La Noche de La Tormenta

Viernes, 25 de septiembre de 2020

Cuatro meses y cinco días antes de la noche maldita.

Selim condujo su motocicleta rumbo al barrio residencial más rico de la ciudad más rica del país. Llevando a Ethan pegado a su espalda, por el poco tráfico vehicular podía moverse a alta velocidad, lo que obligó a Ethan a sujetarse más fuerte de su cintura.

El alfa casi podía sentir sus latidos, aunque estuvieran opacados por las vibraciones de la motocicleta. Sentía su temperatura cálida en la espalda, aun cuando el frío viento se hacía presente con más intensidad a medida que avanzaban.

Esas sensaciones le perturbaban más de lo que quisiera admitir. Estar tan cerca del misterioso chico que llamaba su atención sin motivo aparente, como un imán que no podía resistirse a la atracción del metal, así se sentía Selim cuando veía, hablaba o escuchaba al chico rubio. No le disgustaba verse atraído hacia Ethan, ni siquiera le molestaba su evidente rechazo. Lo que en realidad no podía soportar más era el no tener una explicación para ello.

«¿Cómo alguien puede sentirse tan íntimamente unido a una persona que apenas conoce?», se preguntaba, pues él no creía en el amor a primera vista. Ni siquiera creía en el amor antes de conocer a Ethan. En lo que sí confiaba era en la existencia de los soulmate, pues había visto a alguien cercano encontrarlo, hallar ese amor único y eterno, una conexión de almas tan fuerte que ni la muerte podría disgregar.

Pero él chico no era un omega a sus ojos, era un beta, y solo un omega podía ser el soulmate de un alfa. Había considerado la idea de que Ethan en realidad fuera omega, pero nadie podía ocultar tan bien su verdadera casta. Existían muy pocos tratamientos para ello y todos eran demasiado peligrosos para la salud física y mental, en especial para un omega; sin embargo, siempre lo veía saludable y animado. ¿Un omega podría verse tan bien si ocultaba su identidad, negando a su lobo? Selim lo creía imposible, pues él mismo estaba muy unido a su lobo alfa; un mundo sin su otra mitad, sin escucharlo, debilitándolo, le parecía muy doloroso y cruel.

«Nadie sería capaz de hacerlo», aseguró su alfa, casi temblando por la idea de tener que alejarse de su humano con pastillas e inyecciones.

Eso lo llevó a descartar la idea de que él fuera su soulmate, pero también casi lo llevó a la locura. La incertidumbre era la peor sensación que un ser humano podía experimentar y aún más para una persona que le gustaba tener una respuesta lógica para todo, como Selim.

—Gira a la izquierda en la siguiente cuadra —gritó Ethan para hacerse oír sobre el ruido del motor de la motocicleta.

Selim escuchó la instrucción, pero no la obedeció, estaba tan turbado por los sentimientos que Ethan provocaba en su interior, que dejó que su alfa lo controlara.

—¡Te pasaste! —se quejó el menor, apretando con un poco más de fuerza el agarre que hacía en la cintura de Selim.

El roce de los dedos de Ethan, aún sobre la ropa, incitó al joven alfa a tomar una decisión. Giró bruscamente a la derecha, ignorando los quejidos y reclamos del chico. Frenó con brusquedad frente a un pequeño parque con una pequeña choza de madera blanca, sin paredes, en el centro del lugar. Por la hora, nadie caminaba por los alrededores, estaban solos, al menos eso creían.

Los guardaespaldas de Ethan los habían seguido, con algo de dificultad porque ellos iban en un auto y Selim en una moto mucho más rápida. Pero, como estaban en contacto con Elías por teléfono, debido al fallido intento de advertencia para Selim, su jefe les había ordenado no perderles de vista ni un segundo. Su vida dependía de ello, por lo que los alcanzaron, aunque casi habían chocado tres veces.

Para no levantar sospechas, rodearon el parque dejando al auto pequeño y negro fuera de la vista de los chicos. Bajaron y se escondieron entre los arbustos, en la oscuridad nadie los podría descubrir, también estaba el hecho de que siempre ocultaban su olor con un perfume de olor sintético a beta.

—¡¿Por qué te detienes aquí?! ¡¿Qué pretendes, Selim?! —exclamó Ethan, sacudiendo al alfa, aún subidos en la motocicleta.

Bájate —ordenó usando su voz de alfa, sabía que Ethan no lo obedecería de otro modo.

Ethan se bajó y se quitó el casco, que le molestaba mucho por no estar acostumbrado a usarlo. Selim lo imitó y apagó la moto.

