Orlov
Martes, 02 de febrero de 2021
Ethan no entendía cómo una vista tan maravillosa como la que observaba, a través de la pequeña ventana del hospital, podía llegar a ser tan triste y desoladora. La luz del sol que iluminaba un día despejado y templado, el viento soplando, las hojas de los árboles bailando, el canto de los pequeños pajarillos que se posaban en los alambres de luz; toda la vigorosa vida ahí fuera le recordaba que no volvería a disfrutar de nada, que habían terminado con su vida, pero el mundo seguía como si nada.
Sintió que se quedaba atrás mientras todos los demás seguían su camino, se sintió enojado y solo. Lo que le había pasado a él y lo que les había pasado a muchos otros omegas como él, no era tan importante como para que el mundo se estremeciera y menos para que cambiara.
Porque, aunque para Ethan Himura la vida como la conocía terminaba, para los otros seguía exactamente igual. No pensaba de esa manera por los culpables de su miseria, no; aquellos desgraciados sufrirían más que ningún ser humano. Más bien se refería a todos los demás. Cada vez que una tragedia como aquella se difundía en el mundo, resonaría en voces de miles, sí, pero nada más, y al cabo de días, tal vez semanas, todo se olvidaría.
«Porque la gente prefiere olvidar», susurró su lobo con la voz quebrada, «ojalá nosotros también pidiéramos hacerlo».
Aquel ser que habitaba en su interior era su única compañía, el único con el que podía hablar, un alma tan rota y destruida como la suya. Solo él lo comprendía porque habían vivido lo mismo, porque sentían lo mismo. Porque eran uno solo.
«Yo haré que no olviden más», aseguró Ethan como una promesa que cumpliría sin importar nada, aunque muriera en el intento o tuviera que acabar con la vida de miles en el proceso.
Hace unas horas deseaba morir, creyendo que toda su vida había terminado. Y sí, aquella vida de inocencia, amor y felicidad se había desintegrado. Mas, ahora tenía algo por lo que mantenerse en pie y empezar otra vez y eso era el odio.
«Todo lo que queda en mí es odio, y lo convertiré en el motivo de mi vida».
«Venganza», completó su omega.
Tenía el poder de cambiarlo todo, de moldearlo a su gusto. Ahora sabía quién era en realidad, lo que siempre había sido: el dueño de todo aquel podrido mundo.
Después de abrir los ojos, hacía unas horas, y descubrir que toda esa pesadilla era una realidad, solo deseaba terminar con aquel terrible dolor en el pecho. Pero Elías, su tío que más bien había sido su padre toda su corta vida, fue el portador de la verdad.
La verdad que se le había ocultado por 18 años, la verdad que ahora le daba una nueva vida, vida que debió haber vivido desde el comienzo.
No sabía por qué Elías había elegido justo ese momento para decírselo, ni pudo preguntárselo, sin embargo, se lo agradecería siempre, sin duda esa confesión le había salvado de las garras de la muerte, por ahora al menos. Su hermana protestaba y reclamaba airada para que no le dijera aquello. Aun así, el hombre había continuado con su revelación:
—Debes levantarte, debes superarlo, porque tú no eres cualquiera. —Fueron sus palabras desesperadas. Ethan nunca había visto a su tío tan devastado como en aquel momento, al hombre frío y fuerte no le importaba estar suplicando en medio de un llanto incontrolable—. Tú eres mi hijo y mi heredero. Eres fuerte y estaré contigo. Ethan, no eres un simple Himura, ni un hijo de familia rica y menos aún un bastardo rechazado.
Elisa había estado furiosa y tenía toda la intención de golpearlo para que callara y siguiera guardando el secreto de su familia materna. Ella siempre había odiado todo aquello, deseaba que Ethan no se involucrara jamás y menos tan pronto, pero no había podido detener los impulsos de Elías.
