Dulce o Truco

EL LIBRO QUE CONTABA HISTORIAS

Autora: Clumsykitty

Fandom: Marvel/AU

Parejas: Stony

Derechos: a respirar todavía es gratis

Advertencias: una historia grotesca con elementos de suspenso y algo de horror para estas fechas tenebrosas. Inspirado en "Historias de miedo para contar en la oscuridad" y "Warlock". Sufrimiento mil, como es costumbre.

Gracias por leerme.

***




I. Dulce o truco.

"El hombre bueno, del buen tesoro de su corazón saca lo que es bueno; y el {hombre} malo, del mal {tesoro} saca lo que es malo; porque de la abundancia del corazón habla su boca." Lucas 6:45



Noche de Brujas, Nueva York.

Época actual.



—¡ESTÁS ATRASADO, TONES!

—¡Tú estás haciendo trampa, Jan Jan!

El joven de cabellos castaños bufó al pelear con las puntas de aquel alambre que habían cortado de la oxidada valla cubierta de maleza alrededor de la casa que visitarían como parte de sus rituales en Halloween. Su traje de cartón se había quedado atorado, así que tuvo que sacrificar algunos detalles para lograr zafarse y alcanzar a sus dos amigos que le llevaban la delantera. Janet iba vestida de abejita con unas curiosas antenas esponjosas y unas pequeñas alas amarillas, mientras que Serrure iba de hechicero en tonos dorados y verde oscuro como sus ojos porque al bastardo siempre le importaba ir combinado igual que a su amiga. A él, Tony Stark, también le gustaba eso si bien a veces caía en lo estrafalario simplemente por probar como en aquella ocasión que le dio por ser un hombre de cartón.

—¿Qué tiene de espectacular esta casa que apesta a podrido? —se quejó Serrure, haciendo un mohín de disgusto al pensar en sus caras botas pisando quien sabe qué cosas dentro de la propiedad.

—Oh, vamos, vamos —Jan dio un par de brinquitos, tomando la mano de Tony y de Serrure— Esta casa perteneció a una hermosa pero demente mujer que dicen era bruja. Le llamaban la Bruja Escarlata.

—¿En serio?

—Tones, claro que es en serio, hasta puedes ir a Registro de Propiedades para verlo, Wanda Maximoff.

—Todas las brujas están dementes.

—Pero no como esta, Serrure. Ella se casó muy joven con un hombre que murió trágicamente, ahí comenzó su demencia —contó la chica mientras subían los escalones de madera podrida que se quejaron al recibir tan singulares como prohibidos visitantes— Tiempo después tuvo un embarazo psicológico, hasta fingió el parto de sus hijos gemelos. Obviamente esa clase de cosas no pueden sostenerse y bueno... ella quería que fuera real así que invocó la magia más poderosa para lograrlo.

—Nadie puede crear vida de la nada —la parte nerd de Tony salió a flote.

—Es un cuento, tontito.

—¿Lo estás creyendo, Serrure?

Éste se encogió de hombros, mirando a Janet. —¿Qué fue lo que hizo?

Con una patada nada discreta, la joven abrió las dos puertas que se azotaron ligeramente contra las paredes, levantando algo de polvo que los hizo toser mientras caminaban dentro de la vieja casa de tres niveles que se caía a pedazos entre el moho, la humedad y los años que habían echado a perder muebles, paredes como los pocos objetos que se veían.

—Nadie se robó nada, wow.

—Claro que no, Tones, la gente siempre ha hablado de esta casa.

—No me respondiste, Jan.

—A eso iba, querido Serrure, la razón por la que nadie ha entrado a robar es que se dice que ella hizo un trato con el Diablo y este le entregó un libro. Cuenta la historia que los vecinos llegaron a escuchar y ver las siluetas de pequeños niños correr por las ventanas.

—Oh...

—¿No estás asustado, verdad, Tony?

El castaño le sacó la lengua a Serrure, Janet rió divertida guiándolos por los pasillos buscando una habitación en particular.

—Ese libro jamás fue encontrado luego de que ella murió ya anciana... y bueno, echándose a perder porque nunca nadie le visitó ni estuvo al pendiente de su salud.

—Qué triste eso.

—¿Cómo era el libro, Jan Jan?