—Selim... llévame a mi casa —exigió Ethan, un tanto preocupado por el extraño comportamiento del alfa: serio, hasta diría que algo enojado.

—Luego —respondió este, mientras una gota de agua le resbalaba por la mejilla, muestra de que empezaría a llover dentro de muy poco, pero estaba tan absorto en Ethan que lo ignoró—. Primero quiero que me digas la verdad.

—¿Verdad? —dijo Ethan, confundido y asustado, temía que su secreto peligrara en ser descubierto—. ¿Qué verdad?

—¿Qué te pasa a ti conmigo? —Selim estaba algo alterado ya que no era él quien controlaba ahora, sino su lobo alfa.

—No te entiendo —alegó Ethan con una mirada de desdén mezclada con temor.

—¡¿Qué sientes por mí?! —exigió saber el alfa, tomando de los hombros a Ethan y sacudiéndolo un poco—. Y si me dices que nada, te golpearé —amenazó mirándolo directamente a sus ojos azules, por los que intentaba entrar y mirar en el alma de esa persona que tanto lo seducía y hechizaba. Ethan no podía responder, estaba sumergido en un trance—. Has estado ignorándome los últimos días y eso estaba bien. Como dijiste, tú y yo no somos amigos. Pero luego me ves en peligro y te arriesgas, tú solo, para salvarme. ¡¿Qué diablos te pasa conmigo?! —gritó para saber, aunque más que una exigencia a Ethan le pareció una súplica.

«¿Está tan desesperado por saberlo?», se preguntó a sí mismo.

«¡Y cómo no! Es nuestro soulmate y él lo siente, como tú lo haces. Apuesto a que su alfa está en control ahora mismo, se nota en sus ojos el desespero que lleva», explicó su omega sintiendo gran empatía por el joven que estaba frente a sí. «Yo me siento igual».

—No siento nada por ti —espetó Ethan haciendo que Selim agachara la cabeza.

Ethan sintió que su olor a limón y menta, que normalmente siempre lo percibía delicado, elegante y muy agradable; se intensificó mucho, a tal punto de marearlo. Esperaba que cumpliera su amenaza y lo golpeara, una parte de él sentía que lo merecía, pues estaba siendo egoísta con su propio mate.

Pero, en vez de eso, Selim levantó la vista mostrando a Ethan sus ojos ambarinos tristes y cansados; sus manos apretaron más los hombros de Ethan, se miraron por unos segundos y sus corazones se sincronizaron en armonía perfecta. Se deleitaron en el más puro de los deseos y a la vez en la más grande desesperación del mundo.

A lo lejos un rayo iluminó el cielo y el trueno resonó tan fuerte que lo sintieron por dentro. Aquel estruendo fue el desencadenante, hizo a Selim explotar y desbordar su corazón.

Juntó sus labios a los de Ethan, en un beso cargado de desconcierto, una súplica del alma. Se sintió como un mendigo que por fin había podido calmar su sed, aunque sin poder saciarse.

Ethan no esperaba aquello, aunque lo anhelaba desde la primera vez que lo había visto, cuando su omega había reconocido a su compañero de vida. Su sorpresa casi hizo que se alejase, pero Selim lo impidió colocando una mano en su cuello pálido y caliente, atrayéndolo más hacia él.

«¿Quién eres tú?», pensaron a la vez, «¿por qué me conviertes en un desastre?».

Una lágrima silenciosa rodó por la mejilla de Ethan. La verdad era que nunca quería separarse de Selim, rogaba que sus labios no dejaran de rozarse, porque sabía que al hacerlo sería el fin. Y lloró por ello.

Así como un rayo, iluminando el cielo nocturno, dio comienzo al momento más feliz y a la vez el más desolador para dos jóvenes que habían sido destinados a amarse por la eternidad; así mismo, un rayo lo terminó.

Selim separó sus labios de los de Ethan para mirarlo a los ojos, la lluvia había comenzado a caer con fuerza empapando, en pocos segundos, el cabello de ambos; las gotas en el rostro de Ethan disimularon las escuetas lágrimas que no pudo evitar que cayeran. En ese momento, Selim pudo pensar con más claridad en lo que acababa de hacer, vio que el chico a quien besó tenía la expresión de desconcierto más grande que jamás había visto. Por fin retomó el control de sus acciones, pues su lobo alfa había podido calmar su desesperación con aquel beso breve, delegando la responsabilidad de sus acciones a la parte humana.

«Tú me pusiste en esta situación y ahora me dejas a mí el problema. ¡Cobarde!», reclamó a su alfa.

