5

El sol aún no había salido por completo cuando Madison, desvelada, decidió levantarse de la cama, tomar su teléfono celular para responder un par de mensajes pendientes y dirigirse a la cafetería. Apenas siquiera había medio dormitado después de aquel mal sueño, y la cabeza le dolía un poco debido al cansancio acumulado. Sin embargo, aquello no era excusa para no comenzar con su búsqueda de respuestas, por lo que tendría un más que largo día por delante.

En cuanto atravesó el frío pasillo en penumbras, sintió una sensación de desamparo inenarrable. Todo en Ashgrove parecía dormir, aquietado en extremo y silencioso, y los únicos ruidos que se escuchaban era el viento ululando afuera, soplando incansable, al igual que la lluvia, y al igual que los últimos días desde que había puesto un pie dentro del hospital.

La cafetería, por lógica desierta a esas horas, estaba apenas con un par de luces encendidas. La mayoría de las sillas estaban apoyadas encima de las mesas, con sus patas de madera hacia arriba, y en una de las mesas cerca del mostrador estaba Sandy, bebiendo una generosa taza de té con galletitas dulces, leyendo un magazine de moda. Al verla llegar, la miró de reojo y sonrió de forma amigable, antes de volver a su revista.

—Buenos días, ¿tocó madrugón? —preguntó, por cortesía. Madison se encogió de hombros.

—Una mala noche de sueño, supongo —respondió.

­—¿Te pongo un café?

Vio como Sandy dejaba su revista encima de la mesa, doblando levemente una de las páginas para no perder el hilo de la lectura, y entonces le hizo un gesto para que se detuviera.

—No te preocupes, yo lo haré. Gracias.

Sandy agradeció el gesto, volviendo a su revista, mientras que Madison rodeó el mostrador hacia la parte de servicio, tomando una taza limpia y apoyándola en la bandeja de la máquina expendedora. Luego de llenarla, agregó dos de azúcar, tomó un bollito de pan y se sentó en la misma mesa.

—¿Puedo hacerte una pregunta, Sandy?

—Claro, adelante —convino ella. Madison sonrió, bajando un poco la mirada y comprendiendo lo loco que debía sonarle aquello.

—Sé que quizá parezca una locura pero, ¿Cuánto tiempo llevas trabajando aquí?

Sandy hizo un poco de memoria, antes de responder.

—Como siete u ocho años, creo. ¿Por?

—¿Y alguna vez has tenido alguna experiencia... rara?

—¿Te refieres a algo inexplicable? —dijo Sandy, negando con la cabeza. —No, estoy segura que no, al menos que yo me haya dado cuenta. A ver, entiendo que este hospital se ve terrible, pero de ahí a que me haya pasado algo... No lo creo —Hizo una pausa, para tomar un sorbo de té, y entonces la miró directamente—. ¿Por qué la pregunta?

—No sé, simple curiosidad —dijo Madison, intentando parecer natural. No charlo más nada con Sandy luego de aquello, a excepción de nimiedades, comentarios acerca del clima y poco más, sencillamente para dejarla tranquila y además para ordenar la propia línea de sus pensamientos. No tenía ningún sentido ir preguntándole a cada funcionario del hospital si había experimentado algo paranormal o no, primero porque era poco ético de su parte, segundo, la hacía ver como alguien muy poco profesional al estar cuestionándose dichas cosas, pero aun así, podría rascar un poco de información con quien sí le había dado el puntapié inicial para pensar en todas aquellas cosas: el doctor Heynes.

A medida que la mañana le ganaba terreno al amanecer, la cafetería fue llenándose poco a poco del personal médico que acudía a desayunar, un día más. Vio a la doctora Sanders, algunos otros enfermeros y médicos más que no conocía, luego a Anthony, quien la saludó con un gesto de la mano, y por último, el doctor Heynes, con su siempre impoluto uniforme blanco, el cabello recién peinado y el rastrojo de barba que comenzaba a asomarle. Su metro noventa eran difíciles de pasar por alto.

