erudito

Reino de Oucraella, Pembakaran - Bangau.

Darau y el alifien eran una compañía agradable. Ilunei era quien más conversación sacaba, siempre encontrando algún detalle de la ciudad para comentar, sino era sobre algún razonamiento o una conversación que había escuchado. Nada que fuera demasiado trascendente, hasta donde podía escuchar, era como oír a un recién nacido.

El muchacho, por otro lado... Sí contaba un poco de lo que encontraba en la ciudad, si es que pasaba algo digno de llamarle la atención. Después de su locura contra el anánimo, y ni qué decir de la reacción de todos en la biblioteca. Habíamos pasado dos días más yendo a leer algo de lo que podría ser la causa de su condición, siempre con al menos tres o cuatro escolásticos que pasaban cuchicheando sobre si era un nuevo terpilih o qué sé yo qué título místico le daban en Ventyr.

De momento, lo que habíamos encontrado era que solían venir de vez en cuando algunos magmelianos de dudoso origen y hablaban de un nuevo modo de utilizar la naturaleza de nuestro ser. Algunos textos decían que eran encarnaciones de los dioses, que eran capaces de ver la herencia que nos había dejado Cirensta de una manera más "pura", como había sido el caso de Meizen el Iluminado, fundador del Monasterio. Otros decían que eran blasfemos, experimentando con los restos de los muertos, como había sido el caso de Hecata de Khiana, quien había utilizado los restos de cadáveres para asaltar a Tagta en 2586.

Algunos académicos insistían que estos terpilih venían cada cierto período de tiempo, pero viendo los años, nada terminaba de cerrar, por lo que dejamos de ir por ese camino. En algún momento debimos tocar fondo, porque el viejo Wiyono nos recomendó ir a Bangau, donde la familia Menawan eran poseedores de una de las bibliotecas más completas del reino.

—Sobre todo cuando se trata de asuntos tan complejos como este —añadió, dando un ligero gesto con la cabeza hacia Darau, quien mantenía su vista fija en el libro que tenía abierto frente a él. Estaba con el ceño fruncido, gesticulando por lo bajo, como si intentara comprender las palabras.

Tamborileé sobre la tapa del libro que tenía en mis manos, considerando las opciones. Conocía los rumores de que la familia de los Menawan; eran celosos de sus textos, más cuando ellos tenían la certeza de que era algo que sólo ellos debían de saber. Si no me equivocaba, solían ser los encargados de criar al siguiente Raja si era nacido en una familia ajena a la real

Asentí y me fui al joven, comentándole lo que me había dicho el viejo académico. Él me miró con la mirada desenfocada momentáneamente, cerrando el libro con cuidado. Casi podía ver cómo los pensamientos iban pasando por su cabeza, todas las opciones que quizás estaba considerando antes de darme un ligero asentimiento.

Volvimos a la casa y el alifien nos estaba esperando. Sonreía ampliamente y no parecía capaz de estarse en un solo lugar. Era imposible no devolverle la sonrisa o no sentir que te contagiaba un poco de su ánimo.

—Escuché que dentro de poco presentarán al heredero —comentó mientras entrábamos a la casa. Casi me daban ganas de tomarla por los hombros y sentarla por un momento en una silla, darle alguna infusión para los nervios y luego darle una palmadita en la cabeza—. También escuché que una familia de una ciudad, creo que Bangau se llamaba, estaba haciendo una especie de evento para la ocasión.

—Pues, parece que iremos —comentó Darau, quien se dejó caer pesadamente sobre la silla más alejada de la puerta—. Los de la biblioteca dijeron que teníamos que ir a Bangau, también —dijo cuando Ilunei se volteó hacia él. Una sonrisa más amplia de lo posible se abrió paso por su expresión e inmediatamente empezó a apurarnos para armar las valijas y partir.

