Cap. 1- Eclipse Blanco

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Dantooine, 3 meses más tarde


―Entramos en el sistema Dantooine. ―Anakin viró los mandos de la nave para evitar el asteroide que se interponía en su camino.

Obi-Wan se precipitó hacia delante en el asiento del copiloto a causa de la repentina maniobra, no obstante, fue capaz de sujetarse en el último momento.

―Cuidado, Anakin ―lo reprendió―. Intenta no matarnos antes de cumplir la misión.

―Lo siento, maestro. ―Una mueca divertida asomó al rostro del chico.

El jedi le devolvió una sonrisa condescendiente.

―Por qué te habré dejado el control de la nave ―musitó, más para sí mismo que para su aprendiz, mientras reactivaba el dispositivo de comunicación.

―Porque soy un excelente piloto ―contestó Anakin con espontaneidad.

Obi-Wan rodó los ojos al tiempo que iniciaba el contacto con el templo jedi de Coruscant. Al instante, el holograma del maestro Mace Windu se materializó ante ellos.

―Aquí Obi-Wan. Nos aproximamos a nuestro destino ―informó el jedi―. En unos minutos habremos aterrizado. Por el momento no hemos topado con ninguna nave separatista.

―Perfecto ―respondió el holograma―. Nuestros informadores aseguran que Eclipse Blanco está en negociaciones con ellos. Si sellan el acuerdo habrán reunido efectivos suficientes para formar un ejército capaz de desafiar a la República. Está en vuestras manos evitar una guerra.

―Desmantelaremos Eclipse Blanco antes de que eso suceda ―señaló Obi-Wan.

―Debéis arrestar al príncipe Rastan, y traerlo a Coruscant para su juicio. Hay cargos de sobra contra él, contrabando, tráfico de armas, piratería, terrorismo, asesinato... La condena lo dejará fuera de juego ―añadió Mace Windu―. Sin su líder la organización criminal se desmoronará sola.

―No se preocupe, maestro, déjelo en nuestras manos, será sencillo ―contestó Anakin.

―No permitáis que la confianza os traicione, padawan ―insistió el holograma―. Eclipse Blanco domina las transacciones criminales en los bordes exterior y medio, incluso Jabba el Hutt responde ante ellos. Además, Rastan es un echani, muy peligroso e inteligente, no lo subestiméis.

―Entendido, maestro Windu. Nos pondremos en contacto de nuevo en cuanto hayamos cumplido la misión. ―Obi-Wan cortó la comunicación apenas unos segundos antes de que Anakin aterrizara la nave en una superficie desértica, apartada de los ojos de los habitantes del planeta.

El sofocante calor del sol los recibió de lleno al descender del vehículo.

―Dantooine se parece mucho a Tatooine. ―Anakin observó los alrededores, tan áridos, yermos y arenosos como en su planeta natal.

―Estamos en el mismo sector. ―Asintió Obi-Wan. Un prolongado silencio por parte de su padawan siguió a sus palabras―. No estabas tan cerca de tu hogar desde que te liberamos hace diez años. La nostalgia es un sentimiento natural, Anakin.

El joven sacudió la cabeza:

―Mi hogar está con los jedi y contigo, maestro ―respondió con la mirada todavía clavada en el paisaje, para luego volverla hacia Obi-Wan―. ¿Cuál es el plan?

El jedi esbozó una sonrisa de orgullo. Su padawan todavía era demasiado impulsivo y arrogante, pero tenía unos valores muy claros y un talento que eclipsaba al mismísimo Yoda. Cada día estaba más cerca de convertirse en el elegido que traería el equilibrio a la fuerza.

―Eclipse Blanco no es un sindicato criminal como los demás ―explicó Obi-Wan―. Cuenta con un pequeño cuerpo de agentes especiales. Los llaman fantasmas, derriban las organizaciones competidoras, cumplen los trabajos más peligrosos y protegen al príncipe Rastan sin llegar a desvelar su presencia. ―Se llevó una mano a la barba, pensativo―. Lo primero es desenmascarar a estos agentes antes de que se entrometan en la misión.

―¿Y cómo lo haremos? ―Anakin enarcó una ceja.

Esta vez fue Obi-Wan quien esbozó una mueca divertida.

―Serás el cebo, mi jovencísimo aprendiz.

