Retorno y Muerte
Martes, 23 de febrero de 2021
El pensamiento, la mente, pueden ser los peores enemigos para uno mismo, cuando no te dejan olvidar, ni caminar hacia adelante. Atrapado en un agujero, en el que es más cómodo quedarse que lastimarse para salir.
Encerrado, era justo como se sentía Ethan, pero, aunque le doliera, él quería salir de ese agujero, deseaba vivir, por más duro que fuese el mundo a partir de ahora.
—Hay tantas cosas que debo contarte —anunció Isabela, animada. Quería lograr que Ethan, aunque fuese por unos momentos, pensase en algo diferente—. Lo más importante: ¡Adrián y Marco por fin se hicieron novios!
—¡¿En serio?! —exclamó Ethan emocionado por la noticia—. ¡Ya era hora! —Desde que había sido consciente de los sentimientos de Adrián, había deseado que Marco le correspondiera, le parecían una pareja hermosa y sincera.
—Pues sí, aunque, a decir verdad... no sé yo si esa relación vaya de largo —contó Isa, preocupada por ello.
—¿Tienen problemas?
—No, van muy bien, aparentemente, pero solo ha pasado unos días del inicio de su relación. —Ella recordaba que sus amigos, ante la desaparición de Ethan, se habían apoyado el uno en el otro, más que antes y así se habían acercado. No conocía los por menores, solo que un día habían llegado con la noticia de que intentarían darse una oportunidad—. Lo que pasa es que Adrián me contó que Marco está enamorado de otra persona, aunque no me quiso decir de quién.
—Vaya... nunca había notado que Marco pensara en alguien. —Isabela se rio, ella sabía bien quién era aquel amor no correspondido de Marco.
—Ethan, tú nunca notas nada de esas cosas —bromeó—. La gente puede coquetear en tu cara y jamás lo notarías.
—No es verdad —contradijo Ethan, aunque sabía que su amiga llevaba toda la razón.
—Si yo no te decía nada, no hubieras notado que Adrián estaba perdido de amor por Marco, aunque era evidente. No tienes sentido de la percepción, no para asuntos románticos.
—No seas injusta, noté sin ayuda de nadie que Mario estaba detrás de mí —rememoró con fastidio los problemas que había tenido por causa de su exnovio.
—Solo porque sus celos eran exagerados, eso no es un logro.
La amena plática se extendió desde la media noche hasta la madrugada; entre risas y bromas, Ethan pudo volver a sonreír, distraerse, como si nada hubiera pasado. Le fue agradable volver a hablar después de tanto silencio. Pero al final todo terminaba y la realidad volvía a golpear la puerta. Esta vez era su hermana quien reventaba su burbuja de felicidad temporal.
—Lo siento, Isabela, debes irte ahora —ordenó Elisa vigilando la puerta—. Las enfermeras están distrayendo a los guardias, pero no será por mucho.
—Está bien —aceptó la pelirroja, resignada—. Espero que volvamos a vernos, Ethan. —Lo abrazó con fuerza, fue uno de esos abrazos de los que no quieres soltarte, temiendo no tener oportunidad de reencontrarse—. Recuerda que nunca estás solo, tus amigos te queremos y siempre será así.
—Gracias, Isa —respondió Ethan con tristeza. Elisa casi se echó a llorar por escuchar la voz de su hermano al fin.
—Ethan... te pido de favor que pienses en lo que hablamos —habló Isabela con recelo. El tema era muy sensible y era consciente del terrible daño que toda esa tragedia había provocado en su amigo más querido, pues había visto cómo curaban las heridas que él mismo se había provocado. Pero su deseo de ser madre era imperante, sentía que no podía esperar más tiempo para tener un hijo, aunque eso fuese egoísta.
—Lo prometo —accedió Ethan.
