Cap. 21- La nueva padawan

*En multimedia, Seda con su outfit en la Ceremonia

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Para cualquier eriadense, ostentar un empleo en el Palacio Real era todo un honor. Sobre todo, desde que su anhelada princesa había regresado, devolviéndole al planeta la estabilidad gubernamental de su tradicional, pero próspero, sistema monárquico.

A lo largo de esos siete meses, con la ayuda incondicional de Padmé, el senador Organa, la familia Blue, el maestro Plo, y otros destacados miembros de la República, Seda había trabajado para poner fin a las rencillas políticas que durante los once años de su desaparición habían agitado el bienestar administrativo de su planeta natal.

Un proceso largo, pero no difícil. Como bien había dicho Vespe, los pilares ideológicos de Eriadu eran la tradición y la lealtad. El pueblo la adoraba, adoraba su apellido y adoraba no tener que seguir lidiando con extranjeros aspirantes al gobierno.

Decenas de eriadenses se sentirían complacidos de servirla en esa noche tan especial y, sin embargo, ella había querido que solo Padmé la acompañara durante los minutos previos a la ceremonia.

Las dos jóvenes estaban en la alcoba de la princesa. La senadora, ya elegantemente vestida, daba los últimos retoques al peinado de Seda (una pequeña manía que habían adquirido durante su tiempo como mentora y pupila), mientras Seda, sentada frente al tocador, repasaba por centésima vez su discurso en la pantalla holográfica del espejo.

―¿Está mal que me sienta como si estuviera a punto de quitarme un peso de encima? ―preguntó la más joven, al tiempo que apagaba la reproducción, con un suspiro de cansancio.

Padmé alzó las comisuras de los labios. Seda era la persona más sincera que conocía, a pesar de que, como buena política, había aprendido a maquillar sus palabras, siempre que podía lo evitaba; ella era más de soltar lo primero que le pasaba por la cabeza, sin filtros.

―De ninguna manera ―respondió―. Estoy orgullosa de ti, has sabido compatibilizar los deseos y necesidades de tu pueblo con los tuyos. No cualquiera es capaz de hacer eso.

A través del espejo, Seda le devolvió una sonrisa agradecida. Lo último que necesitaba era empezar a dudar ahora de todo el trabajo realizado durante esos meses.

A pesar de que quería hacer definitiva la paz política en Eriadu, desde el principio había tenido claro que ella no había nacido para ser reina, en el mejor de los casos, ese habría sido el papel de su hermana Sya. Sin embargo, tampoco podía privar a los eriadenses de una tradición que para ellos significaba tanto, la monarquía de la casa Aybara.

Por esto, había llegado a un acuerdo, tanto con la cámara de lores, como con los habitantes del sector planetario. A partir de esa noche, comenzaría en Eriadu un nuevo sistema político que aunaría las viejas costumbres con las nuevas ideologías. Ella mantendría el título de Princesa Honorífica, como representante del antiguo sistema, pero el auténtico poder ejecutivo y la responsabilidad de gobierno descansarían sobre un nuevo Rey Regente escogido democráticamente cada cierto tiempo por el pueblo, y necesariamente aprobado por la Princesa. En esta ocasión, el elegido había sido Taron Blue.

De este modo ella podría marcharse de Eriadu sin remordimientos, habiendo cumplido con los deseos de sus gentes; y, a su vez, podría ingresar en la Orden Jedi, pues al ostentar un título meramente simbólico no atentaba contra ninguna de sus estrictas normas.

―Lista. ―Padmé dio un paso atrás, dejando todo el espejo para Seda.

El impresionante vestido de un tono blanco roto se ajustaba a su pecho y cintura, para luego caer en una amplia falda de volantes infinitos. En contraste con la tela, la piel de la joven se veía todavía más bronceada de lo habitual, y sus ojos y cabello azabaches parecían brillar.

»Estás preciosa ―añadió la senadora.