Madison entonces se levantó de la mesa, se sirvió una segunda taza de café mientras hacía tiempo a que Heynes se sirviera su plato de tostadas, y en cuanto lo vio dirigirse a una mesa libre, fue hacia allí. Dejó su taza encima de la mesa, frente a él, y retiró la silla hacia atrás, para tomar asiento.

—Doctor Heynes, ¿puedo hablar con usted un momento? —preguntó, de forma directa. Él levantó la mirada, sus ojos azules fríos y analíticos, y asintió.

—Por supuesto, señorita Lestrange. ¿En qué puedo ayudarla?

—Quizá me tome por loca, pero el otro día me dejó con la impresión de que hay más en este hospital de lo que parece. Me han sucedido algunas cosas, creo que algo no está bien aquí, y necesito saber qué es.

Observó a Madison en silencio por unos segundos, eternos, con expresión inescrutable. Luego, se reclinó en su silla y entrelazó las manos encima de la mesa.

—Ashgrove es un lugar antiguo, con una historia complicada. Es natural que alguien nuevo aquí sienta cierta incomodidad, pero como le dije antes, no se deje sugestionar. La mente es poderosa, y puede jugar malas pasadas —dijo.

Madison frunció el ceño. No estaba dispuesta a aceptar esa respuesta, sabía que había algo más.

—Creo que usted sabe cosas, doctor Heynes. Me lo insinuó hace un par de noches, no puede ser solo mi mente —hizo una pausa, buscando las palabras correctas, y entonces se encogió de hombros—. Tengo razones para creer que mi llegada aquí no es casualidad.

—Claro que no es casual. Hay una reforma que hacer, ¿no?

Ella lo miró como si estuviera tomándole del pelo.

—Sabe bien que no es eso a lo que me refiero.

Heynes resopló por la nariz con expresión ahora más seria, casi sombría.

—Este hospital ha pasado por muchas fases, como le contaba antes. Durante la pandemia de la gripe española fue usado como lugar de cuarentena, y luego una parte de él se convirtió en un manicomio. Muchas almas perturbadas pasaron por aquí, y no todos encontraron paz.

—Eso explica el pasado, pero ¿Qué hay del presente? —insistió. —He tenido algunos sucesos desde que llegué aquí, y no creo que sea solo mi mente jugando malas pasadas.

—Este lugar tiene una atmosfera pesada, lo sé. Pero le advierto, algunas cosas es mejor dejarlas como están.

Madison notó el cambio en su tono, una advertencia implícita que no podía ignorar. Pero lejos de disuadirla, sus palabras solo avivaron su curiosidad.

—Doctor Heynes, si hay algo que debo saber, prefiero saberlo ahora —respondió, determinante—. No puedo quedarme aquí, trabajando en la reforma de este lugar, sin entender completamente lo que sucede. Si hay algo más, si hay algo que deba temer, prefiero que se me informe.

Heynes la observó en silencio por unos segundos, mordió una tostada y en su expresión se notaba claramente que estaba sopesando sus propias palabras. Madison lo siguió con la mirada, esperando ansiosa por su respuesta.

—Lo mejor que puede hacer por este hospital es demoler el sótano clausurado y el ala antigua de psiquiatría, que oficiaba como manicomio —dijo, finalmente, con lentitud.

Madison sintió que su corazón latía con fuerza al haber por fin pescado algo de información. Las palabras de Heynes confirmaron lo que ya sospechaba, pero también encendieron una chispa de espíritu detectivesco en su interior.

—¿Sótano? No sabía que hubiese un sótano —comentó. Heynes asintió con la cabeza.

—Todo el hospital tiene un nivel subterráneo, bajo el ala antigua. Originalmente se utilizaba como morgue y sala de autopsias, más que nada en la época de la pandemia. Creo que aún contiene equipos médicos de antaño y restos de documentos olvidados. Pero está restringido, su deterioro es bastante y no es seguro deambular por allí abajo.

