rosa
26 y 27 de tepsemireb, año 5778.
Montañas Tao - Tagta, Jagne.
Bajar las montañas del lado sur fue bastante... escabroso. Varias veces el camino parecía terminar en un acantilado o una caída libre que definitivamente no estaba en mi interés, no después de mi pequeña aventura a lo que bien podría ser mi destino de seguir la pendiente.
Todo parecía mucho más amenazador en aquel sitio, Magmel me había resultado aterrador por las noches, pero los bosques aquí parecían pedir sangre de una forma mucho más bestial que en las tierras que habíamos dejado atrás. Era como si estuviera exigiendo una paga, haciendo chasquear sus dedos ante cada instante que demoraba. Varias veces tuve la impresión de que habían ojos esperando a por un error mío, listos para salir de entre los árboles para reclamar.
-Por algún motivo, pensé que tendrían menos árboles -comentó Sinta al mediodía, cuando nos detuvimos a comer lo poco que nos quedaba en las bolsas.
-No son como en Magmel -señaló Sahisa, dando un trago a su cantimplora-. No son tan grandes, pero definitivamente más numerosos.
Con eso, retomamos el descenso, pegándonos cuanto podíamos a la pared. Intenté siempre mantener mis ojos fijos en el frente o en el camino, ignorando cada caída, intentando que mi estómago no diera volteretas y expulsara la poca comida que me quedaba dentro. Varias veces me había visto al borde de caer, aferrándome a la piedra más cercana y ahogando un grito. Sinta y Sahisa no estaban mejor, cada vez que yo me resbalaba, ellas parecían estar a punto de resbalarse también.
Solo el apretar los dientes y aferrarme a mi objetivo me hizo mantener el equilibrio hasta que bajo mis pies empezó a crecer pasto. Un suspiro de alivio salió a la vez de las tres cuando dejamos las montañas. Sinta propuso ir a cazar, en lo que Sahisa y yo nos encargábamos de armar el campamento en uno de los árboles cercanos. Estudié algunas de las plantas que había cerca, tratando de encontrar algunas que fueran más o menos conocidas, y si podría utilizarlas.
«Menta, mandrágora, cassava, acónito...», recogí lo que pude, considerando cómo podría utilizar casi todas las plantas que tenía bajo mi control, a la vez que me preguntaba cómo hierbas es que los tagtianos no se habían muerto de indigestión. «Habrán visto que algún imbécil quedaba muerto junto a la planta», terminé razonando mientras me ponía a limpiar la cassava y el acónito con cuidado en una fina línea de agua que caía de las montañas.
Por un instante, mientras pasaba un pedazo de tela que había cortado de mi ropa, me sentí como en Yaralu, cuando jugaba con las plantas de mi progenitora, o lavaba algunas para satisfacer mi curiosidad. Me eché hacia atrás, sintiendo que el aire se había atascado en mi garganta y las lágrimas empezaban a golpearme. Dejé las hojas a un costado, con la tela por debajo, y me quedé arrodillada en el suelo, pasando mi mano por mi cabeza. Era raro sentir el pelo que empezaba a crecer, filoso como agujas aunque suave si deslizaba con un poco de presión. Ahogué las ganas de llorar, de correr a buscar cualquier roca filosa que me ayudara a mantener mi cabeza lisa; si había qogo que tenía que asumir, era que mi lugar en Eedu iba a ser el de una exiliada.
-¿Estás bien?
Me giré, sobresaltada, al escuchar la voz de Sahisa. Limpié mis mejillas, como si así pudiera ocultar las lágrimas que habían caído, y respiré hondo.
-Lo estoy -dije, esperando que la afirmación me hiciera enderezar la espalda y volver a caer. Sin decir nada más, la ventina caminó hasta mí, sentándose a un costado, mirando al horizonte conmigo. No habían más que árboles, pasto y hojarasca.
-¿Y ahora qué? -me preguntó, manteniendo la vista fija en el horizonte. Me mordí el labio, repitienendo la pregunta dentro de mi cabeza. ¿En dónde estaría Darau? No tenía recuerdo de si me había dicho o no dónde estaba su tierra. Cirkena bendita, ¡ni siquiera estaba segura de que estuviera en estas tierras!
-Supongo que buscarrmos ciudades o pueblos -repondí, mirando a las hojas que había recolectado. No eran la gran cosa, pero... tomé el paño y busqué una piedra que estuviera cerca. Sahisa me observaba en silencio, cómo iba machacando lentamente las hojas, siempre cuidando de no tocar ni salpcar nada. El movimiento de mis manos me permitió volver a enfocarme, aclarando un poco mi cabeza, dejando que el mundo... se abriera para mí. Seguía notando ese deseo de sangre en las plantas, así como una claridad sobre lo que había transitado en aquel sitio.