Ethan se sentía desorientado y confundido, tanto así que no podía mover ni un solo músculo, ni pronunciar palabra alguna, solo miraba a Selim con los ojos muy abiertos, esperando a que el alfa hiciera el siguiente movimiento. Su omega se sentía el más afortunado de los lobos, aun sabiendo que eso solo era un sueño a punto de terminar.

Selim suspiró profundamente y escondió la cara en el cuello de Ethan, no sabía qué hacer o qué decir en esa situación tan extraña. Olfateó su piel tersa y pálida, logró percibir un ligero perfume a uva, tan tenue que casi desaparecía. Lo abrazó por la cintura para acercarse más, Ethan no le correspondió, solo se quedó inmóvil.

«Márcame», pedía en súplica el omega de Ethan, rogando que el alfa pudiera escucharlo o más bien sentirlo, percibir sus deseos. A diferencia del alfa de Selim, el omega de Ethan no tenía la fuerza necesaria para controlar a su humano cuando deseara; ese era uno de los "beneficios" que proporcionaban los supresores.

«Márcalo», ordenó el lobo alfa y Selim no tenía la voluntad de negarse, aunque pensaba que su otra mitad se había vuelto loco.

«¿Cómo puedo marcar a un beta?», le objetó obteniendo un gruñido como respuesta.

Sintió el calor que el cuello de Ethan desprendía, su temperatura era muy cálida, a pesar del enorme frío que la ropa mojada provocaba. Nunca había pensado en marcar a alguien, hasta que apareció Ethan; ahora rogaba poder hacer algo biológicamente imposible: marcar a un beta. Estaba dispuesto a hacerlo y, aún si su mordida no creara un lazo, sí dejaría una herida y esa sola idea le bastaba, pues quería dejar un rastro permanente en el chico que deseaba poseer para toda la vida, una señal visible de su existencia en Ethan.

Abrió la boca, sus colmillos afilados se posaron en la suave piel amenazando con perforarla, pero la inseguridad lo obligó a contenerse. «¿Estará bien hacerlo sin su consentimiento?», pensaba agobiado ante la idea de Ethan odiándolo por hacer aquello. Sin embargo, Ethan no se movía, Selim estaba seguro de que él sentía sus dientes filosos, y por ello decidió continuar. «Si no me rechaza, significa que él también lo desea».

Ethan por su parte estaba paralizado, un omega no se podía resistir a la marca de un alfa y menos aún si ese alfa era su mate, por eso había perdido todo control de su cuerpo, algo que pocas veces le había pasado. La lucha contra el instinto era inútil para cualquiera.

«No, por favor no, no quiero esto. Déjame moverme», pedía a su omega, suplicaba pues ya había intentado lo obvio: exigir, no había funcionado. «No me hagas esto», estaba a punto de las lágrimas. No quería ser marcado ni por Selim ni por nadie, nunca; la sola idea le rompía el corazón, para él una marca en su cuello era igual a cadenas en sus manos. «Te lo ruego, evita que suceda».

Su lobo omega deseaba pertenecer para toda la vida a Selim, unirse hasta la muerte. Pero no quería que su humano sufriera, era su otra mitad después de todo y lo amaba, incluso más que a su soulmate. Los colmillos ya empezaban a perforar la piel, pronto no habría vuelta atrás. «Está bien, te devuelvo el control», desistió el espíritu lobo.

En un segundo, Ethan empujó a Selim, con toda la fuerza que pudo. Se llevó la mano al lugar donde el alfa casi había dejado su marca, sintió que le brotaba sangre de las dos pequeñas heridas que los colmillos provocaron.

—¡¿Qué diablos te pasa?! —reclamó en un grito, Selim consternado no pudo responder—. Intentaste marcarme. ¡Eres un idiota! Ya te he dicho que soy un beta. ¡¿Eres tan estúpido para comprenderlo?! —Se dejó llevar por la rabia, estaba tan enojado y frustrado que quería golpearlo, deseaba matarlo, destruirlo. Pero las fuerzas abandonaron su cuerpo, le temblaron las piernas y no pudo mantenerse de pie, cayó de rodillas en el césped mojado, tiritaba por el frío y sentía que se iba a desmayar.

—¡Ethan ¿estás bien?! —Selim se apresuró para estar a su lado, se arrodilló frente a él, notando que tenía la cara demasiado sonrojada. Dubitativo puso su mano en la frente de Ethan para sentir su temperatura, antes ya había notado el elevado calor de su cuerpo, pero no le había tomado importancia. Sus sospechas se confirmaron: Ethan tenía fiebre y, al parecer, bastante alta.

