Cap. 11- Atentado en la noche
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En Coruscant las noches no eran oscuras. El sol desaparecía tras completar su ciclo, pero la ciudad no cesaba de bullir en actividad; las luces de los comercios, de los vehículos, de los clubes y de los edificios eclipsaban el lejano brillo de las estrellas y cubrían la superficie del planeta de una curiosa luminiscencia multicolor y artificial, pero no por ello menos hermosa.
Seda no podía dormir. Los últimos acontecimientos habían revuelto recuerdos y emociones que todavía no había terminado de superar. El atentado contra la nave senatorial no dejaba de repetirse en su cabeza, confundiéndose con la huida de Dantooine y la muerte de sus amigas. Tenía miedo de perder a Padmé también.
Por eso, en lugar de retirarse a descansar, como le había hecho creer a su mentora, en ese momento se encontraba varios pisos por debajo de su departamento, en la sala de comunicaciones, contándole a Nova todo lo ocurrido. Tal vez ya no pudiesen verse tan seguido, pero tanto la pelirroja como Vespe seguían siendo su familia; hablar con ellas siempre la reconfortaba, al menos en parte.
Cuando cortó la transmisión, se arrebujó en la fina bata de raso que cubría su camiseta y short de pijama, y salió a los corredores principales, donde Gregor Typho y el maestro Kenobi terminaban de comprobar los detalles de la seguridad del edificio.
En cuanto la vio, Obi-Wan se disculpó con el capitán para acercarse a la joven.
―¿Anakin sabe que has salido? ―preguntó―. ¿O te has escabullido? ―Tenía los brazos cruzados en actitud reprobatoria, pero una sonrisa divertida le adornaba el rostro.
―Él todavía no había llegado cuando salí. Llevo bastante rato en la sala de transmisiones.
―De todos modos, no deberías estar sola ―respondió el jedi tras un breve asentimiento―. Vamos, te acompaño.
―No necesito que me protejas, Obi-Wan. ―Ella rodó los ojos, pero lo siguió hasta las puertas del ascensor.
―Lo sé, Seda. Estás más que capacitada para defenderte sola. ―Él sonrió, a la vez que la dejaba pasar delante y marcaba el piso del departamento de Padmé―. Pero hace mucho que no nos vemos, quería saber cómo estás, conversar un poco. No me negarás el placer de tu compañía, ¿verdad?
Las puertas se cerraron al mismo tiempo que las comisuras de los labios de la chica se alzaban ligeramente.
―Me gusta que sigas llamándome por mi nombre ―confesó―. Sin títulos ni protocolos.
―Para mí siempre serás aquella valiente niña de Dantooine ―respondió él con naturalidad.
Seda frunció el ceño. El apelativo le acababa de sentar como un jarro de agua fría. Por algún motivo, le molestaba demasiado que precisamente Obi-Wan la considerase una niña. Tal vez fuera joven, pero había vivido mucho más que hombres y mujeres que le doblaban la edad. Estaba segura de que a Anakin no lo llamaban niño cuando tenía dieciséis años.
El maestro Kenobi la miró con curiosidad durante unos segundos, para luego esbozar una expresión afable.
―Perdona si te he ofendido, no era mi intención ―dijo―. Sé que eres muy madura para tu edad. Nunca me atrevería a menospreciar todo lo que has pasado.
Ella agitó una mano, restándole importancia.
―No pasa nada ―contestó. Sin embargo, el comentario siguió zumbándole en el cerebro a lo largo de los siguientes veinte pisos.
Las puertas se abrieron al llegar al departamento de Padmé, donde Anakin ya hacía guardia en medio de un silencio casi sepulcral.
―El capitán Typho tiene hombres de sobra abajo. ―Kenobi se quitó la capa al entrar y la dejó sobre uno de los sofás―. Ningún asesino actuaría por ahí.
Anakin arqueó las cejas al ver a Seda acceder a la sala tras su maestro.
―¿Dónde demonios te habías metido? ―inquirió, sin disimular cierta irritación―. Se supone que tenemos que protegeros, ¿cómo voy a cumplir mi misión si desapareces sin avisar?
Ella arqueó las cejas.
―Que yo sepa, vuestra misión es la senadora, no yo ―contestó. ¿Qué le pasaba a esos dos? Esa necesidad patológica por protegerla empezaba a sacarla de quicio. No era una niña indefensa, nunca lo había sido y, desde luego, no pensaba convertirse en una para alimentar el ego de dos jedi con complejo paternalista.
