4
El día amaneció claro y fresco cuando Madison y Anthony se dispusieron a dejar la posada de Saint Mildred, tres días después. El sol se filtraba suavemente a través de las ventanas, y la mañana tenía un cierto perfume floral que les alegraba el ánimo. Ambos habían dormido bien, después de varios días de recuperación física y emocional, además, el ambiente en el pueblo era tranquilo, casi ajeno a todo lo que habían vivido. Mientras Anthony cargaba el equipaje de Madison y su propio bolso en el maletero del coche, ella se acercó por detrás y lo ayudó a cargar las cosas.
—¿Estás lista? —preguntó él, mientras cerraba con un suave chasquido el maletero.
Madison asintió, y con una sonrisa tranquila le hizo un gesto para que subiera al coche. Se sentía bien estar finalmente al control de todo, tomando decisiones sin la sombra de la incertidumbre y el peligro constantes que habían experimentado en los últimos tiempos. Aunque el cansancio mental todavía continuaba pesando un poco sobre ambos, sabían que ese viaje representaba un nuevo comienzo, o al menos, una especie de respiro.
Luego de subir del lado del conductor, ella encendió el coche y avanzó por la solitaria calle, a esas horas, rumbo a los accesos de la carretera. Minutos después, ya estaban cruzando los límites de Saint Mildred, y casi una hora más tarde, la carretera que los llevaría hacia Charlotte se extendía ante ellos, rodeada por colinas y árboles verdes y frondosos. El paisaje parecía más vivo, más claro ahora que las nubes oscuras se habían dispersado, y el silencio entre ellos no era incomodo, más bien era una especie de compañía tranquila, mientras las canciones de rock de la radio del coche sonaban de fondo, a volumen medio.
A medida que avanzaban por la carretera, dos horas después cruzaron el límite estatal ingresando a Carolina del Norte, y poco a poco, el paisaje rural comenzó a transformarse lentamente en las afueras de Charlotte, donde el tráfico se volvía más denso y la sensación de civilización moderna se hacía evidente. Las calles, ahora bien pavimentadas y marcadas con señales de tránsito, se cruzaban con carreteras y caminos secundarios que conducían a zonas residenciales. Después de otro par de horas de viaje, finalmente giraron en una tranquila avenida que los llevaría hasta su destino señalado.
Cuando estacionaron frente a la portería, Anthony pudo notar que la casa, aunque hermosa y amplia, mostraba signos del tiempo que Madison había pasado fuera. Era una construcción imponente, claramente diseñada con detalles elegantes y modernos, porche techado, garaje a un lado y patio amplio. La fachada de ladrillo gris oscuro y grandes ventanales hablaba de una propiedad de alguien que, como Madison, había trabajado duro para lograr una buena estabilidad económica. Sin embargo, el jardín delantero, que alguna vez había sido un ejemplo de perfección, ahora estaba descuidado, con maleza creciendo en los bordes del camino y las plantas decorativas sin podar, algunas secas y otras desbordando de sus macetas.
—Parece que mi casa me ha estado esperando —comentó ella, mientras apagaba el motor del coche y miraba alrededor—. Siento que la tengas que ver en estas condiciones pero, sabes bien que mi trabajo consiste en pasarme viajando de un lado al otro... Creo que ya es tiempo de que pueda darle algo de cariño a la propiedad.
Anthony la observó mientras bajaba del coche, bajando a su vez él también. Había algo especial en verla en este entorno, su casa, el lugar donde podía ser realmente ella misma. Los detalles descuidados no le restaban la belleza natural al lugar, y Anthony no pudo evitar sonreír al imaginar cómo sería para ella volver a conectarse con su hogar después de tanto tiempo.
—No te preocupes, un par de días y todo esto volverá a su estado original —dijo él, señalando el jardín con un gesto amplio—. Podemos encargarnos juntos.
Madison le sonrió mientras sacaba las llaves y caminaba hacia la puerta de entrada, luego de sacar el equipaje del coche.
—Eso suena bien, no me vendría mal algo de ayuda.
Cuando entraron, el aire de la casa tenía ese olor a espacio cerrado, mezclado con los recuerdos de la última vez que Madison había estado allí. El recibidor era amplio, con un piso de madera brillante que, a pesar del tiempo que había pasado, aún conservaba un aspecto impecable. Un gran espejo colgaba de una de las paredes, junto a una mesa de entrada sobre la cual había dejado algunos objetos antes de su partida, ahora llenos de polvo: unas llaves, una carta sin abrir y una foto enmarcada de ella en la playa, en sus últimas vacaciones.
