Cap. 31- Ajuste de cuentas
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Fue Kai quien logró cumplir su promesa.
Cuando Seda y Obi-Wan aterrizaron en las dársenas del Templo Jedi, Anakin y su padawan ya habían regresado de Naboo, esta vez con un prisionero.
El bebé gungan estaba a salvo gracias a la rápida intervención de los jedi, pero no así el holocrón robado, ni tampoco los otros dos niños secuestrados.
Cad Bane llevaba varios minutos en una de las salas de interrogatorios del Templo, bajo el escrutinio de Windu que no había logrado arrancarle la más mínima pieza de información sobre el paradero de los bebés, ni del holocrón. El miedo del cazarrecompensas hacia el Conde Dooku era superior a su miedo hacia los jedi.
―¿Todavía nada? ―Anakin fue el primero en preguntar cuando Windu se reunió con él, Kenobi y sus padawan en el pasillo anexo a la sala de interrogatorios.
―Nada. ―Mace Windu torció los labios―. ¿Habéis examinado la nave del cazarrecompensas? ―añadió en dirección a Kai, a quien le había encomendado esa tarea un rato atrás.
―No hay ninguna pista en ella, maestro, ni del holocrón ni de los niños ―respondió Kailen―, y también ha borrado el historial de navegación.
―Entonces tendremos que usar la fuerza para hacerle hablar ―sentenció Anakin, apretando la mandíbula.
―No creo que Bane sea tan débil ―repuso Obi-Wan―. Usar la fuerza para obligar a cooperar a una mente fuerte es arriesgado, podríamos llegar a destruirla en el proceso.
―Estoy dispuesto a considerar otra alternativa, si alguien la tiene ―ironizó Anakin, conociendo con antelación que no existía otra opción. Ya habían perdido demasiado tiempo.
Kenobi fue el primero en asentir, no sin cierto recelo, pero consciente de que su antiguo padawan tenía razón.
―Hagámoslo.
En cuanto las compuertas de la sala de interrogatorios volvieron a abrirse, Windu, Obi-Wan y Anakin apuntaron con sus manos extendidas hacia la figura del cazarrecompensas esposado a la única pieza de mobiliario, una mesa de acero.
Obi-Wan, el más diestro de los tres en el uso de la fuerza para someter mentes, fue el primero en alzar la voz.
―Nos llevarás hasta el holocrón ―ordenó, con los ojos cerrados y la mano todavía extendida hacia delante.
En ese instante, Seda, testigo de la escena, se sintió sobrecogida por el tono de su maestro y por el torrente de poder que se desprendía en cada una de esas simples palabras.
A Kenobi le siguieron Windu y Anakin. Frente a ellos, Cad Bane se agitó, se llevó las manos esposadas a la cabeza, y dejó escapar un grito de agonía antes de suplicar que frenasen esa tortura.
―Os lo diré, os llevaré allí, ¡salid de mi mente!
Al instante, los jedi se detuvieron. Con la mandíbula aún tensa, Anakin le clavó la mirada.
―Los niños y el holocrón, ahora.
Bane asintió, derrotado, pero todavía con un brillo desafiante en el rostro, por todo lo demás, tan inexpresivo como siempre.
La estática todavía cargaba la estancia mientras Windu desesposaba al cazarrecompensas para llevárselo. Seda miró a Kai, preguntándole en silencio si él también lo percibía; el poder, la fuerza, la adrenalina.
Lo que acababan de presenciar distaba mucho de la idea que hasta el momento Seda se había hecho sobre el proceder habitual de los jedi. Estaba casi segura de haber sentido la cercanía del lado oscuro, más intensa en Anakin que en Windu o en su maestro, pero igualmente presente en los tres, a pocos pasos de cruzar la línea por la que ella misma sabía que caminaba a diario.
No olvidó tampoco el uso tan diferente que del mismo poder habían hecho apenas esa misma mañana, con el círculo de meditación para localizar a los niños...
