Máscaras

Jueves, 25 de febrero de 2021

Las últimas mañanas de febrero en Evimeria tendían a ser más cálidas, con una ligera brisa refrescante, un ambiente perfecto, ni frío ni calor. Ethan agradecía poder disfrutar de este clima tan agradable y tranquilo fuera de casa, fuera de un hospital, en uno de los lugares que más frecuentaba con sus amigos: la cafetería más cercana a la facultad de Ingeniería de Bilmek.

—¡Ethan! —gritó Isabela, al ubicarlo con la vista, después de entrar al local en compañía de Marco y Adrián.

Ethan levantó la mano para saludarlos. En un segundo fue envuelto en un abrazo grupal, sus amigos no podían ocultar sus emociones, sus ojos se empañaron con lágrimas que se negaban a caer.

—Ethan, no sabes cuánto esperamos este momento —declaró Adrián, después de soltarlo—. ¡Te extrañamos tanto! —exclamó con la voz entrecortada.

—También los extrañé, demasiado. —Ethan también estaba a punto de llorar, a pesar de que se había prometido ser fuerte—. Siéntense. —Los invitó a acomodarse en la mesa que él había apartado—. Y pidan lo que quieran, yo invito.

—Ethan... ahora en lo que menos pensamos es en comida —dijo Marco, sentándose junto a Ethan, Isabela y Adrián frente a ellos.

—De todas maneras, tenemos que consumir o nos sacarán de aquí. —Ethan llamó a la mesera y pidió café para todos y un postre a base de uva para él.

—¿De uva? Pero nunca te ha gustado esa fruta —recordó Isabela.

—Es que eso, o lo que sepa a eso, es lo único que puedo comer sin correr al baño a devolver todo.

—¿Tu embarazo va mal? —preguntó Adrián con recelo. Isabela, con la autorización de Ethan, les había contado todo a ambos, todo menos que su amigo pertenecía a la mafia más temida del mundo.

—No, yo creo que no, supongo que es normal, pero de todas maneras mañana tengo una revisión. —habló del tema, para sorpresa de todos, con gran naturalidad.

—Espero que todo esté bien —deseó Marco y todos se quedaron en silencio hasta que les entregaron su pedido—. Y... ¿cómo estás? —Marco no supo qué otra cosa decir, aunque en su mente había imaginado y preparado ese encuentro varias veces.

—No puedo decir que estoy bien, no voy a mentir. —Eso era evidente para los tres, Ethan tenía unas pronunciadas ojeras, como si no hubiera dormido o comido en días, lo cual era más o menos así; estaba más delgado y pálido. Pero no solo eso, el chico que tenían en frente ya no se parecía a su amigo, como si algo le faltara, sintieron que la vida y la luz de sus ojos habían desaparecido. Veían a un Ethan roto, aunque se esforzara por ocultarlo y demostrar fortaleza. Los ojos no mentían—. Sin embargo, estoy vivo y toca seguir —dijo son una sonrisa forzada.

—Perdón —soltó Adrián de repente, con los puños apretados sobre la mesa y con la vista clavada en su taza de café—. Perdóname, Ethan.

—¿Por qué? —preguntó Ethan sorprendido, como todos los demás.

—Porque yo estaba contigo en el aula ese día, yo vi que saliste mucho antes del tiempo y también vi cuando esos malditos te siguieron —admitió Adrián en medio de lágrimas—. Claro que en ese momento no podía imaginar que te perseguían, no sabía que irían tras de ti y menos que fueran a...

—Adrián cállate —exigió Marco al notar que la cara de Ethan se estaba descomponiendo por el dolor de los recuerdos. No pudo evitar abrazarlo con la mayor ternura del mundo, algo que no era propio en Marco, que no lo hacía ni con Adrián, su novio, quien quedó con la boca abierta, al igual que el mismo Ethan.

—Ethan... te juro que, si pudiera volver el tiempo atrás, no dejaría que nadie te tocara. Si hubiera sabido, los hubiera matado antes.

—Marco, Adrián, no es su culpa —tranquilizó Ethan, correspondiendo al abrazo de Marco.

El beta acarició su rostro con suavidad y depositó un beso en su frente. Marco siempre había tenido aquel instinto de protección cuando trataba con mujeres, niños u omegas, tal como un alfa, y con Ethan tenía la necesidad de cuidarlo porque, además, poseía sentimientos hacia él que iban más allá de la amistad. Cuando Mario Werner había demostrado no ser el buen novio que todos habían creído, Marco había perdido la cabeza porque, para él, era inconcebible la idea de tratar mal al chico más hermoso que sus ojos habían visto nunca. Por eso había creído en Selim, estaba seguro de que el alfa lo cuidaría. Se equivocó.

Después de unos instantes así y al ver que Marco no pensaba soltar a Ethan, Isabela carraspeó con la garganta para que Marco cayera en cuenta de la incómoda posición en la que estaba poniendo a su novio, Adrián, quien, si bien adoraba a Ethan y comprendía su situación, no podía evitar sentirse celoso. La indirecta fue comprendida, pero no por quien debería, sino por Ethan. Por fin, se dio cuenta de que la persona de la que su amigo había estado enamorado era él. Le puso fin al abrazo con rapidez, sin ser brusco.

