Cap. 32- Mercenarios

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Anakin no precisaba esforzarse para recordar cómo se había sentido el día que sus ojos se posaron sobre Seda por primera vez. Entonces, ella no era más que una de las bailarinas en el gran salón de la fortaleza de Rastan; ajena a su mirada, había pateado sin contemplaciones al idiota de turno que pretendió propasarse.

Aunque todavía no la conocía, en ese instante Anakin había sonreído, orgulloso de ella, divertido, admirado, y muy convencido de que esa joven tenía potencial para remover el universo de cualquiera que se le acercase...

Y eso había hecho con él.

De otro modo no se explicaba que, en ese momento, se encontrase rondando el área del Archivo frente a la Bóveda de los Holocrones, sala que nunca antes se había planteado profanar, no por miedo a las represalias del Consejo, ni siquiera por respeto a la prohibición ligada a todo aquel que no ostentase el rango de maestro, sino por simple ignorancia y, tal vez, una pizca de pereza.

Pese a que las dudas y las preguntas sin contestar gravitaban su mente en un constante martilleo desde que era un niño, solo muy de vez en cuando difuminándose bajo la voz de Obi-Wan u otros maestros... Eres el elegido, Anakin, estás destinado a traer el equilibrio a la fuerza..., él era un hombre de acción, más impulsivo que reflexivo, con tendencia a dejarse llevar por la adrenalina de la misión antes que a buscar respuestas que diesen sosiego a los fantasmas de su cabeza.

Pero ahora que Seda le había sugerido esa opción, ya no se veía capaz de ignorarla. Ahora la posibilidad de descubrir la verdad sobre la Orden, y sobre sí mismo, se escondía a solo unos metros de distancia, tras una puerta blindada y varios sistemas de seguridad a los que aún no tenía acceso...

Al menos no de forma legal.

Observó la entrada mientras pretendía echar un vistazo a los archivos prolijamente colocados en una estantería cercana. A un lado de la puerta localizó el panel de acceso, que no suponía mayor problema, Seda conocía el código, había visto cómo Mace Windu lo introducía unos días atrás para guardar el holocrón robado por Cad Bane.

La única dificultad para un acceso no autorizado radicaba en las cámaras que bordeaban la entrada, posiblemente vigiladas a todas horas desde el centro de seguridad en la torre oeste del Templo.

―Maestro Skywalker, ¿puedo ayudarle en algo?

Al escuchar la voz de la anciana guardiana del Archivo, Anakin casi dejó caer el pergamino que había abierto para disimular. Sin embargo, supo reponerse enseguida y responder con una de sus encantadoras sonrisas.

―No se preocupe, maestra Yocasta. Solo consultaba información sobre la geografía de Utapau para una posible misión. Ya he acabado.

―Así me gusta, no hay nada como documentarse adecuadamente antes de entrar en acción. Los jóvenes de hoy en día parecen olvidarlo muy a menudo. Es agradable ver que algunos recuperan las viejas costumbres ―sonrió la guardiana, complacida―. En cualquier caso, venía a avisarlo de que lo esperan en el centro de comunicaciones.

Anakin asintió y volvió a dejar el pergamino en su lugar, antes de echar un último y fugaz vistazo a las cámaras de seguridad; seguían apuntando hacia el mismo espacio, no se habían movido.

Existía un punto ciego.

―Gracias, maestra, que tenga un buen día.

Se despidió con un cabeceo y echó a andar en dirección al centro de comunicaciones, pero la anciana volvió a llamarlo.

―Skywalker.

El jedi se volvió en silencio, temiendo que Yocasta se hubiese percatado de su interés por la Bóveda de los Holocrones.

―¿Sí? ―preguntó, con naturalidad, sin permitir que esa leve inquietud asomase al exterior.

―Dale recuerdos a Seda de mi parte. Echo de menos su compañía en el Archivo.

―Por supuesto, maestra, se lo diré. ―Anakin esbozó otra sonrisa encantadora y esta vez se marchó sin perder más tiempo.

Ya había averiguado todo lo que necesitaba saber.

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―¿Por qué siempre eres el último en aparecer?

En cuanto Anakin atravesó las compuertas del centro de comunicaciones, Obi-Wan lo miró con esa expresión tan propia de él, entre reprobatoria, resignada y ligeramente divertida.