—Eres un Orlov —había logrado confesar por fin y la sala había quedado en medio de un silencio sepulcral. Incluso sin hablar, los dos betas supieron que Ethan estaba escudriñando en su memoria y procesando esa información.
«Orlov».
No era la primera vez que escuchaba aquel apellido ruso. Lo conocía bien, todo el mundo conocía y temía a aquel apellido, su sola mención era censurada, como si con tan solo pronunciarlo se trajeran tragedias al mundo.
Los Orlov, la familia más peligrosa y poderosa de todo el mundo. La mafia más antigua y la más grande de todas, que funcionaba como una gran jerarquía monárquica antigua, donde el jefe superior era considerado un rey, aunque ningún rey tenía ni había tenido tanto poder como el cabecilla Orlov.
—Así es, mi querido niño —continuaba Elías, le había apartado unos mechones de cabello del rostro con ternura—. Somos hijos de los Orlov. Yo soy Elías Orlov, Jefe de la Mafia Rusa, y tú eres mi único heredero, el que tu madre eligió para dirigir a nuestra familia.
La sonrisa no había tardado en aparecer en el rostro pálido y demacrado de Ethan, una sonrisa casi siniestra; todo parecía una broma del destino. Si hace un par de días le hubieran dicho todo aquello, se hubiera espantado, ahora era una delicia delirante.
—Solo si tú lo aceptas, Ethan —contradecía su hermana—. No tienes que aceptar esa vida de delincuencia organizada.
—Ethan decidirá lo correcto, no le dará la espalda a su sangre como tú lo has hecho, Elisa Himura. —Elías había pronunciado el apellido de la joven como si fuera un insulto aberrante.
Ethan por ningún motivo deseaba ver a su tío y a su querida hermana discutir en ese momento, tampoco deseaba hablar, así que solo se había cubierto con la fría sábana blanca hasta la cabeza. Los había callado de inmediato y minutos después una enfermera los sacaba de la habitación.
Tenía muchas preguntas, y mucho que procesar. Había pasado de ser un simple omega con la vida rota, a ser uno de los humanos con más poder en la Tierra. No tuvo que pensárselo demasiado, ¿qué le quedaba de su vida como Ethan Himura? En primer lugar, nunca se había sentido un Himura como su hermana. La decisión le fue sencilla, ya no tenía nada por lo que quedarse en esa vida, empezar de nuevo era la única opción si deseaba seguir en este mundo.
Desde el principio había sabido que vivía una vida falsa, una vida que acabaría al salir de Evimeria. Y lo único que realmente lo retenía había sido Selim Aslan, por el único que había querido quedarse había sido él. Antes, tal vez, hubiera renunciado a todo por el alfa, pero ahora ya no le quedaba nada, porque Selim Aslan había muerto en el momento en el que había ingresado en esa sucia habitación de la destartalada casa abandonada.
Murió para Ethan y moriría pronto para el mundo.
Sin el alfa de ojos dorados, ya nada bueno le esperaba en esa vida a Ethan, sin familia, sin recursos, sin poder.
«Matar o morir».
«Matar o morir», repitió su lobo omega, dándole a entender que estaban de acuerdo por primera vez en mucho tiempo.
Así murió para siempre Ethan Himura y nació un nuevo y despiadado ser: Ethan Orlov.
El momento reflexivo mañanero, sus pensamientos lejanos del futuro y su lucidez, terminaron pronto con los pitidos de los monitores a los que estaba conectado, se habían vuelto locos de repente. Sintió que le costaba mucho respirar, como si alguien le pusiera una almohada en el rostro; se mareo como si el oxígeno no le llegara al cerebro. Comenzó a percibir sentimientos y emociones ajenos a los suyos y escuchó una voz en su cabeza, una voz que no era suya ni de su lobo.
«Ethan», llamaba aquella voz en un susurro lejano. «Ethan», repetía.
