Cap. 2- Los fantasmas

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Anakin pateó una piedra del suelo de su asfixiante prisión. Se sentía frustrado, ¿en qué momento había perdido el comunicador? Ya había transcurrido al menos una hora desde que lo habían encerrado, Obi-Wan estaría esperando su señal para entrar... ¡Cómo había podido ser tan descuidado!

Sabía que su maestro se las ingeniaría para rescatarlo de un modo u otro, pero odiaba sentirse un completo inútil, ni siquiera podía escuchar nada procedente del exterior de la celda, aislada e insonorizada... Sin embargo, sí pudo percibir algo o, más bien, a alguien.

Apenas tuvo tiempo de concentrarse en su sentido de la fuerza, pues la compuerta mecánica se apartó a un lado dejando pasar a la esclava contra la que había luchado antes.

―¿Buscabas esto? ―Ella extendió la mano derecha, mostrándole su transmisor, pero volvió a cerrarla antes de que él pudiera cogerlo.

―¿Cómo lo has conseguido? ―A Anakin no le pasó desapercibido el hecho de que la joven no se molestase en cerrar la compuerta de la celda.

―Te lo quité mientras peleábamos. Si los hombres de Rastan lo hubieran visto, lo habrían destruido antes de traerte aquí. ―Exhaló un suspiro y negó con la cabeza. Podía notar la tensión en cada fibra muscular del chico, listo para salir volando al mínimo descuido que ella cometiese―. No salgas todavía. Quiero ayudarte, y este es el único lugar en el que podemos hablar sin que nos escuchen. Después te devolveré el comunicador, te doy mi palabra.

Anakin era consciente de que tenía una oportunidad de oro para salir de ahí y completar la misión, pero algo lo retenía junto a la chica. Su instinto le decía que podía confiar en ella.

―Para poder aceptar tu palabra necesito saber tu nombre, al menos ―respondió finalmente con una sonrisa un tanto presumida. A esas alturas, seguir pensando en ella como la bailarina guerrera semejaba fuera de lugar.

―Seda Aybara. ―Una expresión de alivio le cubrió el rostro, había temido que el jedi no se fiase de ella.

―Bonito nombre. Yo soy Anakin Skywalker. ―Extendió la mano para formalizar el saludo, pero ella no se mostró interesada en estrechársela. Ante la ausencia de respuesta, el chico enarcó una ceja y se encogió de hombros―. Y bien, Seda, ¿qué quieres por tu ayuda?

―¿Qué quiero? ―Ella frunció el ceño, como si acabase de escuchar la pegunta más estúpida de la galaxia―. Desde que me trajeron a este planeta no he hecho otra cosa que servir a un ser que desprecio. Créeme, si vuestra intención es terminar con su reinado, yo no pienso quedarme al margen. ―Una fugaz y cínica risa escapó de sus labios―. Solas no podemos hacer nada, pero con la ayuda de dos jedi tal vez tengamos una posibilidad. Ya he hablado con mis compañeras y también están dispuestas a colaborar.

―Las esclavas... ―Anakin abrió mucho los ojos―. Sois los fantasmas.

―Así nos llaman fuera de Dantooine. ―Seda se encogió de hombros.

―¿Cuántas sois?, ¿todas estáis de acuerdo en derrocar a Rastan?

―Actualmente somos diez en el harem ―respondió Seda―. La mayoría queremos participar, aunque algunas tienen miedo de las consecuencias si sale mal... Pero no debes preocuparte, solo se mantendrán al margen. Somos como hermanas, nunca nos traicionaríamos entre nosotras.

Anakin asintió. Por desgracia, entendía la fuerza de los vínculos que podían llegar a crearse entre esclavos forzados.

―Entonces, si lo he entendido bien, quieres dejarme escapar, vas a permitir que mi maestro entre en la fortaleza y vas a ayudarnos a arrestar al príncipe Rastan... Todo, ¿a cambio de nada?

Seda se mordió el labio:

―En realidad, sí hay algo.

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Las dos lunas de Dantooine brillaban en el firmamento nocturno desde hacía al menos una hora cuando el transmisor de Obi-Wan comenzó a sonar.

