Mate
Viernes 4 de septiembre de 2020
Cinco meses antes de la noche maldita.
Se estima que más de 80 000 omegas son asesinados cada año en todo el mundo y, de ellos, aproximadamente, el 50% en manos de sus alfas, sus parejas o sus tutores legales. Lo que quiere decir que casi 250 omegas son asesinados todos los días en el mundo.
Cuatro de cada cinco omegas son víctimas de algún tipo de abuso sexual. Y los casos se dan, en especial, cuando el omega entra en celo, volviéndose vulnerables.
Una de cada veinte violaciones es denunciada, y solo en un 15% de estos casos el agresor recibe una condena. Ciertos países no condenan la violación durante el celo, ya que se alega que fue con consentimiento de la víctima. En otros, si el agresor se casa o marca al omega, queda absuelto de los cargos y la víctima queda a merced de su agresor, a veces para el resto de su vida. Muchos recurren al suicidio como forma de escape.
—Ethan... —llamó Isabela al darse cuenta de que el chico no estaba prestando atención a la conversación que el grupo de cuatro amigos sustentaba en la mesa de una cafetería.
—Lo siento. —Ethan, avergonzado, se apresuró a excusarse—: Estaba distraído. ¿Qué decías? —preguntó dándole un sorbo a su taza de café, que para ese momento ya se había enfriado.
—¿En qué estabas pensando? Con esa cara tan seria... —preguntó Adrián, curioso por saber qué preocupaba a su amigo.
—Solo recordaba el documental que pasaron en la mañana.
—¡Oh si! —intervino Marco—, también yo lo vi, el documental de los omegas, ¿cierto? —Ethan asintió con expresión sombría.
—Fue de lo más desagradable —mencionó Isabela—, quiero decir... sabía que los omegas no son tratados igual que los alfas o betas, pero no sabía que sufrieran tal infierno —exclamó indignada.
—Así es, es triste y ¿sabían que nuestro país es uno de los que tiene más altos niveles de violencia hacia los omegas? —informó Adrián sorprendiendo a casi todos.
—No es de extrañarse —alegó Ethan con desdén—, solo hay que ver como se llama esta provincia: Alfa.
—Bueno... eso es una pena, pero, a decir verdad, no podemos hacer nada. Es asunto de alfas y omegas, nosotros somos betas. —Las palabras de Marco, con las que el resto estuvo de acuerdo, trastocaron a Ethan, más de lo que él admitiría nunca.
En el grupo de amigos, todos eran betas, excepto Ethan que era un omega, aunque ese era un secreto que no lo sabía nadie, solo su familia.
Ver el poco interés de sus amigos hacia un tema que involucraba a su casta provocó en su mente un conflicto de emociones. Le ofendió que no tomasen partido, ni estuviesen dispuestos a hacer algo por la lamentable situación que vivían los omegas. Pero, por otro lado, deseaba con toda el alma ser como ellos; admiraba esa misma indiferencia, porque consideraba que un beta era superior a cualquier alfa u omega. Ante sus ojos, los betas eran la casta más civilizada y racional porque sus instintos no los dominaban como a los demás.
Terminando su pequeña merienda, el grupo de betas volvió al edificio en el que se impartían sus clases. Todos estudiaban la misma carrera, en el mismo paralelo; de hecho, ahí se habían conocido.
Uno a uno pasó su carné con chip integrado, por el lector para que les autorizaran la entrada a la Facultad de Ingeniería de la Universidad Bilmek, la universidad más prestigiosa de la ciudad de Evimeria y de todo el país de Altharwa.
Mientas los jóvenes recorrían los pasillos para llegar a su próxima clase, Ethan no podía dejar de estremecerse al verse rodeado de tantos alfas. La sensación de peligro lo atormentaba, aun cuando había estado en esa situación dos meses ya. Su desprecio hacia la casta dominante hacía que, en ciertos momentos, se lamentara de haber escogido una "carrera de alfas".
Al llegar a su aula, los chicos se ubicaron juntos en las cómodas butacas rojas de la tercera fila del graderío, dispuestos a esperar a que iniciase la clase. Su maestro se encontraba sentado frente al gran escritorio de roble en la parte izquierda de la plataforma que elegantemente se encontraba en el nivel más bajo, en medio de todo, bajo la gran pantalla blanca donde se proyectaban las diapositivas del tema que tratarían.
