Capítulo 5: Amor Perdido

Aquel mismo día, el 10 de septiembre, Connor y Alma se reunieron en un parque alejado de las casas de ambos tras acabar sus horas lectivas. El hijo del Gobierno Británico, también conocido como Mycroft Holmes, había tenido que soportar un leve interrogatorio por parte de su madre, Anthea, antes de salir de casa. Por su parte, Alma estaba segura de que su hermano Aiden andaba ya metido en líos, pues al haber dejado su mochila en casa, se encontró con que él no estaba allí, y su motocicleta tampoco. No quiso alertar a su madre, pues estaba convencida de que estaría resolviendo uno de los casos con la hermana de Holmes, la pelirroja.

–¿Y bien? ¿Han sospechado algo tus padres? –cuestionó la morena, cruzándose de brazos.

–No, al menos por ahora –replicó el castaño-pelirrojo en un tono sereno antes de suspirar–. Aunque mi madre me ha sometido a un interrogatorio para saber a dónde voy y con quién.

–Vaya, y yo que pensaba que eras el niño de mamá, Señor Estirado –se mofó la niña con una leve carcajada.

Que graciosa –Connor suspiró una vez más–. Ven, tenemos un caso que resolver –indicó con una voz que Alma no tardó en identificar como una quebrada.

–¿Hay algo personal en este caso, verdad? –cuestionó, sin embargo no recibió respuesta alguna por parte de su compañero, quien ya había comenzado a caminar hacia el lugar de los hechos, el cual se hallaba bajo la supervisión de Scotland Yard y su propio padre.

Cuando llegaron al lugar del crimen, observaron que había un coche estrellado contra un poste de electricidad. Un cuerpo había salido disparado por el parabrisas, culminando en su muerte instantánea. Dado lo delicado del caso debido a la identidad de la persona que se encontraba sin vida, tendida bajo una sábana blanca, había reporteros a rebasar en el lugar. Connor logró ver a su padre a lo lejos, hablando con un hombre que conocía bien: era el Sr. Sullivan, un multimillonario que había amansado su fortuna a base de actuar en grandes proyectos cinematográficos. Su mujer había fallecido hacía años.

–¿Vas a explicarme de una vez en qué consiste este caso? –preguntó Alma en un susurro, contemplando cómo Connor esperaba hasta que su padre y el Sr. Sullivan se marchasen de la escena del crimen para comenzar a acercarse.

–No es fácil para mi explicarlo, Pequeña Dominatrix –le contestó al fin, acercándose a la escena del crimen, donde un joven policía que lo conocía los dejó pasar, acercándose al cuerpo–. El hombre que has visto hablando con mi padre... –comenzó, sus ojos castaños percatándose de la presencia de un coche que conocía bien, lo que comenzó por dar rienda suelta a sus sospechas e ira.

–¿¡Ese era tu padre!? ¿¡Mycroft Holmes!? –se sorprendió la morena, quien no se esperaba verlo desde tan cerca, siendo una persona que lo admiraba por su gran inteligencia y su puesto en el Gobierno Británico–. ¡Mis padres me han hablado mucho de él!

–...Sí –afirmó Connor, algo divertido ante el entusiasmo que la pequeña parecía profesar por su padre, pero al mismo tiempo con un cierto tono de desasosiego debido a la inferioridad que sentía respecto a él–. ¿Quién es ahora el Señor Estirado, hm? –bromeó levemente con su interés por su padre antes de ponerse serio de nueva cuenta–. Como iba diciendo antes de que me interrumpieras de tan brusca manera –continuó, recibiendo un gesto por parte de su compañera (sacándole la lengua) a modo de respuesta–, el hombre que has visto hablando con él es el señor Sullivan. Es un viejo amigo de la familia –comenzó a explicarse, caminando hacia el cuerpo–. Y la persona que hay bajo esta sábana, y quien es la víctima de nuestro caso –continuó, arrodillándose y destapando el rostro del cadáver–, es su hija, Wendy.

Alma a pesar de poseer una gran entereza ante situaciones grotescas, no pudo evitar sentir cómo el desayuno se le subía a la boca del estómago al contemplar el rigor mortis de la muchacha frente a ellos. Era muy bella a pesar de la sangre seca en su rostro: de piel de porcelana, sonrosada, ojos de color verde y cabello castaño. La morena desvió la mirada hacia su compañero de investigación, percatándose de cómo la expresión de su mirada era un de absoluta pena, casi de compasión.

