2

Los días de recuperación en el hospital Saint Mildred fueron largos y cargados de una mezcla extraña de alivio y agotamiento. El lugar era amplio, iluminado por ventanas enormes que permitían que la luz del sol invadiera los pasillos, ahora que la tormenta ya había pasado, creando así un ambiente calmado y tibio, muy distinto al ambiente oscuro y opresivo de Ashgrove. Los muros pintados de un blanco inmaculado, con cuadros tranquilos de paisajes y flores, estaban en marcado contraste con el lúgubre entorno del hospital psiquiátrico abandonado. Había un murmullo suave y constante de enfermeras caminando de un lado a otro, haciéndoles saber que nunca estaban solos y, en cierto modo, eso era muy reconfortante.

El personal médico había sido especialmente atento con ellos, conscientes de la delicadeza de su estado físico y emocional. Madison, aunque había sufrido golpes y lesiones tras los enfrentamientos con Heynes y Sanders, estaba progresando notablemente. Cada mañana, la misma enfermera le revisaba tanto la mano vendada como las laceraciones en la piel de la muñeca y su tobillo, asegurándose que la curación avanzara correctamente, al mismo tiempo que le cambiaba los vendajes.

Las cicatrices de Anthony, por su parte, eran más visibles: algunos puntos en la pierna y un hematoma violáceo que comenzaba a descenderle desde el ojo hasta el costado del rostro, a medida que la zona desinflamaba. Sus pasos aún eran un poco torpes y lentos, pero se movía con más libertad. Cada día, su cuerpo se fortalecía un poco más. Sin embargo, el verdadero desafío no eran las heridas físicas, ambos compartían miradas silenciosas que revelaban la profundidad del trauma que llevaban en su interior.

Cuando ya se sentía lo suficientemente fuerte como para caminar por los pasillos del hospital sin acompañante, Madison se aventuró a pasar una tarde sentada en el pequeño silloncito de visitas, junto a la cama de Anthony, para acompañarlo. Necesitaba su contacto, y aunque las camas estaban juntas en la habitación, los separaba casi dos metros de distancia. Era demasiado.

—¿Te sientes mejor hoy? —preguntó con voz suave, mientras le tomaba la mano izquierda. Él la sujetó y le acarició el dorso con el pulgar, entrelazando los dedos, mientras que aún recostado con algunas cuantas almohadas detrás de su cabeza, volteó la mirada hacia ella y le sonrió.

—Mejor, sí. Pero esto... —levantó su pierna derecha envuelta hasta la mitad en un vendaje, justo en la zona del muslo. —Va a tardar en curarse. ¿Y tú?

Madison asintió levemente, mirando sus propias manos. Al hacerlo, observó el vendaje que rodeaba la muñeca derecha, allí donde el espectro de Julianne la había tocado, tiempo atrás.

—Mejorando también, aunque hay momentos en que me despierto en la noche, y todavía siento que estoy allí. Como si no hubiera terminado, o como si no pudiera sacarme de la cabeza el recuerdo de todos esos espíritus mirándome en el sector psiquiátrico de Ashgrove.

—Te entiendo. En parte, me pasa lo mismo. A veces aún recuerdo la sensación de haber apuñalado a ese maldito enfermero, como si todavía sintiera el trozo de madera entrando en... —Anthony negó con la cabeza. —Lo vi en cientos de películas, lo leí en miles de libros, pero nunca me imaginé que matar a alguien fuera tan difícil y horrible.

Ella lo miró, apenada.

—¿Cómo fue?

—Estaba en la alcaldía, buscando los planos de construcción de Ashgrove, intentando buscar un pasadizo para poder entrar y sacarte de allí. Escuché ruidos detrás y cuando me giré, estaba él —explicó—. Intenté razonar con él, luego discutimos, pero no sirvió de nada. Él me atacó primero, me dio una paliza, de hecho. Intenté defenderme tanto como pude, incluso arrojándole una silla directo a su cuerpo, pero nada funcionó. Parecía una maldita locomotora.

—Dios... —murmuró ella, consternada.

—Cuando estaba en el suelo, me insultó. Me dijo que me levantara, que era un cobarde. Que no podía entender como alguien como yo se había acostado contigo —Anthony hizo una pausa y se encogió de hombros—. No lo dijo con esas palabras, precisamente, pero...

—Ya, me lo imagino. ¿Qué pasó después?

