Cap. 10- Mentores y aprendices

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Palacio de Theed (Capital de Naboo), dos meses más tarde.


Los ojos de Seda barrían a toda velocidad cada línea del último informe en contra del Acta de Creación Militar que la senadora Amidala había redactado. Cuando llegó al final, apagó la pantalla táctil y alzó la mirada hacia su mentora, que en pie al otro lado del escritorio del despacho, aguardaba por su opinión.

―¿Qué te parece? ―preguntó Padmé, al tiempo que se recolocaba el cuello del uniforme de la guardia real de Naboo, semejante al que también vestía Seda en ese momento.

―Creo que cualquier senador que lea esto votará en contra del Acta ―respondió la más joven de las dos, absolutamente convencida―. Si Bail Organa consigue que llegue a los indecisos, no dudo en que se podrán de vuestro lado.

Padmé sonrió.

―Has aprendido mucho. Estoy segura de que podrías sustituirme en el Senado y nadie se daría cuenta.

―Sí, seguro ―ironizó Seda―. Cómo se nota que eres política. ―Rodó los ojos, justo antes de soltar una carcajada a la que Padmé no tardó en unirse.

Hacía mucho que Seda había renunciado a su recelo inicial. La senadora y sus doncellas la habían tratado como a una hermana menor desde el primer día. Padmé no solo le había enseñado todo lo que sabía sobre política, diplomacia y administración, sino que también se preocupaba por ella y por su felicidad. Todos los días le dedicaba un rato a su pupila para compartir su experiencia, hablarle sobre misiones diplomáticas o sobre los entresijos que a diario tenían lugar en el Senado; pero además, también le contaba las historias sobre su pasado, su educación en el Programa Legislativo, o el conflicto que había vivido poco después de ser elegida reina, durante el cual había conocido a Anakin y Obi-Wan, ya diez años atrás.

Seda, por su parte, se había abierto a Padmé como tan solo lo había hecho con Ayaka antes de que esta falleciese. Con mucho cariño y paciencia, la senadora había conseguido que la joven se sintiese capaz de confesarle los episodios más duros de su pasado, forjando así una sólida amistad.

Sin duda, era cuando hablaban de Sya, cuando ambas más disfrutaban. Para Padmé, era un bálsamo poder recordar con cariño todo lo que había vivido con la mayor de las Aybara; para Seda, era la única manera de conectar con su familia, de construirse una imagen de ellos, edificada sobre las historias de Padmé, pero también gracias a los recuerdos que, poco a poco, habían empezado a salir de los escondites de su memoria.

Un par de golpes sonaron al otro lado de la puerta del despacho y, a continuación, Gregar Typho, el Jefe de Seguridad de la Senadora se asomó al interior de la estancia.

Tanto este, como Cordé y Dormé, las damas más cercanas a Padmé, conocían la identidad de Seda, pues la senadora no había querido que la joven ejerciese el papel de señuelo que en ocasiones tomaban las demás, por eso, desde el primer momento había sido necesario hacerlos partícipes del plan para proteger a la heredera de Eriadu.

―Milady, princesa. ―El agente, realizó una breve reverencia hacia las dos jóvenes―. Las naves están listas, podemos partir hacia Coruscant en cuanto lo ordenéis ―añadió, mirando a Padmé.

―Ahora salimos. ―La aludida inclinó la cabeza en agradecimiento.

Tanto Padmé como Seda recogieron los cascos del uniforme que habían dejado sobre la mesa, y ambas abandonaron el despacho tras el agente, que las guio hasta el caza escolta que ambas ocuparían.

―Sigo pensando que esto es innecesario, capitán Typho. ―Padmé se volvió hacia el hombre mientras Seda ayudaba a R2D2 a acoplarse a la nave.

―Lamento discrepar, milady, pero ya han atentado contra su vida este mes. ―El aludido ladeó la cabeza―. Si no hubiese sido por la increíble intervención de la princesa Seda, tal vez no estaríais hoy aquí ―añadió, lanzando una mirada cómplice a la chica.

―No fue nada increíble. Solo cumplí con mi deber. ―Seda esbozó una expresión despreocupada―. Se supone que las doncellas de la senadora estamos para protegerla.

Tres semanas atrás, un trío de cazarecompensas había asaltado la nave en la que viajaban. Pretendían atentar contra Padmé, pero no contaban con que una de sus acompañantes fuese una ex esclava de Eclipse Blanco, que, por desgracia, se había enfrentado a cosas mucho peores que a tres mercenarios novatos.

