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Madison estaba tomando el desayuno en la habitación del hotel estatal donde estaba alojándose, aún en ropa interior y con el cabello atado en un moño por detrás de la nuca, mientras miraba el noticiero de aquel martes por la mañana. Según el clima, habría algunas lluvias leves durante todo el día, por lo que se alegró de haber llevado algo de ropa extra como su camperita de neopreno impermeable. Mientras revolvía su café luego de echarle dos sobrecitos de azúcar, escuchó la crónica roja. Un delincuente muerto tras un intento fallido de huida luego de atracar una tienda de ropa, bien, eso estaba muy bien, pensó. Incidentes entre hinchadas deportivas luego de las eliminatorias en segunda división de futbol, eso no estaba tan bien, se dijo. Y luego el hundimiento de un barco de investigación marítima, algo que hizo enfocar su atención en la pantalla, subiendo rápidamente el volumen con el control remoto.


"...de la OceanLife Explorer, quien estaba realizando tareas de investigación en los arrecifes de coral de la isla Celestia. Las autoridades marítimas continúan haciendo una evaluación del sitio y recuperando restos del navío, a la par que la brigada de buceo continua con la búsqueda de las víctimas que aún faltan por ser encontradas, quienes se presume son cinco personas, entre ellas el reconocido biólogo marino Alexander O'Ryan. Entre otras noticias..."


Permaneció inmóvil, mirando la pantalla durante un minuto, luego dos, en los cuales no escuchó nada de lo que estaban hablando los conductores del noticiero, casi sin poder respirar, mientras murmuraba un "No..." tras otro, como una autómata. La vista se le puso borrosa, sintió como tres lágrimas se desbordaban de los ojos pero aun así fue incapaz de parpadear. Hasta que, como si de repente hubiera sido capaz por fin de reaccionar, soltó un hondo lamento al mismo tiempo que apoyada con los codos en la mesa, dejó caer el rostro encima de sus manos, cubriéndose con ellas y llorando de la amargura. Sintió que su cordura se rompería en mil pedazos, mientras casi podía notar como se mareaba debido al llanto tan brusco que la dominaba. ¡Era su culpa, su maldita culpa! Se dijo, con odio y dolor hacia sí misma. ¡El joven que ella tanto había querido durante su adolescencia y al que tanto quería ahora! ¡Muerto!

Lloró durante unos interminables veinte minutos, hasta que la frente había comenzado a punzarle de dolor y ya casi no podía respirar debido a la nariz taponada, por lo que aun sollozando, se levantó de la silla para ir al baño, a limpiarse la cara y sonarse la nariz. Al rodear la cama, vio como en el espejo empotrado en la pared de la habitación había un reflejo inusual. Podía verse a sí misma, con el rostro hinchado de tanto llorar, con las uñas de sus pies despintadas y con la ropa interior que debía cambiarse luego de la ducha, y tras ella, alguien más la miraba.

La mujer a su espalda parecía mirarla gravemente. El uniforme descolorido parecía rasguñado, desgastado y sucio, y su piel agrietada y oscura le daba un aspecto cadavérico y amorfo. Madison volteó con rapidez, y vio que en la habitación no había nadie, pero cuando volvió a mirar el espejo, aquella mujer se había acercado un paso más hacia ella, y ahora podía ver las expresiones de su rostro a la perfección. Le sonreía con cierta malicia, casi como si se gozara con su dolor. En un arrebato de ira, Madison le dio un puñetazo al espejo, justo en el rostro del espectro reflejado. Luego otro, y allí fue cuando el cristal se rompió en varios trozos, cortándola.

—¡Vete, lárgate, maldita hija de puta! —gritó, con rabia. —¡Déjame en paz!

Cuando el espejo se rompió, pareció llevarse consigo la imagen horrenda de aquella criatura, y solo entonces fue cuando Madison se sentó al borde de la cama, volviendo a llorar y mirándose la mano sangrante. Tenía los nudillos cortados, y un pequeño trozo de vidrio clavado en la falange del dedo medio, el cual se quitó con cuidado. Con precaución de no pisar los cristales, fue al baño, metió el puño bajo el agua del grifo, y luego buscó en el botiquín de primeros auxilios algo con lo cual poder vendarse la mano.

Mientras veía la sangre correr junto con el agua, no pudo evitar llorar. Ya todos habían muerto, tan solo quedaba ella y Tom, y una parte de sí misma prefería que fuese ella la siguiente muerte, antes que otra vida inocente recayera sobre su conciencia. 