―Estás con ella, entras en el paquete ―sentenció Anakin―. Todavía no está claro quién atentó contra tu familia, y Rastan sigue suelto y desaparecido ―añadió en tono reprobatorio―. No puedes comportarte de manera tan temeraria.
Seda estaba a punto de replicar, ¿en serio él le decía que no fuera temeraria? Pero Obi-Wan puso fin a la discusión interponiéndose entre ella y el padawan.
―Está bien, Anakin. Estaba conmigo ―dijo, aunque su tono de voz y expresión parecieron apoyar las palabras anteriores del chico―. ¿Qué tenemos por aquí?
El aludido suspiró, más calmado.
―Solo silencio. No me gusta quedarme quieto a esperar a que le pase algo a Padmé ―confesó.
El maestro jedi asintió, al tiempo que sacaba el dispositivo de seguridad de su cinturón, para revisar las grabaciones del departamento.
―¿Qué sucede? ―preguntó desconcertado, al ver que no recibía ninguna imagen desde la habitación de la senadora.
―Ha tapado las cámaras ―explicó Anakin―. No le gusta que yo la esté observando.
Seda esbozó una mueca irónica.
―Cómo se le ocurre... ―Kenobi puso los ojos en blanco. Estaba rodeado de jóvenes temerarios, cabezotas e impulsivos.
―No pasa nada, ha programado a R2 para que nos avise en caso de que entre un intruso. ―El padawan se encogió de hombros―. Queremos atrapar a ese asesino.
Tanto Obi-Wan como Seda comprendieron al instante lo que Anakin insinuaba.
―La utilizas como cebo ―adivinó Kenobi.
―Fue idea suya ―se apresuró a aclarar el chico.
―Eso es muy propio de Padmé ―admitió Seda, con un suspiro de resignación.
―Tranquilos, no corre ningún peligro. ―Anakin llevó las manos al frente―. Percibo todo lo que ocurre en esa habitación.
Obi-Wan realizó un gesto negativo con la cabeza, poco convencido. Luego dirigió el rostro hacia la puerta de la alcoba.
―Es muy arriesgado. Y tus sentidos no están afinados, mi joven aprendiz.
―¿Y los tuyos sí? ―replicó Anakin, algo molesto.
El maestro se giró hacia el chico con deliberada parsimonia. Prácticamente había criado a Anakin. Sabía de sobra que no servía de nada seguirle el juego cuando se dejaba llevar por su fuerte temperamento.
―Pues tal vez sí ―respondió, sonriendo con sosegada indiferencia.
Este exhaló un suspiro de puro hastío y se dirigió a la terraza. No tenía sentido seguir discutiendo. Tras un par de segundos para calmarse, volvió a mirar hacia el interior del salón.
―Lo siento, maestro ―dijo. Para luego dirigir otra mirada de disculpa a Seda.
Obi-Wan meneó la cabeza restándole importancia.
―Te veo cansado, Anakin. ¿Estás bien?
―Es solo que no consigo dormir bien. Sueño con mi madre todas las noches. ―Bajó la mirada, nostálgico.
Kenobi se acercó y le dio una palmada en el hombro en un gesto de comprensión.
―Hasta que un día ya no lo hagas.
Era perfectamente consciente de lo traumático que había sido para el Anakin de nueve años abandonar a su madre para seguir la senda de los jedi. También sabía que su padawan no se arrepentía de la decisión, pero eso no evitaba que el remordimiento acudiese de vez en cuando para atormentarlo. Al fin y al cabo, eran humanos. Les enseñaban a controlar las emociones, no a erradicarlas.
Seda observó la escena algo incómoda, pero curiosa. Anakin nunca le había hablado de su pasado antes de entrar en la Orden, pero era evidente que algo lo reconcomía.
―Me gustaría más soñar con Padmé ―concluyó el padawan.
La compasión que la joven princesa había empezado a sentir se esfumó de golpe con esas palabras. Se dio la vuelta, molesta consigo misma por haberse preocupado, aunque fuera por un segundo, por ese crío engreído. No obstante, una acusada sensación de vacío y frío se instauró en su interior de repente, desplazando cualquier otro pensamiento.
―¿Sentís eso? ―Se giró hacia los dos jedi, que enseguida interrumpieron su conversación y asintieron al unísono.
Ninguno se demoró a analizar la situación. Penetraron a toda prisa en los aposentos de la senadora. Anakin encendió su espada láser y saltó sobre la cama, aprovechando el impulso para cortar por la mitad a las dos serpientes gusanoides que estaban a punto de morder a una dormida Padmé.
