¿Quién anda ahí?
EL LIBRO QUE CONTABA HISTORIAS
Autora: Clumsykitty
Fandom: Marvel/AU
Parejas: Stony
Derechos: a respirar todavía es gratis
Advertencias: una historia grotesca con elementos de suspenso y algo de horror para estas fechas tenebrosas. Inspirado en "Historias de miedo para contar en la oscuridad" y "Warlock". Sufrimiento mil, como es costumbre.
Gracias por leerme.
***
III. ¿Quién anda ahí?
"El miedo es un sufrimiento que produce la espera de un mal." Aristóteles.
Manhattan, Nueva York.
Época actual.
—Oh, entonces... ¿es una broma de Serrure?
—Supongo, ¿tú sabías algo?
—Tones, no, lo siento, sabes que cuando se le ocurren esas ideas al idiota de Serrure nunca me las dice.
—Es decir, todo apunta a que fue él. ¿Recuerdas esos perros pintarrajeados?
—Como olvidarlo, gritaste por toda la estación del subterráneo.
—Ja.
—Bueno, ya le preguntaremos ahora que lo veamos, ¿sigues asustado?
—Claro que no, soy Tony Stark.
Jan rió, besando la mejilla de su amigo con su brazo enredado al de él mientras paseaban por Central Park, era un día nublado algo frío, pero con el clima lo suficientemente agradable para dar un paseo por aquel enorme pulmón de la gran ciudad. Los dos jóvenes tomaron asiento, con sus respectivos vasos de café recién comprado y una cajita de donas que compartieron en espera de que Serrure llegara a unírseles. Tony le había contado lo sucedido a la chica, en espera de que eso le ayudara a aclarar sus ideas, sobre todo por lo de aquel tipo raro pidiendo el libro y el cual en un segundo vistazo se parecía mucho al que se describía en esas historias antiguas. Eso le hizo sospechar más de Serrure porque el pelinegro no se medía en sus bromas y de eso Tony podía mostrar varias evidencias, no había vuelto a ver al supuesto sacerdote ni tampoco le había pasado ya nada raro con ese libro que a la luz del día era hermoso.
—No es tan usual que haga frío, ¿o sí?
—Oh, ¿no sabes?
—¿Saber qué, Jan Jan?
—Espera —ella sacó su celular para mostrarle unas imágenes— Ha nevado en Dubai. Amanecieron con temperaturas bajo cero.
—¿Qué?
—Sí, es... extraño, ¿no?
—Pero eso no explica porque aquí hace frío. El viento frío baja, no sube, Jan Jan. Dubai está grados más abajo que Nueva York.
—Siempre tan científico.
—Oye...
—¿Me decías de las historias en el libro?
—Ah, sí —Tony mordió una dona— La primera es de un conde que muere en la armadura que tanto le obsesiona, bueno el ángel caballero lo mata. La segunda es de un herrero que hace una armadura para pelear contra ese mismo ángel y termina igual muerto.
—¿Es decir que el ángel siempre busca a ese hombre?
—Pareciera.
—¿Por qué?
—Creo que es un brujo que reencarna.
—Uuuuuhhhh —Jan movió sus dedos en el aire como si estuviera haciendo un hechizo.
—Lo sé, lo curioso... bueno quizá es mi imaginación.
—¿Qué? ¿Qué?
—Pues... es que se parece a mí.
—¿Es tan feo?
—¡JAAAAAAAAAAAAN!
—Pues si es un truco de Serrure es obvio que puso que el personaje se pareciera a ti para darte un susto, tontito. Hasta yo lo pensaría.
Tony torció su boca, todavía pensativo. —Bueno...
—¿Tones?
—¿Pero por qué el sacerdote que vino a mi casa se parece tanto al ángel? A menos que así quisiera Serrure que fuera para que la broma se sintiera real.
—Creo que te estás obsesionando demasiado con eso, Tones.
—¡Hey, perdedores! —llamó Serrure a lo lejos.
Los otros dos alzaron sus brazos para saludarle, sonriendo, aunque luego Tony le reclamó de inmediato a su amigo por lo de la broma del libro.
—Yo no te jugué ninguna broma, Tony, no conocía la historia hasta que Jan nos llevó a la casa anoche.