—Dijo que después iría a por ti, para que al menos pudieras probar un hombre de verdad antes de que te matara. En ese momento perdí la cabeza, vi un trozo partido de la silla, una de las patas, creo, no lo recuerdo bien... Solo vi su punta astillada, rodé por el suelo y cuando se me echó encima lo apuñalé en la pierna. Con eso lo derribé. Luego comencé a clavarle el trozo de madera en el estómago. Una y otra vez. Hasta que ya no se movió —Hizo una pausa y entonces giró la cabeza hacia ella, para mirarla directamente—. No podía pensar en otra cosa que no fuera en ese hijo de puta abusando de ti. Perdí la razón y actúe, nada más.

Madison lo miró enmudecida. Anthony se había manchado de sangre las manos por ella, nada más. El silencio entre ellos no era incomodo, sino lleno de comprensión, y como si de repente le hubieran estrujado el alma al pensar en todas las cosas que había tenido que hacer ese hombre con tal de sacarla a salvo de ese agujero ruinoso, se puso de pie. Le acarició la mejilla sana con una mano y lo miró directamente a los ojos.

—Tú no eres, ni serás nunca un cobarde, no para mí —le aseguró, antes de darle un beso en los labios.

Fue así como los días en Saint Mildred fueron sucediéndose, pareciendo ser casi una burbuja de tiempo, un espacio suspendido entre el pasado traumático y un futuro incierto. Ambos sabían que aún no estaban listos para enfrentar todo lo que les esperaba afuera, o lo que iba a pasar luego que iniciara el juicio, pero al menos sabían que estaban transitando por la senda correcta: la de la justicia. Y eso era todo lo que importaba.

Un par de horas por la mañana y un par de horas por la tarde, salían a caminar por los pasillos del hospital, siempre acompañados de alguna enfermera, viendo a otros enfermos en recuperación caminando a la par, saludándose con algunos doctores y enfermeros de turno que iban y venían en todas direcciones, además de detenerse para ver por las ventanas hacia los patios soleados. Además de esto y en cada mañana, los doctores hacían rondas a su habitación para revisar sus progresos. La doctora Nancy Stewart, quien había estado a cargo de Madison desde su ingreso, entraba con su tabla de notas y revisaba que todo estuviera en orden, antes de examinar la curación de su mano y sus heridas en la piel.

—Parece que todo está sanando bien, pero aún tienes que tomar las cosas con calma, Madison. Recuerda que debes hacer reposo, por ahora —le decía. Nancy siempre hablaba con un tono de advertencia, como si estuviera anticipando que Madison intentaría hacer más de lo que su cuerpo le permitía.

—Lo sé, lo sé... —suspiraba cada vez que escuchaba las mismas instrucciones de siempre, aunque no pudiera evitar sentirse inquieta.

Para Anthony, por su parte, el proceso era igual de riguroso. El doctor Michael Harris, un hombre de unos cincuenta años con una actitud practica pero amable, también visitaba su habitación a diario para asegurarse de que la herida en su pierna no mostrara signos de infección. Le hacía pequeñas pruebas para verificar su movilidad, más que nada por el tobillo que se había torcido, lo animaba a levantarse y caminar con cuidado, y vigilaba su estado emocional con la misma atención que sus heridas físicas.

—Vas de maravilla, Anthony —le decía, después de revisarlo por completo—. En breve estarás lo suficientemente fuerte como para caminar a un buen ritmo, pero no te precipites. Tómalo con calma.

—No es el dolor lo que me preocupa —murmuraba Anthony, a veces mirando por la ventana, perdido en sus pensamientos—. Es todo lo demás. Siento que apenas estamos empezando a procesarlo.

El doctor lo miraba con empatía, pero no presionaba para obtener más detalles. Ambos sabían que la verdadera curación no estaba en las heridas visibles, sino en las cicatrices internas que les dejaría la experiencia vivida. Aun así, la rutina en Saint Mildred era tranquilizadora. Las comidas llegaban a tiempo, siempre cuidadas por las dietistas que velaban por la adecuada nutrición de ambos. Las visitas diarias de los médicos, las revisiones constantes, y las conversaciones que mantenían entre sí les ayudaban a conectar con la realidad, sintiéndose más que protegidos en aquel sitio.

Por fin, una mañana de jueves, alrededor de una semana después de haber ingresado, Nancy —la doctora de Madison— entró con una sonrisa cálida y los documentos de alta en la mano.