―Lo bueno se hace esperar, maestro. ―Anakin se encogió de hombros y se situó a un lado de Seda, frente a la mesa holográfica que ya proyectaba una imagen de la órbita de Felucia.

Kenobi puso los ojos en blanco e intercambió una mirada muy significativa con su comandante, Cody.

Además de ellos cuatro, no había nadie en la sala, por lo que Anakin asumió que el Consejo ya habría comentado con Obi-Wan los pormenores de la próxima misión.

―Kailen no va a venir, está en el Borde Exterior, con Rex, escoltando la fragata de suministros enviada a Kamino. Podemos empezar ―explicó Anakin, antes de compartir una mirada cómplice con Seda.

La joven supo interpretar las implicaciones ocultas en esas palabras; Anakin había alejado a Kai durante unos días con intención de dejarlo al margen de las posibles repercusiones que pudiesen darse si su plan para irrumpir en la Bóveda de los Holocrones no salía bien... En realidad, el jedi había querido hacer lo mismo con la propia Seda, pero ella se había negado categóricamente. A fin de cuentas, era idea suya.

A pesar de que todavía no tenían un plan definitivo con el que entrar sin ser detectados por la seguridad del Templo, cada vez estaban más convencidos de que ese era el único camino a su alcance para dejar de moverse a ciegas entre los mandatos, normas y tradiciones que la Orden imponía. Ellos tenían tanto derecho a salir de la incertidumbre como cualquier maestro del Consejo. Querían ver, conocer las bases y principios jedi de primera mano, no a través de terceros... Sin embargo, por muy ferviente que fuese su intención, todavía no habían podido fijar el mejor momento para llevar a cabo la intrusión.

No cuando estaban en plena guerra y a cada minuto parecía surgir una nueva misión que ocupaba todo su tiempo y energía.

―Bien, es una tarea de reconocimiento, en principio sencilla, pero he hablado con el Consejo, e iremos los cuatro, por si acaso surgen... complicaciones. ―Obi-Wan paseó la mirada por Cody, Seda y Anakin―. Hace dos días perdimos contacto con la estación médica en la órbita de Felucia.

―¿La han asaltado? ―Seda ladeó la cabeza―. Creía que ya nos habíamos encargado de las ocupaciones separatistas en ese sistema.

―Se supone que los echamos hace varias semanas ―asintió su maestro―, pero se ve que algo no va bien... ―Se rascó la nuca, pensativo―. Nos ofrecí voluntarios porque ya estamos familiarizados con el terreno, así que ya sabéis lo que necesitáis; ropa ligera, el sol quema en Felucia, vuestros sables, y blasters ―añadió, en dirección a Cody―. Nos vemos en cinco minutos en el hangar.

Dicho esto, el jedi abandonó la sala, seguido del comandante clon. Anakin y Seda se retrasaron lo justo para disimular que daban una última ojeada al plano holográfico, y así poder salir juntos, a salvo de oídos indiscretos.

―Acabo de estar en el Archivo ―murmuró el joven, mirando al frente con aire aparentemente distraído, pero muy pendiente del perfil de su compañera―. Las cámaras de seguridad no serán un problema, y el código tampoco, si es que no lo han cambiado desde que lo memorizaste.

―No lo han hecho ―confirmó Seda―, cuando trabajaba en el Archivo la maestra Yocasta me explicó que se cambia cada tres semanas. Han pasado dos desde el asalto de Bane.

Tras franquear la entrada del hangar donde decenas de jedi y soldados clon pululaban de un lado a otro, cargando naves, aterrizando o despegando, Anakin se detuvo.

―Entonces tenemos que hacerlo pronto ―reflexionó a media voz, para luego posar la mirada sobre Seda. Pese a que el gesto de la joven era tan determinado como siempre, la notó algo ausente, como si en el fondo no estuviese del todo convencida―. Estás a tiempo de echarte atrás, Seda. Puedo hacerlo solo, no tienes que implicarte...

―Ni lo sueñes ―lo interrumpió ella―. Fue idea mía. En todo caso, eres tú el que debería retirarse. Yo solo soy padawan, tú ya eres caballero y general, tienes una reputación, estás cerca de ser ascendido a maestro... Si nos descubren, tienes mucho más que perder que yo.

