiendo, rector. No sé qué quiere que haga.

—Quiero que abras el cofre y cojas la galleta.

—Pero está cerrado.

—Eso es evidente.

—Y la llave la tiene usted.

—Otro hecho evidente. Veo que estás atenta a los hechos —dijo Samael divertido.

"¿Y si es solo un tema de educación y buenos modales?", se consultó mentalmente.

—Por favor, rector, ¿podría darme la llave? —dijo intentando la sonrisa más inocente que pudo.

—Claro que no. Por favor, Eva, abre el cofre y saca la galleta. "Buena educación, descartada. ¿Una trampa visual?"

Eva cogió el cofre y lo puso sobre sus piernas mientras intentaba forzar la apertura.

—Está cerrado —dijo después de dejarlo nuevamente sobre la mesa.

—¿No me creías acaso?

—Pensé que era una especie de ilusión y que nunca lo había cerrado con llave... —aclaró arqueando sus cejas.

—Bueno, bien pensado —Samael se puso totalmente serio— Eva, por favor, abre el cofre y saca la galleta.

—Es que no sé qué quiere que diga.

Samael la miró fijamente.

—Quiero que digas algo que abra el cofre para que puedas coger la galleta.

—¿Que diga algo? ¿Cómo qué? ¡No lo entiendo! —dijo casi gritando, mientras sentía que la desesperación se pintaba en su rostro.

—Yo no sé qué es lo que hay que decir. Ellos han apostado a que tu zona del habla está resonando con la matriz dimensional. Por eso estás aquí. Por eso me han despertado.

Eva fijó sus ojos en los de Isabel a punto de gritar por ayuda. Gabriel se removió inquieto en su silla.

—Ya te dije que ellos no saben como abrir el cofre. Tampoco saben si eres capaz de abrirlo. Es más, me atrevería a decir que apostarían a que no podrás abrirlo.

—¿Por qué? ¿No crees que pueda abrirlo? —preguntó mirando a Isabel.

Isabel abrió sus manos en un claro gesto de no saber qué decir en esa ocasión. Gabriel decidió hablar.

—No creemos que puedas abrirlo ni tú, ni nadie que no tenga la llave.

—¿Lo ves? —dijo Samael— Ellos son así. Solo creen en lo que ven. Saben que el espacio-tiempo puede ser doblado, plegado, retorcido. Lo hacen cada vez que cogen un transportador y cada vez que desenvainan una espada. Pero no creen que tú seas capaz de hacerlo.

—¡Pero es que no sé qué hacer! —se quejó Eva.

—No se trata de hacer... ¡Se trata de decir!

—Rector Samael... —empezó a decir Gabriel.

Este lo mandó a callar con un gesto de la mano y una mirada hostil.

—Gabriel dirá que no se puede. ¿Sabes por qué? Porque Gabriel no cree en la magia.

—¿En la magia? —balbuceó Eva.

—Sí, en la magia, muchacha, en el poder de tu voz. Eva sintió correr una lágrima por su mejilla.

—No sé qué decir... —dijo casi sollozando.

—Entonces empieza con lo clásico... —dijo con tono distendido, casi desinteresado—, prueba con abracadabra o ¡ábrete, sésamo!, cualquier conjuro o hechizo... o como quieras llamarlo, puede valer.

Eva le clavó sus ojos sin decir una palabra.

—No. No. No me mires. Mira al cofre. ¡Haz la prueba! —la animó.

Eva miró alternativamente a Isabel y a Gabriel.

—Esto es una broma ¿verdad?

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