3
Los días siguientes en Greystone transcurrieron con una extraña calma, como si el tiempo mismo se hubiera ralentizado para permitirles a Madison y Anthony procesar todo lo que habían vivido. El ambiente era acogedor y tranquilo en la posada, con sus paredes de piedra y su chimenea chisporroteante, ofreciendo un refugio perfecto donde podían comenzar a pensar en el futuro. Por las mañanas, la luz dorada del sol filtraba a través de las cortinas de encaje, y aquello les resultaba en un hermoso contraste marcado con la oscuridad y el caos que habían dejado atrás.
El segundo día, después de una noche de descanso más profundo del que recodaban haber tenido en mucho tiempo, Anthony se despertó primero. Se sentó en la cama, observando el perfil de Madison mientras ella seguía dormida a su lado, su respiración suave y regular, solo cubierta por las sábanas hasta la mitad de la espalda. Había algo tan pacifico en ese momento que no quiso moverse, como si cualquier acción pudiera romper la frágil burbuja de tranquilidad que los envolvía.
Cuando Madison finalmente abrió los ojos, la primera luz del amanecer ya llenaba la habitación casi que por completo. Durante un rato largo ninguno de los dos dijo nada, estaban seguros, juntos, y eso era todo lo que necesitaban en ese instante.
—Buenos días —susurró ella, mirándolo adormilada.
—Buenos días —dijo él, acariciándole el cabello desordenado—. ¿Cómo te sientes?
Madison entonces se miró la mano derecha, aún vendada, y movió los dedos para apretarse levemente la palma. Todavía continuaba doliendo un poco, pero no era el mismo dolor de días atrás.
—Bastante mejor —se sentó en la cama, irguiéndose, y miró hacia la ropa a los pies de la misma—. ¿Vamos a desayunar? Tengo un hambre atroz.
Anthony le acercó la ropa, y luego de vestirse, lavarse la cara y peinarse un poco, ambos salieron de la habitación, recorriendo el pasillo rumbo a las escaleras que conducían a la primera planta, para ir al comedor de la posada. Al llegar, tomaron una bandeja y se sirvieron tostadas, panecillos, un botecito de mermelada y dos tazas de café, tomando asiento en una mesa cerca de las ventanas que daban hacia la calle lateral. Ella mordió una tostada, el pan estaba horneado con orégano y le parecía la cosa más deliciosa que había comido nunca.
—Dios, quiero la receta de este pan —dijo, con la boca llena, mientras cerraba los ojos—. Está riquísimo.
—No te imagino con manoplas de hornear y delantal a cuadritos, honestamente —bromeó Anthony, esbozando una sonrisa ladeada. Ella se sonrió y le levantó el dedo medio de su mano vendada.
—Te sorprenderías —dijo. Luego se puso más seria—. ¿Sabes? No puedo dejar de pensar en lo que viene después. Nos queda tanto por hacer, y no sé por dónde empezar.
Anthony asintió, comprensivo. Sabía que aunque estuvieran a salvo por ahora, las amenazas no habían desaparecido del todo. La doctora Sanders seguía allí afuera, impune, y el sistema que había permitido que tantas cosas horribles ocurrieran en Ashgrove no desaparecería de la noche a la mañana. También estaban las implicaciones legales por las muertes de Heynes y el enfermero, ambos en defensa propia, pero que aun así podían complicar las cosas para ellos.
—Tenemos que encontrar un buen abogado —dijo él, pensativo—. Alguien que pueda representarnos y asegurarse de que nuestras historias sean escuchadas. No podemos enfrentar esto solos.
Madison suspiro, asintiendo.
—Tienes razón, he estado pensando en eso también. Hay demasiado en juego, y la doctora Sanders sigue teniendo poder. No va a rendirse tan fácilmente.
—¿En quién estás pensando entonces? Alguien con tu cargo gubernamental debe tener buenos contactos.
—Lo cierto es que no —respondió, encogiéndose de hombros—. Pero debemos encontrar alguien muy capaz. Cuando terminemos el desayuno, bajaré a la recepción con mi computadora portátil, para pillar wifi y buscar en internet.
En efecto, luego del desayuno y de que ambos se ducharan con un poco de esfuerzo —debido a las vendas que tenían— una hora y media después ya estaban bajando a la recepción, tomando asiento en uno de los sillones del recibidor, con la computadora portátil de Madison encendida y encima de su regazo. Tardaron casi dos horas navegando en internet, revisando perfiles de varios abogados y estudios jurídico-penales, tratando de encontrar alguien con la suficiente experiencia en casos de corrupción y abuso de poder que además tuviera su oficina en Charlotte, la localidad donde Madison vivía. Por fin, y cuando Anthony ya comenzaba a dudar si serían capaces de encontrar algo decente, Madison volteó la computadora, mostrándole la pantalla.