—La universidad estaría mejor si aminorasen la cantidad de alfas; están en todas partes, tan prepotentes y presumidos como siempre —comentó Ethan observando a su alrededor.
—Sabes que eso es solo en esta facultad, hay algunas donde hay más omegas —aseguró Isabela.
—Claro... en carreras como Enfermería o Parvulario, carreras que un alfa jamás estudiaría por puro orgullo —comentó Marco y todos rieron al imaginar a un alfa cuidando a un niño pequeño. Por este pequeño escándalo se ganaron una mirada severa de su maestro, que los dejó en total silencio.
La clase dio inicio y ningún estudiante se atrevería siquiera a hacer un solo ruido, ni a comentar algo, puesto que su maestro era un prestigioso ingeniero, bastante mayor, un alfa con fama de ser muy severo. Enseñaba a primeros años con el fin de desanimar a sus estudiantes de seguir una carrera tan dura, solo los más inteligentes, astutos y decididos aprobaban su materia.
Después de dos horas, el profesor concluyó; apenas este salió del aula, los estudiantes dejaron escapar un suspiro de alivio.
—Odio esta materia y al profesor... —se quejó Isabela y se tendió, exhausta, sobre la pequeña tabla de madera pintada de negro que se desplegaba para formar una mesa frente a cada butaca.
—No está tan mal... —alegó Ethan con una sonrisa de consuelo.
—Lo dice el chico más inteligente de la carrera; Ethan no puedo creer que hayas entendido algo de todo aquello —inquirió con sorpresa Adrián, señalando la pantalla, que para ese momento ya volvía a ser blanca, sin proyecciones de la aburrida clase—. Amigo, de verdad tienes que ayudarnos a estudiar para los exámenes.
—Lo haré con gusto.
El grupo recogió sus cosas, dispuestos a marcharse a casa, ya que la anterior había sido la última clase del día y de la semana. Pero al salir se vieron interrumpidos por varios alfas.
—Betas... ¿ya se van? —preguntó uno de ellos con una sonrisa burlona.
—Déjanos pasar, Luck —espetó Marco, un tanto molesto.
—Por si no lo sabes, Luck, tenemos nombres —reclamó Isabela, ofendida por la evidente segregación que implicaba esa denominación hacia su casta.
—Lo sé, linda, pero es más fácil llamarlos así, recuerda que son los únicos betas de aquí, sin contar a Mario —explicó Luck, abrazando por el cuello a uno de sus amigos, un chico beta, el único beta del grupo de amigos fieles a Luck—. Yo quiero invitarlos a una pequeña fiesta en mi casa, esta noche, los detalles se los pasaré por WhatsApp. Espero que no falten —dijo en un tono amenazante.
Los alfas salieron del aula dejando atrás a Mario, el chico beta, al cual Ethan consideraba un tonto por tratar de encajar con alfas. Curiosos por su presencia frente a ellos, los amigos esperaron a que este se pronunciase.
—Deben ir, sino quieren ganarse el desprecio de todos —advirtió el chico muy serio, dándose media vuelta y desapareciendo por la puerta.
—¿Qué diablos fue eso? —exclamó Marco por la extraña situación—, acaso... ¿estamos obligados a ir?
—Esa parece ser la situación, nos amenazaron claramente —recalcó Ethan, un tanto asustado y bastante molesto.
—¡Qué se jodan! No iremos a ninguna fiesta y menos en casa de ese idiota —afirmó Isabela, con tono firme, casi como si fuera una orden.
Ellos solo habían asistido a una de las fiestas que Luck organizaba cada fin de semana; fue en la primera semana después de iniciar el año escolar, una especie de reunión de integración para conocerse mejor, ya que, por ser su primer año, no sabían mucho unos de otros.
Esa noche, Ethan junto con Isabela presenciaron una situación demasiado reprochable, por la que ahora despreciaban a Luck y a sus amigos más que a nadie. Hasta ese entonces Ethan no era el único omega de esa clase; una chica, Ana, para sorpresa de todos, había ingresado en esa facultad. Un acto que Ethan no sabía si tachar de valiente o de insensato, puesto que ella, a diferencia de él, se había presentado como una omega, sin siquiera usar supresores para ocultar su olor.