—Vamos, vete ahora —insistió Elisa para apurarla, Isabela le dio un beso en la frente a Ethan en forma de despedida y se marchó sin ser vista—. Genial, ya puedo respirar. —. Suspiró Elisa quitándose un peso de encima—. No le cuentes esto a Elías, me matará si se entera.
—Gracias, hermana, creo que necesitaba esto.
—Sabía que estarías feliz de verla. —Se sentó a su lado y le tomó la mano con cariño—. No me equivoqué en hacerlo, por fin estás hablando.
—Lamento haber hecho que te preocupes. Prometo que...
—No me prometas nada. Tienes derecho de hacer lo que quieras después de todo lo que viviste. Solo quiero que te recuperes, pero a tu ritmo.
—Gracias, de verdad. Ya tomé la decisión: quiero vivir, empezar de cero en otro lugar lejos de esta ciudad, con un nuevo nombre —declaró Ethan observando cómo el rostro de su hermana se descomponía al entender sus palabras—. Sin nada que me recuerde esa noche. Solo quiero olvidar.
—Lo suponía, aunque tenía la esperanza de que no fuera así. Quieres aceptar la vida que Elías te ofrece, la vida de la mafia.
—La vida de un Orlov —completó—. Sí, eso es justo lo que quiero. Elisa, ¿por qué se me ocultó eso?
—Por mamá —respondió su hermana, con nostalgia en la voz, como siempre que recordaban a su hermosa madre—, ella quiso que vivieras una vida alejada de ellos, una vida normal.
—Solo hasta que tuvieras edad suficiente para asumir tu lugar —intervino Elías, quien había entrado sin que ellos lo notaran.
—Llegaste antes —reclamó Elisa, molesta. Ella quería hablar con Ethan para convencerlo de desistir de unirse a los Orlov.
—Mejor que lo hice. No dejaré que pongas a Ethan en contra de su familia —acusó el tío de ambos, con una sonrisa demasiado falsa.
—¡Su familia soy yo! —gritó la chica, furiosa—. ¡Los Orlov no son más que criminales!
—¡Elisa! —interrumpió Ethan con ímpetu, antes de que su tío pudiera replicarle algo a ella, e iniciaran una pelea—. Estás hablando de nuestra propia sangre, de la familia de nuestra madre. La única familia que yo tengo es la que ella me dio —. Elías estaba orgullo de escucharlo hablar así, la altivez no la pudo disimular su cuerpo—. Que tú tengas a los Himura no te da derecho de despreciar a la otra mitad de ti.
—No sabes lo que dices, Ethan —exclamó ella, incrédula por escuchar esas locas palabras.
—Sí lo sé. Por años sentí que no pertenecía a nada y luego, hasta lo poco a lo que me sentía unido me fue quitado. —La unión que creía sagrada se manchó de odio y dolor—. Esto es lo único que me queda.
—Así es, formamos parte de algo más grande, aunque a ti no te guste, Elisa —añadió Elías con condescendencia—. Nos llamas criminales y lo somos; solo no olvides que eres hija de la criminal más grande que ha existido nunca.
—Nunca lo he olvidado —admitió la aludida con amargura al rememorar el momento en que la verdad le había sido revelada y el pedestal en el que había puesto a su madre se había derrumbado en su mente—. No tienes que recordarme lo importante o lo poderosa que fue Bela Orlov.
—No quiero que peleen, por favor —pidió Ethan sintiéndose un poco mareado—. Creo que necesito dormir un poco.
Así concluyó la acalorada discusión. Ethan quería saberlo todo sobre su madre, quería saber la verdad de su vida y conocer su historia. Conocer más sobre la vida que ahora era la suya, pero, antes de empezar a vivir de nuevo, debía morir. Destruir todo cuanto le había hecho daño, entre ello a sus verdugos, a Selim.
Aún cerrado los ojos no pudo dormir ni un poco, pensando en la petición de su amiga Isabela y en la decisión de pena de muerte para Luck Werner y los otros.