—Parece que ha llegado el momento —anunció, mientras dejaba los papeles sobre la mesita de noche—. Hoy podrán irse a casa. ¿Listos para salir?

Madison, sentada en la cama, sintió una mezcla de alivio y ansiedad. Miró a Anthony, quien estaba en la silla junto a ella. Él también asintió, aunque su rostro mostraba una leve preocupación.

—Listos, sí —respondió ella, finalmente—. Tendremos que ir al hospital Ashgrove a buscar nuestras cosas. Aún tengo mi coche allí, y mis pertenencias, pero no podemos hacerlo solos. No sabemos si la doctora Sanders va a volver a retenernos en contra de nuestra voluntad, esa mujer es peligrosa.

La doctora pareció meditar en esto, comprendiendo la gravedad del asunto. Les asintió con la cabeza y entonces les cedió los documentos de alta, para que los leyeran y firmaran, junto a un bolígrafo.

—Necesito que firmen el acta de conformidad con la internación y los cuidados brindados, antes de que puedan salir de alta. Mientras que hacen eso, voy a ir a hablar con el director del hospital, para informarle su petición.

—Gracias —respondió Anthony.

Nancy se giró sobre sus pies y salió de nuevo al blanco e impoluto pasillo, mientras que ambos tomaban los documentos, para leerlos, mientras un cosquilleo nervioso les recorría el cuerpo entero. Finalmente había llegado el día que en parte, no querían, el momento de abandonar el lugar que, por unos días, había sido su refugio seguro.



***** 



La salida del hospital Saint Mildred, tras haber pasado días recuperándose, marcaba para Anthony y Madison un punto crucial en sus vidas. Aunque sus cuerpos se iban curando, las cicatrices emocionales aún estaban frescas. No había tormenta en el exterior, y un tibio resplandor de sol parecía iluminarlo todo. El aire fresco de la mañana les golpeó suavemente el rostro al cruzar las puertas del hospital, un contraste que ambos sintieron en su piel, como si el mundo, aunque incierto, les estuviera dando una oportunidad de renacer. En la portería del hospital, junto a la calle, estaban dos agentes policiales uniformados, esperando a que salieran para dirigirse hacia Ashgrove. Ambos los miraron, mientras caminaban tomados de la mano, y fue Madison quien dio un suspiro.

—No puedo creer que tengamos que volver allí, aunque sea por un rato —dijo, en un susurro.

Anthony, a su lado, asintió lentamente.

—Sí, pero tenemos que recuperar nuestras cosas, y no podemos confiar en que el peligro ya ha pasado por completo. Los documentos incriminatorios que tenemos son sólidos, pero Sanders es astuta, y podría tener más aliados o incluso recursos ocultos que aún no conocemos. Mejor ir con pies de plomo —respondió.

Al llegar a la portería, ambos agentes se acercaron a ellos y le extendieron la mano. El hombre, robusto, de unos cuarenta años, llevaba un chaleco antibalas por encima del uniforme que parecía destacar la formalidad de la situación. A su lado, una agente más joven y de aspecto más afable, asintió con la cabeza tenuemente mientras que los saludaba.

—Agente Allister, y agente Brooks —dijo el hombre, señalando también a su compañera—. Nos informaron que la situación en Ashgrove es delicada, pero no tienen de que preocuparse. Estaremos con ustedes todo el tiempo.

—Gracias, de verdad —respondió Anthony, con un gesto de alivio—. Solo queremos recoger nuestras cosas e irnos, no planeamos quedarnos más de lo necesario.

—Así será —convino Allister.

Los cuatro subieron al vehículo policial, una camioneta oscura que esperaba a un lado de la calle con el motor encendido, ambos policías delante, Madison y Anthony detrás. A medida que avanzaban por las calles de la pequeña ciudad en dirección a Ashgrove, ambos permanecían en silencio. Los árboles y casas pasaban a su alrededor, pero todo parecía tener un aire distinto. Regresar a ese lugar, aunque solo fuera para recuperar sus pertenencias, reabría ciertos recuerdos.

—Nunca pensé que sentiría tanto miedo de volver a un lugar de trabajo ­—dijo ella, en voz baja. Anthony, quien había estado mirando por la ventanilla a su lado, giró la cabeza a verla.

