Hechizo o revelacion
EL LIBRO QUE CONTABA HISTORIAS
Autora: Clumsykitty
Fandom: Marvel/AU
Parejas: Stony
Derechos: a respirar todavía es gratis
Advertencias: una historia grotesca con elementos de suspenso y algo de horror para estas fechas tenebrosas. Inspirado en "Historias de miedo para contar en la oscuridad" y "Warlock". Sufrimiento mil, como es costumbre.
Gracias por leerme.
***
V. Hechizo o revelación.
"La magia solo dura mientras persiste el deseo." Jorge Bucay.
Los Fieles Difuntos, Manhattan, Nueva York.
Época actual.
La vida de Tony había cambiado en un parpadeo, lo mejor era ausentarse de clases si bien eso también implicaba que no vería a sus dos mejores amigos. Tenía la certeza de que Steven era alguien con mucha influencia porque solo bastó que hablara con el sacerdote de la iglesia que había estado con su madre para que nadie dijera nada sobre el hecho de llevárselo a las oficinas centrales en la ciudad bajo un resguardo que le recordó a un político o una celebridad internacional. Su madre besó sus cabellos, bendiciéndole y pidiéndole que se portara bien, ignoraba que le habían dicho a ella, alguna mentira piadosa para no hablarle de hechiceros inmortales en una guerra contra un ángel que se hacía pasar por otro sacerdote más. El chico envió un par de mensajes a Jan como a Serrure, para que no se preocuparan por él, diciéndoles que luego les explicaría todo.
—Señorito, le traje un poco de alimentos —un mayordomo de baja estatura y muy silencioso entró en su recámara, dejando una bandeja en la elegante mesa de caoba junto a la ventana— Si desea algo más, puede pedirlo, me encargaré.
—G-Gracias.
En el camino, Steven le explicó que era la última parte del alma de Antonio Stella, un hechicero nacido en tiempos remotos que había hecho un trato con Lucifer. Ignoraba su verdadero nombre, le había conocido así luego de siglos persiguiéndole por toda Europa hasta terminar en Normandía donde al fin le pudo tender una trampa que costó docenas de vidas, pero el hechicero ya lo tenía planeado, había estado buscando cada objeto de poder oscuro que existiera en esos tiempos, fundiéndolos en un libro que dividió en tres partes igual que su alma. Antonio buscaba desaparecer de la vista del ángel, al mismo tiempo que dejaba que el hechizo del libro se hiciera más poderoso, resguardando esos trozos de su alma que luego recuperaría para volver al mundo de los vivos y cuando lo hiciera, abriría las puertas del infierno en la Tierra, provocando el fin de la Humanidad.
Parecía el típico cuento barato de película de terror, sin embargo, Tony había probado en carne propia lo terrible que era la presencia de Antonio en el pasillo de su escuela. El libro no podía ser destruido más que por la espada de Steven, el fuego solamente lo consumía, pero se regeneraba, apareciendo de nuevo para buscar a su dueño. Ahora que el hechicero poseía las dos partes de su alma, era más poderoso que antes, y el tiempo lo había hecho también más fuerte como astuto. El Vaticano tenía a su disposición todos los recursos necesarios para impedir que se apoderara de la tercera y última parte, tragándose a Tony, literalmente. Otra cosa que el ángel le había explicado era que aquella partición de su alma había ocasionado el único fallo de Antonio, cada parte se había "purificado" de su maldad. Así, él era la versión más humana, más pura del hechicero y, por ende, con la que podría darle fuerza invencible a su libro.
—¿Todo bien? —Steven entró a su recámara, mirando la bandeja— ¿No te gusta lo que te han preparado?
—No, sí, es decir... no tengo hambre, realmente. Muero de miedo.
Steven negó con una sonrisa, caminando hacia la cama donde estaba sentado con piernas cruzadas. Una mano gentil acarició los cabellos de Tony.
—No voy a permitir que te haga daño. Te lo he prometido y lo cumpliré.
—¿Mi familia y amigos estarán bien?
