EPÍLOGO
Cinco años habían pasado desde su fatídica lucha entre el bien y el mal, una lucha que cambió su vida para siempre. Era una mañana de sábado, tranquila, serena, y la luz del sol se colaba suavemente por las cortinas del salón, creando un ambiente cálido en la casa que Anthony y Madison ahora llamaban su hogar. La vida, aunque marcada por aquellos eventos, había seguido adelante. Habían construido una rutina, una vida más estable, una especie de refugio donde ambos podían finalmente respirar sin el peso de la incertidumbre constante.
Anthony estaba en la cocina, preparando el café de siempre, mientras Madison revisaba algunos papeles en la mesa del comedor. Él había mantenido su puesto en Atlas Global Solutions y, con el tiempo, había ascendido a un puesto de supervisor. Su capacidad para resolver problemas rápidamente, su habilidad para conectar con la gente, y su sentido práctico, lo habían convertido en un líder natural. Aunque su trabajo no tenía nada que ver con la medicina, lo hacía feliz. Le daba estabilidad, propósito, y lo más importante: le permitía estar presente, disfrutar de su vida junto a Madison.
—¿Sabes? —dijo él, rompiendo el silencio matinal mientras colocaba las tazas en la mesa. —Creo que finalmente le estoy agarrando el truco a este trabajo. Ayer, la junta fue un éxito total. No sé cómo lo hice, pero logré que todos dejaran de discutir en menos de cinco minutos.
—Eres un pacificador nato —respondió ella, con una sonrisa, apartando los papeles para concentrarse en él—. Si pudiste sobrevivir a nuestra situación con Sanders, creo que cualquier junta de trabajo sería fácil para ti.
Anthony sonrió, llevándose una mano al pecho en un gesto dramáticamente sobreactuado.
—¡Ay, mi heroísmo! —dijo, riendo. —Pero sí, es bastante loco. Me siento más en control de mi vida ahora que hace unos años. Es como si todo ese caos me hubiese preparado para enfrentar cualquier cosa. Bueno, casi cualquier cosa... —añadió, lanzándole una mirada juguetona. —Excepto cuando tú te pones terca con las reformas de la casa.
Madison rio, negando con la cabeza.
—Bueno, eso es porque yo tengo buen gusto y tú... bueno, tú tienes algún gusto —dijo, haciendo comillas con los dedos en la palabra "algún".
—¿Algún gusto? —replicó él, ofendido de manera exagerada. —¡Mira quién habla! La persona que quería poner una réplica a tamaño gigante de la hoja de Lörien en el dormitorio, como si fuera arte moderno.
—¡Oh, por favor! Jamás vas a entender mi gusto por el Señor de los anillos —dijo ella, entre risas, tomando un sorbo de su café. —Un gusto que tú mismo me contagiaste, de hecho. Además, no nos fue tan mal después de todo, mira donde estamos ahora.
Ambos hicieron una pausa, y sus miradas se encontraron por un momento. Había algo en ese silencio compartido que estaba lleno de significados, de recuerdos, de todo lo que habían superado juntos. Madison dejó la taza de café sobre la mesa y se quedó pensativa, observando la luz reflejada en la ventana.
—Es extraño pensar en todo lo que pasó —dijo ella, suavemente—. Hace cinco años... no tenía ni idea de que terminaríamos aquí, juntos, tranquilos, haciendo bromas sobre la decoración de la casa. El simple hecho de pensar en que acabaría viviendo con alguien, hablando de esto como una anécdota más, me parece increíble.
Anthony asintió, bajando la mirada hacia su taza, como si él también estuviera sumido en sus propios pensamientos.
—¿Recuerdas lo perdidos que estábamos entonces? —preguntó, su voz un poco más grave de lo habitual. —Todo parecía una pesadilla. Cada día en Ashgrove era una batalla nueva, y luego, el juicio... No pensé que pudiéramos salir de todo eso sin quedarnos rotos.
Madison se inclinó hacia él, tomando su mano.
—Pero no lo hicimos. Salimos de eso más fuertes. Tú me mantuviste firme cuando pensaba que no podría más. Siempre encontrabas una manera de hacerme reír, incluso en los peores momentos. Creo que eso me salvó, ¿sabes?
—Y tú me diste razones para seguir —respondió él, tomando su mano con suavidad—. Ver por todo lo que pasaste, lo que estabas enfrentando. Me hizo darme cuenta de lo que realmente importa.
Los ojos de Madison se llenaron de una mezcla de gratitud y emoción, y aunque ninguno de los dos dijo nada más por un momento, el silencio que los envolvió estaba lleno de comprensión mutua, de amor y una sensación de logro compartido. Finalmente, fue el propio Anthony quien rompió el momento con su característico humor.