―Maestro, soy yo, ¿me recibes?

El jedi activó la comunicación y el holograma de su aprendiz se materializó en su muñeca.

―Al fin, Anakin, ¿por qué has tardado tanto? ―Obi-Wan exhaló un suspiro de alivio, había estado a punto de abandonar su posición oculto tras una duna cercana a la fortaleza para ir en busca del joven.

―No hay tiempo para explicaciones largas. En resumen, el plan ha funcionado. ―Miró a un lado y asintió. Al momento, un segundo holograma apareció en el trasmisor: una chica muy joven, poco más que una niña―. Esta es Seda, maestro, es esclava en Eclipse Blanco y una de los fantasmas.

―Vaya, interesante giro de los acontecimientos. ―Obi-Wan arqueó las cejas.

―Maestro jedi, hablo en nombre de todas mis compañeras, ninguna de nosotras sirve a Rastan por voluntad propia. Queremos ayudaros a completar vuestra misión ―Seda tomó la palabra con decisión.

―Podemos confiar en ella, maestro ―intervino Anakin convencido―. Ha abierto mi celda y me ha conseguido el transmisor.

El jedi asintió, no solo se fiaba casi ciegamente del instinto de su padawan, sino que, además, su intuición le decía que esa chica se había cruzado en sus caminos por un motivo.

―De acuerdo, chicos, pero tendré que buscar otro modo de entrar, han doblado la seguridad en el hangar ―señaló.

―Sí, los guardas ya saben que Anakin accedió por ese sector ―explicó Seda―. Una de mis compañeras te abrirá la entrada del almacén de armas, al oeste del muro.

―Lo tenéis todo pensado. ―Obi-Wan sonrió satisfecho.

―Hay otra cosa, maestro. ―Anakin intercambió una mirada cómplice con la chica―. Las esclavas nacidas en Dantooine llevan un dispositivo interno programado para explotar en situaciones de amotinamiento como esta. Es una especie de seguro urdido por Rastan para evitar que se rebelen contra él.

―Tenemos que desactivarlos ―la voz de Seda sonó casi suplicante―. No puedo permitir que mis amigas mueran.

―Tranquila, te prometo que no lo permitiremos ―Anakin le respondió con una intensa mirada, perceptible incluso a través de la imagen holográfica.

Obi-Wan enarcó una ceja, su padawan volvía a excederse de su mandato. No obstante, desechó la idea de reprenderlo, no era el momento. Además, por una vez estaba de acuerdo con él:

―La misión no contemplaba liberar esclavos ―dijo tras un segundo de silencio―, pero provocar víctimas colaterales no forma parte de nuestro código. Os ayudaremos. ―Asintió Obi-Wan―. ¿Ya sabéis cómo desactivarlos?

―No, pero sé quién lo sabe ―respondió Seda con renovadas esperanzas. Al fin veía una oportunidad―. Galeh, es el hombre de confianza de Rastan, él dirige todo el sistema de seguridad. Está entrenado para cerrar su mente a intromisiones, pero puedo envenenarlo para volverlo susceptible a vuestros trucos mentales. Si averiguamos la ubicación del mando central y sus contraseñas, no solo inutilizaríamos los dispositivos, también podríamos destruir la fortaleza y terminar con todos los recursos clave de Eclipse Blanco.

Tanto Anakin como su maestro esbozaron sendas expresiones sorprendidas y divertidas al mismo tiempo.

―Es decir, adiós droides, armas, contactos y créditos... Ya no podrían aportar nada a los separatistas. ―Una sonrisa ladeada asomó al rostro del padawan―. La misión sería un éxito.

―Si esto sale bien, Anakin, recuérdame que nunca me ponga en contra de esta jovencita ―bromeó Obi-Wan.

―Descuida. ―El chico sonrió―. Nos vemos ahora. Ten cuidado, maestro.

―Lo mismo digo. ―El jedi cortó la comunicación.

En su lado de la línea Anakin desconectó el transmisor y lo volvió a engarzar en su muñeca.