La joven política se despertó sobresaltada por el ruido, justo a tiempo para ver a Obi-Wan lanzarse por la ventana y engancharse al pequeño droide volador que sin duda había introducido esos bichos en su alcoba.
―¡Quedaos aquí! ―Anakin les dirigió una rápida mirada a Padmé y Seda y salió corriendo de la habitación. Tenía que seguir a su maestro.
La primera asintió, todavía en shock por el ataque, sin embargo, la segunda no estaba dispuesta a quedarse de brazos cruzados.
Seda alcanzó a Anakin en el hangar privado de la senadora. El chico acababa de meterse de un salto en un speeder de color amarillo.
Antes de que él pudiera impedírselo, ella imitó su acción, saltando al asiento del copiloto.
―¡Te dije que te quedaras! ―la reprendió él.
―¿Desde cuando hago lo que me dices? ―contestó ella―. Vamos, arranca. No hay tiempo.
El padawan no discutió más, se limitó a rodar los ojos mientras encendía el motor del vehículo volador y salía marcha atrás a toda velocidad, en pos de su maestro.
―¿Lo ves? ―preguntó él, sin dejar de examinar las concurridas carreteras aéreas con la mirada.
Seda se mordió el labio inferior. A su alrededor todo eran deslizadores y droides, pero ni rastro del jedi colgado del robot que había transportado los gusanos asesinos. Estaba a punto de dejarse llevar por la frustración, cuando lo divisó no muy lejos de ellos.
―¡Allí! ―Señaló.
Obi-Wan acababa de soltarse de su improvisado transporte para esquivar un disparo enviado desde otra nave. Ahora se precipitaba en caída libre a través de los cientos de niveles que componían los distritos de la ciudad.
Anakin maniobró con maestría para colocarse bajo el hombre justo a tiempo. De manera que este cayó en la parte posterior de su speeder. No sin cierta dificultad, el maestro se desplazó hasta lograr sentarse en la cabina, en medio de ambos jóvenes.
―Por qué será, que no me sorprende que estés aquí... ―Le dirigió una mirada reprobatoria a Seda. Ella se limitó a encogerse de hombros―. ¿Por qué habéis tardado tanto? ―añadió.
―Ya sabes, maestro. No encontraba un vehículo que me gustara... ―dijo Anakin.
―Sigue a esa nave, es la del cazarecompensas que me disparó. ―Lo interrumpió el jedi.
―... De un color bonito y la suficiente velocidad punta ―continuó hablando el padawan, a la vez que tiraba de los controles para obedecer la orden de Kenobi.
―Si dedicaras tanto tiempo a la espada como a tu ingenio, estarías a la altura del maestro Yoda como espadachín. ―Obi-Wan se aferró al asiento cuando Anakin viró con violencia, provocando que el speeder se precipitara hacia abajo a gran velocidad.
―Creía que ya lo estaba ―rebatió el chico, casi eufórico a los mandos del vehículo.
―Solo en tu imaginación, mi jovencísimo aprendiz ―contestó Kenobi, haciendo acopio de toda su fuerza de voluntad para no cerrar los ojos.
Seguían cayendo a toda velocidad para seguir al cazarecompensas, sin embargo, la superficie asfaltada del nivel tres cada vez estaba más cerca.
―¡Endereza la nave, Anakin! ¡enderézala! ―Seda se llevó una mano a los ojos, presa del pánico. Estaban a punto de estrellarse.
El piloto no obedeció hasta el último instante. Cuando al fin volvieron a estar encarrilados en las vías aéreas en una posición normal, la joven dejó escapar todo el aire que inconscientemente había retenido. Anakin se volvía loco a los mandos de una nave. No le sorprendía que hubiese congeniado tan bien con Nova.
―Sabes que no me gusta que hagas esto. ―Obi-Wan parecía igual de alterado que la joven.
―Perdón, maestro, olvidé que no te gusta volar ―respondió el padawan sin dejar de sonreír pletórico.
―A mí no me importa volar. ―Kenobi volvió a escrutar los alrededores, comprobando que no habían perdido el rastro de su fugitivo―. Pero lo tuyo...
―Es un suicidio ―completó Seda, dirigiéndole una mirada de reproche al piloto.
Obi-Wan le sonrió a la chica con comprensión, mientras Anakin respondía con una carcajada.
―Flojos ―se burló.
La nave que perseguían viró en ese momento, tratando de despistarlos al rodear uno de los rascacielos del centro. En lugar de seguir tras ella, Anakin continuó de frente.