—No me toques —ordenó él, apartando la mano de Selim de un manotazo.

—Estás ardiendo en fiebre. Ven, será mejor que te refugies de la lluvia. —Lo llevó a la pequeña cabaña blanca en medio del parque, Ethan no se resistió porque no tenía energía para hacerlo.

La cabaña no tenía paredes por lo que no protegía del frío, pero al menos los resguardaría de la lluvia y contaba con bancos de madera donde Selim sentó a Ethan.

—¿Por qué no me dijiste que estabas enfermo? —reclamó sintiéndose culpable por el estado que el chico presentaba, Ethan temblaba sin control, toda su ropa estaba empapada.

—¿Por qué debería habértelo dicho? —exclamó molesto—. Llévame a mi casa, por favor —pidió con voz cansada, se sentía morir.

—No puedo, hasta que la lluvia pase —dijo Selim, mirando a su motocicleta estacionada en la acera, deseando haber traído su auto en vez de ella. Se sentó junto a Ethan, pegándose a él para darle un poco de calor—. ¿Quieres que llame a alguien?, tu tío tal vez pueda venir a recogerte... —Ethan negó, no quería molestar a Elías con algo tan insignificante, sabía que su tío no estaba en casa, había ido a atender un asunto de trabajo en otra ciudad y lo creía muy ocupado.

Por otro lado, los guardaespaldas no se habían perdido ni el más mínimo detalle de lo sucedido y Elías tampoco, pues Kenny lo mantenía informado por teléfono, él mismo dio la orden de no intervenir, aun cuando vieron a Ethan desplomarse en el suelo. El tío de Ethan quería probar a Selim, saber sus verdaderas intenciones. Estaba muy al pendiente, aun estando lejos de él.

Ethan se resignó a esperar a que la lluvia cesara, aunque no estaba seguro de tener la fuerza para volver a subirse en esa motocicleta. Se arrepentía de haber ido a ese bar con sus amigos, ya se sentía mal en ese entonces: tenía un ligero dolor de cabeza y poco a poco sentía los estragos de la fiebre, pero los ignoró y ahora se encontraba en esa precaria situación. Lo que él no sabía era que, no solo empeoró por estar bajo la lluvia, sino que el gran esfuerzo que hizo su omega para evitar la marca de su alfa, lo habían dejado totalmente debilitado. Se necesitaba mucha fuerza de voluntad para resistirse a ello y las consecuencias físicas y psicológicas eran terribles.

—Puedo llamar un taxi... —propuso Selim, pero Ethan no le respondió, en vez de ello apoyó la cabeza en su hombro. Se había quedado dormido.

«¿Qué hago yo ahora?», pensó Selim. No sabía la dirección de Ethan, si llamaba a un taxi no sabría a dónde llevarlo. Se le ocurrió llevarlo a su propia casa, pero sabía que eso lo molestaría mucho, más aún después de lo ocurrido hace unos minutos.

—No tengo más opción —declaró suspirando,resignado. Sacó su celular y marcó, no pasó mucho tiempo para que, la persona aquien llamaba contestara—. Estoy con Ethan en el parque Zuhur, ven por él ahora—ordenó y colgó enseguida.

En menos de quince minutos un auto se estacionó frente al parque, a un lado de la motocicleta de Selim. Del auto bajó, con un paraguas negro, Mario Werner. Al recibir la llamada había conducido lo más rápido que su auto le había permitido; él y el resto de sus amigos, habían estado buscando a Ethan por todas partes, sin poder comunicarse con él.

El beta caminó a la pequeña choza, por la oscuridad no podía distinguir si los que se encontraban dentro, eran Selim e Ethan, pero no había otro lugar donde resguardarse de la lluvia, así que debían estar ahí. Selim levantó la mano para darle a entender que lo veía acercarse.

—¡Ethan! —exclamó Mario al ver a su amigo completamente mojado y dormido en el hombro de Selim. El alfa lo silenció llevándose un dedo a la boca.

—No lo despiertes.

—¿Qué le hiciste? —reclamó el beta en voz baja cerrando su paraguas y dejándolo a un lado.

—Yo, nada. Está enfermo.

—Pero ¿por qué está contigo?

—Podría explicártelo, pero no quiero —dijo Selim con fastidio. Si hubiera tenido otra opción jamás hubiera llamado a Mario, lo detestaba demasiado, no entendía cómo Ethan podía soportarlo—. Es mejor llevarlo a su casa. Te llamé porque imagino que tú sabes dónde vive.

—Claro. Lo cargaré al auto. —Mario se acercó con la intención de tomar en brazos a Ethan, pero antes de que pudiera tocarlo, Selim gruñó furioso. Asustó a Mario pues no lo esperaba.