Cuando el mismo joven policía se acercó a ellos, Connor comenzó a hablar.

–La hora de la muerte se estima sobre las 23:02, ¿no es así? –inquirió, cubriendo de nueva cuenta el rostro de la víctima con la sábana blanca, levantándose del suelo. Al recibir un gesto afirmativo por parte del policía, continuó–. ¿Hay algún sospechoso? –indagó, a sabiendas de cuál era la repuesta.

–De hecho, señorito Holmes, sí que hay uno –afirmó el policía, el rostro del joven Holmes girándose en si dirección casi al momento en el que pronunció esas palabras–. A la víctima le seguía un paparazzi.

–Wendy quiso perderle la pista pero acabó por impactar con su coche en el poste telefónico. Murió por el impacto al salir despedida por el parabrisas, ¿me equivoco? –cuestionó Alma en un tono sereno, recibiendo un gesto afirmativo por parte del agente de le ley.

¿Se trata de Nick Robertson, verdad? –cuestionó con un tono serio–. He visto su coche aparcado cerca del cuerpo de Wendy –indicó al contemplar la mirada asombrada del policía–. ¿Dónde está? –inquirió en un tono lleno de ira.

–En aquel coche policial de allí, señorito, pero...

Connor ni siquiera esperó a que el hombre terminase su frase, saliendo casi disparado hacia el coche policial que retenía al presunto asesino de Wendy Sullivan. Alma tuvo que correr para alcanzarlo, pues daba largas zancadas, y no le era familiar el ver al Sr. Estirado de tan mal humor, claro que solo lo conocía desde hacía un día y unas horas. Cuando llegó al coche, Connor abrió la puerta trasera con brusquedad, sacando al hombre de su interior y colocándolo contra el coche.

–Hola... –lo saludó–. ¿Me recuerdas, Nick? –le indicó en un tono casi agresivo.

Co-connor...

Silencio –lo mandó callar en un tono autoritario–. Por fin lo has conseguido, ¿eh? –ironizó–. Tenías tantas ganas de conseguir una foto suya, que la has matado. No te librarás de ésta –afirmó en un tono viperino, sus ojos fijos en aquel hombre, casi sin parpadear–, me aseguraré de ello.

–Cierto –afirmó Nick en un tono acobardado.

–¿Cómo has dicho? –inquirió Alma, curiosa por su réplica ante tales acusaciones.

–Me he pasado –admitió Robertson–. Quiero confesar.

–¿Confesar, eh? –cuestionó Connor–. ¿¡Confesar!? –acabó por exclamar, propinándole un puñetazo a la boca del estómago, logrando dejarlo sin aire por unos segundos–. ¡Podrías haber pensado en ello antes de provocar su muerte!

–¡Connor! ¡Basta ya! –intervino Alma, quien veía cómo la situación se escapaba de su control–. ¿Por qué te empeñas en antagonizarlo tanto? ¿Qué sucede?

–¿No te lo ha contado? –cuestionó Nick con una sonrisa algo burlona–. ¿No sabes nada?

–Una palabra más, Nick, y te juro que no respondo –sentenció Holmes, preparándose de nueva cuenta para arrearle una paliza–. Y ahora dime, ¿por qué quieres confesar? ¿Qué es lo que quieres confesar, Nick?

–Quiero confesar porque... He hecho cosas horribles.

–Eso ya lo sé –afirmó Connor–. Dime algo que no sepa.

–Que impaciencia –murmuró Alma por lo bajo–. Cómo se nota que estás acostumbrado a tenerlo todo hecho al momento... Ugh, eres realmente molesto, Señor Estirado.

–Cállate, Pequeña Dominatrix, están hablando los mayores –la amonestó en un tono severo, volviendo su vista hacia Robertson.

–Lo considero como una oportunidad para redimirme –afirmó Nick–, pero si te lo digo, Holmes, él se...

¿«Él», quién? –cuestionó Alma, de pronto interesada, pues esas palabras significaban que el hombre frente a ellos podría no ser el autentico culpable.