Seda se puso en pie y examinó su reflejo durante unos instantes. Siempre le había gustado la ropa elegante, los adornos y las joyas; en Dantooine casi siempre vestían un uniforme de entrenamiento o de combate, tenían ropa de calidad, pero las constantes misiones no les permitían disfrutarla, por eso, para la Seda niña, un vestido bonito significaba un día tranquilo con sus compañeras, un día sin tener que espiar, robar, ejecutar o estafar...

―¿Crees que podré llevarme algo de mi ropero cuando me mude al Templo Jedi? ―preguntó, medio en broma, medio en serio, girándose hacia su amiga.

Padmé se echó a reír. En ocasiones Seda le recordaba demasiado a Sya. Cuando la mayor de las Aybara vivía, también acostumbraba a revestir su carácter de puro fuego con una apariencia delicada, muy femenina, elegante y refinada.

―Bueno, los jedi son un poco austeros con las posesiones materiales, pero no creo que nadie te diga nada. ―La senadora se encogió de hombros―. Y si no, siempre puedes recurrir al mío. Sabes que mi apartamento en Coruscant también es tu casa.

―Gracias, Padmé. ―Seda la abrazó―. Por todo. No habría podido hacer esto sin ti.

―No tienes que darlas. ―Padmé tomó las manos de la joven entre las suyas en un gesto maternal―. Siempre vas a poder contar conmigo. Pase lo que pase.

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En las dársenas de Asgard ya no cabía ninguna nave más. A lo largo de la tarde, cientos de invitados, tanto de Eriadu, como de distintos puntos de la galaxia, habían ido llegando a Palacio Real para acudir a la Ceremonia que marcaría un antes y un después en la historia política del sector planetario.

Desde el rellano en lo alto de la escalinata principal, la voz de un paje anunciaba los nombres y títulos de los asistentes a medida que estos iban compareciendo en el Gran Salón. Abajo, la mayoría disfrutaba ya de los deliciosos aperitivos dispuestos en discretas barras de buffet repartidas por toda la estancia, o danzaban en parejas al son de las suaves melodías interpretadas por la orquesta real.

Obi-Wan, apoyado contra la pared junto a un enorme ventanal, esbozó una sonrisa divertida al ver a su antiguo aprendiz disculparse con la joven con la que acababa de bailar la última pieza. Era la tercera doncella de la noche, y todavía no habían pasado ni quince minutos desde que ambos habían entrado al salón.

―Te veo cómodo en este ambiente ―comentó socarrón cuando Anakin llegó a su altura.

―Qué puedo decir, las damas me adoran. ―El aludido se encogió de hombros con una expresión divertida, al tiempo que cogía una copa de la barra más cercana. Dejó que el dulzor del líquido caldeara su garganta mientras con la mirada examinaba la estancia, asegurándose de que todo permanecía en orden; en tiempos de guerra, uno nunca podía dar nada por sentado. Ya con un semblante más serio, se volvió de nuevo hacia su maestro―. He estado pensando en lo que me dijiste hace unos meses sobre aceptar a un padawan bajo mi tutela. Creo que lo haré. Hablaré con el Consejo cuando regresemos.

―Anakin, esas son excelentes noticias. ―Obi-Wan le palmeó el hombro. Anakin ya no era el niño que había acogido bajo su ala tantos años atrás. Se había convertido en un auténtico caballero jedi. Cada día le demostraba con creces su valía a la hora de cumplir misiones en solitario y al mando de su legión de clones. Las hazañas del joven en la guerra ya se contaban por toda la galaxia; lo llamaban el héroe sin miedo―. Enseñar es un privilegio, y es responsabilidad de los jedi ayudar a adiestrar a la próxima generación.

―Sí, eso ya me lo has dicho un par de veces ―Anakin dejó escapar una carcajada.

―Solo digo, que creo que serás un gran profesor ―puntualizó Obi-Wan complacido.

―Espero que Seda opine igual.