—Lo sé, pero no estamos solos esta vez. Y estamos preparados —su mano se deslizó por el asiento hasta alcanzar la de ella, la tomó y levantándola con suavidad se la llevó a la boca, para darle un beso en los dedos.

Ella le devolvió el apretón, sintiendo un leve consuelo en el contacto. Aunque el trayecto estaba envuelto en una cama tensa, ambos sabían que volver a Ashgrove, incluso con protección policial, no era algo que deseaban. Estaba cargado de recuerdos oscuros, de momentos que los habían puesto al borde de la muerte y el terror. Sin embargo, esta vez no eran las víctimas indefensas de antes. Habían aprendido, habían sobrevivido, y ahora estaban preparados para enfrentarse a lo que viniera, aunque la ansiedad seguía presente.

Al llegar a las cercanías del hospital, el paisaje les resultaba tan familiar como desolador. La tormenta había pasado, y aunque el cielo estaba despejado, parecía cargar con un remanente de tormenta que poco a poco iba disipándose con el correr de las horas. El terreno embarrado y el aire frío les recordaban los momentos de angustia que habían vivido allí. Ashgrove se erguía ante ellos como una sombra del pasado, sin la niebla opresiva de antes, pero cargada de una presencia inquietante, como si el edificio mismo retuviera los ecos de los horrores que alguna vez había albergado.

Allister rodeó la fuente central del patio con la camioneta, se situó justo detrás del coche de Madison, estacionado donde lo había dejado al llegar y cubierto de ramitas, hojas sueltas y suciedad de la propia tormenta, apagó el motor frente al edificio y giró en su asiento para hablarles.

—Vamos a entrar con ustedes. Recuerden que cualquier cosa sospechosa, cualquier indicio de peligro, deben decirnos de inmediato. No corran riesgos —les advirtió.

—Lo entendemos —respondió Anthony con seriedad, mientras intercambiaba una rápida mirada con Madison, a su lado.

El grupo salió de la camioneta y avanzó hacia la entrada principal de Ashgrove. El agente Allister y la agente Brooks lideraban el camino, con las manos cerca de sus cinturones, listos para cualquier eventualidad. Las puertas automáticas se abrieron y tanto los enfermeros como los médicos que estaban allí presentes, los miraron asombrados, al verlos volver custodiados por dos policías.

—Nuestras cosas están en el ala vieja del hospital, en los dormitorios personales —dijo Madison, mientras señalaba el camino.

—Bueno, vamos allá —respondió Brooks.

El grupo avanzó lentamente hacia esa dirección, sus pasos resonando en el suelo lustroso del vestíbulo principal. Llegaron a los dormitorios, primero al de Anthony, quien solo tomó sus ropas, sus documentos personales y miró la biblioteca con cierto cariño casi nostálgico. Le hubiera encantado llevarse sus libros, pero no iba a poder cargar con todo, por lo que tomó dos o tres de sus ejemplares más queridos y junto con la ropa, metió todo en un bolso de viaje que guardaba dentro del armario. Luego se dirigieron a la habitación de Madison. Ella guardó la ropa en su equipaje, el cargador de su teléfono, la computadora portátil —la cual notó que habían intentado acceder a ella porque estaba abierta y sin batería— y sus artículos personales de higiene. Por último, metió las llaves del coche en el bolsillo de su chaqueta, sus documentos, y volvieron al salir rumbo al hall principal del hospital.

Al salir del pasillo, el sonido de pasos rápidos se escuchó en el suelo lustroso, acercándose con rapidez. La figura de la doctora Sanders apareció, acercándose con rapidez, con su bata blanca inmaculada, mirándolos con cierta sorpresa, tanto a ellos como a los agentes policiales. Madison podía leerla casi a la perfección. Bajo esa capa de gélido mirar, había rabia por verlos allí, de pie, frente a ella. Una por haber escapado de donde la había encerrado, y el otro por haber vencido a su cómplice. El choque de ver a la mujer que había sido su principal amenaza los había dejado paralizados por un segundo, ella caminaba con una confianza enfermiza, como si se creyera impune, y eso era lo que más rabia les daba. Anthony se tensó al instante, al igual que Madison, mientras que Allister y Brooks se colocaron frente a ellos, alertas.

—Vaya, pensé que no volvería a verlos por aquí —dijo ella, con voz fría como el hielo, mientras los miraba con una mezcla de desprecio y burla.

