Cap. 16- La furia de un jedi
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Una terrible perturbación en la fuerza atravesó su sistema nervioso cual descarga eléctrica. El miedo, la ira, la frustración y el sufrimiento de Anakin inundaron todos sus sentidos, cegándola momentáneamente de la visión de la realidad.
Cuando horas más tarde, el joven jedi regresó a la residencia de los Lars con un cuerpo en brazos, Seda no tuvo necesidad de preguntar qué había ocurrido.
Enterraron a Shmi Skywalker esa misma mañana, en el patio exterior de la granja. Anakin y Seda se reunieron con Craig, su hijo Owen y su nuera Beru junto a la tumba recién erigida. El improvisado velatorio fue breve, pero no por ello menos triste. Después, el jedi se encerró en el viejo taller de la vivienda, y no volvió a salir en toda la tarde.
Con la caída de la noche, Seda petó a la puerta. El padawan estaba en la otra punta de la habitación, concentrado en reparar alguna clase de motor.
―Se le ha roto el cambio ―explicó él cuando la sintió llegar―. La vida parece más sencilla cuando arreglas objetos. ―Tenía la voz rasposa, como papeles de lija rozando entre sí, y la mirada perdida, derrotada―. Soy bueno arreglando cosas, siempre lo he sido, pero hoy... No he podido. ―Con un resoplido de frustración dejó lo que estaba haciendo y alzó el rostro hacia la joven―. ¿Por qué ha tenido que morir?, ¿por qué no he podido salvarla? ―Sacudió la cabeza, al tiempo que se desplazaba por la pequeña estancia, hasta detenerse junto al alféizar de la ventana. En el exterior, las tres lunas de Tatooine irradiaban su habitual resplandor rojizo, como todas las noches. Como si todo fuera igual...―. ¡Sé que habría sido capaz!
Seda bajó la mirada inconscientemente; la frustración de Anakin era contagiosa. Tenía los labios apretados y se abrazaba a sí misma. También ella estaba familiarizada con la inevitable culpabilidad que siempre se alzaba victoriosa frente a la lógica.
―A veces hay cosas que nadie puede arreglar ―dijo, volviendo a alzar el rostro hacia el joven que todavía le daba la espalda―. No eres todopoderoso, Anakin. ―Hundió los hombros y suspiró―. Nadie lo es.
―¡Pues tendría que serlo! ―Él se volvió hacia ella. Todavía apoyado junto a la ventana, asintió para sí mismo―. Algún día lo seré. Me convertiré en el jedi más poderoso que jamás haya existido. Aprenderé a evitar que las personas mueran.
―Anakin... ―En el semblante de Seda se formó una expresión turbada.
Apenas tres meses atrás, durante la breve parada que habían hecho en Takodana, el padawan le había dicho algo semejante. Por aquel entonces le había parecido una reflexión altruista, incluso desinteresada, basada únicamente en la necesidad de proteger a los demás. Pero, ahora, Anakin hablaba desde el dolor, la ira y el odio.
―¡Toda la culpa es de Obi-Wan! ―continuó el jedi―. Tiene celos, ¡no me deja avanzar!
Seda contuvo un suspiro. Desde su perspectiva, Obi-Wan era un gran maestro. Pero ese no era momento para ponerse a discutir fruslerías emergidas únicamente de la frustración.
―¿Qué te pasa, Anakin?
El asesinato de Shmi Skywalker era motivo más que suficiente para justificar la rabia del padawan, sin embargo, presentía que algo más había ocurrido. No era una experta en los misterios de la fuerza, pero lo que había percibido la noche anterior, no era algo habitual. De eso estaba segura.
Anakin le dio la espalda de nuevo, necesitaba unos segundos antes de contar la verdad.
―Yo los... Los maté. A todos. ―Un par de lágrimas le resbalaron por las mejillas. No se detuvo a considerar si procedían de la rabia, la culpa o la tristeza, simplemente se las secó con la manga de la camisa―. Están muertos. ¡Todos están muertos! ―confesó entre dientes, volviéndose hacia la chica, cuyas facciones se habían contraído en una expresión insólita, entre el horror y la compasión―. Y no solo los hombres, también las mujeres, al igual que los niños... ―continuó, ya sin intentar disimular todo el desprecio contenido―. Son como animales, ¡y los he aniquilado como animales! ¡Los odio!
Con el último grito se dejó caer contra la pared. Rendido, se deslizó hasta el suelo, donde quedó sentado, con las rodillas contra el pecho y la cabeza sujeta entre ambas manos.