―Vamos, no tenemos mucho tiempo. ―Cogió a Seda de la mano y salió de la celda, pero ella se desasió del agarre con brusquedad.

―No vuelvas a hacer eso ―lo advirtió con una mirada severa.

El jedi alzó las manos en un gesto de disculpa:

―¿Lo siento? ―Arqueó una ceja. ¿Qué le pasaba a esa chica? Ni que se fuera a morir por dejar que la rozara―. Adelante, tú guías. ―Extendió el brazo, invitándola a pasar delante.

Ella exhaló un suspiro de impaciencia antes de darse la vuelta y hacerle un gesto para que la siguiese. Ambos se deslizaron en completo sigilo por las distintas dependencias de la fortaleza, evitando ser vistos por los miembros de Eclipse Blanco que custodiaban los corredores.

―Oye, por casualidad, ¿no habrás cogido también mi sable láser? No me vendría nada mal recuperarlo ―susurró Anakin detrás de la chica―. Ya sabes, por los droides de combate y los cientos de soldados que intentarán matarnos si nos descubren... Nada importante.

―El príncipe Rastan se lo ha llevado a su alcoba ―respondió Seda también en un murmullo, justo antes de abrir la puerta a su derecha y entrar a un pequeño almacén donde ya esperaban otras dos esclavas, una togruta y una humana de tez increíblemente pálida y cabello platino, ambas con expresiones de preocupación en el rostro.

―¡Seda! ―La togruta abrazó a su amiga.

―No tenías que haber ido sola ―la reprendió la otra esclava.

―Exacto, ¡es un jedi!, ¿qué pensabas hacer si decidía no fiarse de ti y atacarte? ―agregó la togruta.

El padawan sonrió orgulloso, nunca estaba de más que alguien reconociera sus capacidades.

―Tranquilas, no ha pasado nada. ―Seda esbozó una expresión enternecida antes de mirar al chico―. Anakin, ellas son Ayaka Kalo y Vespe Blue.

Tanto las aludidas como el jedi realizaron una breve inclinación de cabeza a modo de saludo. A continuación, la humana sacó un pequeño frasco del bolsillo de su cinturón.

―He conseguido el veneno que me pediste ―dijo, dándoselo a Seda.

―Gracias, Vespe. Esto bastará para dejar a Galeh fuera de juego durante unas horas. ―La chica se lo guardó en su propio cinto―. Ayaka, por favor, ve a abrirle la entrada de la armería al otro jedi y guíalo hasta las dependencias de los oficiales. Anakin y yo nos encontraremos allí con él.

―Entendido, ¿algo más?

Seda asintió:

―En cuanto termines reúnete con las demás. ―Desvió la mirada un momento hacia la humana―. Tú también, Vespe, preparad las armas por si acaso, y esperad a nuestra señal.

―¿Y Rastan? ―Vespe se mordió el interior de la pálida mejilla. Ya se temía la respuesta, y no le gustaba.

―De Rastan me encargo yo ―contestó Seda.

―Cielo, la última vez no salió bien...

―No quiero hablar de eso. ―Seda cortó a su amiga togruta―. Ahora las cosas son distintas, esta vez conozco sus cartas y no estaré sola. No podrá hacerme nada.

Las otras dos esclavas intercambiaron una fugaz mirada de inquietud, pero se mantuvieron en silencio. Eran conscientes de que no podían desperdiciar esa oportunidad.

―Que la fuerza os acompañe ―dijo Vespe antes de salir del almacén junto a Ayaka.

En cuanto las dos jóvenes desaparecieron, Anakin se giró hacia Seda:

―¿Qué ha querido decir con lo de que la última vez no salió bien?, ¿te hizo daño esa escoria? ―A pesar de que quiso sonar calmado, no pudo evitar que cierto deje de rabia asomara a su voz.

Seda se limitó a negar en silencio, ni siquiera lo miró a la cara.

―Vamos, todavía queda mucho por hacer ―respondió con un hilo de voz.

Anakin tuvo que contenerse para simplemente salir tras ella y no insistir. Sabía que le estaba mintiendo.