Dos manifestaciones diametralmente opuestas de la misma energía; una considerada pacífica, la otra agresiva, pero ambas empleadas en colaboración para alcanzar el mismo fin: rescatar a los bebés secuestrados.
Kai asintió, respondiendo a la pregunta no formulada de su amiga, y en los labios de Seda se dibujó una fugaz expresión de satisfacción, de calma.
Tal vez hubiese un lado oscuro y un lado luminoso. Tal vez uno se considerase más peligroso que el otro, tal vez ella nunca pudiese decantarse de forma tajante por un extremo de la línea... Pero, ¿qué importaba eso si sus intenciones eran correctas? A fin de cuentas, la fuerza era fuerza. Una única energía que todo lo conectaba.
Eso era todo lo que importaba.
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Apenas media hora más tarde, los mismos jedi presentes en el interrogatorio y algunos de sus soldados clon caminaban hacia sus naves en el hangar principal del Templo.
―El Canciller ha solicitado un informe de los progresos ―notificó Windu, que acababa de recibir el comunicado de un mensajero senatorial.
―No es asunto de la República, este es un tema interno de los jedi ―repuso Obi-Wan.
Desde el inicio de las guerras clon, el Canciller cada vez se inmiscuía más en la Orden, llegando a tratar a los jedi como parte de su ejército personal... Kenobi lo respetaba como la autoridad que era, pero no le agradaba. Tal vez muchos jedi y padawan, incluyéndose a sí mismo y a su aprendiz, actuasen ahora como generales y comandantes, pero la Orden no era una fuerza militar asociada a la política.
―Siento discrepar, pero cuando los jedi actúan como un ejército hay que informar al Canciller ―intervino Anakin, señalando al comandante Cody, que junto a Seda escoltaba a Cad Bane hacia la nave en la que pensaban volar hasta la posición del holocrón.
―Muy bien, acabas de ofrecerte voluntario ―respondió Obi-Wan, jocoso, pasándole un brazo por los hombros a su antiguo padawan―. Dale recuerdos al Canciller.
―No, un momento, puede ir otro. ―Anakin no tenía ningún problema en informar a Palpatine personalmente, lo consideraba un gran amigo y mentor, pero quería participar en esa misión. No se fiaba de Bane, ya los había manipulado en diversas ocasiones, y temía que Seda y Obi-Wan fuesen víctimas de una de sus jugarretas.
―Kenobi tiene razón, no podemos perder más tiempo buscando un mensajero, tú y tu padawan iréis al Senado ―coincidió Windu.
Unos metros por delante de ellos, Seda se asomó al puente de aterrizaje de la lanzadera, indicándoles con un gesto que ya estaba todo listo para despegar.
―Podría ser una trampa ―insistió Anakin, en dirección a Obi-Wan―. ¿Seguro que no quieres que vayamos con vosostros? ¿Quién va a salvarte la vida por enésima vez si yo no voy?
―Mi vida no estará en peligro si tú y tus planes alocados os quedáis aquí. ―Kenobi le guiñó un ojo, divertido―. Y puedes estar tranquilo, Seda sabe cuidarse muy bien sin ti ―añadió, muy consciente de que buena parte de la preocupación de Anakin estaba dirigida hacia la joven.
Anakin rodó los ojos, pero no negó lo evidente.
―Avisadme en cuanto sepáis algo de los niños.
―Lo haremos ―Esta vez Obi-Wan le dedicó una cálida sonrisa antes de despedirse para ingresar al fin en la nave.
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Para Seda, viajar con su maestro y con Cody no era ninguna novedad. Al segundo lo había conocido casi un año atrás, durante aquella misión en el planeta Cristophsis, al poco tiempo de haberse convertido ella en padawan.