Sin duda conocía esa voz profunda y serena, era Selim que intentaba contactarlo a través del lazo que ahora los unía.
«Ethan, me escuchas ¿verdad?», insistía. Ethan no quería responder, pero la situación se le hacía insoportable para aguantar en silencio, deseaba que terminara y se callara para siempre.
«¡Cállate! No quiero oír tu asquerosa voz ¡sal de mi mente!, exigió con las manos en la cabeza como si intentara arrancarse el cabello. Le dolía la cabeza, el pecho y sobre todo la herida en su cuello, la marca ardía.
«Ethan», Selim volvió a pronunciar su nombre con una marcada pena, como quien estaba a punto de llorar.
«No quiero oírte, sal por favor, no lo soporto», suplicó Ethan y de inmediato todo se calmó, supo que Selim cortó la comunicación pues ya no lo sentía en su mente.
Por primera vez, se puso a sopesar el significado de la marca, del lazo; no sabía que podían comunicarse así, eso lo asqueó porque significaba que el alfa podría entrar en su mente siempre que quisiera. No sabía que para Selim era una tarea igual o más difícil que para él.
Ethan vomitó en un recipiente que puso a su lado una mujer beta, una enfermera que había acudido a él, alertada por los aparatos y monitores. Antes de desmayaste, se vio rodeado de médicos y, junto a ellos, su asustada hermana estaba gritando y clamando por explicaciones.
En una de las más grandes mansiones de la ciudad, un alfa esperaba impaciente a su hijo. El sudor frío empapa su espalda mientras su esposa lloraba desconsolada en la habitación.
Cuando la puerta se abrió, el hombre vio entrar al niño que una vez fue inocente y ahora era un vil monstruo, pero seguía siendo su hijo.
—¿Dónde estabas, Luck? —preguntó el alfa regordete y de baja estatura con voz fría, sentado en el cómodo sofá de su casa.
—Padre, perdona, pero no tengo mucho tiempo, tengo un examen en un par de horas —dijo Luck Werner mientras caminaba despreocupado, como si nada hubiera sucedido la noche anterior.
—No irás a ese examen, hijo —dijo el padre, como un aviso más que una orden—. ¿Dónde estuviste la noche anterior? Y mejor que me digas la verdad.
—Pero tengo que ir o reprobaré el curso —replicó Luck con nerviosismo, su padre nunca había puesto demasiada atención a lo que hacía, así que aquella situación era extraña.
—¡Responde a mis preguntas! —gritó el mayor poniéndose de pie. Agarró a su hijo del cuello de la chaqueta.
—Estaba con mis amigos en una casa abandonada —confesó Luck, asustado.
—¿Quién más estaba con ustedes? —interrogó el hombre.
—Nadie más.
—¡Mientes! —Lo tiró contra el suelo. Este no era mucho más fuerte que Luck, pero era su padre y el joven nunca le faltaría el respeto a aquel temible alfa de ojos fantasmales, iguales a los suyos.
—Bien, estábamos con un omega, lo llevamos a ese lugar —confesó por fin.
—¿Quién era?
—Eso qué más da, solo es un omega, padre. ¿Puedes explicarme por qué te pones así?
—¡¿Solo un omega?! —gritó el señor Werner y lo pateó en las costillas—. ¿Qué hiciste con ese omega? ¡Responde, idiota!
—Solo nos divertimos un poco... —dijo Luck tosiendo, el golpe casi le había quitado el aire.
—Lo violaron —concluyó el padre—. ¡Panda de idiotas! ¿Saben con quién se acaban de meter?
—Pero si solo es el bastardo de los Himura, ¿por qué estás tan alterado?
—No cabe duda de que eres más idiota de lo que pensaba. El niño que violaron es un Himura, sí. Y te recuerdo que ellos son grandes socios de nuestra empresa. Aun así, si solo fuera eso... no estaríamos en esta situación.
