La historia del Herrero
EL LIBRO QUE CONTABA HISTORIAS
Autora: Clumsykitty
Fandom: Marvel/AU
Parejas: Stony
Derechos: a respirar todavía es gratis
Advertencias: una historia grotesca con elementos de suspenso y algo de horror para estas fechas tenebrosas. Inspirado en "Historias de miedo para contar en la oscuridad" y "Warlock". Sufrimiento mil, como es costumbre.
Gracias por leerme.
***
IV. La historia del herrero.
"Lo universal es el caos. El mundo el escenario que representa este planeta es por lo tanto algo monstruoso, un acertijo de infortunios que deben ser aceptados, pero por los cuales uno nunca debe capitular." Friedrich Dürrenmatt.
Noche de Brujas, Timely.
1872.
Anthony Stark miró al cielo, no había estrellas, era raro que no hubiera estrellas o quizá fue que estaba muriendo y sus ojos ya no podían ver más el titilar de las estrellas.
—Joder —masculló.
Todo había comenzado unos meses atrás, cuando había llegado un extranjero a Timely. Carol había dicho que era bueno porque lo había interrogado y era diestro con las armas de fuego que hacían falta con los forasteros que rondaban el pueblo, mercenarios que buscaban venganza a nombre de Wilson Fisk. Como fuese, al herrero de Timely no le hizo gracia la perfección de aquel hombre, tenía el típico porte de los ángeles que se pintaban en las catedrales. Cabellos rubios largos que caían sobre sus anchos hombros, esa barba espesa con unos ojos azules que todo lo observaban, especialmente a él cuando lo ubicó entre la gente que salió a verle cuando acompañaba a Lobo Rojo y Carol Danvers. Lo que más le chocó era un paquete que cargaba en un costado de su caballo, podía parecer todo, salvo para los ojos que sabían ver y los de Tony eran de esos que le dijeron que se trataba de una espada.
¿Quién coño usaba una espada en esos tiempos?
Aparentemente aquel espécimen llamado Steven Rogers, Marshall o algo así. No le engañaba y menos con ese acento europeo. Tony hizo todo lo posible por evadirlo, quizá todas las damas del pueblo cayeron rendidas a sus dulces modales, pero no el herrero que había visto la guerra, sus rostros como la forma en que la gente cambia cuando se le presiona. Algo escondía aquel hombre paseándose sobre su caballo todas las mañanas, pasando delante de su taller con más lentitud, quizá esperando a que le invitara una copa de whisky o le mostrara sus trabajos. Como fuese, Stark no le vio en las siguientes dos semanas, ocupándose de comprar más botellas de whisky o de reparar el viejo molino de la viuda Parker. Tuvo que ser Natasha quien le reprendiera por no hacer amistad con el invitado.
—No lo puedes evadir toda la vida, Tony.
—Mírame hacerlo.
—¿Por qué te cae mal?
—Quizá porque me recuerda a los cerdos del Sur, engreídos.
—No es del Sur.
—Seguro que no, señora mía, pero tampoco es de Timely.
Debían verse porque las herraduras del caballo que montaba pronto necesitaron un cambio y no había nadie más que lo hiciera más que él. Tony maldijo el día en que se hizo el único y mejor herrero de Timely cuando tuvo al bastardo de cabellos rubios entrando a su taller con sus espuelas sonando contra el piso de madera y esos ojos azules inspeccionando el sitio con la expresión de un dios despreciando las obras de los mortales. Había sido una fortuna que el whisky estuviera en su sangre para calmar su lengua altanera o ese primer encuentro hubiera sido de lo más desastroso como cuando se había enfrentado a uno de los matones de Fisk a puñetazo limpio.
—Señor Stark.
—¿Quién lo busca?
—Yo.
—¿Y para qué lo busca?
—Mi caballo necesita nuevas herraduras.
—Que desafortunado caballo.
Steven frunció su ceño, mirándole de arriba abajo. —No hay otra herrería aquí... ¿ha bebido, Señor Stark?