En el momento en el que iban a obtener una respuesta, el Inspector Lestrade apareció por allí. Tras bajar de su coche casi sin aliento, en cuyo interior pudo ver Holmes a una niña de 8 años. El hijo de Mycroft conocía a la hija del Inspector Lestrade a cuenta de lo estrechamente que trabajaban sus padres, aunque no se podía asegurar que fueran amigos, al menos no aún. Lestrade se acercó entonces a la escena del crimen. Tras apartar al sospechoso de los jóvenes, los encaró.

¿Qué hacéis vosotros aquí? –le preguntó a Connor–. Ésta es la escena de un crimen, no un patio de recreo.

¿Si no es un patio de recreo, podría entonces decirme, Inspector, por qué ha traído a su hija consigo? –rebatió Connor, cruzándose de brazos, su actitud altanera igual a la de su padre y su tío saliendo a la superficie.

–Que yo recuerde no es el día de lleva a tus hijos al trabajo... –apostilló la morena.

Alma tuvo que reprimir una carcajada al escuchar a su compañero dirigirse con tanto ego al Inspector de Scotland Yard, mientras que Connor sonrió para sus adentros al escuchar el comentario que había hecho su compañera de investigación.

–Bueno, yo no he dicho que... –empezó a decir Greg antes de ser interrumpido.

–Si nos disculpa, Inspector, tenemos cosas más importantes que hacer –dijo Connor, comenzando a caminar tras tomar del brazo a Alma, alejándose de allí con presteza–. Si el Inspector está investigando este caso significa que mi padre tiene la intención de resolverlo, y por tanto, ha llegado a nuestra misma conclusión: Nick es culpable de algo, pero no de este caso. El autentico culpable sigue libre.

–¿Y eso qué significa? –cuestionó Alma, caminando a su lado–. ¿Que vamos a tener que competir en una carrera contrarreloj con tu padre? –bromeó, antes de ver la expresión seria en el rostro del joven–. No fastidies... ¿Crees que podremos ganarle? ¿Resolver el caso?

–Eso está por verse –afirmó Connor, quien no las tenía todas consigo–. Mi padre es la persona, mejor dicho, el hombre más inteligente que conozco...

Eso es porque no conoces a mi Papi –murmuró Alma en un tono inaudible.

–...Y nunca he conseguido ganarlo a la hora de hacer deducciones. Siempre es más rápido –le informó, haciéndose visible su complejo de inferioridad respecto a su padre. Alma no tardó en notar ésto, logrando empatizar con él a cierto grado.

–Pues esta vez, lo lograrás –sentenció, siendo la primera vez en todas sus conversaciones que sus palabras no iban cargadas de sarcasmo o ironía, sino de una determinación atroz–. Vamos a resolver este caso.

–Sí, y para ello necesitamos las pistas que no tenemos –indicó Connor–. Regresar ahora a la escena del crimen sería un suicidio. Mi padre no tardaría en percatarse de que andamos husmeando –dijo en un tono abatido, caminando por las calles londinenses en compañía de la joven.

O... Alguien se ha tomado la libertad de fotografíar la escena del crimen y el coche del sospechoso –intercedió Alma, sacando su teléfono móvil, enseñándole unas fotografías que había tomado con su cámara.

–¿Cuándo has...?

–Sé cómo conseguir lo que quiero, y por suerte había un novato bastante tonto como para caer ante mis encantos –replicó ella, provocando que Connor alce una ceja–. ¿Qué? ¿No crees que una chica como yo pueda tener encantos a pesar de mi edad?

–No es eso, pero preferiría no saber los detalles, gracias.

Puede que sea pequeña, Señor Estirado, pero no estúpida –rebatió ella en un tono ofendido–. Ahora bien, si no quieres las fotos siempre puedo... Borrarlas.

–¡No! ¡Espera! ¡No lo hagas! –Connor la tomó por los brazos, colocando estos sobre su cabeza, apoyándose en una pared cercana: la reacción había sido instintiva y no había pensado en las connotaciones de sus actos.

–Quien me lo iba a decir –bromeó la morena–, Connor Holmes sabe cómo conseguir lo que quiere –indicó con una voz suave–. No negarás que entre nosotros hay una química explosiva, ¿no?

–Déjate de juegos, Pequeña Dominatrix –le indicó en un tono serio–: no estoy de humor. Enséñame las fotografías.

–De acuerdo, te las enseñaré –afirmó Alma, liberándose del agarre de Holmes–. Pero primero, me gustaría que me pidieses disculpas...

¿Perdona? ¿Cómo que disculpas?