―¿Seda? ―La expresión de orgullo en el rostro del maestro jedi quedó velada por una de recelo―. Anakin, ¿no estarás pensando en entrenar a Seda?

―¿Por qué no? ―se limitó a responder el chico con tranquilidad―. Ya la han aceptado en la Orden, y tú mismo has dicho que puedo ser un buen maestro.

Obi-Wan meneó la cabeza.

―Seda no es como los demás iniciados. Tiene un pasado complicado, y no ha crecido en el Templo. Su control emocional es demasiado voluble. ―Al percatarse de que sus argumentos no parecían hacer mella en la convicción del joven, Kenobi dejó escapar un suspiro―. Además, ya le han asignado un maestro.

―Plo Koon solo la entrena provisionalmente ―replicó Anakin.

―No me refiero al maestro Plo Koon.

El joven no precisó más explicación para deducir el sentido de esas palabras. Posó la copa sobre la barra y se ajustó los puños del traje de gala, tratando de parecer indiferente antes de contestar.

―¿Desde cuándo lo sabes?

―Solicité encargarme de su adiestramiento después de que tú superaras tus pruebas ―contestó Kenobi, analizando discretamente la reacción de su ex aprendiz―. Pero no me confirmaron la resolución hasta hace unos días. En el Consejo creen que soy el más adecuado, dicen que...

Anakin lo interrumpió con un suspiro.

―Que ya tienes experiencia con padawan... especiales. ―En ese momento su mirada se suavizó. Le habría hecho ilusión entrenar a Seda, convertirse en su mentor y ayudarla a cumplir sus deseos, pero era consciente de que Obi-Wan estaba mucho más preparado que él en ese sentido, tenía más experiencia, y muchísima más paciencia. Su antiguo maestro era atento, sabio y poderoso. Seda no podría estar en mejores manos―. Será afortunada de tenerte como maestro ―añadió, sonriendo con sinceridad.

―Me halaga que pienses así. ―Kenobi inclinó la cabeza.

Sí, sin duda Anakin había madurado.

―Aunque creo que es mi deber advertirte de que no todos los padawan son tan talentosos e increíblemente inteligentes como yo ―añadió el chico burlón―. No te confíes, Obi-Wan, conmigo fue demasiado fácil. ―Palmeó el hombro del jedi, que respondió con una carcajada.

Fácil no es la palabra que escogería para definir nada que tenga que ver contigo, mi joven amigo. ―Obi-Wan alzó su copa, brindando con su compañero.

Un reflejo platinado ocupó el vértice de su visión un instante antes de que la senadora Vespe Blue apareciera en todo su esplendor ante sus ojos.

―Quién lo diría, dos respetados jedi bebiendo en horario de trabajo ―bromeó la joven―. ¿Es esta la élite de la seguridad de la República?

―Técnicamente, esta noche no estamos de servicio ―Obi-Wan sonrió.

―En ese caso, supongo que no le importará concederme el próximo baile, maestro Kenobi ―respondió Vespe.

―Será un placer, senadora. ―Obi-Wan le pasó su copa a Anakin, y tomó la mano extendida de la joven. Juntos se encaminaron hacia el centro de la pista de baile.

El chico meneó la cabeza. Por su mente asomaron un par de comentarios jocosos para lanzar a la pareja, pero desechó la idea al reparar en la presencia de Padmé en medio de la multitud. Como siempre, ataviada según su chocante estilo, ostentoso y sencillo a la par, lucía increíblemente hermosa. A sus ojos, Amidala atraía toda la luz de la estancia, ensombreciendo a cualquiera que pudiera orbitar a su alrededor.

Desde su conversación en Naboo cuando él todavía era un padawan, el trato entre ambos se había afianzado en una cercanía afectuosa, como puede ser la de dos viejos amigos que por circunstancias ajenas a sí mismos se ven menos de lo que desearían. No obstante, el corazón de Anakin seguía acelerándose sutilmente cada vez que sus miradas se cruzaban.