Madison asintió, comprendiendo que tenía trabajo que hacer y un sitio donde buscar. Sabía que no sería fácil, pero estaba decidida a descubrir la verdad, sin importar el costo. Se levantó de la silla, dejando su café a medio beber, y entonces le sonrió tenuemente.

—Gracias, doctor Heynes —dijo. El hombre la miró con seriedad, mientras intuía lo que había causado en ella.

—Oiga, espere —murmuró. Sin embargo, ella no le hizo caso, y en cuanto la tuvo lo suficientemente cerca, de un rápido movimiento la tomó del antebrazo, reteniéndola—. ¡Espere! ¡Tenga cuidado con lo que va a hacer y adónde se va a meter, no sea imprudente!

Madison miró hacia su propio brazo con actitud perpleja, luego miró a Heynes con cara de pocos amigos, y con un movimiento lento pero firme, apartó el antebrazo, haciendo que la soltara.

—Gracias por la sugerencia —dijo, de forma escueta—, pero vuelva a ponerme una mano encima y le haré un informe sumariado por agresión. O quizá le rompa la nariz de un puñetazo, todo depende del humor con que me haya despertado ese día.

Vio la expresión de sorpresa en su rostro, y entonces le sonrió de forma amigable e irónica, y al levantar la vista, vio que Anthony, desde su lugar, miraba la escena de forma preocupada. Había visto aquel gesto, y se notaba su inquietud. Madison creyó incluso que por la manera de apoyarse en la mesa, estaba segura que si hubiera tardado dos segundos más en ponerle los puntos a Heynes, él se habría levantado de la silla para acudir en su ayuda.

Salió de la cafetería a paso rápido, directo al pasillo. Tenía mucho que hacer, y de forma apresurada, ansiosa por comenzar a desenmarañar todo aquel misterio, se dirigió directamente al ala antigua del hospital. Las palabras de Heynes resonaban en su mente, como una mezcla de advertencia y desafío. Sabía que estaba a punto de adentrarse en un lugar que pocos se atrevían a explorar, y la idea le provocaba una mezcla de excitación y miedo.

El aire dentro del hospital se iba cargando progresivamente de olor a humedad por cada paso que avanzaba por los viejos pasillos, y mientras se acercaba a las profundidades del ala antigua, la temperatura parecía descender unos pocos grados. Los recodos y pasajes que la llevaban a esa parte del edificio eran oscuros y silenciosos, con solo el eco de sus propios pasos acompañándola. La luz era escasa, y las sombras parecían moverse con cada parpadeo de las pocas bombillas antiguas que aún funcionaban. La sensación de soledad era opresiva, y Madison no podía evitar respirar con agitación, no solamente por el hecho de caminar tan rápido como podía, sino por la adrenalina que le recorría el cuerpo.

Cruzó el patio interior donde los fresnos y árboles frondosos se sacudían con el viento y la lluvia, y salir por un breve momento a la intemperie le provocó un escalofrío, en cuanto las ráfagas de aguanieve le golpearon el rostro, haciéndola cubrirse débilmente con una mano. Corrió atravesando el patio, esquivando tantos charcos como podía, hasta finalmente llegar a los accesos del ala clausurada. La puerta de metal que dividía ambos sectores estaba oxidada y mojada, y dio un suspiro en cuanto la vio, soltando vaho de la boca. Dudo por un momento, no lo iba a negar. Una parte de ella consideraba la idea de dar media vuelta y regresar, pero la otra, más dominante, la impulsaba a seguir adelante.

Se apoyó de la puerta y con esfuerzo, la empujó usando todo el peso de su cuerpo, abriéndola con un crujido chirriante que resonó por todo el pasillo, como si estuviera protestando por ser molestada tras tantas décadas. El aire al otro lado era aún más frío y denso, con un olor a humedad, moho y podredumbre que llenaba sus pulmones. Entró con cautela y solo por si acaso, dejó la puerta abierta tras ella. El pasillo que se extendía frente a Madison estaba en penumbras, apenas iluminado por unas pocas ventanas pequeñas y rotas que dejaban entrar la débil luz grisácea del exterior. El suelo estaba cubierto de escombros y charcos de agua, resultado de las goteras que se filtraban a través del techo agrietado. El lugar estaba sumido en un estado de deterioro bastante calamitoso, con paredes cubiertas de manchas de moho y puertas metálicas corroídas por el tiempo.

