7
Durante la cena, ninguno de los dos comió demasiado, nerviosos y expectantes por lo que podría ocurrir. Las horas transcurrieron lentas, tediosas, hasta que finalmente el momento llegó. Poco a poco, tanto los enfermeros como la propia doctora Sanders volvieron a retomar sus últimos quehaceres del día, antes de apagar todas las luces y retirarse a descansar. Madison vio de reojo como Sanders salía de la cafetería, y entonces, asintiendo con la cabeza hacia Anthony, llevaron sus platos hacia el área de la cocina y salieron del recinto, siguiendo a la doctora a una distancia prudente. La vieron atravesar todo el hall principal del sector nuevo de Ashgrove, y meterse a su oficina, al fondo del pasillo derecho, cerca del sector de administración.
Madison le hizo una seña con la cabeza, y entonces se dividieron, cada uno por caminos separados. El eco de los pasos de Anthony resonaba por los sectores vacíos mientras avanzaba con cautela hacia la sala 310, donde estaba internado John Hilligan. Las luces de los fluorescentes, frías y pálidas, proyectaban sombras largas y deformes que se estiraban por las paredes, haciendo que el hospital pareciera más desolado de lo habitual. El sonido distante de una puerta que se cerraba resonó por un corredor cercano, haciendo que Anthony se tensara por un segundo, pero continuó avanzando, recordando el plan que él y Madison habían urdido minuciosamente.
Cada paso que daba lo acercaba más a su objetivo, y con cada metro que avanzaba, sentía como el peso de la misión aumentaba, como si el aire a su alrededor se volviera más denso y difícil de respirar. Sabía que lo que estaba a punto de hacer era riesgoso, y el hecho de que no tuviera conocimientos médicos hacía que la responsabilidad de manipular equipos de monitoreo lo llenase de inquietud. Había escuchado atentamente las indicaciones de Madison durante la cena, cuando ella le había repetido con paciencia que cable debía desconectar y cuales no tocar bajo ninguna circunstancia. Él había asentido en silencio, aunque por dentro se sentía inseguro. No entendía mucho de tecnología médica ni de lo que podría pasar si se equivocaba, pero confiaba en ella. Habían superado cosas más complicadas juntos, y hasta ahora, siempre habían logrado salir adelante. Sin embargo, el pensamiento de que si cometía un error podría causar una emergencia real, lo mantenía en alerta constante.
Finalmente, llegó a la puerta de la sala indicada. Al detenerse frente a ella, la observó entreabierta, permitiéndole una vista parcial del interior de la habitación. Hilligan estaba tendido en la cama, su respiración apenas audible bajo el leve zumbido de los monitores. El grafico en la pantalla del monitor mostraba los signos vitales del paciente de forma constante y tranquila, el ritmo cardiaco estable, la presión sanguínea en niveles controlados, y la respiración moderada por el respirador que mantenía su flujo de aire asistido.
Anthony tomó una última respiración profunda y dio un paso dentro de la habitación, entornando la puerta tras él sin hacer ruido. La atmosfera en la sala era sofocante, el paciente dormía profundamente, con su rostro pálido y demacrado bajo las sombras. Parecía tan frágil, tan vulnerable, y al verlo sintió como le sudaban las palmas de las manos, expectante. Trató de concentrarse en la tarea que tenía por delante, ignorando los latidos de su propio corazón, que parecían retumbar en sus oídos.
Se acercó al equipo médico que estaba conectado a Hilligan, cerca de la cama, y sus ojos buscaron con urgencia el cable verde que Madison le había indicado. El aparato tenía varias conexiones, y por un momento, Anthony sintió que sus manos se volvían torpes. ¿Y si se equivocaba? ¿Y si tocaba algo que no debía? Pero en ese instante, sus dedos encontraron el cable correcto, el delgado conector que Madison le había descrito.
—Solo el verde... —se recordó a sí mismo, en un susurro casi inaudible. Con un movimiento decidido pero controlado, Anthony tomó el cable y lo desconectó dando un firme tirón.