Por la mañana, su médico ingresó en la habitación, Ethan se incorporó hasta sentarse, así notó que su hermana ya no se encontraba, solo su tío lo acompañaba sentado, revisando el celular.
—Vengo a prepararlo para la intervención —avisó el doctor—. ¿Está listo? —Ethan se puso pálido, creía tener unas horas más para decidir antes del aborto.
—¿Cuánto demorará?, ¿será peligroso?, ¿después de eso lo podremos llevar a casa? —interrogó Elías.
—No se preocupe, señor, es algo muy simple y estará consciente todo el tiempo. Sobre el alta, después de la intervención me gustaría monitorear sus niveles hormonales; si todo sale bien, mañana mismo podrá volver a casa.
—Estupendo. Es genial, ¿verdad, Ethan? Podrás volver a casa.
—Sí... —respondió este sin emoción alguna. Por supuesto deseaba salir del hospital, pero también implicaba enfrentarse de cara con la vida y eso lo aterraba.
—Le inyectaré anestesia local. —El doctor se acercó a él con la jeringa preparada.
—No lo haré. —Ethan lo detuvo a último segundo, a nada de que la aguja ingresase en su cuerpo. —No voy a abortar.
—Pero ¡¿qué estás diciendo?! —protestó Elías con los ojos desorbitados—. ¿Qué quieres decir con eso?
—No puedo, no quiero hacerlo —alegó Ethan.
El médico se retiró para no quedar en medio de una discusión peligrosa, se ahorró decir que un omega por instinto no era capaz de atentar contra la vida del hijo en su vientre, aunque lo detestara. No lo dijo porque tampoco tendría caso hacerlo, no podían obligar a Ethan a un aborto o sería todavía más perjudicial para su mente.
—Te has vuelto loco, ¿ahora me dirás que quieres criarlo? Entiende que eso —, Elías señaló su vientre con desprecio—, es producto de una violación, ¿crees que lo podrás querer?
—¡No, claro que no!, no podría quererlo. No quiero un hijo. Pero...
—Pero nada, Ethan —lo interrumpió, a punto de perder la calma—. Es una locura.
—Por favor, escúchame. Lo que me pasó ha traído dolor, no solo a mí, a muchos, y lo seguirá haciendo. Por eso quiero que al menos algo sea bueno.
—No lo entiendo. —Elías puso sus dedos en el puente de la nariz para apaciguar el creciente dolor de cabeza.
—Quiero que este niño viva la vida feliz que yo ya no podré. Él es lo único que queda de mi antiguo yo. Quiero que viva. —Quería dejar algo de sí mismo en la ciudad que lo había visto nacer, un ser que crecería como una persona buena, si estaba al cuidado de Isabela.
Veía a aquel bebé como su redención con el mundo. O quizás solo estaba siendo afectado por su instinto como omega.
—Lo darás en adopción —dedujo Elías. Se dejó caer, resignado, en la silla—. ¿Quién se quedará con él? Supongo que tienes a alguien en mente.
—Isabela Miller, mi mejor amiga.
—Tienes todo decidido. Solo una cosa: ¿recuerdas cómo murió tu madre? —Ese recordatorio puso más pálido a Ethan—. Murió porque estaba embarazada mientras su lazo con tu padre fue destruido. Si te empeñas en seguir con esto, deberás...
—Mantener vivo a Selim Aslan —terminó Ethan—. Seguir unido a él hasta que nazca.
—Espero que esa no sea la verdadera razón de esta estupidez —amenazó Elías con tono frío—. No me vas a decir ahora que quieres dejarlo vivo, porque eso no lo voy a permitir nunca. Si tú no castigas su horrible crimen, lo haré yo.
—Yo soy el que más quiere deshacerse de ese alfa. Nunca podría si quiera pensar en perdonarlo. —El perdón sería una traición a su propio lobo, a su existencia, a su sufrimiento—. Dejarlo vivir será un castigo, encerrado sin ver la luz del sol, morirá bajo tierra.
