8
Cuando volvieron del receso, luego de la hora de descanso en la cual compartieron una charla, siguientes estrategias y formas de proceder, y por sobre todo, evitaron a toda costa a la malnacida de Sanders —tal como Madison le decía—, comenzaron a ingresar nuevamente a la sala poco a poco, entre el murmullo de la gente a su alrededor. El juez ingresó por último, acompañado de sus escoltas, tomó asiento frente al escritorio alto y entonces inició de nuevo la sesión. La fiscal Mills se puso de pie, y pronuncio entonces con frialdad:
—Su señoría, llamo al estrado a nuestro testigo, el señor Trevor Miller.
El aire en la sala del tribunal pareció espesarse de inmediato. Anthony, sentado a su lado, sintió el temblor casi imperceptible en las manos de Madison, algo que normalmente solo ocurría cuando estaba al borde de un colapso emocional. Levantó los ojos y vio como la persona que más conocía en el ámbito profesional, el hombre en quien había confiado durante años, ingresaba a la sala. Trevor Miller era alguien en quien había depositado su carrera, pero ahora, allí estaba, del lado de Sanders. Madison no podía comprender como alguien que representaba estabilidad y éxito en su vida podía haber decidido traicionar a la medicina de esa manera.
—No puede ser... —murmuró, con la voz ahogada por la sorpresa y el dolor. Anthony la miró con preocupación.
—¿Quién es él? —preguntó. Madison respiró hondo, intentando contener la avalancha de emociones que estaba a punto de desbordarse.
—Es mi jefe... Trevor... él... —no podía procesar lo que veía, la imagen de Trevor Miller tomando asiento junto al juez, vestido con un traje gris perfectamente ajustado. Su mirada fría e impasible la atravesó, no había compasión, ni siquiera un reconocimiento de lo que alguna vez compartieron como colegas. Era como si ya no la viera como una persona.
Anthony la tomó de la mano, dándole un leve apretón. Sabía que este momento era devastador para ella, y lo último que quería era que se sintiera sola ante semejante traición. Era él, el hombre con quien había escuchado a Sanders hablar por teléfono desde el hospital, aquella noche. No tenía forma de saberlo, pero lo intuía con una certeza horrible. Ahora todo tenía sentido. Todas las miradas de la sala estaban fijas en él, especialmente la de Madison. Sabía que el sonido de su voz pronto la devolvería a los peores recuerdos de su carrera, a todas las veces que Trevor la había impulsado, la había elogiado, y ahora, iba a destruirla.
La fiscal Mills caminó hacia él con la misma seguridad. Ella sabía que este testimonio era clave para desestabilizar la defensa de Madison.
—Señor Miller, gracias por estar aquí. ¿Podría indicarnos su relación profesional con la señorita Lestrange? —comenzó, con una amabilidad calculada. Trevor asintió, miró hacia el jurado y luego hacia la fiscal.
—Por supuesto. Soy el jefe directo de Madison Lestrange, he supervisado su trabajo en varios hospitales, más recientemente en el hospital Ashgrove.
—¿Y cómo describiría el desempeño de la señorita Lestrange durante su tiempo bajo supervisión? —preguntó Mills, con tono incisivo.
—En un principio, era una empleada ejemplar. Tenía una reputación impecable y estaba muy comprometida con su trabajo. Sin embargo, en el último tiempo, su comportamiento ha cambiado. Comenzó a mostrar signos de inestabilidad mental y emocional. Se ausentaba del trabajo, alegando problemas personales, y en más de una ocasión dejó tareas críticas sin terminar.
Cada palabra de Trevor era como una puñalada. Madison sentía que le estaba arrancando capa por capa, exponiendo sus vulnerabilidades más profundas. La imagen que él estaba pintando era una farsa, un intento descarado de desacreditar todo lo que había construido. Y no conforme con eso, estaba utilizando sus pérdidas personales en su contra. Desde algún lado de los recuerdos de su mente, el rostro de Alex, Tom y las otras dos chicas de su adolescencia, parecieron mirarla. La fiscal Mills sonrió apenas, notando la incomodidad en el rostro de Madison. Continuó su ataque sin dudar.
—¿Diría usted, entonces, que la señorita Lestrange tiene un historial de comportamiento errático y poco profesional?
Trevor no titubeó.