—Asunto que no le concierne, forastero. ¿A dónde ha dejado el animal? Y por animal me refiero al pobre caballo que ha de llevarle sobre su lomo.
El rubio se quedó callado unos momentos, los suficientes para que Stark pensara que iba a darse media vuelta y marcharse.
—¿Comenzó a beber desde que encontró el libro?
Tony ya poseía el talento de fingir, hacerlo en esa ocasión le salió natural, haciéndose el desentendido ante la pregunta que le asombró, por otra parte. ¿Cómo se había enterado ese extranjero de su más oscuro secreto? Más tarde lo averiguaría, pero en aquellos momentos solamente mostró la más completa confusión propia de quien no tiene la menor idea de lo que se está hablando. Claro que había encontrado un libro, o, mejor dicho, el libro lo había encontrado a él. Después de la explosión en las minas Roxxon, había echado un vistazo para ayudar a Lobo Rojo con el recuento de los daños y los cuerpos. Ahí entre los escombros halló un bulto envuelto en una camisa de las que solían usar los mineros. Lo primero que pensó era que se trataba de algunas pertenencias del dueño de la camisa, luego, al notar que tenía una forma rectangular, su curiosidad pudo más que cualquier precaución.
Se trataba de un libro de pastas negras con las puntas doradas, parecía como de esos libros antiguos que solían hacer en el Viejo Continente, con las hojas pintadas por las orillas de rojo carmesí. No había nada escrito en ellas, pero su estado era impecable para haber permanecido ahí sepultado entre los escombros y ser protegido por manos que debieron mancharlo. Tony se sorprendió mucho, y se debatió más consigo mismo sobre si debía entregarlo a Carol o quedárselo, después de todo ya no habría nadie que lo reclamara, ninguna viuda iba a querer algo de la mina. Su consciencia ganó la batalla, llamando a Lobo Rojo para mostrarle lo que había encontrado, metiéndolo en un morral que el nativo tomó, alabando su honestidad que al herrero le supo a estupidez. El Pony Express llegó, trayendo consigo lo necesario para los heridos. Dentro de la diligencia venían unos gitanos que al ver el libro en manos de Carol desearon comprarlo, ofreciendo por el artículo una cantidad generosa.
Stark hubiera querido hacer un reclamo, pero una vez más su buena voluntad de ciudadano modelo no le permitió hablar. A nadie le interesaba un libro como esos, menos porque más de uno lo consideraba de mala suerte al haber salido de entre los escombros en la mina. Los gitanos se llevaron el libro para disgusto del castaño quien se encerró en su taller a beber, en aquellos tiempos lo hacía con mayor regularidad. Todavía no estaba lo suficientemente ebrio cuando Natasha le llamó por la madrugada para salir a una expedición, el Pony Express había sido atacado por lobos. Todos los ocupantes incluyendo los conductores de la diligencia habían terminado destajados en un escenario que le hizo vomitar. Lobo Rojo dijo que eso era algo antinatural pues los lobos no solían atacar así y menos a una diligencia.
De nuevo vio aquel libro negro, tirando no muy lejos de la masacre, como esperando por él. Tony se mordió un labio debatiéndose entre lo ético y ser un perfecto patán. Al final, su lado perverso salió a flote, escondiendo el libro dentro de su abrigo fingiendo que no se sentía bien, lo cual también era una media verdad debido a la bebida. Carol le dejó ir, tomando su caballo para ir directo a su taller donde buscó el escondite para su tesoro como un asesino oculta un arma que lo incrimine. Ni siquiera quiso preguntarse por qué actuó de esa manera, terminando de guardar el libro en un taburete junto a su cama, debajo de un tablón que fingía ser la base falsa del cajón. Pasarían días antes de que el herrero lo sacara para admirarlo una vez más, abriendo las hojas para descubrir los bocetos de una armadura que no habían estado ahí antes, lo recordaba bien.
