1 | El sabor de la venganza

EL SABOR DE LA VENGANZA

        Kevin esperaba apoyado en la pared de una callejuela secundaria del Barrio Francés con impaciencia, mientras las heladas ráfagas de viento le calaban hasta los huesos bajo el pesado abrigo de cuero. Se frotó las manos con vehemencia para intentar entrar en calor, observando su alrededor sin interés.

        Las baldosas de piedra eran un nido de infecciones. Estaban repletas de pequeños charcos de orina, algunas esquirlas de cristal destrozadas y varias colillas aplastadas; y todavía se podía percibir una desagradable mezcla de olor a excrementos, alcohol y humo.

        El silencio sepulcral era implacable, pero, de vez en cuando, algunas gotas de agua se deslizaban por una tubería estropeada. Las oscuras sombras retorcidas se agitaban en las viejas paredes como marionetas en un tétrico espectáculo. La luna era un punto lejano en el cielo que se difuminaba con las nubes oscuras, y la calle estaba iluminada por una solitaria farola anticuada que desprendía un crepitante fulgor ambarino.

        Nadie en su sano juicio esperaría en una calle como aquella por gusto, y ellos no eran la excepción. Habían acordado quedar con una mujer que afirmaba poder encontrar al demonio que estaba causando estragos por toda la ciudad —a esa criatura desconocida que debían dar caza antes de que ocurriera otra desgracia—.

        Y llegaba tarde.

        «Muy tarde», pensó, al mismo tiempo que una punzada de irritación comenzaba a aflorar en su pecho.

        Kevin se arremangó la chaqueta y miró la hora en su reloj de mano por enésima vez. El único accesorio que llevaba puesto era ese, un caro rolex brillante que se había comprado durante la adolescencia. Volvió a esconderlo bajo el abrigo con un suspiro.

        Expulsó aire por la boca una y otra vez, mientras se comenzaban a formar columnas de vaho resplandecientes. Al cabo de un rato ya había perdido la cuenta de sus respiraciones. El aliento condensado en forma de nube se esfumaba conforme pasaban los segundos y, con él, su esperanza.

        —Me parece que nos han dado plantón —canturreó Jack, un licántropo vivaz que se había convertido en el único amigo sincero que había tenido en años.

        El hombre lobo tenía una sonrisa divertida pintada en el rostro y martilleaba los dedos contra el muro con un ritmo desacompasado. Kevin nunca había entendido cómo lograba mantener su característico buen humor.

        —Cállate. —Le lanzó una mirada de advertencia—. Deberíamos irnos ya, está claro que no va a venir.

        —¿Qué es lo que te pasa? ¿Esto te recuerda al pequeño percance que tuviste con Laila Montgomery?

        Kevin no pudo evitar, pese a todos sus esfuerzos, que las comisuras de sus labios se curvaran ligeramente hacia arriba.

        Dos meses antes, el joven había quedado con una amiga —si podía llamarse amiga— en un bar cercano a la universidad. La había esperado durante más de una hora, pero nunca había aparecido. Había sido un golpe duro en su ego, no podía negarlo. Por eso, cada vez que veía una oportunidad, Jack le atormentaba con lo sucedido.

        —¿Cómo no iba a acordarme? —Kevin se rio, metiendo las manos en los bolsillos de sus vaqueros—. Te encargas de recordármelo cada día. Estoy seguro de que todavía te acuerdas de lo que te dije cuando volví a casa.

        —«Esa hija de puta... —recitó el licántropo, entre carcajadas—, ¿cómo se atreve? Te juro que va a desear no haber nacido».

        Contra todo pronóstico, lo deseó. Al día siguiente se había encontrado sin la beca que había obtenido para cursar medicina, acusada de robar material médico. Solo había bastado con hacer una llamada por teléfono a una bruja que le debía un favor y, en menos de lo que cantaba un gallo, su deseo se había vuelto realidad.

        Los gritos indignados de Laila habían sido música para sus oídos.

        —Al final mis plegarias se cumplieron —aseguró Kevin, esbozando una media sonrisa.

        —Eso es verdad —apuntó Jack—, pero ambos sabemos que fue obra de uno de tus conocidos de moralidad cuestionable. Eso te quita puntos, y seguramente por eso Laila te dejó plantado... —Le guiñó un ojo y soltó una carcajada—. Estoy seguro de que se dio cuenta. Como se dice por ahí, eres el promedio de las personas cercanas que te rodean.