Tardamos más o menos tres días y Darau era una persona completamente distinta en los caminos. Se paraba más recto, como si pudiera oler al aire mismo, sus ojos escudriñaban las ramas con tanta seguridad que parecía saber dónde habría un anánimo antes de que apareciera. Suponía que parte de ello se debía a la última vez que se había cruzado con uno de ellos, pero seguía siendo demasiado exacto, como una segunda naturaleza. Dudaba que los mismos monjes tuvieran la habilidad tan afinada como él, aunque, si tenía que ser honesto, sabía tanto del Monasterio como cualquier habitante normal de Magmel.

Bueno, puede que un poco más que un habitante normal, pero seguía siendo más preguntas que respuestas.

Con el viaje bastante tranquilo, el mayor percance fueron unos viajeros, supongo que de clase alta en Oucraella si me guiaba por sus ropas ornamentadas, que nos miraron a los tres con cara de estar oliendo a porquería. Podía entenderlo si teníamos en cuenta de que ninguno de los tres se veía como uno de ellos, pero... «Has visto a ventynos ser incluso peores, Lekten», pensé en un momento, cansado de darle vueltas al asunto.

La ciudad de Bangau era muy distinta a todas las que había visto y estado. Ni siquiera la Capital Mercantil exudaba el nivel de riqueza, o amor por las joyas, como aquella ciudad.

Hasta entonces siempre habían algunos puentes que daban hacia el suelo, permitiendo que subieran los beatinos con sus cargamentos más pesados o mercaderes que iban con sus carros cargados de bienes que no cabían en los puentes. Luego era la barrera, dando la impresión de que estábamos frente a un nido inmenso. Por encima de ese muro se alzaba un árbol completamente blanco que parecía emitir un brillo similar al de la luna, imposible de ocultar incluso entre los otros árboles. Por último, el peaje; no sabía qué esperaba, pero pagar el equivalente a cinco comidas por persona era... bastante. «Hay que mantener la barrera de alguna forma», me repetía al pasar.

Del otro lado del muro, la ciudad era una versión muy refinada de lo que habíamos visto hasta entonces. Estaba convencido de que los puentes habían sido tallados en mármol, que los árboles tenían detalles con piedras preciosas, ya fueran incrustadas o colgando de las ramas. Los habitantes iban con ropas que se veían diseñadas para fiestas elegantes, nada de trabajos pesados, nada de viajes constantes o cosas que requirieran un poco más de movilidad. Los niños iban en orden, muy pocos siquiera se atrevían a ir más rápido que un trote sin que los padres les chistaran y continuaran con su caminata.

—Empiezo a adorar mi hogar en Tagta —murmuró Darau cuando pasamos junto a una familia. Asentí, convencido de que seguramente había crecido en un ambiente que gritaba "peligro" por completo, pero podía admitir que al menos contaba con la libertad de correr y trepar árboles. No podía decir que yo había gozado de algo semejante, más allá de mis escapadas a las catacumbas con mi hermana.

Fuimos de posada en posada, preguntando por habitaciones libres, y notando que no querían tenernos bajo su techo, así fuéramos los únicos clientes a la redonda. Para el onceavo que nos sacaba a patadas de la recepción, simplemente fuimos hacia una que habíamos visto al entrar, que parecía estar al borde de caerse sobre sí misma, con piojos por doquier y quizás hasta cucarachas en la cocina. No iba a averiguar si era cierto, menos cuando nos aceptaron como huéspedes por una décima parte del peaje. Había dormido en peores sitios que aquel, donde lo menos peligroso e incómodo eran los insectos que podría encontrar entre las sábanas o dentro de mi bolsa de dormir.

Las habitaciones eran pequeñas, con el espacio mínimo y necesario para que pudieras levantarte de la cama (donde no iba a entrar, considerando que mi alto superaba al de cualquier oucraello). Mordí mi lengua y me obligué a no molestarme por la humedad que veía en las paredes.

