daño
27 de veimboner a 9 de ceberimid, año 5779.
Magmel, Dusilica, Citadela - Lerán, Clan Mbyja Yvategua
Siempre que hemos hablado de la guerra, en la realidad y en los tiernos juegos de patio, aprendimos que el que divide al enemigo, es quien ha ganado a corto plazo.
No me consideraba una persona que le costara levantarse en la mañana, menos aún alguien que hubiera que empujar para que se moviera, pero ese parecía ser el caso en ese momento. Lo noté cuando Morgaine me ayudó a levantarme de aquella habitación junto con Rei para llevarme a la habitación donde habíamos estado durmiendo todo ese mes. Arrastraba los pies y me daba hasta vergüenza la cantidad de veces que me tropezaba en un suelo liso.
Trifhe se había quedado abajo, hasta donde tenía entendido y si me guiaba por los extraños sueños donde veía las profundidades del océano. «Tienes que moverte», me murmuró Cire. Por un momento me pareció verla, con su ceño fruncido y una apariencia que me recordaba a mi mamá, solo que con el cabello castaño. «Vamos, muévete», rogó y me pareció sentir que estaba conteniendo las lágrimas. Quizás fue por escuchar cómo su voz estaba a punto de quebrarse o la costumbre, no lo sabía, pero me senté en la cama horas después de mi traslado.
Solté un gruñido al levantarme. Alguna vez había escuchado a Lisbeth decir que le pesaba su existencia, y en ese momento podía darme una idea de cómo se sentiría aquello. Morgaine estaba en el baño, si me guiaba por el sonido del agua corriendo, y mis ojos ya me pesaban de nuevo. Apoyé mi cabeza entre mis manos, demasiado pesada como para sostenerla solo con el cuello.
-¿Darau?
Casi me caigo de cara al suelo. Parpadeé, espantando la sensación de que tenía las pestañas cosidas. Morgaine estaba frente a mí, con su cabello un poco más liso por el agua, aunque las ondas empezaban a formarse. Aparté la mirada antes de que me fijara en cómo se transparentaba un poco la ropa allí donde el pelo mojado tocaba. Respiré hondo, sintiendo el olor dulce del jabón que probablemente había usado.
-Estoy bien -dije, esbozando una sonrisa y acariciando su rostro. Disfruté de ver sus ojos cerrarse despacio, de su rostro inclinándose en dirección a mi mano-. Nada más que un poco de cansancio.
De inmediato abrió los ojos de nuevo y apretó los labios a la vez que sostenía mi muñeca. Dejé salir un suspiro, intentando no gruñir, ahogando las ganas de ponerme de pie y marcharme de la habitación. Las palabras de Trifhe resonaban en mi cabeza, haciendo que apretara los dientes y respirara hondo. Sacudí la cabeza, diciendo que iría a darme un baño rápido antes de salir, tomé unas ropas que nos habían dejado en un armario, y me encerré en la habitación que todavía tenía rastros de vapor. Un suave olor a flores todavía flotaba en el aire..
Al igual que el resto de la casa, el sitio era elegante, pero había cierto aire de dejadez que me recordaba a Jagne, cuando recién nos habíamos mudado con mamá. Aunque entonces las condiciones habían sido incluso peores, porque la idea de agua corriente no estaba. Tampoco en la actualidad, pero algo se habían ingeniado con papá y el resto de la ciudad. Sacudí la cabeza, empezando a desvestirme e intentando no resbalar en el proceso.
La ducha fue rápida, esperando que el agua, casi helada, me terminara de quitar la sensación de cansancio que tenía encima. Salí y me vestí de inmediato. De refilón me vi en el espejo, haciéndome dudar por un momento si debería o no quitarme la barba que empezaba a crecer. «En otro momento», me dije a la vez que regresaba a la habitación principal. Morgaine ya se encontraba cerrando nuestros bolsos, se había atado su cabello en una trenza rápida, pero aún así algunos mechones caían sobre su rostro, cuando reparó en mí me dio una tentativa de sonrisa, que le devolví como pude, antes de darme mis cosas.