—Me alegra que no hayas perdido la razón por completo. Aunque no estoy de acuerdo con nada de esto, prometí apoyarte en lo que desees y nunca he roto una promesa —aceptó Elías la decisión de su sobrino, aunque no estuviera contento en lo más mínimo.
—Gracias, tío. Quisiera que me ayudes a que Isabela pueda tener al niño como si fuera su propio hijo. También quisiera mi celular para comunicarme con ella.
—No hay ningún problema, tómalo. —Le entregó el teléfono móvil que todo ese tiempo había estado llevando consigo—. Te ayudaré en lo que sea, pero primero debemos volver a casa, hablaré con el médico, creo que podrás salir hoy mismo—. Se dirigió a la salida de la habitación, pero antes agregó unas palabras—: Una cosa más, dile a tu hermana que esta vez perdono que me haya desobedecido, solo porque resultó bien para ti. Pero que nunca más vuelva a desafiarme. —Ethan asintió con cautela.
Elías Orlov era alguien de cuidado, una persona que no podía ser burlada y tenía ojos en todas partes; eso era algo que Ethan había aprendido en toda su vida y lo seguiría haciendo, pero ahora meditaría más en el peligro que eso representaba.
Tal como predijo Elías, el alta se dio esa misma tarde e Ethan fue libre para volver a su hogar.
Nunca imaginó lo difícil que sería ingresar en la casa en la que había crecido. Parado en la puerta, aún con el apoyo de sus dos personas más queridas, se paralizó. El saber que sus verdugos se encontraban dentro, aunque no los fuera a ver, le era alarmante. Además de que sentía a Selim Aslan más cerca que nunca, la marca en su cuello quemaba.
—Quisiera que desaparezca —dijo rasguñando su cuello.
—Y no lo hará pronto, solo porque tú lo quieres así —reprochó su tío.
—¡Elías! No es momento para reclamos —protestó Elisa—. Te dije que no debiste traerlos a esta casa, no ves lo mucho que lo afecta —murmuró en voz baja mirando a Ethan y el miedo que intentaba ocultar.
—Para tu información, no tengo cárceles esparcidas por toda la ciudad —susurró Elías, molesto—. Ethan, si quieres podemos ir a otro lugar...
—No, quiero estar en esta casa el tiempo que pueda. —Ethan sabía que pronto se marcharía a Rusia, la cuna de su familia—. Entraré.
La mansión estaba impecable, como siempre, todo igual: los muebles, las luces, hasta el olor, nada había cambiado, estaba en casa, sin embargo, parecía más vacía que de costumbre. Y era así porque los empleados, que antes trabajaban con ellos, habían sido despedidos, solo los de más confianza, los que sabían la verdadera identidad de las personas de esa casa, se habían quedado. Entre ellos Mariana, Iván, Kenny y varios guardias bajo el mando de Kenny.
Ethan fue recibido por Mariana, el ama de llaves, con la más grande sonrisa y lágrimas en los ojos. Después, Elisa lo acompañó a su habitación.
«He vivido mucho en este lugar», pensó mirando el que era su lugar favorito en el mundo, su lugar privado, lleno con todas sus cosas. «¿Por qué, de todos los recuerdos, tengo que pensar en ese momento?». Se miraba a sí mismo frente a Selim, recibiendo el sello de una promesa rota. Por impulso revisó su muñeca y la encontró vacía, aún con marcas de las heridas de la cadena de plata; no halló la pulsera esclava.
«La tiraste en esa casa», le recordó su omega, «era basura».
—¿Estás bien? —preguntó su hermana al verlo inmóvil, él asintió y pidió:
—Déjame solo por favor.
