Fruto del Odio
Lunes, 22 de febrero de 2021
El sueño es un escape de esta realidad, un descanso, un viaje a mundos desconocidos y fascinantes.
Para Ethan el sueño se había convertido en la única opción para estar en paz, para olvidar por unas horas el infierno en el que había caído. Dormido dejaba de sentir y era libre.
Los médicos recomendaron que durmiera lo más posible, aun así, esa situación comenzaba a serles preocupante, pues Ethan no comía, no hablaba, solo dormía o lloraba. Ni siquiera sus deseos de venganza le daban fuerzas para intentar levantarse de ese agujero profundo de pena y dolor.
Esto había sido así por tres semanas.
Brevemente perdió mucho peso, negado a comer, lo alimentaban por fluidos sin mucho éxito, su piel se volvió más pálida y las ojeras se hacían cada vez más notorias, dándole a su cara un aspecto enfermo y demacrado, además de triste, demasiado triste, no parecía tener ganas de vivir. La emoción inicial y el poder que había sentido al enterarse de que era un Orlov se había ido tan rápido como había llegado.
Elías y Elisa estaban desesperados por la situación, pero no podían hacer mucho más que estar a su lado, apoyarlo y cuidarlo, esperando pacientemente a que decidiera hablar y seguir adelante. Los dos tomaron turnos para no dejar solo a Ethan en ningún momento; Elisa el de la noche, pues en la mañana debía asistir a sus clases, además que en casa nadie la esperaba, su esposo ya había partido para su país antes de todo lo ocurrido y no estaba enterado de nada, porque Elías le había prohibido contar algo de todo esto a cualquiera.
—Doctor ¿cuándo podremos llevarlo a casa? —preguntó Elisa al médico anciano que revisaba a Ethan mientras este seguía dormido—. Este ambiente es deprimente, creo que se sentirá mejor si sale de aquí —alegó apretando con suavidad la mano de su pequeño hermano.
—Concuerdo con usted, pero el joven no se está recuperando como debería —informó el hombre, preocupado—. Sus feromonas no se estabilizan y se niega a comer, a este paso sufrirá de anemia, me preocupa que desarrolle un desorden alimenticio por todo el trauma. Desde hace unos días, todo lo que come lo vomita.
—¿Cuánto tiempo más debe quedarse?
—Señorita, quisiera responderle, mas, no tengo idea —aceptó su ignorancia con vergüenza, algo así no podría admitírselo a Elías por el terror que le tenía al jefe de los Orlov. Este médico era de los pocos empleados que sabían quiénes eran en realidad Elías y su sobrino, pues había sido traído desde la misma cede de la organización, allá en Rusia—. Haremos más exámenes. —Una enfermera ingresó a la habitación para tomar una muestra de sangre—. Señorita, debo ser franco... —comentó nervioso.
—Hable por favor —instó Elisa—. A mí me puede decir lo que sea.
—No es algo que les gustará escuchar y menos hacer, pero estoy seguro de que una de las causas de que el joven no mejore es que está lejos del alfa que lo marcó. Una pareja con un lazo, los primeros días después de la marca, necesitan estar juntos.
—Yo sé, doctor, pero esa no es una opción. Si yo hago algo así, si traigo a Selim Aslan, mi tío me mataría. Y no creo que Ethan quiera verlo, después de lo que le hizo.
—Esperaba esa respuesta, aunque tenía esperanzas de que usted pudiera persuadir al jefe.
—Elías Orlov nunca podría ser persuadido por nadie, menos por mí —aseguró Elisa con una sonrisa melancólica—. Al único al que le cumple toda petición es a Ethan.
—Y el joven se niega a comunicarse.
—No ha dicho ni una palabra desde ese día. Extraño el sonido de su voz.
—Señorita, estoy seguro de que su hermano se recuperará, lo conozco casi toda su vida, es un joven fuerte y decidido.
—Eso espero, doctor...
—Ahora discúlpenme, tengo que retirarme. Usted debería ir a descansar a su casa, el joven está bien cuidado aquí —recomendó el médico, recordando que, fuera de la habitación del chico, dos guardias betas siempre estaban vigilando, además de que las enfermeras estaban muy al pendiente de él—. Su salud se está deteriorando por este trajín.
—Gracias, lo pensaré —mintió Elisa, pues lo que menos quería era alejarse de Ethan. El médico cruzó la puerta dejándolos solos—. Ethan... ¿cuándo volverás a nosotros? —Se encontraba sentada a su lado, con la cara escondida en las sábanas azules empapadas con sus lágrimas, apretando la mano de su hermano.
Ella no lo notó, pero Ethan la estaba escuchando, despertó al oír la conversación anterior y prefirió fingir dormir. Quiso decirle a su hermana que todo estaría bien, que él se recuperaría, que volverían a compartir un helado en el centro de la ciudad, que hablarían como antes, que él volvería; pero eso ya no sería así, los momentos bellos y felices se le habían terminado. No tuvo la fuerza para hablar, ni para abrir los ojos.
Ambos volvieron a dormirse y cuando Ethan despertó, ella ya no estaba, en su lugar, leyendo un libro, se encontraba Elías.
—Buenos días —saludó el hombre, dejando el libro sobre la mesita a un lado de la cama—. Ya era hora de verte despierto. Trajeron tu desayuno —señaló una bandeja con jugo de naranja, pan y frutas, sobre la mesa para cama que Elías se encargó de acercarle—. Come —ordenó con un tono algo frío, el hombre estaba cansado de ver a su hijo destruirse así.