Al principio había creído que esa sensación terminaría pasándose con el tiempo, pues él quería a Seda, la necesitaba, de eso no tenía dudas. Sin embargo, los meses seguían transcurriendo, y Padmé no desaparecía de sus sueños... En ocasiones se preguntaba si estaba siendo sincero consigo mismo. ¿Era posible que todavía no hubiera superado su amor infantil por la senadora?

Pero, entonces, pensaba en Seda, y toda duda quedaba relegada a un segundo plano.

―Anakin, vaya mírate, qué elegante. ―La dulce voz de Padmé lo devolvió a la realidad.

―No tanto como tú. ―El chico le sonrió agradecido, inclinando la cabeza, respetuoso―. Pero eso no es ninguna novedad ―añadió con un guiño.

Por un fugaz instante, las mejillas de la senadora parecieron teñirse de rojo. O al menos eso creyó Anakin.

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―Damas y caballeros, Su Alteza real, la princesa Seda Aybara y lord Taron Blue, gobernador de Lorien.

La voz del paje calló todas las conversaciones del salón. Un sonoro aplauso inundó la estancia y acompañó el breve paseo de la pareja desde la escalinata hasta el palco principal.

Cuando Seda se colocó ante la multitud, se hizo el silencio. Las palabras de la joven reverberaron seguras, su voz sonó firme y optimista, como si llevara toda la vida haciendo eso. Habló sobre antiguas tradiciones y nuevas posibilidades, sobre esperanzas perdidas y oportunidades inesperadas. Tras el discurso, el miembro más anciano del tribunal eriadense ofició el traspaso de poderes de la Princesa al nuevo Rey Regente y, con unas solemnes palabras por parte del joven, prometiendo hacer honor a su cargo y velar por la prosperidad de su pueblo, se dio por finalizado el acto.

La orquesta volvió a amenizar la velada con sus bellas melodías. Ya solo quedaba celebrar el éxito de la ceremonia, festejar y despedir a la princesa que había hecho posible la pacífica transición.

El primero en acercarse a Seda una vez que ella y Taron bajaron a la sala de baile fue el maestro Plo Koon, quien la felicitó, orgulloso del notorio progreso de su aprendiz temporal.

―Ahora podrás dedicarte de lleno a tu entrenamiento. ―El jedi inclinó la cabeza―. Ha sido un honor adiestrarte durante estos meses, pequeña Seda.

―El honor ha sido mío, maestro Plo. ―Seda sonrió―. Es una pena que todavía debas quedarte en Eriadu durante otra estación, me habría gustado continuar mi entrenamiento contigo ―comentó. Su entrada oficial a la Orden sería a nivel de padawan, no de iniciada, por lo que se le asignaría un maestro definitivo en cuanto aterrizase en Coruscant. Sentía curiosidad al respecto, pero ya se había acostumbrado a Plo Koon, él le había enseñado mucho durante esos meses.

―No te preocupes, presiento que tu nuevo maestro estará a la altura de las expectativas. ―Plo Koon le guiñó un ojo antes de despedirse, pues debía regresar a su posición en las torres de vigilancia.

Seda lo observó alejarse con un gesto de confusión.

―Ese discurso ha sido increíble, casi me convences para dejar la espada láser y dedicarme a la política. ―Anakin la sorprendió tomándola de la cintura por detrás―. Admítelo, no lo has escrito tú ―añadió, socarrón.

Seda se dio la vuelta, riendo.

―Digamos que Padmé y Vespe me dieron unas pocas sugerencias... Más bien muchas ―agregó en tono divertido―. Pero yo también he ayudado. ―Tomó la mano que el chico le ofrecía y ambos se internaron entre las parejas de bailarines.