A medida que avanzaba, Madison empezó a escuchar ruidos que no podía identificar claramente. Eran sonidos suaves, como susurros que parecían provenir de algún lugar a lo lejos. A veces, el sonido de algo arrastrándose o golpeando suavemente el metal resonaba en la oscuridad, haciéndola detenerse en seco, con el corazón latiendo desbocado. A cada paso que daba, primaba en su interior la sensación de estar siendo observada, como si en las sombras más allá de donde la vista alcanzaba a ver, algo se estuviera divirtiendo con ella, acompañándola en su procesión.

Intentó calmarse, diciéndose a sí misma que todo era producto de su imaginación, quizá los sonidos de la tormenta, el viento que entraba rugiente por alguna ventana y movía algún objeto, pero aun así no podía evitar mirar sobre su hombro repetidamente, esperando ver algo que no debería estar allí. A pesar de todo, continuó avanzando, decidida a llegar hasta el final, hasta que por fin llegó al pasillo que había visto en su sueño. La sensación de dejavu era tan intensa que por poco la dejó sin aliento. El largo corredor estaba oscuro, con las paredes cubiertas de un desconcertante patrón de grietas y manchas de humedad que se extendían como venas en la superficie. A cada paso, sus botas crujían sobre los restos de lo que alguna vez había sido un suelo de baldosas pulidas, ahora cubierto por una capa de escombros y polvo. El aire estaba cargado de humedad, y el olor a moho y descomposición era casi insoportable.

Madison metió una mano en el bolsillo de su pantalón, encendió la linterna de su teléfono móvil, iluminando el pasillo delante de ella. La luz reveló detalles que en la penumbra habían permanecido ocultos: las paredes estaban marcadas con viejas inscripciones, palabras y frases escritas en una mezcla de caligrafías que parecían haber sido grabadas con uñas o algún objeto punzante. Algunas eran apenas palabras legibles, pero lo que pudo descifrar hizo que se le erizara la piel: "No hay salida" – "Ella está aquí" – "El silencio mata".

Continuó caminando, mientras que los ruidos extraños se hicieron más claros, más presentes. Lo que al principio había sonado como simples susurros, ahora parecía un murmullo colectivo, como si varias voces estuvieran hablando al mismo tiempo, justo fuera de su alcance. El sonido del agua goteando resonaba en la oscuridad, cada gota que caía en algún charco lejano producía un eco que se sumaba a la atmosfera de inquietud. Madison se detuvo frente a una puerta vieja de metal, corroída por el tiempo igual que las demás y cubierta de musgo en las esquinas. Estaba ligeramente entreabierta, y una brisa helada parecía filtrarse a través de la rendija, acariciando su rostro con un escalofrío. Recordó con nitidez el sueño de la noche anterior, y el impulso de empujarla para ver que había detrás era casi abrumador.

Pero algo la detuvo. Un susurro más claro, más cercano, hizo que se girara bruscamente, enfocando la linterna hacia el origen del sonido. No había nada, por supuesto. El pasillo detrás de ella estaba vacío, tan solo las sombras que danzaban con la luz de su linterna, pero aun así, la sensación de ser observada no desapareció. Tomó entonces una decisión rápida, en lugar de avanzar, retrocedió un paso, y luego otro. No iba a permitir que el miedo la paralizara, pero tampoco podía ignorar la creciente sensación de peligro. Respirando profundamente para calmar sus emociones, volvió a dirigir el haz de luz hacia la puerta entreabierta. Sabía que si cruzaba ese umbral, quizá podría encontrar una respuesta, pero también podía intuir que tal vez podría no estar preparada para lo que hallaría. La brisa helada volvió a cortarle las mejillas, y un sonido metálico, como el de una cadena arrastrándose, resonó detrás de la puerta. Aquello fue suficiente para que diera un paso atrás, su raciocinio le gritaba que saliera de allí.