El comandante Cody era el tercero al mando en el batallón clon de Obi-Wan, el 212, solo precedido por el general Kenobi (el máximo responsable), y la propia Seda, que también poseía el rango de comandante. Su posición era la misma que la del capitán Rex en la legión 501 de Anakin.
A pesar de que, a primera vista, todos los clones eran iguales, si uno se fijaba bien, podía apreciar cómo la gran mayoría había adoptado pequeñas costumbres y rasgos que los volvían únicos.
Seda reconocería a Cody entre decenas de batallones. Ya no solo por la cicatriz que aclaraba la oscura piel del comandante bajo la oreja izquierda, tampoco por su pelo recortado siempre al uno, ni más, ni menos; ni siquiera por sus fuertes brazos, ligeramente más musculados que los de muchos otros clones..., sino por su forma de caminar, segura y resuelta y, sobre todo, por su mirada solemne y madura, pero también pícara y divertida, cualidades menos habituales en otros clones.
Lo consideraba un buen amigo, y por eso le agradaba que los acompañase en esa misión. No como le sucedía con el maestro Windu.
A pesar de que Mace Windu había terminado aprobando su ingreso en la Orden, todavía no se fiaba de ella. Seda podía notar la tensión en el jedi cada vez que se acercaba. Tal vez ella no fuese una padawan modelo, pero había demostrado en decenas de ocasiones que era leal... ¿Hasta cuándo pensaba seguir juzgándola?
―Coordenadas ―solicitó el jedi, apostado a los mandos de la nave.
A la derecha de Windu permanecía Obi-Wan y, tras ellos, Seda y Cody, uno a cada lado de Cad Bane, pendientes de cualquier movimiento amenazante por parte del prisionero.
El cazarrecompensas pronunció una serie de números que Kenobi no tardó en ubicar.
―Eso conduce poco más allá del Borde Exterior, territorio neutral ―comentó, receloso.
―¿Quiere encontrar el holocrón y a los niños, o no? ―se limitó a responder Bane, tan frío y filoso como siempre. Casi parecía haber olvidado que apenas media hora atrás suplicaba piedad a esos mismos jedi.
El viaje a través del hiperespacio fue largo y tenso, al menos desde la perspectiva de Seda, solo amenizado por la conversación con Cody y alguna que otra broma con su maestro, quien parecía ajeno al cargado ambiente que se respiraba en el interior de la lanzadera.
Aterrizaron pegados a un pequeño asteroide, donde se erigía una especie de base científica temporal.
―Seda, Cody, quedaos en la nave, mantenedla en marcha ―pidió Obi-Wan, mientras descendía con Windu, ambos escoltando a Bane.
―Maestro. ―Con un gesto de cabeza, Seda le pidió al jedi que la siguiese a una zona algo más apartada.
―¿Qué sucede? ―Kenobi la miró con un gesto de curiosidad e interés.
―He estado antes en bases como esta, los mercenarios del Borde Exterior las utilizan como almacenes para sus botines. Cuando trabajaba para Eclipse Blanco tuve que colarme en varias de ellas, y siempre están repletas de trampas.
Obi-Wan escuchó atentamente, acariciándose la barba.
―Entendido. Iremos con cuidado.
Seda enarcó una ceja y se cruzó de brazos, suspicaz, pero no dijo nada más. Sabía que tendría en cuenta su consejo.
―¿Qué quería tu padawan? ―quiso saber Windu, una vez que Kenobi regresó con él.
―Advertirnos ―se limitó a responder el aludido.
Volvieron a colocarse a la altura de Cad Bane, y lo siguieron a lo largo de diversos corredores en esa enrevesada estación espacial. Las compuertas se abrían y cerraban a su paso, guiadas por alguna clase de mecanismo automático preinstalado. Obi-Wan supo entonces que Seda estaba en lo cierto, ese lugar contaba con su propio sistema de seguridad. Tenía muy claro que, si no habían caído en ninguna trampa todavía, era solo porque Bane no quería..., aún.