Aunque preocupada, Elisa se retiró de la habitación, bajó a la sala de estar donde Elías se encontraba fumando, algo poco común en él. Hablaron un momento de lo que pasaría desde ahora, cómo lidiarían con el embarazo. Hacía días habían decidido que lo mejor era que Elisa se quedara a vivir con ellos un tiempo, al menos hasta que Elías e Ethan se mudaran a Rusia y ahora eso era más imperativo que nunca. Debían cuidarlo y no dejarlo solo.
La conversación fue interrumpida cuando Ethan bajó las escaleras, cargando dos mochilas llenas.
—¿Ethan? ¿Qué haces? —preguntó Elías asustado por la cara que su sobrino tenía en ese momento: cubierto en lágrimas y llena de rabia—. ¿Dónde vas con eso?
Él los ignoró y caminó directamente al patio trasero de la casa, vació el contenido de ambas maletas en el césped, a unos metros de la piscina. Al seguirlo, notaron que eran varias cosas: sus libros de la universidad, prendas de ropa, papeles, entre otras cosas. Ethan regó encima gasolina, la cual nadie supo de dónde había conseguido, y con un encendedor prendió fuego a todo. Elisa quiso detenerlo, pero Elías se lo impidió alegando que era mejor dejarlo desahogarse.
Ethan estaba quemando todos los recuerdos de Selim y de la universidad en la que su pesadilla había comenzado. Entre todo lo que ardía estaba: la ropa que había usado cuando veía a Selim, las fotos que se había hecho con el alfa y le había dado por imprimir para tenerlas a la vista, la película en DVD que habían visto el día de su cumpleaños tomados de las manos, las notitas cursis que Selim le había dejado entre las páginas de los libros que intercambiaban, siempre alagándolo, junto a todos los libros que este había tocado.
«Están contaminados», afirmó para aliviar la culpa de quemar excelentes libros, muchos de sus favoritos.
Se quedó observando el fuego y, cuando las llamas lo consumieron todo, hizo una promesa:
«Esta es la última vez que alguien me hace daño, nunca dejaré que alguien vuelva a destruirme y menos un alfa», su sonrisa en ese momento pudo haber aterrado a cualquiera, era siniestra, combinada con escuetas lágrimas en su rostro que se limpió con brusquedad.
El sol se había ocultado para cuando Ethan volvió al interior de la casa, dando trompicones, con la cara pálida; la señora Mariana se apresuró a limpiar los restos del fuego, no del todo extinto. Elías y Elisa se pusieron de pie al mismo tiempo, lo habían estado esperando en el sofá.
—Tengo frío —pudo decir Ethan con la voz débil antes de caer inconsciente al suelo.
En el sótano, en la oscuridad cruel de la celda que no dejaba pasar ni un rayo de luz, los prisioneros solo podían especular cuándo caía la noche por el cambio de temperatura, el frío empeoraba hasta casi ser insoportable. Hubieran muerto de hipotermia de no ser porque alguien les había concedido el privilegio de una manta sucia y vieja, que en algo ayudaba. Al fin y al cabo, debían permanecer vivos hasta cuando el nuevo integrante de la mafia Orlov así lo considerara.
Luck Werner intentó contar los días que habían estado encerrados, pero pronto la noción del tiempo cambió en su mente, después de diez días dejó de contar. No ayudaba que los alimentaran a diferentes horas todos los días.
Sin más que hacer, se había puesto a fantasear con lo que estuviera haciendo en su vida normal, lo que su familia hacía mientras él estaba solo y con una sentencia de muerte segura. Llegó a imaginar que regresaba en el tiempo y se impedía hacer lo que había hecho la noche del uno de febrero.
«Moriré por algo tan estúpido como meterme con el tipo equivocado», se recriminaba día y noche, aunque sabía que no había habido forma de que supiera quién era en realidad el chico a quien secuestraron y violaron esa noche.
—No... —Escuchó murmurar a su compañero de celda y antiguo mejor amigo—. Para...