—Antonio no irá por ellos, con el libro que han incinerado, pierde un poco de su fuerza y nosotros ganamos el tiempo suficiente para protegerte. Siempre se concentra en su objetivo, no te preocupes, de todas formas, tengo gente vigilándolos.
—Gracias, Steve.
—¿Alguna pregunta más que desees hacer?
—¿Cómo es que el libro podría abrir las puertas del infierno?
—No creo que debas...
—Por favor —el chico le miró con ojos grandes.
—Okay, solo algo general.
—Sí.
—Me has dicho que supieron de una leyenda del libro, contando historias. Así es como funcionaría, cuando estén las tres partes unidas, Antonio usará la armadura que tanto ha buscado, leerá la única historia escrita en las hojas y se hará realidad.
—Yo no he creado ninguna armadura, con trabajos he logrado una máquina de movimiento.
—Lo cual me alegra —Steven sonrió— Es un obstáculo más para el hechicero.
—Si todo sale bien, ¿él desaparecerá y seré libre?
—Tendrás una vida normal como las demás.
—¿Y tú?
—¿Yo qué?
—¿Qué será de ti?
—Recuperaré mis alas y volveré —Tony hizo una mueca que el rubio notó— ¿Qué pasa?
—Bueno, nunca me había sentido tan bien con alguien más que no fuera Jan o Serrure... y que te vayas. Nunca más te volvería a ver.
—Claro que sí.
—Ja, cuando muera y eso si me porto bien.
—Tienes un corazón puro, Tony, como tu alma. Estaría esperando por ti.
—¿Lo dices en serio?
—Soy un ángel, no puedo mentir.
Tony le miró fijamente, con un ligero sonrojo. Aunque tuviera ese cabello largo y esa barba que lo hacía lucir como un vagabundo, Steven era muy atractivo. Y era bastante malo que el castaño gustara de chicos en lugar de lindas, adineradas como esqueléticas chicas de su clase. Sin explicaciones de por medio, el muchacho abrazó a Steven con fuerza, tanto para ocultar su sonrojo como calmar su corazón. Todo estaba muy tranquilo, pero el peligro no dejaba de percibirse. Un hechicero tan antiguo queriendo devorarlo no lo iba a dejar conciliar el sueño. El ángel se quedó quieto, perplejo ante el gesto tan cálido de Tony sin saber cómo corresponder, no era que desconociera la forma en que los humanos se relacionaban, no estaba acostumbrado a recibirlas. Los brazos del rubio fueron subiendo lentamente hasta rodear su espalda y acariciar sus cabellos con cierta ternura.
—Tranquilo, Tony. No temas, estoy contigo.
Aquel abrazo del muchacho se transformó en un salto y apretón involuntario de sus brazos alrededor del torso de Steven cuando una bandada de pájaros se estrelló contra el vidrio de su ventana. Tony gritó asustado, escondiéndose en el pecho del rubio quien entró en su modo protector, ocultando el rostro del chico contra el hueco de su cuello y hombro mirando tenso aquel incidente que de fortuito no tenía nada. Solo fue cuestión de unos segundos hasta que todo volvió a la normalidad. El ángel bajó su mirada hacia Tony, acariciando sus cabellos antes de tomar su mentón para que le observara, estando lo más tranquilo posible de modo que calmara el corazón desbocado del joven, sus latidos le eran claros estando tan cerca igual que su respiración agitada.
—Quédate aquí, iré a averiguar qué sucedió.
—Es él, ¿verdad?
—Desafortunadamente sí, no es que haya enviado esas aves de forma premeditada. El poder de Antonio es tal que ha comenzado a traer desgracias alrededor del mundo, lo que te puede dar una idea de lo que es capaz de hacer con tan solo dos partes del libro.
—Tengo miedo.
—Sé que es inevitable, pero confía en mí, ¿de acuerdo?