        —Y también se dice que la venganza es amarga. —Hizo un gesto despreocupado con la mano, restándole importancia.

        —¿Acaso es mentira?

        —Lo es. Es más dulce que la miel.

        Jack no tuvo tiempo para replicar.

        De repente, una voz femenina rompió como un rayo la escalofriante quietud de la noche.

        —Y también es más ácida que el jugo de un limón. Siento el retraso.

        Por la penumbra del callejón, emergió la silueta de una mujer ataviada con un largo traje negro —sencillo, pero elegante—. Se deslizaba por el suelo mientras caminaba, y Kevin no pudo evitar pensar en toda la mugre que debía estar acumulando. Un velo blanco cubría la totalidad de su rostro.

        «Al menos ha tenido la decencia de presentarse».

        —¿Para qué me habéis hecho venir hasta aquí? —inquirió la desconocida—. Espero no estar perdiendo el tiempo. Tengo una vida muy ajetreada y no puedo permitirme el lujo de holgazanear.

        —Los que hemos perdido el tiempo somos nosotros —masculló Kevin, cruzando los brazos; si fuera por él, no habría esperado ni diez minutos—. No te costaba nada avisar.

        —¿Perdona?

        —No he dicho nada. —Entornó los ojos—. ¿Cómo te llamas?

        —Tessa, Tessa Brown.

        Hizo una reverencia exagerada y, después, se quitó el traje negro con un gesto de hombros. Iba vestida con un top y una ceñida falda de marca. Además, llevaba unas botas de diseño que conjuntaban a la perfección con un bolso de cuero que llevaba colgado del hombro. Un segundo más tarde, se apartó la tela de la cara con una mano.

        —La...

        —...ostia —le cortó el licántropo.

        La chica tenía los ojos azules profundos como el océano y el cabello rubio cenizo que caía ondulado por sus hombros. Su perfecta piel le daba una belleza sobrenatural. Parecía un ángel caído del cielo.

        «Un ángel impuntual», se dijo a sí mismo.

        —¿Habéis terminado de babear? —preguntó Tessa, mordaz.

        El hombre lobo se estaba pasando una mano por la nuca, con las mejillas teñidas de rojo, y observaba a Tessa con los ojos bien abiertos. Al contrario, Kevin trataba de disimular su sorpresa. Aparte de su evidente atractivo, podía percibir el resplandor que emanaba de la joven.

        Todos los seres mágicos tenían algún signo distintivo que no podían ocultar. Los vampiros tenían las ojeras de un muerto y los incisivos algo puntiagudos, los licántropos —excepto algunos pocos, como Jack— solían tener una ligera sombra plateada en el pelo, los seres feéricos tenían los labios y los ojos pintados de colores brillantes y, a su vez, los brujos nacían con extraños símbolos en la frente, justo entre los ojos.

        Por lo tanto, ese fulgor cegador solo podía significar que...

        —¿Eres una banshee? —Tessa asintió y Jack abrió todavía más los ojos—. ¿Esas criaturas que rompen cristales con sus gritos? ¿Las criaturas míticas que son capaces de predecir quién y cuándo va a morir? ¿Las que, según cuenta la leyenda, han sido creadas por la Muerte misma?

        —Esa misma —contestó, guiñando un ojo con picardía.

        —Tenía entendido que los tuyos vivíais apartados de la sociedad humana, en algunos cementerios abandonados —comentó Jack, que ya había salido de su estado de shock.

        —Y así es.

        —¿Entonces...?

        —Vine aquí por algunos asuntos personales. Me llamasteis e intenté encontrar un hueco en la agenda para poder venir a ayudar. ¿Qué queréis saber con tanta urgencia como para que esté obligada a presentarme en este callejón asqueroso de madrugada? —Se frotó el puente de la nariz, intentando apartar con la otra mano el pestilente olor de la calle—. Hiede.

        —Hay un demonio letal en Nueva Orleans —le explicó el licántropo con resentimiento—. Lleva once muertes contadas, todas ellas con muestras claras de tortura. Su mente es bastante retorcida y sus asesinatos, aunque sean repugnantes, también son... ¿originales?

        Kevin resopló. Las muertes no eran originales, eran asquerosas y muy perturbadoras.

        —Como a nuestros superiores no les ha hecho ninguna gracia —finalizó—, tenemos que exterminarlo lo antes posible.

        Los jefes no solían irritarse, pero no podía negar que estaban molestos. Al fin y al cabo, no querían que el marrón de los asesinatos se acercara hasta las puertas de su sede. Algo así podría desencadenar una catástrofe comparable a la de las brujas de Salem, y ni siquiera sus infiltrados en las infraestructuras del gobierno podrían evitarla.