*****


El tiempo pasó, y las noticias anunciaron que finalmente, de los cinco científicos desaparecidos, el equipo de buceo solo pudo rescatar los cuerpos de cuatro. Madison no necesitó escuchar el nombre de la quinta persona para saber que se trataba de Alex, lo podía saber en su fuero interno, como si ella misma fuese quien lo hubiera arrastrado al fondo del océano. Intentó comunicarse con Tom, preocupada por él, pero aunque le dejó varias llamadas —ya que había conseguido su número de teléfono en la noche de la barbacoa en casa de Alex— no le respondió ninguna, y un buen día, ni siquiera dio tono de señal. Asumió que le había restringido o bloqueado de alguna forma y con aquel mensaje silencioso fue como optó por alejarse definitivamente. De hecho, ni siquiera se acercó a la casa de Evelynn para darle el pésame. Sabía que lo más probable es que le arrancase los ojos al verla, y ya demasiado dolida estaba como para tener que soportar una escena de su esposa.

Durante los dos meses que siguieron, Madison apenas se presentó en la obra de construcción del hospital Waynesburg un par de veces. No tenía ánimos ni siquiera de supervisar los avances, y ante la llamada de atención de sus superiores, se pidió licencia médica sin goce de sueldo. El hecho de no cobrar su sueldo por un trimestre era algo que no le gustaba, sinceramente, pero se sentía demasiado depresiva como para tener la cabeza enfocada en sus quehaceres. Ya se solventaría con los ahorros del banco, pensó.

En aquel ínterin fue derivada a supervisar la instalación de unos equipos médicos de radioterapia en Minnesota, al mismo tiempo que ponían a alguien en su lugar como reemplazo, para dirigir la construcción del hospital. Lejos de disgustarse, preparó sus maletas, firmó la renuncia del contrato actual y emprendió viaje rumbo a su nuevo destino un martes por la mañana. La tarea era sencilla, creía que no le llevaría un par de semanas, por lo que luego tendría mucho tiempo libre hasta que la llamasen de otro sitio, por lo que podría aprovechar para hacer lo que ella consideraba como "Terapia de mujer". Recorrería las tiendas de ropa, compraría camisetas nuevas de sus bandas favoritas, iría al cine y quizá daría algunos paseos por los diferentes parques aledaños a la ciudad.

Trabajó arduamente en cuanto llego al hospital Dayton, y para cuando acabó la primera semana de su estadía en la localidad, ya tenía más de la mitad de la sala oncológica preparada y en correcto funcionamiento. Estaba tan ensimismada en su trabajo, intentando acallar las voces de los malos recuerdos de su cabeza supervisando hasta el más mínimo detalle, que ni siquiera se percató de cuando comenzó el caos hasta que ya era demasiado tarde. En cuanto llegó al hospital aquella mañana, notó que todo el personal parecía hablar de lo mismo, conversando entre ellos tanto las enfermeras como el personal de recepción e incluso algunos médicos. Madison decidió no tomarle importancia, por lo que continuó caminando por los blancos pasillos inmaculados hacia el área de radioterapia en remodelación, con su planilla bajo el brazo, el cabello suelto ondeándole al viento y su bata blanca por encima de la ropa negra. Subió al ascensor, tocó el botón del tercer piso, salió del aparato luego de un momento, en cuanto las compuertas se abrieron, y a mitad de un nuevo pasillo se cruzó con el doctor Campbell, quien parecía bastante nervioso. Llevaba las gafas colgando del cuello, la bata desprendida en la pechera y parecía discutir con una chica de la recepción. Levantó la cabeza en cuanto escuchó el ruido del ascensor cerrarse y entonces vio a Madison llegar, por lo que abandonó su lugar y caminó hacia ella.

—¡Señorita Lestrange! ¿Ha visto al equipo de forenses allí abajo?

—No, no lo he visto. ¿Por qué?

—¿Se ha enterado de lo que pasó anoche?

Madison titubeó un instante, y luego negó con la cabeza.

—No, lo cierto es que no. ¿Qué ocurrió?

—Un accidente aéreo, un avión de carga se estrelló a unos cuantos kilómetros del límite de la ciudad, en plena área boscosa. Lo bueno es que al menos no se lamentaron muchas pérdidas humanas, no era un vuelo comercial. Derivaron los cuerpos aquí, para hacerles la autopsia e identificarlos, pero el maldito equipo de forenses no ha llegado aún y tenemos a la prensa, los dueños de la compañía, y un montón de autoridades respirándonos en la nuca —explicó.

Aquello hizo estremecer del pánico a Madison. Lo miró con gravedad y entonces, aunque consideraba que hacer eso con el medico jefe de planta era algo atrevido por su parte, en ese momento no le importó en lo más mínimo. Se acercó a él y le apoyó una mano en el antebrazo izquierdo, sujetándolo con fuerza.

—¿Un avión de carga? ¿De qué compañía? —preguntó, con miedo.