—Según la leyenda, era un libro de piel negra con puntas de oro. Pero las cubiertas no eran lo importante, sino las páginas. Estaban escritas con sangre... y las palabras se escribían solas.

—¡Oh, claro que no! —corearon ambos chicos algo alterados por el ambiente que a su amiga no hacía mella alguna.

—¡Sí! Bueno, cuentan que la Bruja Escarlata solo murmuraba al libro "no más historias" y las palabras dejaban de aparecer. Pero lo que estuviera escrito ahí, se volvía realidad.

—¿A cambio de qué? Siempre hay algo a cambio de ese poder.

Janet se llevó un dedo a sus labios y se encogió de hombros. —¡No lo sé! Supongo que su alma, eso no decía la leyenda. Solo decía que nunca debía hablarse al libro, jamás pronunciar palabra alguna o la vida se les iba en ello.

—No entiendo, ¿cómo saben eso si jamás estuvieron en esta casa o vieron ese libro?

—Serrure, ¡es una leyenda!... ¡La encontré! —la joven brincoteó al abrir un par de viejas puertas con vitrales de flores escarlatas— ¡La biblioteca!

—Ewww, huele a orines.

—Tones, deja de hacer caras.

Los tres entraron a la amplia biblioteca que aún mostraba la gloria que había tenido hacía un siglo, con libros retorciéndose por la humedad, los estantes sosteniéndose gracias a enredaderas que se habían abierto paso por las paredes. Era un sitio enorme con títulos que hicieron al trío silbar. Una verdadera lástima que tan buenos como peculiares libros se hubieran echado a perder por una superstición. Lo cierto era que, entre broma y broma, no podían hacer a un lado el aire de peligro que tenía la casa ni ese ambiente pesado dentro de la biblioteca, como si tuviera vida propia, vigilando cada paso que daban por entre los viejos estantes o las paredes atiborradas de papeles sueltos y maderas rotas.

—No creo que una bruja hubiera dejado un libro nada más así a la vista —comentó Serrure— Yo lo hubiera escondido en un buen lugar o incluso enterrado.

—¿Se imaginan si lo encontráramos?

—Jan, no.

—Tones, sí. Ou, miren, la colección de Jane Austen, que tristeza...

—¿Para qué quieres otra versión si ya las tienes todas?

—¡Serrure! ¡Qué blasfemia!

Tony rodó sus ojos cuando la conversación se desvió a una vez más el tema del por qué no eran suficientes libros como no eran suficientes zapatos. Dejó a ese par discutiendo en el medio de la biblioteca para husmear entre los pasillos de los estantes, mirando con resignación los buenos títulos ya podridos con una mano pasando por los lomos de piel mohosa, a veces manoteando las telarañas. El castaño se topó con una pared curiosa, la única sin libros, pero con un blasón que todavía mostraba su color escarlata. Frunció su ceño, mirando por encima de su hombro a sus dos amigos acalorados en su tópico antes de volverse y caminar hasta la pared, recorriendo con sus dedos libres de sus guantes la textura del papel tapiz que sintió flojo alrededor del blasón.

—Esto no es una pared real...

Miró el blasón, entrecerrando sus ojos antes de descubrir en el tallado de metal una parte que estaba suelta y que apretó como un botón. El blasón pareció ser empujado hacia afuera, como una puerta secreta. Tony abrió sus ojos de par en par.

—Chicos...

Deslizó a la izquierda el blasón, escuchando el crujido de metal que ya no había sido usado. Lo que había detrás era un nicho en color rojo escarlata, impecable al no ser expuesto al medio ambiente. Tony sintió su corazón latirle con fuerza al ver recargado sobre esa tela sedosa un libro de pastas negras con las puntas doradas. Parecía tener el tamaño de esos libros de contabilidad que veía en la escuela, solo que el borde de las hojas tenía color sangre... El joven castaño tragó saliva, sudando profusamente con un ligero temblor en todo el cuerpo por el miedo.

—Chicos... hey...

Tony se giró sobre sus talones para silbarles, dándose cuenta que estaba solo en una biblioteca de una casa embrujada en plena noche de Halloween.

—Esto no es gracioso, ¿Jan? ¿Serrure?

