Cap. 19- Asgard

*En multimedia imagen de una armadura mandaloriana.

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Asgard (capital de Eriadu), 7 meses más tarde.


«Comando de Seguridad Real a transporte senatorial, por favor, reporten su código de acceso y punto de procedencia».

Desde el puente de mando en el interior de la nave, Obi-Wan Kenobi pulsó el transmisor para responder a la petición recibida desde las torres de vigilancia palaciegas, no obstante, Padmé, en pie a su lado, pidió adelantarse con un gesto de disculpa.

―Comando Real, al habla la senadora Amidala, les envío los datos de identificación. ―Tecleó la transmisión―. Me acompaña la delegación de la República desde Coruscant. Solicitamos permiso para aterrizar.

La respuesta no se demoró:

«Permiso concedido, senadora. Pueden aterrizar en la dársena 16. Es un placer tenerla de vuelta».

Padmé sonrió y cortó la comunicación.

Siguiendo las indicaciones recibidas, la nave senatorial dejó de sobrevolar el cielo de Asgard, para tomar tierra sobre la plataforma situada junto a las terrazas posteriores de palacio.

Padmé fue la primera en bajar por la rampa recién desplegada, acompañada por dos de sus doncellas, y escoltada por Anakin y Obi-Wan. Detrás de los caballeros jedi descendieron los soldados del escuadrón clon designado por el Canciller para sumarse a las defensas del sistema Eriadu.

En el hangar aguardaba una pequeña comitiva de dignatarios y guardias de palacio encabezada por Vespe Blue, ataviada con un elegante vestido en tonos claros y dorados, y peinada a la moda eriadense, con dos trenzas de raíz recogiendo su larga melena.

―Senadora Blue. ―Padmé inclinó la cabeza en un protocolario gesto.

―Padmé, tan correcta como siempre. ―Vespe se acercó a la joven con la que había compartido tanto tiempo últimamente y le dio un rápido abrazo.

Padmé le devolvió el apretón, contenta. Desde que Seda había nombrado a Vespe Blue senadora de Eriadu cinco meses atrás, ambas habían coincidido tanto en Coruscant, como en las numerosas ocasiones en las que la veterana había viajado al planeta natal de su antigua pupila, ya fuera por razones diplomáticas o personales.

Debía reconocer que, al principio había tenido sus reticencias en cuanto al nombramiento, pues dudaba de la formación política que la joven Blue había recibido en Eclipse Blanco, no obstante, tras verla en acción durante los debates senatoriales, no le quedó más remedio que tragarse sus reservas; Vespe no solo poseía amplios conocimientos sobre política y legislación, también contaba con un don natural para persuadir y convencer a los demás, en especial a los hombres, que parecían caer como moscas cada vez que ella abría la boca.

―Senadora. ―Obi-Wan se adelantó y tomó la mano de la rubia, depositando un suave beso sobre el dorso a modo de saludo―. Me alegra volver a verla.

―Por favor, Kenobi. ―Vespe sacudió la cabeza, divertida. El maestro jedi apenas había cambiado desde la última vez que lo había visto; ahora llevaba el cabello algo más corto, lo cual solo contribuía a acrecentar su indiscutible atractivo―. Creo que hemos superado la fase de los formalismos, ¿no crees?

Al lado de su antiguo maestro, Anakin no fue capaz de contener una risa.

―Anakin Skywalker. ―Vespe se volvió hacia él con una sonrisa de medio lado. Su último encuentro había sido cuando el chico la había pillado saliendo a hurtadillas de la habitación de Obi-Wan aquella lejana mañana en el Templo―. Veo que ya no eres padawan, enhorabuena.

A diferencia de Kenobi, Anakin sí que estaba distinto, más maduro y, sin duda, más guapo. Había crecido varios centímetros, y ya no lucía tras la oreja la típica trenza de los aprendices, ahora el pelo se le ensortijaba alrededor de la cabeza en desordenados rizos, dándole un aspecto rebelde y despreocupado. También le llamó la atención la cicatriz que le cruzaba el rostro en la comisura del ojo derecho y, por supuesto, el guante negro que cubría su brazo cibernético, recuerdo perpetuo de su duelo con Dooku.

