Cap. 5- Takodana

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En el proyector holográfico de la nave se habían desplegado las figuras de los maestros Yoda y Mace Windu, ambos apostados en sus asientos de la sala del Consejo.

―Hemos recibido los análisis. ―El hombre de color se dirigió a Obi-Wan, que permanecía de brazos cruzados, atento a la comunicación―. Todavía tenemos que cotejarlos, pero si lo que sospechamos se confirma, es de vital importancia que traigas a la joven a Coruscant sana y salva.

―Estoy seguro de que es ella. Las fechas coinciden, el atentado contra los Aybara fue hace once años, por lo que la pequeña de la familia tendría hoy dieciséis, la edad de Seda ―respondió Kenobi―. Todo encaja, no solo las fechas, ¿no habíamos confirmado ya entonces que Eclipse Blanco estaba tras el ataque?

―Eclipse Blanco solo un intermediario fue ―puntualizó el maestro Yoda―. Quién el pago realizó nunca supimos.

Obi-Wan vaciló un segundo antes de contestar.

―Entonces debemos mantener su identidad oculta hasta que sepamos quién orquestó la explosión.

―De acuerdo con el maestro Kenobi estoy. ―Yoda asintió.

Mace Windu meneó la cabeza, algo no terminaba de cuadrarle.

―¿Pero por qué iban a dejarla con vida? ―inquirió―. El atentado pretendía terminar con toda la casa Aybara, no con todos menos una. Y no creo que la compasión de un criminal como Rastan sirva de explicación.

―No fue compasión, sino ambición ―explicó Obi-Wan. No le cabía la menor duda. Las respuestas habían comenzado a encajar por sí solas tras la conversación mantenida con Vespe y Nova mientras entraban en Takodana―. Los agentes especiales de Eclipse Blanco eran esclavas entrenadas desde niñas. Rastan debió de percibir la fuerza en Seda, y no pudo resistirse a convertirla en una adquisición para su harem. Probablemente la sacó de la mansión antes del atentado y utilizó una explosión para asesinar al resto de la familia para no tener que justificar con su cliente la ausencia de un cadáver.

Los dos maestros asintieron desde su lado de la línea de comunicación.

―Entonces ya solo queda cotejar el ADN de la joven ―aceptó Windu―. Aunque parece casi innecesario, dada la claridad de los hechos.

―Tendremos que contarle todo a Seda ―Obi-Wan contestó con la mirada perdida en la compuerta de la nave, por donde habían desaparecido su padawan y la chica instantes atrás.

―Fácil de asimilar no será ―dijo Yoda tras un breve suspiro―. Contigo más receptiva estará, debes prepararla para la llegada a Coruscant ―ordenó.

―Entendido, maestro. ―Kenobi cortó la comunicación.

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Seda entendía de fortalezas, no solo se había criado en una, sino que además había tenido que colarse en al menos una decena de ellas a lo largo de sus años como agente de Eclipse Blanco. Sin embargo, la construcción que ahora se alzaba ante sus ojos no tenía nada que ver con el palacio de Rastan, ni con ninguna de las fortificaciones que había visto hasta entonces.

―Bienvenida al castillo de Maz Kanata. ―Anakin le dedicó una mirada divertida.

Seda no podía dejar de observarlo todo, el inmenso y hermoso lago ubicado junto al puente, la entrada repleta de banderas de todos los colores existentes o la gigantesca estatua de un ser con forma antropoide que coronaba las almenas.

―¿Habías estado antes? ―preguntó ella mientras ascendían las escaleras hacia las puertas.

El chico asintió.

―Un par de veces con Obi-Wan, como parte de una misión. Muchos mercenarios pasan por aquí antes de continuar hacia el borde exterior ―explicó, al tiempo que entraban en el interior de lo que parecía una bulliciosa cantina repleta de toda clase de seres socializando, comiendo, bebiendo o apostando―. No te alejes de mí, puede ser peligroso ―le indicó.

Seda arrugó la frente.

―Sé cuidarme sola ―replicó―. En tal caso, no te alejes tú de mí.

Anakin respondió arqueando las cejas.

―Soy un jedi, creo que sé defenderme mejor que una niña.

―Seguro, pero esta niña te derrotó, ¿o ya no te acuerdas? ―Seda pasó delante de él, abriéndose camino hacia la barra.

El chico se quedó estupefacto durante un breve instante, pero no tardó en seguirla.

―¡Formaba parte del plan! ―replicó.

Ella le devolvió una divertida expresión incrédula, por lo que él sacudió la cabeza.