Madison sintió un escalofrío recorrerle la espalda. No sabía si era la ira o el miedo lo que la invadía más fuerte en ese momento. Anthony dio un paso hacia adelante, con la mandíbula apretada.

—Ya sabes por qué estamos aquí. Venimos por nuestras cosas, nada más —dijo con firmeza. Sanders soltó una pequeña risilla.

—¿De verdad creen que pueden irse así como así? Después de todo el desastre que hicieron, no sé cómo aún no están arrestados... —miró de repente a Madison, y la señaló con el dedo índice. A estas alturas, todos los enfermeros y médicos que rodeaban la escena se detuvieron a mirar, atónitos. —Tú has venido a supervisar una reforma, y no solo no has hecho nada, sino que has acusado a buenas personas de fraude médico. Tú no eres más que una farsante, y me voy a encargar personalmente de que te destituyan. ¿Les has contado ya a los oficiales que mataste a Heynes, ya que estás jugando a ser la heroína de la película? No tienes ni idea de nada, chiquilla.

Madison, incapaz de contenerse más, dio un paso adelante, mirando directamente a la doctora.

—¿Y qué es exactamente ese juego al que te refieres, Sanders? ¿Mi carrera y mi libertad, o la tuya? Porque nosotros tenemos algo que tú no podrás esquivar, la verdad.

Por un momento, la máscara de Sanders pareció resquebrajarse, pero volvió a recomponerse rápidamente.

—Creen que han ganado, pero todo tiene un precio. Y créanme, lo pagarán.

Antes de que la tensión pudiera aumentar más, Allister intervino.

—Ya es suficiente, nadie va a discutir más. Esto se ha terminado doctora, y le sugiero que hasta que la investigación no inicie y termine, se abstenga de hacer amenazas frente a dos agentes policiales, al menos si no quiere ser detenida por desacato.

—Veremos —dijo ella, antes de girarse y caminar hacia las alas médicas, por donde había venido.

El silencio que quedó tras su partida fue denso. Ambos oficiales miraron a Madison y Anthony, quienes respiraban agitados debido a la tensión del intercambio de palabras tan agresivo.

—Vamos, tenemos que seguir —dijo Brooks, rompiendo la incomodidad del momento.

Anthony asintió, mientras que seguía a los oficiales hacia la puerta, seguido de Madison. Sabían que lo peor había pasado, pero el encuentro con Sanders les había dejado en claro que aún había peligros, incluso cuando el mal sobrenatural de Julianne había sido erradicado. Al salir al patio, Madison miró a su coche, estacionado en el mismo lugar donde lo había dejado tiempo atrás, antes de que todo se desmoronara. Tocó el botón del mando a distancia, le quitó la alarma y destrabó las puertas, metiendo su equipaje en el maletero. Luego miró a Anthony, le hizo un gesto con la cabeza para que metiera su bolso, y cerró la portezuela después.

—Voy a dirigirme al sur, fuera de Ravenwood —dijo ella, mirando a los oficiales—. Cuando venía, vi que hay una pequeña posada en la localidad de Greystone, a una hora y poco de aquí. Podremos descansar allí y pensar en lo que sigue.

El oficial Allister asintió con seriedad mientras tomaba nota de la dirección, antes de rodear la camioneta policial hacia el sitio del conductor.

—Los seguiremos de cerca, no se preocupen, aseguraremos que lleguen a salvo —dijo con voz firme, mientras que su compañera confirmó con un gesto.

Madison entró en su coche, respirando profundamente y apoyando ambas manos en el volante, tras tanto tiempo. A su lado, Anthony subió del lado del acompañante, mirando por la ventana como si aún esperara que algo o alguien apareciera desde adentro del hospital. La tensión aún no se había disipado por completo, pero sabían que, al menos por ahora, estaban bajo la protección de las autoridades.

Metió la llave en el contacto, dio un giro y aunque le costó un poco encender, ya que el motor estaba demasiado frio, por fin pudo hacerlo arrancar. Maniobró el coche para salir del sitio, y una vez enfilado el camino, la camioneta policial avanzó detrás de ellos mientras Madison miraba por el retrovisor hacia la entrada de Ashgrove. Los últimos vestigios del lugar que había sido un símbolo de horror para ambos quedaron atrás, lentamente desvaneciéndose en el espejo mientras se alejaban por el camino de gravilla.