—Mira, ¿Qué te parece este? —le preguntó. Él miró, intentando enfocar la vista achinando los ojos, debido a que no tenía anteojos. Era el perfil de una abogada llamada Rebecca Hastings, especializada en derechos civiles y con un historial bastante prometedor enfrentándose a poderosos sistemas institucionales. Anthony la miró detenidamente y asintió, pensativo.
—Parece tener experiencia en casos difíciles. Y ha ganado varios juicios importantes. Creo que deberíamos intentarlo.
Volvieron entonces al dormitorio, para tomar el teléfono celular de Madison y llamar a su despacho. Tras una breve conversación con su asistente, lograron agendar una cita para la semana siguiente, y aunque sabían que era solo el primer paso, sentían que estaban avanzando en la dirección correcta.
Hora tras hora la mañana transcurrió, mientras ellos recorrían las áreas comunes de las instalaciones de la posada tomados de la mano y charlando en susurros, hasta que el reloj marcó el mediodía, y el aroma a comida casera flotaba en el aire cuando bajaron al comedor para almorzar. La posadera, hermana de la dueña por lo que pudieron conocer, una mujer amable de cabello entrecano, les sirvió un estofado caliente acompañado del mismo pan que probaron en el desayuno. La conversación fue ligera, con el murmullo ocasional de otros huéspedes que los rodeaban. Sin embargo, entre ellos dos había una tensión subyacente, una energía que iba creciendo a medida que compartían miradas furtivas entre cada bocado.
Al terminar el almuerzo, Madison notó como los ojos de Anthony la seguían con intensidad mientras ella se levantaba de la mesa, su corazón latiendo más rápido bajo su mirada. Sabía lo que ambos habían estado conteniendo durante días. Todo lo que habían pasado, el miedo y la tensión, además de la recuperación en sus heridas y los días de reposo en el hospital, los había mantenido alejados físicamente. Pero la necesidad de estar juntos, de reconectar de una manera más íntima, era innegable.
—Deberíamos subir a descansar un poco —sugirió él, con voz baja.
Madison no dijo nada, solo asintió, sonriendo. Había una invitación tácita en sus gestos, una complicidad silenciosa que compartían desde hacía tiempo. Subieron juntos las escaleras hacia el dormitorio, sin prisa pero sin perder el tiempo, con las manos rozándose mientras avanzaban peldaño a peldaño.
Al entrar en la habitación, cerraron la puerta tras de sí, y en cuanto lo hicieron, el silencio de la estancia fue roto por la respiración entrecortada de ambos. Madison se giró hacia Anthony, sus ojos buscando los suyos, y se encontraron con una mirada de deseo acumulado, una necesidad profunda y hambrienta que iba más allá de lo físico. Ella le quitó la camisa con cuidado de no presionar las zonas donde aún se veían los hematomas de los golpes, pero sin poder contener el deseo de tenerlo tan cerca.
—Te he extrañado —dijo, en voz baja. Anthony la rodeó con sus brazos, metió las manos bajo su camiseta negra y le acarició la espalda, sintiendo el calor de su piel bajo la tela, apoyando la punta de su nariz en la de ella, y durante unos segundos se permitió simplemente sentirla, su respiración y su calor, rozándole los labios.
—Yo también te he extrañado, muchísimo —aseguró.
El contacto físico entre ellos fue aumentando de forma gradual. La ternura del momento inicial se transformó en una corriente más intensa que los atravesaba. Los labios de Anthony se encontraron con los de Madison en un beso profundo, ansioso, mientras se abrazaban mutuamente en una urgencia contenida. Ella se separó un solo instante para quitarse la camiseta y desabrocharse el sujetador, y entonces lo volvió a abrazar, rasguñándole con cuidado la espalda con su mano sana. Sus labios buscaron su cuello, y bajaron hasta uno de sus hombros mientras lo guiaba hasta la cama. Al apoyarle una mano en el pecho para que se recostara, el dio un leve respingo.
—Auch —susurró, entre besos, consciente de las heridas de ambos, pero sin poder resistirse.