—Sí, lo diría, especialmente en el último año. Hubo varios incidentes en los que se retiraba del trabajo sin previo aviso, y cuando regresaba, parecía no tener la capacidad emocional para manejar la presión de su cargo.
El silencio en la sala era atronador. Cada palabra de Trevor era un golpe, pero la fiscalía no había terminado. Mills se acercó un poco más al estrado.
—¿Podría darnos algún ejemplo concreto de esos incidentes, señor Miller?
—Hubo un caso particular en el que la señorita Lestrange dejó un proyecto de reforma clínica a medio terminar. Su repentina ausencia puso en riesgo el éxito de la reforma y comprometió la salud de algunos pacientes. Cuando se le preguntó por qué había abandonado el proyecto, ella mencionó problemas personales, especialmente pérdidas cercanas recientes.
Madison sintió como los ojos se le llenaban de lágrimas, ardiéndole, pero se negó a dejar que brotaran. Utilizar su dolor personal como arma para desacreditarla era lo más cruel que Trevor podía haber hecho. Anthony, que la sostenía de la mano, sintió como su cuerpo se tensaba y le acarició el dorso con el pulgar, en un intento de darle un apoyo silencioso. La fiscalía sabía que había tocado un punto sensible, y aprovechó la oportunidad para seguir atacando.
—Entonces, ¿es justo decir que la señorita Lestrange ha tenido problemas constantes para separar su vida personal de su vida profesional?
—Es correcto. Su inestabilidad emocional ha afectado su capacidad para desempeñar su trabajo de manera efectiva —respondió Trevor, con una frialdad que hizo que Madison se estremeciera. Rebecca Hastings, quien hasta ese momento había estado observando en silencio, se levantó de su asiento con paso firme.
—Señoría, pido permiso para solicitar la palabra —intervino. El juez asintió, dándole la señal para proceder. Rebecca se acercó al estrado, sus ojos clavados en Trevor, pero también consciente de la mirada de la fiscal.
—Señor Miller, ¿diría usted que es ético utilizar tragedias personales de un empleado como prueba de su incompetencia laboral? —preguntó, con una dureza velada. Trevor pareció sorprenderse por la pregunta, pero mantuvo su postura.
—No estoy aquí para discutir ética, solo para relatar los hechos.
—Oh, los hechos, claro. Pero resulta que los hechos también muestran que el hospital Ashgrove, bajo la dirección de la doctora Sanders y el doctor Heynes, estaba plagado de corrupción. Y me resulta interesante que, mientras usted está aquí para atacar el carácter de la señorita Lestrange, parezca ignorar convenientemente las actividades ilícitas que estaban ocurriendo por parte de sus defendidos, más aun teniendo en cuenta que Ashgrove es un hospital bajo su jurisdicción.
Rebecca se giró hacia su mesa, tomó de su carpeta una serie de papeles y luego miró hacia el juez.
—Su Señoría, me gustaría presentar al jurado una serie de documentos que prueban transacciones bancarias ilícitas entre el hospital y cuentas personales de la doctora Sanders y el señor Heynes —continuó, entregando los documentos a un asistente del tribunal, quien los llevó al juez. El hombre tras el escritorio tomó los papeles, revisando con detenimiento antes de entregárselos al resto del jurado.
—Estos documentos muestran que el hospital Ashgrove no solo desvió fondos públicos hacia cuentas privadas, sino que también realizó pagos ilícitos a familias afectadas para silenciar casos de negligencia médica. Señor Miller, ¿tenía usted conocimiento de estas transacciones?
Trevor mantuvo su compostura, pero hubo una leve vacilación en su respuesta.
—No, no tenía conocimiento de eso.
Rebecca lo miró fijamente, acercándose aún más.
—¿Está diciéndonos que, siendo el supervisor directo de la señorita Lestrange y parte del equipo directivo, no tenía conocimiento de que un hospital bajo su jurisdicción estaba involucrado en un esquema masivo de corrupción y desviación de fondos? —preguntó, con una leve inclinación de incredulidad en su voz.
—Mi rol no incluía la supervisión de transacciones financieras —respondió, con una frialdad defensiva. Rebecca asintió lentamente.
—Interesante. Porque parece que, mientras estaba ocupado desacreditando a una empleada por problemas personales, el hospital bajo su mando estaba colapsando bajo el peso de su propia corrupción —luego miró al juez y asintió con la cabeza—. No tengo más preguntas.
El juez miró el reloj, y luego al jurado.