Anakin consideró durante un breve momento esa posibilidad. Después, su rostro se iluminó.

―¿Eso es lo que te preocupa?, ¿qué yo salga mal parado? ―sonrió, y miró a su alrededor, cerciorándose de que nadie les prestaba atención, antes de alargar una mano para retirar un huidizo mechón de la trenza de Seda. Aprovechó el gesto para dejarle una tierna caricia en el rostro―. Lamento decirte, princesita, que si tú caes, yo caigo, ¿no estaba claro ya? Estamos juntos en esto.

Seda sacudió la cabeza y le devolvió la sonrisa. Estaba a punto de decirle que no era necesario, que no tenía que hacer eso por ella, que podían tomarse unos días para pensarlo bien..., pero la voz de Obi-Wan los alertó de que la nave ya estaba preparada.

―Hablaremos cuando regresemos de la misión ―concluyó ella, tras dirigirle un asentimiento a su maestro.

―De acuerdo ―Anakin le guiñó un ojo, y se adelantó a ella―, pero piloto yo.

Subió la rampa de acceso a la nave, donde Obi-Wan los esperaba junto a Cody, con los brazos cruzados y una mirada que evidenciaba su paciencia puesta a prueba.

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―Tenemos Felucia ahí delante ―informó Anakin unas horas más tarde, a los mandos de la lanzadera. Cody ocupaba el asiento del copiloto a su derecha, y Seda y Kenobi los posteriores.

―La instalación médica no aparece en los radares ―comentó el comandante clon, extrañado, pues frente a ellos, entre su nave y la superficie del planeta, flotaba la estación espacial a modo de satélite.

―Ahí hay algo. ―Seda se reclinó hacia delante sobre el asiento de Cody, para señalarle varios puntos sin identificar en el radar―. Son droides buitre...

―¡Agarraos! ―avisó Anakin, a la par que viraba los mandos de la nave en un arriesgado quiebre para esquivar la repentina acometida de esa horda de pequeños pero letales caza.

Los droides buitre eran una de las joyas de la corona de la artillería separatista; no tripulados, y tan minúsculos que resultaba casi imposible acertar un disparo sobre ellos. Solían desplegarse en bandadas de decenas o centenas, y tenían la capacidad de acoplarse a naves y estaciones como los parásitos que eran, causando graves estragos en las defensas espaciales de la República.

―Ya sabemos lo que le ocurrió a la estación médica. ―Obi-wan se aferró como pudo a su asiento, mientras la nave, respondiendo al pilotaje de Anakin, hacía trombos cada vez más arriesgados.

―Esto no me gusta ―protestó Cody. Uno de los buitres acababa de cargarse el conducto de plasma―. Han inutilizado los sistemas principales.

Anakin frunció el ceño para, un segundo después, activar la liberación de las mascarillas de respiración.

―Caballeros, princesa, solo nos queda una opción. Activando secuencia de eyección.

―Esto no va a ser divertido ―Obi-Wan dejó escapar un suspiro de resignación antes de colocarse su mascarilla.

La nave atravesó la órbita de Felucia a toda velocidad, pero con los droides buitre aún pisándoles los talones.

―Tranquilo, Obi-Wan, siempre que Anakin pilota terminamos estrellándonos... Deberías estar acostumbrado ―bromeó Seda, pero sin perder la concentración, ya con las manos preparadas en los mandos auxiliares―. Listos para eyección, cuando ordenes ―añadió mirando a Anakin.

La superficie del planeta, repleta de irregularidades, rocas afiladas y vegetación de aspecto amenazante cada vez estaba más próxima. Anakin aguardó solo unos segundos más antes de dar la orden.

―¡Ahora!

En cuanto Seda tiró de la palanca, cada uno de los asientos se recubrió de una cápsula protectora. Las cuatro salieron proyectadas hacia arriba, al mismo tiempo que la nave se hacía pedazos contra la superficie, seguida de los droides buitre que todavía la seguían.

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―¿Estás bien? ―Anakin abrió la cápsula de eyección ocupada por Seda.

―Estoy bien. ―Ella sonrió, aceptando la mano que él le ofrecía para salir al exterior―. No es nada a lo que no estemos acostumbrados.