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El palacio del príncipe Rastan funcionaba como sede de Eclipse Blanco. Situado en pleno centro de Dantooine, y custodiado por cientos de droides de seguridad y guardas humanos, conformaba la base criminal más impresionante que Anakin había visto en todos sus años como padawan.

El joven jedi se cubrió el rostro con la capucha de la capa antes de abandonar su escondite en un recoveco de la enorme pared de piedra que separaba el hangar del suelo. No le supuso ningún esfuerzo escalar el trecho que le restaba hasta llegar a la pista, donde se apresuró a ocultarse tras una fila de naves caza. Había estudiado el terreno a conciencia, por lo que sabía que esa entrada era la menos vigilada de toda la fortaleza, sin embargo, divisó al menos unos diez droides de combate. Además, se sorprendió al sentir una potente perturbación en la fuerza. Eso no tenía sentido.

Tras comprobar que no había más enemigos por los alrededores, Anakin salió de su refugio y se abalanzó sobre los droides, terminando con ellos en apenas unos segundos. A continuación, se internó en los corredores, guiándose de memoria gracias al plano que horas antes había memorizado junto a Obi-Wan. No tardó en dar con una entrada al sistema de ventilación. Los estrechos conductos le sirvieron para desplazarse sin ser visto hasta el mismo salón principal.

Todavía desde el interior del canal de aireación, activó su comunicador:

―Maestro, estoy en posición. El príncipe Rastan y sus hombres se encuentran en el salón, tal como predijiste. ―Examinó con la mirada la estancia que se extendía bajo él. Varios sujetos comían y bebían alrededor de una enorme mesa, mientras algunas doncellas de distintas razas bailaban al son de una alegre música. El líder del sindicato criminal permanecía sentado en un ornamentado sillón, charlando en actitud animada con sus hombres, aunque sin despegar la vista de una bailarina en particular.

Al seguir la dirección de la mirada del echani, los ojos de Anakin se posaron sobre la figura de una jovencísima humana de delicados rasgos. A pesar de que en belleza no resaltaba sobre las demás, pues todas eran increíblemente atractivas, esta tenía algo especial, magnético. El joven jedi se sorprendió a sí mismo esbozando una sonrisa socarrona al verla lanzar un puntapié contra un hombre que pretendía acercársele más de lo adecuado.

―Bien, Anakin, espero tu señal ―respondió el holograma de Obi-Wan―. No hagas ninguna tontería.

―Maestro, lo único bueno de ser el cebo es que puedo hacer tonterías ―rebatió el chico en susurros.

Al otro lado de la línea, Obi-Wan sacudió la cabeza con resignación:

―Entonces no hagas más de las necesarias.

―A tus órdenes. ―Anakin se llevó dos dedos a la frente imitando un saludo militar a la vez que cortaba la comunicación y activaba su sable láser. Sin detenerse a pensarlo, clavó el filo azulado en el suelo, desmoronando el piso sobre el que se sostenía. Sus pies se posaron en medio y medio del salón principal en un aterrizaje perfecto.

A su llamativa entrada le siguieron varios segundos de confusión por parte de los presentes, hasta que uno de los hombres gritó la palabra Jedi y, al instante, se desató el caos. Los invitados comenzaron a huir hacia la salida, al tiempo que el salón se llenaba de droides de combate y soldados.

Anakin cerró las puertas mediante el poder de la fuerza para que no entrasen más enemigos. Se abalanzó sobre los droides a la vez que se afanaba en desviar los disparos con el sable láser. No le costó mucho terminar con la gran mayoría, sin embargo, mientras se enfrentaba con seis de ellos simultáneamente, uno logró arrebatarle el arma. Anakin chasqueó la lengua con fastidio, se deshizo de otros dos y, sin descansar un segundo, robó la electrovara de uno de los soldados humanos y la empleó para abrirse paso hasta el líder de Eclipse Blanco, a esas alturas tan solo protegido por unos pocos hombres y droides que no tardaron en perecer a su ataque.

―Príncipe Rastan, por orden de la República, queda bajo arresto. ―Anakin enfiló al echani con el arma. Le sorprendía lo sencillo que le había resultado llegar hasta él, ¿no se suponía que lo protegían agentes de élite?, ¿cuándo iban a aparecer?