Madison asintió, con los ojos brillando en una mezcla de amor y lujuria. Ambos sabían que no podan moverse con la misma intensidad de antes, pero eso solo añadía una capa de ternura a la intimidad. Cada toque era medido, cuidadoso, pero no menos cargado de deseo. Con rapidez, volvió a apartarse un momento para quitarse las botas y el pantalón, mientras que Anthony hizo lo mismo a su vez. Por último, él le ayudo a deshacerse de la ropa interior, besándole el vientre y luego la zona púbica, al mismo tiempo que la tocaba allí debajo, deteniéndose para saborear cada suspiro que escapaba de sus labios.
Cuando finalmente ella subió encima de él, fue un acto de pura conexión, no solo física, sino emocional. Ambos sabían que esto era más que simple deseo acumulado, era una forma de reafirmar lo que significaban el uno para el otro después de todo lo que habían vivido. Los movimientos eran lentos, cargados de pasión. Cada roce de piel, cada beso y cada gemido, llevaba consigo una promesa de algo más grande, algo más profundo. No se trataba solo de una necesidad física, se trataba de curar las heridas emocionales, de sentirse vivos después de todo el dolor y el miedo. En el momento cúlmine, Anthony la miró directo a los ojos, con los rasgos crispados por el orgasmo inminente, y apoyó una mano en su mejilla.
—Te amo —le murmuró, y ella, impactada y conmovida ante tal declaración, solo respondió con un largo gemido mientras también finalizaba el acto, aferrándose a sus hombros.
Con el cuerpo tembloroso debido a los remanentes de su potente orgasmo, Madison se dejó caer junto a él, sobre la cama. Respiraban entrecortadamente, pero había una paz en el aire que nunca había sentido antes. Se abrazaron sin decir nada, simplemente disfrutando del silencio y de la presencia mutua, mientras sus cuerpos hervían acalorados. Finalmente, fue él quien rompió el silencio primero, acariciándole el cabello.
—No quiero que esto termine nunca —susurró, su voz apenas audible.
—No tiene por qué terminar —respondió ella, levantando la vista para mirarlo.
Se quedaron así, abrazados, enredados en las sábanas revueltas y en su propio mundo, hasta que el mediodía comenzó a dar paso a la tarde, mientras dormitaban. Casi dos horas después, fue Anthony quien se medió despertó, y le acarició la espalda con suavidad.
—¿Te apetece dar un paseo antes de que anochezca? —preguntó.
—Me encantaría —consintió ella.
Se vistieron de nuevo, sus cuerpos aún sintiéndose ligeros y reconfortados tras haber compartido un momento de intimidad tan necesario. Mientras salían de la habitación y se dirigían hacia los alrededores de la posada, el aire fresco los recibió, pero esta vez no les produjo la misma sensación de amenaza. Ahora, el mundo parecía más amable, como si por fin tuvieran la necesidad de ser felices sin que la sombra del pasado los persiguiera.
El futuro, aunque incierto, les pertenecía.
*****
La tarde se había teñido de tonos cálidos mientras caminaban por los alrededores de la posada, con el suave crujir de las hojas bajo sus pies acompañando el silencio cómodo que compartían. El aire fresco los envolvía, pero a diferencia de los días anteriores, ya no sentían la pesada presión de la tormenta. Caminaban lado a lado, con las manos entrelazadas de manera firme, como si ninguno quisiera soltar al otro jamás. Anthony se detuvo por un segundo, observando el paisaje que los rodeaba: los campos verdes y ondulantes a lo lejos, la suave brisa que movía las ramas de los árboles, y el cielo comenzando a teñirse de anaranjado mientras el sol descendía lentamente. Madison, notando la pausa, lo miró de reojo y sonrió.
—¿Estás bien?
—Claro que sí —asintió, apretando levemente su mano.
Ella lo miró con fijeza. En el tiempo que había estado a su lado, aunque fuese corto, había aprendido a conocerlo cada vez más rápido. Sabía que estaba pensando en algo, maquinando, y de hecho así era. Ahora que todo había terminado —al menos la parte más peligrosa—, había preguntas que necesitaban respuesta, decisiones importantes que debían tomar, y no sabía si Madison también lo sentía. Habían superado tantas cosas juntos que era imposible no cuestionarse el próximo paso, así como también sabía que la vida después de todo aquello no iba a ser nada sencilla. Sobre todo porque él no podía, ni quería, volver a Ravenwood.
—Anda, dime que tienes. En algo estás pensando, estoy segura —insistió ella.
—¿Has pensado que vamos a hacer ahora?