O quizá no.
La bebida le hacía olvidar cosas, también debía aceptarlo y entre ellas podía haber estado el ver esos bocetos por lo que quiso el libro. Esa línea de pensamiento le pareció muy verosímil. Había estado pensando en un nuevo invento desde que terminara la Guerra Civil, pero su cargo de conciencia más su alcoholismo lo habían alejado del proyecto. Ahora que veía los arreglos de aquella armadura, no dudó en ponerse a trabajar entre trago y trago con un frenesí tal que cayó desmayado en pleno mediodía por no haber comido ni descansado nada. Su primera pesadilla apareció en ese momento, se vio a sí mismo ahí tirado en el sucio suelo de su taller boca abajo, no estaba solo, junto a él se encontraba una figura negra que le observaba encorvada de manera no natural, encaramada sobre la mesa de trabajo. Esa sombra o lo que fuera extendió su brazo, una mano larga con garras que tocó sus cabellos.
Tony gritó, despertando un par de horas después con la resaca de la bebida justo a tiempo cuando Lobo Rojo le encontró así, ayudándole a llegar a su cama. El buen nativo le preparó comida que le obligó a terminar en su presencia, dejándole descansar so pena de ir a contarle a Carol si veía que estaba de nuevo dando de golpes en su taller. No quiso dormir, por la pesadilla que le pareció demasiado real, resistiendo hasta que su cuerpo cansado ganó la batalla. Una vez más se vio a sí mismo durmiendo en su catre con la figura negra encaramada cual cuervo en los barrotes de su cabecera, observándole como estaba ahí tumbado a su merced. Siendo tan obstinado incluso en sus sueños, Stark se obligó a abrir sus ojos en aquella pesadilla, mirando hacia arriba.
La sombra tenía su rostro.
Pasó los siguientes días trabajando en su nueva armadura con los cambios que había hallado en el libro. Si dormía lo hacía en casa de Natasha o de Carol, incluso en el rancho de la viuda Parker. Tony había notado que si estaba acompañado las pesadillas no aparecían. Eso no cambió el hecho de que a veces solía notar esa figura de ropas negras en los reflejos de ventanas o de espejos de una que otra dama en la calle. Stark fue a pedir más material, un viaje de un par de días. No tuvo más remedio que pasar la noche en un hotel, sirviéndose de una linda mujer que calentara su cama y le distrajera de aquella aparición que comenzaba a obsesionarle o volverle loco, era lo mismo. Ahora le parecía que le hablaba, en una lengua que no era suya pero que de alguna manera podía comprender. Lo peor era que a Tony le gustó lo que estaba susurrándole.
—Pobre animal, lo hace trabajar mucho, forastero.
—¿Dónde está el libro?
—¿Está escuchándome o haciéndose el loco? Creo que el calor en Timely le ha robado el juicio.
—No como a usted —el rubio se le acercó, mirándole con severidad— Déjame ayudarte.
—¡Listo! —el herrero terminó su labor con las patas del caballo— No tiene que pagarme, soy un buen ciudadano que ayuda a la ley. Si me disculpa, tengo trabajo qué hacer.
El castaño entró a toda prisa a su taller cuya puerta azotó en un claro signo de que no deseaba más charla, sintiendo el corazón alterado y motivo por el cual fue en busca de otra botella de whisky. Aquella noche, estando ebrio se le olvidó lo de las pesadillas, quedándose dormido dentro de la bañera en la que había pretendido asearse. Desnudo, con un cigarro que cayó de sus dedos igual que la botella que rodó por el piso, vaciando su contenido, Tony sintió sus párpados pesados que comenzó a cerrar, mirando el vapor del agua que se elevaba por entre sus piernas. Cuando estaba por quedarse dormido, alcanzó a entrever la figura delante de la tina, lo que robó su sueño. Esa garra se estiró de manera imposible, Tony ni siquiera pudo gritar, pataleando con el agua salpicando alrededor.