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La intrusión fue sencilla. Tal y como le habían prometido, una joven esclava togruta le dio acceso a través de la entrada de la armería, y lo acompañó hasta los pisos superiores guiándolo por los corredores más seguros.

Obi-Wan no se quedó solo hasta llegar ante la dependencia del oficial Galeh. En ese momento, la puerta se echó a un lado y unos brazos lo arrastraron al interior mientras esta se volvía a cerrar.

―¿Alguien te ha visto? ―preguntó Anakin tras soltarlo.

―Por supuesto que no. ―Obi-Wan dio una rápida ojeada a la estancia. El soldado descansaba inconsciente en su lecho, mientras su padawan y Seda esperaban en pie a que el veneno terminase de hacer efecto. La mirada de Obi-Wan se detuvo un instante en la muchacha, que en persona semejaba todavía más joven. Cuanto más lo pensaba más retorcido le parecía. Rastan era un ser despreciable, esclavizar a niñas inocentes y convertirlas en criminales, asesinas en contra de su voluntad..., era de locos. Pero Seda tampoco era una niña normal, el jedi había percibido su sensibilidad a la fuerza nada más verla.

Anakin supo enseguida qué pensamiento rondaba la mente de su maestro, a lo que respondió con un asentimiento. Ambos fueron conscientes de que, si todo salía bien, tendrían que tener una conversación con la chica.

»¿Cuál es la situación? ―El hombre volvió a tomar la palabra.

―Acabamos de inyectarle el veneno con esto. ―Seda le mostró una minúscula pistola de dardos―. Es el único modo de acelerar el efecto.

―Ya he intentado acceder a su mente, maestro, pero es demasiado confuso. No consigo distinguir nada claro ―añadió Anakin.

Obi-Wan asintió:

―Probaremos juntos.

Tras esas palabras, Seda fue testigo de cómo los dos jedi, con tan solo el control de la fuerza, obligaban al oficial a desvelar uno de los mayores secretos de Eclipse Blanco. No tardaron ni cinco minutos en obtener la ubicación exacta del mando central y las contraseñas necesarias para inutilizarlo. Sin embargo, la buena racha de la que habían gozado hasta el momento se terminó en cuanto abandonaron la habitación. En el corredor se toparon de lleno con una patrulla de guardias y dos pequeños comandos de droides.

―¡Es el jedi!, ¡ha escapado! ―exclamó uno de los hombres.

Obi-Wan activó su sable láser a la vez que Seda desenganchaba su electrovara del cinto y la desplegaba presionando un botón. Anakin tuvo que conformarse con el blaster que acababa de hurtar de la alcoba del oficial.

―Te dije que necesitaría mi espada ―comentó, dando un paso atrás para colocarse espalda con espalda con la chica y su maestro, los tres rodeados por miembros de Eclipse Blanco.

―No ha escapado ―siseó el que parecía el jefe de las patrullas―, Aybara lo ha liberado. Nos ha traicionado ―adivinó al verla con ellos―. ¡Apresadla, y acabad con los jedi!

Obi-Wan abrió mucho los ojos, sorprendido al reconocer el apellido de la chica. No obstante, no tuvo tiempo para darle vueltas, pues a la orden del oficial, los soldados y los droides se abalanzaron sobre ellos, obligándolos a pelear por sus vidas. A pesar de su inferioridad numérica, la habilidad en combate de los jedi y la esclava estaba muy por encima de la de sus enemigos, por lo que en pocos minutos fueron capaces de deshacerse de la mayoría.

Seda se enfrentaba a tres de los últimos droides cuando vio como uno de los soldados intentaba huir a por refuerzos.

―¡Anakin!

El aludido asintió y disparó al soldado, acertando de lleno. Ya no restaban enemigos en pie. Obi-Wan y la chica se reunieron con el padawan en el centro del corredor.

―Si se ha corrido la voz de que estáis aquí, el protocolo de seguridad se activará en cualquier momento. ―Seda plegó de nuevo su electrovara y se la colgó del cinto.

―Entonces tenemos que destruir el mando central cuanto antes. ―Asintió Obi-Wan―. Anakin, ve al hangar e inutiliza las naves. Nos aseguraremos de que Rastan y sus oficiales no escapen.