—Yo lo haré, ¿crees que voy a dejar que lo toques? —exclamó el alfa y suavemente movió a Ethan de su posición, no quería que se despertara.

—Como quieras —aceptó Mario—, llévalo a mi auto y luego lárgate, ya me está cansando ver tu cara.

—¿Y dejarlo solo contigo?, ¿me crees idiota? —Selim cargó, lo más delicado que pudo, a Ethan.

—No te vas a subir a mi auto, Selim —afirmó Mario con desprecio, como si esa fuera la idea más tonta que hubiera escuchado.

—Entonces Ethan tampoco —sentenció el alfa—. Sé que te gusta, no lo pondré a tu cuidado. —Mario se sorprendió por esa declaración, creía que nadie conocía sus sentimientos—. ¿Qué?, ¿lo negarás?, ¿te avergüenza ser gay?, meterte con alguien de tu misma casta y sexo...

—Selim, estamos en pleno siglo XXI, a nadie le interesa a quien le gusta quien. No lo niego. Sí, Ethan me gusta —confesó con una sonrisa de orgullo.

—Qué pena que tú no a él —lo provocó Selim, quería enfurecerlo tanto como estaba él por tener, ahora, un rival declarado.

—Eso tú no lo sabes.

—Sí lo sé, porque la persona que le gusta a Ethan soy yo —aseguró mirando a Ethan, quien se agazapaba contra su pecho en busca de calor, no dejaba de temblar.

—Ya quisieras. Un niño tan lindo y tierno como Ethan, no se fijaría en alguien como tú.

—Cuidado... Mario. Este niño tierno parece lo más inofensivo del mundo, pero podría sacarte los ojos en un segundo, si lo quisiera —le advirtió, ya había visto varias veces el carácter fuerte y explosivo de Ethan, sabía que podía llegar a ser muy peligroso enojado, aunque ahora pareciera un cachorro dulce.

—¡Deja que lo lleve a su casa! —exigió Mario intentando arrancar a Ethan de los brazos del alfa, pero este se apartó hábilmente.

—Solo si yo voy con ustedes.

Ambos estaban furiosos y ninguno deseaba dar el brazo a torcer, su orgullo les impedía pensar en que Ethan necesitaba ir a casa o empeoraría. Hubieran seguido la pelea, pero les interrumpió el sonido de las llantas de un auto que se parqueaba cerca. Era Isabela. La chica bajó cerrando de un golpe la puerta de su carro y corrió hasta sus amigos.

—Bueno... supongo que la chica beta lo llevará —dijo Selim, aliviado de poder dejar a Ethan con alguien confiable.

—¡¿Qué rayos pasó aquí?! —exclamó ella, desconcertada y mirando con rabia a Selim.

—Tampoco lo sé —declaró Mario.

—Lo que pasa es que debes llevarlo a casa, ahora, su fiebre está empeorando —ordenó Selim, sintiendo el ardor de la piel de Ethan.

Los tres se dirigieron a donde estaban sus medios de transporte. Isabela sostuvo su paraguas sobre Ethan para evitar que se mojase aún más. Selim lo colocó en el asiento del copiloto y le puso el cinturón. Mario decidió mantenerse alejado.

—No sé lo que pasó, pero si le hiciste algo... —amenazó Isabela.

—No dejes que se quede a solas con el imbécil de Mario —recomendó Selim, sin rastro de prepotencia, pues no era un mandato, solo un pedido.

—¿Desde cuándo te preocupas por alguien que no seas tú o ese alfa odioso que tienes por amigo? —acusó ella con evidente odio—. Con quien Ethan se junte o no, no es asunto tuyo. Y no voy a permitir que difames a uno de mis amigos.

—No me importa lo que creas de mí o lo que haya dicho ese idiota de Mario. Pero... Ethan sí me importa, más de lo que tu pequeña cabecita roja imagina. Cuídalo —volvió a pedir, pero esta vez no solo sonó como una orden, sino como una amenaza.

Selim apartó los cabellos mojados de la frente de Ethan, como tenía la cabeza ligeramente inclinada, el lado izquierdo de su cuello quedaba expuesto, se notaban las pequeñas heridas que habían hecho los caninos de Selim. Por esto, el alfa sacó de su bolso cruzado una bufanda de lana color azul marino y se la colocó a Ethan, así le daba calor y ocultaba la casi marca que había dejado en él. Cerró la puerta y se alejó, subiendo a su moto, pero no la puso en marcha hasta ver que Isabela arrancó su coche y asegurarse de que Mario no los siguiera.