—Pero en serio, esa enorme hoja verde habría sido una catástrofe decorativa —dijo, haciéndola reír de nuevo.
—¡No sabes de lo que hablas! —bromeó ella. —Deberíamos haberla puesto. Al menos habría sido un recordatorio constante de quien tiene realmente el control del diseño de la casa.
—¿Y quién tiene el control?
—Yo, por supuesto —respondió ella, y ambos rieron con complicidad.
El trabajo de Madison también había cambiado mucho, a su vez. Después del escándalo que sacudió al hospital y al gobierno, asumir el cargo que antes había sido de Trevor Miller, no era nada fácil. Al menos ahora no tenía que estar viajando constantemente de una ciudad a otra, pero dirigir las mejoras y un grupo de al menos veinte consultores médicos, no era tarea sencilla. El hecho de que se quedara en casa la mayor parte del tiempo había cambiado por completo su dinámica de vida, ya que cuando no estaba respondiendo correos y expedientes la mayor parte de las horas, estaba en videoconferencias con gente del gobierno, y colegas directores.
Anthony la miró con eterna ternura, completamente iluminado por la mujer con la que compartía una vida, y sonrió viendo su imagen. De la cintura para arriba vestida formalmente, prolijamente peinada y con una camisa formal levemente escotada, remangada hasta los codos y de un blanco inmaculado, por si tenía que atender alguna video llamada. De la cintura hacia abajo, en cambio, vestida solo con un short de dormir con diseño de frutas, y en pantuflas de lanilla.
—¿Cómo te sientes con el trabajo? —preguntó Anthony de repente, cambiando el tono de la conversación. Madison se quedó pensativa un momento, antes de responder.
—Es... gratificante, pero agotador al mismo tiempo —admitió—. A veces siento que estoy peleando una batalla interminable. Siempre hay algo nuevo que arreglar, otro hospital que reformar, otro problema que solucionar. Pero al menos no estoy sola en esto, y sé que estoy haciendo una diferencia. Lo que pasó en Ashgrove no se va a volver a repetir.
Anthony asintió con seriedad.
—Tú eres la razón por la que eso no se repite. Estás marcando la diferencia de verdad, y no puedo imaginar a alguien mejor para ese trabajo.
Madison lo miró, agradecida por sus palabras. A pesar de todo, siempre había sido Anthony quien la mantenía enfocada, quien le recordaba porque hacia lo que hacía. Era su apoyo constante, el ancla que la ayudaba a mantenerse firme cuando todo lo demás parecía desmoronarse.
—¿Y tú? —preguntó ella, cambiando de tema. —¿Cómo te ves en unos años? ¿Siguiendo en la empresa o explorando nuevos horizontes?
Anthony se encogió de hombros, pero su expresión se suavizó.
—No lo sé. Me gusta lo que hago ahora, y me pagan bien, pero no quiero quedarme estancado. Quizás cuando nos mudemos a la costa me veas abriendo una pequeña tienda de café, o algo así. Ya sabes, esos lugares hípsters donde te sirven el café en vasos de cerámica pintados a mano o alguna mierda de esas —bromeó. Madison rio con fuerza.
—¡Tú, en una tienda de café! Eso sí que sería una sorpresa.
—Oye, nunca digas nunca, además, ni que mi café fuese tan malo. ¿Te imaginas? Podríamos llamarla algo así como la cafetería de los sobrevivientes —dijo, marcando comillas con las manos—, en honor a todo lo que pasamos.
—¡Ah! Perfecto. Y ya de paso puedes ponerme a mí como la barista estrella —dijo Madison, levantando una ceja—, solo para que venga algún millenial con pelo de colores y una camiseta de Radiohead a pedirme mi teléfono para intentar ligarme.
—Bueno, entonces tú serias la encargada de las finanzas, y yo del café. Seríamos invencibles.
La conversación se fue desvaneciendo en un ambiente de paz. Madison y Anthony habían aprendido a disfrutar de las pequeñas cosas, como estas mañanas tranquilas de café y risas. Ya no tenían la misma ansiedad ni el miedo constante que los acompañaba hace tanto tiempo atrás. Ahora, aunque ambos trabajaban en rubros completamente diferentes, estaban más unidos que nunca.
Al poco tiempo, Anthony se levantó, tomó las tazas vacías lavándolas en el fregadero y luego fue al dormitorio, a prepararse para su día de trabajo, mientras Madison se quedó sentada en la mesa, mirando por la ventana y reflexionando sobre lo afortunados que eran. Lo que habían vivido los había cambiado para siempre, pero les había dado una fortaleza que nunca imaginaron tener.