El jedi le devolvió un gesto divertido antes de buscar a sus compañeros con la mirada. Tanto Obi-Wan como el comandante clon habían aterrizado a escasos metros, ambos en buenas condiciones.

―Maestro, Cody, ¿todo bien? ―preguntó.

―Sobreviviremos ―respondió Obi-Wan, llevándose una mano a la base de la espalda.

―¿En qué parte de Felucia estamos? ―murmuró el soldado tras echar un vistazo alrededor y comprobar que no estaba en absoluto familiarizado con la agreste vegetación.

Felucia era por lo general un planeta amazónico, repleto de salvajes selvas y abruptos paisajes, pero, sin duda, la zona en la que accidentalmente habían aterrizado se llevaba la palma.

―No estoy seguro ―Kenobi sacudió la cabeza―. Sea cómo sea, no podemos seguir deambulando. Necesitamos un plan.

―Mi instinto dice que vayamos por ahí ―Anakin señaló una dirección al azar.

―No estoy convencido. Creo que deberíamos ir por aquí. ―Obi-Wan indicó la ruta opuesta.

―¿Para qué preguntas? Siempre lo hacemos a tu manera ―repuso de nuevo Anakin, con el ceño fruncido.

―Nos estrellamos a tu manera ―sentenció su antiguo maestro.

―Qué gracioso, tu sentido del humor ha sobrevivido al aterrizaje...

Mientras la pareja de jedi continuaba con una de sus habituales batallas dialécticas, Seda y Cody se alejaron unos metros, dispuestos a poner algo de cordura en el disfuncional grupo.

―Tienes mérito, comandante ―sonrió el soldado―. Pasas muchas horas a solas con los dos, ¿cómo lo aguantas?

―Kai y yo nos apoyamos para sobrellevarlo ―Seda le siguió la broma―. Creo que deberíamos ir hacia el oeste. ―Volvió la cabeza hacia sus compañeros― ¡Eh, parejita! Si habéis acabado, veo humo en el horizonte. Lo que muy probablemente implique gente. Y un modo de salir del planeta, ¿os parece un plan factible o seguimos discutiendo quién tiene los mejores instintos del Templo?

Los aludidos no tardaron en asentir y seguir a la padawan, no sin que antes Anakin murmurase por lo bajo un claro "yo, yo tengo los mejores instintos".

Tal y como había deducido Seda, el camino elegido los llevó hasta las inmediaciones de lo que semejaba una pequeña aldea agraria. El fruto de la cosecha se alzaba exultante en los campos, aún sin recoger, hecho que extrañó al pequeño grupo.

―Nysillim, una de las hierbas medicinales más valiosas de la galaxia ―señaló Obi-Wan.

Avanzaron unos metros entre las rudimentarias casas de campo, solo para comprobar que los habitantes seguían sin dar señales de vida.

―¿Estará abandonada? ―aventuró Cody, tan extrañado como sus compañeros.

―No, ningún pueblo agrario se molestaría en cosechar los campos para luego no recoger los frutos ―respondió Anakin―. Si algo aprendí en el lugar dónde me crie es que para saber qué hace un granjero solo tienes que mirar en su granero.

Con estas palabras, el jedi señaló una edificación ligeramente más amplia que las demás, con aspecto de almacén. Tras pulsar un mecanismo de apertura, las compuertas se apartaron a un lado, dejando a la vista una nave no muy grande, pero sí muy moderna, de las más rápidas del mercado, y equipada con vistosos cañones de plasma.

―Desde luego, esta no es una nave para granjeros ―dedujo Cody, poniendo voz a lo que todos pensaban―. Usémosla para regresar a Coruscant.

―No podemos marcharnos sin averiguar qué ha sucedido aquí ―insistió Seda.

Tal vez ya no pudiesen hacer nada por la estación médica, hecha añicos por los droides buitre, pero si los habitantes de esa aldea estaban en apuros, debían tratar de ayudarlos...Y para qué negarlo, la curiosidad se había apoderado de ella.

―Los habitantes de esta aldea tienen que estar en alguna parte. ―Obi-Wan echó otro vistazo alrededor y asintió, de acuerdo con su padawan―. Separémonos, los encontraremos antes.