―¿Qué haces? ―inquirió Kenobi―. ¡Se ha ido por allí! ―Señaló la dirección contraria a la que habían tomado.
―Si continuamos con esta persecución sin sentido no lo atraparemos nunca ―objetó el chico―. Esto es un atajo ―afirmó―. Creo ―añadió tras un fugaz instante de vacilación.
―Más te vale tener razón. ―Seda chasqueó la lengua. Odiaría que el atacante de Padmé lograse escapar.
Tras un par de minutos atravesando túneles y vías aéreas, Anakin detuvo el vehículo, esperando ver al cazarecompensas volar por debajo de ellos. Pero esto no sucedió.
Un bufido escapó de los labios de Seda, al tiempo que Obi-Wan se cruzaba de brazos, molesto.
―Muy bien, Anakin. Lo hemos perdido ―lo reprendió.
―Lo siento de veras, maestro ―se disculpó él. Estaba convencido de que pasaría por ahí.
―Pues menudo atajo. Se ha ido justo por el lado opuesto ―siguió recriminándole Kenobi―. Has vuelto a demostrar que tu impulsividad...
―Si me disculpáis. ―Dejando a su maestro con la palabra en la boca, Anakin se puso en pie en su asiento y saltó al vacío.
Tanto Obi-Wan como Seda se asomaron enseguida al borde, a tiempo de ver como el joven padawan caía sobre la parte trasera de la nave que habían estado persiguiendo.
―¿Suele hacer eso? ―preguntó la chica impresionada, pero divertida, mientras Kenobi tomaba los mandos del speeder para ir tras Anakin y el fugitivo.
―Constantemente. ―El jedi exhaló un suspiro resignado.
La persecución continuó varios minutos, durante los cuales Anakin luchó cuerpo a cuerpo contra el cazarecompensas en su propio vehículo, provocando que al final este se viera obligado a ejecutar un aterrizaje forzoso en pleno centro de la ciudad, cerca de un conocido club nocturno.
Tras abandonar su speeder, Seda y Obi-Wan corrieron para reunirse con el padawan, que ahora seguía a pie al cazarecompensas.
―¡Anakin! ―Kenobi lo llamó y él se detuvo.
―Ha entrado aquí. ―El chico señaló apurado la puerta del concurrido bar.
―Paciencia. ―Obi-Wan le posó una mano en el hombro―. Utiliza la fuerza, piensa...
―Lo siento, maestro. ―Anakin sacudió la cabeza, consciente de que estaba demasiado acelerado.
―Ha entrado para ocultarse, no para huir ―explicó Kenobi.
―Sí, maestro.
―E intenta no perder tu arma ―añadió, extendiéndole el sable láser que el chico había dejado caer durante la pelea en la nave del cazarecompensas.
―Sí, maestro. ―Anakin volvió a asentir, obediente.
―Esta espada es tu vida ―recalcó Obi-Wan, al tiempo que le hacía un gesto a Seda para que entrara con ellos―. Cualquier día de estos, vas a acabar conmigo... ―añadió, exhalando un suspiro de paciencia.
El interior del club estaba repleto de habitantes de todas partes de la galaxia. La música era moderna, pero no ensordecedora y las paredes estaban cubiertas por pantallas que retransmitían en directo distintos eventos deportivos en los que estaba permitido apostar.
―No digas eso, maestro ―respondió Anakin, mirando de reojo a la chica. No le agradaba inmiscuirla en ese ambiente, pero prefería tenerla cerca y vigilada, a dejarla fuera y sola―. Para mí eres lo más parecido a un padre.
Obi-Wan le respondió con una rápida sonrisa afable, para luego detenerse en medio del local. Los tres se quedaron ahí unos segundos, examinando los rostros de todos los presentes.
―¿Sabes cómo es? ―Seda miró a Anakin.
El chico asintió.
―Es mujer, y creo que es un cambiante.
―En tal caso, extrema la precaución ―le dijo Kenobi a su padawan―. Ve a buscarle.
―¿Y vosotros? ―Anakin enarcó una ceja.
―Vamos a tomar algo. ―Obi-Wan sonrió divertido, al tiempo que tomaba con suavidad la cintura de la sorprendida joven y la guiaba hasta la barra
La camarera les sirvió dos copas de un cóctel violáceo.
―Invita la casa ―dijo, guiñándole un ojo al jedi.
Seda cogió su copa, dispuesta a llevársela a los labios, pero Kenobi se la retiró de las manos antes de que llegara a rozar el líquido.