La sonrisa del rubio tuvo su efecto tranquilizador en Tony quien asintió, suspirando antes de separarse, usando toda su fuerza de voluntad para calmar sus pensamientos alocados. Estaba en riesgo de muerte y solo se le ocurría pensar en lo muy atractivo que era aquel ángel. Cuando Steven se marchó, el chico saltó a la mesa para asaltar la bandeja, todo aquel susto le abrió el apetito. Se acercó a la ventana que miraba al jardín interior de aquella planta perteneciente a la catedral principal de Nueva York, el área de dormitorios y oficinas privadas. Ya los empleados estaban recogiendo las pobres aves que se habían estrellado no solo contra las ventanas, también contra columnas, estatuas y lámparas. Parecía como una película de terror, solo que esta sí era real.
Steven regresó para la hora de la cena, quedándose hasta que terminó lo que el buen mayordomo encargado de su cuidado -de nombre Salomón- le había traído. Revisó unos mensajes chuscos de Jan diciéndole que lo extrañaba y otros de Serrure preguntando si le prestaba unas prendas, el muy banal siempre. Tony tuvo ciertas dificultades para conciliar el sueño en aquella recámara que olía a cera de abeja, incienso y mucha santidad, por no decir los muebles que hacían que pareciera haber viajado a la época del barroco o algo así. Cuando al fin se quedó dormido, después de hablar unos minutos con su madre, tuvo un sueño de lo más curioso. Se trataba de las historias que había leído en aquel libro, solamente que veía una versión muy extraña.
Se veía a sí mismo en lugar de los protagonistas.
Tony despertó en la madrugada, con un respingo. Todo estaba quieto y en silencio, no se escuchaban sonidos del pasillo, o del jardín. El joven sintió su corazón alterado, así que respiró hondo para tranquilizarse haciendo un esfuerzo por olvidar aquella pesadilla. Pasaron algunos minutos antes de que pateara las sábanas y fuera al baño a refrescar su cara, miró a todos lados cuando lo hizo, esperando alguna aparición o un susto, pero solo quedó decepcionado. Aquel edificio era aburrido a morir. El castaño regresó de vuelta a la cama para dormir esta vez sin ningún problema, a pierna suelta con algo de baba de por medio mientras una figura en su cabecera le observaba con una sonrisa.
A la mañana siguiente, durante el desayuno, el joven se dio cuenta que la situación era aún más seria de lo que Steven le había planteado. Habían llegado refuerzos de Roma para ayudarlo y ahora el piso donde vivía temporalmente se había convertido en una fortaleza al mejor estilo de las películas de espías. Sin duda que el ángel le hubiera salvado antes de que el brujo lo hubiera tragado había dado esperanzas a todos ahí, y más. Pero afuera las cosas habían sido muy distintas, las noticias de diferentes puntos en el mundo hablaban de pestes bíblicas o de fenómenos naturales que no debían suceder, como que cayeran sapos en cierta ciudad o que de pronto un mar color turquesa se volviera rojo de un día para otro.
—No te preocupes, todo eso volverá a la normalidad cuando hayamos acabado con Antonio —le dijo el rubio con una palmadita en su mano descansando sobre la larga mesa del comedor.
El castaño solamente sonrió, mirando su desayuno a medias que no pudo terminar. ¿Cómo estaban sus padres o sus amigos? Incluso pensó en la seguridad de sus compañeros de la escuela. ¿Qué tal si ese brujo malvado los atacaba en venganza por no poderlo atrapar? Tony quiso expresar esas angustias, sin embargo, ahí en ese edificio tuvieron otras ideas muy distintas. Pensaban ya en hacerle una suerte de exorcismo con el fin de purificar su alma y así deslindarlo del libro macabro.
—Tony, ¿sucede algo?
—Steve, me dijiste que el libro no tenía forma de crear una nueva historia, pero... he recordado que Jan Jan mencionó que había leído algo nuevo.
—¿Qué? ¿Cuándo? ¿Estás seguro?
—Pues no, lo quemamos luego.
—Steve —uno de esos ayudantes italianos les llamó, mirando a Tony— Vengan acá.