Al salir del dormitorio y volver a la sala, Anthony regresó y sin previo aviso, la abrazo por detrás, dejándole un suave beso en su cuello.
—¿Sabes una cosa? —dijo en voz baja, apoyando su barbilla en el hombro de ella. —No importa donde estemos más adelante. Sé que siempre estaremos bien mientras estemos juntos.
Madison sonrió y tomó su mano, apretándola con suavidad.
—Yo también lo sé —respondió.
*****
Casi dos semanas después, el sol descendía lentamente sobre el horizonte en una tarde cálida, tiñendo el cielo de un suave anaranjado. Anthony llegó a casa después de un día no muy bueno en la compañía. Nada fuera de lo común había sucedido, pero la rutina del día a día a veces podía resultar agotadora. Apenas cruzó la puerta, se quitó la chaqueta y la dejó colgada en la percha, sintiendo el alivio de estar en el hogar, al fin.
Madison estaba en la cocina, pero no con la misma concentración de siempre en los correos del trabajo o en las reformas hospitalarias. En lugar de eso, se la veía tranquila, casi esperando su llegada con una sonrisa que no lograba disimular del todo.
—Hey, ¿Qué tal estuvo tu día? —preguntó, dirigiéndose hacia él con un vaso de jugo de naranja en la mano.
—Lo de siempre —respondió Anthony, soltando un suspiro y estirándose un poco—. Nada fuera de lo común, pero ya sabes, esos días en los que todo parece un poco más lento.
—¿Un día regular, entonces? —dijo ella, sonriendo, mientras le ofrecía de su propio vaso.
—Exacto. ¿Y tú? Pareces... ¿feliz? —comentó, observándola más de cerca. Madison sonrió ampliamente y se sentó en el sofá, haciendo un gesto para que él se sentara a su lado. Anthony, desconcertado pero intrigado, obedeció.
—Tengo una noticia para ti —dijo, poniéndose un poco más seria, pero manteniendo el brillo en la mirada—. Y creo que te va a gustar.
Anthony arqueó una ceja, curioso. Su día, aparentemente normal, estaba a punto de volverse mucho más interesante.
—He estado moviendo algunos contactos en mi trabajo y bueno... después de mucho papeleo y llamadas interminables, he logrado que se autorice la demolición en Ashgrove —soltó ella, observando atentamente su reacción.
La miró, incrédulo por un breve segundo. No era una noticia cualquiera, Ashgrove había sido el epicentro de los momentos más oscuros de su vida juntos, y el hecho de que ese lugar fuera demolido significaba cerrar un capítulo de su historia.
—¿De verdad? —preguntó, casi sin poder creerlo. —¿Van a demolerlo?
—Sí, no más Ashgrove —respondió Madison, con firmeza—. Va a convertirse en un centro comunitario, un lugar donde realmente se ayude a la gente. Ya he hablado con varios entes públicos, y se ha aprobado el proyecto. El hospital será transformado en un centro de apoyo y asistencia médica para personas de bajos recursos. Será algo completamente distinto a lo que fue antes.
Anthony la miró con admiración. No solo por lo que había logrado, sino por la forma en que había luchado para que algo bueno surgiera de todo ese caos.
—¿Cómo lo hiciste? —preguntó, sorprendido. Madison se encogió de hombros, como si fuera sencillo.
—He usado alguno de mis contactos en el gobierno, y también charlado con algunas organizaciones que apoyan las reformas hospitalarias. El proceso no fue fácil, claro. Hubo mucho papeleo de por medio, permisos de la ciudad, inspecciones, pero una vez que logramos que todos entendieran lo importante que era dejar atrás ese sitio corrupto y crear algo nuevo, no fue difícil convencerlos. Y... bueno, como directora, tengo un poco más de influencia de lo que solía tener antes, así que transferí a todos los médicos y enfermeros que trabajan allí a otras dependencias. Venía preparando esto durante meses, pero no quería contarte nada hasta que no se aprobara el presupuesto de la empresa constructora.
Anthony la escuchaba, impresionado por todo el trabajo que había hecho, y no pudo evitar sentir una oleada de orgullo por ella. Pero lo que más lo sorprendió fue lo siguiente que dijo.
—Además... voy a estar allí el día de la demolición —añadió, mirándolo directamente—. Quiero ver como tiran abajo ese lugar. Con mis propios ojos.
Hubo un momento de silencio entre ellos mientras la magnitud de lo que acababa de decir se asentaba.