«¿Qué hacemos ahora?», preguntó su lobo alfa.

«No tengo idea...», confesó Selim, sintiéndose cansado y algo deprimido. Condujo a velocidad de vértigo, rumbo a su casa.

Ethan despertó con un dolor de cabeza casi insoportable y debilidad en todo el cuerpo; sin embargo, estaba cómodo en su cama, ya no estaba mojado, habían cambiado su ropa y el frío había desaparecido. Se incorporó aturdido, no recordaba cómo había llegado a su casa.

—No te levantes —pidió Isabela.

—¿Isa?, ¿qué haces aquí? —preguntó él al ver a su amiga sentada a su lado, en una silla de madera.

—Te cuido. Tu tío no está y no quería dejarte solo —explicó la joven—, uno de tus empleados nos ayudó a subirte aquí, pesas más de lo que parece. No sé cómo ese alfa te cargaba con tanta facilidad.

—¿Alfa? —exclamó Ethan, un tanto confundido. No sabía siquiera cómo Isabela se había involucrado en ello.

—Selim Aslan, ¿no lo recuerdas?

—Claro que sí, aunque desearía no hacerlo —afirmó, sintiendo las pequeñas puñaladas de dolor en su cuello. También notó que tenía puesto una bufanda y por su olor, supo enseguida a quien pertenecía.

—Nos asustaste mucho, ¿sabes? —Isabela le puso un termómetro en la boca—. Desapareciste sin darnos cuenta... ¿Qué hacías con él?

—Lo siento —se disculpó Ethan con dificultad al hablar con el termómetro.

—No es necesario que te disculpes. Pero exijo una explicación.

Ethan le contó a su amiga sobre el motivo de su desaparición: el hecho de que había visto a Selim en el callejón siendo golpeado por varios alfas.

—¿Estás loco? —Ella le quitó el termómetro, satisfecha de ver que la fiebre había bajado—. Eso fue estúpido.

—Lo sé —aceptó Ethan.

—No lo entiendo, sé que ese alfa te agrada, lo que me parece muy extraño. Pero... ¿arriesgar tu vida por él?

—Mi omega se siente atraído por Selim —declaró e Isabela no se sorprendió por ello—, mucho, demasiado en mi opinión.

—¿Dices que es tu mate? —Ethan asintió en confirmación—. Es increíble, solo a una de cada diez mil personas le sucede eso. Debería ser algo hermoso y feliz, supongo. Pero en tu caso, no lo es, ¿verdad?

—No... se siente más como una maldición. Mi madre también conoció a su mate y terminó muy mal. Nunca debí haberlo encontrado.

—Ethan, ¿él... te gusta?, me refiero a ti, no a tu parte animal.

—No lo sé... sabes que un omega está muy unido a su lobo, incluso más que un alfa y mucho más que un beta. A veces no sé separar mis sentimientos de los de mi omega.

—Desearía saber a lo que te refieres, pero no. Mi loba casi siempre pasa callada, en ocasiones no hablo con ella en meses.

—No sé si llamar a eso una ventaja o un sufrimiento —manifestó Ethan con un poco de temor al pensar en no escuchar a su lobo en meses. Isabela se encogió de hombros, ella no podría afirmar que su casta era la mejor, no cuando había deseado más de una vez ser una omega—. ¿Sabes?, hasta ahora no he encontrado un solo defecto en ese idiota —confesó él con una pequeña risa, que más bien sonó como un bufido—. Sin contar que sea amigo de Luck.

—¿Y todo lo que Mario nos contó?

—Eso no me consta y tampoco Mario lo puede afirmar, él mismo lo dijo: jamás los ha visto hacer eso, porque no estuvo ahí. Si no lo ha visto con sus propios ojos, no puede asegurar la participación de Selim.

—Sí que te gusta ese alfa —concluyó ella haciendo que Ethan se avergonzara.

—Tal vez, pero no importa. Eso jamás resultaría bien.

—Pero si te gusta... ¿por qué no darle a esa relación una oportunidad? —sugirió Isabela e Ethan abrió mucho los ojos, indignado—. No digo que le confieses que eres un omega, sigue fingiendo ser beta, nadie sospechará, ni él.

—No es tan simple, Isa. Digamos que me involucro con él y lo sigo engañando; digamos que, por alguna mágica razón, Selim nunca se da cuenta de ello. Nos llegamos a tomar cariño, a enamorarnos, que es lo que ser soulmates implica; no podría seguir mintiéndole y cuando lo descubriera me odiaría, principalmente porque no quiero que me marque nunca.

