Cap. 24- La Forma III

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Palacio de Serenno, base principal de la Alianza Separatista.


Para el Conde Dooku el fracaso no era una opción.

Ventress lo había aprendido a base de horas de tortura con rayos de la fuerza o cualquier otro sádico método que el ex jedi considerase apropiado según el momento.

Al principio el dolor solo le generaba odio hacia su maestro, pero poco a poco, ese odio se había ido convirtiendo en admiración. Los métodos de Dooku eran duros, pero efectivos; la rabia que en sus entrenamientos acumulaba estimulaba su conexión con el lado oscuro de la fuerza hasta puntos inimaginables. Él la había vuelto poderosa, mortífera y tenaz; todos los miembros del ejército separatista la temían y respetaban, al igual que sus enemigos republicanos.

Y sin embargo, pese a su increíble poder, todavía se sentía pequeña cada vez que comparecía en presencia de su maestro.

―No me explico este terrible error, Ventress. ―El ex jedi se encontraba de espaldas a ella, observando a través del ventanal del salón principal la salida de sus tropas hacia un nuevo punto de batalla―. Tenías un escuadrón de droides a tu disposición, ¿cómo es posible que un par de jedi se te escaparan tan fácilmente?

―Lo lamento, maestro. ―La mujer mantuvo la cabeza gacha. Había regresado apenas tres horas atrás y, por supuesto, ya había recibido el consecuente castigo por su fracaso en el complot para ganarse a Jabba y su imperio criminal―. No eran dos, eran cuatro. El Senado envió a Skywalker y Kenobi con sus padawan ―explicó.

―¿Desde cuando los aprendices suponen un problema? ―Dooku se volvió hacia ella con una mueca de desprecio pintada en el semblante.

Ventress agachó todavía más la vista. Se sentía ridícula por no haber sido capaz de derrotar enseguida a esa dichosa niña. No podía quitársela de la cabeza, su destreza con la espada, su insolente mirada, su poder en la fuerza y sus palabras...

―La padawan de Kenobi comentó algo... ―musitó entre dientes. Tenía que ser mentira, pero necesita constatarlo―, dijo que le ofreciste convertirla en tu aprendiz.

Una expresión de sorpresa cruzó el semblante del líder separatista. ¿Seda había entrado en la Orden? Le costaba creerlo, según las últimas transmisiones de sus espías, la joven estaba entregada a su papel como gobernante del Sistema Eriadu... No obstante, hacía ya unas pocas semanas que no solicitaba información sobre ese tema. Cabía la posibilidad de que Seda hubiese sido aceptada como padawan durante ese lapsus.

Se llevó una mano a la barbilla, pensativo. El enorme potencial de Seda era innegable, pero ni en un millón de años habría imaginado que los jedi, con todas sus normas y tradiciones, aceptasen entrenar a alguien que desafiaba por completo todos sus patrones de admisión.

Tal vez su propia conexión con el lado oscuro fuese lo que le había permitido sentir la misma inclinación en su sobrina, sin embargo, le resultaba sumamente extraño que los jedi no se hubiesen percatado de ello, ¿tan ciegos estaban?

Pensó entonces en Darth Sidious, su maestro en las artes oscuras, en lo sencillo que le resultaba moverse día a día entre renombrados jedi sin que ninguno llegase siquiera a sospechar de él.

Definitivamente el orgullo y la soberbia habían terminado por nublar la visión de los denominados guardianes de la paz. Ya no quedaba nada que rescatar de su ancestral Orden.

Casi sin darse cuenta, esbozó una sonrisa de satisfacción.

―Al parecer, has conocido a mi sobrina. ―Volvió a posar la mirada en su aprendiz, que le devolvió una expresión de desconcierto―. A partir de ahora quiero que me lo hagas saber siempre que te cruces con ella. ―Se llevó las manos a la espalda en una pose altiva y despreocupada―. Esta situación inesperada podría acabar jugando a nuestro favor.

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Templo Jedi de Coruscant, 6 días más tarde.

―Levanta el brazo y dobla las rodillas ―indicó Obi-Wan, observando la postura de su aprendiz.

―Pero si ya está levantado ―repuso Seda, al tiempo que lanzaba otra estocada.

El eco analógico de su sable de luz chocando contra el arma de su maestro parecía amplificarse entre las cuatro paredes de la pequeña sala de entrenamiento privada.

Obi-Wan se había empeñado en enseñarle Soresu, la tercera de las siete formas de esgrima jedi y, sin duda, la más alejada de su estilo personal.

