¿Cómo la encontraron?

Isabel se recostó sobre la puerta y dio un paso al frente con la espada ardiente cogida con las dos manos. Una guardia alta para poder descargar el golpe cuando fuera necesario.

Los contó con tranquilidad. Uno, dos y tres sujetos. Sin distintivos que identificaran a qué linaje pertenecían. Sin marcas de ningún tipo que pudieran darle alguna pista sobre lo que enfrentaba. Las ropas que utilizaban le recordaban algo de sus años de entrenamiento, pero no podía precisar qué era.

Descartó que fueran solo atracadores. Evaluó que era prácticamente imposible que tres personas entraran por la fuerza a una vivienda tan pequeña y que no les hubieran oído.

Era evidente que habían sido transportados dentro de la sala directamente. ¿Dónde estaría ubicada la cabina de transporte?

Por un momento no atinaron a moverse. Quizás sorprendidos por algo ¿Qué podía ser? No su desnudez, eso estaba claro. "Tal vez la espada ardiente. Es más probable". Con seguridad habrían oído las historias de cómo las blandían los querubines y que pensaran que ya no existían.

"Además, son meros cosechadores. Y no están acostumbrados a encontrar resistencia al cosechar"

Sea cual fuera el motivo que los mantenía quietos, era de agradecer por el tiempo extra que le permitía armar una defensa.

Eva estaba protegida tras la puerta. Tendrían que pasar sobre su cadáver si querían llevársela.

Por otra parte, ¿cómo la habían encontrado? Solo su linaje tenía un escáner de ADN compatible con ese estrato.

Ya habría más tiempo para plantearse ese y cualquier otro tipo de interrogante. Había que concentrarse en el combate que se adivinaba inminente.

La sala era pequeña y con una mesa en el centro. Su espalda estaba bien protegida por la pared y la puerta "Mucho mobiliario para un combate tradicional a espada", se quejó Isabel sin que su rostro reflejara la contrariedad. También afectaba lo reducido de la habitación y la distribución de los muebles. Actuaban en su contra debido al tamaño de su espada.

Decidió variar la longitud, reduciéndola unos centímetros. Uno de sus dedos realizó movimientos imperceptibles y su arma cambió a la nueva configuración.

Por otra parte, ellos solo podrían atacar de frente y, dado lo estrecho del campo de batalla, no lo harían a la vez por la posibilidad de estorbarse.

Ella estaba sin ropa por lo que podría tener algo más de agilidad, pero la diferencia sería mínima. No podía tomarlo como una ventaja.

Apostó a que sus rivales se decidirían por puñales, dada la versatilidad que le permitirían y el espacio con el que contaban.

Pensó que, después de todo, no era una situación perdida y podría remontarla.

Debía esperar el primer movimiento.

El primero que se mueva será el más inexperto, sentenció. Los otros esperarán a ver cómo me afecta ese movimiento para evaluar a qué se enfrentan.

El intruso a su izquierda adelantó una pierna, con clara intención de atacar, aunque se detuvo en el último momento.

"Indecisión, bien, ya tenemos un ganador", declaró mentalmente. Evaluó que los pies del intruso estaban en un ángulo que no le permitirían retroceder con una velocidad de reacción óptima. "Confirmado: indecisión más inexperiencia".

Isabel no dudó. Se movió con rapidez hacia su oponente. Amagó un golpe descendente, pateó la mesa en dirección a sus otros dos rivales para hacer sitio y cambió el ángulo del ataque. Un chorro de sangre escapó sin freno del cuello que recibió el golpe.

"Confirmado, el más inexperto", el puñal rodó por el suelo y le pareció distinguir un símbolo conocido. "¡Ah! Posiblemente del linaje de Shinigami.¿Qué hacen en este estrato intentando cosechar?"

Nuevamente se desplazó hasta volver a su punto de partida. Primero, la espalda pegada a la puerta, después, un paso adelante con la guardia firme. Era su lugar: entre Eva y los intrusos.

"Bueno, ahora que tenemos más espacio, a ver si cogéis un poco de valor y me atacáis", pensó concentrándose en su visión periférica para detectar cualquier atisbo de movimiento.

La apertura del campo de batalla le permitía blandir su espada con más comodidad, pero también aumentaban las posibilidades de que los intrusos atacaran de forma coordinada.

"Hace mucho tiempo que no entrenan para la guerra. Casi me dan lástima", fue el último pensamiento que cruzó su cerebro cuando comenzó el ataque. Los dos intentaron apuñalarla, uno por arriba y el otro por la zona media.