Llevaban varios minutos avanzando casi a ciegas por esos enrevesados corredores cuando los jedi comenzaron a impacientarse.
―No percibo niños cerca ―declaró Obi-Wan, tragándose un gruñido de exasperación.
―Tampoco yo ―coincidió Windu.
―Ya basta de juegos, Bane ―increpó Kenobi―. ¿Dónde los tienes?
―Tranquilos, están a salvo. ―El cazarrecompensas esbozó una sonrisa torcida―. Pero primero, ahí tenéis vuestro preciado holocrón. ―La compuerta frente a ellos se abrió hacia arriba, dando paso a una pequeña estancia tan desolada como el resto de la base, a excepción del pilar ubicado en el centro de la misma, sobre el cual reposaba el holocrón robado―. Permitidme que os lo traiga.
Cad Bane todavía esposado, quiso adelantarse, pero Windu lo retuvo por el hombro, impidiéndole que siguiese avanzando.
―No caeremos en la trampa ―dijo, justo antes de dar un paso.
En cuanto el jedi se adelantó al cazarrecompensas, un infierno sonoro se desató en la sala. Decenas de láseres comenzaron a disparar desde todas las esquinas, al tiempo que las compuertas se cerraban y una serie de droides araña se desplegaba frente a ellos.
―Maldición ―farfulló Windu, encendiendo su espada láser.
Kenobi saltó hacia delante enarbolando su propio sable, a fin de proteger a su compañero de una descarga por la espalda. Aunque logró detener la acometida, no pudo evitar quedar atrapado junto con Windu en el epicentro del fuego cruzado.
―Hasta la vista, jedi ―Bane se carcajeó, a espaldas de Kenobi. Los disparos apuntaban en todas direcciones, excepto en la suya. Obi-Wan dedujo que debía llevar algún dispositivo disuasor camuflado entre sus ropajes. Esa trampa estaba planeada con antelación―. Ha sido un placer.
Una de las compuertas se abrió al detectar la huella de calor del cazarrecompensas, y este desapareció, dejando a los jedi encerrados entre incesantes descargas.
―Este es un buen momento para uno de tus planes milagrosos, Kenobi ―resolló Windu, a quien los droides y cañones láser tenían especialmente acorralado.
―No necesitamos un plan milagroso ―Obi-Wan alzó la voz para hacerse oír por encima de las alarmas y los disparos―. Solo a mi padawan.
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―¿Has oído eso? ―Seda levantó la cabeza en cuanto el lejano sonido de las alarmas y los disparos alcanzó su campo auditivo.
―Los generales Kenobi y Windu están en apuros ―asintió Cody, preparándose ya para descender de la nave y prestar ayuda.
―No, Cody, quédate, y no apagues los motores ―ordenó la padawan. Si esa estación espacial era como otras en las que había estado, el estallido de una trampa de alto calibre implicaba el inicio de una secuencia de autodestrucción. Iban a necesitar salir de ahí a toda velocidad―. Prepárate para un despegue precipitado. Yo iré a por Obi-Wan y Windu.
―A la orden ―Cody inclinó la cabeza, para luego dedicarle una sonrisa de ánimo y confianza―. Ten cuidado, Seda.
Ella asintió, antes de abandonar la nave, ya con su sable láser de doble hoja activado, y corriendo tan deprisa como sus piernas le permitían.
La estación era un auténtico laberinto, pero podía percibir la huella de maestro en la fuerza. Se sorprendió a sí misma al percatarse de lo nítida que le llegaba esa conexión, y se aferró a ella para seguir avanzando.
Pronto, el fragor de los disparos y la batalla llegó a sus oídos con mayor claridad, confirmándole que iba por buen camino. Al doblar la esquina, dio con la compuerta tras la cual permanecían encerrados los jedi.