–...Disculpas por insinuar que no puedo aportar nada a este equipo ni a la resolución del caso –aclaró ella–, y me gustaría que me explicases el por qué de tu reacción ante la muerte de esa chica, Wendy Sullivan.

Connor chasqueó la lengua pues no estaba de humor para seguirle el juego a Alma, pero ella tenía las fotografías, por lo que suspiró con pesadez, procediendo a hacer lo que le había pedido. Sin embargo, no lo haría en los términos de la morena, sino en los suyos propios, por lo que, con una sonrisa ladeada, retiró un mechón del rostro de su compañera, antes de hablar con un tono bajo, acercando su rostro al suyo.

–Discúlpame, Alma –comenzó–. Debería ser más considerado y percatarme de lo inestimable que es tu ayuda para el caso.

La pequeña morena tragó saliva, pues si bien conocía el arte de la seducción por parte de su madre, ¡ese tipo la estaba ganando en su propio juego! No podía creer ni comprender cómo ese chico que tenía frente a ella podía actuar de semejante manera: primero frío como el hielo, imperturbable, pero ahora era cálido incluso, lleno de emociones. En un descuido de la morena, el castaño-pelirrojo tomó el teléfono móvil de ella, accediendo a las fotografías.

–¡Oye! –exclamó–. ¡Eso no es justo!

–No voy a romper mi palabra, Pequeña Dominatrix –aseguró Connor–. Pero no puedo hablar de Wendy aquí. Será mejor ir a un lugar más seguro e íntimo –le dijo, guardando el teléfono en el bolsillo interior de su chaqueta.

Alma suspiró, resignada al hecho de que no recuperaría su teléfono móvil hasta que Connor lo considerase oportuno. Caminó entonces junto al castaño-pelirrojo, preguntándose por qué requería intimidad el hablar sobre la víctima. Cuando llegaron a una piscina cercana, ambos se sentaron en las sillas cercanas a ésta. Aunque ellos no lo sabían, aquella piscina era la misma en la que años atrás hubiera sucedido el primer encuentro entre James Moriarty y Sherlock Holmes.

–Esta esa una piscina privada. Aquí nadie nos molestará –aseguró Connor, cruzándose de brazos.

–¿Y bien? ¿Cuál era tu relación con ella?

Wendy fue mi novia, hace mucho tiempo ya –contestó al fin.

–Oh... Yo... Si no quieres... Eh...

Alma no sabía exactamente qué debía decir ante aquella situación: podría haber herido los sentimientos del joven al haber sido tan insistente y algo insensible al hablar así de ella. ¿Y si aún la amaba? Como si adivinase sus pensamientos, Connor sonrió y negó con la cabeza.

–Fue ella quien cortó la relación –indicó–. Sus padres siempre fueron muy conservadores, a la antigua usanza, y me hicieron prometer que mantendría casta a su hija hasta un compromiso más serio, como el matrimonio –comenzó a contarle–. Claro está, ella quería algo más, pero yo no deseaba romper la confianza que sus padres habían depositado en mi.

"¿Además de ser el Señor Estirado es Don Perfecto, eh? No quería desilusionar a los padres de su pareja y por cumplir con sus expectativas la perdió del todo", pensó Alma mientras lo escuchaba.

–No negaré que no me dolió que ella rompiera su relación conmigo, pero no tardé en superarlo. Al fin y al cabo, al poco tiempo de la ruptura ella comenzó a salir con un joven arrogante y rico de Estados Unidos... –continuó, la sombra de una honda tristeza asomando a sus ojos–. Hace unas semanas me dijo que iban a casarse, un matrimonio por conveniencia, pero había un problema.

–¿Cuál? –cuestionó Alma, interesada en su historia.

Tenía las sospechas de que su prometido la engañaba –contestó Connor antes de soltar una carcajada irónica–. Por eso quería que alguien investigase su coartada, y como te podrás imaginar...

–...Wendy te buscó para pedirte ayuda –terminó la morena por él, recibiendo un gesto afirmativo por su parte–. ¿Y qué sucedió?

¿Por qué no me acompañas y lo ves conmigo? –le preguntó con una sonrisa–. Supongo que estarás familiarizada con el concepto de Palacio Mental.

–Por supuesto –afirmó con cierto orgullo.

–Entonces será mejor que empecemos.