Aplasté la raíz de mandrágora al tiempo que me concentraba en lo que contaban las plantas, en los animales que circulaban por allí. Los árboles mencionaron algo sobre que habían visto a un muchacho, no sabían hace cuánto, por allí. «Un jovenzuelo que estaba por despertar. Con todas las Marcas en su piel», logré entender que decía un pino. Respiré hondo, volviendo a mi tarea, donde ya había terminado con todo.
-Cuando vuelva Sinta, tomaremos una decisión -dije, sintiendo que tenía la voz gastada. Sahisa asintió despacio, sus ojos firmemente puestos en los trozos de tela que había atado con firmeza.
-¿Qué son? -Señalé a cada una, poniendo el nombre que correspondía-. ¿Y para qué queremos menta?
Me encogí de hombros, diciendo que podía ser condimento o ya veríamos qué función podríamos encontrarle. Sahisa asintió, echando una mirada incómoda hacia los otro bultos.
Sinta regresó al cabo de unas horas, con lo que parecía medio ciervo. Cuando le pregunté por la otra mitad, ella simplemente dijo que de milagro había obtenido la mitad.
-No creí que conociera a un anánimo tan agresivo -dijo entre jadeos, mirando en todas las direcciones-. Y me preocupa que no tenga problema en seguirnos con su manada.
-¿Manada? -Sahisa se había puesto ligeramente pálida, haciendo que sus ojos y cabello se vieran más oscuros. Sinta asintió mientras terminábamos de acomodar el ciervo en una estaca y entendíamos el fuego. Mi cabeza empezó a llenarse de murmullos, impidiéndome saber cuándo me hablaban unos u otros.
Sintiendo que se me partía en dos la frente, apenas pude comprender cuando me entregaron un trozo si me hablaba alguna de mi compañeras o estaba escuchando a las plantas que hablaban sobre bestias que habían rozado sus hojas. Di un mordisco a lo que suponía que era un trozo de carne, sin saber bien qué estaba pasando hasta que alguien me tomó del codo y empezamos a correr. Ahí pude regresar a mis sentidos, tropezándome con mis pies antes de que Sinta me tomara entre sus garras y alzara vuelo.
Por un momento pude ver varios ojos ámbar que nos perseguían, enseñando colmillos que chasqueaban en el aire donde habían estado mis pies momentos antes. Tardé un rato en volver a mis sentidos, cuando empecé a tantear con una mano mis bolsillos, suspirando de alivio al ver que todavía tenía las pastas que había hecho.
No volamos por mucho tiempo, por lo que nos quedamos en un árbol, mucho más al sureste de lo que estábamos antes. Los árboles empezaron a murmurar en cuanto me acomodé en una de las ramas, pero no podía discernir del todo lo que decían. Sahisa y Sinta hablaban sobre los anánimos, o eso suponía, no escuchaba lo que decían mientras mis ojos escudriñaban los alrededores.
Una pequeña voz, suave y delicada, me habló, diciendo que era parecida a alguien que había pasado por allí. «No tienes mi lealtad, pero los Extremos y los Cazadores te han vigilado de cerca», contaba, sacándome lentamente el malhumor que no sabía que iba acumulando a medida que el sol se ponía. Consideré exigirle que me dijera de qué se suponía que hablaba, pero tuve la impresión de que se reía de mí. Apreté los labios, soltando un bufido, mientras sacaba los bultos. Si tenía suerte, podría usarlos contra los anánimos.
«Nuestro señor descansa junto a sus protectores, poco quiere saber de compañías nuevas», añadió una voz más gruesa. Tuve la sensación de que las ramas se iban cerrando a mi alrededor, no sabía si como una jaula o un abrazo. «No hay que perturbar a la Madre. Y la sangre de guardiana siempre es bien recibida.»
Me eché hacia atrás, cayendo por las ramas con un poco de suerte para frenarme lo justo y necesario antes de desnucarme al tocar el suelo. Gruñí cuando el mundo pareció dar vueltas sin parar, haciendo que ponerme de pie fuera imposible. Oí a lo lejos que chillaban Sinta y Sahisa, y algo soltaba un aullido triunfal.
No necesité mirar hacia donde venía el sonido para saber qué era. Las plantas cantaban al son de sus zancadas, como si estuvieran animándolos a que me atraparan. Tambaleante, me acomodé en el suelo, intentando que mi cuerpo reaccionara un poco. «Si quieren sangre, desgraciados, van a obedecerme,» pensé y las palabras parecieron gustarle al bosque. Inmediatamente sentí que el suelo se alteraba por debajo de mí, empujándome hacia adelante, evitando que tropezara a la vez que me enviaban hacia no sé dónde.