—Mierda, no otra vez —se quejó por saber lo que le estaba ocurriendo a Selim: estaba dormido y teniendo pesadillas—. Ahora vienen los gritos —predijo y acertó. Selim gritaba como si le estuvieran rompiendo el alma en dos—. ¡Maldita sea!
Luck se puso a hacer lo que venía haciendo desde que las pesadillas con gritos habían comenzado: sacudirlo para despertarlo. Esa era la razón por la que les habían desatado las manos y los pies; antes, los guardias tenían que abrir la celda para callar a Selim, hasta que se habían cansado y le ordenaron a Luck hacerlo.
—Selim despierta, idiota. Lo único que puedo hacer en este asqueroso agujero es dormir, pero por tu culpa no lo puedo hacer en paz. —Seguía zarandeándolo—. ¡Despierta de una vez, idiota!
—Ethan... —decía Selim saliendo de su inconsciencia—, Ethan...
—Sigues con eso, pobre tonto. —Luck lo soltó dejando que cayera al suelo—. ¿Cuándo dejarás de pensar en el niño mafioso y pensarás en una forma de salir de aquí? Entiende que nos matará a penas vuelva, a todos.
—Ya volvió —musitó Selim apoyándose con las manos para sentarse con la espalda en la pared.
—Bueno... entonces nos quedan pocas horas de vida. —Luck se resignó con una risa sardónica—. Suponiendo que sea de noche y el niño Orlov quiera esperar a la mañana para ponernos una bala en la cabeza.
—Te he dicho que no hables de él.
—Quisiera, al menos, ver la luz del sol por última vez, o tomar un trago —continuó, ignorando el reproche de Selim—. ¿Crees que quiera torturarnos antes de matarnos?
—Tal vez a ustedes sí. —Selim creía a Ethan muy capaz de hacerlo pues sentía todo su odio y rabia.
—Cierto, no te pueden tocar porque el niño mafioso lo sentiría a través del lazo, ¿verdad?
—De nuevo, deja de hablar de él —advirtió apretando los puños, no soportaba que Luck lo mencionara, ni siquiera usando esos absurdos apodos—. Yo no moriré, por lo menos por un tiempo.
—Estás muy confiado, ¿crees que te perdonará la vida solo porque están unidos? ¿o porque son mates? —se burló Luck riendo—. Te matará con más razón a ti, para librarse del alfa que lo traicionó y marcó a la fuerza.
—¡Tú me forzaste a hacerlo! Y no, no creo que me perdone la vida, moriré, es lo que merezco. ¡Él mismo acabará con mi existencia! Pero no ahora, ni mañana, ni en unos meses...
—¿Por qué esperar tanto? Aunque su lazo sea fuerte, no corre peligro de muerte al romperse, puede asesinarte cuando quiera; a menos que... —llegó a una conjetura—. No me digas que está...
—¡Cállate! —Lo detuvo Selim, esa información no era algo de lo que Luck Werner debía enterarse, había cometido un error al hablar y ni siquiera se había dado cuenta hasta que fue muy tarde.
—Es cierto, espera un cachorro —dedujo Luck y la reacción de Selim se lo confirmó—. ¿Qué esperas de eso, Selim?, ¿quieres jugar a la familia feliz con un omega que te quiere muerto y un bebé del que no tienes la certeza de que sea tuyo?
—¡Te dije que cerraras la boca! —Selim no soportó más y se abalanzó contra Luck, quien, desprevenido, fue sometido en el suelo—. Es mío, sé que el bebé que espera Ethan es mío.
—¿Cómo? —Sonrió Luck maliciosamente—. Puede que hasta sea mío, es más probable porque, de todos, yo fui el que estuvo más veces con ese niño. —Esa provocación, tan mal intencionada y burda, le costó un puñetazo en la cara que le rompió un diente e iniciaron otra pelea.
En el segundo piso de la mansión, Ethan despertó gritando después de soñar, más bien, revivir en su mente el cruel ataque, volvió a sentirse vulnerable, desprotegido, con esas manos asquerosas sobre su cuerpo.