—Adrián. —Tomó la mano del beta rubio—. Nunca más te culpes por lo que pasó, ¿de acuerdo? —Adrián asintió y se limpió las lágrimas.

—Los culpables son esos malditos —añadió Isabela—. Ellos deben pagar por todo lo que hicieron.

—Lo harán —aseguró Ethan—. Pero no quiero hablar de eso. Mejor, quiero que me digan cómo fue que ustedes por fin se hicieron novios —interrogó a la nueva pareja para mostrar que estaba feliz por ellos y evitar malos entendidos.

—Solo sucedió —respondió Marco restándole importancia—. ¿Deberíamos ir a otro lugar? Siento como si nos vigilaran.

—Sí, es una sensación extraña —concordó Adrián, varias veces había sentido las miradas de ciertas personas sobre ellos.

—No es solo una sensación, estamos siendo vigilados —avisó Ethan. Los tres amigos miraron en todas direcciones buscando a quien los espiaba—. Pero no hay problema, son mis guardias. Mi tío no dejará que salga sin protección nunca más.

—¿Cuántos son? ¿Quiénes? —solicitó saber Adrián, un poco curioso.

—Siete, pero solo ignórenlos. Quiero conversar con mis amigos como antes —pidió Ethan, aunque en su mente añadió: «Aunque sea por última vez». Pero eso no lo diría.

Los momentos del pasado volvieron, por un par de horas, hablando como antes, riendo y bromeando como cuando el mundo seguía siendo bueno, o no tan malo.

—Por cierto, Ethan, el decano preguntó por ti —comentó Adrián—. Quiere saber cuándo volverás a la facultad. Dice que él te puede ayudar a que no pierdas este año. O que estará feliz de recibirte el siguiente. Como prefieras, pero quiere que vuelvas. Volverás ¿verdad?

—¿El decano sabe todo? —Ethan eludió una pregunta con otra.

—No —contestó Isabela—. Tal vez un poco, por el alboroto que causaron tus hombres en la universidad ese día. Creo que lo imagina.

—Bueno, no importa. —Estaba bien mientras su tío no se enterase de que alguien conocía la verdad y estaba suelto por ahí. Ethan no deseaba que el decano se viese en peligro por su culpa.

—¿Cuándo volverás? —insistió Marco en la pregunta, temiendo la respuesta.

—No lo haré —declaró Ethan fundiendo al grupo en el silencio—. No puedo volver a ese lugar, me mataría. Además, no se los dije, pero yo planeaba terminar este año e irme a Rusia a continuar con la carrera.

—¡¿Te irás a Rusia?! Eso es muy lejos —reclamó Marco, tomando su mano firmemente—. No lo hagas —pidió casi en súplica. Ethan retiró su mano con disimulo.

—No es opcional, mi familia está ahí, ese es mi lugar. Pero seguiremos en contacto —mintió para hacer que se conformaran—. Lo prometo.

—¿Cuándo te vas? —preguntó Adrián.

—No será pronto, a finales de este año supongo.

—Al menos tenemos tiempo para estar juntos un tiempo más —comentó Isabela.

—Sí... —Ethan sabía que eso no sería así.

—Tenemos que ir a las clases de tutoría, Adrián —anunció Marco al mirar su reloj—. Se nos hará tarde.

—Es cierto, lo olvidé. Sin ti para explicarnos todo, tenemos que ir a tutorías —explicó Adrián a Ethan en broma—. ¿Isabela, vendrás?

—No, Ethan y yo tenemos más cosas de las que hablar. Vayan ustedes.

—De acuerdo. Nos vemos luego. Cuídate mucho Ethan. —Marco volvió a darle un beso en la frente, Adrián lo abrazó y ambos se despidieron.

—Marco tendrá problemas —susurró Isabela para sí, pero Ethan la escuchó.

—Así que era eso, me podrías haber avisado —reclamó a su amiga—. No puedo creerlo.

—No podía decirte que Marco está enamorado de ti. Sería traición y no es mi asunto. ¿Crees que eso sea un problema para nuestra amistad?

—No. Pero no creo que sea bueno para su relación. Bueno, hablemos de lo más importante.

—Adelante —concedió ella.

—Dijiste que quieres a este bebé, ¿por qué?

—Sabes que he intentado tener un hijo con mi novio hace años, pero soy beta y es complicado. Él ama a los niños y yo también. Además quiero evitar que abortes, sabes que mi postura sobre eso es en contra. —Isabela era religiosa y provida, sin embargo, respetaba las decisiones de los demás y nunca se había permitido juzgar a alguien por ello—. Quiero ser una buena madre para tu cachorro.

—Yo nunca quise tener un hijo y menos así. No podría soportarlo y él no sería feliz conmigo. En estas circunstancias creo que estoy en el derecho de decidir si tenerlo o no. Y lo haré, pero aún no sé bien por qué.

—Y tienes razón, es tú decisión, no quiero presionarte. Ya tienes mucho con lo que lidiar.

—Cuando nazca no tendrán ningún problema, ante la ley será su hijo biológico. Me encargaré de todo. —De esta manera ultimaron los detalles del asunto, dejando muchas cosas en claro, como que el niño o niña nunca sabría que era adoptado y menos aún quién era su verdadera madre. Acordaron la manera de proceder el día en que naciera, incluso que Ethan le pagaría una buena cantidad de dinero para que pudieran vivir cómodamente el resto de su vida, a eso ella se opuso, pero tuvo que aceptar porque era una condición irrevocable—. Creo que eso es todo.