No necesitaron palabras para ponerse de acuerdo, entre ellos las cosas fluían con una naturalidad innata. La mano derecha de la princesa se enredó en los dedos del jedi, y la izquierda se posó sobre el hombro masculino. Él se sintió el hombre más afortunado y envidiado del salón. Decenas de invitados esperaban para disfrutar de la compañía de la joven, Seda era la estrella esa noche, pero él había sido más rápido... y también había recurrido a algún que otro truquillo de la fuerza para distraer a los interesados en bailar con ella.

―Taron sí que se ha comportado como un auténtico rey ―comentó Seda, mientras se movía al son de la música, guiada por los fuertes brazos de Anakin―. Se nota que lleva toda la vida dedicándose a esto. Será un buen gobernante.

―¿Confías en él? ―Anakin estiró la mano e hizo que ella diera una vuelta sobre sí misma. La falda del vestido voló en torno a sus piernas y una sonrisa jovial iluminó el rostro de la joven. El jedi la observó con admiración; sin duda lucía como una auténtica princesa, estaba más hermosa que nunca.

El giro finalizó y la chica volvió a encontrarse frente a los azules y brillantes ojos de Anakin.

―Eso creo ―respondió Seda. Todavía le costaba confiar ciegamente en los demás, y Taron no era la excepción, sin embargo, en tema de política, el menor de los Blue le había demostrado de sobra su valía―. Además, Vespe lo hace, y eso es suficiente para mí.

Anakin se limitó a asentir. Él no estaba tan seguro, no tenía ningún motivo para sospechar del joven platinado, no obstante, no terminaba de agradarle, era demasiado impasible, demasiado frío para su gusto.

―¿Quién te ha enseñado a bailar así? ―preguntó Seda, muerta de curiosidad. Para ella, la danza había sido una más de las disciplinas obligatorias durante su educación, pero desde luego, no había esperado que Anakin supiera moverse con esa elegancia y precisión cortesanas, mucho menos que conociera los pasos de un clásico vals.

Un asomo de mueca se dibujó en las facciones del jedi.

―Obi-Wan.

Seda tuvo que morderse la lengua para no romper a reír en medio de sus refinados invitados.

―No pienses nada raro ―intervino Anakin, divertido―. Cuando yo tenía catorce años nos asignaron una misión para proteger a la familia real de Onderon. Se suponía que estábamos de incógnito, así que tuve que aprender a bailar para no desentonar entre gala y gala ―admitió, llevándose una mano a la nuca―. Lo que nunca pregunté fue quién le enseñó a él.

Esta vez Seda no aguantó la risa. La imagen de un Anakin adolescente y su maestro tomados de la cintura bailando el vals fue demasiado para su desbocada imaginación.

El jedi no tardó en contagiarse de las carcajadas de su pareja.

Para Seda, ese fue uno de los mejores momentos de la noche. Gozó también de la música, la comida y la compañía de otros invitados y compatriotas, pero sobre todo de la de la familia Blue, Padmé, Anakin y Obi-Wan.

Consciente de que pasaría mucho tiempo antes de que pudiera volver a revivir un momento de paz y despreocupación como ese, se concentró en disfrutar de cada instante con intensidad, atesorándolo para siempre en un lugar privilegiado de su memoria.

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Un suave halo de luz lunar, procedente de Lorien, atravesaba el vidrio de la ventana, cediendo así un pequeño espacio a la penumbra en un dormitorio que, por lo demás, permanecía sumido en la oscuridad nocturna.

Obi-Wan, tumbado boca arriba sobre el cómodo colchón y tapado solo hasta la cintura con las sábanas, no era capaz de conciliar el sueño. Mientras sus manos descansaban bajo la cabeza y sus ojos permanecían clavados en el elegante dosel de terciopelo que cubría la cama, su mente vagaba muy lejos, por los conflictos de la guerra galáctica, por los entresijos políticos de la República, por la quimera personal que llevaba persiguiendo desde hace varios meses y que parecía volatilizarse cada vez que él se aproximaba, por la evolución de Anakin, por sus obligaciones como futuro mentor de Seda y por la, cada vez más estrecha, relación entre ambos jóvenes.