El cambio fue inmediato. El monitor cardiaco, que antes emitía un pitido regular y calmado, comenzó a sonar de manera ininterrumpida. Una alarma aguda y penetrante llenó la habitación, anunciando una supuesta emergencia. Las luces de advertencia de la pantalla comenzaron a parpadear con un tono rojizo, como si anunciaran una catástrofe inminente, y una parte de sí mismo se asustó.
Se retiró rápidamente del lado de la cama, asegurándose de no dejar rastro de su presencia, y salió de la habitación en un movimiento fluido. Apenas cerró la puerta detrás de él, cuando empezó a oír voces a lo lejos, el personal médico ya había escuchado la alarma y se estaba movilizando hacia su dirección. Los pasos se multiplicaban en el pasillo y Anthony supo que no tenía tiempo que perder. Echó a correr por el pasillo, tomando un recodo a la izquierda para ocultarse de los médicos que pasarían por allí, y luego volvió a retomar el camino hacia el cuarto de mantenimiento, donde Madison le había dicho que se refugiara mientras ella cumplía con su parte del plan.
Mientras corría, los ecos de las voces y las alarmas lo seguían como fantasmas en la distancia. A su alrededor, el hospital se había transformado en un hervidero de actividad frenética, con el personal apresurándose hacia la sala 310, al igual que la doctora Sanders. Anthony alcanzó el cuarto de mantenimiento, abrió la puerta de un tirón y se deslizó hacia adentro, cerrando la puerta tras de sí mientras intentaba controlar su respiración agitada. Apoyó la espalda en la pared, entre las escobillas y fregonas, y se dejó caer hasta quedar sentado en el suelo, tratando de calmarse.
El plan estaba en marcha, ahora solo quedaba esperar.
*****
Mientras tanto, en el otro extremo del hospital, Madison se movía con una precisión calculada, consciente de que cada segundo contaba. Sabía que la distracción que Anthony había causado fue buena, muy buena de hecho, pero no duraría para siempre, y debía aprovechar ese breve margen de caos para completar su parte del plan. El eco de la alarma resonaba por toda el ala nueva, pero la mayoría del personal médico ya estaba concentrado en asistir al paciente de la sala 310, dejándola prácticamente sin vigilancia.
El aire en los pasillos parecía más pesado de lo normal, como si el propio hospital estuviera conteniendo la respiración, de alguna manera. La oficina de la doctora Sanders se encontraba en un rincón apartado, lo que facilitaba su acceso en momentos como este. Madison la había visto salir a las corridas, y luego de verla alejarse, avanzó con cautela, asegurándose de no hacer ningún ruido que pudiera alertar a alguien de su presencia. Al llegar frente a la puerta, empujó con cuidado e ingresó. El interior de la oficina estaba sumido en una penumbra inquietante, y sabía que no podría encender las luces porque alertaría a medio mundo de que había alguien allí, por lo que tomó la linterna de su teléfono celular, dirigiendo el haz de luz hacia el escritorio y los estantes llenos de archivos que rodeaban el pequeño espacio. El corazón le latía con fuerza mientras recorría con la vista los cajones del archivador, al fondo de la sala.
Sabía que tenía que encontrar pruebas de que la doctora Sanders tenía algún tipo de conexión con el Heynes actual, pero no sabía por dónde comenzar a buscar, de modo que se acercó al archivador y abriendo los ficheros, comenzó a revisar uno por uno viendo las fechas con rapidez, sintiendo como el tiempo se le escapaba entre los dedos. No estaba encontrando nada, y los segundos transcurrían con una rapidez mortal, mientras echaba rápidas miradas por encima del hombro. Por fin pudo encontrar un archivo que le pareció un diamante en bruto: en él se hablaba sobre la muerte de un paciente hacía poco menos de seis meses. Los informes clínicos internos mencionaban el uso de Midazolam, un psicotrópico que no debía haberse utilizado en el tratamiento de dicha persona. Además, la dosis registrada era mucho mayor de lo que se había informado en los registros oficiales, haciendo que eso claramente se convirtiera en una irregularidad. La doctora Sanders había ordenado la administración de este medicamento experimental, había firmado a pie de documento y en un sector del mismo se podía leer con claridad una anotación: "Sugerido por Dr. Heynes. Tratamiento B-512 / 1951".