Seda apretó los párpados, contrajo la mandíbula y cerró los puños durante unos segundos. Estaba asustada, pero no de Anakin, él nunca le haría daño..., sino de sus propios sentimientos. Porque lo que él acababa de confesar era despreciable y, sin embargo, ella no era capaz de despreciarlo.
En el fondo lo comprendía. Prefería no pensarlo, pero de haber estado en su lugar, tal vez ella no habría actuado de manera muy distinta... Al fin y al cabo, ya había matado antes; y, aunque siempre lo había hecho por imposición de su antiguo amo, el impulso seguía ahí. Pues, si había algo que de verdad lamentaba, era haber perdido la oportunidad de vengarse de Rastan. De él y de todos los instructores, soldados y esclavistas que les habían amargado la vida a ella y a sus amigas desde su infancia.
Sacudió la cabeza, tratando de apartar todos los pensamientos nocivos, antes de acercarse a Anakin y dejarse caer junto a él.
―Enfurecerse es humano ―se limitó a decir, con intención de consolarlo a él, pero también a sí misma.
El chico alzó el rostro. La angustia reflejada en esos orbes claros, ahora más brillantes que nunca a consecuencia de las lágrimas reprimidas, era casi palpable.
―Soy un jedi, Seda. ―Suspiró―. Se supone que tengo que estar por encima de esto.
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A la mañana siguiente C3PO entró apresuradamente en la habitación del joven padawan. R2D2 había recibido un mensaje urgente de Obi-Wan.
Sin apenas detenerse, más que para despedirse de los Lars, Anakin y Seda, junto con los dos droides, regresaron a la nave a escuchar el comunicado.
La figura del maestro jedi se desplegó en el proyector holográfico antes de que su juvenil voz inundara las paredes metalizadas:
―Anakin, mi transmisor de largo alcance no funciona, retransmite este mensaje a Coruscant. ―El padawan obedeció la orden mientras el holograma continuaba hablando―. Seguí al cazarecompensas Jango Fett hasta las fundiciones de droides de Geonosis. No hay duda de que el Virrey Gunray está detrás de los intentos de asesinato de la senadora Amidala. Además, los gremios y la Federación de Comercio han ofrecido sus ejércitos al Conde Dooku para formar un..., espera...
Kenobi desenvainó su sable de luz justo antes de que un pelotón de droides entrara en la imagen holográfica. Se sucedieron varios disparos y luego la transmisión se cortó.
El mensaje había sido grabado la tarde anterior. A esas alturas Obi-Wan ya debía de ser prisionero del enemigo, o algo peor. Incluso antes de que alguno de los dos jóvenes pudiera comentar nada al respecto, otra transmisión llegó a la nave, esta del Templo Jedi en Coruscant, donde acababan de recibir el mensaje recién retransmitido.
El maestro Mace Windu le ordenó a Anakin que no interviniera; su misión y máxima prioridad era proteger a la senadora. Él y un grupo de jedi se ocuparían del Conde Dooku y de rescatar a Obi-Wan.
El padawan aceptó las órdenes y cortó la transmisión. Esta vez Seda no esperó para hablar.
―No llegarán a tiempo para salvarle, tienen que cruzar media galaxia ―señaló la joven―. Nosotros estamos mucho más cerca de Geonosis. Debemos ir.
―Si aún sigue con vida ―murmuró el padawan.
―¡Anakin!, ¿te quedarás sentado viéndole morir? ―Seda frunció el ceño, perpleja―. Es tu amigo, tu mentor...
―¡Es como mi padre! ―admitió el jedi. Por supuesto que le preocupaba la vida de su maestro. Ahora que su madre había fallecido, Obi-Wan era lo más cercano a una familia que le quedaba. Nadie lo conocía como Kenobi, él lo había visto crecer, le había enseñado todo lo que sabía, lo había protegido y cuidado desde que era un infante...―. Pero el maestro Windu me ha ordenado rigurosamente que proteja a la senadora. Debemos regresar a Naboo.
Seda alzó las palmas de las manos en un gesto de renuncia.
―Muy bien, tienes razón. Tu misión es proteger a Padmé. Tú tienes que volver. ―Sin mirarlo, y con una mueca casi agresiva en el rostro, se giró hacia los mandos de la nave―. Pero yo no soy jedi y no tengo porqué obedecer las órdenes de ningún maestro.