―No eres una de mis doncellas, Seda, lo sabes muy bien. ―Padmé meneó la cabeza. No quería que Seda se acomodase en su rol temporal. El futuro que tenía por delante era mucho más difícil y relevante que el de una doncella.

―Lo sé ―contestó ella, como si estuviese acatando la advertencia de una madre―. R2 está listo. ¿Nos vamos?

En cuanto ambas estuvieron a bordo del pequeño caza, la nave real, ocupada por Cordé como señuelo, despegó. Detrás salieron ellas, además de otros tres cazas escolta.

El viaje a Coruscant no fue largo. Las altas torres del Templo Jedi, y la característica silueta del edificio del Senado asomaron en el horizonte al entrar en la atmósfera del planeta. Tras un aterrizaje suave en la dársena intergaláctica reservada para los altos dignatarios, las dos jóvenes, todavía sin quitarse los cascos de seguridad, se reunieron con el capitán Typho en una esquina de la plataforma.

―Misión cumplida ―dijo él, mientras los tres observaban a Cordé, bajar de la nave principal, seguida de su pequeño séquito―. Supongo que me equivoqué, no había peligro alguno.

Nada más escuchar esas palabras, Seda sintió como un escalofrío le recorría toda la columna. Un presentimiento, algo horrible estaba a punto de suceder.

Pero no tuvo tiempo de reaccionar, la nave estalló a escasos metros de su posición. Los tres, junto con varios operarios de la dársena, se vieron empujados hacia atrás por la onda expansiva.

Padmé fue la primera en ponerse en pie y correr hacia los restos de la nave.

―¡Cordé!, ¡Cordé! ―Se agachó junto a la doncella, terriblemente malherida.

―Milady, lo lamento. ―La joven apenas era capaz de hablar.

Seda se arrodilló al otro lado de la doncella. Con delicadeza, le posó los dedos sobre el cuello; casi no tenía pulso. Contuvo un gemido de frustración; la situación le recordaba demasiado a la muerte de sus amigas en Dantooine.

―He fallado, senadora... ―La voz de Cordé se fue apagando, hasta desvanecerse. Había fallecido.

―No, ¡no! ―Padmé sintió como los ojos se le humedecían, al mismo tiempo que alguien la tomaba por los hombros, instándola a incorporarse.

―Milady, aquí corren peligro ―insistió Gregar Typho.

Ella se puso en pie lentamente, como sumida en un trance.

―No debí haber vuelto ―susurró.

―Su voto es muy importante. Ha hecho lo que debía, igual que Cordé. Ahora vámonos ―pidió el hombre en tono de urgencia.

Al ver que la senadora no reaccionaba, Typho miró a Seda, rogando por su apoyo con la mirada.

Ella no dijo nada. Le hubiera gustado saber reaccionar con la misma compostura y frialdad que lucía el capitán; eso era lo que necesitaba Padmé ahora. Pero, lamentablemente, ella no era así. No sabía ser impasible o desapegada. Lo que le pasaba a los demás le importaba, y mucho.

Todo lo que supo hacer fue coger la mano de su mentora y tirar de ella con suavidad, arrastrándola con lo que quedaba de su escolta hacia el interior del edificio.

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A medida que el elevador ascendía por el inmenso Complejo de Apartamentos del Senado, se incrementaban también el entusiasmo e inquietud del joven Anakin Skywalker.

Habían pasado los últimos dos meses en el planeta Ansion, desmantelando un complot separatista que casi les cuesta la secesión. Lo último que Anakin esperaba era que les asignasen una nueva misión nada más regresar a Coruscant, y mucho menos que su cometido fuese proteger a la senadora Amidala.

―Te veo alterado. ―Obi-Wan giró el rostro hacia él, que se recolocaba el cuello de la túnica por décima vez desde que habían subido al ascensor.

―No lo estoy. ―El chico arqueó las cejas y meneó la cabeza.

Kenobi esbozó una sonrisa condescendiente.

―No te había percibido tan tenso desde que nos caímos en el nido de los gundarks.

Anakin no pudo evitar que una risa escapara de su garganta al recordar la situación.

―Tú caíste en el nido de aquellos predadores, y yo te rescaté, ¿recuerdas? ―respondió en tono jactancioso.

―Ah, sí... ―Kenobi rio, y su aprendiz se le unió, todavía algo nervioso. Actitud que no le pasó desapercibida a su maestro―. Estás sudando. Relájate, respira hondo ―le aconsejó, aunque sin disimular una leve mueca divertida.

El chico exhaló un suspiro. No tenía sentido tratar de fingir con Obi-Wan, él lo conocía mejor que nadie.