―¿Los jedi nunca descansan? ―La dulce y somnolienta voz de Vespe, tumbada a su izquierda, lo devolvió a la realidad.

Él se giró hacia ella, esbozando una sonrisa tranquilizadora.

―Creía que ya estabas dormida ―respondió en un susurro.

―Lo estaba, pero me has despertado. Piensas demasiado alto ―bromeó ella, todavía algo adormilada y con la mejilla recostada contra la almohada―. ¿Qué te preocupa?

―No es nada ―él negó despacio―. Vuelve a dormir ―agregó con dulzura.

―Kenobi, no tienes por qué cargar con el peso de la galaxia tú solo. Para eso están los amigos ―lo reprendió ella―. Además, después de lo que hemos hecho hace un rato, creo que ha quedado claro que hemos alcanzado la fase de poder contarnos intimidades.

El jedi arqueó las cejas en una mueca sorprendida y divertida. Vespe tenía una curiosa manera de llevárselo a su terreno. Pero no podía negarlo, nadie lo había obligado a presentarse en la alcoba de la senadora tras la gala. Era perfectamente consciente de lo que iba a ocurrir si lo hacía y, sin duda, lo había disfrutado.

Ella posó una mano sobre el pecho desnudo del jedi antes de insistir.

―Tal vez una opinión exterior te ayude a arrojar un poco de luz sobre el problema; sea el que sea.

Obi-Wan se mantuvo en silencio unos segundos.

―Bueno, hay algo en lo que me vendría bien tu opinión ―admitió, incorporándose sobre los codos. No podía inmiscuirla en los problemas de las campañas militares republicanas, pero sí podía pedirle consejo sobre otro de los asuntos que lo mantenían en vela―. Me preocupan Anakin y Seda, están demasiado unidos. El vínculo que han forjado es muy fuerte, y eso es peligroso para un jedi ―confesó―. Anakin es como un hermano para mí, y Seda va a ser mi padawan, ambos son mi responsabilidad. Si dejo que se alejen del Código sin hacer nada al respecto, estaría ignorando mi deber. Pero tampoco estoy seguro de que intervenir sea la mejor opción.

―Ya... ―Vespe se mordió el interior de la mejilla―. Creo que los jedi sois demasiado severos con eso del apego ―añadió, sin ser capaz de disimular un ligero tono de reproche. Por supuesto que estaba al tanto de los sentimientos de su amiga hacia Anakin, pero también del deseo de la misma de convertirse en una jedi. Le molestaba profundamente que ambos anhelos estuviesen vistos como incompatibles por parte de la Orden.

―El Código no fue escrito por capricho, Vespe ―respondió Obi-Wan con una expresión conciliadora. Comprendía que, para aquellos ajenos a la Orden, sus costumbres podían resultar demasiado rígidas en ciertos aspectos―. Los jedi nos jugamos la vida a diario. Si tuviéramos una pareja estable, hijos, una familia... No podríamos hacer nuestro trabajo, seríamos fácilmente manipulables y sus vidas contarían más que el éxito de la misión. Pero más importante es que, el apego implica miedo a la pérdida, y el miedo es el camino más directo al lado oscuro ―trató de explicar.

Vespe exhaló un suspiro, incorporándose también un poco, de manera que su espalda quedó apoyada contra el cabecero de la cama.

―Lo respeto, Obi-Wan, no quiero que pienses que no lo hago. ―Sacudió la cabeza―. Pero no puedo compartirlo ―sentenció. Su mirada se perdió un momento más allá de los cristales de la ventana, en el cielo nocturno de Eriadu, tan similar y, al mismo tiempo, tan diferente al de Dantooine―. Puede que yo no sea una jedi, pero sí sé lo que es exponer tu vida cada día en misiones suicidas. Cuando era agente de Eclipse Blanco, no eran las amenazas o el miedo a los castigos lo que me impulsaba a arriesgar mi propia seguridad para finalizar la misión, sino el hecho de saber que, por muy mal que se pusieran las cosas, mis compañeras harían lo imposible por sacarme del problema, igual que yo lo haría por ellas. El cariño entre nosotras era nuestra ancla para seguir adelante. El apego era lo único que nos hacía sentir seguras.