—No juegues conmigo.
—Estoy diciendo la verdad. No he enviado a nadie ni tampoco mandado a hacer un libro.
—Serrure, ya no es gracioso —advirtió Jan.
—Por todo lo que considero valioso, que no estoy jugando. Jamás puse un libro en tu mochila ni tampoco envié un extraño para hacerse pasar por un sacerdote católico.
Los tres se quedaron mirando entre sí, el castaño esperando a que Serrure se carcajeara como signo de que todo era una broma muy pesada, cosa que no sucedió. El chico de ojos verdes se quedó mortalmente serio, igual que Janet quien gimió asustada, abrazándose.
—Tony, ¿dónde tienes el libro?
—Am, lo dejé en mi recámara guardado en un cajón.
—Vamos a verlo.
—Serrure, ¿crees que...?
—Primero vamos a averiguar lo que sucede con el libro y luego hablamos, Jan. Muévanse.
Con la caja de donas media llena igual que sus vasos de café, los tres fueron al penthouse en donde vivía la familia Stark. Jarvis les recibió siempre amable y curioso de sus expresiones pensativas. El trío subió a las escaleras con recelo, tomando aire casi al mismo tiempo cuando Tony abrió el cajón de su escritorio y sacó el libro de pastas negras que puso sobre la cama, levantando su mirada hacia sus dos amigos que se acercaron cautelosos. El castaño abrió el libro, mostrándoles los cuentos escritos con letra roja. Fue en ese momento cuando Serrure se dio cuenta de que no eran las únicas historias escritas, había más hojas llenas con palabras carmesí luego de aquellos dos cuentos viejos.
—No... no es posible, ayer no estaban.
Tony miró la nueva historia. La historia final.
—¿Estás seguro? —preguntó el pelinegro.
—Completamente, yo revisé, tenía... ¡aaahhh!
Los tres se alejaron hasta que sus espaldas chocaron con la pared al ver que el libro pasaba las páginas solo y comenzaba a llenarse de más palabras escritas en rojo sangre. Jan miró a Serrure como a Tony antes de volver pese a que ellos trataron de jalarla de regreso. Ella quería leer qué rayos estaba escribiendo el libro, cómo era la historia que estaba contando.
—¡Jan! ¡Vuelve aquí!
—Tony, Serrure, tienen que leer esto.
—¡De ninguna manera! ¡Tenemos que quemar este libro! ¡Ahora!
Serrure tomó una chamarra de Tony con que envolver aquel libro, mirándolos decidido para salir de la recámara y fuera de ahí. En Nueva York no faltaban lugares donde poder quemar un libro a fuego vivo. Jan y Tony no le detuvieron, dando explicaciones atropelladas a Jarvis cuando salieron. Terminaron en un callejón, tocando en una pequeña puerta de un restaurante cuyo dueño conocía a Serrure. El joven hizo gala de su poder de convencimiento para que los dejaran pasar y les dejaran quemar el libro. Tony no tuvo ningún reparo en que fuese incinerado en el horno con todo y chamarra, no se la pensaba volver a poner luego de que hubiera tocado semejante cosa. Aliviados, los tres vieron consumirse entre las llamas las páginas embrujadas del libro que pronto se hizo ceniza a semejante temperatura. Tiraron las cenizas en el contenedor de basura del callejón, pagando al dueño por el servicio tan peculiar.
—Hey, ¿vamos al cine? —invitó Serrure.
Pasaron todo el día de un lugar a otro, primero en el cine, luego en las pizzas y por último en una pista de patinaje. Tony volvió a casa ya tarde, sin preocupaciones ni sustos porque lo primero que hizo fue buscar un rastro del libro que no apareció. Durmió tranquilamente hasta el día siguiente que tocaba clases, estuvo de buen humor durante el desayuno con sus padres que parecieron no mencionar nada del asunto de aquel sacerdote importunándole. El castaño llegó a la escuela con una sonrisa en el rostro, saludando a compañeros y buscando a esos dos antes de ir a sus casilleros en espera de la alarma que los llamó a clases. Un día normal, se dijo Tony cuando cerró la delgada puerta. Al darse la vuelta estaba completamente solo en aquel amplio pasillo. Ni un solo estudiante, ni un solo ruido.