―Levántalo más, o si no... ―Kenobi dio un paso hacia delante y, en un sencillo pero elegante movimiento, desarmó a su aprendiz. Con el mismo desplazamiento le golpeó la parte posterior de las rodillas, provocando que ella perdiese el equilibrio y cayera al suelo de espaldas―..., estás muerta. ―terminó, enfilando el pecho de la chica con su sable láser.

Aún desde el la superficie, Seda dejó escapar un resoplido de frustración. Con esa, ya eran nueve las veces que su maestro la vencía.

―Estás disfrutando esto, ¿verdad? ―inquirió, medio en broma medio en serio.

Obi-Wan se encogió de hombros divertido, mientras apagaba su espada y se la volvía a enganchar al cinto. Luego extendió una mano hacia Seda y la ayudó a incorporarse.

―Lo dejaremos por hoy ―propuso él―, llevamos casi cuatro horas aquí encerrados ―comentó, tras echar un rápido vistazo al temporizador de la pared; había quedado con Anakin en diez minutos.

Seda se masajeó las cervicales con una mano, le dolía todo el cuerpo. Ni en un millón de años habría imaginado que el encantador y amable Obi-Wan Kenobi podía llegar a ser tan duro durante un entrenamiento. Y teniendo en cuenta que ese era el quinto de la semana...

Casi extrañaba a sus instructores de Eclipse Blanco.

―Lo estás haciendo muy bien. ―El jedi volvió a mirarla. Una sonrisa de orgullo y confianza le adornaba el rostro.

Seda no pudo evitar devolverle la expresión. No, para nada los echaba de menos.

―De todos modos, no comprendo por qué tengo que aprender la forma III. ―Empezó a decir mientras se acercaba al banco situado junto a la ventana, donde ambos habían dejado sus cosas―. Ya sé combatir con sable láser. ―Sacó una botella de agua de su bolso y dio un trago.

―No lo niego. Tienes un estilo personal muy pulido, acrobático y rápido, incluso has aprendido a combinarlo con tu sensibilidad a la fuerza, aunque inconscientemente ―reflexionó él en voz alta. Ese detalle le había llamado la atención desde la primera vez que la había visto luchar: de manera instintiva, Seda había desarrollado la costumbre de aprovechar su conexión para realizar movimientos fuera del alcance de cualquier mortal normal, saltos increíbles, giros, acrobacias... Pocos padawan con el doble de años de entrenamiento lograban aprender lo que ella hacía por puro instinto―. Diría que tu forma de combate es una especie de híbrido entre nuestros Ataru y Makashi.

―¿Pero? ―preguntó Seda.

―A mí me entrenaron en Ataru, al igual que a mi maestro ―respondió Obi-Wan―, es un estilo directo y efectivo, pero descuida la defensa. Eso le costó la vida a Qui-Gon. ―confesó―. Por eso me empeñé en aprender Soresu cuando ascendí a caballero, y por eso quiero que lo aprendas tú.

Años atrás lo había intentado con Anakin, pero su antiguo aprendiz era demasiado orgulloso e impaciente como para dejarse entrenar en un estilo tan defensivo, caracterizado por el desgaste del enemigo más que por el ataque directo... Sin embargo, tenía claro que con Seda no le sucedería lo mismo.

Cuando la había visto combatir contra Ventress casi se había dejado invadir por el miedo. Seda era hábil, pero la comandante separatista jugaba con la ventaja que le proporcionaba el lado oscuro de la fuerza. Ese breve pero intenso duelo le había abierto los ojos a una realidad que durante meses había tratado de ignorar: el fuerte afecto que sentía hacia su aprendiz comenzaba a volverse un hándicap en su instrucción. Si no le ponía remedio pronto, acabaría por convertirse en un maestro sobreprotector, obsesionado con la seguridad de su padawan.

Lo más sabio era asegurarse de que Seda no necesitara nunca más la protección de nadie. Aunque eso implicara llevarla hasta el límite durante los entrenamientos.

Los dedos de la joven se quedaron paralizados en torno al tapón de la botella. En momentos como ese no podía evitar sentir una enorme gratitud con el destino por colocar a Obi-Wan Kenobi en su vida. El jedi no había hecho otra cosa que cuidarla desde que sus caminos se habían cruzado por primera vez. Se había convertido en un pilar indispensable para ella.

―Entonces prepárate, maestro ―respondió Seda, tras un brevísimo silencio, mientras se agachaba para recoger su bolso de entrenamiento y se lo echaba al hombro―, porque pienso quitarte el puesto.

