3
Leah
Azel no vuelve a por mí esa noche.
Para cuando mi habitación se ilumina con luz natural, estoy agotada y sintiéndome como una tonta. No es que crea que no tiene algo planeado, pero sea lo que sea, no parece tener prisa. Lo cual no me tranquiliza en absoluto sino que me pone aún más nerviosa. Que no hayan actuado en las primeras horas puede significar que están aquí para quedarse o que sus intenciones son tan complejas que tomará un tiempo llevarlas a cabo. Si es así, tengo la posibilidad de descubrir de qué se trata e impedirlo antes de que lleguen a ejecutar sus planes.
Me pongo unos pantalones cortos y una camiseta de tirantes. Al instante vacilo por la elección de la ropa, no porque me avergüence mostrar mis cicatrices a mi supuesto nuevo hermano, sino porque no quiero que crea que soy débil. Me doy cuenta de que las vio en el cine y de que me dio a entender que sabe a qué se deben. Y lo cierto es que me conviene que cometa el error de creerme indefensa.
La puerta del dormitorio de Azel sigue cerrada y tengo la sensación de que va a dormir hasta tarde porque trasnochó y porque concuerda con su actitud de malote. No tengo ni idea de si es estudiante, tiene un trabajo o se dedica a algo en la vida falsa que se ha inventado. Tampoco si necesita dormir y comer, pero no me atrevería a hacerle preguntas que le confirmen al cien por cien que conozco la verdad. Aunque no se haya cortado en enseñarme que puede abrir cerraduras a distancia, tengo la sensación de que admitir abiertamente que se que no es mi hermano sería como arrancar el último cacho de uña cuando se ha roto encima de la carne y es lo único que protege la zona sensible.
Seth dijo algo sobre que no tenía permitido hacerme daño, pero tal vez esas normas de las que hablaba son distintas si demuestro ser un peligro para su misión. Por si acaso, continuaré haciendo el paripé de que creo que son humanos.
Voy en bicicleta a la biblioteca de la ciudad mientras pienso en cuánto tiempo durará esta situación y si se va a resolver antes de que empiece la academia. Me apacigua la esperanza de que desaparezcan de un día para otro, igual de rápido que han aparecido.
De primeras, no sé por dónde comenzar mi investigación. Después de pasar toda la noche enfocada en los alienígenas y no llegar a ningún sitio, decido cambiar de teoría y probar con la sección de ocultismo, ya que lo único que sé seguro de ellos es que poseen algún tipo de magia. El ocultismo se divide, a su vez, en un porrón de ramas como la adivinación, la alquimia y la astrología... Es como buscar una aguja en un pajar. Tomo un libro sobre algo llamado Wicca, que parece un poco más actualizado que el resto, pero aparte del uso de la magia no encuentro similitudes. Acabo por leer sobre ángeles y demonios, pero, al final, decido que Internet tiene información más variada.
Por si acaso, como no recuerdo qué reservas tenemos en la despensa, me detengo en el supermercado y compro ajo y sal a kilogramos. Me planteo hacerme con un arma afilada de plata e incluso ir a una iglesia a por agua bendita, aunque Dios no ha existido en mis pensamientos en muchísimo tiempo.
Regreso a casa frustrada y borracha de sueño. Me animo un poco al comprobar que Azel ha salido, y se me ocurre registrar su habitación. Tal vez tenga algo entre sus pertenencias que me dé una pista de su origen. Casi me río sola al imaginarme un dispositivo pequeño que se convierte en una nave espacial.
La puerta está entreabierta y solo tengo que empujarla para colarme en el interior. Está oscuro porque no se ha dignado a levantar la persiana. Seguro que lo ha hecho solo para dificultar mi labor, porque sospechaba que voy a registrarle. Cualquiera en mi situación lo haría. Solo por eso, deduzco que no ha dejado nada incriminatorio tirado por ahí.