—¿H-Hola?
Nadie pudo desaparecer así de rápido, se dijo, tragando saliva al dar una vuelta completa con mochila al hombro, ceño fruncido en confusión.
—¿Jan Jan? ¿Serrure?
Unos pasos le hicieron volverse hacia las puertas principales. Una figura alta en ropas negras se acercaba a él muy despacio, sin prisas. Tony miró a los otros dos pasillos que estaban muertos. Una de sus manos se aferró a su mochila, sin saber qué hacer. Decidió hacerle frente al extraño que lentamente caminaba, parecía un tipo perdido de Halloween porque traía ropas de siglos pasados, con una larga trenza negra cayendo sobre un hombro. Quizá lo más inquietante fueron sus ojos azules que brillaban como si tuvieran luz propia, acompañando su sonrisa que al joven se le antojó desquiciada.
—¿Q-Quién es usted?
Tony respingó al sentir una mano pesada y firme caer sobre su hombro, las uñas de aquella mano eran negras y afiladas cual garras. El chico comenzó a temblar.
—No sé...
—Falta poco, Anthony, muy poco.
—¿Poco para qué? Señor, yo no...
El hombre sonrió aún más. —Deja que el libro te guíe.
—¿Qué?
—¡TONY! —chilló Jan desesperada.
Los sonidos, colores y las personas volvieron. Tony parpadeó confundido, volviéndose a su amiga quien le dedicó una mirada porque todos estaban ya entrando a sus salones menos ellos. Serrure arqueó una ceja, mirando alrededor.
—¿Todo bien?
—Sí, sí... ¡Vamos!
El castaño no tuvo más de esas alucinaciones, concentrándose en sus clases. Tendrían un festival con motivo de Halloween, ligeramente atrasado por cuestiones académicas y que era de corte familiar. Los estudiantes recibieron sus volantes de invitación. Había que ir disfrazados, de nuevo, salvo que para este festival era temático. Las brujas de Salem. Mientras el resto de los estudiantes estaban felices por el tema, para Tony y sus amigos fue algo incluso incómodo por no decir escabroso. La profesora fue pasando los boletos donde venía el tipo de traje que deberían llevar, unos serían los pobladores vestidos a la usanza de aquellos tiempos y unos pocos serían las brujas o brujos según correspondiera. Jan fue una pobladora, igual que Serrure quien se decepcionó por no ser de los malos. Tony recibió su papelito, era un brujo.
Las bromas no se hicieron esperar, Tony se unió a ellas de buena gana hasta que sonó el timbre que daba por terminadas las clases. Todos se levantaron, abandonando el salón, excepto Jan quien se había quedado muy seria en su butaca. Serrure llamó la atención del castaño, acercándose ambos a ella para saber si algo ocurría. La chica levantó su mirada, temblorosa con un par de lágrimas atrapadas en sus ojos producto del temor que le invadió. Su labio inferior tembló al tratar de hablar, teniendo que tomar aire un par de veces para calmarse, cosa que preocupó a sus amigos pues ella no solía ponerse así. Mucho menos por algo que le encantaba que era un festival de disfraces.
—Hey, Jan Jan, ¿qué pasa?
—¿S-Se acuerdan... de que miré la historia del libro?
—Jan, deja eso...
—¡Puso esto! ¡Yo lo leí! ¡Decía que tendríamos este festival y Tony sería el brujo!
Se quedaron en silencio, mirándose consternados por unos segundos.
—"Y era cierto que sería un brujo, pero no el verdadero, no todavía hasta que realmente despertara..." Eso fue lo que alcancé a leer.
—Creo que necesitamos un descanso, todos. Los invito a mi casa —dijo Serrure muy serio.
Nadie se negó, terminando de guardar sus cosas para salir del salón hacia el pasillo que comenzó a estar más vacío conforme se acercaron a las puertas. Los autos como los autobuses iban marchándose poco a poco, en filas largas con los demás estudiantes caminando hacia fuera de la escuela. Tony sintió que alguien le mirara, no que eso fuese raro porque era alguien popular. Levantó la vista hacia una esquina del edificio principal, encontrando detrás de un árbol frondoso a ese sacerdote de cabellos rubios con ojos azules y expresión dura que estaba observándolo. El castaño tuvo ganas de ir a encararlo para que lo dejara en paz, pero la mano firme de Serrure lo arrastró hacia su auto, casi subiéndolo a la fuerza. Le perdió de vista entre los autobuses escolares y más árboles.