-¡Morgaine! -gritó Sinta, haciendo que parpardeara y bajara la vista hacia mis manos, cubiertas de tierra y lo que parecía sangre. «Bueno, posibilidades de que encuentre a Darau son bajas. Mejor ahora que nunca.»
Los árboles y yo empezamos a movernos cuando las bestias aparecieron en nuestro campo de visión. Respiré hondo, pidiéndoles, o pidiéndome, que las otras dos estuvieran a salvo arriba, en tanto los arbustos y las raíces de algunos pinos empezaban a sacudirse, salvo donde estaba el cuerpo que se mantenía a duras penas. Sentimos a las bestias que se acercaban, sacudiéndose las malezas de encima, si es que podían.
Sonreímos. Teníamos hambre, y mucha, mucha sed. Las raíces y las ramas se movieron de la misma forma en que lo harían los dedos, rápidos como lanzas, queriendo hacerse con el líquido rojo que corría por dentro de aquellos que corrían hacia el cuerpo. La mandrágora y el la mezcla de acónito con cassava fueron absorbidas por unas ramas que apuntamos hacia una bestia que cayó muerta al instante, si era por los venenos o por las raíces que atravesaban su carne, no podíamos saberlo y no nos interesaba. Estiramos las manos cuanto podíamos hacia adelante, queriendo encerrarlos a los otros, cuando unos pasos apresurados se acercaron a donde estábamos. Nos apartamos antes de que nos llevara por delante.
«¡Por fin!», gritamos cuando las primeras gotas empezaron a tocar el suelo. Más. Queríamos, necesitábamos, mucho más.
Las bestias soltaron aullidos lastimeros, escapándose de la nueva criatura que repelía nuestros ataques con la gracia de una roca. No podíamos tocarla, no podíamos hacerle daño. La sangre que habíamos absorbido de unos tres cuerpos no era suficiente, por más que en poco tiempo sólo quedarán más que los huesos y músculos, listos para ir saciando el hambre que nos perseguía como una sombra.
Tan centrados estábamos en eso, que no noté cuándo la nueva criatura cambió su dirección, o, mejor dicho, cuando una nueva apareció de la nada. Hubieron unos pasos ligeros antes de que nos arrancaran el cuerpo.
Me sentí como si me hubieran tirado contra una pared.
-Bueno, he visto cosas raras en mi vida, pero dejas en absurdo a todo eso, jovencita -dijo una voz sobre mí. Tenía un tinte ligeramente divertido-. Impresionante, cuanto menos. ¿Y ustedes dos qué? Bajen, no muerdo... a menos que me obliguen.
Sentía que me palpitaba la cabeza y que el cuerpo entero estaba como un trapo gigante. Intenté abrir los ojos, luego enfocar la vista, hasta que pude encontrarme con una mujer que me extendía una mano morena llena de callos. Sus ojos me observaban con mucho detenimiento. De fondo, los últimos rayos de sol se colaban entre los árboles, dándole un aspecto más duro.
-¡Morga! Tormentas, ¡deja de darme estos sustos! -gritó Sinta, poniéndome de pie con fuerza y zarandeándome. Apenas logré apartarme de ella antes de que vomitara lo poco que tenía dentro del estómago.
-¿Morga? -preguntó la mujer, a lo que me enderecé, escupiendo un poco del regusto amargo que me quedaba en la boca. No fue la gran cosa, pero al menos parte del sabor asqueroso salió-. Morgaine de Yaralu, ¿tal vez?
Mi cuerpo entero se tensó ante la mención de mi nombre. Intenté enderezarme, de parecer algo... Era como si estuviera frente a las mujeres de mi tierra, el mismo poder de hacerme enderezar la espalda y bajar la cabeza. Solo que ella lo hacía sonar como una amenaza vedada.
-Ahora no, Nero -intervino otra mujer, vestida con lo que parecía una falda larga y una camisa pegada a su torso. La mencionada, Nero, le dio una mirada antes de volver su atención hacia mí, apretando la mandíbula.
-¿Y bien?
-¿Cómo sabes mi nombre? -La respuesta que parecía haber en sus ojos era tan esperanzadora como inquietante. ¿Cómo me había dicho Darau que era su progenitora? «No, esa no es la palabra,» me dije, intentando recordar cómo era, pero se me escapaba.
-Digamos que escuché bastante sobre tí -terminó diciendo con un encogimiento de hombros y una sonrisa de medio lado que no me terminó de convencer-. Andando, Jagne no está cerca y la noche no es piadosa.
Quise dar un paso, pero apenas pude hacerlo sin que mis rodillas fallaran. En un suspiro, Sahisa y Sinta estuvieron junto a mí, tomándome una de cada brazo. Intenté forzar un gracias, pero apenas pude emitir la mitad de la palabra antes de que entrara en una especie de trance en donde sabía que mis pies se arrastraban por el suelo, a veces dando con una raíz, otras con un pozo.