―Pasé las pruebas hace cuatro meses ―informó el chico, orgulloso del nuevo récord que había establecido en los archivos de la Orden.

Lo habitual era que un padawan no alcanzara el rango de caballero hasta casi finalizada la veintena, incluso más tarde; sin embargo, él había logrado completar su instrucción apenas unos días después de su veinteavo cumpleaños. Obi-Wan, que ya había sido precoz en ese sentido, había conseguido el grado de caballero con veinticinco años, aunque era cierto que su caso tenía más mérito, pues Kenobi en lugar de superar las clásicas pruebas, había logrado la consideración de jedi tras matar a un lord sith, Darth Maul, el mismo que se había llevado por delante la vida de su maestro Qui-Gon Jinn.

―¿Y dónde está Seda, Vespe? ―intervino Padmé―. Le prometí que la ayudaría a ultimar los preparativos de la ceremonia.

Las pálidas mejillas de la rubia se volvieron aún más níveas. Exhaló un suspiro y tras ordenar a la comitiva eriandense que se dispersara, le hizo un gesto a los invitados para que la acompañaran al interior del palacio.

Eriadu, en especial Asgard, su capital, era un planeta cálido, moderno y bello. Siglos atrás la potente industria había llegado a socavar drásticamente los recursos naturales, sin embargo, en la actualizad los nativos habían conseguido solucionar el problema fusionando sus impresionantes avances tecnológicos con la exuberante naturaleza local. Los edificios, recubiertos en contrachapado dorado, parecían extensiones de las montañas circundantes, armónicas uniones de tradición y vanguardia; sobre todo el palacio real, que en magnitud y esplendor no tenía nada que envidiarle al edificio del Senado Galáctico.

Vespe condujo a los dos jedi y a la senadora Amidala hasta la torre oeste, donde se ubicaba el Centro de Comunicaciones. Con un gesto suyo, todos los agentes y funcionarios abandonaron la estancia, a excepción del capitán Emery, el jefe de la guardia eriadense. Tras las protocolarias y fugaces presentaciones, el hombre los puso al tanto de la situación.

En Eriadu se estaban diseñando y fabricando algunos de los dispositivos de defensa más explotados por el ejército de la República, modernos generadores de escudos, naves de sigilo y convertidores de hipervelocidad. Dada la importancia de estos dispositivos y el emplazamiento clave del planeta, ya habían sufrido un par de intentos de asalto separatista, sin embargo, hasta el momento ninguno había conseguido superar las defensas locales, reforzadas desde la llegada de Seda con las tropas clon del general Plo Koon*, quien por orden del Consejo Jedi, se había quedado coordinando el avance de la guerra en ese sector.

El problema había surgido una semana atrás, cuando en una revisión rutinaria habían descubierto que alguien había robado los diseños de la última partida de dispositivos distribuidos.

―Cruceros estelares, fragatas militares, escuadrones de cazas... Más de la mitad de la flota del ejército de la República lleva instalada nuestra tecnología defensiva. ―Vespe suspiró. Quién hubiera robado esos diseños podría acceder a los puntos débiles de gran parte de la armada.

Obi-Wan se acarició la barba, pensativo

―¿Habéis identificado a los ladrones? ―preguntó.

En lugar de responder, el capitán Emery activó la mesa holográfica del centro de la sala.

―Logramos rastrearlos hasta Carlac. ―Una imagen tridimensional del sistema se desplegó ante ellos. El capitán señaló un planeta cercano a Eriadu, a poco más de una hora de vuelo―. El maestro Plo Koon partió ayer, junto con su Alteza y el gobernador Blue.

―¿Ayer? ―Anakin frunció el ceño―. ¿Y no habéis vuelto a tener noticias de ellos?

―Esta mañana perdimos toda comunicación ―contestó Vespe, preocupada.

―¿Alguien más lo sabe? ―inquirió Obi-Wan.

Vespe negó con la cabeza.

―Todavía no hemos dicho nada, no podemos permitirnos que la información se filtre y los separatistas se enteren de que nuestro general jedi y nuestros líderes están desaparecidos.