Hacía aproximadamente unas cuatro semanas, Connor se encontraba charlando con Wendy en la cafetería cercana a su casa. La joven de cabello castaño mostraba una expresión en su semblante de gran preocupación.

–«Comprendo. De modo que antes de conocer a tu actual prometido tuviste una relación con un hombre que te engañó» –comentó Connor, tras escuchar las palabras de su ex-novia–. «Decidiste cortar la relación por su conducta si no me equivoco».

–«Así es» –afirmó Wendy–. «Y después fue cuando conocí a Dante...».

Alma y su compañero, quienes se encontraban visionando ese recuerdo en el Palacio Mental de Holmes, observaban esa interacción en silencio, aunque la morena no pudo evitar hacer un leve comentario.

–De modo que tu querida amiga Wendy tenía un gusto pésimo en hombres... Cada vez iba de mal en peor –murmuró–. Al menos alabo que tuviera la decencia de separarse de alguien que le hizo tanto daño como ese sujeto tan ruin.

–Sí. Estoy de acuerdo contigo, pero ella era una buena persona –murmuró su compañero–. No me gusta que insinúes que era una...

–Comprendo –entendió la morena–. Lo siento.

–«Bien» –afirmó el Connor del Palacio Mental–. «Por lo que sé, celebrasteis una fiesta de compromiso en tu casa de Notting Hill» –continuó, exponiendo los hechos–. «Y tu prometido se marchó una hora a las nueve de la noche».

–«Así es» –admitió Wendy.

–«Aproximadamente a la misma hora, desde casa de su ex-novia, en Battersea Square: Ha venido de su fiesta de compromiso y me abrazó diciendo que únicamente me amaba a mi. Esa fue la publicación que viste en las redes sociales».

–«En efecto» –afirmó Wendy una vez más, realmente apenada–. «Y más tarde vino a mi trabajo a decírmelo a la cara... Hablé con él y reconoció que era su ex-novia –continuó Wendy, cerrando en puños sus manos, quedando estas sobre su regazo–, pero juró que no me había traicionado» –suspiró, tratando de encontrar el valor para continuar–. «Dijo que era imposible que hubiera ido de Notting Hill a Battersea Square en una hora».

–Estoy de acuerdo en eso –indicó Alma–: el trayecto de ida y de vuelta es de 1h 18min respectivamente, por lo que es imposible que hubiera ido y vuelto en el plazo de una hora.

–«¿Entonces quieres que desmonte su coartada, no es así, señorita Sullivan?» –cuestionó el Connor que se encontraba reunido con la que antaño fuera su pareja.

Adoptó una actitud algo más distante, pues estaba claro que desde aquel instante eran cliente y detective, aunque ese trabajo fuera más adecuado para su primo.

–«Sí. Parece una persona honesta y hasta llegué a creer que estamos predestinados...».

–Eso de la predestinación es una tontería –murmuró Alma–. Era un poco ingenua por lo que veo.

–«Sinceramente, creo que es muy posible que fuera a ver a su ex-novia el día de la fiesta. De igual forma, creo que es cierto que finalizaron su relación» –continuó Connor–. «Señorita Sullivan, a veces un matrimonio debe hacer la vista gorda. ¿Estás preparada para descubrir la verdad?».

–«Como ya sabes mi ex-novio me hizo sufrir con sus engaños» –dijo a su ahora amigo–. «He venido a pedirte ayuda, tragándome mi orgullo y vergüenza porque no puedo ignorarlo».

–«Muy bien» –afirmó Connor–. «En ese caso, investiga lo que yo te diga. Es lo que te dará pruebas».

–«Entendido».

–«Avísame cuando lo tengas todo».

–«De acuerdo».

Fue en ese momento cuando ambos decidieron salir del Palacio Mental. Por un lado, recordar aquel evento le producía dolor y lástima al joven Holmes, mientras que la morena prefería escuchar los hechos de su propia boca.

–¿Qué fue lo que sucedió entonces? –cuestionó la niña con impaciencia.

–Wendy reunió las pruebas que le pedí y unos días más tarde me reuní con ellos en la misma cafetería. No puedo decir que fuera sencillo resolver el caso, no solo por el hecho de que él parecía a la defensiva por mi presencia y anterior relación con Wendy, pero poco a poco comencé a exponer los hechos con las pruebas que habíamos reunido: un testigo ocular, y el papel que estipulaba dónde se encontraba la residencia de su ex-novia.