―¿Qué puesto? ―Los labios de Obi-Wan dibujaron una expresión de curiosidad.

―El de maestro del Soresu. ―Seda se encogió de hombros, arrancándole al jedi una alegre carcajada.

―Nadie me llama así.

―Todo el Templo te llama así, incluso el maestro Windu ―repuso Seda sonriendo―. Voy a ducharme, ¿te quedas?

―Tengo que encargarme de un par de cosas primero, pero te encontraré en el comedor.

Ella asintió antes de salir por las puertas automáticas. No había recorrido ni dos pasillos cuando unos brazos la agarraron de repente y la recargaron contra la pared más próxima.

―Hola, princesita. ―Anakin acercó sus labios a los de la chica, que lo apartó posándole una mano en el pecho.

―Ani, aquí no ―musitó ella, aguantando las ganas de recortar la poca distancia entre sus rostros―, alguien podría vernos.

―No hay nadie, ya lo he comprobado. ―Alzó una mano y le acarició la mejilla con suavidad, mientras con la otra presionaba su cintura.

Un gemido de dolor escapó de la garganta de Seda. El jedi la soltó al instante, con una mirada de preocupación en el rostro.

―No es culpa tuya ―se apresuró a aclarar ella. Anakin había acertado de lleno en uno de los muchos cardenales que esos días le adornaban el cuerpo―, inconvenientes del oficio ―explicó, con una mueca entre divertida y resignada.

―Obi-Wan sigue presionándote con la forma III ―comprendió él―. Sé que es duro, pero merecerá la pena. Estás aprendiendo del mejor.

―No pensabas igual cuando quiso enseñarte a ti. ―Seda arqueó una ceja, socarrona, provocando que Anakin soltara una carcajada sincera, carente de toda ironía.

―El Soresu no va conmigo. ―Se encogió de hombros con naturalidad―. Sé que es impenetrable y letal si se maneja con la maestría de Obi-Wan ―admitió, consciente de que no existía jedi vivo capaz de superar a su ex maestro con la forma III―, pero yo prefiero métodos más directos. ―Y aunque se refería a la forma V, el Shien, su favorita, el sentido literal de la sentencia quedó difuminado por la acción de sus labios, que de nuevo se aproximaron con delicadeza a los de la joven.

Sin embargo, Seda se le adelantó. Enredó sus manos tras el cuello masculino, para besarlo breve, pero apasionadamente. Cada vez se sentía más fuerte, más capaz de afrontar sus emociones por él. El contacto de Anakin y su cercanía habían dejado de asustarla poco a poco; se sentía a salvo entre sus brazos y ansiaba experimentar hasta dónde era capaz de llegar.

Cuando se separaron, los labios del chico estaban ligeramente hinchados y enrojecidos. Y anquilosados en una sonrisa exuberante.

―Vaya. ―Fue todo lo que pudo decir él.

Seda se echó a reír y lo volvió a abrazar, anticipando otra sesión de besos que duró lo que tardaron sus pulmones en vaciarse. Anakin tuvo que hacer acopio de toda su fuerza de voluntad para no volver a atraerla hacia él. En cambio, apoyó su frente sobre la de Seda y posó las manos en los hombros femeninos.

―No te imaginas cuánto me gustaría seguir con esto ―retomó la palabra, casi con pena―, pero Obi-Wan quería hablar conmigo, tengo que irme. No soporta la impuntualidad.

―Lo sé. ―Seda no protestó. Por un segundo se sintió culpable; su maestro se encontraba a escasos metros de distancia mientras ellos no reparaban en romper las normas del Código―. Ve.

Anakin volvió a besarla fugazmente en la frente antes de correr hacia la sala de comunicaciones donde había quedado. No estaba lejos, un par de pisos por debajo, tramo más que suficiente para que el joven armara una de las suyas, chocando en plena carrera contra una pareja de maestros veteranos que no cicatearon en reprenderlo por sus modales. El muchacho se disculpó con una de sus sonrisas encantadoras, pero sin llegar a detenerse del todo.

Cuando alcanzó la entrada, Kenobi se encontraba ya de espaldas a él, atareado introduciendo códigos en uno de los datapad. Todavía vestía las ropas de entrenamiento, y una fina capa de sudor le cubría la frente. Debía de tener noticias muy importantes si ni siquiera había pasado por sus dependencias a darse una ducha; el Obi-Wan que lo había educado nunca permitiría que alguien lo pillase desaseado.