Eso le costó muy caro, ya que Luck y su manada no tardaron en poner sus ojos en ella, con las más viles intenciones. Intenciones que consumaron en dicha fiesta, a la que la obligaron a ir. Ethan vio como la acosaban hasta llevársela a una habitación en la segunda planta. Isabela lo sacó de ahí, antes de que interviniera en ayuda de la pobre omega. «No podemos hacer nada», había alegado.
«No podemos hacer nada», esas palabras se repitieron en la cabeza de Ethan una y otra vez, a modo de consuelo, para tratar de aliviar la culpa.
Después de esa noche, Ana no volvió nunca más a la facultad.
—Debemos ir —aseguró Adrián un poco desanimado, causando sorpresa en la cara de sus amigos por lo que se apresuró a explicarse—: Somos los únicos que nunca asistimos a esas fiestas, ese idiota siempre hace una invitación general, pero ahora es diferente, nos lo pidió en persona.
—¿Y? No vamos a dejar que nos asusten, no pueden obligarnos a nada —exclamó Marco, irritado.
—Tiene razón —intervino Ethan—. No podemos negar que tiene gran influencia entre todos los del salón, si él empezara a acosarnos, los demás lo seguirían. Eso no sería bueno para nosotros —aseguró pensando: «En especial para mí».
—¿Te preocupa que nos hagan a un lado?, ¿qué nos acosen? —preguntó Isabela, algo incrédula, su amigo nunca había mostrado señales de querer llevarse bien con los alfas, todo lo contrario.
—No... es solo que: somos muy pocos betas, si todos ellos se unen contra nosotros, no podremos hacer nada y no siempre podremos estar juntos para cuidarnos la espalda. ¿Qué tal que nos toca hacer algún trabajo con ellos? —argumentó Ethan pensando en la mejor manera de lidiar con la situación, adelantándose a todas las consecuencias posibles—. No tenemos más opción que ir.
Discutieron un poco más del asunto, mientras se dirigían a la salida. Al final decidieron asistir, pero poniendo ciertas reglas: no se separarían ni un momento, se mantendrían alejados de Luck y se irían lo más pronto posible.
En tanto acordaban todo, la hora y dirección de la fiesta les llegó a todos a su celular, en un mensaje personal. La fiesta empezaría a las siete de la noche, dándoles a los chicos suficiente tiempo para ir a su casa y cambiarse de ropa.
Cada uno se dispersó, no sin antes acordar un punto de encuentro cercano a la casa de Luck, para que de ese modo llegaran todos juntos a la fiesta.
Ethan fue llevado a su hogar por su chofer personal. A pesar de considerar a su conductor una buena persona, él preferiría conducir por su cuenta como sus amigos, o tomar un autobús. Pero por insistencia de su tío, se veía obligado soportar la situación.
—Ya llegué —anunció al traspasar la gran puerta de madera pulida, ingresando a su pequeña mansión, que en su mayoría lucía colores cálidos, predominando el blanco.
—Buenas tardes, joven —saludó el ama de llaves, con una ligera reverencia, era una señora beta, de edad avanzada, que siempre había trabajado para su tío—, espero que haya tenido un día agradable.
—Buenas tardes, señora Mariana, tuve un buen día, gracias por preguntar.
—Me alegro mucho, ¿desea alguna cosa?, ¿una pequeña merienda antes de cenar?
—No se moleste, gracias, saldré enseguida. ¿Mi tío está en su oficina?
—No, joven, el señor Elías ahora mismo está en el patio trasero, disfrutando del atardecer en la piscina.
Ethan entregó su mochila a la señora, luego la encontraría colgada en un perchero de su habitación. Se dirigió a la piscina.
Encontró a su tío tendido en uno de los sofás de exterior, bajo un techo sin paredes, sostenido de columnas de hormigón visto blanco. La piscina al exterior, cuyo piso de baldosa azul, correctamente iluminado, daba un efecto de mar en movimiento, contrastado con la luz anaranjada que producía el ocaso, producían un ambiente relajante y pacífico.