—¿Qué estás diciendo, padre? —exigió saber el más joven, aún tirado en el suelo porque no tenía el valor de ponerse de pie. El alfa mayor tomó a su hijo de los cabellos, obligándole a levantarse solo para volverlo a tumbar de un puñetazo.
—Si pudiera te mataría con mis propias manos, pero ellos te quieren vivo, supongo que para torturarte.
—¡No entiendo lo que dices! —exclamó Luck, frustrado.
—El niño que violaron es el hijo de Itachi Himura y la fallecida Bela Orlov —le informó su progenitor. Eso hizo a Luck estremecerse, pues Bela Orlov era una leyenda tenebrosa que contaban los omegas poniéndola como ejemplo de fuerza y belleza para toda la casta. Pero no era una simple historia, ella había existido y había causado una gran revolución en todo el mundo cuando estaba viva.
—¿Orlov? No puede ser...
—Así es, Ethan Himura es el heredero de la Mafia Rusa. ¡¿Comprendes lo que has hecho?!
—Imposible, ¿cómo sabes eso?
—Es que eres el alfa más imbécil del mundo. ¿No te diste cuenta? ¡Toda la casa está rodeada de guardias!
Ante esas palabras, Luck sintió verdadero pánico, nunca había conocido a un Orlov en persona, pero había oído hablar de las atrocidades que les hacían a sus enemigos y comprendió las palabras de Selim Aslan: «Pero él sí y si no te mata, desearás que lo haga».
—Padre, por favor, debes ayudarme —suplicó lloriqueando y colgándose de los pies de su padre—. No dejes que me lleven, no quiero morir.
—Eso debiste pensarlo antes. Elías Orlov estuvo en persona aquí y me ofreció un trato.
—No puede ser. Aún estamos asociados con los italianos, ellos nos ayudarán. —El padre se rio burlonamente.
—¿Crees que la mafia italiana se arriesgaría a una guerra con los rusos por una familia insignificante como la nuestra? ¿Por un error de un mocoso idiota? Nos quitaron todo su apoyo a penas los guardias de los Orlov rodearon la casa y eso que no tienen idea de la razón por la que estamos en conflicto.
—Padre, por favor, ayúdame a huir —rogó Luck porque ya no veía salvación.
—Si lo hago, me matarán y a tu madre también. Elías Orlov me amenazó justo aquí, si no hago lo que pide, moriremos todos.
—¿Qué quiere que hagas? ¿Qué harán conmigo? —quiso saber.
—Que te entregue, simple. A cambio, nos dejará tranquilos, hasta dejará que nos aliemos a ellos.
—¡¿Me vendiste?! —reclamó indignado.
—Yo estoy dispuesto a morir para salvarte, pero no puedo permitir que tu madre muera, está embarazada.
—¿Qué? —La noticia le fue impactante, su madre nunca había podido tener más hijos que él, esto era un milagro.
—Ese niño que tu madre me dará será el futuro de la familia, tomará tu lugar. Y a este lo criaré bien para que no sea tan estúpido y cruel como tú.
—Como ahora tienes un reemplazo, me entregarás a los lobos. ¡No puedes hacer eso, soy tu hijo!
—Tú te condenaste solo y no permitiré que arrastres a toda la familia al abismo.
Con un chasquido de dedos, el padre dio la orden para que sus guardias salieran de sus escondites y atraparan a Luck. Lo arrastraron a la salida, mientras este lloraba, gritaba y suplicaba. Fuera ya se encontraba Kenny, el hombre de más confianza de Elías Orlov, esperando con una docena de alfas a su alrededor.
—Su lealtad ha quedado comprobada, señor Werner —declaró Kenny mientras subían a tirones a Luck en una camioneta blindada con los vidrios negros—. Esto no pasará por alto ante nuestro jefe. Espere noticias nuestras y no se le ocurra hacer nada estúpido.