Los siguientes días durmió cual santo, no pesadillas ni tampoco visiones en ventanas o espejos. Su mente estuvo más enfocada, más creativa igual que su cuerpo que pareció recuperarse del cansancio que había caído en él luego de volver de la guerra. Steven apareció de nuevo en la puerta de su taller, sin caballo esta vez, mirándole fijamente mientras él estaba forjando una placa de metal para su armadura que mantenía oculta de los ojos curiosos. El rubio le observó muy tenso, como si supiera algo que el herrero desconociera, haciendo que se detuviera en su labor, limpiándose el sudor de su frente con su antebrazo antes de caminar hacia el forastero quitándose sus guantes y colocando sus manos en su cintura.
—¿Ahora qué, forastero?
—He venido por el libro y esta vez no me iré sin él.
—Oh, eso —Tony rió despectivo, acercándose a él— Lo siento, tengo muchos libros como puedes ver, no sé a cuál de ellos te refieres.
—Sabes a cuál, Anthony.
—No, no lo sé, Steven.
—Dámelo, por las buenas.
—Sí que eres un fastidio, forastero —murmuró, dando un paso más para acercarse que casi rozaron sus rostros— Vienes aquí, a mi espacio sagrado a exigirme algo que no tengo con esa vanidad de saberte con la razón.
—Te ayudaré si me ayudas.
El castaño se carcajeó, mirándole fijamente. —¿Ayudarme? ¿Qué tal si lo hago yo?
Steven nunca vio venir su movimiento sorpresa, tomándole por el rostro con ambas manos para plantarle un beso furioso y lascivo, bajando una mano de su nuca hacia su trasero, obligándole a pegar sus vientres y dejarle sentir una naciente erección. Como era de esperarse, el buen hombre le aventó, con los ojos desorbitados ante su acción que lo hizo salir corriendo de su taller mientras Tony se carcajeó hasta las lágrimas, quedándose serio después, relamiéndose sus labios.
—Vaya, vaya, vaya, el angelito no es tan puro.
Había conseguido su objetivo, que fue alejar al rubio de su taller por los siguientes días en que terminó su armadura, agregando en el libro las observaciones sobre cómo hacer que pudiera incluso volar de tener los materiales correctos. Timely era demasiado pobre y perdido en el mapa para hacerle llegar los secretos que en otras tierras ya se conocían. Vino el otoño y con él la llegada del día de las brujas, todo el pueblo emocionado con los adornos y el festival de medianoche que se celebraría frente a la comisaría. Steven ni siquiera le miraba cuando se cruzaban en la calle, haciendo las delicias de Tony quien se sintió muy seguro de sí mismo, tanto que a veces pensaba que, si lo deseaba con suficiente fuerza, podría hacer magia con sus manos. El detalle de la evasión del forastero no abandonaría sus pensamientos, era un descubrimiento que le llamó la atención y que podía servirle.
—¿Temes al fuego del infierno por caer en el pecado de Sodoma y Gomorra? —le preguntó a bocajarro al rubio cuando el festival comenzaba.
Ambos estaban alejados del estrado donde parejas bailaban esperando ganar una vaquilla, el aroma de las calabazas recién cortadas, las lámparas de aceite y la comida hecha para la ocasión llenaba el ambiente igual que la música alegrando a todos los ciudadanos de Timely.
—Esos juegos no funcionarán, no caeré.
—Yo creo que has caído desde hace mucho tiempo, Steven.
El rubio frunció su ceño, muy quieto. —¿Antonio?
Su respuesta fue una carcajada antes de levantar sus manos al cielo, una bandada de cuervos atacó a todos en el festival. Rogers quiso detenerle, pero lo arrojó contra las caballerizas, guiñándole un ojo antes de darse media vuelta mientras las aves devoraban a la pobre gente que agonizaba entre sus picoteos, salpicando la decoración con sangre y vísceras. Tony llegó a su taller, mirándose por un espejo que tenía. Sus ojos brillaban en un azul claro. Abrió las puertas falsas que ocultaban la armadura en la que entró, saliendo a paso tranquilo para esperar al ángel que llegó montando un caballo que murió a un gesto suyo, convirtiéndose en cenizas. Steven rugió con su espada en alto, llamando al Padre en los Cielos antes de brincarle encima, comenzando una batalla en la que el herrero pareció tener la ventaja.