Una mueca entre divertida y nostálgica asomó a los labios del más joven al recordar las repetidas reprimendas que había llegado a recibir durante su adolescencia. Según su maestro, la limpieza externa debía ser un reflejo de la pulcritud espiritual... Y él solía pasarse el día con las manos cubiertas de grasa de los droides que reparaba para entretenerse o del combustible de las naves que pilotaba sin permiso.

―Llegas tarde.

―Lo siento, maestro ―respondió Anakin sin verdadera culpa, no cuando el motivo del retraso era el maravilloso rato que había compartido con Seda.

Obi-Wan puso los ojos en blanco, pero lo dejó pasar. Estaba acostumbrado a las disculpas vacías de su ex aprendiz. Anakin era de la clase de personas que se guiaban por la vida pidiendo perdón antes que permiso.

―Cierra la puerta.

El chico obedeció y se acercó a la pantalla que su maestro manejaba.

―¿Eso son las Regiones Desconocidas? ―inquirió, mirando con curiosidad el mapa que proyectaba el dispositivo.

Kenobi asintió a la par que movía los dedos, acotando el perímetro de visualización en el datapad.

―Uno de mis contactos en los bajos fondos me hizo llegar el soplo esta misma mañana ―explicó con cierto aire esperanzado―. Puede que no sea más que un rumor, pero es la primera información real que tenemos desde hace meses.

―¿Lo han visto? ―Anakin fue consciente de la urgencia impresa en su pregunta, pero no le importó.

Obi-Wan llevó el dispositivo hasta el centro de la estancia y lo posó sobre la mesa holográfica; el mapa se desplegó ante sus ojos.

Casi un año atrás había hecho la promesa de encontrar a Rastan y llevarlo ante la justicia; desde entonces no había dejado de buscar, ni siquiera el estallido de la guerra lo había distraído de su quimera.

Anakin era el único al tanto; durante los últimos meses, ambos habían dedicado gran parte de su tiempo libre a buscar cualquier indicio del posible escondrijo de ese criminal. No obstante, la primera pista medianamente verídica no había llegado hasta esa misma mañana.

―No exactamente, sin embargo, creo que hemos dado con su lanzadera. ―Obi-Wan señaló uno de los planetas limítrofes entre el Borde Exterior y las Regiones Desconocidas―. Un chatarrero de Gerk se la compró a un supuesto mercenario hace un par de días. Según mi contacto, el vendedor la cambió por un caza y el combustible justo para recorrer unos veinte parseks.

―Con eso podemos limitar muchísimo la búsqueda. ―El rostro de Anakin se iluminó. Volvió la vista al mapa y abarcó un pequeño espacio con la mano―. Con ese combustible solo habrá podido llegar a uno de estos tres planetas.

Obi-Wan se acarició la barba.

―Es un comienzo, Anakin, pero todavía no debemos cantar victoria ―señaló―. En dos días habrá tenido tiempo de sobra para repostar en cualquiera de esos planetas y huir a otro punto de la galaxia.

El más joven no rebajó la emoción. Al fin tenían una pista y no pensaba dejarla escapar.

―No importa, ahora que sabemos por dónde empezar, podremos seguirle el rastro ―sentenció, seguro de sus capacidades y de las de su maestro―. Tal vez deberíamos comentarlo con Seda. No le gustará saber que la hemos mantenido al margen de esto.

Kenobi realizó un gesto negativo con la cabeza.

―Se lo diremos cuando estemos seguros de haberlo encontrado. ―No estaba en sus planes ocultárselo, pero tampoco quería que ella tuviera que enfrentarse a sus demonios hasta que fuese absolutamente necesario―. Hace mucho que no piensa en ello. No tiene sentido que la forcemos a revivir esos recuerdos si todavía no tenemos la garantía de que será para cerrar la herida de una vez por todas.

Tras un breve silencio, Anakin asintió.

―Tienes razón. ―Apoyó las manos sobre la mesa holográfica, sin apartar la vista del terreno espacial que habían limitado gracias a la pista de Obi-Wan. En uno de esos tres planetas estaba ahora Rastan, probablemente todavía lamiéndose las heridas―. La próxima vez que tengamos que mencionarlo delante de Seda será la última.

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En el comedor principal del Templo siempre gobernaba un ambiente distendido, algo natural, teniendo en cuenta que la mayor parte de sus usuarios eran los más jóvenes de la Orden, iniciados y padawan. Los caballeros y maestros, en cambio, acostumbraban a almorzar en sus dependencias privadas, o simplemente fuera del Templo.