Madison soltó un suspiro mientras dejaba la maleta en el suelo, girándose para observar el espacio. La casa era grande, luminosa, pero también sentía el eco del tiempo en los rincones, una extraña sensación de la perpetua soledad en la que había vivido los últimos años.
—Bienvenido a mi hogar —dijo, finalmente, con una mezcla de satisfacción y cierta nostalgia—. Hace meses que no estoy aquí. Se siente raro, pero al mismo tiempo es... agradable volver.
Anthony miró alrededor, tomando en cuenta cada detalle. El salón principal era espacioso, con un sofá amplio en tonos grises frente a una chimenea moderna y una televisión de pantalla plana colgada en la pared. Las estanterías estaban llenas de libros y pequeños recuerdos de viajes que Madison había acumulado a lo largo de los años de trabajo. Las paredes, de un blanco inmaculado y tonos pastel, tenían cuadros de paisajes, naturaleza muerta, y abstractos. Era un hogar bien decorado, elegante.
—Es increíble, Maddie. Me sorprende lo bien que te sienta este lugar —él la miró con admiración, reconociendo todo el esfuerzo que había puesto en construir una vida que, aunque profesionalmente muy demandante, le había permitido rodearse de confort. Ella sonrió, algo tímida.
—Gracias. Supongo que he estado tan enfocada en mi trabajo que olvidé lo mucho que significa tener un espacio al que regresar. Pero... se siente extraño estar aquí, como si la casa también necesitara tiempo para acostumbrarse a mi vuelta.
Anthony asintió, entendiendo perfectamente el sentimiento.
—Te tomará tiempo, pero poco a poco todo irá encajando —dijo—. ¿Dónde está la cocina? Tengo un poco de sed, iré por agua. ¿Quieres?
—Por allí —dijo ella, señalando hacia la izquierda tras un recodo—. Gracias.
Anthony avanzó hacia la cocina, situada justo al lado del salón. Vio dos vasos de cristal en el secador de vajilla, los tomó y dándoles una rápida enjuagada para quitarles el polvo, sirvió ambos. El lugar era moderno, con electrodomésticos de acero inoxidable y una isla en el centro. Madison la había diseñado para que fuera funcional y cómoda, a pesar de que pasaba muy poco tiempo cocinando debido a su ajetreada vida laboral. Dejó los vasos sobre la encimera de mármol mientras ella se apoyaba en la barra, observándolo con una sonrisa tranquila.
—¿Sabes? —dijo, luego de un buche de agua. —Me hace bien verte aquí. Estaba tan acostumbrada a estar sola en este espacio, que no me había dado cuenta de lo grande que puede sentirse.
—Tienes razón, pero no te preocupes. Ahora que estamos aquí, este lugar va a cobrar vida de nuevo. Dos o tres días de trabajo, y ni recordarás que estuvo vacío.
Y en efecto, así fue. La convivencia entre ellos comenzó a fluir de manera natural en los siguientes días. Sin la presión de tener que escapar o enfrentarse a una nueva amenaza, Madison y Anthony comenzaron a encontrar un ritmo en su vida diaria que, aunque aún en proceso de ajuste, les permitía disfrutar de la compañía mutua. Las mañanas siempre empezaban tranquilas, con el aroma del café llenando la casa mientras conversaban sobre pequeñas cosas: lo que iban a hacer durante el día, como organizarse para dejar la casa en condiciones, y las tareas que se dividían. Anthony había asumido un rol activo en el mantenimiento de la propiedad, algo que ella apreciaba profundamente. Juntos limpiaron el jardín, cortaron la maleza y podaron las plantas descuidadas, devolviéndole a la casa la elegancia que solía tener.
Madison, por su parte acostumbrada a vivir sola y manejar sus propias rutinas, se adaptó sorprendentemente bien a la nueva dinámica. Anthony, por su parte, disfrutaba de poder ayudarla y sentía que, en cierto modo, cuidar de esa casa también le ayudaba a sanar las heridas internas que había traído consigo desde Ravenwood.