―Hace mucho que no la veo, maestro ―habló al fin, reconociendo el motivo de su inquietud.

El hombre le dedicó una sonrisa extraña, resignada.

―A quién te refieres, ¿a la senadora Amidala, o a la princesa Seda? ―Sin intención de sonar áspero, pero sí preocupado por recordarle a su padawan el código jedi, Obi-Wan recalcó el acento al pronunciar los títulos de las dos jóvenes. Sabía que Anakin nunca había llegado a olvidar la fascinación infantil por Padmé; ella seguía siendo su platónico, su primer amor. Sin embargo, también había sido testigo de la intensa conexión que en muy pocos días se había forjado entre su padawan y la valiente ex esclava.

―¿Qué? ―El chico arqueó las cejas―. Yo, eh..., a Padmé, claro ―respondió, sacudiendo la cabeza.

Obi-Wan le posó una mano en el hombro.

―No olvides a qué hemos venido, Anakin ―le aconsejó en tono conciliador―. Somos jedi, hemos de cumplir nuestra misión.

El aprendiz solo tuvo tiempo de asentir antes de que la puerta del elevador se abriera en el último piso del edificio. Jar Jar Binks los esperaba al otro lado.

¡Obi! ―El gungan se lanzó a coger la mano del jedi y estrecharla con fuerza entre las suyas―. Misa moy tento de ver tusa.

―Me alegro de verte, Jar Jar ―contestó este educadamente.

Ambos jedi siguieron al representante desde el recibidor hasta el salón principal del departamento, donde Padmé, el capitán Typho y la doncella Dormé aguardaban contemplando las vistas de la ciudad.

―Senadora Padmé, misos colegas aqüí. ―Jar Jar llamó la atención de los presentes―. Mira mira, senadora, los han jedi llegado.

Padmé sonrió y fue hacia ellos, seguida por su séquito.

―Es un placer verla de nuevo, milady ―dijo Obi-Wan, cogiéndole la mano amistosamente tras una protocolaria inclinación.

―Ha pasado mucho tiempo, maestro Kenobi. ―Ella le devolvió el saludo con la misma complicidad, para luego fijar la mirada en el padawan que lo acompañaba―. ¿Ani?

El aludido dio un paso hacia delante, acercándose a ella con una sonrisa.

»Vaya, sí que has crecido ―añadió la joven, observándolo con un brillo de admiración y nostalgia.

―Tú también. En belleza, quiero decir... ―Anakin se mordió el interior de la mejilla, nervioso. Padmé lucía incluso más hermosa de lo que recordaba―. Bueno, para ser senadora... ―Se contuvo para no golpearse la frente con la palma delante de todos. ¿Por qué no dejaba de decir tonterías?

Padmé solo esbozó una sonrisa enternecida, al tiempo que Obi-Wan rodaba los ojos con resignación. Sin embargo, en ese momento alguien más salió de una de las habitaciones y se unió a ellos en el salón.

―Disculpad la demora, debía atender una comunicación de Naboo.

―Ya conocéis a Seda. ―La senadora miró a su pupila, invitándola a acercarse.

Ella se aproximó tratando de disimular una expresión divertida. Había llegado justo a tiempo para ver al increíble Anakin Skywalker comportarse como un crío enamorado ante su mentora.

Tanto Padawan como maestro se percataron del sutil cambio experimentado en la joven durante esos dos meses. Físicamente lucía un vestido digno de su estatus, parecido al de Padmé, pero más sencillo; además llevaba el cabello recogido acorde a la moda de Naboo, en una corona de trenzas alrededor de la cabeza. Pero no era su indumentaria lo que llamaba la atención, sino su actitud. Tal vez solo fuese una sensación, pero ambos la notaron más ligera, menos atormentada que la última vez que la habían visto; más feliz. Sin duda, la compañía de Padmé le había sentado bien.

―Princesa. ―Una sonrisa acudió al rostro de Obi-Wan mientras se inclinaba en señal de respeto.

Anakin imitó a su maestro tras un breve instante de vacilación.

―Te veo bien ―dijo el padawan―. ¿Ya eres toda una política? ―añadió, burlón. Ella respondió negando divertida con la cabeza.

Padmé les sonrió a los dos jóvenes antes de tomar la iniciativa para preceder al grupo hasta los elegantes sofás de la estancia.

―Nuestra presencia será imperceptible, milady. ―Obi-Wan tomó asiento junto a su padawan, enfrente de Padmé, Seda y Dormé―. Se lo aseguro.