―¿Vas a querer eso? ―Kailen clavó la mirada en el plato de macedonia que Seda todavía no había tocado.

―Te acabas de comer tres raciones. ―Ella arqueó las cejas, divertida―. ¿Aún te queda espacio?

―Estoy creciendo ―se exculpó él en el mismo tono distendido―. ¿Te lo vas a comer, o no? ―insistió echándose hacia delante.

―Sí. ―Seda alejó su plato de las garras de su compañero.

―¡Oh, vamos! ―Kai se dejó caer contra el respaldo del asiento, fingiendo su mejor expresión de cachorrito―. Siempre te dejas el postre, para un día que te lo pido...

―Cierto, normalmente me lo coges sin preguntar ―ironizó ella.

―Porque hay confianza. ―El chico se encogió de hombros sin mudar su expresión adorable.

Seda puso los ojos en blanco, pero le pasó el plato con un gesto divertido. De todos modos, no se lo iba a comer, y Kai lo sabía.

―Hacer sufrir al prójimo innecesariamente propio de un caballero jedi no es, padawan Aybara. ―Kai la reprendió apuntándola con el tenedor mientras imitaba al maestro Yoda. Luego, sin mediar otra palabra, atacó el suculento postre. No estaba seguro de en qué momento habían alcanzado ese grado de familiaridad, pero le gustaba.

Apenas habían transcurrido unas pocas semanas desde la entrada oficial de Seda en la Orden, sin embargo no les había hecho falta más tiempo para volverse inseparables; no solo en el Templo, donde entrenaban juntos, comían juntos y, a veces, incluso se quedaban hablando hasta altas horas de la noche en el cuarto de uno de los dos..., sino también durante las misiones, en las que, debido a la cercanía de sus maestros, solían colaborar. Ambos padawan se lo pasaban en grande vacilando a Anakin en sus narices, o sacándolo de quicio... pero siempre desde el respeto y la admiración.

A Kai le resultaba curiosa la relación de Seda con su maestro; los veía muy cercanos, cuando ellos dos estaban juntos tenía la sensación de que los demás sobraban... Sin embargo, él no era nadie para juzgarlos. Desde luego no serían los primeros jedi que desarrollaban un fuerte vínculo. Sin ir más lejos, los propios Skywalker y Kenobi se comportaban como un viejo matrimonio en ocasiones.

Una risilla se le escapó de los labios ante esa ridícula idea. No obstante, cuando Anakin y Obi-Wan hicieron acto de presencia juntos en el comedor, tuvo que morderse la lengua para que la risa no se convirtiese en una auténtica carcajada.

―¿Qué te pasa, yogurín? ―Anakin sonrió burlón al llegar hasta ellos―. ¿Te has vuelto a atragantar con la comida de Seda?

―No, maestro. ―Kailen alzó la mirada―. Solo me fijaba en la buena pareja hacéis tú y el maestro Kenobi.

Obi-Wan arqueó las cejas, mientras Anakin abría los ojos desconcertado.

―Como compañeros de equipo, quiere decir ―aclaró Seda, todavía en tono socarrón.

Obi-Wan negó con una sonrisa resignada, pasándose una mano por el cabello, todavía húmedo de la ducha que acababa de tomar nada más terminar de hablar con Anakin en la sala de comunicaciones.

―Nunca debimos juntar a estos dos.

Los cuatro se echaron a reír.

A pesar de que los dos padawan ya habían terminado de comer un rato atrás, se quedaron a hacerle compañía a sus maestros mientras estos almorzaban. No sabían cuándo tendrían que volver a salir en una misión, nunca estaba de más disfrutar de esos escasos momentos de tranquilidad.

―Y le salvé la vida por cuarta vez. ―Anakin se recostó contra el respaldo de su silla. Acababa de reseñar otra de las muchas aventuras de su época de aprendiz.

―No fue exactamente así ―intervino Obi-Wan sonriendo.

―Detalles sin importancia. ―El caballero jedi agitó una mano, pero no continuó con el relato. Una padawan de raza mirialana se estaba acercando a su mesa en ese momento.

El rostro de la joven, de tez verdosa, lucía un rictus reservado mientras sus ojos, impregnados en un brillo de desaprobación, se pasearon por el grupo antes de detenerse sobre Seda.

―Aybara, tienes visita en el vestíbulo ―informó en tono educado pero serio.