Retrocedió con lentitud, sin apartar la vista de la puerta ni por un segundo. A medida que lo hacía, comenzó a escuchar otros sonidos: un leve zumbido eléctrico, como el de una máquina vieja encendiéndose, y lo que parecía ser el arrastrar de pies, resonando desde algún punto más allá de su campo de visión. No podía determinar de donde provenían esos ruidos, pero sabía que no estaba sola. El suelo debajo de sus pies crujió de nuevo cuando tropezó con un fragmento de baldosas sueltas, y de repente perdió el equilibrio. Cayó de espaldas, aterrizando pesadamente en el suelo húmedo, llenándose de tierra y polvo, pero antes de que pudiera recomponerse, algo más captó su atención. Desde su posición en el suelo, vio una sombra pasar rápidamente frente a la puerta entreabierta, un destello fugaz que se desvaneció en un suspiro, y luego un potente portazo en cuanto la misma se cerró sola, empujada por algo.

No había tiempo para más preguntas ni para intentar una segunda exploración. El instinto de supervivencia la dominó ya por completo, y con un último vistazo hacia la puerta cerrada y el pasillo oscuro, decidió que era momento de regresar. Comenzó a retroceder más rápido, hasta que finalmente se giró y echó a correr por el pasillo, tropezando de vez en cuando con algunos escombros, pero sin detenerse. Cada gota que caía del techo, cada crujido del metal oxidado, parecía resonar en sus oídos, amplificando la sensación de peligro.

Cuando finalmente llegó a la puerta oxidada que separaba el ala abandonada con la antigua, tiró de ella con fuerza y salió al patio interior. Hecho un rápido vistazo a los árboles a su alrededor, en medio de la bruma y la cortina de lluvia, y quizá fueran ideas suyas —o quizá no—, pero en un breve instante le pareció ver un par de ojos brillantes, como los de un gato, ubicados tras uno de los troncos. Algo o alguien se estaba divirtiendo con su pánico, con malicia evidente. Sin embargo siguió corriendo hasta llegar al pasillo más iluminado, y allí se tomó un instante para apoyar la espalda contra la pared descascarada, para intentar calmar su respiración y cerrar los ojos, tratando de recomponerse.

Caminó por el pasillo momentos después con una mezcla de urgencia y desconcierto. No podía borrar de su mente lo que acababa de experimentar, pero sabía que no podía permitirse desmoronarse, o como bien había dicho Heynes: sugestionarse. Justo cuando giraba la esquina para regresar a las áreas comunes, se topó de frente con Anthony. La sorpresa en su rostro fue evidente al verla en ese estado tan deplorable, media mojada, con la ropa manchada de polvo y tierra, y rápidamente se acercó a ella con preocupación.

—¡Madison! ¿Qué te pasó? —preguntó. Su voz denotaba una mezcla de alarma y curiosidad.

Intentó esbozar una sonrisa, pero apenas pudo mantenerla. No sabía cómo empezar a explicarle lo que había pasado, no en su totalidad, al menos. Era consciente de que lo que había experimentado sonaba increíble, incluso para alguien como él.

—Es... complicado —respondió evasivamente, intentando limpiarse las manos en su chaqueta mojada.

—¿Heynes te hizo algo? ¡Si ese viejo se atrevió a...! —exclamó. Sin embargo ella negó con la cabeza rápidamente.

—¡No, no! Él no me hizo nada, tranquilo. Digamos que me aventuré a un lugar que debería haber evitado.

Anthony la miró con escepticismo, y su preocupación no disminuyó. Claramente no estaba nada satisfecho con la vaga respuesta, y decidió presionarla un poco más.

—Madison, estás empapada y cubierta de tierra. No creo que eso sea simplemente una pequeña aventura. ¿Estás bien? —insistió, con tono suave, pero firme. Dio un breve suspiro, sabiendo que no podría evadir el tema por mucho más tiempo. La determinación en los ojos azules de Anthony le indicó que él no iba a dejar pasar esto tan fácilmente.