―Seda y yo registraremos aquellas casas ―se adelantó Anakin.

Sin esperar réplica de sus dos compañeros, ambos jóvenes se alejaron en la dirección mencionada, provocando que a su espalda, Obi-Wan soltase un suspiro de resignación.

―Supongo que nos toca juntos, general ―Cody sonrió, divertido.

―Siempre es un placer, Cody ―Kenobi le devolvió el gesto.

Las dos primeras edificaciones que inspeccionaron estaban vacías, hecho que empezaba a poner a prueba la paciencia del capitán clon. Con un mosqueo cada vez mayor rondando en la cabeza penetró la siguiente, una casa de dos pisos pero bastante estrecha.

Un rápido barrido visual le bastó para constatar que tampoco ahí encontraría a los habitantes de la aldea. A punto estuvo de dejarla atrás, pero un breve ruido provocó que se detuviese justo sobre lo que semejaba una trampilla de almacenaje.

Cody levantó la portezuela, encontrando al fin a la familia que parecía residir en esa casa. Cuatro miembros de una raza humanoide pero de piel verde y escamosa y bastante pequeños en comparación con él; el más alto del grupo no debía de llegarle más allá de la cintura.

―Misterio resuelto ―sonrió, aliviado―. No tengáis miedo, no os haré daño.

Fue entonces, mientras su mirada aún permanecía ocupada en los nativos ocultos bajo la trampilla, cuando sintió el filo de un arma blanca posarse sobre su nuca desprovista del casco de la armadura.

―Aléjate de ellos, y pon el blaster donde pueda verlo.

Pese a la rudeza del tono, se trataba de una voz femenina, sin lugar a dudas.

―Tranquilos, no quiero problemas. ―Cody obedeció. Se dio la vuelta despacio, con las manos en alto. Frente a él cuatro figuras adultas e imponentes, muy diferentes de los nativos escondidos a sus pies y armados hasta los dientes lo apuntaban sin el más mínimo ápice de vacilación.

Por su posición y tono autoritario, la que lo enfilaba con una daga debía ser la líder, una mujer esbelta de piel muy bronceada y melena larga y oscura, al igual que sus ojos, exactamente de los mismos tonos que caracterizaban a Seda. Vestía un ajustado pantalón granate, a juego con la parte superior, sin embargo, lo que más llamaba la atención de su atuendo era la daga sujeta a su cinturón, gemela a la que lo amenazaba. En una época de guerra con blasters y droides, ese tipo de armas resultaban escasas, incluso provocadoras, sobre todo cuando parecían tan prolijamente fabricadas.

La mitad inferior del rostro de la mujer permanecía cubierta por un pañuelo, ocultando parte de sus facciones. Aun así, Cody no pudo evitar pensar en el enorme parecido con la padawan del general Kenobi.

El trío a su espalda no resultaban menos llamativo, no por poseer rasgos particulares, sino por la razón diametralmente opuesta, los tres eran exactamente iguales entre sí; altos, y fornidos, de cabello rubio ni muy largo ni muy corto y ojos castaños. Incluso sus expresiones resultaban semejantes, burlonas, y con cierto toque de soberbia. Lo único que parecía diferenciarlos eran los distintos tatuajes que les cubrían torso, brazos y cuello, apenas dejando un resquicio de piel sin marcar.

―El blaster donde pueda verlo ―repitió la mujer, en tono amenazante―. No intentes ninguna tontería, soldado, estás en clara desventaja.

―Ser más no siempre es ventaja ―respondió. A pesar de la pinta de mercenarios curtidos que poseían sus oponentes, él era un soldado clon, creado y criado para la batalla, a las órdenes de uno de los mejores generales del ejército de la República... No se dejaba amilanar por cualquiera.

―Cuatro contra uno, soldadito, ni siquiera es una pelea justa ―se burló uno de los tres hombres.

―Cuatro contra dos, querrás decir.

La voz de Obi-Wan asomó desde el umbral de la puerta.

Los mercenarios se movieron en perfecta sincronía, tres de ellos volviéndose hacia el recién llegado para apuntarlo con sus armas, mientras la mujer permanecía atenta a los movimientos del clon.