—Bien, ahora que ya tenemos todo claro, quiero enseñarte algunas cosas. Mira. —Isabela sacó su celular para mostrarle fotos de artículos para bebé, desde ropa hasta una cunas—. Pienso comprarle todo esto. ¿Qué opinas? Aunque aún no he elegido los colores, ¿crees que sea niño o niña? Espero que sea un...

—Isabela para. —Ethan la detuvo en su emoción, todo eso lo estaba poniendo mal—. Hay algo que nos faltó por discutir.

—¿Qué pasa? —Todo el entusiasmo de Isabela se fue al suelo al ver la cara de Ethan. Ella creía que al menos él estaría interesado en ciertas cosas de su hijo.

—No solo no quiero que tu hijo sepa que yo soy su madre, no quiero que él sepa de mi existencia y deseo olvidarme de la suya. —Ella lo miró confundida—. No quiero saber qué ropa le pondrás, o si será niño o niña, o a qué casta pertenecerá. Si te lo estoy entregando es porque no quiero saber nada de él, ni si quiera su nombre. Para dejarlo totalmente claro: cuando te entregue a tu hijo será la última vez que nos veamos, por el resto de nuestras vidas. No tendremos ninguna clase de contacto después de eso. Yo haré mi vida y ustedes la suya, lejos.

—Pero Ethan, no quiero dejar de ser tu amiga.

—Eres la mejor amiga que he tenido, pero esto es así —hablaba con frialdad, cortante—. Además, después de lo que pasó hoy, no volveremos a reunirnos, es lo mejor para todos. Despídeme de los chicos y diles que lo siento, por favor.

—Ethan no puedes hacer esto, así nada más...

—Lo siento. —Se puso de pie y sus guardias hicieron lo mismo—. De hoy en adelante te estarás comunicando con mi asistente —señaló a Yarine que ya se estaba acercando junto a Sergei, ella asintió para acatar la orden.

—Ethan, para. —Isabela estaba molesta, pensaba que lo que Ethan hacía era injusto—. No puedes alejar a las personas así.

—Quiero que sean felices —deseó él, por último, e intentó salir del lugar, pero Isabela lo detuvo del brazo.

—Ni yo, ni Marco, ni Adrián aceptamos esto. Queremos estar contigo, apoyarte, ayudarte a salir adelante.

—Nadie puede ayudarme. Suéltame, no quiero obligarte. —Ella lo hizo al ver que estaba rodeada de personas a la defensiva que estaban dispuestos a intervenir para alejarla de él.

—¿Así será ahora?, ¿te convertirás en esto? —gritó mientras Ethan salía del lugar escoltado por toda una tropa.

—Sí, así será ahora —murmuró al subir al auto—. ¿Está listo todo? —preguntó a Yarine que estaba sentada a su lado.

—Sí, señor, lo están esperando.

—¿Faltó alguien?

—Ninguna.

—Bien, vamos.

Antes de volver a casa y suplicando al mundo que Elías no llegase antes del tiempo establecido, Ethan decidió hacer una parada en una sala de conferencias en un edificio en el centro de la ciudad, el cual sus nuevos empleados de confianza le habían dicho que les pertenecía a los Orlov y él podía disponer de la infraestructura cuando deseara. Era cerca de la cafetería, no tardaron ni cinco minutos en llegar al lugar.

—¿Enserio tengo que usar eso? —preguntó a Yarine quien estaba tendiéndole una máscara de metal para cubrir la parte superior de la cara, un antifaz muy elegante y brillante de hermoso diseño, con una piedra de lapislázuli incrustada.

—¿Sigue con la idea de revelar su verdadero nombre? —Ethan asintió—. Entonces sí, tiene que usarla.

—De acuerdo. —De mala gana se la colocó—. Me siento ridículo.

—Le queda muy bien —alegó Yarine—. Resalta sus lindos ojos. —Ethan no pudo evitar sonreír ante la amabilidad de la chica—. ¿Está listo para esto?

—No, pero ya estamos aquí. —Bajaron del auto que Sergei había estacionado en el subsuelo del edificio.

Tomaron el ascensor hasta el piso más alto, entre más subía una horrible sensación en el estómago se hacía presente, los nervios casi le provocaron un ataque de pánico, pero pudo controlarse. Al fin y al cabo, esta sería la primera vez que se presentaría ante los demás como: Ethan Orlov, el heredero de la mafia rusa. Debía mostrarse conforme a su poder.

Dos hombres custodiaban las puertas de la sala y, al verlo llegar, las abrieron de par en par. Ethan entró seguido de Yarine y Sergei a sus costados. Los otros betas de su guardia se quedaron fuera para vigilar y cuidar el perímetro.

Tomó asiento a la cabecera de la larga mesa en la que muchos ojos curiosos y temerosos lo observaban. Se infundió aliento y habló:

—Buenas tardes —saludó a las 22 mujeres omegas sentadas en frente—. Gracias por venir.

—¿Por qué estamos aquí? —se atrevió a reclamar una de las chicas, una joven de cabello negro y ojos marrones, muy atractiva—. Me trajeron casi a la fuerza y no soy la única.