―Agradezco que hayan venido. La situación es mucho más peligrosa de lo que la senadora admite ―intervino el capitán Typho.

La aludida hizo un gesto negativo.

―No quiero más seguridad, quiero respuestas. Quiero saber quién intenta matarme. ―Posó una mano conciliadora sobre la rodilla de Seda, que acababa de revolverse en su sitio, incómoda.

Padmé le había confesado que sospechaba de la implicación del Conde Dooku en el atentado. Seda agradecía la sinceridad de su mentora, pero no podía evitar sentirse ligeramente molesta con la situación; todavía no había conocido al ex jedi en persona, se suponía que por el momento nadie fuera de su círculo debía saber que estaba viva, sin embargo, esperaba conocerlo algún día y, desde luego, no le agradaba la idea de que el único familiar biológico que le quedaba fuese un asesino.

―Hemos venido a protegerla ―contestó Obi-Wan―, no a iniciar una investigación.

―Descubriremos quién quiere asesinarte, Padmé. Te lo prometo ―intervino Anakin, en actitud decidida.

Su maestro se giró hacia él con un gesto reprobatorio dibujado en el rostro:

―No nos excederemos en nuestro mandato, mi jovencísimo aprendiz.

―No pretendía decir, sino que la protegeremos, maestro ―respondió el chico con cierta altivez.

―No repetiremos este ejercicio, Anakin ―medió Kenobi, categórico―. Y sigue mi ejemplo con atención.

―¿Para qué nos han elegido sino para descubrir al asesino? ―insistió el padawan, sin dejarse amilanar por el tono imperativo de su maestro―. La protección es tarea de seguridad local, no de un jedi. La investigación, maestro, está sin duda implícita en el mandato.

Obi-Wan tomó aire en un fugaz e imperceptible gesto para armarse de paciencia. Quería a su padawan como a un hermano, pero no soportaba cuando Anakin adoptaba esa actitud soberbia y exageradamente rebelde. Lo sacaba de quicio.

―Cumpliremos con rigor las órdenes del Consejo ―respondió finalmente, sin dejar que su voz transluciera la más mínima emoción negativa―. Y tú aprenderás a aceptar quién manda ―puntualizó, calmado pero tajante.

―Tal vez su presencia baste para aclarar los misterios de esta amenaza ―intervino Padmé, al tiempo que Anakin bajaba la cabeza, levemente abochornado por la reprimenda de su maestro delante de todos los presentes―. Ahora, si me disculpan, me retiraré.

La senadora le hizo un gesto a Seda para que la acompañara hasta a las alcobas, pero esta le indicó que fuera adelantándose.

―Ahora os alcanzo ―contestó la princesa, mientras Obi-Wan, el capitán y Jar Jar salían hacía las dependencias inferiores para comprobar la seguridad.

Cuando no quedó nadie más, se giró hacia Anakin, que todavía parecía algo molesto.

―¿Qué te pasa? ―preguntó sin rodeos.

―Obi-Wan ha hecho que quede en ridículo delante de todos. ―El chico torció el gesto―. No quiere reconocer que tengo razón.

Seda exhaló un suspiro.

―Nadie te ha dejado en ridículo, Anakin. Padmé y yo pensamos como tú, la investigación es lo que urge. ―Se encogió de hombros―. Pero deberías ser más inteligente y no desafiar a tu maestro en público.

―¿Tú me das consejos sobre evitar desafíos? ―Él esbozó una sonrisa torcida―. La Seda que yo recuerdo no era precisamente un ejemplo de serenidad. ―Dio un par de pasos hacia ella, recortando prácticamente toda la distancia que los separaba.

Seda se echó hacia atrás de golpe.

―He de ir con Padmé ―contestó apurada. Se dio la vuelta para marcharse, pero él la retuvo tomándola de la muñeca.

―¿Qué ocurre? ―inquirió, sin dejar de clavar sus ojos en ella con intensidad―. ¿Te he molestado?

―Te pido que no me mires de ese modo ―Seda respondió en su mejor tono impasible, a pesar del nerviosismo que le causaba la excesiva proximidad del chico, su expresión y tono.

―¿Por qué no? ―Él arqueó una ceja.

―Porque haces que me sienta incómoda ―resopló ella, zafándose de la mano de Anakin y alejándose de él.

―Perdón, princesa. ―La sonrisa en el rostro del padawan se volvió ligeramente vanidosa.

Seda escuchó la voz del chico a su espalda, pero no se volvió hacia él, ni se detuvo hasta salir de la estancia.

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