Minutos después, ya estaban avanzando a buen ritmo hacia los accesos de Ravenwood y luego a la carretera principal. El trayecto hacia Greystone era un camino sinuoso, rodeado de árboles altos por ambos lados, y para animar un poco el silencio, Madison estiró la mano hacia la pantalla táctil de la radio en el tablero, sintonizando la WestRock, que transmitía una canción de Rob Zombie. Anthony se giró hacia ella y la miró de reojo.

—¿Cómo te sientes? —preguntó. Ella mantuvo las manos firmes en el volante, sus ojos enfocados en la carretera, pero la pregunta de Anthony logró tocar algo un poco más profundo. Después de unos segundos de silencio, soltó un suspiro corto, como si dejara escapar parte del peso que llevaba sobre los hombros.

—Cansada... pero también aliviada —respondió, su voz apenas un susurro—. No pensé que diría esto tan pronto, pero todo esto se siente como un mal sueño. Aunque sé que Sanders aún está ahí, es como si todo lo demás hubiera quedado atrás.

Anthony asintió, comprendiendo lo que ella intentaba expresar. El mal de Julianne había sido erradicado, y aunque Sanders seguía siendo una amenaza tangible, la sensación de peligro había disminuido de inmediato.

—Vamos a estar bien —le respondió, buscando sus ojos por un segundo, aunque ella seguía concentrada en la carretera—. Y cuando lleguemos a Greystone, podremos descansar. Realmente descansar.

Madison soltó una pequeña sonrisa, aunque su mirada seguía fija en el camino. Al tomar una recta, volteó a verlo y asintió con rapidez.

—Eso suena increíble. No sé cuándo fue la última vez que dormí sin sentir que alguien me estaba mirando, o que algo iba a salir mal.

—Quizá la primera vez que dormimos juntos.

Ella rio divertida a su vez.

—Sí. Luego no podía ni siquiera despertarme para ir al baño, porque ya veía cosas frente al espejo —dijo.

Continuaron en silencio luego de aquello, a medida que el paisaje continuaba cambiando mientras avanzaban. El denso bosque que rodeaba a Ravenwood iba quedando atrás, reemplazado por campos abiertos y praderas suaves que se extendían bajo el cielo. Greystone era un pequeño pueblo pintoresco, apenas visible en la distancia, con edificios de ladrillo envejecido y calles principales donde las luces cálidas de las casas comenzaban a encenderse a medida que el día avanzaba. La posada que Madison había mencionado se alzaba justo a la entrada del pueblo, un edificio acogedor con una fachada de piedra y ventanas adornadas con cortinas de encaje.

Estacionó el coche a un lado de la calle, mientras la camioneta policial se detenía justo detrás. Los oficiales salieron y se acercaron a ellos con un semblante relajado, mirando hacia la entrada del establecimiento.

—Parece un sitio tranquilo —dijo Allister, viendo el entorno con una leve sonrisa—. Si necesitan algo estaremos cerca de aquí, hasta que decidan moverse.

La agente Brooks asintió, mientras añadía:

—Si quieren que revisemos el área antes de que se instalen, no duden en decírnoslo.

Madison agradeció el gesto con una sonrisa tímida, pero firme.

—Gracias, creo que estaremos bien por ahora. Solo necesitamos descansar un poco.

Luego de que los agentes se despidieran, ella apagó el motor, bajó del coche y rodeó hacia atrás, para sacar su equipaje del maletero, al igual que Anthony. Una vez hecho esto, vio como él revisaba su billetera.

—Ahora mismo tengo ochenta dólares y... —hizo una pausa rebuscando. —Y aún no era fecha de cobro cuando todo se fue a la mierda, así que es todo el efectivo que dispongo para ayudarte a cubrir la estadía.

Madison le apoyó una mano encima de la suya, cubriéndola como si quisiera que cerrara la billetera.

—Déjalo, tengo la tarjeta gubernamental, puedo cubrir el alojamiento, es parte de mi trabajo.

Entraron al pequeño edificio, y el sonido de una campanilla resonó cuando la puerta se cerró tras ellos. El ambiente era cálido y acogedor, las paredes estaban decoradas con fotografías en blanco y negro del viejo Greystone, y el fuego en una pequeña chimenea chisporroteaba suavemente, brindado un calor reconfortante que contrastaba con el frío del exterior. La recepcionista, una mujer mayor con el cabello gris recogido en un moño, los recibió tras el mostrador de ingreso.