—Creo que tenía el logo de la FedEx en el fuselaje, es difícil verlo teniendo en cuenta como quedó el aparato —El doctor vio la expresión en la cara de la chica, y entonces preguntó, a su vez: —¿Está usted bien?

—Sí... —murmuró. —Pida que prepare la sala de autopsias, yo las haré. ¿Se sabe cuántos cuerpos tenemos?

—Bueno, no sé si cuerpos sea la palabra correcta. Solo sabemos que había tres personas en el avión, el piloto y dos hombres de tripulación. Aquí solo llegaron los hombres de la tripulación y del piloto... bueno... —dudó si decir aquello. —Solo pudieron rescatar un brazo. ¡Hay que joderse! Ni los huesos le quedaron al pobre. Solo una extremidad.

Ni los huesos, pensó, repitiendo aquellas tres palabras una y otra vez. Conocía aquella expresión, aunque no sabía de donde, y como si un potente dejavu le abofeteara, Madison empalideció. Miró al médico fijamente y luego bajó la mirada al suelo, sintiendo como comenzaba a ponérsele borrosa debido a las lágrimas y al mareo que la dominaba. Aquel comentario reactivó el recuerdo sepultado en lo más hondo, de aquella frase dicha en la noche del cumpleaños de Alex. "Tan alto como el sol, ni los huesos. De cuatro, solo uno al final". Cuatro extremidades, y una sola rescatada para su análisis.

—Sé quien era el piloto —murmuró—. Se llama Thomas Prymont.

Y dicho aquello, se desmayó.


*****


Luego de reanimarla, Madison abandonó el hospital para volver al hotel donde se estaba alojando. Aquello era el fin, el acabose, ahora la última que quedaba en pie era ella y una parte de sí misma rogaba que aquella entidad viniera a buscarla, para terminar de una buena vez por todas con aquel calvario. Sin embargo sabía que no era tan fácil. No tenía forma de entender cómo, pero lo sabía en lo más hondo de su ser, casi como un profundo sentimiento en el corazón.

Confirmó en las noticias el accidente aéreo, al parecer una falla en uno de los motores, sin razón aparente. Vio como los principales líderes de la compañía daban entrevistas, como nombraban a los fallecidos —incluido Tom—, y entonces no quiso saber más. Se quedó en la ciudad durante unas dos semanas más sin asistir ni siquiera un solo día al hospital al que había sido asignada, y pronto comenzó a preocupar a sus superiores directos en cuanto los días de licencia se convirtieron en semanas. Recibió llamadas de todo tipo y a todas horas, pero Madison solo salía de la cama para ducharse o comer, ojerosa y a menudo desanimada. Lo cierto era que no tenía ninguna intención de seguir trabajando, al menos de momento, y no había un instante en el día en que su cabeza no estuviese ocupada por aquel espectro maldito, por la cantidad de vidas que recaían encima de sus hombros y por el peso de ser la única culpable de cuatro muertes trágicas. Cuatro muertes que se podían haber evitado si ella simplemente no hubiera ido a esa fiesta, no hubiera querido llamar la atención y no hubiera jugado a la ouija. No era algo que pudiera simplemente superar de la noche a la mañana. El remordimiento la consumía, impidiendo cualquier intento de retomar su rutina.

No había una sola noche en que no tuviera pesadillas. En todas se veía de nuevo a sí misma, una Madison adolescente, con su ropa gótica y su maquillaje negro, poniendo los dedos encima del planchette. Todos estaban con ella: Alex, Tom, Sarah y Emily, y aunque les gritaba que soltaran ese tablero del demonio, nadie la oía. Y justo cuando lo que fuese que había invocado tomaba posesión de su joven cuerpo, en lugar de trepar a la pared del living como una enorme araña humana, saltaba hacia ella para mirarla frente a frente. La Madison de antaño veía a la Madison adulta con los ojos muertos, cuencas vacías y putrefactas, y una sonrisa macabra. La sonrisa de alguien que disfruta el hecho de aterrorizar a su víctima, como el gato jugando con el ratón antes de engullirlo.

Despertaba entonces envuelta en sudor como lo había hecho ahora, con los brazos extendidos hacia adelante como si quisiera cubrirse de algo que solo ella veía. Sentía las sábanas pegadas a sus pechos y su espalda, señal de que había sudado durante mucho tiempo, y respirando agitada, dio un resoplido al mismo tiempo que dejaba caer sus extremidades encima de las mantas, volteando para mirar el reloj digital junto a ella, en la mesita de noche. Dos y cuarenta y ocho de la madrugada.