—Querido sobrino, ven y siéntate a mi lado —indicó el hombre señalando el sofá a su lado.
—En realidad, tío, vengo a pedir permiso para salir.
—¿Una fiesta? —preguntó Elías un tanto emocionado. Su sobrino no salía a menudo y le gustaría verlo divertirse más seguido.
—Eso mismo.
—¡Claro que puedes ir! Solo dile al chofer cuando desees volver para que te recoja.
—Acepto que me lleve hasta ahí, pero una amiga se ofreció a traerme después de la fiesta. —No mentía, Isabela lo llevará a casa cuando terminara la fiesta y la principal razón de esto era que no quería tener que esperar a que llegara el chofer, en especial si tenía que salir de emergencia de aquella fiesta. Más que fiesta la sentía como una trampa.
Elías, aunque un tanto desconfiado, aceptó dejar que su sobrino hiciera lo que deseara. Ethan, después de cambiarse, tomó rumbo a la fiesta, la cual no era lejos de su casa. Luck, como la mayoría de los estudiantes de Bilmek, Ethan incluido, pertenecía a la clase alta de la ciudad y la clase alta vivía al norte, en el barrio más rico de todos.
Se encontró con sus amigos y llegaron juntos a la fiesta, siempre alertas; fueron recibidos por los empleados de Luck y para ese entonces ya habían más de 30 chicos, bailando, comiendo o bebiendo. Muchas chicas muy atractivas, omegas y betas, bailaban con los compañeros de la facultad y Luck no estaba por ninguna parte.
Una fiesta de lo más normal, casi ni les prestaban atención. Decidieron sentarse en la barra de cócteles, intentando alejarse un poco del ruido del salón principal: música, risas... un lugar poco cómodo para hablar. Todos ordenaron una margarita, excepto Ethan, que no le gustaba beber alcohol.
—Es un alivio que hayan llegado. —Mario, el chico beta del grupo de amigos de Luck, se sentó junto a ellos ordenando también una bebida.
—¿Qué hubiera pasado si no?, y... ¿por qué te interesa a ti? —preguntó Ethan, intrigado y molesto por partes iguales.
—Luck es caprichoso y le gusta ser el centro de atención —aseguró con desdén el chico, dándole un trago a su cuba libre.
—Eso lo sabemos todos —mencionó Isabela con desagrado.
—Sí... a él le molesta que ustedes no lo sigan, ni le presten atención como todos los demás. Si no venían, juró que les haría la vida imposible —contó en tono muy serio—. Incluso podría hacer que los expulsen de la universidad, su familia es de las más grandes benefactoras de Bilmek.
—Eso... no puede hacerlo, ¿o sí? —preguntó Ethan preocupado. Ser expulsado de Bilmek dejaría una mancha permanente en su historial y ninguna otra universidad aceptaría a alguien marcado con tal deshonra, no en el país.
—A ti claro que no, pero uno de ustedes está en más peligro —les recordó Mario, mirando a Adrián.
Adrián era becado en Bilmek, un caso muy especial, considerando los pocos estudiantes que lograban acceder a ese privilegio. Sin embargo, cualquier falta, por más mínima que fuera, le podía costar la expulsión o la beca, que, para quien no contaba con recursos, era lo mismo.
Los amigos se preocuparon por Adrián, quien, con la cabeza gacha, pensaba en lo mucho que sus padres se habían esforzado por mandarlo a la capital a estudiar. Ethan también se sintió mal por él, aunque tampoco podía dejar de pensar en las palabras de Mario: «A ti claro que no», no lo entendía, según él, era un estudiante promedio, su tío tenía dinero, pero no se consideraba distinto al resto de alumnos.
—Por eso es mejor que no se metan con Luck e intenten llevarse mejor con el resto de la clase. Somos betas, sí, pero no significa que nos alejemos de todos los demás porque son alfas —aconsejó Mario.
—Gracias, Mario, por advertirnos, lo tendremos en cuenta —habló Marco, aparentemente calmado, pero por dentro furioso por reconocer su propia debilidad ante la situación.