—La corte cierra sesión, volveremos en dos semanas.
*****
La noticia de que Trevor Miller estaba implicado en la corrupción junto con Sanders y Heynes dejó a Madison devastada. No solo era una traición a nivel profesional, sino que también había puesto en duda cada una de las decisiones que había tomado a lo largo de su carrera. Saber que alguien tan cercano a ella, profesionalmente hablando, había sido parte del mismo esquema corrupto que los había llevado a este infierno, y que ahora se convertiría en una pieza clave en el juicio, la desmoronaba poco a poco.
En los días siguientes a la revelación, la rutina de Madison y Anthony había adquirido una extraña monotonía. El peso de la incertidumbre y la inminente resolución del juicio se sentía en cada rincón de la casa. Aunque trataban de seguir adelante, con pequeñas tareas cotidianas y conversaciones banales, el miedo a lo que podría suceder era ineludible.
Era una mañana gris cuando recibieron el llamado de Rebecca Hastings. Madison estaba sentada en la mesa del comedor, moviendo distraídamente una cuchara en su taza de café frío cuando sonó el teléfono. Anthony, quien estaba lavando los platos, giró la cabeza hacia ella con una mirada de preocupación, y vio como miraba la pantalla del teléfono.
—Es ella —murmuró Madison, sin moverse.
Anthony dejó lo que estaba haciendo, secándose las manos rápidamente con una toalla. Se acercó a Madison y le puso una mano en el hombro.
—Tienes que contestar.
Madison asintió con un suspiro pesado y atendió la llamada, poniendo el altavoz.
—Hola, Rebecca —dijo, intentando que su voz sonara estable. Del otro lado de la línea, la voz de la abogada sonaba más tensa de lo habitual—. Te escuchamos.
—Madison, Anthony, tengo novedades. La corte ha decidido que ya tiene suficiente información y pruebas. La siguiente audiencia será la resolutiva, el jueves de la semana que viene, misma hora.
Las palabras cayeron sobre Madison como un balde de agua fría. Aunque sabían que eventualmente llegaría este momento, escucharlo en voz alta, oficial, le daba una gravedad que hacía que todo se sintiera más real, y a la vez, más aterrador.
—¿Qué... qué significa eso? —preguntó Anthony, su voz llena de inquietud. Rebecca tomó una pausa, antes de continuar.
—Significa que el juicio ha avanzado lo suficiente y que la corte cree que tiene los elementos necesarios para emitir un veredicto. No habrá más audiencias después de esta, será el final.
Madison cerró los ojos, sintiendo como el nudo en su estómago se apretaba aún más. A pesar de toda la preparación, de todas las pruebas que habían presentado, el miedo a lo que podía pasar era inmenso, y casi sin querer, una lágrima le cayó por el rostro, goteando en la barbilla hacia la mesa.
—Rebecca, ¿Cuáles son nuestras posibilidades? —preguntó él.
—Hemos presentado un buen caso, pero, como en cualquier juicio, no puedo garantizarles nada. Hay un riesgo real, sobre todo considerando la falta de testigos en el momento de los hechos, así que la fiscalía seguirá atacando por ese lado. Están intentando enmarcarlo como un acto imprudente, sin importar las circunstancias. Y aunque hemos demostrado la corrupción de Sanders y Heynes, la defensa propia es complicada de probar. El jurado tendrá que decidir si creen en su versión.
—¿Y si no lo hacen? —la voz de Madison era apenas un susurro.
Hubo un silencio incomodo del otro lado de la línea antes de que Rebecca respondiera.
—Si no lo hacen... las consecuencias podrían ser graves. Seguramente prisión. No puedo decir con certeza cuánto tiempo, pero si fallan en su contra, no será algo leve.
Madison apoyó los codos en la mesa y se sujetó la frente con las manos, sintiendo que el peso de la posible condena caía sobre ella. Anthony, al verla tan afectada, se apuró a cortar la comunicación al mismo tiempo que le acariciaba el hombro con ternura, tratando de ofrecerle algo de consuelo.
—Gracias, Rebecca. Nos vemos el día de la audiencia —dijo, intentando mantener la compostura por ambos.