—Has pensado mucho en ello —infirió ella. En realidad, Ethan no podía pensar en otra cosa—. Pero insisto, pueda que funcione, siendo beta, él no se atreverá a marcarte y si tú no lo deseas, solo no se lo reveles.

—Como dije... no es tan fácil. Selim cree que soy un beta ahora, y aun así me hizo esto. —Descubrió su cuello quitándose la bufanda azul. Indicó sus heridas e Isabela casi gritó por el asombro.

—¡Oh, Dios! Pero si casi te marca... un poco más y... ¿Cómo lo evitaste?

—Mi omega está debilitado por los supresores, es más fácil para mí controlarlo. Pero no puedo saber si será así siempre.

—¡¿Sabes las fuerzas que se necesita para rechazar la marca de tu alfa?! —exclamó la chica, alterada, Ethan se encogió de hombros—. Por eso te colapsaste, ahora lo entiendo, no sabía cómo un resfriado te pondría en ese estado.

—Supongo que tienes razón. Aunque normalmente mis resfriados son así —empezó a contar—. Casi nunca me enfermo, tomo muchas vitaminas y me veo obligado a vivir una vida saludable, para evitar los efectos malignos de los supresores. Pero cuando una enfermedad me ataca, la fiebre me sube tanto que parece que quiere asesinarme a mí junto al virus.

—¿Por eso es que también tomas antidepresivos?, ¿tanto daño causa tu tratamiento?

—¿Cómo sabes eso?

—Vi tu botiquín, estaba buscando algo para aliviarte; está lleno de pastillas, pero me llamó la atención los antidepresivos.

—Sí. Son lo único que hace que me sienta bien, ayudan a que mi lobo no sufra tanto —confesó con tristeza.

—Dime algo, ¿has hablado con tu omega, después de que rechazaras a Selim? —interrogó Isabela, haciendo caer en cuenta a Ethan de que no había escuchado ni un gemido de su otra mitad.

—No... —Intentó llamarlo en su mente, como siempre lo hacía, sin éxito. La soledad y la pesadumbre se apoderaron de su corazón.

La cabeza le dio vueltas y el sueño le empezó a ganar. Isabela lo dejó dormir, después de curar y desinfectar las heridas de su cuello. Se quedó a su lado, velando su sueño hasta la mañana, tuvo que irse temprano pues debía salir de la ciudad con su novio. Se fue más tranquila, la fiebre de Ethan había cedido por completo y parecía sentirse mejor de salud, aunque no aparentaba tener mejor ánimo.

«Háblame», pidió Ethan a su lobo. «Sé que estás ahí y sé que debes estar enojado, pero... ¿en serio vas a negarte a hablarme?».

No obtuvo respuesta.

Ethan sentía una profunda tristeza, la tristeza de su lobo, abrumadora y alarmante, como si ya no tuviera ganas de seguir en ese mundo.

Y así fue por días.

Una semana en la que su lobo no había pronunciado sonido, una semana en la que Ethan no había salido de su habitación, había dejado de comer y de ir a la universidad. No recibía visitas ni contestaba el teléfono a sus amigos; tampoco Elías podía hacer algo para ayudar a su sobrino, la depresión lo había postrado en una cama y solo dormía, abrazando la bufanda azul que aún conservaba su aroma cálido a limón y menta. El doctor lo había revisado e Ethan había tenido que confesar la verdad de lo sucedido, al doctor y a Elías, aunque este último ya lo sabía.

—¡Ethan! —gritó Elías para despertarlo. La habitación estaba oscura y desordenada, creando un ambiente algo lúgubre—. Son las tres de la tarde y sigues en la cama. —Abrió las cortinas dejando entrar la luz del sol, Ethan se quejó por el repentino resplandor—. Levántate.

—No quiero —alegó el joven, cubriéndose por completo con las mantas.

—He dejado que estés así porque comprendo cómo te sientes, el doctor dijo que era normal dado lo que te pasó. Pero, hijo mío... ¡ya pasó una semana! —se quejó Elías, pero Ethan solo lo ignoró. Frustrado, arrancó las mantas de la cama dejando descubierto a su sobrino.

—¡Déjame en paz! —espetó este, furioso por el brusco accionar de Elías—. ¡Mi lobo no me ha hablado en una semana! Hasta que lo haga solo quiero dormir.

—¡Pues no lo hará si te quedas ahí! —vociferó el mayor sentándose a lado de Ethan—. Mi querido niño, ¿crees que la tristeza desaparecerá solo así?, debes poner de tu parte.