»De acuerdo, quiero la revancha. ―Anakin se inclinó hacia delante, apoyando un codo en la barra―. Cuando lleguemos a Coruscant. Tú y yo solos, sin nadie que nos moleste. ―La señaló a la vez que esbozaba una sonrisa engreída―. Hasta te prestaré un sable láser. ―Volvió a echarse hacia atrás y se cruzó de brazos en un gesto jactancioso.

Seda puso los ojos en blanco.

―Los hombres sois todos igual de idiotas.

―¿Tienes miedo de perder? ―se burló él.

―Yo no tengo miedo ―contestó ella con seguridad―. Por supuesto que acepto.

―Entonces, trato hecho. ―Anakin sonrió triunfal. Encontraba sumamente entretenido desafiar a esa chica. Sin embargo, no pudo seguir con la conversación, pues la dueña de la cantina, una ex pirata muy bajita, de piel anaranjada y enormes lentes, se acercó a ellos desde la barra.

―Vaya, vaya, Skywalker. ―Lo saludó―. ¿Qué asuntos te traen a mi humilde morada?

―Hola, Maz. ―Anakin sonrió―. Yo también me alegro de verte ―añadió divertido.

La pirata sacudió la mano en un gesto de impaciencia.

―Sabes que soy una mujer de acción, no soporto los formalismos. ―Lo interrumpió, aunque no dejó de sonar alegre―. Cuanto antes me digas lo que necesitas, antes podrás marcharte. Los jedi siempre lo alborotáis todo.

―Casi me haces creer que no quieres que esté aquí. ―Anakin se llevó una mano al pecho con dramatismo.

―No me malinterpretes, siempre es un honor recibir al elegido, aunque personalmente, prefiero tratar con tu maestro, ese sí que es un hombre atractivo ―se burló la mujer.

Anakin enarcó una ceja, mientras que Seda no pudo evitar que una sonrisa divertida se dibujase en sus labios. Le caía bien esa pirata.

»¿Y quién te acompaña? ―volvió a inquirir la mujer, reparando en la chica.

―Ella es Seda, una amiga. ―Anakin la presentó.

―Es un placer. ―La aludida le estrechó la mano a la mujer.

―El placer es mío, linda. ―Sonrió―. Entonces, ¿qué os trae por aquí?

―Las turbinas de nuestra nave se han dañado, necesitamos recambios ―contestó Anakin.

―Iré a buscarlos. ―La pirata asintió―. Tomaos algo mientras esperáis y, por la fuerza, Skywalker, intenta no pelearte con nadie ―agregó antes de desaparecer por una puerta lateral.

El aludido alzó las manos en un gesto de exculpación. Luego pidió dos copas, que enseguida le fueron servidas por uno de los camareros.

―¿Qué es eso del elegido? ―le preguntó Seda tras dar un sorbo de su bebida.

―Solo una antigua leyenda. ―Anakin hizo un gesto con la mano restándole importancia―. Pronostica la llegada de un jedi increíblemente poderoso, el único capaz de restablecer el equilibrio en la fuerza y terminar para siempre con la amenaza sith.

―¿Tú eres ese jedi? ―La chica abrió mucho los ojos, asombrada.

―Eso dicen algunos. ―Él se encogió de hombros levemente, sin demasiado interés.

―¿Y qué crees tú? ―insistió Seda. No conocía mucho a Anakin, pero por lo poco que había visto de él, le extrañaba que no alardease de un título como el de elegido. Tal vez lo había juzgado mal.

Él guardó silencio un instante, con la mirada perdida en el líquido rosado de su vaso.

―No pretendo estar por encima de la sabiduría jedi, pero tampoco puedo depositar mi confianza en ideas tan abstractas como profecías o leyendas ―respondió finalmente―. Yo creo en las personas, creo en el esfuerzo y en mis capacidades. Sé que algún día seré uno de los jedi más poderosos ―añadió convencido―, pero no porque me obligue una profecía, sino porque yo quiero. Quiero ayudar a los demás y quiero que la gente inocente no tenga que morir en vano, y para ello, necesito... ―Sacudió la cabeza―. Tengo que ser poderoso.

Seda se quedó callada tras las palabras del chico, lo que provocó que él la mirase con curiosidad.

―Déjame adivinar ―aventuró―, crees que soy un idiota y un arrogante ―añadió sarcástico.

Ella tomó un sorbo de su bebida y luego ladeó la cabeza.

―Eres un idiota arrogante ―afirmó, contundente―. Pero eso que has dicho... ―Se mordió el interior de la mejilla. Anakin la había sorprendido, cierto, quizá fuese un engreído, pero también era desinteresado. Sus motivaciones eran auténticamente nobles―. No ha sido tan idiota ―respondió finalmente―. Aunque sí un poco arrogante ―añadió con una breve risa.