Me pareció escuchar que más gente se sumaba a nuestro paso, sonaban raras, como enojadas, y definitivamente no comprendía ni una palabra de lo que decían. En algún momento el suelo pasó de ser un colchón de hojarasca a pisos de piedra dura, lista y patinosa.
Dijeron algo y me ayudaron a sentarme en un sitio mullido, no el más cómodo para mí, considerando que me ardía la espalda y manos, aunque el malestar era algo muy lejano, tanto como las voces. Me acercaron algo a la boca, haciendo que abriera los labios y no tardé en reconocer el sabor dulzón del saúco y el picor de jengibre, suponía que estaba diluido con lo que podría ser un poco de agua. Por pura fuerza de voluntad tragué la mezcla, negándome a desperdiciar ni una gota.
Muy lentamente, mi cabeza volvió en sí, la vista se me aclaró un poco, pero me sentía saturada, como si todo fuera un ruido de fondo. Me pareció ver luces que estaban por doquier, a Sinta y Sahisa diciéndome algo que se me escapaba y luego me sobrevino el sueño.
Entraba y salía del estado de descanso, sabía que me habían tumbado panza abajo y alguien esparcía un bálsamo sobre mi espalda, dándome un ligero escalofrío ante el contraste de temperaturas. Luego desperté con unos vendajes en mi espalda, haciendo que respirar fuera complicado, y me dolía un poco el costado izquierdo. La tercera vez, estaba con la mujer que había visto en el bosque, cómodamente sentada en la silla que había junto a la puerta. Desde la ventana a mis pies, entraba la luz de la tarde.
Como si hubiera detectado mi despertar, ella abrió los ojos, y no supe qué pensar ante los rasgos más duros. Helados incluso, ni de la mueca que hizo al reparar en que la estaba observando.
-Tenías una costilla herida -dijo, como si eso fuera una conversación casual-. Y unas tantas heridas interesantes en la espalda.
Se puso de pie, caminando con la tranquilidad de una fiera que tiene a su presa en donde quiere. Tragué saliva, intentando controlar mis expresiones, por muy en vano que fuera. Intenté decir gracias, pero ella se adelantó a mis palabras.
-¿Te suena el nombre Darau? -Abrí la boca para preguntarle si lo conocía-. Soy quien lo ha criado, bruja. Y no estás en la mejor posición para hacer nada. -Se me debió ir la sangre de la cara, o esa sensación tenía la ver los ojos que me estudiaban con un desprecio que dejaba en ridículo a cualquiera que hubiera visto hasta entonces. No me sorprendería si me odiaba-. Creéme, me encantaría terminar lo que esos anánimos comenzaron, dejarte de nuevo en el bosque -continuó, caminando alrededor mío con pasos lentos, no podía seguirla con la mirada-. No sé si es suerte o las dos amigas que te defienden a capa y espada, pero quiero que sepas que razones para matarte no me faltan.
Luché contra las lágrimas, respirando hondo y apretando los dedos. Suponía que lo tenía merecido, en cierto modo, pero se seguía sintiendo injusto.
-No lo dudo -dije con un hilo de voz, sintiendo que empezaba a escuchar llantos a lo lejos, el sonido de voces que me obligaban a quedarme quieta, que me obligaban a volver-. Yo... Lo lamento.
Hiedras, me dolía llorar incluso. Los sollozos me daban puntadas y el cuerpo parecía estar a punto de deshacerse en millones de pedazos. Creí que Nero se había marchado, pero escuché un suspiro cansado.
-No es a mí a quién le tienes que decir esas palabras, bruja -sentenció antes de marcharse, dejándome sola. Apreté los dientes, intentando volver a acallar todo lo que empezaba a reptar de regreso a mí. Había llegado a donde se suponía que vivía Darau, pero sentía que estaba de regreso en Eedu.
La puerta se volvió a abrir, esperaba que fuera Sinta o Sahisa, quizás Nero que había cambiado de opinión sobre dejarme vivir o algo por estilo. Quise hacer un esfuerzo por sentarme, ver bien quién había entrado justo cuando necesitaba estar completamente a solas. Me preparé para decirle que me dejara en paz, pero cualquier palabra abandonó mi cabeza cuando reconocí los rasgos. Estaba con un poco más de barba que en mis recuerdos y tenía el pelo recogido. Vestía ropas holgadas de los colores de la tierra, con botas pesadas y un abrigo que dejaba a la vista una prenda que se le pegaba al cuerpo.
Me resultó imposible saber qué pasaba por su cabeza, pese a que sus rasgos dejaban en claro que estaba tan sorprendido como incómodo con mi presencia allí.
-Tanto tiempo, Morgaine.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top