Miró nervioso alrededor, casi queriendo llorar porque algo le decía que había descubierto ese libro de historias escritas con sangre que hacía realidad lo que hubiera en sus páginas. Lentamente se volvió hacia el nicho.

—¡BU!

—¡AAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHHHH! ¡SERRURE! ¡ERES UN IDIOTA! ¡TE ODIO!

El joven de cabellos negros y ojos verdes se carcajeó al ver caer a su amigo todo pálido cayendo sobre su trasero de manera graciosa por su traje de cartón, Janet salió de un lado también riéndose. Tony murmuró cosas sobre amigos pesados, dándose cuenta de que esa pared que había visto no estaba. Era otro muro lleno de libros.

—Pero, ¿qué...?

—Hubieras visto tu cara, Tones, morías de miedo.

—Casi me da un infarto por su culpa.

—Anda, es hora de volver, suficientes visitas por el día de hoy —Serrure le tendió la mano para levantarse.

—¡Una selfie! ¿Qué dicen, chicos?

Los pucheros chantajistas de la chica le quitaron el enfado a Tony, quien abrazó al par de idiotas que tenía por amigos para fotografiarse, haciendo caras al final. Salieron de ahí charlando sobre lo que harían a la mañana siguiente pues no tenían clases por la festividad. Acompañaron a Serrure hasta su casa, quien era el que vivía más lejos, caminando solitarios por la avenida de regreso hacia la casa de Janet, la más emocionada de los tres porque adoraba hacer esa clase de visitas a lugares supuestamente embrujados.

—No te asustaste tanto, ¿o sí, Tones?

—Un poquito.

—¿Qué tanto veías ahí en ese rincón?

—No me lo creerías.

—Ay, ¿qué era?

Tony se encogió de hombros. —Creí haber visto algo...

—¡¿Y no nos llamaste?!

—Eso estaba por hacer cuando me asustaron.

—Oh.

—Pero no fue nada al final, solo mis nervios. Creo que el moho de esa casa te hace alucinar.

—Es una buena probabilidad. ¿Te acuerdas cuando Serrure salió corriendo gritando como cerdito por el pasillo de aquel manicomio?

—De mis mejores memorias —sonrió el castaño, quedándose pensativo— ¿Crees que ese libro realmente existió, Jan Jan?

—Para nada, seguro fueron malinterpretaciones de una esquizofrenia paranoica de una vieja solitaria que no pudo tener familia.

—Janet Van Dyne, cazadora de mitos.

—¿Seguro estás bien?

—Perfecto —Tony asintió, señalando la casa de su amiga— Anda, nos vemos mañana. Y me mandas las fotos.

—¡Seguro! ¡Buenas noches, Tones!

Janet se despidió con un beso en la mejilla del chico, quien apretó una sonrisa mirándola entrar para ir a su propia casa. Ignoraba como esa amiga suya se las arreglaba para encontrar lugares así en una ciudad que prácticamente era el mundo futuro. Tony llamó a un taxi, era hora de volver a casa. Sus padres ya estaban dormidos como era costumbre, así que subió a su recámara donde se quitó su disfraz ya maltrecho, tirando a un lado su pequeña mochila que resbaló de la silla al no atinar lo suficiente al asiento, dejando caer todo su contenido. El castaño se detuvo al ver que un libro negro se deslizaba por entre sus cosas, un libro de piel con puntas doradas y la orilla de sus hojas en color rojo.

—¿Qué demonios...?

Tony brincó a la cama igual que si hubiera visto un ratón entrar por su puerta, con ojos casi desorbitados y palideciendo de nuevo. Nunca había tomado el libro, ni siquiera tocado. Además...

—No es posible, no es posible...

El joven buscó un palo con que tocarlo desde lo alto de la cama, picando la pasta tentativamente en espera de alguna reacción. ¿Cómo había llegado eso ahí sin que se hubiera percatado de ello? Un libro de esos le hubiera pesado de inmediato, recordaba que su morral siempre había estado cerrado tras su espalda. Jamás lo abrió mientras estuvieron dentro de la casa. Tony bajó, temeroso de aquello mientras buscaba un guante de los que usaba cuando bajaba a su taller de inventos, poniéndoselo con el fin de tomar el libro con mano temblorosa y un nudo en la garganta. Una vez que lo sostuvo bajó corriendo hacia la sala donde estaba la chimenea que encendió, no iba a arriesgarse a semejante cosa sin explicación, ya había visto suficientes películas de terror para saber en qué terminaba aquello. Sin pensárselo, lanzó el libro al fuego vivo que había conseguido, rociándole combustible para que se quemara bien y regresar a su recámara ligeramente tembloroso.