Las presentes eran muy diferentes entre sí, unas parecían incómodas, tímidas e incluso asustadas; en cambio otras parecían enojadas, a punto de lanzarse contra quien sea que osara dirigirles la palabra. Sin embargo, todas compartían algo en común: la tragedia y la belleza.

—Lamento que esto haya sido así y espero que mi gente las haya tratado bien —continuó Ethan, intentando que su voz saliera firme y amable al mismo tiempo—. Antes que nada debo presentarme. Mi nombre es Ethan Orlov. —Al decirlo todas se estremecieron y se preocuparon aún más si eso era posible—. Soy quien heredará el cargo de Jefe de la mafia rusa en un futuro cercano.

—¿Qué tiene que ver un mafioso tan poderoso como usted, con personas simples como nosotras? —volvió a hablar la misma chica de antes.

—No le creo nada. —Una rubia de piel tostada tomó el coraje de decir lo que pensaba—: ¿Orlov? Si es apenas un niño omega. Esto es muy extraño.

—No me interesa si me creen o no. Además son libres de irse cuando quieran, nadie las detendrá. —Ethan señaló la puerta y los empleados la abrieron. Varias se pusieron de pie—. Pueden salir por esa puerta o pueden escucharme. Tengo que decirles algo que les interesa a todas ustedes. Luego decidirán si confían en mí o se alejan, les juro que nadie las volverá a molestar.

Habló con tanta seguridad que ninguna fue capaz de salir. Se pusieron a murmurar entre ellas y al final se quedaron, en silencio.

—Buena decisión. Lo que diré, lo que sé de ustedes, es algo muy grave. Estoy al tanto de lo que les hicieron —declaró Ethan poniendo tensas a casi todas—. Sé lo que Luck Werner y su manada de perros...

—¡¿Tú qué sabes de eso?! —gritó una chica de ojos gatunos, que había estado sentada en el fondo, poniéndose de pie—. ¿Cómo lo sabes?, y... ¿qué quieres con eso?

—Solo quiero ayudar.

—¿Ayudar? —Otra de ellas, una chica un poco más mayor que las demás, de 25 o 26 años, golpeó la mesa—. ¡¿Cómo nos vas a ayudar?! Nadie puede ayudarnos.

—¿Todas pasaron por lo mismo? —preguntó una omega con incredulidad, la que estaba más cerca de Ethan, parecía ser la más joven de todas, de entre 14 a 16 años. Las que protestaban enmudecieron al caer en cuenta de eso—. ¿Somos tantas?

—Así es y todas por el mismo grupo de desgraciados —informó Yarine.

—No puede ser...

Tuvieron que dejar que la conmoción del momento pasara. Para todas y también para Ethan, conocerse era extraño, reconfortante por saber que no estaban solas, que existía otros que sabían lo que habían vivido, que lo sintieron también. Aun así fue demasiado triste. Nadie le deseaba el mal a nadie y por primera vez todas dejaron de lamentarse por ellas mismas y se compadecieron de las demás. Algunas lloraban, otras incluso se abrazaron, pocas se quedaron impávidas.

Ethan sentía que moriría de dolor y tuvo que contenerse para apoyar a la chica más joven, posó una mano sobre la de ella para reconfortarla.

«Pero si ella es apenas una niña», pensó, recordando a la hermana de Mario que rondaba la misma edad que esta pobre chica, quien también había estado en peligro, pero tuvo quien la defendiera. «Malditos animales».

—¿Cómo quiere ayudarnos? Usted no sabe lo que nosotras sentimos —debatió la niña, no con rabia, solo contando algo que ella creía que era verdad.

«Claro que lo sé», pensó Ethan y quería decirles eso a todas, pero no podía, era demasiado peligroso que alguien más se enterara de eso.

—Les ofrezco lo que la ley de este país les negó, lo que este mundo podrido no quiere darles —proclamó con vehemencia—: justicia.

En ese momento se proyectó, en la pantalla grande de la sala, imágenes de Luck Werner y los demás prisioneros, excepto de Selim, en las celdas, amarrados, golpeados, en un estado deplorable.

—Fueron capturados y se encuentran bajo la custodia de la familia Orlov —explicaba Sergei mientras pasaba las imágenes una a una—. Su ubicación es secreta, sin embargo, puedo asegurar que la están pasando bastante mal, por supuesto, no lo suficiente. Confesaron sus crímenes y registramos sus cosas. Así es como dimos con ustedes.

—Sé que superar lo que les pasó, lo que esos miserables les hicieron, es muy difícil. Nadie les devolverá lo que les quitaron —insistió Ethan, mirando las caras de incredulidad de las omegas, no despegaban los ojos de la pantalla—. Pero, al menos, yo les puedo conceder la venganza.

—Hemos estado detrás de estos criminales hace poco, por rumores que escuchamos en la ciudad. —Esta vez continuó exponiendo Yarine—. Todos esos alfas, en especial el cabecilla, son personas de un alto estatus y en esta ciudad eso significa ser intocables.

—Pero eso terminó —afirmó Ethan con el puño apretado—. Mientras yo viva, seres como esos no volverán a quedar impunes. Ellos les quitaron la felicidad, cambiaron su destino. Es justo que ahora sea al revés. Ustedes tienen la vida de estos cinco en sus manos.

—¿Quiere decir que podemos hacerles lo que queramos? —Ethan asintió a la pregunta de la chica más joven.