—Ethan. —Su hermana estaba a su lado, rodeando su cuerpo con sus cálidos brazos—. Calma, ya estás a salvo.
—¿A salvo?... —Él se aferró a la ropa de dormir de Elisa, como si no creyera en sus palabras, como si al soltarla volviera a estar encadenado en esa casucha.
—Estarás bien. —La chica seguía intentando consolarlo, aunque nadie podría encontrar las palabras adecuadas para sanar sus heridas.
Ethan no tardó mucho en calmarse, ahí se dio cuenta de que estaba en su habitación, su último recuerdo era estar frente al fuego en el patio.
—¿Qué pasó? —preguntó confundido.
—Te desmayaste, llamamos al doctor y dijo que fue porque no descansaste y te sometiste al frío, pero que estarías bien. Por si acaso, vendrá mañana para revisarte.
—No quiero que venga, estoy bien —objetó tan harto de los médicos que no quería ver uno en su vida.
—No es opcional. Ethan ¿por qué te deshiciste de todos los medicamentos del botiquín? Entré a tu cuarto de baño y encontré todos los frascos vacíos.
—Casi todos eran supresores, inhibidores y esas cosas estúpidas que no necesito más —se explicó esperando que su hermana se conformara con eso y no siguiera con el interrogatorio.
—Tiraste los antidepresivos y los ansiolíticos —increpó Elisa.
—No los necesito y de todas maneras no puedo tomarlos.
—Los antidepresivos son muy importantes para ti.
—No, solo los usaba porque estaba ocultando mi casta, cosa que nunca más volveré a hacer.
—Pero después de todo lo que...
—Te prometo, hermanita, que no me voy a suicidar, ni dejar que la vida se me pase tirado en la cama. Ahora tengo algo por lo que seguir de pie. —Elisa no respondió a eso, estaba preocupada y confundida, se sentía perdida y ya no sabía qué era lo mejor para su hermano—. Es tarde y hace frío, es mejor que vayas a dormir —aconsejó Ethan, aunque en el fondo tenía miedo de quedarse solo.
—Está bien, me iré —aceptó ella, aunque tampoco quisiera dejarlo solo, se acercó para darle un beso en la frente—. Hasta mañana, descansa.
—Elisa, espera —Ethan la detuvo antes de que abriera la puerta—. ¿Sabes qué sucede con Selim Aslan? —La pregunta fue incómoda para ambos, pero Ethan debía hacerla.
—Lo único que sé es lo que tú también sabes, que está encerrado en el sótano de esta casa. ¿Por qué preguntas?
—Es que, de vez en cuando, siento... —No era fácil para él admitir que percibía la conexión con el alfa, lo sentía como una humillación—. Siento que se enfurece, como si estuviera peleando... Es molesto.
—Debe ser porque está encerrado junto a Luck Werner, Mariana dijo que a veces arman grandes peleas.
—¿Comparte celda con ese maldito? —La idea le resultó vomitiva. Justo en ese momento sentía la furia de Selim incrementarse como nunca, su instinto le gritaba que debía ayudar al alfa en posible peligro.
—Si lo prefieres puedo ordenar que lo cambien...
—No, la basura debe estar con la basura —expresó con desprecio y frialdad. Esa misma frase Elisa la había escuchado en la boca de Elías cuando le daba órdenes a uno de sus guardias.
—Como quieras —concedió su hermana girando la perilla de la puerta, sin embargo, de nuevo fue detenida por Ethan. Lo escuchó toser con fuerza y al voltearse lo vio con las manos en el cuello, jadeando como si se ahogara—. ¡Ethan! ¡¿qué tienes?! —Se apresuró a ayudarlo, era como si el chico intentara quitar algo que lo ahorcaba, algo que no podía verse.
—Selim —alcanzó a decir para advertir a su hermana.