Cuando colgaron, el silencio en la casa era opresivo. Madison dejó el teléfono sobre la mesa y enterró la cara en sus manos, llorando en silencio. Prisión. La palabra resonaba en su mente, fría y cruel, al mismo tiempo que se imaginaba como sería vivir allí, siendo golpeada a diario por otras reclusas, tener que orinar en un baño común, luchar por su comida y cinco minutos a la semana para poder bañarse. Todo por intentar sobrevivir, todo por intentar hacer lo correcto. Anthony la rodeo con sus brazos, apoyando la cabeza sobre ella.
—Vamos a salir de esta, Maddie —dijo, en un intento de sonar firme, aunque la verdad era que él también estaba lleno de miedo. Las consecuencias eran reales, y no podía imaginar un futuro en el que todo saliera mal. Ella levantó la vista, con los ojos enrojecidos y llenos de lágrimas.
—¿Y si no? —preguntó, con la voz temblorosa. ¿Y si todo lo que hicimos no sirve de nada? Si terminamos en prisión por... por intentar defendernos. No quiero pensar en eso, pero no puedo evitarlo.
Anthony suspiró, sintiendo su propio estomago encogerse de preocupación.
—Entonces... supongo que tenemos que prepararnos para lo peor, aunque no queramos.
Madison lo miró a los ojos, y por primera vez desde que había comenzado el juicio, vio el mismo miedo reflejado en él. Ambos sabían que la posibilidad de un final feliz era incierta, y eso los estaba desgastando. El agotamiento emocional era evidente en ambos.
—Tendremos que aprovechar el tiempo juntos más que nunca —murmuró ella, con un nudo en la garganta.
Anthony la miró con seriedad, sabiendo exactamente a lo que se refería. El miedo a ser separados, a perder la libertad, los empujaba a enfrentar una dura realidad. Si las cosas no salían como esperaban, podrían no volver a verse en mucho tiempo. Esa incertidumbre los carcomía.
—Tienes razón, deberíamos hablar de eso.
Ambos se quedaron en silencio por un momento, mirando al vacío. Ninguno quería admitir lo que estaba pasando, pero sabían que, de alguna manera, debían enfrentarlo juntos.
—No sé cómo despedirme de ti —susurró Madison, con una lágrima corriendo por su mejilla—. No puedo imaginarme no estar contigo, no puedo...
Anthony la tomó de las manos y la miró, acuclillándose a su lado en la silla, para quedar a su altura. Sus ojos estaban llenos de una mezcla de tristeza y desesperación.
—No tenemos que despedirnos, Maddie. Pase lo que pase, de alguna manera saldremos de esto. Y si el destino nos juega sucio y terminamos separados por un tiempo, sabremos esperar. No importa cuánto tiempo pase, saldremos y te prometo que te voy a buscar.
Madison lo abrazó con fuerza, apoyando su cabeza en su pecho, buscando consuelo en el sonido de su corazón latiendo. La idea de una separación forzosa era lo que más la aterrorizaba. Habían pasado tanto tiempo juntos, y pensar que podrían perder todo por una injusticia la hacía sentirse impotente.
—¿Qué harás si yo no estoy? —preguntó en voz baja, casi temiendo la respuesta. Anthony se quedó en silencio por un momento, mirando hacia la ventana, a la luz tenue de la tarde que se colaba por las ventanas.
—No pienso en eso, porque vamos a ganar. Tenemos que ganar.
Madison asintió, tratando de convencerse a sí misma de que esa era la verdad, pero el miedo no desaparecía. Los días anteriores al juicio se convirtieron en una rutina agotadora de espera, preparándose emocionalmente para lo que fuese que ocurriría y tratar de encontrar la normalidad en lo cotidiano. Cocinar juntos, ver televisión, incluso salir a caminar en los días soleados para despejarse, todo lo hacían intentando mantener la cordura, pero el miedo seguía allí, silencioso pero constante. Sabían que la resolución del juicio podría cambiar sus vidas para siempre, y no había nada más que pudieran hacer para prepararse.
Cada noche, al acostarse, Madison se quedaba despierta mirando el techo, su mente viajando a los peores escenarios posibles. Anthony, a su lado, fingía dormir, pero también estaba despierto, bien abrazado a su cintura y escuchando el ritmo irregular de su respiración, sabiendo que el día de la audiencia estaba cada vez más cerca.
En la semana previa, se dieron cuenta de que la incertidumbre los había unido más que nunca. Su relación se había vuelto más intensa, más íntima, como si intentaran aferrarse a los momentos de calma antes de la tormenta final. Hacían el amor con desesperación, como si cada vez fuera la última, buscando consuelo en la cercanía física, en el contacto de piel contra piel, intentando llenar el vacío que les producía el miedo a lo desconocido.