—Estuve en la parte antigua del hospital —admitió finalmente, eligiendo sus palabras con cuidado—. Ya sabes, el ala que solía ser el manicomio. No puedo explicarlo, pero necesitaba ir. Tenía que explorarlo.

Él la miró como si hubiera perdido la razón.

—¿Cómo que explorando? ¡Esa parte está casi en ruinas, podrías haberte lastimado! ¿Qué estabas buscando?

Madison vaciló, y sus ojos se posaron fijamente en los de Anthony. Finalmente, decidió contarle algo, aunque no todo.

—Es difícil. He perdido a gente importante en mi vida, y tengo un pasado bastante... complicado. Creo que mi llegada aquí no fue casualidad, solamente por la reforma y ya.

—No entiendo, ¿Qué tiene que ver la gente que perdiste con explorar la parte antigua del hospital?

—No va solamente en mis perdidas, ni siquiera puedo explicarlo todo ahora. Solo... solo necesito tiempo para ordenar mis ideas. Mi vida no ha sido fácil, he pasado por cosas que me hicieron cuestionar muchas cosas sobre mí misma y sobre el mundo. Y ahora que estoy aquí, es como si todo eso estuviera convergiendo en este lugar, en este momento. Como si todas las piezas de un rompecabezas oscuro y complicado se estuvieran juntando, de alguna manera. No puedo simplemente ignorarlo.

Anthony asintió lentamente, aunque era evidente que no comprendía del todo.

—Bueno, si alguna vez necesitas hablar, estoy aquí —dijo, con tono sincero—. Solo ten cuidado, Madison. Este lugar es... —dudó. —Es fácil perderse en él, y no quiero que te lastimes.

Ella le dedicó una sonrisa leve, agradecida por su apoyo y sintiendo el peso de su preocupación sincera. Anthony era quizá la única persona en que sentía que podía confiar, al menos de momento, pero sabía que aún no era el momento de revelarle todo. Algunas cosas era mejor guardarlas hasta que estuviera más segura de lo que estaba buscando.

—Gracias, Tony. Lo aprecio más de lo que puedes imaginar. Iré a cambiarme de ropa y llevar la chaqueta a la lavandería.

Él asintió, dándose cuenta de que no había más que pudiera hacer en ese momento. La dejó marchar, viéndola caminar por el pasillo en dirección a su habitación, aun húmeda y cubierta de polvo, y no pudo evitar preocuparse por ella.

Luego de quitarse la chaqueta, ponerse un suéter de punto tejido, de color marrón oscuro, y llevar la ropa al sector de lavandería, volvió a su habitación cerrando la puerta tras de sí. Caminó hacia la pequeña mesa de noche, donde había dejado su teléfono, y luego tomó la computadora portátil de su equipaje, dejando todo encima de la mesa individual y encendiendo esta última. Estaba dispuesta a encontrar cualquier información que pudiera arrojar algo de luz sobre lo que había visto en el hospital, y para eso, necesitaba acceso a internet. Configuró su teléfono como un punto de acceso wifi, y luego buscó en las redes de su MacBook hasta localizar la señal de su propio celular. Mientras esperaba que el dispositivo se conectara, su mente no dejaba de reproducir las imágenes del pasillo, la puerta entreabierta y los sonidos que había escuchado. Había algo inquietante en todo eso, algo que parecía conectarse con los fragmentos de su propio pasado, un pasado que había intentado olvidar.

Cuando finalmente logró establecer la conexión, abrió el navegador de internet y comenzó a buscar cualquier información relacionada con Ashgrove y su historia. Sabía que no iba a encontrar nada reciente, ya que parecía que muchos de los registros históricos del hospital habían sido olvidados o eliminados con el tiempo, pero tenía la esperanza de encontrar algo en los archivos antiguos de algún periódico local, por mínimo que fuese, o tal vez en algún foro de internet que recopilara historias de terror.