        «Si no quieres repetir los errores del pasado, estúdialos».

        Eso mismo habían hecho sus superiores, y lo habían hecho a conciencia. Era una frase sencilla, pero extremadamente acertada.

        —De toda la información que puedo daros, ¿solo queréis averiguar el paradero de un demonio? ¿Estáis seguros de que no queréis algunos chismes jugosos de la reina de Inglaterra? —Negaron con la cabeza, prácticamente a la vez—. Qué altruistas...

        —No lo somos —replicó Kevin—, pero nos ofrecen una generosa suma de dinero si conseguimos cazar al demonio. Por mí, como si se mueren todos.

        Jack le miró, escandalizado.

        —Es verdad —se defendió, encogiéndose de hombros—, ya tengo bastantes preocupaciones como para estar salvando el mundo sin ningún beneficio. Preferiría que no muriera nadie, pero, lamentablemente, no soy un héroe.

        —Me caes bien. —Tessa le señaló con el dedo—. No quiero ser directa, pero sabéis que mis servicios no son gratuitos, ¿verdad?

        —¿Cuánto quieres? —inquirió el licántropo, entrecerrando los ojos.

        —No quiero dinero... Quiero un lugar donde alojarme, todavía tengo que resolver los problemas que se me han presentado. A cambio, os ayudaré todo lo que pueda con vuestro trabajo. ¿Alguna idea de dónde podría quedarme?

        Intercambiaron una larga mirada. El joven escondió las manos en la chaqueta de cuero, tiritando.

        —Podrías quedarte con nosotros —dijo el licántropo—. Tenemos una habitación libre que podemos dejarte. Siempre y cuando Kevin esté de acuerdo, claro.

        Kevin le lanzó una mirada emponzoñada.

        El joven no era la clase de persona que tuviera amigos por doquier —justo porque odiaba ese tipo de situaciones—, pero Jack siempre había sido la excepción. Aun así, ser la excepción no evitaba el sentimiento de incomodidad que arraigaba en su cuerpo cada vez que tomaban una decisión que le incumbía sin preguntarle.

        —Prefiero que no viva con nosotros, ni siquiera por un corto plazo de tiempo. —Jack le lanzó una mirada de reproche—. Si tiene que buscar un alojamiento, le podemos ayudar a encontrarlo, incluso pagar la totalidad de su alquiler.

        El hombre lobo se cruzó de brazos y se cubrió con la chaqueta, tiritando. El frío viento otoñal murmuraba, siseando como una serpiente hambrienta. Jack tenía los rizos castaños desordenados por las ráfagas de aire y un ligero rubor en las mejillas.

        —El dinero no cae del cielo —apuntó el licántropo.

        —Nos lo podemos permitir.

        —No solo es una cuestión de dinero, es una cuestión de tiempo. ¿Sabes lo que se tarda en encontrar un alojamiento? Posiblemente no necesite gran cosa, pero, con el papeleo y los contratos, igual no puede instalarse hasta dentro de un par de semanas.

        —Hay compañías que facilitan la instalación. Salen más caras, pero mañana mismo podría estar durmiendo en la casa de sus sueños.

        Jack fulminó a Kevin con la mirada. Tessa observaba la conversación desde una distancia prudente, sin hacer ruido.

        —¿Por qué no quieres dejar que se quede? —inquirió el licántropo, confuso—. Parece buena persona.

        —No la conocemos de nada. Si tuvieras un instinto infalible, te seguiría hasta con los ojos cerrados, pero, como no es el caso, es mejor ser precavido. Creo recordar que algunas personas que conocías terminaron siendo el sacrificio voluntario de una secta satánica.

        Y, otra vez, lo que decía era cierto. Unos conocidos suyos le habían intentado convencer para que se ofreciera como tributo para saciar el hambre de un demonio imaginario —y eso que había un bestiario bien completo para elegir—. Solo algunos humanos lograban creerse esas bobadas, y no era de extrañar que muchos tuvieran trastornos mentales crónicos.

        Al fin y al cabo, solo unos pocos querían morir despellejados como gallinas.

        —Recuerdas bien, pero solo los conocía de vista. Ni siquiera mantuve una conversación con ellos. Bueno —se corrigió—, sí que lo hice. Solo una vez, y fue cuando me invitaron a su fiesta satánica.

        —¿Y qué les dijiste?

