6
Cuando llegaron a la cafetería, apenas había siquiera cuatro enfermeros tomando alguna taza de café. Dos de ellos charlaban entre sí, uno intentaba resolver el sudoku de una revista y la última, una enfermera de no más de treinta años, quizá, estaba leyendo una novela de romance, a juzgar por su portada donde se le veía a un marinero musculoso y con el tórax al aire, sujetando un timón de barco con una mano y una rubia mujer envuelta en vestido colonial, en la otra. El olor del café fresco, jugo de naranja recién exprimido y la comida caliente llenaba el aire, y luego de ir al mostrador, charlando algunas palabras breves con Sandy, la chica de la cocina, eligieron una mesa lo más al fondo posible, buscando un poco de privacidad.
—Esto es lo que necesitaba —murmuró Madison, respirando con fuerza el aroma de su taza de café humeante. Anthony asintió, tomando un bocado de su tarta de verduras—. Aún no me has dicho de qué se trata el libro que llevaste a nuestro dormitorio, o para qué va a servirnos.
Él levantó una ceja, divertido, y se ajustó los anteojos en un gesto mecánico.
—¿Nuestro dormitorio? —inquirió, luego de tragar con rapidez. Madison hizo un gesto con la mano vendada, como si quisiera apartarse una mosca invisible delante de su rostro.
—Ay, ya... no me cuestiones. Dime, anda.
—En ese libro hay ciertos rituales, de diferentes culturas y religiones, para quitar trabajos de magia negra, vudú, vamos... hechicería a nivel general —explicó él—. Lo normal es que se usen cosas como aceite de romero o lavanda, velas negras y blancas, un listón rojo, pero aquí no tenemos nada de eso, así que vamos a tener que adaptarnos con lo que podemos conseguir. Vamos a necesitar sal, agua corriente, y un trozo de tela que haya estado en contacto contigo. Puede ser un trozo rasgado de tu ropa, pero cualquier cosa que se pueda enlazar a los huesos y a ti, como unión simbólica.
—¿Y estás seguro que eso puede funcionar?
—En realidad no, pero debería. Peor sería no hacer nada.
—Exacto —convino ella. Escucharon la puerta de la cafetería abrirse, y entonces se giró, volteando hacia ella—. Oh, carajo... —murmuró.
La figura de la doctora Sanders apareció en el umbral de la cafetería. Se dirigió directamente a la máquina expendedora de café, se sirvió una taza y al voltearse, los vio, sentados al fondo. Caminó hacia ellos a paso rápido y entonces habló.
—¡Ah, ahí están! —dijo, acercándose. —Me preguntaba donde habían estado toda la mañana, los he estado buscando. Creí que habían salido a la intemperie, otra vez —se sentó sin invitación, y observó a ambos con una expresión casual.
Madison y Anthony compartieron una mirada rápida, apenas perceptible, antes de que ella se decidiera a hablar.
—Nos tomamos un momento un poco personal. No me sentía bien. Hemos estado revisando los documentos, pero... —titubeó. —No hemos encontrado nada nuevo. Creo que me estoy quedando sin ideas, y eso... —se interrumpió, soltando un suspiro convincente. —Supongo que eso me afectó más de la cuenta.
Anthony la observó solapadamente, sorprendido por lo bien que estaba llevando adelante la mentira, y añadió:
—Sí, Madison se puso bastante mal.
Sanders los miró con una expresión que parecía sincera, pero Anthony no podía dejar de notar una ligera rigidez en sus ojos, marrones y profundos. Aunque la doctora asintió de forma leve, había algo en su lenguaje corporal que hacía que ambos se sintieran incomodos, como si irradiase negatividad.
—A veces pasa eso —dijo la doctora, en un tono casi maternal—. A veces, cuando uno se siente estancado, lo mejor es tomar un respiro. Dejar que las cosas se calmen un poco... y luego, las respuestas pueden aparecer solas.