Marco provenía de una familia adinerada, sin embargo, no podía igualar a la riqueza y poder que tenía Luck, eso le quedó claro desde que vio por primera vez la casa en la que vivía el alfa: la más grande y lujosa que había visto nunca.
Mario, al acabar su cuba libre, se esfumó por el salón, dejando a los amigos solos para hablar tranquilos.
—Es decir que debemos ser los perros falderos de ese idiota —concluyó Isabela tan molesta con la situación que se tomó de un trago toda su margarita y enseguida pidió otra.
—Más bien, debemos adoptar una postura neutral —explicó Ethan—, Mario nunca dijo que debamos ser sus amigos, solo dijo que no nos metamos con Luck. Yo jamás aceptaría ser parte de su manada. —El desagrado y las náuseas no se hicieron esperar en él, que de solo imaginar tener que estar cerca de Luck, su lobo interior temblaba de terror.
—Es cierto, esperemos que eso baste... —deseó Adrián que hasta entonces había estado muy callado. Marco lo abrazó por el cuello para consolarlo.
Después de unos minutos varias chicas betas se acercaron a los chicos para invitarlos a bailar, Adrián y Marco aceptaron, pero Ethan no, siendo omega le parecía extraño bailar con esas chicas tan coquetas, quienes tenían más intenciones que solo bailar. También invitaron a la pista a Isabela, muchos alfas, a quienes rechazó por respeto a su novio, un alfa con el que llevaba viviendo dos años.
—Tengo que ir al baño, ¿está bien que te deje un momento? —preguntó Isabela preocupada de dejar a Ethan solo en la barra.
—No hay problema, ve con cuidado. —La chica, aún un poco insegura, se marchó, tranquilizándole que Adrián y Marco estaban a solo unos metros y a la vista.
Ethan decidió pedir una limonada para refrescarse del calor que la acumulación de gente provocaba; para ese entonces ya eran más de cincuenta personas dentro de aquella casa, que para nada se sintió llena por lo grande que era.
Mientras bebía su limonada, veía a sus amigos divertirse bailando y a Isabela esperando en la larga fila del baño. La casa era grande, pero solo habían dispuesto de un baño para el uso de todos.
Minutos después, a su lado, un chico alfa se sentó, pidiendo una bebida fuerte. Ethan se estremeció al instante y se volvió hacia él, sin poder dejar de mirarlo. El alfa, le había provocado una reacción completamente inesperada. Que un alfa se le acercara, siempre le producía temor o repudio y su lobo temblaba, alerta y a la defensiva. Esto debido a que, durante toda su vida, hasta que entró a la universidad, nunca había estado rodeado de alfas; su tío había dispuesto que todos los empleados que se ocupaban de servirles fueran betas para evitar que Ethan corriera algún peligro como omega.
Pero ese chico, ese alfa de cabello castaño y piel aceitunada con pinta de rebelde, provocó en Ethan una atracción casi magnética; su olor parecido al de un bosque, lejos de repudiarle como el olor de cualquier alfa, le sumergió en una paz que jamás había sentido. Y, al contrario, su omega estaba casi histérico, intentando tomar el control.
«¿Qué diablos está pasando?», pensó con la firme intención de alejarse de aquel extraño alfa, pero incapaz de moverse; continuó observándolo hasta que el chico notó su insistente mirada.
—¿Quieres? —preguntó el alfa ofreciéndole su copa de vodka. Ethan, ahora absorto en los ojos dorados del chico, solo atinó a negar con la cabeza—. ¿Por qué tomas limonada en una fiesta con barra libre? —indagó señalando el vaso que la mano de Ethan aferraba con fuerza, como si eso fuera lo único que le impidiese perderse de la realidad.
—Porque es menor de edad —contestó Isabela, sobresaltando a Ethan. No había notado que se acercaba hasta que había hablado, poniéndole una mano en el hombro. Eso fue suficiente para sacarlo de aquel trance.
—Isa, quiero irme ahora —pidió a su amiga, casi en una súplica. El joven alfa los observaba con curiosidad.
—Claro... vamos. —Al notar el extraño actuar de su amigo y su evidente intranquilidad, Isabela decidió marcharse enseguida.
Dejaron la casa lo más pronto que pudieron, Ethan casi salió corriendo; Isabela lo siguió intentando, a la vez, llamar a Marco para avisarle, como no contestó decidió dejarle un mensaje.