La morena se encontraba como ensimismada en su relato, comprendiendo que, a pesar de ser, como ella lo llamaba, el Señor Estirado y Don Perfecto, el joven que estaba con ella era su igual en cuanto a la inteligencia. Estaba cada vez más claro para ella, y comenzaba a odiarse a si misma por profesar cierta admiración hacia él.

–La solución fue sencilla: ¿qué necesidad tenía de ir a casa de su ex-novia cuando estaba en la fiesta que celebraba su compromiso con Wendy? El único motivo viable que pude deducir fue que ella se embriagó, se descontroló y amenazó a través de un mensaje, con ir a la fiesta y montar una escena para que rompiera su compromiso con Sullivan –su mirada era ahora determinada, como si recordase la adrenalina de haber resuelto el caso, pero ésta pronto se empañó una vez más por la tristeza de su fallecimiento–. De haber vivido su ex-novia realmente en Battersea Square, podría haberlo ignorado, pero su casa estaba realmente en Portobello Road, y también sabía la dirección de Wendy. De haber querido podría haberse presentado en la fiesta, pero él no podía correr el riesgo: salió de la casa por el jardín trasero, y se encaminó al cajero automático más cercano, el cual estaba a unos pocos pasos de allí, en un supermercado. Un testigo ocular recordaba haberlo visto allí, al igual que las grabaciones de las cámaras de seguridad –continuó, la admiración de su compañera aumentado gradualmente–. Fue a casa de su ex-novia entonces, la abrazó mientras lloraba y le pidió disculpas: disculpas por haberse enamorado a primera vista de Wendy tras su pelea, por aceptar el matrimonio de conveniencia, por no haber terminado con su relación en condiciones. Tras aquellas palabras, le entregó la suma de dinero que había sacado del cajero a modo de disculpa, y regresó a la fiesta, tras convencerla de marcharse y dejar en paz a Sullivan.

Entonces su coartada solo se había construido por la magia de las palabras... –se maravilló la niña de cabello como la noche.

Así es. Como esperaba, mi deducción era la acertada: pasaba por un mal momento con su ex-novia cuando decidió aceptar el matrimonio de conveniencia, pero se enamoró a primera vista de Wendy. No pudo evitarlo. Y al escuchar el motivo por el cual Wendy rompió con su anterior pareja, no quiso tomar el riesgo de perderla, por lo cual ocultó sus acciones –finalizó al fin–. Su boda iba a celebrarse este fin de semana... Pero ahora jamás podrá hacerlo –suspiró con amargura, antes de sacar el teléfono móvil de Alma del interior de su chaqueta–. Por lo que veo hay restos de colillas y un segundo resto de marihuana en el asiento del copiloto. Eso nos indica que Nick podría no estar solo en el momento del accidente.

Connor –Alma pronunció su nombre con calma–, no hace falta que intentes disimular tu dolor conmigo. Puedo ver cuánto te está destrozando por dentro... Debes dejarlo salir.

–Solo encontraré descanso cuando averigüe quién es el responsable de su muerte.

En ese momento, la morena tomó su mano en un gesto que lo sorprendió.

–Connor, créeme cuando te digo que sé lo que es no dar rienda suelta a tus emociones. He tenido que contenerme toda la vida...

...Tu no eres inferior a tu hermano –le aseguró, sorprendiéndola una vez más, pues parecía como si realmente pudiera leer su mente–. Eres tan capaz como él de deducir y hacerte valer como una gran mujer. No tienes porque sentirte así. Tienes una de las mentes más privilegiadas que conozco, y a diferencia de muchos otros, sabes cómo sacarle el máximo provecho –la alabó, logrando con ello comenzar a alejarla de su complejo de inferioridad–. Ahora, vayamos a interrogar a nuestro sospechoso menos sospechoso –comentó, levantándose de la silla, ofreciéndole una mano a la niña, quien la aceptó.

–E-espera... ¿A Scotland Yard? Tendrán todo el edificio lleno de cámaras. No podremos colarnos sin que nos vean.

–¿Quién ha dicho nada de colarnos, Pequeña Dominatrix? –cuestionó Connor–. Tener contactos es muy útil en estas situaciones.

Genial... El niño de Papá va a usar su influencia para conseguir lo que quiere. Que novedad –murmuró con molestia la morena.

–Si te molestan mis métodos, ¿qué es lo que propones tu?

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