Anthony no pudo evitar notar la sutil forma en que Sanders estudiaba a Madison mientras hablaba, como si evaluara cada palabra, cada expresión. Había una tensión palpable en el aire, una sensación de que todo lo que dijeran seria examinado minuciosamente. Él, que por lo general era tan calmado, comenzó a sacudir arriba y abajo la pierna derecha de forma inconsciente, un pequeño gesto que delataba su creciente inquietud y que al mismo tiempo era perceptible debido a las pequeñas onditas que se generaba en el café de cada taza. Madison vio esto, notó que Sanders iba a apoyar su taza, y entonces le tocó la pierna con su pie por debajo de la mesa, para indicarle en silencioso gesto que se quedara quieto.
—Eso fue lo que hicimos, justamente —añadió él, forzando una sonrisa relajada—. Después de revisar durante horas y no encontrar nada más, Madison estaba bastante afectada, así que decidimos tomarnos un tiempo para procesarlo todo mejor.
Sanders inclinó la cabeza ligeramente, considerando sus palabras.
—Claro, claro. Es importante tomarse momentos para uno mismo, y me alegra que lo hayan hecho. ¿Pero están seguros que no encontraron nada más? A veces, los pequeños detalles pueden ser los más reveladores, y cualquier cosa sería útil para comprobar la culpabilidad de Heynes en todo esto. Aunque él esté muerto, es posible que se le abra una investigación al hospital.
Madison mantuvo la calma, bebiendo un poco de su café antes de responder. Sabía que era crucial no mostrar ninguna señal de nerviosismo.
—Nada que nos haya llevado a algo concreto —dijo, al fin—. Solo piezas sueltas que no terminan de encajar, muchos documentos dañados por el paso del tiempo o ilegibles, y honestamente, me está empezando a frustrar un poco, yo solo quería buscar la verdad, nada más.
Bajó la mirada, como si estuviera al borde de las lágrimas. Sabía que mostrar vulnerabilidad desarmaría las preguntas de Sanders.
—Entiendo —murmuró—. No se preocupen, estoy segura que, con el tiempo, todo se resolverá. Más ahora, que están conociéndose mejor, ¿no? Tienen toda una vida por delante, deberían aprovechar eso.
Había un subtexto en esa última frase que no pasó desapercibido para ninguno de los dos. Era casi como si Sanders estuviera ocultando algo más, una oscura insinuación. El ambiente en la mesa se volvió más pesado y Anthony, sintiendo que la conversación se prolongaba peligrosamente más de la cuenta, se inclinó hacia adelante, tratando de cerrar el tema de alguna forma.
—Agradecemos su apoyo, doctora. Ahora mismo estamos un poco agotados, apenas siquiera dormimos un poco anoche, releyendo los papeles que encontramos en la alcaldía. Pero tal vez después de descansar un poco, podremos retomar la investigación con una nueva perspectiva. Si vemos que no encontramos nada pues... bueno —dijo, encogiéndose de hombros—. Al menos lo intentamos y, por desgracia, no creo que la justicia pueda hacer algo después de tantas décadas.
—Es muy posible, sí. Descansen, los dejo tranquilos —dijo ella, con una sonrisa, antes de tomar la taza de café y levantarse de la mesa, alejándose con parsimonia. El eco de sus zapatos resonaba por la cafetería, mientras se dirigía a otra mesa, cerca de una ventana y para su suerte, bien lejos de ellos. Cuando se aseguraron que no podía oírlos, Anthony se inclinó hacia Madison, susurrando en voz baja.
—No está convencida —dijo.
—No, definitivamente no lo está —respondió ella, frunciendo el ceño. Madison mordió su labio inferior, meditando la situación—. Aunque me asombra lo tranquila que parece estar, es como si incluso nos alentase a continuar investigando, como si de verdad quisiera que la verdad salga a flote.
—Es normal, o al menos esperable. Debe intentar guardar las apariencias, no te olvides que ella no sabe lo que nosotros sabemos. A nuestros ojos, ella todavía sigue siendo inocente, o al menos eso piensa —respondió él, encogiéndose de hombros. Madison lo miró con cierto agotamiento en sus ojos, antes de preguntar:
—¿Y ahora qué mierda hacemos?
—Creo que lo mejor es que sigamos investigando por nuestra cuenta, pero sin levantar demasiado la perdiz. Si de verdad está involucrada en lo que sea que está ocurriendo aquí, lo sabremos pronto.