Él no pudo evitar contagiarse de la carcajada de la chica, melodiosa y adictiva.

―Nadie me había preguntado antes mi opinión sobre la profecía, ni Obi-Wan, ni ninguno de los maestros del Templo ―dijo cuando paró de reír.

―Eso es porque no tienen dudas ―opinó Seda―. Confían en ti.

No dijo nada más, ya que en ese momento una mano se posó sobre su hombro con brusquedad, interrumpiendo la conversación con Anakin.

―Mira qué tenemos aquí. ―Una voz áspera y desconocida sonó casi en su oído―. ¿Te has perdido, preciosa?

―Este no es lugar para una dulzura como tú ―añadió otra voz, también masculina.

―Será mejor que os larguéis ―intervino Anakin en tono calmado, pero clavando una mirada amenazante en los dos piratas weequay que se les habían acercado.

―A ti nadie te ha preguntado, chaval ―contestó uno de ellos.

―Venga, encanto, deja a este pringado y vente con nosotros ―volvió a hablar el primero, a la vez que bajaba la mano con intención de tomar la de Seda.

No obstante, la joven fue más rápida. Todavía sin girarse, cogió uno de los tenedores que reposaban sobre la barra y, antes de que el pirata pudiera agarrarla, se giró y se lo clavó en la palma, dejándolo sujeto a la madera.

―No vuelvas a intentarlo ―lo advirtió en un susurro, al tiempo que extraía el cubierto de la dura y curtida piel del weequay.

El pirata soltó un grito de dolor y empezó a maldecir, atrayendo las miradas de todos los presentes en la cantina. Su socio agarró el blaster que le colgaba del cinto, dispuesto a tomar represalias, pero Anakin se le adelantó.

―No quieres problemas ―dijo, pasando una mano por delante del rostro del pirata―. Te vas a llevar a tu compañero y vas a olvidar que esto ha pasado.

―Me voy a llevar a mi compañero y voy a olvidar que esto ha pasado ―recitó el weequay monótonamente.

El jedi repitió la operación con el otro pirata y, apenas unos segundos después, ambos estaban abandonando la cantina. Sin embargo, Anakin no se relajó.

―Tenemos que irnos ―le susurró a Seda―. ¿Ves a aquellos tipos de ahí? ―añadió, señalando con disimulo hacia un grupo de diez hombres con pinta de matones.

Ella asintió levemente.

»Son mercenarios, Obi-Wan y yo tuvimos problemas con ellos una vez ―volvió a hablar Anakin, al tiempo que le indicaba a la chica que lo siguiese hasta la puerta por la que había desaparecido Maz Kanata unos minutos antes.

―¿Qué clase de problemas? ―inquirió Seda, en el mismo tono suave.

Al otro lado de la puerta se abría un extenso corredor de paredes de piedra, escasamente iluminado, y con diferentes bifurcaciones en diversas direcciones.

―De la clase en la que prometieron que nos cortarían las cabezas y se las enviarían a nuestras madres en papel de regalo. ―Anakin se encogió de hombros con naturalidad―. Me han debido de reconocer por culpa del espectáculo de antes ―añadió, sin dejar de lanzar miradas fugaces a sus espaldas. Había visto como los mercenarios se ponían en pie para ir hacia él, solo era cuestión de tiempo que les dieran alcance.

―Espera, ¿me estás echando la culpa? ―Seda no alzó la voz, pero el tono de indignación fue claramente perceptible en sus palabras.

―Solo digo que, si no le hubieses clavado un tenedor a ese pirata, los mercenarios no se habrían fijado en nosotros ―rebatió Anakin sin dejar de andar.

―No me lo puedo creer. ―La chica resopló―. Tú te buscas problemas con media galaxia, ¿y la culpa es mía por llamar la atención? ―agregó, sarcástica.

―Yo no he dicho eso. ―El jedi se giró para mirarla, ya que ella iba tras él, pero en ese momento Maz Kanata llegó hasta ellos desde uno de los muchos pasillos del laberíntico castillo.

―¿Qué se supone que estáis haciendo aquí? ―Los reprendió―. Acaso no os dije que esperaseis en la cantina.

―Hemos tenido un percance con algunos de tus pacíficos clientes ―se apresuró a explicar Anakin―. ¿Tienes los recambios?

La pirata exhaló un suspiro y le entregó una pequeña bolsa de tela con las piezas dentro.