—¿Hasta matarlos? —preguntó otra, con una sonrisa siniestra.

—Lo que quieran, ustedes deciden.

La reunión duró horas y cada segundo fue agotador. Debates entre lo bueno y lo malo se desataron entre las que querían una venganza cruel y las que deseaban hacer solo lo correcto dentro de la ley. Pero al final llegaron a un acuerdo.

—¿Eso es realmente lo que quieren? —Ethan pidió una confirmación final.

—Sí —respondieron a la vez, unas más satisfechas que otras.

—Señor, Ethan —intervino Ana, la antigua compañera de clase de Ethan, a quien él había reconocido en el acto y evitaba su mirada por miedo a que lo reconociera. Antes de ponerse en esa situación, había olvidado que una de las víctimas era ella.

—Habla con confianza —concedió la palabra.

—¿Puede hacer algo para eliminar los videos?

—¿Qué videos? —preguntó consternado.

—¿No lo saben? —Ninguna parecía tener idea de lo que Ana hablaba—. Supongo que no. Bueno, yo fui marcada por uno de ellos y viví en su apartamento por un tiempo. Descubrí que grababan cada una de sus violaciones y las subían en una carpeta cifrada en la nube, quise borrarlos, pero me fue imposible.

—¡¿Qué?! —exclamó Ethan—. Yarine, ¿lo sabías? —reclamó indignado de que su asistente no hubiese descubierto eso. Apenada, Yarine solo pudo negar, queriendo que el mundo la tragara.

—No sé si lo hayan distribuido en internet, espero que no, porque sería imposible de borrar todo rastro de eso —continuó Ana—. Son muy cuidadosos con esos videos, yo los vi porque la persona que me marcó me obligó a ver el mío. Pude ver que había varios.

—Lo investigaremos —tranquilizó Ethan. Si no fuera por la máscara en su rostro, todos se hubieran dado cuenta de lo pálido que se puso de pronto—. Y no quedará ni rastro de esos videos en ningún sitio. —Miró a Yarine y a Sergei, encomendándoles esa tarea.

Al final se les pidió a las chicas que se retiraran, todas serían llevadas a casa en autos designados por Ethan, con total protección. Al salir, muchas agradecieron a Ethan, otras lo miraban como si fuera su salvador y otras cuantas lo cuestionaron sobre sus motivos para ayudarles, a lo que solo respondió que él era un omega que defendía a su casta; lo que no era del todo mentira, ahora.

Hubo una omega que no salió con las demás, se quedó sentada en su lugar, esa fue Ana.

—¿Le podemos ayudar en algo más? —preguntó Yarine para ponerse a sus órdenes.

—Ethan, ¿puedo hablar libremente?, ¿o prefieres que sea a solas? —Eso desconcertó a todos, el tono con el que habló Ana fue autoritario. Ethan supo que fue reconocido.

—Déjennos solos —pidió él con una falsa voz dulce. Sus escoltas lo obedecieron—. ¿Deseas decirme algo más?, ¿quieres que haga otra cosa por ti?

—Deja de fingir por favor. ¿Creíste que usando esa ridícula máscara no te iba a reconocer?

—No sé de qué me estás hablando —fingió demencia.

—No nos conocimos mucho, pero desde el primer día de clases supe que eras un omega fingiendo ser beta en la universidad. Los omegas nos podemos reconocer. Ethan, el chico beta más hermoso de todos, cabello blanco, ojos azules, piel pálida, con un ligero acento ruso. Ethan Himura.

—Te dije que no sé qué estás diciendo.

—Te hicieron lo mismo, ¿verdad? —Palabras de impacto, un golpe bajo para Ethan, quien con el silencio confirmó la sospecha de Ana—. Claro, de lo contrario nunca te hubieras interesado en este burdo asunto, no digno de alguien tan fino como tú. Me pregunto cómo fueron tan idiotas para seleccionarte a ti.

—Eso no es cierto, siempre me ha importado lo que les sucede a personas de nuestra casta —refutó. Ahora su voz abandonó ese tono de seguridad y confianza con el que les había hablado a las demás. Su fachada cayó.

—¿Vas a negar que tú y todos los demás en Bilmek sabían lo que Luck y su grupo hacían? Lo sabías y no hiciste nada. Nadie hizo nada.

—No lo voy a negar. —Suspiró y se quitó la máscara—. Lo sabía, pero antes no tenía el poder de detenerlos.

—El heredero ruso no tenía poder para detener a unos cuantos alfas —cuestionó Ana con sarcasmo—. Creo que, comparado a tu fortuna, cualquiera en Altharwa podría ser considerado un mendigo.

—¡Pero yo no lo sabía!

—No me interesan tus excusas. ¿Sabes que, después de mí, fueron violadas siete chicas más? ¿Sabes que una se suicidó?

—Fueron 29 víctimas, tres están desaparecidas —enlistó Ethan—, una está en un hospital psiquiátrico, otra perdió la vida en un accidente y dos se suicidaron. Estoy muy consciente de todo.

—Bravo, pero te falló un dato, no somos 29, somos 30, ¿verdad? Cuéntate a ti mismo. Y de paso, admite que esto lo haces solo por ti, para librarte de decidir lo que harías con esos infelices. ¿Quieres lavarte las manos?