Madison sintió que el pulso le martilleaba en las sienes. Esto era lo que estaba buscando, la evidencia que incriminaba a Sanders directamente. Además, estaba segura que ese último número no hacía referencia a un código de tratamiento, sino al año mil novecientos cincuenta y uno, el auge de la experimentación en pacientes, cuando Ashgrove era el hospital psiquiátrico de antaño. Había visto esa fecha en los documentos recuperados de la alcaldía, y todo encajaba.
Guardó el documento arrancando la hoja del fichero, y doblándola en cuatro partes para meterla en el bolsillo trasero de su pantalón. No podía detenerse allí, tenía que seguir revisando otros archivos, buscando más pruebas que conectaran este caso con otros similares, y aún tenía unos cuantos segundos valiosos que quizá podría aprovechar hasta lo último.
*****
La doctora Sanders había llegado a la sala casi al mismo tiempo que el resto del equipo, viendo de inmediato que algunos médicos ya estaban encima del paciente, revisando pulso, respiración y oxigenación en sangre, y aunque el hombre no presentaba signos de algún deterioro crítico, la alarma había causado un revuelo importante. Sin embargo, tras luego de algunos minutos, vieron de inmediato lo que parecía ser un problema técnico: uno de los cables del monitor cardiaco estaba desconectado. Mientras uno de los enfermeros volvía a conectar el cable verde con rapidez, Sanders observaba la situación con los ojos entrecerrados, su mente trabajando a toda velocidad. ¿Cómo había llegado a desconectarse ese cable? No era una falla común, y el personal médico de Ashgrove solía ser extremadamente cuidadoso con ese tipo de conexiones.
El paciente, por fortuna, estaba estable. Los signos vitales de John Hilligan no mostraban alteraciones, lo que significaba que el incidente no había sido grave, pero algo no le cuadraba. Era demasiada casualidad. Sanders, siendo una mujer de mente analítica y metódica, sabía que este tipo de errores no ocurrían con facilidad. Mientras observaba al equipo reconectar los cables y ajustar los parámetros en el monitor, algo en su interior le hizo sospechar, mientras un pensamiento inquietante comenzó a formarse en su cabeza: ¿Y si todo esto no era un accidente? ¿Y si alguien lo había provocado de forma intencional?
Su mirada se endureció mientras revisaba mentalmente los eventos recientes en el hospital. Su intuición la empujaba en una sola dirección: Madison Lestrange. Aquella mujer había estado investigando demasiado, había encontrado el fraude de Heynes, iba y volvía repetidamente al sector psiquiátrico abandonado, y Sanders había notado su determinación a la hora de indagar sobre Julianne Grimshaw. Estaba segura que estaba detrás del incidente en la sala 310, y debía averiguarlo.
Con el ceño fruncido se giró abruptamente hacia la puerta, indicándole a uno de los enfermeros más leales a ella que la acompañara. No podía permitirse dejar su oficina desatendida ni por un minuto más, algo en su razonamiento le decía que debía volver allí de inmediato. Mientras se alejaba de la sala del paciente, su mente ya había comenzado a trazar un plan. No iba a regresar sin protección.
En su camino de regreso hacia su oficina, pasó por la enfermería. Con precisión, abrió el pequeño refrigerador de medicación y tomó un frasquito con Propofol, un potente anestésico de acción rápida que usaban en cirugías menores para sedar a los pacientes. Luego tomó una jeringa nueva, la llenó con el espeso líquido amarillento, y volvió a meterle el capuchón de protección a la aguja, guardándola en el bolsillo derecho de su bata clínica.
—Vamos, rápido —ordenó, saliendo de la enfermería rumbo a su oficina.