Las tardes eran más relajadas. Después de un día de arreglos y pequeñas tareas domésticas, solían sentarse juntos en el salón, viendo series o películas, luego de hornear algo casero para disfrutar en la merienda. Apreciaban la compañía mutua y la tranquilidad de saber que no tenían ninguna urgencia que resolver, al menos hasta el momento en que se reunieran con su abogada. Madison, quien siempre había sido una mujer de horarios apretados y agendas llenas de compromisos laborales, por primera vez estaba empezando a saborear esta vida de calma. Le resultaba extraño no tener reuniones o casos urgentes que atender, pero agradecía ese tiempo que le permitía reconectar tanto con ella misma como con Anthony.
Al final del día, cenaban juntos en la mesa del comedor, una comida sencilla pero reconfortante que, la mayoría de las veces, preparaban entre los dos. Las risas y las conversaciones se prolongaban hasta bien entrada la noche, cuando ambos se retiraban al dormitorio principal, para compartir su frecuente intimidad y un reparador descanso.
Y noche tras noche, arrullada por el abrazo siempre cálido de Anthony, quien dormía a su lado, Madison podía sentir que, por primera vez en mucho tiempo, su hogar estaba completo.
*****
Por fin, el día de la reunión con Rebecca Hastings había llegado, amaneciendo brillante y despejado, en contraste con la sensación tensa que ambos sentían por dentro, conscientes de que el encuentro con la abogada sería crucial para su futuro. Aunque ambos habían trabajado para reconectar con una vida cotidiana, esa reunión representaba un nuevo desafío, una confrontación con los hechos que aún pesaban sobre ellos, y la necesidad imperiosa de hacer justicia. Mientras Madison se terminaba de arreglar en el espejo del dormitorio, Anthony la observaba desde la puerta, apoyado del marco con una expresión tranquila pero admirada.
—Estás bellísima —dijo, sonriéndole a su reflejo—. Aunque debo decir que siempre he pensado que el look formal no es lo tuyo.
Madison se giró hacia él con una ligera sonrisa sarcástica, ajustando la blusa de seda blanca que llevaba metida dentro de sus pantalones de vestir oscuros.
—¿Sabes qué? A mí tampoco me gusta —admitió, mirándose a sí misma con resignación. — Siempre he sentido que este estilo no es para mí, a pesar de todos los años que llevo usando ropa formal para el trabajo.
Él se rio con suavidad, acercándose a ella. Le apoyó ambas manos en las caderas y le dio un rápido beso en la punta de la nariz.
—¿Y qué lugar tiene entonces la chica rockera que tuve la suerte de conocer en Ashgrove, que usaba camisetas de bandas y chaquetas de cuero? —dijo, con tono divertido. —Si me permites el comentario, me encantaría verte en algo así para alguna reunión. Serías más intimidante.
Madison lo miró entrecerrando los ojos.
—¿Crees que debería ir vestida de cuero y con una camiseta de Cannibal Corpse? —Anthony soltó una carcajada.
—Serías imparable.
—Sería la forma más rápida en la que acabaría en la cárcel —respondió ella, bromeando, mientras se ponía sus zapatos.
Anthony se colocó por encima de la camisa su saco formal, luego de darle una ligera corrección al nudo de su corbata, y luego de tomar los documentos médicos salieron de la casa, rumbo al coche estacionado en la puerta del garaje. Subieron a él, Madison maniobró el vehículo hasta sacarlo a la calle, en reversa, y emprendieron camino rumbo a la zona céntrica de Charlotte. A pesar de los días de calma que habían vivido, el peso de todo lo ocurrido en Ravenwood y en el hospital Ashgrove aun gravitaba sobre ellos. Tenían que contarle a Rebecca todo lo que había sucedido, las pruebas que tenían y como planificarían todo el juicio legal. No sería nada fácil, y ambos lo sabían.
Por fin, luego de media hora después en la cual Madison condujo la mayor parte del tiempo en silencio y sin encender la radio, pudieron llegar al edificio de oficinas donde Rebecca Hastings tenía su despacho. Era una torre moderna de vidrio y acero, situada en el centro mismo de Charlotte. La fachada brillante reflejaba el cielo despejado y las calles llenas de gente, creando un ambiente urbano muy moderno. Aparcaron el coche en el estacionamiento subterráneo y caminaron hacia la entrada principal. Madison respiraba profundamente, tratando de calmar los nervios, mientras Anthony caminaba a su lado.