―Seguid este corredor, llegaréis a unas escaleras que os llevarán hasta la terraza, podréis salir por allí ―explicó Maz―. Intentaré entretener a los que os siguen, pero no puedo prometer nada.

―No te pongas en peligro, Maz, nos las arreglaremos ―contestó Anakin.

―Lo sé, Skywalker, solo trato de evitar que destroces mi castillo en el proceso. ―Sonrió la pirata.

Tanto el jedi como Seda le devolvieron la sonrisa y se despidieron con un gesto de cabeza antes de seguir corriendo por el pasillo. No tardaron en dar con las escaleras, pero todavía se encontraban a medio ascenso cuando escucharon las voces de los mercenarios tras ellos. No obstante, no se detuvieron hasta que consiguieron acceder a la terraza exterior.

Ante ellos se extendía el paisaje boscoso de Takodana y, a sus pies, el amplio lago que rodeaba el castillo.

―¿Y ahora qué? ―Seda le dirigió una mirada inquisitiva al chico―. No hay salida.

Él esbozó una sonrisa peligrosa.

―Sí la hay ―respondió, dirigiendo la mirada a las profundas aguas.

―¿No lo dirás en serio? ―La joven abrió mucho los ojos, sorprendida.

En ese momento, los mercenarios que iban tras ellos alcanzaron la entrada de la terraza, iban armados y, por sus expresiones, ansiaban pelea.

―Ya me gritarás después. ―En esta ocasión, Anakin no reprimió sus instintos, tomó la mano de Seda e, ignorando las protestas de la chica, la arrastró con él hasta el borde de las almenas, donde se lanzaron al lago, evitando por escasos milímetros varios disparos de sus perseguidores.

El frío fue impactante, pero soportable. Todavía sumergido en las profundas aguas, Anakin buscó a Seda con la mirada, y solo cuando la vio nadando hacia la superficie se dispuso a hacer lo mismo. Ambos llegaron hasta la orilla empapados y agotados, pero sanos y salvos.

―¡Estás loco!, definitivamente, ¡estás loco! ―bufó ella, escurriéndose el pelo.

―Ha sido un placer salvarte la vida ―ironizó Anakin, mientras vaciaba el agua de sus botas.

―¿Salvarme la vida? ―Ella arqueó la cejas―. Esos tipos iban a por ti. A mí no me metas.

―Ni se habrían fijado en mí si tú no te dedicases a clavarle tenedores a la gente ―rebatió él.

―¡Y dale con eso! ―Seda exhaló un suspiro cansino.

―Tenemos que irnos, no creo que tarden en seguirnos ―volvió a hablar el chico, calzándose de nuevo y poniéndose en pie―. Y por cierto, no pasa nada por reconocer la ayuda de los demás de vez en cuando ―agregó con cierto sonsonete altanero.

―Mira quién fue a hablar. ―La joven le clavó una mirada airada y echó a andar en dirección al claro donde habían aterrizado.

Todavía seguían discutiendo cuando llegaron a la nave. Tanto Nova, como Vespe y Obi-Wan ya estaban dentro, con todo listo para despegar, a excepción de los recambios.

Kenobi cruzó los brazos y enarcó una ceja en un gesto condescendiente pero divertido al verlos aún empapados y peleando sin parar.

―Mejor no pregunto qué ha pasado ―dijo, en cuanto los dos jóvenes estuvieron dentro.

―Larga historia ―respondió Anakin, lanzando una mirada de soslayo a Seda―. Tenemos que irnos enseguida, nos sigue un grupo de mercenarios.

―Yo me encargo de esto. ―Nova le cogió la bolsa de los recambios al chico―. Enciende los motores, no tardo nada.

Anakin obedeció y se dirigió a los mandos, mientras Seda bajaba a las turbinas con su amiga pelirroja para ayudarla. Vespe se quedó al lado de Obi-Wan, y no pudo evitar dedicarle una mirada divertida.

―Te lo dije.



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Me encantaría haceros preguntas sobre esta maravillosa saga, para conocer vuestras opiniones, y así también nos conocemos un poco mejor jaja. Por ejemplo:

¿Quién es vuestra chica favorita de Star Wars? Yo las adoro a todas, pero creo que el orden sería así :

1-Leia/Padmé (empatadas, no puedo elegir)

2-Ahsoka

3-Jyn

4-Rey (no es que no me guste, también me encanta, pero es que a las otras las amo)

¿y para vosotros?

Espero que os haya gustado el capítulo, la semana que viene intentaré volver a actualizar.

Besos y mil gracias por leer, votra y comentar ^_^

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