—Wow... —fue todo lo que pudo responder.
—¿Te gustaría venir conmigo? —preguntó Madison, con suavidad. Anthony no necesito tiempo para pensarlo, su respuesta fue inmediata.
—Por supuesto —dijo, con una mezcla de alivio y determinación—. Nada me haría más feliz que ver como ese lugar del demonio se convierte en polvo de una vez.
Ambos se quedaron en silencio, compartiendo esa comprensión mutua. Ashgrove no era solo un edificio; representaba un pasado lleno de dolor, pero también de superación. Madison, sin embargo, no había terminado.
—Pero eso no es todo —dijo de repente, con un brillo travieso en sus ojos.
Anthony la miró, ligeramente desconcertado.
—Ah, ¿No es todo? —preguntó, divertido. —No me digas que también vas a llevarte un trozo de escombro de Ashgrove, como recuerdo.
—Ja, ja, muy gracioso —respondió ella con ironía, levantándose del sofá para rebuscar debajo de un montón de papeles sobre la mesa de café.
Después de unos segundos, encontró lo que estaba buscando: un sobre blanco, sin marcas visibles. Se lo tendió a Anthony con una expresión que mezclaba misterio y alegría contenida.
—¿Qué es esto? —preguntó él, tomando el sobre y sintiendo el ligero peso en su mano.
—Ábrelo y lo verás.
Con curiosidad, Anthony rasgó el sobre por un lateral y sacó dos boletos de su interior. Frunció el ceño mientras los leía, eran entradas para un concierto de Ghost. Anthony parpadeó, claramente sorprendido. Reconocía el logo, lo había visto en varias camisetas de Madison.
—Ghost... —repitió lentamente, como si intentara procesarlo. —¿La banda de la que hablas todo el tiempo, tu favorita?
—¡Sí! —dijo ella, claramente emocionada. —Van a estar en la ciudad vecina dentro de dos meses y pensé... que sería divertido ir juntos.
Anthony la miró, todavía tratando de entender la sorpresa. No era el tipo de música que él solía escuchar, precisamente, pero sabía lo mucho que significaba para Madison. Y en ese momento, entendió que esto no solo era un regalo más, era su manera de incluirlo en su mundo.
—Vaya... —dijo finalmente, mirando las entradas con una sonrisa incrédula. —No tengo ni idea de quienes son, más allá de lo que me has contado, pero claro, me encantaría ir contigo.
—¡Perfecto! —respondió ella, emocionada y radiante. —Tienes dos meses para escuchar algunas canciones, así que no hay presión. Te haré una lista de reproducción para que te vayas familiarizando con ellos.
—Eso me suena a una trampa —bromeó Anthony—. ¿Estás segura de que no intentas convertirme en un fanático del metal?
—¿Y si así fuera? —dijo, arqueando una ceja. —Tal vez te sorprendas. Ghost tiene algunas canciones que hasta tú podrías disfrutar. Y lo siento, cariño, pero necesito cantarte Life eternal mirándote a los ojos.
Anthony soltó una carcajada y la atrajo hacia sí, abrazándola con suavidad.
—No sé cómo lo haces, pero siempre logras sorprenderme —dijo, con una sonrisa sincera—. ¿Sabes una cosa? No me importa que música toquen, mientras este contigo, sé que lo voy a disfrutar.
Madison sonrió y lo besó con delicadeza, sintiendo la calidez y la cercanía de ese momento. Habían recorrido juntos un largo camino, y aunque el futuro seguía siendo incierto, sabían que siempre podrían contar el uno con el otro.
—No puedo creer que vayamos a ir a un concierto de rock y después demoler Ashgrove —dijo Anthony, todavía asimilando lo que había pasado en pocos minutos—. Es como cerrar un ciclo, ¿no?
—Exactamente —respondió Madison en voz baja, mientras apoyaba su cabeza en su hombro, disfrutando de la calma que él emanaba—. Cerramos un capítulo para abrir otro. Y no hay mejor forma que hacerlo juntos. Siempre juntos.
Y así, mientras el sol se ocultaba por completo y la noche comenzaba a envolver la casa, la sensación de que habían cerrado para siempre un pasado horrible los acompañaba. Habían sobrevivido al caos, al miedo, a las sombras del pasado. Y ahora, con la vida plena frente a ellos, sabían que, pase lo que pase, la enfrentarían de la mejor manera posible: tomados de la mano, como compañeros en todo, con la certeza de que su amor los guiaría siempre por buen camino.
Porque unidos eran imparables, y el futuro les pertenecía.
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