Enterró la hoja de su sable en el acero y trazó un círculo perfecto, de tamaño más que suficiente para que una persona pudiese atravesarlo. Cuando el pedazo de metal cayó al otro lado, divisó a Kenobi y Windu, acorralados espalda contra espalda en el centro de la estancia por decenas droides y cañones.
Su maestro ya sostenía el holocrón en una mano, mientras con la otra enarbolaba su espada, defendiéndose de los incesantes disparos.
―Te lo dije ―sonrió Obi-Wan en dirección a Windu, en cuanto divisó a su padawan―. Me alegro de verte ―añadió, esta vez guiñándole un ojo a Seda.
―¿Por qué siempre que te dejo solo te metes en líos? ―lo reprendió ella, a la par que saltaba hacia uno de los mandos de control y lo destrozaba con un rápido sablazo, provocando que se detuviesen los ataques enviados desde el flanco izquierdo, de modo que los jedi pudieron al menos moverse de posición.
―Supongo que paso demasiado tiempo contigo y con Anakin ―Obi-Wan se encogió de hombros, a la vez que desviaba un último disparo, y tomaba el camino despejado por Seda para reunirse con ella.
Windu lo siguió. Los tres abandonaron la estancia a través del agujero que la chica había abierto previamente en la compuerta principal.
―¿Los niños? ―quiso saber ella.
―No están en esta estación, los habríamos percibido ―respondió su maestro.
―Supongo que Bane ha vuelto a escapar ―dedujo la padawan.
―Aún podemos encontrarlo ―intervino Windu, dispuesto a registrar la base a fondo. Ya preparado para echar a correr en la dirección contraria que habían tomado para llegar hasta ahí.
―No. ―Seda lo retuvo tomándolo por un brazo―. Estas estaciones se autodestruyen poco después de que se activen las primeras trampas, y Bane no es estúpido, ya habrá huido en alguna cápsula de escape.
El jedi la miró en silencio unos segundos, sopesando si debía confiar en ella y aceptar su consejo.
―Seda tiene razón. Ya tenemos el holocrón, vámonos ahora ―coincidió Obi-Wan, sin dudar un segundo de la experiencia de su padawan en lugares como ese―. Continuaremos con la búsqueda de los niños cuando estemos a salvo.
Las palabras de Kenobi parecieron terminar de inclinar la balanza a favor de Seda, pues Windu acabó asintiendo.
―De acuerdo.
Apenas terminó de pronunciar la frase, un fuerte temblor agitó el precario piso bajo sus pies. No aguardaron más para correr hacia la nave, a cuyos mandos Cody ya los esperaba, listo para despegar.
De haberse demorado unos segundos más, ninguno de los cuatro lo habría contado; en cuanto abandonaron la órbita del satélite, una explosión mastodóntica se tragó la estación espacial. Llamaradas anaranjadas barrieron la negrura espacial a escasos kilómetros de la estela dejada por la lanzadera de los jedi.
Con la vista todavía clavada en ese aterrador, pero hermoso espectáculo, Mace Windu no pudo hacer otra cosa que reconocer su error y, tras un largo instante de silencio, se volvió hacia la única mujer en el interior de la nave.
―Supongo que te debo una disculpa, joven Seda. Nos has salvado la vida ahí dentro.
―Cody lo ha hecho ―repuso ella, restándole importancia, pero saboreando con satisfacción el regusto de la disculpa―. Fue él quien despegó a tiempo de evitar la explosión.
Windu inclinó la cabeza también en dirección al comandante clon. Obi-Wan, su padawan y su comandante llevaban más de un año trabajando codo con codo en la guerra, y en esa misión habían dejado claro la razón de sus habituales éxitos; eran un equipo.
―Han aprendido bien de ti, Kenobi.
―Soy yo quien no deja de aprender de ellos ―respondió el aludido, palmeando el hombro del otro jedi, a la par que les dirigía una sonrisa de orgullo a su padawan y a su comandante.