        Hasta ese entonces, Tessa había estado escuchando la conversación, divertida. Por lo visto, parecía tener cierto interés en los adoradores del supuesto diablo.

        —Les di el número de teléfono de un manicomio y no les volví a ver.

        Kevin comenzó a soltar carcajadas. Observó a Tessa de reojo y, con un suspiro, decidió que no había problema con la banshee. Al fin y al cabo, el adosado estaba repleto de hechizos de protección. Si Tessa intentaba hacer algo, probablemente perdiera una mano en el intento.

        Además, no estaba dispuesto a hacer flaquear su relación con Jack.

        Se habían conocido varios años antes, cuando uno de sus clientes les había dado el mismo «caso» por equivocación. Meses más tarde, se habían enterado de que estudiaban en la misma universidad y, como tenían una afinidad notable —de hecho, muy notable—, habían decidido ser compañeros de alojamiento para cubrirse las espaldas. Era mucho más práctico.

        Desde entonces, se habían ayudado mutuamente.

        Jack, que había sido apartado de su manada, le pedía información sobre su familia —había cortado toda relación con ella— y, a cambio, Kevin le pedía ayuda con los misteriosos dones que poseía: durante la adolescencia, había descubierto que tenía habilidades mágicas, como hablar con los muertos o una curación más eficiente que el resto de mundanos. Cada mes visitaban hechiceros, brujos, señores del vudú... todo con intención de saber hasta dónde llegaban sus habilidades.

        Y puede que su amistad hubiera comenzado por cosa del destino, pero era una de las únicas cosas a las que Kevin podía aferrarse.

        —Si eso es lo que quieres —le dijo, levantando las palmas de las manos hacia el cielo sin estrellas—, puede quedarse a vivir con nosotros, pero luego no digas que no te advertí.

        Tessa esbozó una sonrisa tímida y a Jack le brillaron los ojos. Sin embargo, Kevin se dirigió hacia la banshee con el semblante serio:

        —Recuerda que, en el momento que comiences a vivir con nosotros, eres uno de los nuestros. Puede que seas una banshee, pero como te atrevas a engañarnos no podrás evitar mi ira. Te perseguiré hasta que mis huesos sean incinerados y no quede nada con lo que pueda atormentarte. —Aflojó el tono, sonriendo con falsedad—. ¿Lo has entendido?

        —Es mucho que asimilar, pero sí, lo he entendido a la perfección. —Miró hacia otro lado—. Tengo entendido que cerca de aquí hubo uno de los asesinatos, ¿no? —El licántropo asintió con la cabeza—. Me gustaría ir, si es posible.

        El viento silbó con más fuerza. Encima de uno de los edificios, sobre el tejado de tiza oscura, descansaba un gato de ojos brillantes y pelaje oscuro que les observaba desde la distancia. Al ver la mirada desconcertada de Kevin, se incorporó con agilidad, maullando. Un instante más tarde, ya había desaparecido por detrás de una chimenea humeante.

        El viento volvió a ulular y Kevin se arrebujó en el abrigo, intentando evitar los escalofríos.

        —¿A qué estamos esperando? —preguntó, dirigiéndose hacia la salida del callejón—. Hace frío.

        En pocos instantes, habían llegado a Bourbon Street y habían dejado atrás el callejón oscuro. Habitualmente, la avenida era uno de los epicentros de las actividades nocturnas. Sin embargo, los locales estaban desiertos, e incluso los fluorescentes carteles de neón estaban apagados. Cualquiera que no estuviera al tanto de las noticias podría llegar a pensar que la metrópoli se había transformado en una ciudad fantasma de la noche a la mañana.

        Sin embargo, lejos de eso, los habitantes tan solo estaban asustados. Estaban al corriente de los asesinatos, y algunos paranoicos habían comenzado a susurrar que el Hachero de Nueva Orleans¹ había regresado. Cualquier persona racional sabía que era altamente improbable —por no decir imposible— que el asesino serial hubiera vivido durante más de cien años, pero preferían ser prudentes.

        Giraron con rapidez por la Saint Louis Street. A lo lejos, gracias a los postes de luz crepitantes, podían distinguir su destino. Las suelas de las zapatillas repiqueteaban contra las baldosas de piedra como un reloj acelerado. Kevin giró levemente la cabeza para comprobar que le seguían el paso.