—Veremos películas, jugaremos, comeremos hasta hartarnos y nos olvidaremos del asunto —ordenó el pelinegro mientras manejaba— El libro está destruido y nosotros estamos en paz, ¿de acuerdo?
Como si fuese alguna clase de hechizo, los tres olvidaron el asunto por las siguientes horas en las que atiborraron sus estómagos con cuanta comida no sana pudieron ordenar mientras rodaban por la alfombra jugando videojuegos o viendo películas hasta que fue hora de dormir. Serrure los había invitado a quedarse en casa, sus padres no solían estar y el atolondrado de su hermano mayor pasaba más tiempo en la fraternidad que en su recámara, así que la casa era prácticamente para ellos tres. No hubo sustos o alguna actividad fuera de lo normal, Tony durmió a pierna suelta sin ninguna preocupación, levantándose un poco tarde a desayunar y cambiarse. Solían tener ropa para esas ocasiones en cada casa. Mientras devoraban el cereal, vieron en el televisor otra noticia extraña. En las costas de Japón habían aparecido centenares de peces muertos sin explicación alguna, y todo podía haber pasado como una catástrofe de contaminación salvo por el hecho de que ninguno tenía ojos.
Mientras Serrure conducía de vuelta a la escuela, notaron que hacía más frío que el día anterior como si en lugar de estar en otoño estuvieran ya en plena temporada de invierno. Jan lo adjudicó a los cambios del clima por toda esa cuestión del calentamiento global. El día pasó sin contratiempos, despejando los últimos temores que los chicos habían guardado del día anterior. La madre de Tony le pidió que la alcanzara en una de las iglesias a las que le gustaba asistir en servicio comunitario, porque luego pasarían a comprar ropa que ella necesitaría para los múltiples eventos de la alta sociedad. Tony no se negó porque significaba distraerse de otras cosas, aprovechando que podría buscar su traje de brujo. No creía en eso de cuentos que se hacen realidad así que no permitiría que un libro que ya no existía le robara su diversión.
—Estamos en contacto, Jan Jan.
—Cuídate, Tones.
—Serrure, no te rompas una uña.
—Ja.
Su madre era católica por tradición, sus antepasados se remontaban a los gloriosos italianos de hacía quien sabe cuántos siglos igual que su afamada tradición culinaria, quizá lo único que Tony podía agradecer de semejante legado cultural. De hecho, el castaño tenía una madrina que ahora era monja, una Madre Superiora anciana que de vez en cuando les visitaba y a la que le tenía mucho afecto porque siempre le había consentido. La iglesia a donde había asistido su madre era de esas altas tipo góticas que chocaban con la arquitectura moderna y futurista de Nueva York. Aún no terminaba la sesión de charla, así que el castaño tuvo que esperar en las bancas mirando alrededor todas esas esculturas de santos y vírgenes rodeados de flores y velas. Nunca vio sentarse al hombre a su lado sino hasta que este le habló con una voz profunda, grave, como de comandante.
—¿Dónde está el libro?
—¡Joder!
—No maldigas en un lugar santo.
—¿Eres alguna clase de pervertido o qué?
Los ojos azules se clavaron en Tony. —¿Dónde está el libro?
—Pff, escuche ¿señor...?
—Rogers.
—Como sea, ese libro ya no existe, ¿okay?
—¿Qué hiciste?
—Lo incineré, a estas alturas debe ir en barco hacia el basurero de Nueva York.
—¿Se quemó? ¿Realmente?
—Seguro, estuve ahí todo el tiempo y recogí las cenizas. ¿Ahora me puedes dejar en paz?
Tony se levantó y cayó de bruscamente de vuelta al asiento cuando una mano cual tenaza se apoderó de su codo, obligándolo a quedarse junto a ese sacerdote.
—Puede tomarle tiempo, pero el libro volverá. Y cuando lo haga, te devorará.
—Sí, cómo no. ¿Ya tomó su medicamento para la esquizofrenia, padre?