La aparición del jedi fue el estímulo necesario para que los acontecimientos se precipitasen. Uno de los hombres disparó hacia él, pero el estallido fue desviado por el sable de Obi-Wan, en dirección a la mujer que aún apuntaba a Cody.

Para sorpresa del general, y con unos reflejos dignos de los propios jedi, ella detuvo el fuego con el filo de su daga, justo antes de dejar escapar un resoplido de frustración, desenfundar la que guardaba en el cinto, y lanzarse hacia él. A punto estuvo de cruzar sus armas con él, de no ser por la oportuna intervención de uno de los nativos.

―¡No!, ¡no!, ¡alto! ¡No los lastiméis! ¿No veis que son jedi? ―gritó― ¡Estamos a salvo! ―añadió, alzando los brazos al cielo en un gesto de alivio.

―¿A salvo? ―Obi-Wan enarcó una ceja.

―Te recuerdo que ya has hecho un trato con nosotros. ―La mercenaria ignoró al jedi y se dirigió al nativo.

―Pero con la ayuda de los jedi, nuestras posibilidades se multiplican ―respondió el aludido.

―¿Ayuda con qué? ―Cody agitó una mano―. ¿Alguien me explica qué está pasando aquí?

―Una explicación no estaría de más ―coincidió Obi-Wan, para luego apagar su sable en un gesto conciliador.

Los cuatro mercenarios, aunque reticentes, bajaron sus respectivas armas.

―Piratas, caballeros ―contestó el nativo―. Necesitamos ayuda para librarnos de la amenaza de los piratas.

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―Creo que Kai sospecha algo ―Anakin se incorporó, tras comprobar que no había nadie bajo una enorme mesa, en la tercera casa que registraban―. Sobre nosotros ―añadió mirando a Seda.

La joven dejó de inspeccionar el cuarto anexo, exhaló un breve suspiro y asintió.

―Kai sabe lo nuestro, Ani.

―¿Lo sabe? ―El aludido se llevó una mano a la nuca, confuso― ¿Cómo?

―Me escuchó hablar con Vespe ―reveló―. No hace mucho que me lo confesó.

―Seda... ―Anakin se acercó a ella y le posó ambas manos en la cintura. Una sombra de preocupación le teñía el rostro.

―No dirá nada, a ti te respeta demasiado, ¡te idolatra! Y para mí es como un hermano ―explicó, muy convencida―. Nunca nos traicionaría.

―Sí, sí, lo sé ―el jedi asintió―. Pero hubiera preferido no tener que cargarlo con este secreto. Kai es distinto a nosotros, él se crio en el Templo, aún tiene fe ciega en la Orden...

―¿Tú no? ―Seda lo interrumpió. Clavó la mirada en el hombre que tenía frente a ella, y el brillo de determinación en sus ojos le dijo todo lo que necesitaba saber.

―Sabes bien lo que pienso.

Ella asintió, posó ambas manos en el pecho de Anakin, y se elevó ligeramente sobre la punta de sus pies, para alcanzarle los labios en un fugaz beso.

―Estamos juntos, pase lo que pase.

―Pase lo que pase. ―Él le devolvió una sonrisa. Le daba igual quedarse atrapado en un planeta deshabitado si Seda estaba a su lado.

Le hubiera gustado poder regocijarse en ese momento a solas con ella, con la persona que sentía que completaba su alma de una forma imposible de describir, pero el ruido de un disparo puso fin a toda posibilidad.

No se entretuvieron más, pese a sus deseos, el instinto por ayudar a los demás era innato en ambos, tan básico como respirar. Salieron de casa a toda prisa, con los sables listos para ser desplegados en cualquier momento.

Cuando llegaron al lugar del estruendo ralentizaron la marcha. Obi-Wan y Cody abandonaban unas de las casas, seguidos del que parecía uno de los nativos del planeta, y cuatro humanos.

―¿Qué ha pasado? ―Anakin se adelantó, llamando la atención del pequeño grupo.

Sin embargo, nadie llegó a responder. En cuanto los desconocidos miraron hacia ellos, un sonido ahogado escapó de la garganta de la mujer que encabezaba la comitiva.

―No es posible ―murmuró. Sus ojos clavados en Seda, quien le devolvió una mirada, igual de intensa.

Estaba viendo un fantasma.

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