Acomodé mi bolso sobre el hombro y me giré, justo a tiempo para encontrarme con Rei entrando al comedor con Trifhe tras ella. Sentí que el corazón empezaba a subirse a mi garganta al verlo. Apreté las manos, ignorando por completo los gimoteos de Cire de fondo. Las manos me sudaban y los ojos empezaron a pesarme un poco más, casi haciéndome caer. Hubo un ligero apretón por parte de Morgaine, pero incluso así me sentía estar peleando con todo mi ser para mantener la conciencia.
Era incapaz de dejar de contemplar su expresión helada, sus ojos que se movieron imperceptiblemente hacia donde mi mano y la de Morgaine entrelazadas. Por instinto, me coloqué frente a ella, tratando de sostenerle la mirada. Aunque su rostro no mostró nada, pude ver cómo fruncía los labios ligeramente antes de caminar en dirección a la mujer que nos había llevado hasta allí. Tardé un momento más en ir tras sus pasos, ignorando la mirada de Morgaine que me estudiaba al punto de que me sentía arder allí donde estaban pasando sus ojos. Podía hacerlo.
Rei nos llevó hacia una pequeña plataforma, apurándonos. Trifhe la siguió en silencio, aunque me pareció escuchar un bufido de su parte.
-¡Kyrios! -Volteé justo a tiempo para ver a Zena corriendo en nuestra dirección. Se detuvo con una patinada frente a nosotros, jadeando, antes de enderezarse y hacer una profunda reverencia-. Zena agradecer todo.
Abrí y cerré la boca, sin saber qué decirle. Pero antes de que pudiera pronunciar nada, se dio media vuelta y se marchó tan rápido como llegó. La vi desaparecer junto con el muchacho que la había acompañado el primer día, quien nos miraba con el ceño fruncido y cierta pose altiva. Cuando volví a mirar hacia Rei, me encontré con su expresión vacía, pero sus ojos se habían vuelto de un color más cálido. Duró un instante antes de que sus facciones se volvieran tan duras como las de Trifhe y nos apresurara a subir.
Eso estaba por hacer cuando escuché que me llamaban. La mujer rubia caminaba en nuestra dirección con el cabello rubio atado en una coleta alta. Iba con sus manos firmemente metidas dentro de su abrigo y mordiéndose levemente el labio inferior. Se detuvo frente a mí, mirándome a los ojos.
-En caso de que esto... falle estrepitosamente, busca esta marca en los árboles -susurró, apenas moviendo los labios y metiendo su mano dentro de mi propio bolsillo antes de volver a quedar en la posición de antes con la facilidad de quién lo había hecho demasiadas veces-. Pide que te vea y me aseguraré de ayudarte -añadió antes de marcharse, sin darme tiempo siquiera a responderle.
Quedé contemplando en silencio en su dirección antes de que la voz molesta de Rei y el bufido de Trifhe me trajeran de regreso a la realidad.
-Hablé con Aokina y los doctores, dijeron que era mejor si los llevaba directamente a Leerán. Beäte anda complicado en este momento.
Intercambié una mirada con Trifhe, quien simplemente arqueó una ceja. Solté un bufido, diciendo que no había problema alguno con que nos llevaran allí. Y con eso emprendimos el camino de regreso, en un silencio probablemente más tenso que en la ida. O eso me parecía. En cuanto llegamos a la superficie, bajamos en medio de una costa llena de acantilados y con un pequeño camino que parecía llevar a otro sitio.
-Caminen recto, seguro que se encuentran con algunos Leranos en dirección a Oucraella -indicó Rei antes de marcharse. Hubo un momento de silencio, donde sólo se escuchaban las olas y el viento de la playa.
-Vamos -dijo Trifhe. El cuerpo entero me tembló al verlo alejarse hacia la subida.
«Lo extrañas», murmuró Cire. Sacudí la cabeza, no, no podía extrañar a quien sólo causaba problemas. Y con eso me quedé en la cabeza al empezar a seguirlos.
Empezamos a ascender y los músculos de inmediato empezaron a quejarse. Apreté los dientes, ignorando la sensación de que el corazón estaba palpitando con demasiada fuerza, que el aire apenas entraba en mis pulmones. «Vamos, Darau, tú puedes», murmuraba Cire, casi podía sentirla tirando o empujando para que diera un paso más. Un ligero graznido se hacía eco a lo lejos mientras avanzaba, moviendo las piernas por costumbre. Seguía sintiendo el palpitar a lo lejos, un eco que retumbaba en algún sitio.