Isabel saltó sobre la cabeza del atacante que ahora estaba a su izquierda, utilizando la pared para apoyar sus pies e impulsarse. Bloqueó el ataque superior mientras esquivaba el lance al medio.

Aterrizó detrás de los intrusos y dejó de proteger la puerta.

Eso los despistó por un instante. Tuvieron que evaluar la contingencia de seguir peleando o acceder a la habitación para tomar a su presa.

Fue solo un segundo, pero el tiempo suficiente para que la espada ardiente de Isabel realizara sendos cortes en sus oponentes.

Uno cayó instantáneamente, pero el otro intentó un nuevo ataque aunque era consciente de la herida en su flanco y la presionaba con una mano. Isabel terminó por anularlo con un golpe de la empuñadura en su cabeza.

—¿Casi me dan lástima? ¿A quién quiero engañar? Nunca me darán lástima —murmuró.

Envainó su espada en la uña del dedo medio y se dedicó a palpar las ropas de los caídos, buscando alguna pista de quiénes eran o a qué linaje representaban. Nada, obviamente.

Empujó los cuerpos y los apiló en un extremo de la habitación, buscó con la mirada y decidió sacar el mantel de la mesa y tapar sus rostros enmascarados por respeto.

Antes de abrir la puerta apagó la cafetera.

—¡Eva! Ya puedes salir—llamó.

La puerta se abrió lentamente. Eva se asomó temerosa y preguntó.

—¿Estás bien?

Isabel se acercó para besarla tiernamente en una mejilla.

—Sí. Cuando me conozcas un poco más, sabrás que hacen falta algo más de tres personas para ganarme en un combate.

—Claro, un combate... —dijo Eva dejando sin terminar la frase— ¿Y la espada?

—Es mejor que nos vistamos —sentenció Isabel ignorando la pregunta.

—No, no. He visto una espada. Con fuego o incandescente. ¿Dónde está la espada? ¿Te has quemado? ¿Estás bien? —dijo mientras cogía y revisaba las manos de Isabel.

—Está todo bien. ¡Vistámonos! Tenemos que salir de aquí.

—¿No se ha quemado nada? Estoy segura de que había fuego —dijo recorriendo la habitación con su mirada.

Isabel cogió la cara de Eva con las dos manos obligándola a que la mirase a los ojos.

—Deja de preocuparte ahora. Puedo explicártelo todo, pero no aquí. Vístete. Es mejor que empaques algo de ropa. Solo un poco. Debemos salir cuanto antes —terminó la frase mientras la empujaba suavemente para meterla otra vez en la habitación.

—Sí, es mejor que nos vistamos—aceptó Eva, mirando de reojo los tres cuerpos en una esquina de la sala.

—Eva, préstame atención —le reclamó Isabel de nuevo— Necesito que pienses en un lugar alejado. Puedo encontrar una casa segura para alojarnos, pero antes debemos salir de aquí y alejarnos de cualquier centro poblado.

—¿Alejado? —preguntó dibujando la perplejidad en su rostro.

Isabel asintió con la cabeza al mismo tiempo que se ponía una camiseta que había tomado de un cajón.

—Sí, y cuanta menos gente haya alrededor, mucho mejor. Debemos darnos prisa. Si te han encontrado una vez, es posible que lo vuelvan a hacer.

Eva abandonó lo que estaba haciendo para mirarla fijamente.

—¡Pero qué dices, tía! ¿Por qué me buscarían a mí? Serán asuntos tuyos. Mis padres no tienen tanto dinero.

Eva se enfrentó a la mirada de Isabel y comprendió en apenas un segundo que solo la conocía de una noche.

"¿En qué líos estará metida esta mujer?". "¿A qué me está arrastrando?", pensó mientras un escalofrío le recorría la espalda.

—Puedo explicártelo todo, pero antes debemos salir de aquí.

Isabel cogió el bolso de Eva y comenzó a empujarla suavemente hacia la salida, al mismo tiempo que intentaba calmarla.

—Tienes que confiar en mí. No te pasará nada. Yo te protegeré, pero debemos irnos ahora mismo. ¡Espera!

Isabel entreabrió la puerta con una mano para echar un vistazo al pasillo.

—¡Vamos! —la invitó de forma enérgica.

Fue casi en el mismo instante en el que los cuerpos de los atacantes empezaron a desaparecer.

Eva abrió la boca y dejó escapar un chillido agudo.

—¡Ya han fijado las coordenadas de limpieza! Tenemos que salir ya ¡Corre!

Isabel corrió hacia las escaleras tirando de ella sin ningún tipo de miramientos.

Antes de que dieran la vuelta en la esquina del pasillo, Eva hubiera podido jurar que escuchó pasos dentro de su apartamento.

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