Dio un suspiro, aletargada aún por el sueño interrumpido bruscamente y el agotamiento mental que implicaba no poder dormir más de una noche completa, y entonces se levantó de la cama, para vestirse con rapidez y salir al balcón. El aire fresco de la madrugada y el silencio casi perfecto de la ciudad, interrumpido por algún coche disperso y el ladrido de algún perro a lo lejos, le brindaban una paz casi absoluta. Podría volver a su casa por la mañana, se dijo, pero fuese adonde fuese todo sería siendo igual: las eternas pesadillas, la constante culpabilidad, el recuerdo de sus amigos como una cinta de video desgastada que se rebobinaba constantemente.

Volvió a la habitación y tomando su computadora portátil, se sentó en la cama con las piernas en cruz y la espalda apoyada en la cabecera, para revisar su bandeja de correos, como hacia a diario, y ya de pasada buscar alguna película con la cual poder distraerse al menos hasta que amaneciera, ya que asumía que no volvería a conciliar el sueño. Revisó sus últimas suscripciones a revistas online de moda y artículos de rock, y luego su bandeja de trabajo. Allí había varios correos de Trevor, su jefe directo, el cual se mostraba bastante insistente con el hecho de que volviese a trabajar. "Como si por teléfono no fuese suficiente", pensó, con cierto desagrado. Sin embargo, podría utilizar eso a su favor. ¿Cuánto tiempo había mantenido la mente ocupada en su trabajo, sin pensar siquiera en lo que había ocurrido? Se preguntó. Años, muchos de hecho. Años en los cuales no había pensado ni un solo día en aquella maldita noche, ni en el tablero ouija, ni mucho menos en Alex o sus colegas, hasta que lo encontró. Hasta que tuvo la putísima desdicha de toparse de lleno con él. Y entonces todo se fue a pique.

Pero de nada servía lamentarse por siempre, tirarse en una cama a llorar y a tener pesadillas noche tras noche porque su depresión la estaba consumiendo, tragándola cada vez más y más hondo en el abismo oscuro de aquel recuerdo horrible. Tenía que hacer algo y debía hacerlo ahora, porque nadie más vendría a salvarla que no fuese ella misma. Por ende, leyó correo tras correo hasta que encontró una oferta de trabajo enviada al menos una semana atrás que no podía rechazar, algo que tal vez le ayudaría a salir de aquella situación, al menos por un buen tiempo. Buscó la ubicación en Google Maps, y lo que vio la motivó aún más.

Trevor necesitaba sus servicios como consultora en el hospital Ashgrove, ubicado en la localidad de Ravenwood, a las afueras de Hawthorne, en Massachusetts. Era considerado como el hospital más antiguo de todo el condado, y eso para ser generosos, ya que o las imágenes eran bastante obsoletas, o la edificación era realmente una completa ruina. Remodelar y ampliar aquel viejo edificio con arquitectura gótica iba a ser una tarea titánica, pero no imposible, ya que contaba con un ala moderna de atención al público, construida en el último periodo de gobierno republicano. Un verdadero desafío, como a ella le gustaban, y con el que quizá podría mantener la mente ocupada el tiempo suficiente como para que la memoria de toda aquella tragedia se desvaneciera poco a poco, como el humo de un cigarrillo que se consume lentamente. Con rapidez clickeó en el espacio en blanco de la respuesta, apoyó sus manos encima del teclado, y con dedos agiles escribió:



Sr. Miller.

Disculpe la hora de respuesta, espero que este correo le encuentre bien.

Acepto la propuesta de supervisar la ampliación y reforma del hospital Ashgrove, en Ravenwood. Aunque me gustaría reunirme personalmente con usted para conocer más sobre las metas de este proyecto, y algunos detalles añadidos, tales como el tiempo de trabajo disponible, nombre y presupuesto de la empresa constructora, personal médico a cargo y viáticos de alojamiento.

Reconozco que mi reciente ausencia ha podido causar inconvenientes, y lamento sinceramente cualquier trastorno que esto haya podido ocasionar. He estado enfrentando circunstancias personales bastante difíciles, pero estoy comprometida a retomar mis responsabilidades con la misma dedicación y profesionalismo de siempre.

Por favor, infórmeme sobre cualquier documentación adicional que deba revisar antes de mi incorporación. Estoy segura que puedo convertir al hospital Ashgrove en un centro de excelencia médica.

Saludos cordiales.

Dra. Madison Lestrange

Consultora Médica Nacional

Nº de Certificación 854977-14



Pulsó en "Enviar respuesta" y dio un suspiro hondo, al mismo tiempo que cerraba la computadora portátil. Tendría mucha tarea por delante a partir de aquella noche, debía ducharse, preparar su equipaje y reordenar su agenda si quería emprender el viaje hacia Hawthorne cuanto antes. Y mientras veía el reflejo de su silueta en la pantalla oscura del televisor apagado, murmuró:

—Ojalá todo esto termine de una puta vez...

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