*****
La oficina estaba sumida en la penumbra, y Madison sentía la presión del tiempo sobre sus hombros mientras seguía revisando los documentos. De repente, el sonido de pasos acercándose rápidamente rompió el silencio del ambiente. Cada fibra de su cuerpo se tensó, sabiendo que algo iba mal. Apenas tuvo tiempo para reaccionar antes de que la figura de la doctora Sanders se delineara en el umbral de la puerta, acompañada de un corpulento enfermero, de unos cuarenta años, quizá un poco más.
—Madison... —murmuró Sanders, mirándola con los ojos fríos como el hielo más puro. —Sabía que no te quedarías quieta.
El enfermero cerró la puerta detrás de ellos con un "clic" seco que resonó en la sala. Madison trago saliva, consciente de que ahora no había escapatoria. El hombre se mantuvo en silencio, pero su postura intimidante lo decía todo. Estaba allí para cumplir órdenes.
—¿Qué creías que ibas a lograr? —preguntó la doctora, mientras su voz se volvía más gélida con cada palabra. —¿Qué podías entrar aquí, hurgar en mis documentos, y salir sin que te atraparan? Sabía que tú y tu nuevo noviecito estaban tramando algo, lo vi esta mañana, al hablar con ustedes. Parecían cachorros asustados. ¿Cuánto has descubierto?
Madison mantuvo la mirada firme, aunque sentía como el miedo le hacía latir con fuerza el corazón, entrecortándole la respiración.
—Más de lo que te gustaría, perra —replicó, desafiante. Sanders soltó una carcajada amarga, y movió la cabeza en señal de desaprobación.
—Pobre chica, ilusa... No entiendes nada, ¿verdad? —dijo, con una sonrisa que no llegaba a sus ojos. —Esto es mucho más grande de lo que puedes imaginar. Tú y ese conserje entrometido se han metido en asuntos que no comprenden. ¿Crees que descubriendo unos papeles cambiará algo? —preguntó, avanzando un paso hacia ella. Madison retrocedió, a su vez —Desde que Heynes se hizo cargo de la clínica, hemos trabajado para proteger sus intereses. Familias enteras se beneficiaron de esto, y nadie, absolutamente nadie se ha atrevido a cuestionarnos, hasta que llegaste tú.
Madison apretó los dientes, sintiendo la presión del momento.
—El viejo Heynes y sus compinches mataron a Julianne —dijo, ardiendo de rabia—, al igual que a mi abuela. Hicieron desaparecer su cuerpo, falsificaron su defunción, todo para ocultar lo que ella sabía. ¡No puede apoyar una generación de asesinos!
—Julianne cometió errores, que no podían permitir que salieran a la luz —replicó con calma—. Tuvieron que actuar, y así mantener los contratos con las familias de Ravenwood que les dieron buen sustento económico a nuestros padres, y luego a nosotros mismos.
—¿Por un puñado de dólares? ¿En serio?
Sanders rio, casi con estrepito. Madison la miró con horror.
—¿Acaso crees que solamente las familias más pudientes de Ravenwood están implicadas en esto? ¡Aquí hay muchas personas pagando por nuestro silencio! ¡Eminencias medicas de muchas ciudades importantes que ni siquiera imaginas, y que sus padres alguna vez fundaron los pilares de su fortuna a costa de los tratamientos en Ashgrove! Pero tú arruinaste todo con tus preguntas... Tú y ese muchacho no son más que un par de insectos en una maquinaria mucho más grande, y pronto nos encargaremos de él.
Madison sintió un escalofrío en cuanto la escuchó nombrarlo. Se habían separado hace unos minutos, antes de iniciar con todo aquello, pero ahora, atrapada aquí con la doctora Sanders y su siniestro asistente, la distancia entre ellos se sentía infinita. De repente sintió un nudo en la garganta. No quería que él estuviera involucrado en lo que pudiera ocurrirle a ella, pero también sabía que Sanders lo tenía en la mira.
—¿Qué le harás a Anthony? No se te ocurra hacerle daño, te lo advierto —murmuró, con la voz enronquecida por el pánico.
—Tú no estás en condiciones de advertirle nada a nadie, querida —respondió lentamente, con una mueca torcida—. Siempre hay accidentes en un lugar como este, en un sitio tan viejo y ruinoso. O tal vez simplemente desaparezca en una tormenta como esta, uno nunca sabe.