Anakin arqueó las cejas. La joven ya estaba activando los motores y programando la dirección de Geonosis.
―Sabes que no voy a permitir que vayas sola, ¿verdad? ―intervino el chico, a medida que una sonrisa torcida empezaba a formarse en sus labios.
―Entonces tendrás que acompañarme ―sentenció Seda.
Anakin exhaló un suspiro divertido, mientras se dejaba caer en el asiento del copiloto.
―A veces, que seas así de tozuda, tiene sus ventajas ―reconoció, satisfecho de contar con una buena excusa para poder acudir al rescate de su maestro.
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El trayecto hasta Geonosis fue breve. Una vez en el rocoso planeta, Anakin guio la nave a través de un orificio de escape que los dejó directamente en el interior de la fábrica de droides donde los separatistas armaban su ejército.
―¿Qué harás si nos encontramos con el Conde Dooku? ―El padawan realizó la pregunta mientras aterrizaba.
Seda arqueó las cejas.
―¿Por qué me preguntas eso? ―inquirió, sin alzar la vista del arcón de armamento, en el cual buscaba una electrovara, o un blaster en condiciones.
―Bueno, sé que es tu tío, pero también es el líder de los separatistas, y me preocupa que...
―Anakin ―Seda lo interrumpió, incorporándose ya con un par de blasters ligeros que se enganchó al cinturón―, no conozco a Dooku de nada. Lo único que sé de él es que pretende destruir la República y que ha hecho prisionero a Obi-Wan, a quien, por cierto, sí conozco y le tengo bastante aprecio ―explicó con un deje de obviedad―. ¿Te preocupa mi lealtad?
El chico sonrió, divertido.
―Nunca he dudado de tu lealtad ―alegó, dejando los controles de la nave y volviéndose hacia ella―. En realidad, me preocupa que te dé por intentar neutralizar a todos los separatistas a ti sola. Dooku es peligroso, y también sus aliados.
―Lo de ir de temerario por la vida te lo dejo a ti. ―Seda esbozó una mueca irónica y se puso en pie―. De hecho, pensaba poner en práctica las enseñanzas de Padmé. Quizá haya una solución diplomática a esta intriga.
―¿En serio? ―Anakin enarcó una ceja, burlón, y clavó la mirada en las armas que la chica se había colgado al cinto―. Esos blasters no parecen muy diplomáticos.
Ella se encogió de hombros y le guiñó un ojo. Acto seguido, ambos abandonaron la nave; el jedi con una expresión divertida en los labios.
Definitivamente, había renunciado a discutir con Seda.
La entrada en la Fundición fue sencilla, pese al cegador vapor de agua procedente de la caótica maquinaria, fueron capaces de colarse con facilidad. Con demasiada facilidad. Pronto se dieron cuenta de que habían caído en una trampa, los geonosianos (horribles insectoides del tamaño de un humano), los esperaban, y no tardaron en rodearlos, negándoles toda posibilidad de defenderse.
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Seda apretó los párpados. Tal y como Anakin le había enseñado, se concentró en vaciar su mente de distracciones, fijando toda su energía en los grilletes magnéticos que le rodeaban las muñecas.
Medio minuto más tarde, abrió un ojo. Las cadenas seguían herméticamente cerradas.
Una serie de maldiciones nada apropiadas para una señorita escaparon de sus labios. ¿De qué le servía su conexión con la fuerza, si ni siquiera era capaz de liberarse de unas simples esposas?
Ya había transcurrido casi una hora desde que los separatistas los habían atrapado y separado. A Anakin lo habían conducido ante los líderes del movimiento para juzgarlo, mientras que, a ella, por algún extraño motivo que nadie le había explicado, la habían trasladado directamente hasta esa vieja mazmorra.
Estaba sola, esposada y desquiciada de pura impaciencia.
―No te esfuerces, querida. Esos grilletes están hechos a prueba de jedi.
Seda buscó con la mirada la procedencia de la voz que acababa de intervenir. Ante sus ojos, al otro lado de los barrotes metálicos de la prisión, reconoció al infame Conde Dooku. Había visto su imagen en la galería de retratos del Templo Jedi, sin embargo, debía admitir que, en persona, el líder separatista era mucho más imponente.
El hombre abrió la compuerta y pasó al interior de la estancia. Cuando estuvo ante la joven, inclinó la cabeza en un cortés, irónico y casi surrealista saludo, teniendo en cuenta las condiciones que los rodeaban.