Un sereno silencio prosiguió a las palabras de la joven. Para Obi-Wan esa perspectiva no era nueva; él mismo se la había planteado en varias ocasiones durante su juventud, sin embargo, sí era la primera vez que hablaba abiertamente del tema con alguien ajeno a la Orden, alguien con una visión menos dogmatizada de sus costumbres.

―Te preocupa el vínculo entre Seda y Anakin, pero ¿qué me dices del tuyo con Anakin? ―continuó Vespe, aprovechando el silencio de su compañero―. Has dicho que es como tu hermano, lo has educado y lo has visto crecer. Si la situación se torciese, ¿serías capaz de dejarlo morir?, ¿de enfrentarte a él? ¿Antepondrías el éxito de una misión a la vida de Anakin? ―inquirió, con auténtica curiosidad, tratando de leer los pensamientos del jedi a través de su turbada mirada.

Un suspiro apenas perceptible escapó de los labios de Obi-Wan.

―Quiero pensar que cumpliría con mi deber ―se atrevió a decir. Se masajeó el puente de la nariz durante unos segundos, pensativo, antes de volver a mirar a la joven―. Pero no estoy seguro de lo qué haría en realidad. Si tuviera que abandonar a Anakin, o enfrentarme a él...

Vespe le acarició el brazo con ternura, casi distraídamente.

―Creo que lo os hacen es muy injusto. Os emparejan durante años, os unen como a hermanos, y luego pretenden que rompáis ese vínculo como si nada... ―Negó, más para sí misma que para él―. Ya conoces mi opinión, Obi-Wan. Yo no haría nada, dejaría que Anakin y Seda decidan su destino por sí mismos. Son jóvenes, pero inteligentes, y ambos quieren lo mejor para la República y para la Orden. Confía en ellos ―Volvió a mirarlo a los ojos, esta vez con una expresión divertida, incluso algo irónica―. Pero qué sabré yo. No soy sensible a la fuerza, ni jedi.

Los ojos de Kenobi brillaron, en consonancia con su sonrisa.

―Si lo fueras, llegarías a Gran Maestra de la Orden ―respondió. Y no lo decía en broma. La joven Blue era mucho más que una mujer hermosa con un don para las palabras; tenía algo que transmitía calma, seguridad y confianza.

Obi-Wan sabía que, en Vespe, había encontrado una amiga incondicional.

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Templo Jedi en Coruscant (Un día después)

Seda respiró hondo, en pie, apostada en el epicentro de la Sala del Consejo y sabiéndose el eje de todas las miradas, no debía mostrar inquietud. Y no lo haría, por mucho que sintiese la sangre fluir a toda velocidad por sus venas, en un auténtico torrente de emoción y ansiedad.

Por fin sabría quién sería su mentor a lo largo de los próximos años. Por fin formaría parte de la Orden Jedi.

―Joven Seda, grandes progresos en tus habilidades has logrado. ―El Gran Maestro Yoda tomó la palabra―. A pesar de tus complicadas circunstancias, sabido has superar los retos hasta llegar aquí.

Como era tradición, siempre que se realizaba una asignación de padawan, los doce miembros del Consejo se encontraban presentes, algunos en carne y hueso, otros (como Plo Koon desde Eriadu) en forma holográfica.

―Tu conexión con la fuerza poderosa es, al igual que tu compromiso con la paz ―prosiguió Yoda―. El momento de que te unas a la Orden como padawan aprendiz llegado ha.

Seda sintió como una cuchillada la mirada suspicaz de Mace Windu sobre su nuca; todavía no confiaba en ella. Casi inconscientemente, buscó apoyo en los ojos de Obi-Wan, el miembro más joven del Consejo y, desde luego, el único con capacidad para tranquilizarla mediante una simple sonrisa.