La sangre de Madison se heló ante la amenaza declarada. Con rabia e impotencia, avanzó hacia adelante, dispuesta a todo. Tenía que actuar aunque no tuviera un plan claro.
—¡No voy a permitir que lo lastimes! —exclamó con furia, pero Sanders miró a su acompañante.
—Sujétala, Daniel. Ya ha sido suficiente.
—¡Soy una consultora médica nacional, amparada por el gobierno! ¡No pueden hacerme daño, déjenme salir! —exclamó, avanzando hacia la puerta.
El enfermero se interpuso en su camino y la sujetó con fuerza, aprisionándola por los brazos de una manera brutal. Madison luchó, quiso gritar por ayuda pero el hombre le torció uno de los brazos hacia atrás para mantenerla a raya, y le apoyó una mano en la boca y parte de la nariz, apretando con fuerza para que no gritara. Sentía que sus músculos se tensaban bajo el dolor que aquel tipo le infligía, pero no iba a rendirse tan fácilmente. Comenzó a patalear hasta que el enfermero la empujó contra una pared, e intentó seguir pataleando pero no podía hacer más nada, aquel hombre la mantenía firmemente sujeta, anulando su resistencia.
—Eres más persistente de lo que esperaba —comentó Sanders, observando la escena con una sonrisa de superioridad—, pero por desgracia para ti, este juego se ha terminado.
Con calma, la doctora sacó la jeringa de su bolsillo, quitándole el capuchón. Dentro del tubo transparente, el líquido espeso se agitaba. Madison la miró con horror, sabiendo lo que se venía.
—¡Mmmmmm! ¡Mmmmmm! —intentó gritar, sin éxito. La mano del enfermero era grande y pesada, ni siquiera podía abrir los labios.
—Has sido una molestia considerable —dijo en voz baja, inclinándose hacia ella—. Pero con esto, te aseguro que no volverás a estorbar. Luego seguirá tu estúpido perro faldero. Y entonces, todo volverá a la normalidad.
Con un rápido y práctico movimiento, Sanders le inyectó el sedante cerca del cuello. El líquido frío se expandió rápidamente, y la fuerza en sus músculos comenzó a mermar casi de inmediato.
—No... no... —murmuró, en cuanto la mano del enfermero le liberó la boca. Sentía como su vista se iba poniendo borrosa, y entonces todo comenzó a girar a su alrededor, mareándose. Finalmente, la conciencia la abandonó. Sus brazos cayeron inertes y su cuerpo se desplomó contra el pecho del enfermero, que la contuvo en la caída.
—Llévala al sector psiquiátrico abandonado —ordenó Sanders, volviendo a guardar la jeringa vacía—. Asegúrate que nadie la vea.
El enfermero asintió con la cabeza, salió un momento de la oficina dejando a Madison en el suelo, y luego volvió con una camilla, subiéndola a ella con eficiencia. Antes de que saliera, la doctora abrió uno de sus cajones en el escritorio y sacó una llave antigua, un poco oxidada por el paso del tiempo. La sostuvo en el aire durante un segundo, observándola con cierta nostalgia, antes de entregársela al hombre.
—Cierra la puerta antes de irte. Nadie debería poder entrar, no sin esta llave.
El enfermero tomó la llave en sus manos, guardándola en el bolsillo de su bata clínica, y arrastrando la camilla de nuevo al pasillo, caminó a paso rápido hacia el ala abandonada del hospital. Sanders se tomó un instante para mirarlo, y luego cerró su oficina al salir, dando dos vueltas de llave.
*****
Anthony llevaba ya un buen rato esperando en el oscuro y estrecho cuarto de mantenimiento, oculto entre los suministros de limpieza y los estantes llenos de productos desinfectantes. El tiempo transcurría lentamente, y aunque trataba de mantenerse en calma, la ansiedad comenzaba a crecer en su interior. Sabía que el plan era arriesgado, pero confiaba en las habilidades de Madison. Habían planeado todo cuidadosamente, y en su mente no cabía el pensamiento de que algo pudiera haber salido mal.