―Habéis hecho bien. ―Padmé le dedicó una sonrisa tranquilizadora a la rubia. No obstante, en cuanto apartó la mirada, no pudo evitar que un gesto de inquietud se instalara en su rostro. Tal vez Seda ya no fuera su pupila oficialmente, pero sí seguía siendo su protegida, le había cogido demasiado cariño. Necesitaba saber que estaba bien.

―Seda estará bien. ―Como si acabara de leerle el pensamiento, Anakin le posó una mano en el hombro a la senadora Amidala―. Está perfectamente capacitada para protegerse, y el maestro Plo está con ella.

―Pero mañana es la Ceremonia de Cesión ―intervino Vespe―. Si Seda y mi hermano no aparecen, todo el mundo sabrá que algo ha sucedido. Sé que estarán bien ―añadió, en un intento de convencerse a sí misma tanto como a los demás―, pero es importante que lleguen a tiempo. Si no lo hacen, antes de que nos demos cuenta, tendremos otro asalto separatista sobre nosotros, y sin el general Plo Koon para coordinar a las tropas...

―Los encontraremos. ―Obi-Wan le dirigió a la rubia una de sus serenas miradas, de esas que solo él sabía bosquejar, rebosantes de tranquilidad y confianza―. Anakin y yo partiremos enseguida y estaremos de vuelta antes de la ceremonia.

Anakin asintió, de acuerdo con las palabras de su antiguo maestro. A fin de cuentas, habían arribado a Eriadu por tres razones: Asistir como representantes de la República a la ceremonia de Cesión, custodiar el transporte de los últimos dispositivos de defensa hasta la capital (pues las rutas cercanas cada vez sufrían mayor acoso por parte de las tropas separatistas) y, por último, escoltar a Seda hasta Coruscant.

Sin duda, de todas ellas, la más importante para Anakin era la última. No pensaba abandonar Eriadu sin Seda.

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Carlac era un planeta congelado, cubierto de nieve por todas partes y asolado por una ventisca constante, aunque no demasiado agresiva.

Aterrizaron la pequeña lanzadera en una explanada parcialmente protegida de la tormenta por las montañas adyacentes. Obi-Wan realizó una última comprobación en los controles de la nave, para cotejar las coordenadas actuales con las últimas enviadas por el maestro Plo Koon; luego se colocó la parka de invierno y salió al exterior, donde Anakin ya aguardaba con un dispositivo detector de calor en las manos.

―La señal es más fuerte en esa dirección ―informó el chico, arrebujándose en su abrigo.

El maestro jedi asintió. Subieron en los dos speeders de nieve que habían llevado consigo, y emprendieron la marcha, con Anakin a la cabeza siguiendo el rastro marcado por el detector.

Se detuvieron cuando el dispositivo dejó de transmitir. Ante sus ojos se elevaba una considerable antena de comunicaciones, bastante antigua, pero de buena calidad... si no fuera porque estaba destrozada. Y, a juzgar por las chispas que todavía se desprendían desde determinados circuitos, quién quiera que hubiera acometido contra ella, lo había hecho recientemente.

―Con razón se perdieron las comunicaciones ―comentó Obi-Wan, observando la antena todavía desde su speeder.

―No es lo único que se ha perdido. ―Anakin frunció el ceño―. Este trasto ya no marca nada ―con un resoplido de frustración lo lanzó lejos.

―Cálmate, Anakin. Puedo percibir tu preocupación a kilómetros de distancia.

―Y yo la tuya, maestro ―rebatió él, en tono tranquilo, pero con un deje burlón.

Aunque ya no era el padawan de Obi-Wan, este había sido ascendido a maestro jedi al entrar a formar parte del Alto Consejo seis meses atrás; mientras que él, de momento, solo era un caballero. La tradición de la Orden establecía por tanto que el apelativo para Kenobi era maestro. En cualquier caso, obviando los formalismos, para Anakin, Obi-Wan siempre sería su mentor y guía.

El aludido se encogió de hombros. ¿Para qué negar lo evidente? Estaba preocupado, y no solo por el peligro que entrañaría la caída en manos enemigas de esos diseños, sino también por su compañero Plo Koon y por Seda.