―Tienen decenas de vehículos, maestro, y tú mismo has dicho que se ha doblado la guardia en ese sector. Puedo hacerlo, pero no sé si lo lograré a tiempo.

―No lo harás solo. ―Seda encendió su transmisor. El holograma de su amiga rubia se materializó sobre su muñeca―. Vespe, necesito que vayáis al hangar e inutilicéis todos los cazas que podáis ―habló apresuradamente―. En cuanto terminéis, subid a una nave y salid volando de aquí. Dile a las chicas que no se preocupen por los dispositivos internos, nosotros nos encargamos.

―Seda, ¿qué está pasando? ―la voz de la esclava sonó preocupada.

―Tenemos las contraseñas ―contestó la aludida―. Vamos a destruir la fortaleza.

―¿Y cómo saldréis vosotros? ―insistió la rubia.

―Nos las ingeniaremos ―intervino Obi-Wan.

―No, no os dejaremos a vuestra suerte. ―Vespe negó con la cabeza―. Ayaka se llevará a las demás. Nova y yo nos quedaremos en una nave de apoyo para sacaros en cuanto empiece la autodestrucción.

―Pero...

―No hay discusión, Seda. ―La rubia se cruzó de brazos―. Ya te has arriesgado demasiado por nosotras. Además, sabes que Nova podría pilotar incluso con toda la fortaleza derruyéndose encima de su nave.

―Está bien. ―Las comisuras de los labios de la muchacha se alzaron en una expresión enternecida―. Intentaremos llegar lo antes posible. Tened cuidado. ―Cortó la comunicación.

Obi-Wan no pudo evitar sentir un renovado respeto por esas jóvenes que, en lealtad y coraje, no tenían nada que envidiarle a un jedi.

―Me aseguraré de ganar tiempo para que puedas destruir el mando ―dijo Seda mirando al maestro jedi.

―¿Qué vas a hacer? ―inquirió él.

―Iré con Rastan. Él es quien inicia el protocolo con una orden mental gracias a un neurotransmisor implantado. También se activa si su cerebro deja de funcionar por muerte, por eso no podíamos rebelarnos contra él ―explicó ella―. Lo distraeré hasta que termines tu parte.

―Es demasiado arriesgado. ―Anakin negó con la cabeza. No le gustaba la idea de dejarla sola con ese criminal, no después de haber sido testigo del modo posesivo en el que la trataba.

―¿Estás segura? ―añadió Obi-Wan, sin ocultar cierta inquietud.

―Tengo que hacerlo, si no llego a su alcoba enseguida se dará cuenta de que algo no va bien y el plan completo se irá a pique ―Seda respondió en tono impasible.

―¿Qué significa eso?, pero le prometiste a tus amigas que no irías sola. ―Anakin quiso retenerla tomándola del brazo, pero se contuvo al recordar la reacción de la chica cuando la había agarrado al salir de la celda.

―Si no quieres que lo haga sola, despeja el hangar rápido y ven a por mí.

Con estas palabras Seda le dio la espalda a los dos jedi y echó a correr hacia los aposentos del príncipe Rastan. Hacia su última oportunidad de venganza.

―Está loca ―declaró Anakin, completamente convencido―. No podemos dejarla, maestro.

―Síguela ―aceptó Obi-Wan tras un breve instante de reflexión―. Las otras chicas se encargarán de inutilizar las naves, tú captura a Rastan. Os buscaré en cuanto destruya el mando.

―Entendido. ―Anakin asintió, satisfecho con la orden, al tiempo que echaba a correr en la dirección por la que había desaparecido Seda unos minutos antes.




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Hello :)

De verdad tengo que daros las gracias por darle una oportunidad a esta historia ^_^ Espero que os siga gustando de momento jaja. He cortado aquí el capi, creo que ya era bastante largo, pero la semana que viene seguro subiré el próximo, ya para terminar el arco de Dantooine.

Muchísmas gracias por leer y votar, y sobre todo por los comentarios, me habéis sacado muchas sonrisas. Seguiré esforzándome para que os guste la historia ^_^

Besos :)

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