Al llegar a la cima, donde ya me esperaban Morgaine y Trifhe, tuve la sensación de que se me destapaban los oídos y el cansancio me consumía como si hubiera saltado a un pozo de agua. Jadeaba, las manos me temblaban, la simple idea de dar otro paso más me resultaba imposible.
No necesité mirarlo para saber que él también estaba sintiendo algo similar. En cuanto abrí los ojos, pude ver el dolor en el rostro de Trifhe, sutil como lo era todo en él, apenas un fruncimiento en sus cejas, los labios ligeramente apretados y los dedos tensos alrededor de la correa que iba por su hombro. Aún así, ambos mantuvimos la frente en alto cuando empezamos a caminar sobre el ahora suelo plano. Recién cuando dejé de tenerlo mirándome de frente, me obligué a ver mis alrededores, a las praderas que se extendían por el horizonte con uno que otro grupo de árboles. El cielo estaba despejado y una suave brisa corría por el lugar, dando la sensación de que los pastos se volvían una inmensa ola amarilla y blanca ante el movimiento.
Era mediodía.
Caminamos en silencio, sin intercambiar palabras, siguiendo a Trifhe. Apenas debíamos llevar una hora o dos, pero ya sentía que el corazón estaba por estallar y que la visión se me nublaba. Jadeaba, lo que me dejaba sorprendido, cuanto menos, pero suponía que era de esperar luego de la subida y tener apenas unos instantes de descanso. No dije nada, soportando la marcha hasta que Trifhe se dejó caer contra un árbol, a pocos pasos de un arroyo, e hice lo mismo contra otro tronco. Eché la cabeza hacia atrás, tomando grandes bocanadas de aire, cerrando los ojos, tratando de ignorar la sensación de que había levantado toda una montaña.
-¿Qué les pasa? -preguntó Morgaine, haciendo que abriera los ojos, viéndola. Ella estaba como si no hubiera pasado ni un instante desde nuestra salida de la Citadela. Sus ojos iban de Trifhe a mí y de mí a él.
-Mucho calor -me atreví a musitar antes de ponerme de pie, no sin sentir que todos mis músculos se quejaban ante la idea de tener que sostenerme. Apoyé mi peso contra el tronco, maldiciendo por lo bajo-. Iré a por un poco de agua.
-Ya iré yo, ustedes... descansen -negó ella, dándome un beso en la mejilla al pasar a mi lado. Sonreí pese al cansancio, y la seguí con la vista. De reojo, noté que Trifhe también la veía, con los labios apretados y los nudillos blancos. Un dolor en el pecho me atravesó con la facilidad con la que hubiera pasado una bala. «Tenía que gustarle Mora», bufé por dentro.
El momento se sintió tan tenso como cuando hablamos en la habitación de la Citadela. No quería romper el silencio, no cuando sabía que él no estaba de acuerdo con lo que yo hacía, que no tenía ninguna intención de arrepentirse de lo que había causado. Por lo menos, podía estar tranquilo con que él se iría por su lado, dejándonos en paz.
Y la idea me partía en millones de pedazos.
-Más te vale cuidarla -murmuró, sacándome de mi cabeza. Seguía con la vista clavada en ella, pero en cuanto notó mi mirada, se concentró en mí-. No permitas que le vuelvan a hacer daño.
-¿Por quién me tomas? -respondí, escupiendo las palabras. Él me miró fijamente, sin decir nada más antes de ponerse de pie. Apreté los dientes, sintiendo que mis dedos empezaban a crispar-. Me aseguraré de que esté más que bien.
Él abrió la boca cuando el mundo pareció detenerse. Ambos nos giramos al mismo tiempo, justo a tiempo para ver una silueta roja y dorada que se achicaba a lo lejos. Un frío abrazador me consumió, y rogué estar equivocado ante la idea. A medida que se iba acercando, empecé a distinguir un poco más los rasgos.
-Cuernos... -escupió Trifhe y pude sentir todo el veneno, la furia que ardía por dentro de él. Abrí la boca para decir... algo, pero chillidos, rugidos y el sonido de alas ahuyentó cualquier palabra que hubiera estado pensando. Miré hacia el cielo, donde empecé a distinguir yukuterianos de colores terrosos, rojos, dorados, negros, blancos, algunos más mezclados que otros.