Llegaron al estacionamiento, donde el auto de ella los esperaba. Él entró deprisa al auto, sentándose en el asiento del copiloto. Isabela comprendió que debía alejarse pronto de aquella casa antes de preguntarle por su actitud.
Al salir de ahí y dejar atrás el ruidoso estruendo de la fiesta, Ethan por fin lograba respirar mejor y dejó salir un suspiro de alivio.
—Ethan ¿qué diablos pasó ahí?
—No lo sé... yo... —No pudo decir más, al sentir de pronto un dolor en el vientre bajo, uno desafortunadamente conocido: el dolor del celo—. No puede ser...
—¿Acaso tú?... —inquirió Isabela al notar el olor dulce a uva que su amigo estaba manifestando de repente; alarmada observó alternando entre su amigo y el camino, para no chocar con nada.
—No puede estar pasando. —Él estaba entrando en pánico, sosteniendo su vientre para intentar calmar el creciente dolor. Isabela decidió estacionarse cerca de un parque.
—Ethan estás entrando en celo, cálmate y dime qué hacer.
—En mi mochila... —indicó y su amiga se apresuró a buscar. Encontró un pequeño estuche de metal—. Ábrelo. —La chica obedeció y halló una inyección, un inhibidor. Desesperado, la tomó y se la inyectó sin darle tiempo a su amiga para analizar la situación.
La inyección empezó a calmar a Ethan poco a poco, por lo que Isabela decidió volver a poner en marcha el auto, pensando que era mejor llevarlo a casa lo más pronto posible.
—Lo siento —se disculpó Ethan después de unos minutos, al sentir el alivio que el inhibidor le proporcionaba.
—No tienes que disculparte, aunque confieso que fue una gran sorpresa.
—Siento no habértelo dicho antes y no quiero que pienses que no les tengo confianza, es solo que...
—Te entiendo y en realidad eso no importa, sigues siendo el mismo, siempre lo serás, seas omega o beta. —Sus palabras consolaron y reconfortaron a Ethan—. Pero... ¿cómo has podido ocultarlo tan bien?
—Supresores diarios para ocultar mi olor e inhibidores para reprimir el celo, entre varios otros medicamentos.
—¡Pero eso es peligroso! —reclamó Isabela porque conocía los peligros que ese tipo de tratamientos implicaban.
El tratamiento al que Ethan se sometía podía perjudicar a un omega al punto de dejarlo estéril, eso en el mejor de los casos. Reprimir toda su naturaleza no era seguro, pero él prefería eso a que se supiera su verdad y aún más en la universidad.
—Lo sé, pero no te preocupes, mi médico es uno de los mejores, además cada tanto dejo de tomar las medicinas para pasar un celo normal. —«Los peores días de mi vida», pensó al recordar el dolor que provocaba un celo sin inhibidores, la humillación de caer dominado por su omega, días en los que pedía desesperadamente que un alfa lo calmase. Sentimientos que iban en contra de todo lo que creía.
—¿Qué pasó para que entraras en celo así, tan repentinamente? Un omega que se cuida tanto, no pudo olvidar que su celo se acercaba —garantizó la chica.
—No tengo idea... —Recordó a ese extraño chico alfa, los sentimientos y emociones que había experimentado al verlo—. Tengo que ver a mi doctor lo más pronto posible.
Isabela lo llevó a su casa y solo se marchó cuando lo dejó al cuidado de su tío, quien ordenó que todos los empleados de la casa se fueran de inmediato, todos excepto al ama de llaves: la única que conocía la verdadera casta de Ethan.
Pasó una noche dolorosa y horrible, el inhibidor que, en general, funcionaba a la perfección eliminando su celo por completo, no hacía gran efecto; pensó inyectarse otro, pero eso sería muy peligroso.
Al día siguiente, a primera hora, el doctor llegó para revisarlo.
—Sí, entraste en celo —confirmó el doctor.
—Eso ya lo sabemos —dijo Elías, molesto por el obvio diagnóstico—. Lo que queremos saber es el por qué.