Cuando sus iris se cruzaron, el jedi hizo justo lo que ella en silencio rogaba; le sonrió. Y entonces Seda lo supo. No precisó escuchar lo que el maestro Yoda continuaba diciendo para saber, con total seguridad que, a partir de ese instante, Obi-Wan sería su mentor y ella su padawan.

El torrente de emoción en sus venas se detuvo en un punto medio entre la alegría, el alivio y el entusiasmo.

La reunión se prolongó unos cuantos minutos más, que el maestro Plo Koon aprovechó para informar al resto del Consejo sobre los progresos de la joven durante su entrenamiento con él. Luego le pidieron a Seda que abandonara la sala, pues los asuntos que debían tratar a continuación estaban fuera de su rango.

Como miembro oficial del Consejo que era, Obi-Wan se quedó hasta el final. Después de casi una hora de debate sobre el avance de la guerra y posibles conspiraciones en el Senado, y tras obtener una nueva misión para liberar el sistema Cristophsis de la opresión separatista, al fin pudo abandonar la Torre de Asambleas.

―Maestro Kenobi, ¿podríamos hablar un momento? ―Mace Windu lo interceptó a la salida.

―Por supuesto ―contestó Obi-Wan―. ¿Qué sucede? ―Ambos echaron a andar por los iluminados pasillos del Templo.

―Es sobre tu nueva aprendiz ―comenzó Windu―. Sé que la decisión del Consejo ha sido unánime, yo mismo he votado a favor de su admisión, no obstante, quisiera advertirte de que seas cauteloso en su instrucción. La fuerza en ella es tan intensa como inestable

Mace Windu era famoso incluso entre los jedi por su férreo dominio emocional; ese intenso control le permitía estar más cerca del lado oscuro, pero sin llegar a caer en él. Era capaz de utilizar un estilo de combate muy cercano al concepto sith y, aun así, no sentir la tentación de la oscuridad.

Obi-Wan asintió, no le entusiasmaba oír eso, pero no podía ignorar una advertencia procedente del miembro del Consejo con mayor conocimiento sobre el lado oscuro de la fuerza.

―Lo tendré en cuenta ―respondió Kenobi.

Windu posó una mano en el hombro de su compañero. Consideraba a Obi-Wan un buen amigo, digno de confianza y capaz de comprender sus reservas. Seda no había sido educada en la Orden, no poseía ni el dominio óptimo de sus emociones, ni su sistema de valores. La princesa era un diamante en bruto; potencialmente de valor incalculable, pero difícil de moldear.

―Si hay una línea que divide luz de oscuridad, la joven Aybara tiene un pie a cada lado ―añadió con aire taciturno―. Vigílala.



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Hola sweeties ^_^

Al fin, Seda es oficialmente padawan de Obi XD ¿os lo esperábais? Seguro que más de una ya lo sospechaba. Admito que hubo momentos en los que dudé hacerla padawan de Anakin, pero eso hubiera Sido una locura, creo que no habrían sobrevivido a la primera semana trabajando juntos.

Sé que parece un capi muy de transición, sobre todo las dos primeras partes, pero es muy importante para la evolución de la trama, de hecho hay varias pistas de cosas qué pasarán :) Sorry si la primera parte os resultó aburrida, pero no podía dejar el tema político en Eriadu colgado, tenía que cerrarlo; de todos modos, no olvidéis nada, ni de Taron, ni de Rastan, ni de el hecho de que Dooku esté emparentado con Seda... todo lo que ha pasado y parece que quedó un poco en el aire es porque se va a retomar en un futuro, no soy de dejar las tramas a medias xD

Por cierto, ¿soy la única que adora a Vespe? jajaja, es que la amé tanto en esta escena, es un sol xD

Besos a todos, hasta el próximo ^_^

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