El momento familiar quedó interrumpido cuando la imagen holográfica de Anakin y Kai se materializó en el panel de comunicaciones.
―¿Habéis encontrado el holocrón y a los niños? ―quiso saber el caballero jedi.
―Estamos bien, Anakin, gracias por preguntar ―respondió Obi-Wan, irónico, sin pasar por alto que Seda fuese la primera persona a la que el joven buscó con la mirada nada más conectarse―. Tenemos el holocrón, pero los niños no estaban aquí. Bane debe de ocultarlos en otra parte.
―¿Bane ha vuelto a escapar? ―Kai chasqueó la lengua, molesto.
―Volved a examinar su nave ―ordenó Windu―. No tenemos más pistas por ahora.
―La examiné a fondo antes del interrogatorio ―respondió Kai, con el ceño fruncido―. Lo único que encontré fue un tubo de plasma de segunda mano, pero ya he rastreado al vendedor, y no lleva a ninguna parte... Ah, y un montón de cenizas en el motor.
―¿Cenizas? ―Seda se adelantó sobre la mesa holográfica―. Sé que Bane borró el historial de navegación, ¿pero habéis mirado el registro de repostaje de combustible? Si comparas la lista de planetas en los que se detuvo con las distancias recorridas...
―Se pueden deducir los lugares en los que más se detuvo, ¡qué buena! ―Un Kailen emocionado saltó a la cabina de la pequeña nave de Cad Bane, también dentro del marco holográfico.
―¿Cómo se te ha ocurrido eso? ―Obi-Wan miró a su padawan con un gesto de admiración.
―Es un truco que usábamos en Eclipse Blanco para localizar adversarios con los que Rastan quería... ajustar cuentas ―Seda se encogió de hombros. Rastan le había robado la infancia al convertirla en esclava y agente de su sindicato criminal, pero como bien había dicho Obi-Wan, esa experiencia la había convertido en la mujer que ahora era... Y si algo tenía claro era que no pensaba desperdiciar las habilidades y conocimientos que tanto le había costado aprender. No, no era como los demás jedi; y ese era su punto fuerte―. ¿Y bien?
―Glee Anselm, Rodia, Naboo, Mustafar... ―leyó Anakin por encima del hombro de Kai. Los dos tenían los ojos fijos en el ordenador de navegación del caza de Bane.
―¿Mustafar? ―Obi-Wan enarcó una ceja―. No había niños en Mustafar.
―Y es un planeta volcánico ―completó Seda―. De ahí deben venir las cenizas.
―Mustafar está a varios sistemas de distancia de los demás planetas ―intervino Windu, comprendiendo por dónde iban sus compañeros―. No tiene sentido que parase a repostar allí a no ser que...
―A no ser que sea dónde tiene a los niños secuestrados ―terminó Anakin, decidido―. Kai y yo iremos a investigar. Con un poco de suerte traeremos a los bebés antes de que termine el día.
―Mantenednos informados ―accedió Obi-Wan.
En la imagen holográfica, Anakin asintió, para luego dedicarle una larga mirada a Seda, de esa clase que solo ellos sabían interpretar, que sin palabras decía todo lo necesario y más.
Seda se limitó a esbozar una pequeña sonrisa, y asintió.
Un instante después las imágenes holográficas de Kai y Anakin se desvanecieron.
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La noche ya había caído sobre el planeta capital cuando maestro y padawan regresaron al Templo tras recuperar a los niños y entregárselos a sus respectivas madres.
Tras dar el reporte protocolario sobre el éxito de la misión en la Torre del Consejo, Anakin fue directo a las dependencias de Seda.
Sentía que hacía siglos que no podía estar a solas con ella, y no estaba dispuesto a soportar más tiempo ese vacío que la ausencia de su pareja le dejaba. Cuánto más la conocía, más la necesitaba. Todavía no comprendía qué extraño sino los había unido, pero hacía mucho que cualquier duda había quedado relegada a un tercer plano. Seda llenaba su alma de un modo casi físico, como si, sin ella, estuviese incompleto.