En ese momento los párpados de Anakin se abrieron al máximo.

―¿Has sentido eso? ―Miró a Obi-Wan, quien asintió despacio. Una perturbación en la fuerza, la presencia de Seda, y un poco más débil, la del maestro Plo Koon.

―Es una trampa ―avisó Kenobi, un segundo antes de que la superficie bajo ellos se desmoronase, arrastrándolos en una larga caída por un túnel subterráneo.

Ambos consiguieron evitar el impacto gracias al uso de la fuerza. Sin embargo, en cuanto alzaron las miradas, se vieron rodeados por una veintena de cazarrecompensas, vestidos con modernas armaduras y cascos mandalorianos, y apuntándolos al pecho con potentes blasters.

―Tengo un mal presentimiento ―comentó Anakin, colocándose a la espalda de Obi-Wan.

―Tirad las armas ―ordenó uno de los cazarecompensas.

―Por favor, no hay razón para que no hagamos esto de un modo civilizado ―dijo Kenobi en tono despreocupado―. Venimos buscando a nuestros amigos, una dama y dos caballeros, ¿por casualidad no los habréis visto?

A modo de repuesta, el más adelantado de todos disparó su blaster, impactando a escasos milímetros de la cabeza del jedi.

―He dicho que tiréis las armas.

―Creo que no quieren negociar, maestro ―intervino Anakin encogiéndose de hombros.

Obi-Wan le devolvió una mirada divertida y, acto seguido, ambos activaron el filo de sus sables de luz.

Una lluvia de disparos comenzó a caer sobre ellos. Aunque los jedi se las arreglaban para rechazar la mayoría con sus espadas láser, los cazarrecompensas no eran simples droides de combate, estaban mejor entrenados y conocían el terreno.

Por un segundo, Obi-Wan estuvo a punto de dudar de sus posibilidades, sin embargo, en ese momento, dos de los cazarrecompensas se volvieron contra los suyos.

―¿Has visto eso? ―inquirió Anakin, señalando con la mirada a los dos mercenarios.

―Estoy tan sorprendido como tú. ―contestó Obi-Wan, haciéndose oír por encima del fuego cruzado.

Apenas un minuto más tarde, la mayoría de los cazarrecompensas de ese primer asalto, o estaban en el suelo, o habían corrido a esconderse en los laberínticos túneles. Solo los jedi quedaban en pie, además de los dos intrigantes mandalorianos.

El primero, una mujer, a juzgar por la forma en la que la armadura se adaptaba a sus esbeltas curvas, se guardó el blaster en el cinto y se acercó a ellos al tiempo que se despojaba del casco.

Una voluminosa melena azabache quedó al descubierto, enmarcando el inconfundible rostro de Seda Aybara, en ese momento contraído en una expresión de enojo.



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* (Con el estallido de la guerra, todos los jedi en activo adquirieron el rango de general, por lo que cada uno de ellos contaba con varios regimientos clon a su cargo; los padawan, por su parte, ostentaron el grado de comandantes. Es decir, la guerra estaba dirigida por los jedi en el bando republicano, aunque estos respondían ante el Canciller Supremo)

Bonjour ^_^

Acabo de llegar a casa, estoy terminando de deshacer la maleta mientras escribo esto xD. Como habéis visto, hay un salto temporal importante entre el anterior y este, don't worry todo lo que no entendáis aún, se explicará en los capítulos venideros (y también se resolverán las preguntas, cómo cuál fue la reacción de Seda al beso de Anakin y en qué punto está su relación ahora xD)

Espero que os haya gustado, y que la espera haya merecido la pena :P y por cierto, ¿qué os parece la nueva portada? Quería cambiarla para simbolizar también que hemos llegado a una nueva parte de la historia, sin duda la que tendrá más drama, acción y chicha jajaja. Las guerras clon son una época que creo que tiene muchísimo para explotar, a partir de ahora encontraréis tanto capítulos ambientados en momentos de la serie como partes totalmente originales.

Hasta el próximo jueves :)

Muchos besos y mil gracias a todos los que leéis votáis y comentáis ^_^

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