—¿No me recuerdas?
El castaño le miró de arriba abajo. —¿No? ¿Me bautizó?
—Ven conmigo.
—¡Oye! ¡Pero...!
—¿Lo viste, no es cierto? Al Mercader de la Muerte.
—En serio, si no me sueltas voy a gritar.
—Estuvo en tu escuela.
Aquella frase dejó perplejo a Tony, ¿cómo sabía aquel fortachón de pocos modales lo que había sucedido en el pasillo de su escuela? Fue suficiente distracción para perderse entre los pasillos de la nave adjunta hasta llegar al área privada de los sacerdotes donde solían cambiarse sus hábitos para oficiar misa. Se detuvieron frente a un espejo de cuerpo entero, Tony frente a este y el sacerdote detrás, mirándole por el reflejo con sus manos sobre los hombros del castaño.
—Antonio tenía una marca, una que yo le hice.
—¡Hey! ¿Qué coño haces...?
—¡No maldigas en la casa de Dios!
Contra su voluntad, Tony fue despojado de su chamarra y playera que el rubio tironeó para descubrir su hombro izquierdo donde se veía una marca de nacimiento, era una línea recta que iba de su pecho a su espalda, quebrándose a la mitad formando un curioso ángulo obtuso.
—La primera vez que nos enfrentamos, yo le hice esto con mi espada que quemó su piel.
—¿Eh? Pero yo no...
—Tú eres la última pieza de su alma, si él consigue su objetivo tú habrás desaparecido y el infierno subirá a la Tierra.
Volviendo a cubrir su hombro, el castaño se giró con el ceño fruncido, alejándose del sacerdote.
—Estás loco, voy a gritar.
—La primera vez fue en Florencia, donde aprendí que no debía matar su cuerpo mortal. La segunda vez fue en el desierto de este país, en un pueblo fantasma. Tampoco logré salvarlo. Esta vez no fallaré.
Tony le hubiera dicho un par de cosas, pero la mención de los lugares le dejó callado porque eran los mismos sitios que había leído en el libro ahora hecho cenizas. Un conde y un herrero. Su marca de nacimiento no era un ultra secreto, tampoco algo que muchos supieran, sobre todo desconocidos.
—¿Quién eres realmente?
—Mi nombre es Steven Rogers. Mi nombre humano.
—¿Qué?
Esta vez fue el turno del rubio de descubrir su espalda, girándose para que Tony viera las dos enormes cicatrices en su piel con unas pequeñísimas protuberancias de hueso.
—Perdí mis alas cuando vine a este mundo mortal a detener al brujo que forjaba un libro maldito. Era el precio por abandonar el Cielo, las recuperaré cuando el Mercader de la Muerte haya sido vencido. Adelante, toca, solo así verás que no miento.
Tony consideró la idea de echarse a correr, estaba a solas con un hombre que era claramente más fuerte y alto que él con la espalda desnuda en una habitación a solas donde nadie entraría. Su curiosidad fue mayor, levantando una mano para tocar ese pequeño hueso que apenas si sobresalía de la piel. Fue como si le dieran una descarga eléctrica de golpe, un relámpago golpeándolo con todo su poder. Una espada de fuego, un bosque viejo de árboles que hablaban un lenguaje sagrado, esos ojos azules brillantes. El castaño gritó al sentir ese fuego en su hombro izquierdo, cayendo al suelo adolorido. Steven fue a él, abrazándole al acomodarlo sobre su pecho hasta calmarlo.
—Ssshh, tranquilo. No voy a permitir que te destruya, pero debes confiar en mí.
—P-Pero el libro...
—No, el libro no fue destruido. No existe nada en el mundo mortal que pueda acabar con él, como tampoco con el Mercader de la Muerte. La única forma es impedir que reúna las piezas y complete su alma al mismo tiempo que el libro que cuenta historias.
El castaño levantó su mirada aterrada. —No quiero morir.
Steven negó, sonriéndolo. —Voy a cuidar de ti, Anthony. Su maldad no vive en tu interior, lo he percibido, así que él no podrá alcanzarte. ¿Puedes confiar en mí?
—O-Okay...
—Lamento esto, en verdad, pero te juro por Dios que vas a vivir. El mal no ganará.
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