El tic-tac de su reloj de pulsera se hizo insoportable en el silencio. Ya había pasado casi una hora desde que la distracción con el paciente en la habitación 310 se había llevado a cabo. Para ese entonces, Madison ya debería haber vuelto. "No debería tardar tanto", pensó, inquieto. Anthony dio un par de pasos dentro del cuarto, murmurando para sí mismo. Sabía que las cosas podían ser complicadas, pero el tiempo que había pasado sin noticias de ella empezaba a volverse alarmante.
Decidiendo que debía hacer algo, Anthony abandonó su refugio en el cuarto de mantenimiento y caminó rápidamente por los pasillos desiertos del hospital, con el eco de sus propios pasos como única compañía. Las luces de los pasillos estaban apagadas, lo que indicaba que la mayoría del personal y los pacientes ya estaban descansando. Se dirigió primero al dormitorio que compartían, esperando encontrar a Madison descansando, o esperándolo allí. Al llegar, abrió la puerta con cuidado.
—Maddie, ¿estás aquí? —llamó.
La habitación estaba completamente vacía y a oscuras. Encendió la luz, y vio la chaqueta aún colgada del perchero. Frunció el ceño, con una sensación incomoda en el pecho. Aquello no era normal, si todo hubiera salido como lo habían planeado, ella ya estaría allí, o lo habría ido a buscar. "¿Dónde demonios estás?" pensó, sintiendo como una opresión en el pecho comenzaba a apoderarse de él.
Sin perder tiempo, decidió buscarla por otras áreas del hospital. Caminó de nuevo por los pasillos desiertos, dirigiéndose primero hacia el hall principal, esperando encontrar algún indicio de su paradero. Pasó junto a la sala de espera, luego por el vestíbulo. No había nada. El hospital parecía un mausoleo en silencio, sus frías paredes reflejaban la inquietante soledad de la noche.
Decidió luego revisar las inmediaciones de la oficina de la doctora Sanders, aunque sabía que era poco probable que Madison siguiera allí a estas alturas. Cuando llegó frente a la puerta de la oficina, vio que todo estaba a oscuras. La puerta estaba cerrada con llave, y no se veía movimiento adentro. Frustrado y cada vez más ansioso, Anthony pasó la mano por su cabello, intentando pensar con claridad. ¿Dónde podía estar? No podía haberse ido muy lejos, no en este hospital encerrado por la tormenta. Algo no encajaba.
La inquietud dio paso a la desesperación. Finalmente y en un impulso, decidió golpear la puerta del dormitorio de la doctora Sanders. Si alguien sabía algo, tenía que ser ella. Aunque dudaba que fuese a decirle la verdad, no le quedaba otra opción. En cuanto llegó a su puerta, golpeó con fuerza, sus nudillos resonando en el pasillo desierto. Esperó unos segundos y pronto escuchó pasos desde el interior. La puerta se abrió lentamente, revelando a Sanders con el cabello suelto y vestida con un camisón largo de dormir, bastante holgado, con el rostro relajado y aparentemente sorprendida por la interrupción.
—Anthony, ¿Qué ocurre? —preguntó, frotándose los ojos como si acabara de ser despertada. Él no pudo evitar sentir una mezcla de irritación y desconfianza al verla tan calmada.
—¿Madison ha venido a verte? No puedo encontrarla por ningún lado —dijo, tuteándola por primera vez en años trabajando allí. Intentaba mantener la compostura, pero su voz traicionaba su preocupación. Sanders frunció el ceño en un gesto fingido de asombro.
—No, no la he visto —respondió, con tranquilidad—. ¿Está todo bien? ¿Acaso ha pasado algo?
Anthony la observó durante unos segundos, intentando descifrar si había alguna fisura en su fachada. El tono de calmado de Sanders, su postura relajada, todo en ella lo inquietaba. Parecía demasiado despreocupada, demasiado tranquila, al igual que ellos hace varias horas atrás cuando charlaron con ella por la mañana. Y eso solo intensificaba su sensación de que algo no estaba nada bien.