—No es cierto. Y si tanto te molesta, ¿por qué no te fuiste? Tú te quedaste porque yo soy el único que las puede ayudar.

—Sí, eres el único que me puede dar lo que quiero ahora: venganza. No lo hice por mí, sino por mí hijo. —Ana tocó su vientre plano—. A los tres meses lo perdí porque "mi alfa" no entendió que mi embarazo era de alto riesgo y me forzó a atender su celo. La mayoría vivió un infierno de una noche, yo lo padecí por meses, hasta que otra pobre niña cayó en sus garras y fue marcada para que yo sea libre.

—Ana yo...

—¿El bebé que esperas es producto de eso? —Él asintió sin mirarla, con la vista pegada a la mesa—. Si lo tienes, procura que tenga una buena vida, no tiene culpa de nada. —Ana se levantó y puso una mano en el hombro de Ethan, él no le agradaba, pero ahora eran iguales, ella entendía bien por lo que debería estar pasando: odiar al producto de una violación, pero no poder eliminarlo por el instinto de los omegas—. Cuídate y gracias. — Sin más, ella se retiró.

Al instante apareció Yarine para consolarlo, ella sabía que podía estar cometiendo un error, que podía llegar a ser muy atrevida. Pero no podía evitar abrazar a su jefe. Para ella, él era un niño al que le había tocado crecer de pronto, al que quería cuidar y proteger, no solo por su trabajo, sino por compasión.

—Yarine, ya puedes soltarme —dijo Ethan con una sonrisa, ya más tranquilo, después de unos minutos.

—Lo siento, señor. —La chica se alejó rápido—. Fue un exceso de confianza de mi parte...

—No te preocupes y gracias.

Volvieron a casa a eso de las 16:30. Para su suerte, Elías no había llegado aún, Mariana comunicó que el vuelo del Jefe se había retrasado y llegaría por la noche.

Sin embargo, Elisa sí había vuelto pronto a casa, después de clases, ya hacía bastante tiempo. Y estaba muy preocupada por su hermano, más porque nadie podía decirle a dónde se había ido desde la mañana.

—¿Dónde estabas? —exigió saber, apenas Ethan entró a su habitación. Elisa estaba sentada en la cama, con los brazos cruzados.

—Por ahí —respondió Ethan sin más.

—¡¿Por ahí?! —gritó su hermana alterada—. Te perdiste la consulta médica, el doctor te esperó horas.

—Yarine ya se ocupó de eso, volverá mañana —explicó Ethan con desdén, no estaba de humor para reclamos—. ¿No dijiste que debes irte por la tarde para hacer ciertas cosas?

—Tengo una reunión con mi tutor de tesis a las cinco, pero no podía irme sin saber de ti.

—Pues ya llegué, así que ya vete. Llegarás tarde.

—Bien... me iré, pero no vuelvas a irte sin avisarme.

—De acuerdo. —Elisa se preparó para marcharse e Ethan se tiró en su cama—. Elisa —la detuvo antes de que saliera—. Sergei te asignó a dos alfas para que te cuiden, de ahora en adelante saldrás con ellos.

—¡¿Qué?! —reclamó ella—. Yo no quiero a dos matones siguiéndome. Y no los necesito.

—Mientras vivas aquí sí y ya vete.

—Hiciste algo, ¿verdad?, ¿te expusiste? —Ethan bufó con fastidio—. Me iré, pero tenemos que discutir esto.

Por fin solo, decidió dormir para descansar del agotador y horrible día que había tenido. Su último encuentro con sus amigos, el encuentro con esas chicas... Todo fue extenuante. Pero le reconfortaba un poco que, al fin, iba a darle un cierre a todo el asunto de Luck Werner y los otros. Aunque las palabras de Ana seguían retumbando en su cabeza:

«Dale una buena vida, no tiene culpa de nada», fue lo que ella le había dicho.

—Tendrás una buena vida —dijo poniendo una mano en su vientre para sentir al bebé, algo que solo había hecho una vez. Ahora no sintió nada, ni un solo movimiento, ni ese pequeño viento que había sentido la primera vez en el hospital—. Tendrás una buena mamá y tu padre, aunque es alfa, será bueno. Espero que tú no seas un omega, tampoco un alfa —deseaba temiendo por el futuro del cachorro que aún no nacía—. En esta ciudad un omega no es nadie y un alfa es un idiota. Espero que seas beta y mejor que seas niño.

Pensando en cosas como esas, se quedó dormido. Y, por alguna razón, soñó con Selim. Lo vio sosteniendo a un bebé, en el parque del pabellón blanco, estaba feliz acunando a un niño dormido. Todo parecía perfecto, el sol iluminando con suavidad el ambiente, la brisa. Un paisaje hermoso. Pero terminó cuando el bebé comenzó a llorar, daba gritos y alaridos espantosos y Selim no hacía nada más que sonreír de forma siniestra. Lo que era luz se volvió oscuridad y cuando Ethan pudo ver la cara del infante, este no tenía ojos y lloraba sangre.

Despertó gritando. Y enseguida escuchó golpes en su puerta.

—Adelante. —Yarine abrió la puerta.

—Joven Ethan, ¿se encuentra bien? Escuché gritos.

—Estaba soñando, no te preocupes. —Ethan refregaba sus ojos para espantar el sueño—. ¿Ya tienen lo que les encargué?, ¿era verdad eso de los vídeos?