—¿Pero cómo lo comprobamos? Necesitamos algo sólido.
Anthony se quedó un momento en silencio, mirando su tarta de verduras a medio comer, pensativo.
—Podríamos empezar revisando su oficina —sugirió finalmente—. Puede que tenga algo escondido, algo que no debería estar ahí. Si está implicada, seguramente ha dejado algún rastro, igual que el anterior Heynes.
Madison negó con la cabeza, y entonces le apoyó una mano encima de la suya. Él se la tomó, entrelazando los dedos.
—Eso podría funcionar, pero es muy riesgoso.
—Tenemos que hacerlo con cuidado, lo último que queremos es que se dé cuenta de que la estamos cazando al mismo tiempo que ella a nosotros. Vamos a tener que idear algo cuanto antes, tenemos el tiempo en contra.
Madison asintió con la cabeza, y entonces sus ojos se desviaron hacia la ventana más próxima, donde afuera, el clima parecía acompañarlos con su perpetua lluvia, contrastando con el torrente de incertidumbre que los dominaba.
*****
Sentados en la sala de espera del ala nueva del hospital, Madison y Anthony charlaban en susurros, mientras veían a través de la puerta automática de acceso al hall, enteramente de vidrio, como el aguanieve y el viento caían a raudales afuera, igual que hace varios días atrás. Algunos enfermeros iban y venían, como siempre, y por el momento, no había rastro de la doctora Sanders. La gente ya estaba fastidiada de estar encerrados allí, y habían llegado a un punto en que no tenían demasiado que hacer, lo cual era comprensible. Cerca de la hora de la merienda, a medida que la luz gris del día tormentoso comenzaba a desvanecerse tiñendo las paredes del hospital con un tono pálido y frío, vieron como los doctores y el resto de los funcionarios poco a poco abandonaban sus tareas para ir a la cafetería, para comer algo. Aquello le dio una idea sublime, como si fuera un regalo del cielo.
—Ya sé lo que podemos hacer, esta es nuestra mejor oportunidad —murmuró ella, inclinándose hacia adelante con los codos apoyados en las rodillas y mirando hacia el mostrador de recepción, vacío—. Si queremos descubrir lo que Sanders ha estado ocultando, debemos actuar esta misma noche.
Anthony mantuvo los ojos fijos en ella, viendo la determinación que inundó su rostro de un segundo al otro. De pronto la vio ponerse de pie, caminar casi trotando hacia el mostrador y rodearlo para ingresar tras él. Con manos ágiles, comenzó a revisar los ficheros clínicos que había a un lado de la computadora —apagada de momento, ya que usarla sin internet era inútil—, y comenzó a leer con rapidez. Él se puso de pie y la siguió, sin comprender.
—¿Qué haces? —preguntó, viéndola revisar papeles, lo que al parecer eran historiales médicos actuales.
—Estos son los pacientes que están internados en el hospital, por lo que vamos a crear una distracción. No son pacientes psiquiátricos, sino de personas con afecciones comunes. Algunos están aquí por insuficiencia cardiaca, otros por problemas respiratorios o postoperatorios. Todos ellos requieren monitoreo constante, y el equipo médico es esencial para mantenerlos estables, así que vamos a usar eso a nuestro favor.
Anthony asintió, aunque no podía evitar sentirse un poco intranquilo. Sabía que lo que estaban a punto de planear no era muy ético que digamos, pero la alternativa era dejar que las cosas siguieran como estaban, y eso era aún peor.
—¿Y si mejor vamos ahora a la oficina de Sanders? Todos se fueron a tomar la merienda, nadie podrá vernos.
Ella levantó la vista de los papeles.
—¿Ves que ella haya ido a la cafetería?
—No, creo que no.
—Exacto, porque no lo hizo. Seguramente ni siquiera debe haber salido de su oficina —dijo Madison, volviendo al papeleo—. No podemos ir ahora, y si surge una emergencia, como jefa medica de planta es su responsabilidad ir y revisar que todo esté en orden, por eso vamos a distraerla. Y lo vas a hacer tú.