        Al salir al paseo fluvial, volvió a sentir una corriente de aire congelado en el rostro. Los pocos árboles que había se agitaban con fuerza, como si fueran títeres manejados por hilos invisibles. El parque infantil, que se encontraba a una distancia prudente, estaba completamente desolado. El crujido del columpio, que se balanceaba al compás del viento, inundó todos sus sentidos. Bajo la luz de la luna, la corriente del río Misisipi resplandecía como filigranas de plata.

        Con las calles vacías y a primera hora de madrugada, el Woldenberg Park era aterrador. Cerca de la estatua del trompetista Louis Armstrong, yacían algunas cintas amarillas que, días antes, habían impedido el paso a los curiosos que se arremolinaban alrededor del lugar del crimen. Kevin se imaginó a los reporteros vomitando sobre la acera al ver el macabro escenario.

        No pudo evitar sonreír.

        Frenó en seco a varios pasos de la estatua. Jack parecía hiperventilar, soltando bocanadas de aire exageradas, pero Tessa se mostraba impasible. ¿Se escondía detrás de una máscara de indiferencia, o de verdad estar en ese lugar no le afectaba? Sería divertido averiguarlo.

        —¿Quieres acercarte más? —le preguntó con una sonrisa que afloraba en sus labios—. Estoy seguro de que, con un poco de suerte, todavía se puede ver algún rastro de sangre junto al mármol.

        —La muerte no me da miedo. —Tessa se encogió de hombros y, con lentitud, comenzó a caminar hacia la escultura—. Nos llega a todos.

        —Pero no a todos por igual.

        La banshee pasó por su lado con la mirada fija en la estatua, adelantándose varios pasos. Estaba temblando. Siguió caminando y, varios segundos más tarde, antes de que se diera cuenta, Kevin le cogió del brazo con fuerza y tiró para sí. La banshee gritó y el joven comenzó a reírse a carcajadas. El sonido se acompañó con la huida al vuelo de varios pájaros asustados.

        —¡Me cago en la puta! —La banshee se zafó de su agarre con un gesto brusco y le lanzó una mirada furibunda. Su característica sonrisa burlona se había esfumado por completo.

        «¿Qué había dicho? La venganza es más dulce que la miel». La próxima vez que tuviera una cita se lo pensaría dos veces antes de ser impuntual.

        —Kevin —dijo Jack, empleando un tono neutro—, creo que va siendo hora de volver a casa. Este lugar es tétrico, y tu mente lo es todavía más. —Le miró, disgustado—. Vámonos ya. Es tarde y mañana tenemos clase, aunque probablemente no logre despertarme a primera hora.

        Se calló unos segundos. Después, se dirigió a Tessa, que estaba intentando volver a recuperar su dignidad:

        —¿Te parece? —La banshee asintió, todavía sin apartar la mirada de mi rostro. Le castañeteaban los dientes y parecía bastante afectada—. ¿Puedes hacer un círculo de teletransportación?

        —Supongo. —La banshee asintió, con un fino hilo de voz—. ¿Dirección?

        Kevin sacó un papel del bolsillo y se lo mostró. A su vez, Tessa cogió varios lápices de su bolso y comenzó a garabatear trazos de tiza blanca en el suelo —con la mano titubeante, todavía temblando—. Un instante más tarde, el trozo de papel comenzó a arder hasta que solo quedaron cenizas. En el suelo, después de varios minutos, Tessa había preparado un círculo perfecto con símbolos estrambóticos en su interior. Dibujar algo así en tan poco tiempo requería años de práctica.

        Se incorporó y puso los pies dentro del dibujo. Kevin y Jack hicieron lo mismo.

        —Eres un cabrón —musitó el licántropo con una casi imperceptible sonrisa, dándole un ligero codazo en las costillas—. ¡Menudo susto le has dado! —Se pasó una mano por la nuca y la banshee se alejó todo lo que pudo de Kevin.

        —¿Estáis listos? —les preguntó Tessa, pero no esperó una respuesta.

        El dibujo comenzó a iluminarse. Varios instantes más tarde, el polvo del suelo estaba flotando a varios centímetros del suelo. Siguió levitando y fue en ese momento cuando Kevin se dio cuenta de que sus pies también se habían despegado de la acera. La luz aumentó en intensidad, primero tenue y después cegadora. Cerró los ojos y, al abrirlos, ya no había rastro de la calle. Solo alcanzaba a ver blanco.

        Comenzaron a dar vueltas y, cuando desaparecieron, en el paseo ya no quedaban pruebas evidentes de su estancia; tan solo había unas marcas de tiza que comenzaban a borrarse transformándose en polvo.

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