―Sin duda eres la viva imagen de mi apreciada Tiaris ―comentó Dooku con cierta nostalgia―. Lamento las circunstancias de nuestro encuentro, Seda, pero espero que comprendas que me complace enormemente saber que estás viva y a salvo. Siempre tuve en alta estima a tu madre.
La joven ladeó la cabeza, incrédula. La situación era completamente absurda.
―¿Qué quieres, Dooku? ―espetó―. ¿Dónde están Anakin y Obi-Wan?, ¿qué les has hecho?
―Los jedi están vivos, de momento, pero no por mucho tiempo. Han sido sentenciados a morir en la arena ―explicó en tono pausado, como si hablara del clima.
―Estáis cometiendo un acto de guerra ―protestó Seda―. La República os lo hará pagar.
―La República está condenada. No se puede arreglar lo que está destrozado. Es hora de empezar un nuevo orden ―alegó el separatista. Un breve silencio sucedió a sus palabras; durante varios segundos, sus ojos no se apartaron de los de la joven, como si con la mirada fuera capaz de leerle el alma―. Y esperaba que tú pudieras ayudarme en ello.
Los párpados de Seda se abrieron al máximo. No daba crédito a lo que estaba oyendo.
―Estás loco ―respondió.
―Solo conoces una versión de la historia, querida Seda. La Orden Jedi, el Senado, la República... están envenenados. Ya no pueden velar por el bien común.
―¿Y tú sí? ―contestó ella, en tono sarcástico.
―Sí ―sentenció―. Pero eso no es lo único de lo que quería hablarte. ―Dio un par de pasos, acercándose más a la chica―. En cuanto llegasteis a Geonosis, sentí tu huella en la fuerza. Eres poderosa, Seda. No se me ocurre nadie mejor que tú para convertirse en mi aprendiz. Sangre de mi sangre, y futura reina de un importante enclave en el Borde Exterior. Juntos podríamos lograr grandes cosas. No tenemos porqué ser enemigos.
Seda sintió su semblante palidecer. ¿Aprendiz...?
―Tú... eres un lord Sith ―musitó.
Dooku asintió, sin inmutarse.
―El lado oscuro de la fuerza es el único que puede otorgarte el auténtico poder. Los jedi lo rechazan porque le temen, pero tú no. Tú eres más lista que eso. ―Clavó sus ojos negros en los de la chica, cuyas pupilas habían comenzado a dilatarse―. Puedo percibirlos en ti, la ira, el rencor, el odio, el dolor... Estás más cerca del lado oscuro de lo que crees ―susurró―. Si te unes a mí, si te conviertes en mi aprendiz, te prometo que tendrás la venganza que tanto ansías. Te prometo que juntos haremos sufrir a los que te han hecho tanto daño. Los haremos pagar por las vidas inocentes que se han cobrado.
Seda apretó los párpados. No quería seguir escuchando, no quería caer en la tentación y, mucho menos, guiada por ese hombre. Pero, ¿y si él tenía razón? Todos esos sentimientos estaban en su interior, atormentándola día a día, noche tras noche. Deseaba la venganza ¿significaba eso que estaba condenada a convertirse en un sith?
No, no podía ser tan simple. Quería venganza, pero también quería lo mejor para sus amigas, quería el bienestar para Eriadu, un pueblo que ni siquiera recordaba. Quería aprender a ser una jedi, luchar por la paz y ayudar a los que no pueden protegerse a sí mismos. Y, sobre todo, quería salir de ahí y rescatar a Anakin y Obi-Wan, a quienes Dooku pretendía sentenciar en pocos minutos.
―No. ―Negó, vehemente―. Jamás me uniré a ti, no caeré en el lado oscuro.
El Conde Dooku exhaló un suspiro.
―No prometas lo que no puedes cumplir, querida Seda ―respondió―. No tienes que tomar una decisión ahora. Piénsalo, hablaremos después de las ejecuciones.
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Hy everyone! :)
Al fin Seda ha conocido a su querido tío xD. Yo creo que se han caído bien jaja. En fin, espero que os haya gustado el capítulo, el siguiente va a estar cargadito de acción, y el siguiente de algo más. Ya me entendéis xD.
Por cierto, si queréis podéis echarle otro vistazo al apartado de presentaciones, lo he actualizado con nuevos gif y personajes.
Muchas gracias a todos por leer, votar y comentar. Prometo actualizar el viernes que viene, fijo ;)
Besos.
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