Por eso lo carcomía por dentro ese cosquilleo que también le recorrían la espina dorsal cuando estaba con Padmé.
Sacudió la cabeza, en un intento por apartar a la senadora de su mente, y acercó los nudillos a la puerta del dormitorio de la padawan. Pero de nuevo, evidenciando su intensa conexión, ella abrió antes de darle ocasión de llamar.
―¿Sabías que venía? ―Anakin esbozó una sonrisa ladeada. Seda vestía un fino camisón de raso, y de su larga melena recién salida de la ducha emanaba un maravilloso aroma a frutas silvestres.
―Siempre sé cuándo vas a venir. ―Ella le devolvió la sonrisa, y se apartó a un lado, dejándolo pasar al interior―. ¿Cómo ha ido?, ¿habéis encontrado a los niños?
―En Mustafar, gracias a ti ―asintió el jedi, a la par que se liberaba de la casaca, para quedarse solo con la camisa, mucho más cómodo―. Ya están los dos con sus madres.
Seda exhaló un suspiro de alivio. Estaba acostumbrada a una vida intensa, misiones a contrarreloj y feroces batallas..., pero todo ese asunto de los bebés le había resultado mentalmente extenuante. Ningún conflicto político debería arrastrar a seres tan inocentes. No era justo. Lo sabía por experiencia.
―Hasta que la Orden decida que ya es hora de volver a arrebatárselos ―murmuró, lo suficientemente alto para que Anakin la escuchase.
Si el jedi sintió sorpresa ante las palabras de la chica, no dio señas de ello. Se limitó a dejarse caer sobre la cama y palmeó el hueco a su lado, invitando a Seda a sentarse con él.
―No voy a disculparme por pensar así ―se adelantó ella.
―No quiero que lo hagas ―Anakin negó con la cabeza, y le pasó un brazo por los hombros en un cálido abrazo―. Me gusta que seas tú misma cuando estás conmigo, que seas sincera.
Seda se dejó abrazar, pero se mordió la lengua. Confiaba en Anakin, más que en nadie, pero en ocasiones creía que, si era del todo sincera con los que la rodeaban, ya estaría fuera de la Orden... Y por muchas dudas que tuviese, no se sentía preparada para renunciar a la idea de llegar a ser jedi. Ese era su propósito desde que al fin supo lo que era la libertad; prepararse, convertirse en una agente de la paz, proteger a los demás para que nadie tuviese que sufrir lo que sufrió ella, o sus amigas, o las miles de almas en desgracia que todavía poblaban la galaxia.
Tal vez, si era lo suficientemente paciente, algún día podría cambiar las cosas desde dentro... Aunque la paciencia nunca había sido su fuerte.
―Hoy he visto aspectos de los jedi que desconocía ―confesó, alzando el mentón para mirar a Anakin―. El uso que se hace aquí de la fuerza es más ambiguo de lo que nos pretenden hacer creer, y no lo entiendo ―frunció el ceño―. No entiendo por qué debemos limitar una herramienta que puede ayudarnos a mejorar la vida de tanta gente...
Anakin la escuchó atentamente. Mentiría si dijese que no compartía el mismo recelo. Él también se sentía sujeto a una serie de convenciones y costumbres que le estaban impidiendo alcanzar su auténtico potencial; se sentía frenado, anquilosado.
Sabía, sin género de duda, que poseía habilidades capaces de opacar a muchos miembros del Consejo, sin embargo, cada vez que tocaba el tema sobre su ascenso a maestro, solo recibía evasivas.
Y ni siquiera eso era lo que más le molestaba, sino el camino que los jedi habían tomado en esa guerra.
Ya no eran los guardianes de la paz en los que había creído enrolarse a los nueve años. Funcionaban como un ejército, a las órdenes de un sistema obsoleto, en el cual antes de cada mínima decisión, se requería que centenas de políticos llegasen a un acuerdo que, demasiadas veces, nunca llegaba.