—Nunca, Steven.
—¡Ríndete! ¡Esta vez no te dejaré escapar!
El hermoso ángel de cabellos rubios no quiso herirle, cosa que le fastidió, solamente le atacaba para ir destruyendo parte por parte su armadura que resistió los embates. Los lobos vinieron a su auxilio igual que los cuervos cuando terminaron con el pueblo, incluyendo niños y ancianos. La espada de plata de aquel emisario de Dios fue acabando uno a uno de sus aliados hasta que de nuevo solamente quedaron ellos dos. Tony no estuvo dispuesto a dejarse vencer, activando el último motor que había reservado, que estaba frente a su pecho y que disparó fuego contra Steven, obligándole a contraatacar con todas sus fuerzas. El revés de la espada cortó el casco que protegía su cabeza, tumbándole al suelo.
—Antonio, se acabó. Te llevaré a Roma.
—¿Desde cuándo te enamoraste de mí?
Fuese la pregunta o la frustración, el rubio le golpeó con su espada, rompiendo el motor en su pecho que estalló, rompiendo todas sus costillas cuyos huesos fracturados se enterraron en su corazón. De pronto todo cambió, como si hubiera estado dormido todo ese tiempo y despertara solamente para encontrarse al borde de la muerte como varias noches soñó. Sus ojos miraron los aterrados del forastero al notar el daño hecho en un arranque de miedo prohibido a una criatura celestial.
—No, Antonio...
Anthony Stark miró al cielo, no había estrellas, era raro que no hubiera estrellas o quizá fue que estaba muriendo y sus ojos ya no podían ver más el titilar de las estrellas.
—Joder —masculló.
—¡No! Te sacaré de esa maldita armadura y...
Un guantelete dio un manotazo al rubio. —El daño está hecho.
—Puedo salvarte, déjame hacerlo.
—¿Por qué...? —Tony tosió sangre— ¿Por qué haces esto?
—Hay algo bueno en ti, no todo está perdido.
—Siempre he estado perdido.
—No, Anthony... Antonio...
—Tengo tanto sueño...
—¡NO!
Steven le sacudió, haciendo que se quejara del dolor, el viento aulló como siempre lo hacía en esas épocas, solo que el herrero encontró que podía entenderle. Estaba diciéndole adiós. Bufó divertido, sintiendo una mano cariñosa apartar sus cabellos y limpiar la sangre que brotaba de su boca.
—Deja... ya...
—No permitas que gane la oscuridad, Tony, no lo permitas.
—¿Qué gano...? —tosió una vez más— ¿... estando en la luz...?
—¿Por qué me besaste?
Tony arqueó una ceja, dándose el lujo de ser cínico todavía. —Eres... perfecto...
—Esa no fue la razón.
—Tal vez... si quiero algo de luz... tu luz... tal vez...
—Anthony... ¡Anthony! ¡ANTHONY!
Anthony Stark moriría esa noche a las puertas de su taller, mirando el cielo estrellado con un viento frío y el llanto de un ángel sobre su pecho abierto en dos. El fuego iniciado por los cuervos al atacar el festival barrería con todo Timely, dejando solamente cenizas y cuerpos carbonizados. Steven buscaría el libro, pero no encontraría rastro alguno por más que hurgó entre las cenizas. No sería sino tiempo después, que un viajero alemán buscando historias de miedo que visitara donde una vez estuviera ese pueblo ahora fantasma que hallaría el libro casi enterrado entre el pastizal, llevándoselo como una reliquia familiar que más tarde heredaría a su amada hija, Wanda.
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