—¿Yo? ¿Y qué quieres que haga con los pacientes? —preguntó, con la voz ligeramente áspera por la tensión. —No soy médico, Maddie. No quiero causarles ningún daño a estas personas.
—Lo sé, Tony. No te preocupes, no haríamos nada que los pusiera en verdadero peligro. Lo único que tienes que hacer es desconectar algo del equipo sin causarles daño real, solo el suficiente para que se disparen las alarmas y todo el personal médico, incluida la doctora Sanders, se enfoque en eso —Madison continuó hojeando la lista, hasta detenerse en un nombre—. Aquí, John Hilligan, sala trescientos diez. Está aquí por insuficiencia cardiaca, su condición es estable, pero le instalaron un marcapasos hace poco y el monitor que regula su ritmo cardiaco es crucial para el seguimiento. Si desconectas el monitor por unos minutos, las alarmas sonarán y el equipo de enfermería acudirá de inmediato. Sanders también estará obligada a salir de su oficina para supervisar la situación. Eso nos dará algo de tiempo para que pueda infiltrarme en la oficina y buscar algún archivo que la incrimine, cualquiera que sea.
Anthony miró el nombre en el papel, y luego volvió a encontrarse con los ojos de Madison. Era un plan arriesgado, y temía por ella.
—¿Estás segura que va a funcionar?
—Debería.
—¿Cómo desconecto el aparato sin empeorar la situación? No tengo ni idea de cómo funciona.
—No tienes que desconectar nada complicado —respondió ella, con seguridad—. Solo necesitas desconectar el cable del sensor del ritmo cardiaco, normalmente es de color verde y va hasta detrás de la pantalla, no tienes como perderte. Las alarmas se activarán automáticamente, pero el paciente seguirá estable. No tocarás el respirador ni nada que pueda afectarlo seriamente, así que no debería haber problemas.
Anthony dejó escapar un resoplido que no sabía que estaba conteniendo. Estaba dispuesto a hacer lo que fuera necesario para ayudar a Madison, pero la idea de poner en peligro la vida de un paciente había estado pesando sobre él. Para ella, explicarlo era fácil, era médica y tenía experiencia en el campo. Pero para él, sin embargo, era algo muy distinto.
—Está bien, yo me encargaré de eso —hizo una pausa, temeroso, y entonces preguntó—. ¿Y si algo sale mal? ¿Si no encuentras nada antes de que la situación en la sala del paciente se normalice? No podemos volver a repetir la misma jugada en otro paciente, sería muy obvio. ¿Dónde nos veremos para no llamar la atención?
Madison lo miró fijamente por un momento antes de asentir, reconociendo la posibilidad. Sabía que en cualquier plan bien estructurado, debía haber una salida de emergencia.
—Si algo sale mal, nos encontraremos en el cuarto de mantenimiento, donde guardas tus productos de limpieza —dijo, señalando con la cabeza hacia el lugar donde sabía que pocas personas solían pasar—. Es un lugar seguro y discreto, nadie se fija demasiado en esa área, y podríamos ocultarnos ahí mientras pensamos nuestro próximo paso.
Anthony asintió, memorizando el lugar. El cuarto de mantenimiento, pequeño y oscuro, estaba lo suficientemente alejado del resto del hospital para servir como un refugio temporal en caso de que fueran descubiertos. No era perfecto, pero sería lo suficientemente seguro para reagruparse.
—De acuerdo, nos encontraremos allí si algo no sale como esperamos —afirmó él, mirándola directamente—. Solo prométeme que serás cuidadosa.
Madison esbozó una leve sonrisa. Disfrutaba cuando se preocupaba por ella, haciéndola sentir cuidada y valiosa. Volvió a dejar los papeles en orden, para que no se notara su intromisión, y entonces rodeó el escritorio de recepción, abrazándose a él. Anthony la rodeó por la cintura, hundiendo el rostro en su cuello.
—Lo prometo —respondió, en voz baja—. Vamos a la cafetería, nos conviene que Sanders nos vea juntos, para que no sospeche nada fuera de lo común. Luego de la cena, actuaremos.
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