A veces incluso, en los momentos de más calma, Anthony intentaba hacerla reír, aunque fuera con algún comentario sarcástico sobre el juicio o la situación absurda en la que se encontraban.
—¿Te imaginas a Sanders en la cárcel? —dijo una vez, mientras preparaban la cena. —Seguro que se volvería la reina de la prisión en cuestión de días. No me sorprendería que terminara dirigiendo su propio cartel.
Madison soltó una risa amarga, pero risa al fin.
—O que convenza a alguien de que es inocente y la hagan presidenta del club de lectura —respondió, con un dejo de ironía en su voz.
Aunque intentaban mantener el humor, ambos sabían que la resolución del juicio estaba siempre en sus mentes, y el temor a lo que podría suceder los perseguía como una sombra. El día antes de la audiencia final, Madison y Anthony hicieron una cena especial. Decidieron que, sin importar lo que pasara, esa noche sería un momento para ellos, un espacio para despedirse sin realmente despedirse. Era una especie de ritual silencioso, algo que sabían que necesitaban pero que nunca admitirían en voz alta.
Prepararon juntos su plato favorito: carne al horno con papas. La cocina se llenó de olores familiares, el sonido de la salsa burbujeando en la olla y las risas ocasionales mientras intentaban mantener una conversación ligera. Se sentaron después a la mesa, con dos copas de vino frente a ellos, y comieron en silencio, sabiendo que este momento, esta tranquilidad, podría ser lo último que compartieran antes de que sus vidas cambiaran para siempre.
Aun así, las palabras flotaban en el aire, atrapadas en la garganta de ambos, pero ninguno sabía cómo soltarlas sin romper la frágil calma que habían construido. El temor a lo que vendría al día siguiente se sentía como una pared entre ellos, impenetrable y pesada. Madison, quien llevaba su comida por la mitad, apartó su plato a un lado y miró a Anthony. Sus ojos estaban fijos en el mantel, ya que había comido menos que ella incluso, con el ceño ligeramente fruncido como si tratara de ordenar sus pensamientos antes de hablar. Después de unos segundos, ella rompió el silencio.
—Me duele pensar que mañana podría ser la última vez que nos sentemos así, juntos, en casa —dijo en voz baja, sus dedos jugueteando nerviosamente con el pie de la copa de vino.
Anthony la observó en silencio, viendo la tristeza en su rostro. Sabía que estaba tratando de mantenerse fuerte, pero también sabía lo mucho que todo esto la había afectado.
—No será la última vez —respondió. Se inclinó hacia adelante, apoyando los codos en la mesa y la miró con fijeza—. No podemos dejar que ese pensamiento nos controle. No mañana, no hoy.
Madison dejó escapar una pequeña risa sin alegría, llevándose una mano al cabello para apartarlo de su rostro.
—Sé que tienes razón, pero es difícil no pensar en lo peor. Es como si el peso de todo esto... —hizo una pausa, mirando a la ventana. —estuviera aplastándonos lentamente. Nunca me imaginé que mi vida llegaría a este punto.
Extendió una mano y tomó la de ella entre las suyas, sus dedos acariciando la piel suave de su muñeca.
—Tampoco yo, Maddie. Nadie se prepara para algo así —sus ojos la miraban con una mezcla de amor y preocupación—. Pero eso es lo que somos. Estamos aquí, enfrentando esto juntos, como siempre lo hemos hecho. No dejaremos que esta situación nos rompa. No pueden quitarnos eso.
El nudo en el estómago de Madison parecía crecer cada vez más, pero la calidez de la mano de Anthony sobre la suya le daba un pequeño consuelo. Se permitió cerrar los ojos por un momento, concentrándose en la textura familiar de su piel, el suave roce que tanto había aprendido a amar.
—¿Y si no ganamos? —preguntó finalmente, con la voz cargada de emoción contenida. Anthony tardó unos segundos en responder, como si también estuviera lidiando con esa posibilidad en su mente.
—Si no ganamos —dijo despacio, sus palabras cuidadosas—, seguiremos adelante. De alguna manera. Nos adaptaremos, encontraremos una forma. No importa donde estemos, lo importante es que no nos olvidemos de quienes somos, de lo que hemos construido juntos.