Era bastante avanzada la tarde cuando nos fuimos a visitar la biblioteca que estaba abierta para todo el mundo. Y estoy siendo generoso. De no haber sido por una chica que se pegó a Darau cual sanguijuela, sonriendo como si jamás hubiera cometido una diablura. Era fácil sentir cierta simpatía hacia ella, invitaba a estar de su lado, defenderla de cualquier mal. Y ponía los pelos de punta lo muy tentador que era aquello, así el agradecimiento por dejarnos pasar a lo que podría ser un mundo de respuestas a nuestras preguntas.

—No fue nada, simplemente creo que podrían ser de utilidad para Oucraella —contestó cuando le pregunté el motivo de sus decisiones. Tenía una sonrisa cortés, pero no de las honestas, era la misma que le había visto esbozar a Shinu con los nobles que más la irritaban. Darau parecía estar en un mundo completamente distinto al nuestro, sonriendo ligeramente hacia la chica (quien le devolvía la sonrisa) y sonrojado. Recién entonces parecía un joven que no superaba los veinte, sin esa mirada dura que había tenido desde el momento en el que lo había encontrado.

Los dejé a solas, moviéndome hacia la sección de "Herencias y Legados", recorriendo los tomos y pergaminos. Era difícil no detenerme a observar los decorados que habían en los lomos de cuero o en las tapas de piedra preciosa, desde jades hasta rubíes, también las habían de mármol, con distintas aves que rodeaban algunos símbolos que resultaban familiares. Tomé algunos que parecían ser más prometedores, pero seguramente iba a necesitar de otros.

Empecé a leer algunos pergaminos que olían a viejo, pese a que se veían bien conservados. Gran parte del tiempo lo perdí admirando los decorados y la letra, era imposible no hacerlo. Sí, había visto hasta el hartazgo aquellos dibujos en la biblioteca de Pembakaran, pero estos eran mucho más interesantes. Los rizos de las letras parecían guiar a la vista hacia cualquier lado menos a la siguiente letra, los bordes tenían tantos detalles que no podía no detenerne a estudiarlos. Estaba tan sumido en mi admiración, que no noté la presencia de Darau hasta que habló.

—¿Encontraste algo?

—Escamas y colmillos sagrados —murmuré, apoyando con cuidado el pergamino que por poco dejo caer en la mesa. Intenté respirar hondo, de serenar un poco mi corazón, antes de volverme hacia el muchacho—. Vas a enviarme con Vyn a las sombras antes de lo que esperaba, jovencito —siseé, arrancando una sonrisa de disculpa de su parte.

—Supongo que estaba interesante —comentó y asentí a medias, sacudiendo la cabeza de lado a lado. Le mostré los dibujos, y él se acercó, contemplándolos con el ceño fruncido—. Hay algo raro en esto. —Fue mi turno de fruncir el ceño y pasar la vista del papiro al muchacho, quien se enderezó, mirándome y aclarándose la garganta—. En general, los libros y papiros que veía en la biblioteca de Pembakaran no brillaban.

—¿Alguna idea de por qué sería?

Por supuesto, no teníamos ni siquiera una razón para explicar aquello, pero al menos ya podía sospechar que no era normal lo que me había ocurrido.

—Solo sé que se siente viejo —dijo Darau mientras cerraba el pergamino—. Algo me dice que es cercano a los comienzos de la Era Luminosa.

—O sea, la actual —comenté, y Darau inclinó la cabeza, mordiéndose el labio por un momento.

—No, la actual es otra —fue todo lo que dijo antes de irse a un pasillo, dándome la espalda. Decir que estaba sorprendido era una obviedad, no había siquiera un solo pensamiento coherente en mi cabeza mientras lo veía alejarse. Tardé un momento en reaccionar, pero me detuve, había otras prioridades antes que la Historia y los tecnicismos.

Pasamos el resto de la tarde, un par de horas seguramente, buscando títulos, anotándolos en hojas que nos entregaban los bibliotecarios con mala cara. Suponía que no nos echaban a patadas porque la muchacha blanca como las estrellas había tenido algo que ver.

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