Los jedi ya no intervenían donde era necesario, cuando era necesario. Todo, absolutamente todo, debía pasar primero por cientos de filtros, cuya lentitud e ineficacia provocaba la pérdida de invalorables vidas en el proceso.
¿Qué justicia había en que, por una serie de normas, su madre no hubiera podido ser liberada de una vida de esclavitud?
No le gustaba, no lo aprobaba, apenas lo soportaba... Sin embargo, quería confiar en que todo fuese mejor con el fin de la guerra. Por eso se esforzaba día a día en el campo de batalla, por eso lo daba todo en cada misión. Por eso aún mantenía la esperanza.
―Yo le hice la misma pregunta a Obi-Wan hace algunos años ―respondió, exhalando un suspiro, y la miró a los ojos. Esos ojos negros y aterciopelados en los que prácticamente se veía reflejado a sí mismo, en cuerpo y alma―. Me dijo que esos poderes de la fuerza que yo quería aprender, que yo quería usar... manifestaciones cercanas al lado oscuro ―concretó, no tenía sentido no ser del todo directo con Seda―, no nos hacen más fuertes. El reverso oscuro no es más fuerte que el lado luminoso, solo más fácil. El camino más difícil siempre será el correcto. ―Una sonrisa nostálgica ocupó sus labios―. Al menos eso dijo él.
Seda se mantuvo en silencio mientras Anakin hablaba. Podía ver la belleza en sus palabras, o las palabras de Obi-Wan, en realidad. Casi quería creerlas... Pero su experiencia le decía que el mundo no era tan sencillo, no era blanco o negro, luz u oscuridad, bien o mal... Ella vivía en un mundo gris y, por muy poética y atractiva que le resultase esa respuesta, no le valía.
―¿Te quedas conmigo esta noche? ―preguntó, en un susurro algo cansada por todo lo vivido a lo largo del día.
―Ese era mi plan desde el principio ―Anakin sonrió, y le robó un tierno beso en los labios antes de acurrucarse con ella sobre el colchón.
La luz artificial que siempre cubría la superficie de Coruscant entraba a través de la ventana, sin llegar a desvanecer del todo las sombras propias de la noche. Durante varios minutos, Seda y Anakin se limitaron a abrazarse en silencio.
Desde aquella vez en el camarote del general en el crucero estelar, habían intentado volver a llevar su relación a ese nivel de intimidad, pero cada vez que lo hacían, el miedo anquilosado en la mente de Seda regresaba a flote.
Se reprochaba a sí misma no ser capaz de curar del todo las heridas que Rastan había dejado en ella y, sobre todo, lo odiaba a él por seguir persiguiéndola en sueños, por continuar marcando su vida sin ni siquiera estar presente.
Anakin era dulce con ella, era protector y cariñoso, nunca la presionaba, y disfrutaba de sus besos como del más maravilloso manjar. Podía besarlo, tocarlo y dejarse agasajar, pero cuando las cosas se ponían serias de verdad, se bloqueaba, y ya no era capaz de avanzar...
Y él lo sabía. Por eso ya no lo intentaba. Anakin quería y respetaba a Seda por encima de todo. Estaba dispuesto a esperar toda una vida si era necesario. Si ella sufría, él sufría, si ella era feliz, él era feliz. Y eso, en todos los sentidos. No podía evitar compartir sus dudas, sus miedos, su curiosidad y su ansia de ir más allá de lo establecido.
―Anakin ―La voz susurrada de su novia lo sacó de sus pensamientos―. Hay un lugar en el Templo donde puede que haya respuestas más claras a lo que hemos estado hablando...
A pesar de la oscuridad, él abrió mucho los ojos.
―¿No hablarás de...?
―La Bóveda de los Holocrones ―asintió ella.
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