Fueron a una salita donde habían puesto un sistema de vigilancia extra como si aquella zona no estuviera lo suficientemente protegida ya. Le explicaron al muchacho como funcionaría para que no se sorprendiera si de pronto veía cerrarse puertas por sí solas o que las ventanas se blindaran. También les mostraron los videos de cámaras externas, como de la ciudad. Tony vio el callejón donde echaron las cenizas del libro, ahí estaba otro equipo de la iglesia haciendo una limpieza.
—No encontramos el libro.
—Pero, ¿encontraron rastros del fuego? —quiso saber Steven.
—Sí, no mienten. El libro va a volver, y con él, el brujo.
Aquel agente de Roma pronunció aquello con tal firmeza que Tony sintió un escalofrío, temblando ligeramente. Steven lo notó, pasando un brazo por sus hombros con un beso paternal sobre sus cabellos.
—Aquí estás a salvo, en cuanto estés listo, te llevaremos a Roma.
—¡¿A ROMA?!
—Antonio es muy poderoso, Tony, debemos tener toda la artillería con nosotros.
—¿Y tú estarás en esa artillería?
—Claro —el rubio picó su nariz, despeinando ligeramente sus cabellos— Quita esa carita.
El sonrojo de Tony apareció, oculto por su excusa de ir al baño so pretexto de aquel miedo repentino. Se mojó la cara varias veces maldiciendo sus hormonas que le atacaban cuando no era tiempo de hacerlo.
—No puedes, idiota.
—Claro que sí.
Tony hubiera querido gritar, pero la mano de garras negras le cubrió la boca. Detrás del castaño estaba aquel alto y sonriente hombre de ropas antiguas con una larga trenza que caía por un hombro, mirándole a través del espejo al inclinarse sobre su rostro para susurrar en su oreja que lamió primero.
—Permíteme darte una demostración de cómo se hace.
Steven frunció el ceño al notar que su protegido se tomaba más tiempo de lo normal en el baño. Intercambió la mirada con el agente y salió de la sala hacia la delgada puerta, tocando suavemente.
—¿Tony?
Un sollozo se dejó escuchar y el ángel suspiró, tomando el picaporte. —Tony, ¿qué sucede? —al no tener respuesta, Steven optó por forzar la puerta, mirando al chico encogido bajo el lavabo— Oh, Tony, vamos, sé que esto parece horrible, no es así. Todo saldrá bien, te he hecho una promesa y la pienso cumplir. Anda, ¿quieres mostrarme tu carita?
El castaño levantó su rostro, con ojos hinchados por el llanto y un enorme puchero. Steven negó, sacando un pañuelo para limpiar su cara con cariño cuando Tony se le arrojó a los brazos, temblando.
—Sshhh, calma. No permitiré que te haga daño. ¿Tony? Anda, dime algo.
—... m-me gustas... me gustas mucho.
—¿Qué?
Aprovechando el desconcierto del rubio, Tony tomó su rostro entre sus manos para estamparle un beso fogoso, ansioso. Debido al empujón involuntario, la puerta del baño se cerró, ocultándolos de las miradas que pudiera haber en el pasillo. El castaño se montó en el regazo del ángel, restregando sus caderas sin romper el beso que buscaba la lengua de un paralizado Steven. No fue sino hasta que una mano de Tony estaba colándose por la camisa del rubio que este reaccionó, atrapando su muñeca y separándose lo suficiente para verle, con la espalda completamente pegada contra la puerta del baño. Ambos jadeaban, las mejillas del chico estaban rojizas con sus cabellos descompuestos.
—Tony, no. Para.
Por respuesta tuvo un segundo intento de beso que menguó peligrosamente la voluntad de Steven. El ángel de pronto se vio en un salto en el tiempo, estaba ahí dentro del baño, pero de pie contra la pared que miraba al frente de la puerta aplastando con su cuerpo otro que se enroscaba con piernas alrededor de sus caderas y con brazos sobre sus hombros. Las caderas del ángel se movían en un frenesí lujurioso y violento, el sudor recorriendo ambos cuerpos desnudos con un sonido obsceno de pieles chocando húmedas de semen, saliva y sudor. Steven gimió ronco, empujando contra aquel cuerpo arqueando su espalda. Una risita traviesa alcanzó su oído cuando Antonio levantó su rostro empapado de sudor, su trenza a punto de deshacerse en el agarre firme que tenía la mano del rubio en ella y quien de pronto le miró horrorizado mientras sus caderas embestían al brujo en aquel inminente orgasmo.
