Ajedrez

El Parque Lezama es uno de los muchos paseos verdes que tiene la ciudad de Buenos Aires. Está ubicado en el barrio de San Telmo y ocupa casi 8 hectáreas. Posee la particularidad de ser la sede del Museo Histórico Nacional y muchos historiadores sugieren que es el sitio donde fue realizada la primera fundación de la ciudad en 1736, por el adelantado español Don Pedro de Mendoza.

Su característica orografía le confiere un halo misterioso, ya que, si bien la ciudad de Buenos Aires está asentada sobre una leve meseta y es conocida por la horizontalidad, uno de los pocos accidentes geográficos lo constituía un acotado barranco que se encontraba al margen del Río de la Plata y que es, justamente, donde hoy se emplaza el Parque Lezama.

La orilla del río ya no es tal, porque durante años se hizo un intenso trabajo para ganarle terreno a las aguas. De todas maneras, este particular accidente geográfico le permite contar con un mirador y un anfiteatro, situados entre vistosos senderos rústicos y escalinatas.

Se destacan sobre uno de estos caminos, unas pocas mesas, fijas y rígidas, tal vez 30 unidades mal contadas, con una superficie de damero.

Construidas posiblemente con granito gris, ya desgastado por el tiempo, que contrasta con el brillo del tablero que las corona. Las cuadrículas blancas relucen como si fueran de porcelana, y las negras no son tales porque, si las miramos bien, veremos que son de un azul oscuro.

Un perímetro del granito gris original bordea al damero de 8x8. Es evidente que su función es dar cabida a las piezas que van quedando fuera del juego.

Las "mesas de ajedrez", como las llaman coloquialmente, fueron víctimas en reiteradas ocasiones de actos vandálicos, maldad pura sin sentido que, mayormente, se han encargado de restaurar vecinos y, algunas veces, el gobierno de turno.

Normalmente están pobladas de ancianos jubilados que aligeran el paso del tiempo jugando o charlando con sus pares. Aunque no es extraño que jóvenes universitarios aparezcan, para retar a los mayores a partidas que, muchas veces, se recuerdan como batallas épicas entre generaciones.

No suele haber muchos niños.

Jonatan es la excepción, tiene 12 y casi todos los días da una vuelta por el parque para jugar unas partidas. Tardó un tiempo en ser aceptado por el grupo, pero a fuerza de paciencia y respeto, que reforzó con comentarios adecuados sobre determinadas jugadas, logró una inclusión casi completa. El "casi" hace referencia a que la diferencia de edad difícilmente pueda ser soslayada algún día.

Para todos, Jonatan es "el pibe", porque rara vez recuerdan su nombre.

Pero siempre lo llevan en su mente: Jonatan es un niño de la calle, un homeless, un sin techo. Por eso, aunque los jubilados se ven acuciados por la situación económica, algunos aparecen con sobras de la noche anterior.

—Es por si viene el pibe —decían al principio. Hoy ya no es necesario acotar nada, porque todo el mundo sabe para quién son las viandas, a veces escasas, pero amorosamente envueltas.

Podemos decir que el ajedrez salvó la vida de Jonatan de varias maneras. Por un lado, le permitió desarrollar una mentalidad lógica que le ayudó a discernir que la compañía de los ancianos era mejor que la del resto de los muchachos que se criaban en las calles y, por otro, le proveyó de alimentación que, lejos de ser la ideal, era suficiente para sobrevivir sin tener que robar como sus amigos.

Dos ancianos rivales estaban lidiando en una de las batallas que los tenía acostumbrados. Eran los más avezados jugadores del parque. Los que más triunfos sumaban.

Como siempre, el ganador se enfrentaría con Jonatan. Por eso este estudiaba la partida previa. Luego se concentraría en la suya.

La conclusión que sacó al cabo de un tiempo fue que ninguno de sus rivales estaba especialmente inspirado ese día. Esta vez le costaría dejarse ganar sin que se dieran cuenta.

Jonatan sabía contra quién perder y llevaba un balance especialmente negativo con cualquiera de esos dos con el que le tocara jugar luego.

Se distrajo un momento por unos gritos en la acera de enfrente, en el otro extremo del parque.