—Bienvenidos —dijo con voz cálida, aunque los miró de forma reservada, más que nada por el estado que traían. Sus ojos saltaron desde la mano vendada de Madison hasta los hematomas en los golpes del rostro de Anthony—. ¿En qué puedo ayudarlos?

—Necesitamos una habitación doble, a ser posible. Nos han asaltado y recién acabamos de salir del hospital —dijo Madison, viendo como la señora los miraba. Esa explicación pareció ser suficiente para que dejara de mirarlos con extrañeza, al parecer.

—Oh, lo lamento. Pueden quedarse todo el tiempo que necesiten, ¿Cuántas noches van a estar por aquí?

—Dos o tres, quizá —respondió ella, con suavidad—. Necesitamos descansar antes de volver a casa.

La recepcionista asintió, les preparó el fichero de ingreso, tomó sus datos y luego de procesar el pago, les entregó una llave de habitación en el segundo piso, ubicada en un rincón apartado que les brindaría la privacidad justa. Madison y Anthony recogieron la llave, agradecieron en silencio y subieron lentamente las escaleras. Al llegar a la habitación, Anthony abrió la puerta y ambos entraron en un pequeño pero acogedor espacio. Las paredes estaban pintadas de un tono crema suave, y las ventanas dejaban entrar la luz del día con absoluta claridad. Había una cama de dos plazas, una mesa con una lámpara antigua y dos sillones junto a una ventana, desde la cual se podían ver las colinas ondulantes de Greystone.

Madison dejó caer su equipaje sobre una de las sillas y se sentó en la cama, sintiendo como el agotamiento emocional se apoderaba de ella por completo. Anthony la siguió, sentándose a su lado en silencio y rodeándole los hombros con un brazo. Durante varios minutos no dijeron nada, solo se acompañaron mutuamente tratando de asimilar el hecho de que, por fin, estaban a salvo. Lejos de la amenaza inmediata, lejos de los horrores de Ravenwood, y del hospital Ashgrove. Al menos por el momento, el caos que los había envuelto parecía estar detrás de ellos, bien lejos.

—¿Qué sigue ahora? —preguntó ella en voz baja, sus dedos jugueteando con el borde de la sábana mientras miraba hacia el suelo. —¿De verdad podemos seguir adelante después de todo esto?

Anthony la observó con ternura, comprendiendo la gravedad de su pregunta. Habían enfrentado la muerte, la traición y el miedo en formas que la mayoría de personas no podía ni imaginar. Pero ahora, el futuro parecía incierto, aunque más esperanzador que antes.

—No lo sé —­respondió sinceramente—. Pero lo que sí sé es que estamos vivos, Maddie. Eso ya es un milagro después de todo lo que pasamos. Tal vez no tengamos todas las respuestas ahora mismo, pero podemos tomar las cosas paso a paso.

Ella lo miró y permitió que una sonrisa genuina cruzara su rostro.

—Tienes razón —dijo, inclinándose hacia él para darle un rápido beso en los labios. Luego apoyó su cabeza en su hombro—. Supongo que no necesitamos saberlo todo ahora mismo. Solo... vivir el momento.

Anthony acarició su brazo, un pequeño gesto lleno de significado. Estaban juntos, y eso, de alguna manera, les daba la fuerza necesaria para cumplir con lo que sea que viniera después. Después de un rato, el silencio fue roto por una suave risita de Madison.

—¿Qué? —preguntó él, mirándola con curiosidad.

—No puedo creer que realmente tengamos un lugar como este para descansar. Es tan... normal. Tan opuesto a lo que hemos vivido estos últimos días. No sé, es extraño estar en un lugar donde no siento que algo horrible va a pasar en cualquier momento.

—Es extraño, pero es un buen tipo de extrañeza —respondió él, sonriendo. Ella lo miró y le acarició el cabello.

—Cuando volvamos a la ciudad, hazme acuerdo de pasar por una óptica. Necesitas anteojos nuevos.

—¿Quedo tan feo sin ellos? —preguntó, bromeando. Ella rio y negó con la cabeza.

—En absoluto, pero prefiero al Anthony profesor —respondió, volviendo a besarlo.

Por primera vez en mucho tiempo, el silencio no era una amenaza, sino una promesa de tranquilidad. Sabían que aún tenían asuntos que resolver, pero por ahora, todo lo que importaba era ese momento. 

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