―Gracias, Barriss, ahora bajo ―contestó la aludida. No se caían bien y no trataban de disimularlo.

La mensajera se despidió con un cabeceo. Barriss Ofee, aprendiz de la maestra Luminara Unduli, tenía dos años más que Seda y era todo lo opuesto a ella, tanto en ideales como en actitud. Al parecer, a la mirialana no le había gustado nada que el Consejo aceptara en la Orden a una ex agente del sindicato criminal Eclipse Blanco. Estaba convencida de que la admisión de Seda era puro convencionalismo político, justificado en sus contactos con el Senado y con el gobierno de Eriadu. Ya puestos, también creía que la chica era una estirada, caprichosa y consentida que nunca sabría adaptarse al estilo de vida austero y altruista de un jedi...

Seda frunció el ceño. Los pensamientos despectivos de la mirialana habían llegado a su mente con la violencia de una pedrada.

Si tan solo supiera...

―No le des importancia. ―Obi-Wan le posó una mano en el hombro.

Las miradas de los tres hombres estaban sobre ella. No le sorprendió, si ella, que apenas empezaba a entender su conexión con la fuerza, había podido percibir todo lo que Barriss pensaba, ellos probablemente habrían captado el doble.

―Esa chica debería aprender a cerrar su mente. ―Kai negó con desaprobación.

―Lo ha hecho a propósito ―intervino Anakin, jugando con el tenedor entre los dedos para distraer las ganas de salir corriendo tras la mirialana y decirle un par de cosas―. Ofee es experta en trucos telepáticos, ya lo hacía cuando yo todavía era padawan. Si hemos percibido sus pensamientos es porque ella ha querido ―explicó, intentando que no se le notara demasiado el tono de reproche. Le molestaba que una compañera pensara así sobre Seda.

―Da igual, en parte tiene razón. ―La chica se encogió de hombros. Sabía que no era una consentida y desde luego tampoco una estirada, pero sí que le gustaban las cosas bonitas y caras, o la ropa de calidad. Tampoco era un crimen tener algunas posesiones o vestir un poco más elegante que otros compañeros... Después de todo, había renunciado a un reino entero por convertirse en jedi.

Si esa aprendiz de arpía no quería entenderlo, era su problema. Barriss Ofee no tenía ni idea de todo lo que había luchado ella para llegar al punto en el que se encontraba ahora. Todo lo que tenía se lo había ganado con sacrificio y esfuerzo, y no le daba la gana de renunciar a ello.

―¿Esperabas a alguien? ―le preguntó Kenobi, para cambiar de tema antes de que la tensión creciese.

―Padmé y Vespe querían darme una sorpresa por mi cumpleaños ―respondió Seda poniéndose en pie.

―¿Cómo que por tu cumpleaños? ―Anakin enarcó una ceja.

―Cumplí diecisiete hace dos semanas ―reconoció ella―. Fue en plena misión, ni siquiera yo me di cuenta hasta que Vespe me lo recordó anoche.

―Deberías habérnoslo dicho. ―Kai la acusó con el tenedor―, ahora no he pensado ningún regalo...

Seda sonrió divertida.

―No pasa nada, ¿no has oído a Barriss?, ya tengo más que cualquier otro jedi. ―Pese a que su tono delató cierta nota irónica, lo dijo totalmente en serio; los tenía a ellos tres, a Padmé y Vespe, y por supuesto a Nova, que aunque estuviera lejos, no dejaba de preocuparse por ella.

No podía pedir más. Y no necesitaría más mientras nada cambiase.



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Hello darlings ^_^

Supongo que a vosotros también os ha pasado, pero toda la semana anterior ha ido fatal wattpad, subí este capítulo y no aparecía actualizado por ninguna parte, no me notificaba comentarios, no me dejaba votar... En fin, creo que ahora ya va mejor, esperemos que no vuelva a pasar.

Sé que a pesar de ser bastante largo, este capi parece algo soso. Le he dado mil vueltas antes de subirlo, pero no fui capaz de cortar nada, todo lo que sucede parece irrelevante, pero de verdad que será importante para la trama general. Además, de vez en cuando son necesarios capítulos como este de transición. En fin, espero que os haya gustado de todos modos xD.

He inscrito esta historia en un concurso que ha lanzado el @SquadStarWars por probar suerte jajaja, si tenéis fanfics de Star Wars animáos a participar, está bien que haya una comunidad sobre este universo en español :) (ya termino con el spam)

Bueno, creo que no me queda nada por comentar.

Muchos besos y hasta el próximo ;)

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