Madison abrió los ojos, encontrándose con la mirada firme de Anthony. A pesar del miedo y la incertidumbre, en ese momento se sintió un poco más segura, como si él fuera su ancla en medio de la tormenta. Sabía que su fortaleza la mantenía a flote, incluso cuando sentía que el agua los rodeaba por todas partes.
—A veces no entiendo cómo puedes ser tan positivo —murmuró, apartando la mirada hacia la mesa, donde sus dedos jugueteaban ahora con el orillo de la servilleta. Él sonrió, con esa sonrisa ladeada que siempre tenía y que a ella tanto le encantaba.
—No es que sea positivo, Maddie. Es que me niego a creer que todo lo que hemos pasado juntos termine mal. Y si lo hace, bueno, al menos podemos decir que lo intentamos, ¿no?
Ella sacudió la cabeza suavemente, entre una mezcla de admiración e incredulidad. Él siempre encontraba la manera de ver una pequeña luz en la oscuridad, aunque fuera diminuta.
—Eres imposible —murmuró, con un rastro de ternura en su voz.
—Pero me amas —dijo Anthony, con una pequeña sonrisa cómplice.
—Sí, claro que te amo —respondió, apretando su mano con más fuerza—. Y eso es lo que más me duele.
La confesión salió de sus labios antes de que pudiera detenerla, y sintió que algo en su pecho se rompía un poco más. Todo lo que habían construido, todos los sueños y planes que alguna vez tuvieron, parecieron pender de un hilo. Anthony se levantó. Se paró junto a ella y la abrazó, envolviéndola en el calor familiar que tantas veces la había reconfortado.
—No voy a dejar que te lleven lejos de mí —susurró él, con voz suave pero firme—. Pase lo que pase, no dejaré que esto nos destruya. Si tenemos que luchar, lo haremos. Si tenemos que esperar, esperaremos. Lo único que no vamos a hacer es rendirnos.
Madison asintió débilmente, sin palabras concretas para expresar todo el cúmulo de cosas que sentía. El miedo a lo desconocido, el amor que la mantenía fuerte, el dolor de la posibilidad de perderlo todo, todo se mezclaba en su pecho, haciendo difícil respirar.
Ven —dijo Anthony, tomándola de la mano para que se parase de la silla—. Recojamos la mesa y vamos a la cama, mañana será un día largo, y necesitamos descansar.
Madison se levantó lentamente, ayudándolo a guardar la comida sobrante en el refrigerador, fregar los platos y ordenar la casa, apagando todas las luces. Se cepillaron los dientes, y de alguna manera extraña, caminar hacia la habitación, quitarse la ropa y meterse en la cama se sentía como un ritual de despedida. Cada pequeño gesto, cada movimiento compartido, parecía teñido de una tristeza que no podían evitar.
Una vez en la cama, se acurrucaron juntos bajo las sábanas, sus cuerpos entrelazados en un abrazo silencioso. Ninguno de los dos habló, pero el silencio entre ellos era más elocuente que cualquier palabra que pudieran decirse. Sabían que al día siguiente enfrentaban su destino, y que ese destino era incierto. El miedo, el dolor y la esperanza se entrelazaban en una confusa amalgama de emociones.
Madison se quedó mirando el techo, sintiendo la respiración constante de Anthony a su lado, el suave vaivén de su pecho arriba y abajo. ¿Y si mañana todo terminaba? ¿Y si esa era la última noche que compartían juntos en esa cama, en esa casa que habían hecho suya?
Finalmente se giró hacia él, apoyando su cabeza en su pecho y mirándolo. Él la rodeó con un brazo firme, besándole con suavidad la frente, y luego ella trepó hasta su boca, buscando provocarlo. Simplemente se quedaron allí, en el silencio de la noche, aferrándose el uno al otro entre caricias y besos mientras el mundo seguía girando afuera de su ventana.
Con el pasar de los minutos y luego del sexo, el cansancio los venció, durmiéndose. Y aunque sabían que el día siguiente sería uno de los más difíciles de sus vidas, en ese momento se permitieron encontrar consuelo en la cercanía, en el calor de la piel desnuda del otro.
La madrugada avanzó lentamente, con el sonido suave del viento en la ventana. Y aunque el miedo seguía presente, mientras se sostenían el uno al otro, supieron que, pase lo que pase, habían llegado hasta allí juntos.
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