Tres muchachos casi en cueros, apenas con pantalones cortos, uno descalzo, cuidacoches de la zona, acosaban a un cuarto. "Se viene una paliza", pensó.

Estudió los movimientos de los cuatro. No auguró un buen final para el que estaba en desventaja.

Percibió que, en un momento de la discusión, los ánimos parecieron distenderse y, sin embargo, el muchacho increpado no hizo nada por apartarse y escapar.

"Acaba de perder una buena oportunidad", pensó mientras le surgían ganas de cruzar la calle para reprenderlo. Esa era su estrategia básica. Incluso antes de planificar una defensa, se aseguraba poder huir si era posible. Normalmente no lo perseguían.

Los otros tres comenzaron a moverse formando un triángulo con el cuarto en el centro.

Jonatan se puso tenso. Era un grave error dejar esa formación en los rivales. No encontraría una forma de controlar a los tres, nunca tendría una visión clara de todos.

"La ubicación de los oponentes siempre debe estar controlada", casi gritó. Esa posición es una derrota asegurada.

Tus movimientos deben tender a mantener a tus rivales siempre frente a tí. Y el objetivo es tenerlos en una fila, justo frente a ti, cuanto más recta sea esa fila, tanto mejor para que se estorben entre ellos.

El muchacho empujó a uno.

"¡Por Dios!", se escandalizó Jonatan. Nunca se hace nada que no sea atacar agresivamente. Si estás en desventaja, debes atacar a fondo. No hay posibilidad de medias tintas. "¿Cómo ha sobrevivido ese chico hasta ahora?", se preguntó.

"¡Bien!", se alegró Jonatan cuando el joven comenzó a moverse y apoyó su espalda contra una pared. Por lo menos, ya no podrán tenerlo como en el centro de un triángulo. "Algo es algo", intentó consolarse.

"Mantente en movimiento", se contuvo de gritar. Era difícil reprimir la indicación.

Balbuceó un "perdónenme que ya vuelvo" y caminó en dirección al muchacho.

No pensaba pelear. Tal vez gritar y darle tiempo a que otros transeúntes se interesaran por el evento. Su experiencia le decía que si muchas personas estaban atentas, las peleas se desarticulaban por sí mismas.

Intentó evaluar si el muchacho sería capaz de darse cuenta de que una ayuda indirecta le permitiría huir.

Tal vez no sea lo suficientemente inteligente para hacerlo y se mantenga en su posición beligerante, aunque no tenga ninguna posibilidad de ganar.

"¿Qué sentido tiene pelear batallas que no puedes ganar?", pensó retóricamente.

Una joven morena se cruzó en su camino.

—¡Hola! —saludó afablemente.

—Hola —respondió—Están por hacer mierda a ese pibe —agregó señalando al grupo.

—Sí, es posible —dijo ella— Aunque ahora está cubriendo bien su espalda ¿No te parece?

—Creo... que lo van a cagar a trompadas igual —manifestó de forma instintiva.

—Eso es verdad ¿Tú qué harías?

—¿En ese caso? ¡Correr! Solo peleo las batallas que puedo ganar. ¡No soy un boludo! ¡Mirá a ese! ¡Ni siquiera sabe caminar! El centro de gravedad está muy alto, en cuanto lo empujen se va a la mierda y cuando esté en el suelo lo revientan.

—Coincido. Es lo más probable —aceptó la muchacha.

—¿No vas a ayudarlo? —dijo esta vez mirándola a los ojos. Unos ojos color miel que brillaban como nunca antes había visto Jonatan.

—No es nuestra batalla ¿no?—dijo sin perder la sonrisa.

—¿Y vos quién sos?

—Soy Batel. Tu ángel de la guarda. Necesito que me acompañes —

dijo poniendo una mano en su hombro.

Jonatan se volvió un poco para mirar al grupo que seguía jugando al ajedrez a sus espaldas.

Le pareció que sus ojos se cruzaron con uno de los ancianos que sonreía. Quizás el ganador requiriéndole para que iniciara su partida.

Nunca lo sabría. El anciano, sus ojos y todo el parque desaparecieron en un pestañeo.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top