—Es extraño que Madison desaparezca ahora, después que comenzamos a investigar todas estas cuestiones —dijo. Sanders lo miró en silencio durante un par de segundos, antes de responder.
—Puede que esté en algún otro lugar del hospital, o quizás se haya perdido. Este edificio es grande, y con las luces apagadas... —dejó la frase en el aire, sin terminar, como si estuviera tratando de racionalizar la situación. Viendo como ella poco a poco comenzaba a cerrar la puerta, él levantó una mano y la apoyó en la madera, mirándola fijamente.
—Sé que fuiste tú.
—¿Qué? —preguntó, asombrada.
—Dime que hiciste con ella, y más vale que me lo digas ya —insistió, determinante. La doctora Sanders lo miró con gravedad, y entonces le sonrió, negando con la cabeza.
—No sé de qué estás hablando, hijo, pero yo que tú me iría a dormir. Hoy ha sido un día largo en el hospital, y quiero descansar.
Sin darle tiempo a reaccionar, le cerró la puerta en la cara y la escuchó dar dos vueltas de llave. Anthony se quedó estupefacto, viendo la madera en el pasillo a oscuras, y entonces se dijo que no podía perder más tiempo. El único sitio adonde podía haberla llevado, si es que se la había llevado a algún lado, era el ala abandonada del hospital, por lo que volvió sobre sus pies casi corriendo, hacia el cuarto de Madison. Tomó su teléfono celular, accionó la linterna y metiéndoselo al bolsillo del pantalón, salió rumbo al pasillo que conectaba el sector abandonado con el patio interno del hospital.
A medida que avanzaba por el pasillo, la oscuridad era cada vez más honda, por lo que tuvo que sacar el teléfono del bolsillo para alumbrarse, ya que la noche y la tormenta eran muy cerradas. Al hacerlo, el haz de luz enfocó brevemente hacia el suelo y le mostró algo de vital importancia: había huellas en él. No cualquier tipo de huellas, eran de fango y agua, y no salían del hospital, sino que entraban. Alguien había vuelto hace no mucho desde el sector abandonado de Ashgrove, y al atravesar todo el patio interno, había dejado la marca de sus zapatos en el suelo del pasillo.
Con horror, volvió a guardarse el teléfono, salió a la intemperie atravesando en una loca corrida todo el patio interno bajo la copiosa lluvia, y una vez que llegó a la vieja puerta de hierro, oxidada y mojada, tomó el pestillo y empujó para abrir. Sin embargo, se estrelló contra ella, al estar cerrada con llave. Intentó forzarla un par de veces, sin éxito, y comprendió con espanto que antes no estaba trancada. Cerró el puño y comenzó a aporrearla con todas sus fuerzas.
—¡Maddie! —gritó. —¡Háblame! ¿Me escuchas? —Esperó durante unos segundos y entonces volvió a golpear la puerta. —¡Madison, dime algo!
Nada, no hubo ninguna respuesta del otro lado. Con la respiración agitada, se dio cuenta que tendría que buscar otra forma de entrar al sector abandonado del hospital, porque la única entrada que al menos el conocía, estaba trabada. Era el único sitio que no había revisado, y era el único sitio en donde ella podría estar. Nunca había visto mapas del hospital, al menos mapas actuales, pero su mente razonó a velocidades vertiginosas que si había sótano, era posible que hubiera más compartimientos y formas de entrar por otros sitios. Sin embargo, para eso necesitaba orientarse, y para orientarse necesitaba un mapa, por lo que dedujo que en el único sitio donde podría encontrar mapas antiguos de Ashgrove era donde todo había comenzado para ellos: en la vieja alcaldía. Sin embargo, no podía ir allí ahora. Eran más de las once de la noche, había una tormenta de los mil demonios y salir a la intemperie era peligroso. Madison dependía de él, y no podía ponerse en peligro más de la cuenta, por lo que debía dominar su desesperación de alguna forma, al menos hasta la mañana siguiente.
Y apoyando la frente en la puerta de hierro, se dijo que sería la noche más larga de su vida.
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