—¿A qué te refieres? ¿A nosotros?
—Exacto —convino él. Ella se volteó para mirarlo de frente.
—No lo sé, ¿tú en que piensas? —preguntó.
Anthony respiró hondo, reflexionando. No había dejado de pensar en ello, pero ponerlo en palabras lo hacía todo más real. No podía volver allí, eso lo tenía claro. No después de lo que había sucedido en el hospital, y menos con la amenaza constante de la doctora Sanders. Había vivido muchos años allí, pero ya no podía considerarlo un hogar.
—No puedo volver a Ravenwood, Maddie —dijo finalmente, con tono tranquilo pero decidido—. Ese lugar ya no es lo que era para mí. Incluso si logramos que Sanders pague por todo lo que hizo, no sería lo mismo. No podría caminar por esas calles sin sentir que todo está... contaminado de alguna forma.
Madison lo miró, sus ojos reflejando comprensión.
—Lo sé, créeme que te entiendo.
Un silencio se extendió entre ellos por unos momentos, mientras retomaban la caminata. El crujido de las hojas bajo sus pies era el único sonido que llenaba el aire, pero ambos sabían que había más que decir.
—Estuve pensando en algo —dijo Madison finalmente, con cierto nerviosismo en la voz. Detuvo sus pasos, obligando a Anthony a hacer lo mismo, y lo miró a los ojos, como si estuviera buscando la manera correcta de decir lo que venía a continuación—. No quiero que esto suene precipitado, aunque de hecho sí lo es, pero... Así como tú hoy me dijiste que me amabas, yo creo que ya que estamos sincerándonos, y teniendo en cuenta todo lo que hemos pasado, pues entonces...
Él comenzó a reírse. Ella lo miró cortándose en seco, como si no comprendiera cual era la gracia.
—Di lo que tengas que decir, Maddie, no des tantas vueltas. Tú eres la impetuosa de los dos, haz gala de eso —dijo, entre risas.
—¿Qué te parecería venir a vivir conmigo?
La pregunta fue directa, pero en su tono había una mezcla de esperanza mezclada con timidez. Anthony parpadeó, sorprendido por la propuesta. No había esperado eso para nada, y aunque aún no habían hablado sobre como seguiría su relación, la posibilidad de vivir juntos no era algo que él hubiera imaginado que saldría a la luz tan pronto. Pero, mientras la idea se asentaba en su mente, comenzó a visualizarlo. Un nuevo comienzo, un hogar compartido.
—¿Vivir contigo? —repitió, como si necesitara escuchar las palabras de nuevo, para procesarlas completamente. Sus ojos se suavizaron mientras la miraba. —No sé qué decir, Maddie. No esperaba que me lo preguntaras tan siquiera, pero...
Madison rio suavemente, aunque dejó entrever una nota de nerviosismo en su risa.
—Lo sé, lo sé... es que... —dijo, mordiéndose el labio inferior antes de continuar. —Sé que todo ha pasado muy rápido, pero después de todo lo que hemos vivido, siento que no tiene ningún sentido esperar. Además, no quiero volver a estar sola en mi casa, recordando todo lo que ocurrió en Ashgrove. Quiero... quiero que estemos juntos. Si tú también lo quieres, claro.
Anthony sonrió, más relajado, mientras le apoyaba ambas manos en la cintura. Sentía la curva cálida de su cuerpo, y la familiaridad de su presencia era reconfortante.
—Lo quiero, claro que lo quiero —respondió, con firmeza—. Maddie, tú eres lo único bueno que salió de todo esto, sinceramente. No puedo imaginarme no estar contigo. Y si eso significa mudarnos juntos, entonces sí, lo haré. Pero... —vaciló un momento. —¿A dónde iríamos?
Madison dejó escapar un suspiro, agradecida de que él estuviera afín a la idea.
—Bueno, mi casa está en Charlotte, Carolina del Norte. Es una ciudad tranquila, y está bastante lejos de todo esto. No es la gran cosa, pero es un buen lugar para empezar de nuevo. Podríamos quedarnos allí un tiempo, y luego, si las cosas salen bien, siempre he querido mudarme a un lugar cerca de la costa —hizo una pausa, observando su expresión mientras decía esto último—. ¿Qué te parece?
Anthony inclinó la cabeza, pensando en lo que eso implicaba. Nunca había estado en Carolina del Norte, pero la idea de ir a una nueva ciudad, dejar atrás todo y empezar una nueva vida junto a ella, le resultaba más atractiva de lo que había imaginado.