No pensé, simplemente empecé a buscar las voces del viento, de la tierra, pero no había nada. «Entréganos todo», susurraron otras voces y sentí que las plantas empezaban a enredarse sobre mi cuerpo. Fruncí el ceño, ahogando un grito al notar que algunas ramas se clavaban en mi piel. Y solo por la conversación que había tenido antes de Trifhe fue que terminé apretando los dientes, apartando el dolor hasta luego.
Abrí los ojos, encontrándome con el hombre de Oucraella, desnudo, pero tenía el mismo cabello negro, suelto, la piel llena de dibujos que nacían de su pecho y se extendían hasta llegar a sus manos. Kong. Tenía una expresión divertida, casi sorprendida, pero no parecía inquieto ni en lo más mínimo.
-Vaya, y yo que pensaba que mis informantes me habían mentido -silbó, enseñando unos dientes que se fueron afilando-. ¿Con que dos de ustedes?
No respondí, simplemente moví las plantas hacia él, pero las partió sin mucha dificultad. Trifhe se movió a mi lado, con los ojos que ardían mientras el suelo empezaba a moverse a su alrededor. Por un momento creí que tendría éxito.
-Vaya forma de saludar -dijo y escuché a Morgaine gritar. Las plantas se movieron antes de que siquiera pensara qué estaba haciendo. Las raíces del árbol más cercano se alzaron como lanzas y atraparon al yukuteriano que se había atrevido a hacerle algo a Mora. En cuanto estuvimos seguros de que ella no corría más peligro, intercambiamos una mirada.
«Mátalo», siseé en mi interior y una sonrisa afilada se apareció en el rostro de él. La tierra se movió al son que nosotros marcamos. Casi podía sentir la victoria en la punta de la lengua, sentía una sed ardiente. «Ilunei», el nombre casi me sacó unas lágrimas y me pareció escuchar a Trifhe gruñir.
«Paga», no sabía quién lo decía.
Podía sentirlo a punto de agarrarlo, de sostenerlo contra el suelo para que Trifhe se hiciera cargo del resto. Creía que lo tenía, que estaba bajo mi agarre, pero antes de que pudiéramos cantar victoria, mi cuerpo entero se detuvo.
-Suéltenme. -El aire se me atascó en la garganta y de inmediato me sentí caer sobre mis manos y pies. Oí su risa mientras caminaba hacia donde estaba-. ¿Qué pasó, muchacho? -preguntó, agachándose al lado de Trifhe. El pecho se me cerró ante la mirada fría y divertida, se relamió los labios, dejando a la vista los dientes filosos-. ¿Acaso tu hermanito te ha vuelto débil?
La lengua se sentía pastosa, puntos negros amenazaban con consumir mi visión. «Corre». Lágrimas empezaron a acumularse en mis ojos cuando lo vi ponerse de pie, dejando que su piel se convirtiera de nuevo en escamas, en un inmenso cuerpo rojizo y dorado. Abrí la boca, pese a que las palabras no podían salir.
Vi cómo levantaba una de las patas sobre el cuerpo de Trifhe. Estiré mi mano, gritando a lo que sea que me escuchara. Oí otro grito a mi alrededor, y lo siguiente que sé es que estoy bajo un techo anaranjado, olía a hierbas y el cuerpo me pesaba más que incluso antes. Parpadeé e intenté girar la cabeza, ganándome una puntada que me hizo soltar el aire entre los dientes. Unas voces empezaron a hacerse oír, me pareció escuchar pasos que se acercaban y ¿el sonido de la lluvia? No lo sabía, pero sí me quedó claro que alguien empezó a hablar en una voz gruesa al mismo tiempo que me mantenían quiero en el lugar.
-Darau, no te muevas -escuché que me decía Morgaine desde algún punto. Abrí los ojos de nuevo, buscándola. Apareció pronto frente a mí, con sus ojos opacados de preocupación hasta que me vio y pareció soltar todo el peso que había estado cargando sola. Un nudo pareció desarmarse en mi pecho al verla, antes de que un frío intenso. «¿Dónde? ¿Dónde?» Inmediatamente empecé a moverme de nuevo, sin importarme que todo el cuerpo me dolía como hacía meses que no lo hacía.
«¿Dónde? ¿Dónde? ¡¿Dónde?!»
-Darau.