―Eres muy joven para beber esto ―se excusó él, encogiéndose de hombros―. A ella tráele un refresco, por favor. ―Le hizo un gesto a la camarera, que de nuevo respondió con una expresión coqueta.
―Lo que tú desees, guapo.
Seda se contuvo para no dejar escapar un resoplido de frustración. No sabía que le molestaba más, si la conducta facilona de la camarera, o la excesiva actitud paternalista de Obi-Wan con ella. Pretendía dejarle las cosas claras al jedi, pero en ese momento, un muchacho se apoyó en la barra a su lado.
―¿Quieres píldoras letales? ―le dijo tras un torpe saludo, mientras sacaba del bolsillo un pequeño bote con las drogas.
Kenobi se puso en medio antes de que ella pudiera siquiera abrir la boca para contestar. Casi sin mirar al chico alzó ligeramente una mano.
―No quieres venderle píldoras letales ―dijo, utilizando la fuerza para acceder a la mente del muchacho.
―No quiero venderle píldoras letales ―repitió el chico, guardando de nuevo el bote.
―Quieres ir a casa y replantearte la vida ―continuó el jedi.
―Quiero ir a casa y replantearme la vida. ―El muchacho asintió convencido, a la vez que se ponía en pie y abandonaba con paso firme el club.
Seda no esperó para encarar al hombre que no dejaba de sobreprotegerla.
―Ya está bien, Kenobi. ―Se llevó las manos a la cintura, cansada―. ¿A qué viene todo esto?
―No pretendía molestarte. ―Obi-Wan la miró algo confuso. No creía haber hecho nada que pudiera haberla importunado. Él solo quería protegerla.
Ella exhaló un suspiro. Él ni siquiera se había dado cuenta de qué era lo que la incomodaba.
Fue en ese momento cuando Obi-Wan desenfundó su espada láser y, a una velocidad impresionante, cortó la mano de la cazarecompensas que estaba a punto de atacarlo por la espalda con un blaster.
Seda abrió la boca, impresionada por la exhibición de reflejos que acababa de presenciar.
―No ocurre nada ―dijo Anakin, apartando a los inquietos testigos―. Asuntos de los jedi, sigan bebiendo. ―Se acercó a ellos y ayudó a su maestro a cargar a la cambiante herida hasta la puerta trasera.
Una vez fuera, en el desierto callejón, depositaron a la cazarecompensas en el suelo, con cuidado de no provocarle más dolor.
―¿Sabes a quién has intentado matar? ―le preguntó Obi-Wan, arrodillado junto a ella.
―A la senadora de Naboo ―respondió la cambiante, en medio de varios quejidos.
Seda se mordió el interior de la mejilla. Ella no tenía la paciencia del jedi para andarse con preámbulos.
―¿Para quién trabajas? ―preguntó, firme y directa.
―Solo era otro trabajo... ―La cazarecompensas apenas podía hablar con claridad.
―¿Quién te contrató?, dínoslo ―intervino Anakin, en tono amenazante. Ante la ausencia de respuesta, se acercó más―. ¡Qué nos lo digas! ―Alzó la voz.
La aludida apretó la mandíbula, tratando de contener el dolor antes de hablar.
―Fue otro cazarecompensas, llamado...
No pudo terminar la frase, un dardo letal se clavó certero en su cuello, asesinándola al instante.
Seda alzó el rostro hacia las terrazas de los edificios que los rodeaban. Buscó por todas partes, pero no consiguió encontrar al francotirador. Volvió mirar a los dos jedi. Obi-Wan había extraído el dardo y lo examinaba minuciosamente.
Ella intercambió una mirada de frustración con Anakin. No habían conseguido poner fin a la amenaza sobre Padmé.
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Hy! :)
A partir de la semana que viene mi tiempo libre se va a ver super reducido, ya que además de las clases por la mañana tendré todas las tardes ocupadas y estaré llegando a casa sobre las 11 de la noche todos los días. Así que poco podré escribir (porque al llegar aún tendré que ponerme a estudiar y cumplir con mis obligaciones).
En fin, intentaré ir sacando ratos, pero dudo mucho que pueda seguir con actualizaciones semanales como hasta ahora. Aunque me esforzaré para tratar de subir al menos un capítulo cada dos semanas, más o menos. So sorry, really :(
Espero que os haya gustado el capi, estoy deseando leer vuestras opiniones ^_^ si os apetece jaja.
Besitos y miiiil gracias por leer, sois geniales :D
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