—Oh, Steven, eres tan grande. Fóllame, cógeme como lo has deseado todos estos siglos.
Rogers gritó, respingando con fuerza y empujando a Tony, la cabeza de este se golpeó con la orilla del lavabo, cayendo desmayado.
—T-Tony... ¡no!
El rubio llamó por ayuda, abriendo la puerta y saliendo con el muchacho en brazos, inconsciente. Si bien el golpe había sido rudo, no fue de alarma como después le diría el médico. Uno de los cardenales, llamado Samuel Wilson, pidió hablar con Steven a solas en su propia oficina. Nadie le había preguntado cómo había terminado aquel joven castaño golpeándose contra el lavabo.
—Me gustaría escuchar lo que sucedió ahí dentro, Steven.
—Excelencia...
—¿Qué fue lo que pasó? No ocultes nada que los ojos de Dios todo lo ven.
Steven se arrodilló, juntando sus manos como si fuese a orar, inclinando su cabeza.
—El brujo apareció, Excelencia. Luché por Tony, no medí mi fuerza.
—¿Ese heraldo del infierno se ha aparecido, aquí?
—Así lo vi, así fue.
—Pero no ha tomado sustancia, mientras no ocupe su último cuerpo mortal no podrá hacer nada. No te acongojes, Steven, el muchacho está bien y lo mejor, es que has salvado su vida una vez más. Habremos de retrasar su purificación, no podemos estar más en esta ciudad, tienes que llevarlo a Roma cuanto antes.
—Sí, Excelencia.
—De pie y ve con él, no te separes de su lado, ahora más que nunca ese brujo querrá volver.
El ángel asintió, poniéndose de pie y girándose para salir con una extraña sensación en su pecho. Había mentido deliberadamente. ¿Por qué? ¿Por qué sentía que había hecho lo correcto? ¿Por qué no aparecía ese remordimiento propio de la culpa a castigarlo sino al contrario le invadió un sentimiento banal de victoria? Steven no lo pudo decir, estaba confundido. Se llevó un par de dedos a sus labios que Antonio -o Tony- había besado. Un beso. Jamás había sentido un beso. Negó, alejando esos pensamientos impuros de su mente al entrar a la recámara de Tony, quien ya dormía apaciblemente con un vendaje en su cabeza. Lo había salvado por mero accidente, algo que no podía volver a ocurrir. El ángel se quedó observando esas facciones aun infantiles en el chico, sus cabellos castaños revueltos por el vendaje, lo rosado de su piel y su respiración tranquila. Bien podía ser un inocente querubín así dormido.
—Siempre estaré contigo, Tony. Lo prometo. Perdóname por haberte lastimado.
Steven pasó todo el día orando de rodillas junto a su cama, hasta que el castaño despertó con una sonrisa adormilada, pero feliz de verle a su lado. El ángel igualmente le sonrió, alcanzando una mano para besarla por su dorso en una disculpa silenciosa que Tony aceptó, riendo desganado y negando apenas, sus dedos buscando entrelazarlos con los del rubio para darles un suave apretón.
—No te vayas, Steven.
—No lo haré. ¿Tienes hambre?
Tony negó de nuevo. —Solo quiero descansar.
—Hazlo, yo estaré cuidándote.
El joven le sonrió, cerrando de nuevo sus ojos y sin soltar su mano, parecía no recordar nada o si lo hizo no lo mencionó. Steven suspiró, acomodando sus cabellos antes de recostarse a su lado. Ya no lo perdería de vista así tuviera que hacer locuras. Miró hacia afuera por la ventana, llovía repentinamente. ¿Por qué había mentido?
¿Por qué?
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