No es un objeto lo que llama mi atención, sino el olor que percibo en el ambiente. Es el mismo que noté anoche en el aparcamiento y después, en su cercanía. Todavía no logro situarlo. Parece impregnar todas las cosas de Azel, en especial su ropa y su cama.
—¿Estás oliendo mis sábanas? —La voz indignada de mi falso hermano me hace dar un salto.
Me sorprende inclinada y con la nariz metida en la almohada. Cuando me levanto, descubro que está parado junto a la puerta. Es una silueta oscura y me cuesta distinguir su expresión debido a que el pasillo está mucho más iluminado.
—¿Qué es ese olor? —interrogo, ya que no tiene sentido negarlo cuando me ha pillado con las manos en la masa.
—El mío —responde—. ¿Algún problema?
—No es tu olor... —Aunque sus cosas estén impregnadas, no es dueño del aroma. Viene de otro sitio. El recuerdo está en los bordes de mi mente pero todavía se me resiste.
—Claro que sí. —Da varios pasos hacia mí. Una vez que lo tengo de frente, puedo ver mejor su rostro. Frunce el ceño y alza la comisura de la boca con una media sonrisa burlona—. Te gusta —dice. No es una pregunta sino una afirmación.
¿Cómo sabe que me gusta cuando ni yo lo tengo claro? No me desagrada, pero tengo la certeza de que tiene que ver con algo importante.
—¿Por qué huele así tu cuarto? —insisto. Mi sentido del olfato está haciendo grandes esfuerzos por conectar con mi cerebro y traer de vuelta esa memoria que se resiste a resurgir.
Azel me toma del brazo, coloca la otra mano en mi nunca y tira de mí hacia él, hasta que tengo la nariz enterrada en su pecho.
—Inspira, hermanita —ordena con cierta guasa.
Lo hago porque el miedo me ha acelerado la respiración. Cuando el aroma de su piel caliente inunda mis sentidos con toda su magnitud, mi mente dibuja la imagen de un bosque tintado en tonos anaranjados, ocultos bajo nieve. Desaparece antes de que pueda quedarme con ningún detalle del lugar.
Recuerdos, son recuerdos. Fascinada por lo que me hace sentir, le agarro por la camiseta y vuelvo a inhalar. Funciona. En otro flash descubro la silueta de una casita al fondo de ese bosque.
Es muy extraño. Mi primer pensamiento va hacia mi madre, a la que le gustaba pasar las vacaciones lejos de la base militar y nos llevaba por todo el mundo. Debe ser de algún sitio a donde íbamos cuando era pequeña y por eso me acuerdo solo de fragmentos. Pero ¿por qué huele él de esa forma?
—¿Cómo se llama tu perfume? —pregunto. Azel observa atentamente cómo mis manos retuercen su camiseta. Lo suelto y doy un paso atrás—. ¿Qué perfume usas?
—¿Por qué? ¿Te lo vas a comprar? —se burla—. ¿Tanto te gusta?
Pongo los ojos en blanco.
—No tiene nada que ver contigo. Ese olor me trae recuerdos que quiero... investigar.
Mi afirmación parece desconcertarlo lo suficiente como para que deje de sonreír.
—Imposible.
—¿Por qué? La memoria olfativa es la más potente de todas. Ningún otro sentido está tan conectado al hipocampo como el olfato —le repito lo que una vez me dijo la psicóloga.
Azel me observa perplejo.
—Es una información interesante, pero errónea en este caso.
—¿Por qué? —insisto—. ¿Por qué estás tan seguro de que no he podido notar tu perfume antes?
Sé por su expresión que he dado contra un muro y que no va a responderme.
—Si tanto quieres saberlo, mi perfume se llama Invictus. —Sonríe autocomplacido y después se inclina sobre mí para susurrarme al oído—. Pero es un poco raro que te obsesiones con el olor de tu hermano, ¿no crees?
«No eres mi hermano».
No sé cómo me aguanto para no chillarle en la cara.
Le empujo para apartarlo de mí y se carcajea. Odio que alguien tan molesto huela de una forma que me trae sensaciones tan agradables, es de lo más confuso.