Así se llevaron a Luck. Elías era maquiavélico, si podía, deseaba aumentar el dolor de todos esos alfas lo más posible. Lo haría sin dudar, la traición de sus propios padres solo era el comienzo de sus pesadillas.
Bajo la casa de Ethan y sin que él lo supiera, había un subsuelo, con celdas para encerrar a la gente que le causaba problemas al jefe Orlov. Era oscuro, frío y lúgubre, sin ventilación, ni iluminación adecuada. Las celdas eran aún más oscuras porque ni una vela se les permitía a los desgraciados prisioneros que caían ahí; de concreto sólido, puertas de un grosor casi de diez centímetros que solo se abrían cuando un guardia les traía comida o los llevaban al baño, o cuando los torturaban. En cambio, arriba, en la casa, nada se escuchaba, ni los gritos de dolor ni los disparos, porque así se había diseñado aquel infierno bajo tierra. Todo para que Ethan nunca se enterara de eso.
A Selim lo habían tirado dentro de una de esas inmundas celdas diminutas y llevaba ahí horas, la herida de su brazo estaba sangrando sin parar, pues los puntos que había recibido en el hospital se habían abierto por la brusquedad con la que fue transportado. No sabía dónde se encontraba, todo el camino le habían cubierto los ojos con una funda negra de tela.
Estaba tan preocupado por Ethan que intentó, muchas veces, hablarle mediante su lazo. Una vez había escuchado que, cuando un alfa y un omega que eran soulmates formaban un lazo, podían hablar como si fuera telepatía. Selim necesitaba saber algo de Ethan y no paró de intentarlo hasta que lo logró, pero fue tan difícil que casi se había desmayado varias veces.
El omega le respondió solo para callarlo, estaba intentando romper con todas sus fuerzas la comunicación y expulsarlo de su cabeza, hasta que Selim se dio por vencido y la cortó él mismo.
Todo el tiempo sentía el miedo y el odio que Ethan padecía, sin embargo, cuando se había conectado a su mente, todo empeoró. Claramente, Ethan lo quería muerto y se lo merecía, pero no dejaba de dolerle el corazón por ello.
De repente, oyó ruidos fuera de la celda, temía que fuera Elías Orlov, el despiadado jefe que venía a matarlo o a cortarlo en pedazos. Pero no fue así, abrieron su celda e introdujeron a otro alfa, por el olor y la poca luz que había entrado supo que se trataba se Luck Werner.
—¡No me encierren con este perro maldito! —reclamó Selim al guardia que arrojó al nuevo prisionero dentro. Lo último que quería era estar con él.
—Cállate escoria, ¿crees que tienes derecho a elegir compañero? Ambos son basura y la basura debe estar con la basura, hasta que sea quemada —dijo Kenny mofándose y riendo, los encerró de nuevo.
—También me alegra verte, hermano. —Luck se quitaba las vendas de los ojos, en vano porque la oscuridad era absoluta después de cerrada la puerta. Sin contenerse, Selim se lanzó sobre él y lo golpeó tanto que los guardias tuvieron que entrar e intervenir.
—Escuchen bien, idiotas: el jefe los quiere vivos por ahora, no se van a matar entre ustedes. —Kenny los ató de manos y pies, con sogas que lastiman la piel y puso a cada uno en una esquina. Pero la celda era tan pequeña que inevitablemente se tocaban los pies—. Si vuelven a hacer estupideces, les contaré las manos. El jefe los quiere vivos, pero no dijo que debiesen estar completos —amenazó con una sonrisa psicópata.
—Casi me matas —reclamó Luck cuando los dejaron solos otra vez—. Selim debiste decirme quién era ese niño, si lo hubiera sabido...
—No hables de él, no te atrevas a nombrarlo.
—¡Mierda! Debemos salir de este lugar cuanto antes.
—Esta será tu tumba, Luck Werner.