—Charlotte suena bien, no la conozco —dijo lentamente—. Y la costa... —se dibujó una sonrisa en su rostro. —Siempre he querido vivir cerca del mar. Nunca lo pensé como algo real, pero si eso es lo que quieres, entonces sí. Sabes que te acompañaría adonde sea.
Ella sonrió con alivio, pero también con algo más. Sabía que Anthony estaba dispuesto a dejar atrás todo lo que conocía por ella, pero había otra cuestión en la que también debía pensar.
—Hay algo más que debo preguntarte —continuó, un poco más seria—. Si te mudas conmigo, ¿Qué vas a hacer con tu trabajo? Sabes que no puedes seguir trabajando en Ashgrove, y... bueno, no sé si estarías dispuesto a buscar empleo en otro sitio.
Anthony asintió lentamente, sabiendo que esa pregunta llegaría tarde o temprano. Su trabajo en Ashgrove había sido su vida por mucho tiempo. Pero ahora, después de todo lo sucedido, ese mismo trabajo se había convertido en una carga imposible de llevar. No solo por los recuerdos, sino por la corrupción que habían descubierto.
—Bueno, he estado pensando en eso también —admitió—. Mi vida en el hospital fue importante, pero ya no es algo a lo que quiero aferrarme. Después de lo que descubrimos, no puedo seguir metido ahí adentro sin sentir que todo está manchado. Creo que necesito un cambio, un trabajo donde pueda hacer algo diferente, quizás algo que realmente me llene. No sé qué será todavía, pero no me importa. Cualquier cosa será mejor, siempre que estés conmigo.
Madison sintió un nudo en la garganta al escuchar esto último. Sabía lo mucho que el trabajo había significado para él, aunque a veces se quejara, pero también sabía que Anthony era alguien con una capacidad increíble de resiliencia. Si él estaba dispuesto a dar ese salto, entonces ella lo apoyaría en cada paso del camino.
—Tony, no tienes idea de lo que significa para mí que estés dispuesto a esto —dijo ella, con la voz temblorosa por la emoción—. No tienes que decidir nada ahora, solo quiero que sepas que, pase lo que pase, estaremos juntos. Y eso es lo único que me importa.
Se miraron durante unos segundos, el peso de la conversación asentándose entre ellos, pero también una sensación de alivio y certeza. Ella se acercó y lo abrazó con fuerza, apoyando su cabeza en su pecho. Anthony la envolvió en sus brazos, cerrando los ojos mientras inhalaba el aroma de su cabello. Durante ese instante, todo lo demás desapareció. Las dudas, los miedos, incluso los dolorosos recuerdos de Ashgrove se desvanecieron, dejando a su paso solo el presente, un presente donde ambos podían vislumbrar un camino lleno de posibilidades.
—Eres la primera —dijo, de repente. Ella levantó la mirada, con asombro.
—¿Qué?
—Hoy, cuando lo hicimos y te dije te amo, quiero que sepas que eres la primera a la que le digo eso. Nunca antes se lo había dicho a nadie. De todas las parejas que he tenido, eres la primera mujer de la que me he enamorado, en toda mi vida —explicó, y luego volvió a abrazarla de forma trémula—. No sé qué sería de mí, si un día no te tuviera en mi vida, o si te hubiese perdido dentro de ese hospital.
Madison lo miró incrédula, y luego sonrió, enternecida por la declaración.
—Seguirías con tu vida, de cualquier forma. Nadie se ha muerto de amor.
—Pues te aseguro que yo sí lo haría, no sabría cómo seguir.
—No hablemos de eso, nunca me perderás —le aseguró, aferrándose de su espalda.
—Entonces, volvamos al tema. ¿Hacia dónde vamos primero? —preguntó Anthony en un susurro, sin soltarla.
—Primero Charlotte —respondió Madison con una sonrisa, levantando la cabeza para mirarlo—. Y luego si todo sale bien, quizá en un año o dos, la costa.
Anthony la besó suavemente en los labios, como si quisiera sellar de alguna forma su plan.
—A donde sea que vayamos, lo haremos juntos.
Madison asintió, sintiendo una sensación de paz que no había experimentado en mucho, muchísimo tiempo. Por primera vez en lo que parecían siglos, podía mirar hacia adelante con una esperanza, sin el peso del pasado nublando su visión.
Y mientras tanto, los últimos rayos de sol se desvanecían en el horizonte, mientras retomaban la caminata.
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