—Mejor cambia de marca —le sugiero de malas formas conforme salgo de su cuarto.
—Tus deseos no son órdenes para mí —le oigo decir con un tono cargado de ironía justo antes de cerrar de un portazo a mi espalda.
Regreso a mi cuarto con un dolor de cabeza que me pone de mala leche. Sé que necesito dormir pero tengo una lista de tareas que atender antes de relajarme. El siguiente punto es comprobar que Kadal está bien. La llamo y espero cinco tonos hasta que descuelga.
—Buenos días —me saluda adormilada y tan relajada como alguien que está de vacaciones y no tiene que preocuparse de que haya comenzado una invasión alienígena en Sacramento.
Suspiro aliviada al escuchar su voz. No la he llamado antes porque sé que se levanta tarde, pero llevo preocupada toda la mañana.
—¿Cómo estás?
—Bien... ¿Por?
—Umm... ¿Qué tal ayer con Seth?
Gruñe a través de la línea.
—Bueno, no sé. Vimos la película y me trajo a casa, pero...
—¿Pero? —la insto a seguir, ansiosa. ¿Y si le hizo algo extraño?
—Chica, ni un beso de despedida. —Cierro los ojos y exhalo aliviada—. No tenía que haber pedido palomitas con mantequilla, eso da mal aliento, ¿no? Normal que no me besara.
No le respondo. No somos dos amigas hablando de chicos sino una que habla de chicos y otra que sabe que ni siquiera son humanos.
—¿Dijo o hizo algo más? ¿Algo raro?
—Umm... no, fue todo muy... —suspira—. Muy formal, la verdad. ¿Estará enfadado conmigo por algo?
—No creo. Es que lleváis poco tiempo juntos, ¿no? —tanteo. No estoy segura de cómo funciona el encantamiento que han lanzado los extraños.
—Ah... ¿sí? —dice, no muy segura—. Supongo.
—Es mejor que vayáis despacio —le advierto con intención.
Kadal me conoce demasiado bien.
—¿No te cae bien Seth? —pregunta, preocupada.
—Sí, pero... Aun no le conocemos bien, ten cuidado y, definitivamente, no insistas en lo de los besos.
—¿Estás loca? ¿Has visto lo guapo que es? —Azel tenía razón, la belleza nos ciega y les facilita las cosas a ellos—. Me siento como... no sé. Tengo mariposas en el estómago cada vez que pienso en que es mi novio —explica con dificultad—. Es como si...
—¿Sí? —la animo.
—No sé, como si acabara de conocerlo.
—Ya te digo —murmuro—. Escucha, ¿me acompañas al centro comercial? ¿O tienes planes con Seth?
Por favor, que no tenga planes con él. Anoche tuvo suerte, quizá hoy no tenga tanta.
—Pues la verdad es que no me ha llamado ni me ha escrito... ¡Lo ves! Debe estar enfadado por algo.
—¿Suele...? —No sé cómo hacer esto, pero quiero comprobar qué ocurre si insisto en que haga memoria de su vida con él antes de anoche—. ¿Suele llamarte por las mañanas?
Mi amiga guarda un silencio confuso durante un rato.
—Umm... yo... creo que sí. —Se ve que se está esforzando por tratar de recordar algo que sé que nunca ha ocurrido—. ¿Sabes que no lo sé? Creo que no he dormido bien esta noche, me duele la cabeza.
Suspiro.
—Kadal, ¿no te parece extraño que fuera vestido de sacerdote? —pruebo entonces. Quizá con un poco de presión pueda liberar su mente del encantamiento.
—No, tonta. Le gusta el cosplay como a mí.
Suelto un bufido para mí misma.
—¿Vienes al centro comercial, entonces?
—Sí, no me voy a quedar en casa esperando que me llame. Él verá... —declara, guerrera—. ¿Vas a comprarte algo?
—Perfumes —respondo—. Quiero probar algunos perfumes.
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