Las primeras búsquedas no arrojaron nada relevante. Noticias sobre la remodelación del hospital, informes de incidente menores, pero nada que mencionara el ala antigua y el sector psiquiátrico que oficiaba como manicomio. Frustrada, Madison decidió cambiar su enfoque. Si no podía encontrar nada en las fuentes oficiales, tal vez los relatos personales le darían alguna pista. Escribió "hospital Ashgrove historias paranormales" y presionó enter.

Lo que encontró la dejó con el corazón acelerado. Había varios hilos en foros de discusión de Reddit que hablaban sobre el hospital, aunque la mayoría eran especulaciones y rumores. Sin embargo, un comentario en particular captó su atención. Un usuario había publicado hace años sobre una experiencia que su abuelo le había contado, un hombre que había trabajado como guardia en el hospital durante los años en que el ala del manicomio aún estaba en funcionamiento.

"Mi abuelo decía que había algo más en ese lugar", escribió el usuario. "Él nunca quiso dar detalles, pero siempre nos decía que debían mantenerse alejados de esa área. Decía que los gritos no paraban, incluso después de que todos los pacientes hayan sido trasladados o incluso muertos. Y que a veces, cuando estaba solo en su ronda nocturna, escuchaba a alguien llamarlo desde el fondo del pasillo, pero cuando se acercaba, no había nadie allí. Decía que era como si el edificio mismo estuviera vivo, que tenía su propio pulso de alguna manera, y que si te quedabas demasiado tiempo, comenzabas a escucharlo".

Madison sintió un escalofrío recorrerle la columna mientras leía el comentario en el foro. Las palabras de aquel usuario resonaban profundamente con lo que había experimentado aquella mañana en el hospital, los susurros, la sensación constante de ser observada, el sonido de la cadena arrastrándose... todo encajaba con la descripción de un lugar donde el tiempo y la realidad se descomponían en algo que desafiaba toda lógica. Pero lo que realmente la detuvo en seco fue la última frase: "Decía que era como si el edificio mismo estuviera vivo, que tenía su propio pulso, y que si te quedabas demasiado tiempo, comenzabas a escucharlo". Ese eco del pasado se sentía como una advertencia directa para ella.

Había más comentarios, charla entre usuarios que comentaban el posteo, y que leyó por encima sin mucho afán, hasta que de nuevo, algo saltó a su atención. Un usuario le preguntaba si su abuelo no había dicho nada acerca de Julianne Grimshaw, la enfermera. Reconoció el nombre de forma casi instantánea, Julianne era lo primero que había nombrado la ouija, aquella noche.

Leyó con rapidez, mientras las manos le temblaban ligeramente. El usuario que contaba la anécdota decía que no lo sabía, que él nunca se lo había dicho, pero otra persona mencionaba haber visto una figura similar en el hospital haciendo una exploración urbana, también en la parte antigua, descrita de manera casi idéntica a lo que ella bien conocía: una mujer alta, vestida con un traje de enfermera de otra época, que se desvanecía en el aire antes de que pudieras siquiera acercarte a ella. La sangre de Madison corría gélida en sus venas. Ya no tenía ninguna duda, aquella cosa que había tomado posesión de su cuerpo cuando era una simple adolescente, que había matado a Alex y a Tom, y que ahora la acechaba por los rincones, no era una simple creación de su imaginación. Esta entidad, esta presencia, estaba conectada de alguna manera con el hospital, y ahora ella estaba en el centro de todo.

La pregunta era ¿Por qué? ¿Por qué esta cosa la había seguido durante tanto tiempo? Y lo más inquietante de todo: ¿Qué quería de ella? Madison intentó buscar más detalles en los comentarios, alguna mención que pudiera darle más contexto o el motivo por el cual seguía apareciendo. Sin embargo, no encontró nada que pudiera aclarar sus dudas. Los relatos eran fragmentarios, entremezclados con rumores y mitos del colectivo popular que se habían tejido alrededor del hospital durante años. Pero aun así, todos parecían coincidir en un punto fundamental: esa mujer, esa enfermera espectral, era parte integral de Ashgrove.

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