—Ya cállate, idiota, por muy enamorado que creas estar, debes comprender la situación: nos mataran a todos y no te vas a salvar porque estés unido al niño mafioso. Piensa en algo para salir de aquí.
—No quiero salvarme, quiero verte muerto y después morir yo también, ese es mi nuevo sueño.
—No tienes remedio —exclamó Luck frustrado—. Te involucré en esto para que nos ayudaras, ¿y solo quieres morir?
—Sí, quiero morir, nos veremos en el infierno, maldito perro. —Selim le escupió en la cara, Luck se limpió con la manga de su chaqueta sin darle mucha importancia al sucio insulto.
—¡Demonios! Todo hubiera salido perfecto si ese niño no fuera un Orlov. Hasta pude hacer que participaras... Creí que eso sería más difícil, pero lo logré. Y ahora todo se va a la mierda.
—¿A qué te refieres con eso? —Selim no había tenido cabeza para pararse a analizar el plan sucio de Luck hasta ese momento—. No podías saber que yo estaba en celo, ¿cómo me ibas a engañar para que hiciera lo que querías?
—Cierto, no sabía que estabas en celo, lo que sí tenía seguro era que jamás lo harías en pleno juicio y te di la bebida.
—¿La bebida? Pero el alcohol nunca me afectaría... —Meditó sobre aquello y una nueva oleada de rabia se apoderó de él—. ¡¿Me drogaste?!
—Solo un afrodisíaco ligero, se combinó con tu celo y enloqueciste. No puedes culparme, en tus ojos vi el deseo que tenías por ese omega y no te culpo...
—¡Cierra tu puta boca! Eres un asqueroso perro, ¿cómo pudiste hacer algo tan bajo? —Luck no lo vio debido la oscuridad, pero Selim no podía parar de llorar.
Había violado y lastimado a la persona que más quería en el mundo y ni la confesión de la droga en su cuerpo aliviaba su culpa.
«Debí detenerme, soy un humano y pude detenerme, pero no lo hice».
Quería morir, deseaba con toda el alma que lo mataran, pero antes debía asegurarse de que Ethan estuviera bien, quería verlo feliz antes de irse, aunque eso no fuera posible. Pero, por lo menos, quería que su dolor disminuyera.
Era mucho pedirle a la vida, pero clamaba al cielo ser perdonado por su soulmate antes de descender al infierno.
Los alfas no hablaron más porque Luck Werner perdió la conciencia, Selim supuso que le habían dado algún somnífero y esperaba fuera veneno.
En la sala de espera del hospital, Elías y Elisa esperaban a que los médicos que habían ingresado a la habitación de Ethan, hacía dos horas o más, salieran con noticias.
Elías estaba fuera cuando su sobrino había tenido aquel ataque, Elisa casi se había vuelto loca al verlo convulsionar sin obtener respuestas del por qué y cuando las enfermeras la sacaron, un ejército de médicos y enfermeros ingresó. Personal entraba y salía, pero ninguno les decía nada, llevaban recipientes de muestras y traían papeles.
—Señor —dijo el médico familiar al salir de la habitación—. Pudimos estabilizar al joven.
—Gracias a Dios —exclamó Elisa.
—¿Qué le pasa?, ¿por qué tuvo convulsiones? —interrogó Elías.
—El joven tiene un nivel hormonal muy inestable —empezó a explicar el médico con la voz más serena que podía fingir ante aquel imponente hombre—. Lo he tratado siempre y sé mejor que nadie cómo ha vivido estos años, suprimiendo sus feromonas casi por completo. Eso, junto al ataque... La exposición a las feromonas de alfas durante el celo fue muy fuerte para alguien como el joven Ethan. Señor, no se ofenda por lo que diré, pero creo que la razón por la que sigue vivo es porque fue marcado.
—¡¿Qué?! —gritó Elías, su sobrina tomó su brazo para calmarlo.