—Va a estar bien —murmuró, tocándole suavemente la espalda, mientras entraban a la recepción. Anunciaron su cita programada con la chica tras el mostrador, y luego subieron por el ascensor hasta el piso siete, donde estaba la oficina de Rebecca. Al salir del aparato fueron recibidos por otra secretaria, que los condujo a través de una elegante recepción con muebles de cuero negro y obras de arte abstracto colgadas en las paredes. Todo en el despacho parecía transmitir profesionalismo y éxito, tal como lo habían imaginado, ya que Rebecca Hastings tenía la reputación de ser una de las mejores abogadas de la ciudad, y cada detalle de su oficina parecía confirmarlo.
Cuando finalmente llegaron a la sala de reuniones, Rebecca estaba esperándolos. Era una mujer de unos cuarenta y pocos años, de cabello rubio atado en una apretada coleta que caía por detrás de su espalda, porte firme pero con un aire amable, que vestía un traje gris oscuro perfectamente ajustado a su estilizada figura, y sus ojos, detrás de unas gafas delgadas, parecían irradiar inteligencia y determinación. El despacho en sí mismo era espacioso, con una gran mesa de madera oscura en el centro con una computadora Apple en el centro, una impresora en un extremo y un encarpetador en el otro. Las paredes no tenían decoración, salvo algunas pocas plantas de interiores en los rincones y estanterías repletas de libros legales que las cubrían por completo. Tras su silla giratoria, todo un enorme ventanal ofrecía una vista impresionante del skyline de Charlotte.
—Señorita Lestrange, señor Walker, que gusto verlos en persona —dijo Rebecca, levantándose para saludarlos con un apretón de manos firme, pero cálido—. Por favor, tomen asiento.
Ambos hicieron lo indicado, ocupando dos sillas frente a la gran mesa de madera oscura que dominaba la habitación.
—Gracias por recibirnos tan pronto —dijo él, asintiendo con la cabeza.
—Bueno —dijo Rebecca, mientras tomaba asiento frente a ellos y abría un fichero nuevo en su computadora—. Algo tengo entendido sobre lo que sucedió, debido a lo que me contaron por teléfono el día que me llamaron, pero quiero que me cuenten todo con más detalles. Quiero entender cada aspecto de lo que paso en Ravenwood y cómo llegaron hasta aquí.
Madison respiró hondo, asintiendo antes de comenzar a relatar los eventos que los llevaron hasta ese momento. Describió cuál era su trabajo, como había llegado al hospital Ashgrove, la corrupción de la doctora Sanders encubriendo a Heynes y la conspiración en torno a los pacientes desaparecidos. Anthony intervino en los momentos clave, especialmente para explicar el descubrimiento de los documentos incriminatorios acerca de Heynes en la alcaldía. Rebecca escuchaba con atención, sin interrumpir, tomando notas en su computadora de manera meticulosa, a medida que intercambiaba hojeadas a los documentos médicos que habían llevado, como prueba.
Pero cuando el relato llegó al punto en que tuvieron que enfrentarse físicamente con Heynes y más tarde, con el enfermero, la atmosfera en la sala se volvió mucho más tensa. Rebecca entrelazó las manos apartándolas del teclado, inclinándose ligeramente hacia adelante.
—Entonces, a ver si entiendo —dijo, con voz mesurada—. Ambos mataron a dos personas en defensa propia. Sin testigos.
Madison y Anthony intercambiaron una mirada rápida antes de que fuera el quien respondiera.
—Sí, fue en defensa propia, no tuvimos opción. El enfermero estaba bajo órdenes de Sanders para eliminarme, y cuando me interceptó en la alcaldía, me vi obligado a defenderme. No había nadie más allí. Y antes de eso, Heynes intentó matar a Madison irrumpiendo en su habitación después que intentamos confrontarlo con las pruebas. No nos dejó alternativa.
Rebecca respiró profundamente, cerrando los ojos un segundo antes de continuar.
—Por lo que veo, este es uno de los puntos más delicados en su caso. Los documentos que me han traído prueban la corrupción de ambos médicos, pero el hecho de que no haya testigos que corroboren lo que haya pasado con los dos hombres... eso va a ser complicado. Legalmente hablando, la defensa propia es difícil de probar sin pruebas contundentes o testigos adicionales. Tendremos que manejarlo con mucho cuidado.
La sala quedó en silencio por un momento. Al ver la incertidumbre que los agobió de forma repentina, Rebecca continuó, lanzándoles una mirada comprensiva.