—No...

Al volver, el libro estaba sobre la cama.

Tony gimió, bajando de nuevo para ver dentro de la chimenea encendida sin nada que estuviera quemándose entre sus leños. Se llevó una mano a sus cabellos en frustración, subiendo a su recámara cuya puerta apenas entreabrió para asegurarse de que el libro estaba ahí. El castaño apretó sus ojos al confirmarlo, bajando a la sala de nuevo sin entender cómo o por qué estaba pasándole aquello. Los pasos suaves de Jarvis, su mayordomo, le hicieron volverse a la entrada de la sala.

—Joven Anthony, es muy tarde, ¿le sucede algo?

—Lo siento, J, es que... me duele el estómago y estoy haciendo ejercicio para ver si se me pasa.

—Una pastilla sería mejor solución.

—De verdad que ya me siento bien, iré a descansar, ¡buenas noches!

No le quedó más remedio que entra a su habitación con ese libro maldito sobre su cama esperándole. Tony se talló el rostro. El moho tenía propiedades alucinógenas, sí, era eso. Al descubrir su rostro el libro de pasta negra seguía ahí para su desgracia. Tony buscó entre sus cajones un cubrebocas, sus lentes de protección y el otro guante que se puso, acercándose de una vez por todas a esa cosa que estaba provocándole miedo. Picó la pasta con un dedo cubierto, alejándose de un salto. Nada pasó. Repitió el proceso hasta asegurarse de que no iba a saltarle un monstruo de su interior al abrirlo. La hoja de guarda era rojo escarlata, en papel brillante que sería la delicia de cualquier encuadernador. Tony cerró y abrió sus ojos al abrir las hojas, notando palabras en ellas en tinta roja... o sangre si la historia de Jan era cierta. Un detalle le llamó la atención porque la leyenda era que no tenía nada escrito y todo aparecía por órdenes de la Bruja Escarlata, sin embargo, al ir hojeando se percató de que las hojas estabas llenas.

—Mmmm...

Quizá si había tomado ese libro de otra parte, pero ahora con el efecto alucinógeno no lo recordaba, se dijo tratando de convencerse al momento de pasar las páginas llenas de esas letras escarlatas que le parecieron escritas en un inglés contemporáneo y no en la vieja usanza como debía esperarse. Ese detalle le hizo sentirse ligeramente estafado, pensando en Serrure como la mente maestra detrás de aquella broma pesada porque ahora sentía que ese bastardo que siempre hacía esa clase de cosas le había puesto el libro a sabiendas de que iba a asustarlo. Tony bufó, leyendo las primeras hojas. Notó que eran una serie de cuentos más que hechizos o alguna maldición. Menos asustado y más ofendido al verse tomado del pelo, decidió guardar el libro para la mañana cuando estuviera menos cansado, era el momento de dormirse o su madre pegaría el grito al cielo si no se levantaba antes del mediodía.

Cuando el castaño despertó, se encontró con el mensaje de Jan sobre las fotos que terminaron de decirle que Serrure le había engañado al notar en una de ellas su mano en la mochila tras su espalda. El muy idiota le había jugado sucio, pero ya lo asustaría en su debido momento. Tony se levantó de mejor humor, olvidando ciertos hechos ocurridos con el libro para dedicarle su atención a las noticias como a los deberes familiares, saludando a sus padres al bajar al comedor y atacar todas las bandejas igual que un viajero hambriento, cosa que hizo reír a su madre de verlo así. Jarvis trajo el periódico para su padre, quien lo extendió frente a él al comenzar a leerlo en su consabida costumbre de encerrarse en su mundo del cual solamente su madre era capaz de sacarlo a fuerza de preguntas sobre el día.

—Hoy me habló Clara, ¿la recuerdas, cariño? Estuvo con nosotros en la cena de la fundación. Me dijo que conoció a un coleccionista de libros antiguos que buscaba un ejemplar en particular.