—El lazo con ese alfa ayuda un poco a controlar sus feromonas. Aun así, no es suficiente.
—¿Estará bien? —indagó Elisa.
—Sí, señorita, no se preocupe, pero le llevará tiempo asimilar la carga hormonal, lo ayudaremos todo lo posible. Deberá permanecer en el hospital una semana o dos.
—Gracias doctor, ¿podemos verlo? —pidió, deseosa de consolar y abrazar a su pequeño hermano.
—Lo hemos sedado, dada su condición es mejor que duerma todo lo posible, así se recuperará más rápido. Como betas, ustedes tienen acceso libre, pero está prohibido que un omega o, peor aún, un alfa, ingrese en la habitación —advirtió el doctor con severidad—. No debe exponerse a más feromonas.
Ambos iban a entrar a verlo, pero una llamada al celular de Elías los interrumpió. Se alejó para hablar tranquilamente y después volvió al lado de Elisa.
—Era Kenny —comunicó después de colgar—. Atrapó a todos esos malditos. Los seis están encerrados.
—Perfecto, ¿cuándo los matarás?, espero que sea antes de que Ethan salga del hospital.
—No haré tal cosa —afirmó sorprendiendo a la chica.
—¿Qué harás entonces? Es claro que no puedes matar a Selim Aslan, pero los demás no merecen seguir respirando.
—Eso lo decidirá Ethan, los matará él mismo si así lo quiere.
—¡No! No conviertas a mi hermano en un asesino, mátalos tú de una buena vez, tú ya tienes las manos manchadas de sangre —acusó Elisa con repulsión al imaginar cuántas personas habrían muerto en manos de Elías Orlov o bajo sus órdenes—. No dejes que Ethan...
—Ethan es un Orlov y ahora lo sabe. Ningún Orlov toma venganza en nombre de otro, a menos que esté muerto —declaró Elías con orgullo—. Ethan hará con ellos lo que desee, no es mi decisión.
—Ethan es un niño y está lleno de rabia. Estás aprovechando la situación para meterlo en tu sucio mundo.
—Elisa, solo le doy a tu hermano una opción, no le obligo a nada, aunque por su sonrisa al saber quién era, intuyo que ya se decidió. Es un Orlov y este es su mundo, aunque para ti sea inmundo.
Elisa estaba desesperada y tan furiosa que casi no podía hacer que las palabras salieran de su boca, no sin llorar. Apretaba los puños a tal grado que empezaba a lastimarse con las uñas.
—¡Prometiste que Ethan no sabría nada hasta los 21! —recriminó la falta a la promesa, sin atreverse a levantar mucho la voz.
—Pero la situación cambió, era tiempo de que supiera sobre su linaje y el poder que tiene.
—No quiero que Ethan se vuelva un asesino.
—Somos asesinos, tu madre lo era, tus abuelos también, yo lo soy —admitió Elías sin sentir ningún remordimiento por lo que confesaba—. Esa es tu familia, que hayas escogido a los Himura no cambia nada. Tu sangre es de asesinos y lo confirma el que quieras ver muertos a los enemigos de tu hermano. No niegues que te encantaría verlos sufrir hasta la muerte.
—No, no lo niego —aceptó la joven con llamas de rabia en los ojos—. Merecen morir, quiero verlos morir. Pero no quiero que Ethan se contamine más, mamá quería que viviera una vida normal.
—Tu madre lo eligió para ser su sucesor, lo sabes.
—Haré lo posible para convencer a Ethan de alejarse de ti —declaró confiada de que lograría su objetivo, porque conocía a su hermano.
No sabía que el pequeño que había visto crecer a la distancia había muerto.
—A veces no puedo creer que seas hija de mi hermana —recriminó Elías con desagrado. Veía en ella a su padre, aunque sus ojos fueran azules como los de Bela Orlov, en Elisa solo había la esencia de Itachi Himura. No era uno de los suyos y nunca lo sería.
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