Trifhe caminaba doblado en dos, con el cuerpo lleno de cicatrices, el pelo que empezaba a crecer, negro y con un mechón blanco. Estaba sereno, pese a que el dolor era evidente en el cansancio de sus ojos, en cómo se aferraba a quien sea que estuviera sosteniéndolo, en la mano que se crispaba ante cada movimiento que hacía. Volví a respirar al verlo, completamente esta vez. E inmediatamente apartamos la mirada.
«Siguen vivos», suspiró Cire y casi me pareció escuchar un sollozo de su parte.
-¿Cuánto tiempo pasó? -pregunté con voz ronca. La garganta me ardía un poco y pronto me encontré con unas manos que me ayudaban a levantarme un poco mientras Morgaine me daba de beber de un cuenco. Sabía amargo, pero no tenía apenas fuerzas más que para simplemente tragar.
-Dos semanas -creo que dijo en un susurro. Cerré los ojos, respirando hondo y conteniendo las ganas de escupir lo que sea que hubiera tragado. Intenté mantenerme despierto, de seguir preguntando, de saber qué cuernos había pasado, pero era imposible.
Abro los ojos en la caverna que conozco bien, pero no hay rastros de braseros ni fuego verde, no hay nada más que una mesa triangular en el centro de todo, alumbrada por lo que parece ser la luz de la luna. Hay tres sillas, una en cada punta. La primera sé que tiene grabados de vides y marcas de garras, sé que es cómoda, agradable de usarla; la segunda es suave, con enredaderas y flores agradables, es mullida y reconfortante. La tercera ha sido volcada de una patada.
-¿Hola?
Me responde el eco, eterno y hueco. Volteo sobre mí, mirando sobre mi hombro varias veces, pero todo sigue igual de vacío, igual de oscuro, igual de solitario. Trago saliva y camino hacia la tercera silla, contemplando los grabados hechos como con una hoja tan filosa que cortaría incluso las piedras, tiene un grabado que se asemeja a los rizos de las plantas, pero terminado en ángulos más puntiagudos, como puntas de armas. No parece cómoda, no es para estar mucho tiempo allí.
Escucho ruidos chirriantes, huecos, como miles de huesos chocando entre ellos. Risas y rugidos rebotan en las paredes, multiplicándose con los pasos descalzos que corretean por todos lados. Una luz roja y dorada alumbra la sala, quitándome el aire, congelando mi corazón.
Alzo la vista, encontrándome con una pupila de estrella de cuatro puntas que emite aquella luz, observando en medio del fuego. Sé que tiene una sonrisa de victoria pese a que no puedo verle nada más.
-Sigue, sigue, deja que te lleve al estómago de la bestia que tiene hambre eterna -canturrea, riéndose con una voz grave y cavernosa. Retrocedo, aunque no importa si llego al borde de la cueva, sé que me puede alcanzar incluso allí.
-Apártate. Déjame -digo, aunque el pecho se siente tan frío que no soy capaz de respirar.
-No puedes proteger a tu sangre, no puedes cuidarte a tí mismo, ¿cómo piensas vencerme? -se ríe antes de apartarse con un tronar de la piedra bajo su movimiento.
Retrocedo, conteniendo la respiración, tratando de recordar una escapatoria. Quiero llamar a los elementos, lo que sea, pero solo hay silencio. Estoy solo. Lágrimas caen por mis mejillas, el aire no entra por mi garganta, me ahogo en mis palabras cuando un fuego verde empieza a arder a mi alrededor, consumiéndome en medio del grito.
Me levanté con el grito atorado en la garganta y jadeando. Miré a mis alrededores, buscando desesperadamente cualquier rastro de aquel ojo, de la caverna, la mesa, las sillas, pero no. Estaba en el suelo, envuelto por mantas y tardo un momento más en notar la mano de Morgaine que me obliga a verla.
Dejé salir un suspiro, ocultándome del mundo entre sus brazos, dejando que su olor me rodee, que el calor de su cuerpo sea lo único que pueda sentir. La siento pegarse a mí, como si tampoco pudiera soportar la distancia, por mínima que sea. Sus dedos juegan con mi cabello, su respiración es acompasada, y pronto me encuentro cerrando los ojos de nuevo, presionando un poco más para asegurarme de que esté allí. Que no estoy solo.
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