—Lamentablemente, sí —confirmó la escolta—. Los encontramos todos, 20 videos. Justo por eso venía a preguntar: ¿qué desea hacer con ellos?

—Es obvio, elimínalos de todas partes, que no quede rastro de eso. Solo deja una copia por si acaso, pero ocúltala bien.

—Eso me tomará un tiempo, para estar segura de que no fueron subidos a otras páginas web, en toda la internet. Las copias ya están listas, guardadas en una USB que puse en la caja fuerte secundaria.

—Haz lo que sea necesario para que nadie más pueda verlos.

—Como guste.

—Yarine —la detuvo antes de que saliera—. ¿Encontraste... el mío?, ¿me grabaron?

—Sí, señor. —Ella hubiese querido decir que no, planeaba decir que no, debía haber dicho que no, pero no pudo mentir—. Ya eliminé todo rastro de él en la red, fue lo primero que hice. Al parecer no tuvieron tiempo más que para subirlo a la nube en la cuenta de Luck Werner. Ya no existe.

—Tienes una copia, como con los otros —dedujo Ethan al verla tan nerviosa—. Dámela —ordenó y ella entregó una memoria USB.

—No sabía si usted quería que la elimine o si deseaba tener una copia. Fue un error de mi parte, debí eliminarlo enseguida.

—¿No existe en otro lugar más que en esta cosa?

—En ningún otro lugar —afirmó la chica con toda seguridad.

—Bien, puedes irte, continúa con tu tarea. Mañana daré las instrucciones para librarnos de esos malditos, ya no soporto tenerlos en el sótano.

—¿Se quedará con el video? —preguntó preocupada. Eso era algo que Ethan no debería tener en su poder y menos aún verlo. Yarine solo lo vio unos segundos y no lo soportó más.

—¿Algún problema?

—No considero que sea...

—Yarine, solo vete —ordenó Ethan sin darle oportunidad de replicar. Al quedarse solo, examinó el USB, jugando un poco con él, moviéndolo entre sus dedos—. Así que no está solo en mi cabeza, mi tragedia está grabada en esto.

«Quemémosla, como quemamos todo lo demás», sugirió su lobo.

—Si lo quemó, ¿crees que desaparecerá? No lo hará, quemé todo eso y sigue en mi cabeza. —Sin meditar en las consecuencias, tomó su computadora, conectó la memoria y le dio a reproducir al único video guardado.

Comenzaba con el momento que él no había experimentado porque había estado inconsciente: cuando lo llevaron a esa casa vieja y lo encadenaron. Por el ángulo de la cámara, debió de estar colocada en una esquina, desde la que se podía observar todo.

Se forzó a soportar verlo todo, pensando que, al enfrentarlo, lo podría superar, pero al llegar a la parte cuando apareció Selim, al verlo entrar a la habitación, acercarse como un demonio... fue demasiado. Desconectó el aparatejo y lo lanzó a algún lugar de la habitación.

Comenzó a temblar sin control, corrió al baño, se encerró dentro y se metió en la ducha con agua helada, mojando toda su ropa.

—Quiero morir —admitió al vacío, con el único sonido del agua, a la soledad de su alma, a la criatura que crecía en su interior, a Selim Aslan que estaba conectado a él—. Quiero morirme ahora.

Por otro lado, Selim Aslan, como en los últimos días, se forzaba a comer la asquerosa comida que se les servía.

—Esto es comida de perros —replicó Luck, también comía porque era lo único que les darían.

—De gato, en realidad. Esto comía la gata de mi madre, hasta que le dio indigestión —contó Selim.

—¡Oh, Dios! Me alegra que sea la última vez que soportamos esto. Mañana estaremos comiendo un gran filete en casa.

—O muertos —alegó para recordarle a Luck que su plan no era tan fácil como lo hacía ver.

—No seas pesimista. —Selim intentó replicar, pero una hórrida sensación se apoderó de su cuerpo, tuvo que soltar su plato para abrazarse a sí mismo—. ¿Qué pasa?

—Tengo escalofríos. —Visiblemente estaba temblando sin control—. Algo malo está pasando —murmuró.

—No me digas eso, hermano —se quejó Luck—. Te necesito bien ahora mismo.

—Debemos salir ahora, no podemos esperar más.

—¿Qué? Pero se supone que debemos de esperar un poco.

—Lo haremos ahora —ordenó Selim, intentando calmar su cuerpo.

—Mierda, mierda. De acuerdo, será ahora.

—Controla tus nervios o no podremos —exigió al ver a Luck con las emociones y el corazón a mil.

—Y tú controla tu tembladera, mierda. Podemos morir.

—Mejor eso que quedarme aquí sin hacer nada —alegó poniéndose de pie—. ¿Listo? — Luck contestó encogiéndose de hombros.

Y los golpes comenzaron. El plan consistía en fingir una pelea, aunque, entre más realista fuera, mejor. Trataron de hacer el mayor ruido posible para que el guardia que custodiaba la puerta principal del sótano bajara las escaleras, abriese la puerta de la celda e intentase detener la pelea. Funcionó, la puerta se abrió

—¿Qué está pasando aquí? —Era un guardia joven, un beta, otro de los chicos nuevos e inexpertos que Selim había observado con detenimiento.

—Creo que maté a ese imbécil —señaló a Luck en el suelo, quien fingía estar desmayado.