—¡¿Y qué hago?!, ¿llamo a Selim para que venga a verme y contentar a mi omega? ¿Le digo lo que soy en realidad? ¡Ni loco!, ¡prefiero morir!

—Yo tampoco quiero que te relaciones con ese alfa, pero no quiero verte así. —Elías acarició su mejilla con el enorme cariño que sentía por su hijo de crianza—. Encuentra la manera de seguir, eres un omega fuerte y valiente; te eduqué para que no dependieras de nadie y menos de un alfa. ¿Y ahora te destruyes por uno? —Las lágrimas empezaron a caer por las mejillas de Ethan y Elías lo abrazó para consolarlo—. No hagas lo mismo que tu madre. Dejaré que duermas hoy todo lo que desees, pero al menos come algo —pidió al ver su plato del almuerzo sin tocar—. Eso sí, mañana no quiero verte en esa cama, será sábado, sal con tus amigos y haz algo para distraerte. La tristeza se irá, lo juro —afirmó por último, besando su frente, y salió de la habitación.

—¿Cómo está el joven? —preguntó preocupada Mariana, el ama de llaves.

—Se pondrá mejor. Eso espero —deseó Elías suspirando, ya no sabía qué hace para aliviar el dolor de su sobrino, hasta había pensado en deshacerse de Selim para siempre, así evitaría que volviese a destruir a Ethan. Ya no quería ver a un ser querido arruinado por un alfa. La idea fue descartada solo por el hecho de que Selim era un Aslan, parte de una familia con la que era mejor no enemistarse innecesariamente.

Ethan reflexionó con las palabras de su tío, sabía que tenía razón, no estaba actuando de forma correcta, si se dejaba hundir en la depresión nunca saldría de ese agujero. Pero la pena de su corazón dolía demasiado y la soledad por no poder hablar con su omega era abrasadora y desesperante.

«Amigo, por favor... ya háblame», rogó y, aun así, nada.

Decidió hacerle caso a su tío, ya había sido suficiente. Se había lamentado mucho tiempo y, si su omega no lo entendía y se determinaba a no hablarle más, aprendería a vivir sin escucharlo, aprendería a vivir con tristeza en el alma.

Se duchó y cambió de ropa, organizó su habitación. La bufanda de Selim estaba sobre la cama, lo había acompañado en su patético estado, a modo de consuelo, hasta sentía cariño por ella, pero no le pertenecía y debía devolverla a su dueño, así que la mandó a lavar.

Tomó su celular, casi no lo había usado en todo su encierro, no más que para ver la hora. Activó el wifi y las notificaciones de cientos de mensajes y llamadas perdidas llegaron. Sus amigos estaban muy preocupados por él, en especial Isabela y Mario, les escribió disculpándose y asegurando que regresaría a la universidad el lunes sin falta.

Se dio cuenta que la funda de su teléfono estaba ya muy gastada, tenía otra: blanca y con un hermoso dibujo de lobo. Se dispuso a cambiarla, pero cuando sacó el estuche viejo, una notita de papel doblado cayó al suelo. Extrañado, la tomó, no recordaba haberla metido ahí, la abrió y leyó:

Hi Little white wolf. Quiero disculparme por lo que pasó, enserio lo siento. No fue mi intención ofenderte, sé que, como beta, lo que hice debió haber sido un gran insulto para ti. Esto también es muy extraño para mí y entenderé si no quieres verme más. Espero que te mejores, me asustaste cuando te desplomaste así.

00968535899, es mi número por si alguna vez quieres hablar. Yo quisiera tener el tuyo.

Ethan cayó de rodillas al suelo, llorando, aferrándose a la hoja con la escritura algo inclinada, pero elegante, de Selim.

«¿A qué hora habrá metido eso en el celular?».

Su omega por fin había hablado, finalmente Ethan escuchaba su voz, sintió que recuperaba el alma y la euforia lo invadió.

«Solo Selim pudo devolverte a mí», le dijo Ethan abrazándose a sí mismo ya que no podía abrazar a su hermoso lobo, quien solo dijo una palabra más:

«Perdón».

Las emociones en Ethan eran desordenadas y confusas. Sentía: alegría por el regreso de su omega, tristeza por Selim y enojo, enojo por todo y por todos. Los sentimientos negativos seguían superando a los positivos y por eso marcó un número en su celular y llamó:

—Hola... ¿puedo verte mañana?

Información: para un omega es muy difícil resistirse a la marca de un alfa, debido a la carga de feromonas que emite el alfa para someter al omega y esto se incrementa cuando son soulmates, es casi imposible de evitar y hacerlo trae consecuencias desfavorables como depresión.

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