—Ethan ha estado en constante exposición al olor y feromonas de alfas, al no estar acostumbrado, es común estas reacciones. Sin mencionar que los supresores pueden alterar el ciclo normal.
—Deme algún inhibidor, el de siempre no funciona —pidió Ethan, atormentado por el calor. El doctor lo miró pensativo.
—Ethan... antes de que entraras en celo, ¿pasó algo en especial?, ¿un olor extraño? o... ¿te encontraste con algún alfa que te resultara... diferente? —La pregunta lo congeló, inmediatamente recordó los ojos de aquel alfa en la barra.
—No, para nada —mintió—, ¿por qué?
—Por nada —dijo, sonriendo, el viejo doctor—, solo que, el que no te haya funcionado el inhibidor me hizo pensar que tal vez... bueno... no es común y yo...
—¡Deje de balbucear y hable de una vez! —ordenó Elías en tono severo, provocando en el médico un estremecimiento.
—Lo siento, señor. Lo que quiero decir es que, a lo largo de mi carrera he visto casos similares: omegas entrando en celo de repente, un celo diferente, más fuerte que otros. Son pocos, pero todos han sido porque se toparon con su mate. —Ante aquellas palabras a Ethan se le heló la sangre. «Mate», la palabra le resonaba en la mente, provocándole mareos—. Aunque ya sabe que los alfas u omegas que encuentran a su alma mate son muy pocos, no llegan al 10% a nivel mundial, porque su pareja destinada puede estar en cualquier parte del mundo.
—Ese no es mi caso doctor y espero que jamás lo sea —declaró manifestando el total repudio que sentía por pensar en lo que implicaba encontrar a su mate: un lazo, la marca que lo encarcelaría de por vida.
—De acuerdo, te daré unas pastillas, son supresores especiales para estos casos; tómalos por tres días, te quitarán el celo, pero no puedes tomar los otros supresores o anularás el efecto de estos y el celo volverá —aconsejó el médico y le entregó una pequeña caja con unas pastillas un poco más grandes que los supresores diarios que tomaba.
—¿Esto también oculta mi olor? —preguntó Ethan, inquieto, a pesar de ser fin de semana, aún debería tomar el nuevo supresor el lunes y si no ocultaba su aroma, le sería imposible asistir a sus clases.
—No —respondió el médico, confirmando su temor.
—De acuerdo... solo quiero saber: ¿esto puede volver a pasarme? —inquirió aterrado al pensar que le pudiese pasar en la universidad.
—Te recetaré unas pastillas para que tu cuerpo se acostumbre a las hormonas de alfa. Después de estos tres días, tómalas diariamente junto con tus supresores normales, por un mes, regresaré para revisarte al concluir el tratamiento.
Después de darle las últimas indicaciones, el médico se marchó acompañado por Elías, dejando a Ethan solo en su cama. Lo primero que hizo fue tomar una de las pastillas que se le recetó.
«Mate, ese chico era... ¿mi soulmate?», pensó atormentado por la idea, recordando la sensación al percibir el olor de ese alfa.
«Sí, lo es», respondió su omega en su mente.
«Cállate, omega tonto, eso no puede pasar y aunque así lo fuera, jamás lo volveré a ver, así no habrá problemas; ni siquiera sé su nombre, lo que es excelente», se consoló a si mismo pensando de esa manera y rogaba que jamás se volviese a encontrar con el extraño alfa de ojos de oro.
«Yo no quiero terminar como mi madre».
Información:
Altharwa es un país ficticio que creé con el fin de desarrollar la historia en este, principalmente en la capital que es Evimeria, lo hice solo por total gusto. La palabra Altharwa proviene del árabe y significa riqueza. Se encuentra ubicado en el océano Atlántico Norte a la altura de EEUU y España, compone un continente independiente y es casi tan grande como Oceanía, aquí la mayoría de la población es de clase alta y media-alta; en este, mi mundo, se le conoce a Evimeria como la ciudad de los millonarios, por la cantidad de empresarios que habitan en ella.
En este mundo, los supresores y en general todo lo que tiene que ver con el estudio de las feromonas, está bastante atrasado, los pocos medicamentos que han salido para ocultar las castas o inhibir el celo de los omegas son muy peligrosos en exceso, además de ser sumamente costosos.
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