—Mmmm.

Tony bufó, intercambiando una mirada con Jarvis quien le guiñó un ojo.

—Lo que me recuerda que debemos comprarle los libros a nuestro hijo para la Academia.

—Mamá, todavía hay mucho tiempo.

—No si vamos a buscar las ediciones correctas, la buena educación exige las letras correctas.

—Papá, ¿tú sabes algo de la leyenda del libro negro de la Bruja Escarlata?

—Anthony, ¿qué hemos dicho sobre creer en supercherías?

—¿Sabes o no sabes?

—Nunca he escuchado de ello —respondió su padre detrás del periódico.

—¿Por qué quieres saberlo, cariño?

—Ah, por nada. Creo que Serrure me hizo una mala broma.

Luego de quedar de acuerdo con Jan para un paseo por Central Park, Tony se quedó en su recámara a leer los cuentos de aquel libro. Al menos el tonto aquel tuvo que haber seleccionado buenas historias para terminar su montaje.

—"La historia del ataúd de hierro."

En una lectura rápida era la historia de un herrero en tiempos de los vaqueros que se había hecho de un traje de hierro para combatir contra un ángel. Tony arqueó una ceja porque la idea era rara si bien mostraba cierto toque creativo pues hasta donde sabía los ángeles eran siempre los buenos de la historia. Salvo en los animes, por supuesto, pero eso era otro tema. Miró el título del siguiente cuento a punto de leerlo cuando Jarvis tocó la puerta de su recámara.

—Joven Anthony, alguien le busca.

—¿A mí?

—¿No pueden buscarle?

—No, no es eso, pero no recuerdo haber llamado a alguien. ¿Quién es?

—Dice ser un viejo amigo suyo.

—¿Ah?

—¿Quiere que le diga que no puede verlo ahora?

—No, iré a ver quién es, gracias J.

Movido por la curiosidad, el castaño bajó canturreando a la puerta donde esperaba una figura alta. Era un hombre de piel blanca, cabellos largos rubios en una coleta con una barba espesa y ojos azules en un traje sastre de sacerdote católico. Tony jamás había visto ese hombre en su vida.

—¿En qué puedo ayudarle... padre?

—Tony.

—Anthony Edward Stark.

—Eh, sí, ése es mi nombre completo. ¿Mamá lo llamó por algo?

—¿Dónde está el libro?

—¿Qué? —Tony parpadeó.

—El libro —el hombre se adelantó sin quitarle la vista de encima— ¿Dónde está el libro?

—Disculpe, padre, no sé...

—Lo tienes, el libro ha vuelto. ¿Dónde está?

—¿Sucede algo, Joven Anthony? —Jarvis vino a su rescate, notando su incomodidad.

—Creo que este señor me ha confundido...

—No —el sacerdote pescó un brazo del castaño, casi tirando de él— El libro. Ahora.

—¡Hey, suélteme!

Tony forcejeó hasta liberarse, quedando detrás de Jarvis quien se interpuso entre él y aquel extraño sacerdote que le miraba de una manera que le hizo sentir incómodo.

—Me temo que debo pedirle se retire, excelencia.

—Ese libro es peligroso, no debes tocarlo, ¡tienes que dármelo!

—Por favor, retírese.

—Es la última parte, Tony, ¡entrégamelo!

—¡Señor, váyase ya o llamaré a la policía!

El joven frunció su ceño, abrazándose a su mayordomo cuando le azotó la puerta al sacerdote. ¿Acaso hablaba de ese libro que estaba sobre su cama? Imposible. ¿Sería un actor pagado por el idiota de Serrure para asustarle? La posibilidad no era tan descabellada. Una vez había contratado perros para que lo persiguieran por el subterráneo cuando leyó los Perros de Tíndalo.

—¿Todo bien, Joven Anthony?

—Sí, lamento la escena.

—No olvide que siempre hay estafadores, más en Nueva York.

—Cómo olvidarlo, gracias J.

—¿Quiere que le prepare un poco de queso fondue?

—¡Sí!

—Lo llevaré a su recámara.

—Gracias, J, te quiero mucho.

—Y yo a usted, Joven Anthony.

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