Elisa lo captó enseguida y bajó corriendo a la planta baja donde encontró a uno de los guardias, Kenny.
—Hay que ir a las celdas, ¡ahora! —ordenó desesperada, a Kenny le bastó con ver su cara para saber que eso era un asunto de vida o muerte. Juntos bajaron a toda prisa al sótano—. ¿Dónde está Aslan?
—En la última celda. —Kenny señaló una puerta mientras sacaba la llave de esta.
—¡Abre ahora! —apuró Elisa.
Al hacerlo, vieron a Luck Werner ahorcando a Selim con las manos. El chico no había comido bien en días y casi no dormía por miedo a las pesadillas, estaba muy débil; a diferencia de Luck que intentaba mantenerse saludable y cuerdo todo lo posible. Era de esperarse que la pelea no la ganara quien la había empezado.
Kenny y dos guardias más los separaron.
—¡Malditos idiotas! —gritó Elisa—. ¿Quién les dio permiso de matarse entre ustedes? —Selim intentaba volver a respirar con normalidad en medio de la tos, mientras que Luck era atado de manos y pies, otra vez.
—Vaya, pero si es la hermosa hija beta de los Himura —habló Luck con una sonrisa que a Elisa le dio asco—. Hola linda ¿viniste verme? —Kenny lo silenció con un golpe en el vientre que lo dejó sin aire. Elisa también aprovechó la ocasión para golpearlo todo lo que pudo.
—No sabes las ganas que tengo de matarte ahora mismo —dijo asestándole una última patada en la entrepierna. Con un ademán de su mano indicó a los hombre que soltaran al pobre desgraciado, quien casi estaba inconsciente—. Selim Aslan —se dirigió al otro prisionero que para ese momento se había puesto de pie—. Nunca esperé que tú pudieras hacerle tanto daño a Ethan.
—¿Cómo está? —preguntó este, con un tono lastimero, rogando por una respuesta.
—¿Cómo quieres que esté después de lo que le hicieron?
—Decidió tener al bebé, ¿verdad? —Elisa quedó impactada, ni siquiera sabía que Selim estaba enterado del embarazo y menos de lo que Ethan planeaba.
—¿Cómo lo sabes?
—Él me lo dijo, el embarazo, pero dijo que abortaría. No lo hizo y no creo que quiera hacerlo, yo lo percibo...
—Es impresionante, ¿dices que has hablado con Ethan?, ¿es alguna clase de telepatía entre soulmates? —quiso saber.
—Algo así... pero no te preocupes, él me odia y las únicas veces que me ha hablado es para decírmelo —aclaró Selim al ver la cara desconcertada de Elisa—. Solo me dijo lo del embarazo para herirme.
—Te lo mereces, te creí muchas cosas, Selim Aslan, pero nunca un violador. Bien dicen: caras vemos... —Los impulsos de golpearlo hasta la muerte recorrían todo el cuerpo de la hermana de Ethan, como un veneno. Pero, en vez de ello, al que golpeó de nuevo fue a Luck, que estaba en el suelo, una patada en la cara que hizo que su nariz volviera a sangrar—. Si no estuvieras unido a mi hermano te rompería la cara como a este infeliz. No quiero más peleas, ¿entendido? —Selim asintió sumiso y temeroso, pero Luck ni se movió—. ¡¿Entendiste, pedazo de basura?! —Tomó a este último del cabello para verle la cara. El alfa, haciendo un gran esfuerzo, también aceptó la orden con un gesto, más bien una mueca deforme. Elisa lo soltó y se estampó contra el concreto del suelo.
Salió del lugar y detrás de ella las luces volvieron a apagarse, sumergiendo al sótano otra vez en la oscuridad. Kenny, después de ver todo lo que ella había hecho allí abajo, su porte y su actitud, pensó:
«Aunque no lo quiera, aunque lo odie, es evidente que la sangre Orlov corre por sus venas. Es digna hija de Bela Orlov».
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