—No estoy diciendo que no pueda defenderlos, pero va a ser una batalla difícil. La doctora Sanders debe tener influencia y recursos, como cualquier médico de alto grado, usted lo sabe bien porque es una de ellos —dijo, mirando a Madison—, y seguro que intentará desacreditarlos en cada oportunidad. Vamos a necesitar una estrategia sólida para enfrentar este tema en particular. Probablemente vamos a tener que demostrar el historial corrupto de este hombre y su conexión con Sanders de manera exhaustiva.
Madison sintió un nudo en el estómago, pero Anthony le colocó una mano encima de la pierna, cerca de la rodilla, para tranquilizarla.
—Entendemos que será difícil —dijo—, pero no tenemos otra opción. Muchas vidas se perdieron durante muchos años, nosotros casi morimos, y la verdad está de nuestro lado.
Rebecca asintió, aunque su rostro permaneció serio.
—Haré todo lo posible, eso está claro. Ahora bien, quiero que sepan que un caso de este calibre va a requerir tiempo y recursos, por lo que los gastos legales no van a ser pequeños. Mis honorarios, sumados a los costos del juicio, podrían ascender a una cifra considerable.
Madison tragó saliva, y se atrevió a preguntar.
—¿De cuánto estamos hablando, exactamente?
—Para un caso como este, incluyendo mi tiempo, los documentos, las investigaciones y cualquier otro gasto judicial, estimaría que estamos hablando de unos cincuenta mil dólares, quizá sesenta dependiendo de cuanto se prolongue el juicio.
Madison sintió que el aire abandonaba sus pulmones como si le hubieran dado un bofetón. Cincuenta mil dólares... no era una cantidad pequeña. Ella tenía ahorros en el banco, pero eso prácticamente significaba vaciar todas sus cuentas.
—Tengo algo de dinero ahorrado —dijo, con voz apagada—, pero... eso va a ser casi todo.
Rebecca ladeó la cabeza, mostrando algo de empatía en su expresión.
—Sé que es una cantidad considerable, pero quiero que sepan que hago esto porque creo en su caso. Haré todo lo posible por ganar, pero es su decisión si desean proceder.
—Sí, no nos queda de otra —dijo, aceptando el presupuesto.
Concretada la reunión, los acuerdos finales, las firmas de conformidad y demás cuestiones burocráticas, ambos salieron del enorme edificio minutos después. Cuando salieron hacia la acera, para ir a buscar el coche al estacionamiento subterráneo, Anthony la miró de reojo, viendo la angustia en su rostro. El peso de la situación parecía haberse duplicado sobre los hombros de Madison, y mientras caminaban hacia el coche, ella no pudo evitar soltar un suspiro profundo.
—Esto va a costar todo lo que tengo, Tony. Literalmente todo.
Él la miró con comprensión, y sin dudar, le pasó un brazo por los hombros, acercándola a él.
—Vamos a salir de esto, Maddie, de una forma u otra. Tenemos tiempo para recuperarnos, somos dos, y entre los dos, podemos superar lo que venga. No pienses en lo que vamos a perder ahora, piensa en lo que estamos protegiendo. No podemos permitirnos ir a la cárcel por haber matado a esos dos hijos de puta, por intentar hacer justicia para las personas que no la tuvieron en su momento, incluso para tu propia abuela —dijo. Madison se detuvo un segundo, mirándolo con una mezcla de gratitud y fatiga.
—Tienes razón, solo que cuesta asimilarlo todo... —murmuró, y entonces chasqueó la lengua, frustrada. —¡Tenía planes para ese dinero! Ahora que estoy contigo, que hablamos de la casa en la costa, podía comenzar a buscar propiedades, incluso aumentar la tasa de interés para reducir el tiempo de ahorro. Y no voy a poder hacer nada de eso...
—Lo sé, pero ya hemos pasado por lo peor. Esto es solo otra etapa, vamos a reponer lo que gastemos, trabajando juntos. Hoy mismo comenzaré a enviar currículos a todos los lados que pueda. Ahorraremos entre los dos.
Ella no le respondió, pero lo miró agradecida, asintiendo con la cabeza mientras retomaban la marcha hasta el coche, con el sol del mediodía brillando detrás, conscientes de que su lucha por justicia apenas había comenzado, pero decididos a no dejarse vencer.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top