―No deberías haber venido, niño. ―El líder de Eclipse Blanco respondió con un gesto de desinterés y la mirada clavada en la espalda de su atacante.

Anakin reaccionó deprisa, tuvo el tiempo justo para girarse y frenar con la electrovara una estocada de su propia espada láser. Se vio obligado a contener una mueca de asombro al alzar la vista y comprobar que, quien empuñaba su sable de luz era nada menos que la bailarina en la que se había fijado antes.

―Esto sí que no me lo esperaba ―comentó, todavía contiendo la estocada con la electrovara. Entonces lo sintió, la perturbación en la fuerza que había percibido al entrar en el palacio venía de ella. Esa chica era sensible a la fuerza.

―¡Acaba con él! ―ordenó el príncipe Rastan.

La muchacha volvió a atacar, obligando a Anakin a responder. Los pocos miembros de Eclipse Blanco que habían resistido a la entrada del jedi se apartaron de los dos duelistas, abriéndose cada vez más, de manera que el salón entero se convirtió en su campo de batalla. Ella blandía el sable con seguridad y habilidad, como si estuviese acostumbrada a manejar armas de contacto a diario, mientras que Anakin la contenía con la electrovara que había robado, todavía sin decidirse a atacar directamente a una chica.

―No peleas mal para ser una bailarina ―se burló él tras dar una voltereta en el aire para esquivar por los pelos el filo de luz.

―Quién ha dicho que sea una bailarina. ―Ella respondió atacando de nuevo, con una perfecta finta.

Anakin esbozó una mueca divertida:

―Entonces, ¿eres una ladrona? ―insistió―. Eso que tienes es mío, ¿serías tan amable de devolvérmelo? ―Se agachó a toda velocidad a la vez que alzaba la electrovara, deteniendo un nuevo golpe. Debía reconocer que el estilo de lucha de la chica era muy superior al de los otros soldados, se notaba que detrás había un entrenamiento intenso y prolongado. Estaba impresionado, pero ya no tenía dudas, ella era una de los reputados fantasmas.

La joven se giró en el aire, evitando una estocada del chico y aterrizando a su espalda, dispuesta a volver a la carga. Anakin fue consciente de que, si no hubiese sido por sus increíbles reflejos, ese movimiento podría haberlo dejado fuera de combate

―Creía que los jedi eran más agudos. Soy una esclava ―respondió sin dejar de arremeter contra él. A su alrededor, Rastan y sus hombres la animaban a gritos―. Y no disfruto con esto ―su voz sonó cargada de culpa por un segundo.

Anakin no pudo evitarlo, la confesión de la chica lo pilló por sorpresa. Bajó la guardia un instante, suficiente para que ella lo desarmara y lo acorralara contra la pared. Cayó de rodillas ante todos los presentes, su propio sable láser le enfilaba el cuello, pero sin llegar a rozarlo. Había perdido.

―Bien hecho, preciosa. ―El príncipe Rastan avanzó hasta ellos aplaudiendo, con una expresión orgullosa en el rostro―. Ni siquiera un jedi es rival para mi mejor esclava.

―No es un jedi, amo, solo es un aprendiz ―contestó la chica en tono apagado, señalando con la mirada la pequeña trenza tras la oreja de Anakin.

―No te quites mérito, querida, te has ganado esta victoria. ―El echani acarició el brazo de la joven.

Ella apretó los párpados, asqueada con el simple roce.

La escena que estaba presenciando encendió el enojo de Anakin. Deseaba levantarse, recuperar su sable y rebanar la cabeza del echani ahí mismo... Pero no podía. No si quería terminar la misión.

―Llevaos al jedi a las celdas ―ordenó Rastan―. Mañana se lo daremos a las serpientes de arena. Hace mucho que no las alimentamos. ―Esbozó una mueca torcida.

Un soldado esposó las muñecas del chico y otros dos lo arrastraron por los codos a lo largo de la estancia.

―Te arrepentirás de esto, echani ―siseó Anakin―. Mi maestro vendrá a por mí.

―Lo estaremos esperando ―respondió el aludido sin inmutarse.

Lo último que vio el padawan antes de ser sacado a golpes del salón fue al asqueroso líder de Eclipse Blanco rodeando de manera posesiva los estrechos hombros de la infeliz esclava que lo había derrotado.

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