—Par de salvajes mal nacidos —maldijo el beta y se agachó para reanimar al caído—. Despierta, idiota, no tienes permiso para morirte aún.

—No pienso morirme. —Luck abrió los ojos y se tiró sobre el hombre en un rápido movimiento, lo inmovilizó con una llave al cuello dejándolo sin aire. Selim lo ayudó y logró quitarle el arma: un gran rifle que llevaba colgado con una correa.

—Suéltalo, Luck —mandó Selim al ver que el hombre estaba asfixiándose—. Él no hará nada, ni dirá nada, no, si es que quiere vivir. —Apuntó con el rifle.

—Ustedes morirán por esto —sentenció el guardia sobando su cuello lastimado—. Si me dan el arma, no diré nada de este incidente.

—¿Cuántos están vigilando arriba?, ¿cuántos la puerta del estacionamiento? —interrogó Luck.

—No diré nada, si quieren mátenme.

—Si nos ayudas, saldremos de aquí y nadie saldrá herido. Pero si no, mataré a quien sea que se ponga en mi camino —amenazó Selim—. Es mejor que nos digas lo que queremos saber, no querrás poner en peligro a tus colegas y menos aún a tus jefes, ¿verdad? —Puso el cañón del arma en la cabeza del chico para presionarlo.

—Bien, hay tres guardias en el estacionamiento, diez patrullando la casa. Y solo uno en la puerta superior de este sótano. No van a poder salir vivos de este lugar.

—Ya lo veremos. Luck, átalo. —Lo amarraron de pies y manos con las mismas sogas que habían usado con ellos. Y taparon su boca con la camisa rasgada de Luck—. Asegúrate que esté bien sujeto.

—Está bien, no podrá soltarse. —Luck comprobó otra vez las cuerdas, para eso le daba la espalda a Selim, quien aprovechó para darle un gran golpe en la cabeza con el rifle, lo que lo dejó inconsciente.

—¿No te dije que esta sería tu tumba? Luck Werner —se burló y escupió sobre él—. Y no soy tu hermano. —Procedió a atarlo igual que al guardia—. Si despierta, dale otro golpe mientras siga atontado —aconsejó al escolta—, estará muy molesto y puede atacarte.

Lo último que hizo, antes de salir de la celda, fue quitarle el intercomunicador portátil al chico beta, para escuchar lo que sucedía con los otros guardias, además del pantalón y la chaqueta que, si bien esas prendas le quedarían un tanto pequeñas, estaban limpias, a diferencia de su ropa.

—Gracias por la ropa y no lo olvides: si se despierta, lo golpeas para que vuelva a dormir —dijo por último y se marchó, dejando la celda media abierta para que pudieran encontrarlos pronto.

Antes de nada, fue al inmundo baño del sótano, al que los dejaban acudir de vez en cuando. Lavó su cara e intentó limpiar su cuerpo lo máximo posible con la poca agua de un balde, no había agua corriente en ese lugar. Cambió su ropa y tiró la suya al basurero.

Volvió a colgarse el rifle al hombro y se puso los auriculares de transmisión. Al parecer todo estaba normal afuera y nadie se había percatado de nada, aún.

—Jair, ¿estás ahí?, ¿qué está pasando? Ya vas mucho tiempo en el sótano. —Seguro el que hablaba era el compañero del chico encerrado, el que vigilaba en la puerta superior—. Contesta, Jair, bajaré ahora mismo.

Al escucharlo, Selim abrió la puerta que daba al parqueadero de la casa con brusquedad, las llaves las había conseguido el día en que Sergei y Yarine los habían interrogado, se las había quitado a él y no se había dado cuenta. Selim creyó que eran las llaves que abrían las celdas, pero al probar no fue así. Dedujo que debían ser de afuera, tuvo suerte y sí. Tres llaves, dos que abrían las dos entradas al sótano y una la puerta de la sala de interrogatorio, más bien de tortura.

El guardia bajó corriendo las escaleras al escuchar la puerta chocar de esa manera. Selim apenas pudo meterse en la sala de interrogatorios y esconderse ahí.

—¡Escapó! Uno escapó. Está en el estacionamiento —gritó el escolta avisando a los demás, después de ver que su compañero estaba atado junto al prisionero inmóvil—. Tengan cuidado, está armado —advirtió, preparó el arma y salió al estacionamiento con sigilo, mirando en todas direcciones y buscando a Selim.

Una vez lejos el guardia, Selim salió en silencio de su escondite y subió las escaleras, la puerta estaba cerrada como supuso, pero la abrió sin mayor problema. Nadie estaba rondando. De verdad podía considerarse un tipo con mucha suerte.

Por el transmisor pudo escuchar que se había avisado a todos del escape y ya sabían hasta que el fugitivo era él. Se les dio órdenes estrictas a todos de no disparar a matar y, claro, atraparlo como fuera.

Una gran conmoción se gestó en toda la casa, los guardias buscaban desesperados, los empleados se ocultaron. Todo un caos. Y Selim avanzaba con cuidado por los pasillos, con el arma lista, dispuesto a llegar a su objetivo.

—Tengo que llegar —se repetía—. Tengo que llegar. —El escalofrío de antes volvió a su cuerpo, aunque ahora no supo si era su propio miedo o el de Ethan.

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