Ethan lo intentó, hizo un gran esfuerzo para convencer a su mente de que debía comer algo. Pero cuando tomó la cuchara y sintió el olor dulce y empalagoso de la ensalada de frutas, no pudo evitar las náuseas y vomitó en una bolsita desechable.
—Ethan, primero te niegas a comer y ahora no puedes hacerlo. ¿Lo haces a propósito? —interrogó Elías apartando la bandeja de comida. El chico negó con la cabeza—. Espero que no. Hijo, quiero que entiendas una cosa, tú debes seguir con tu vida, muchas personas te necesitan. No eres cualquiera, eres un Orlov, hijo de la jefa más poderosa que hemos tenido nunca. Levántate de esta cama de hospital y toma el lugar que te corresponde a mi lado.
Ethan deseaba poder hacerlo, quería ser igual de fuerte como creían que era, soñaba con abandonar sus pesadillas y empezar de nuevo, pero estaba muy herido. Su lobo y compañero de vida sufría por la traición, la decepción lo estaba matando. El ser interior, que siempre había confiado en su alfa destinado, había descubierto la verdad de la peor manera posible. Y ahora solo quería olvidar.
—¿Quieres recuperarte, reconstruir tu vida? —cuestionó Elías. Ethan demoró unos segundos, pero asintió con seguridad en los ojos—. Bien, el primer paso es mejorar, salir de este lugar y luego viene tu venganza. Esos malditos solo aguardan en esas asquerosas celdas, esperan hasta el día de sus muertes, el día en que tú hagas lo que quieras con ellos. Imagino que hasta sueñas con lo que les harás y estás en todo tu derecho. Lo que quieras hacer, yo te apoyaré.
Elías tenía razón, desde que se le había informado de la situación de estos alfas, Ethan había planeado cada instante de su venganza, todo lo que les haría sufrir antes de su muerte. Lo único que aún no decidía era lo que haría con Selim, al él más que a nadie quería herirlo, destrozarlo desde dentro, pero cómo hacerlo si el dolor que le provocara a él, lo sentiría como si fuera propio.
—Señor —llamó el doctor a Elías—. Necesito hablar con usted. —Estaba visiblemente nervioso, Ethan pudo saber que algo no estaba bien desde que vio el miedo reflejado en los ojos del médico.
—Te dejaré un momento —anunció Elías antes de salir—, trata de no volver a dormir.
Recostado en la cama vio a su tío a través de las persianas de la ventana, lo vio perder el control, lanzarse contra el portador de las malas noticias. Los guardias tuvieron que intervenir y separarlos.
—¡Te dije que tomaras precauciones para que esto no pasara! —gritaba su tío, fúrico y por completo fuera de sí—. ¡Maldito idiota!
—¡Y eso hice! ¡No tengo culpa alguna! —se defendía el doctor, a estas alturas sujetado por dos guardias—. ¡Señor solo le pido que me escuche! —suplicó y, al parecer, funcionó pues lo soltaron y se retiraron a otro lugar a hablar.
Al cabo de unos minutos, Elías volvió a la habitación con la expresión más desconcertante que Ethan había visto en él: pálido, con los ojos desorbitados, parecía diez años más viejo de lo que era. Tomó asiento a su lado en un profundo silencio, no podía mirar a Ethan a los ojos.
—Hay algo que debo decirte —dijo después de unos segundos de tensa ausencia de ruido—. No sé cómo hacerlo —titubeó—. Ethan tú... debes ser fuerte. —Lo abrazó con fuerza, el pánico no tardó en dominar a Ethan—. Estás en estado de embarazo —soltó por fin.
Para Ethan todo el mundo se detuvo, no podía creer aquellas palabras, era absurdo. Una abominación que la vida no terminaba de hacerle padecer. ¿Qué pecado estaría pagando?, pensaba.
No pudo gritar, aunque su voz deseaba hacerse oír en todo el mundo. Empujó a su tío para que lo soltara, quería estar solo, desaparecer si eso era posible.
—Ethan, calma. —Elías insistía en contenerlo en sus brazos—. Esto no es más que una complicación, una sencilla de resolver, podemos acabar con eso mañana mismo si lo quieres.
El chico no tenía cabeza para pensar en nada más que no sea el ser que ahora crecía en su interior, producto de su más grande pesadilla. Un ser por el que solo sentía desprecio.
Siguió forcejeando hasta que Elías lo soltó y pudo volver a acostarse y cerrar los ojos. Una lágrima caía silenciosa por su mejilla, tocó su abdomen para saber si sentía algo, para su horror sintió una ligera corriente de aire moverse en su interior, como una brisa fría. No había duda, ni error, estaba esperando un hijo. Tuvo el impulso de clavarse algo en el vientre para matar al fruto de esa maldita noche, solo no lo hizo porque no tenía con qué.
Volvió a dormir esperando que todo fuera solo otra pesadilla.
Por la tarde, llegó Elisa a su turno en el hospital, esperaba encontrarse a Elías saliendo como siempre, en vez de ello, su tío estaba sentado en la sala de espera privada, esperándola con los médicos.
—¿Qué pasa? —preguntó preocupada al ver las caras de todos.
—Siéntate —pidió Elías—. Debo decirte algo.
Le contaron lo sucedido, el resultado que los exámenes habían arrojado por la mañana la verdadera razón de la poca mejora de Ethan: un embarazo no deseado.
—Sus hormonas no se han estabilizado por ello —alegó uno de los médicos, un joven beta de cabello oscuro—. Ya que sabemos la razón, podemos decir que se encuentra estable.
—Si no contamos su desnutrición —intervino otro doctor, un omega mayor de ojos verdes.
—¿Cómo pudo pasar esto? —interrogó Elisa, disgustada—. Doctor, usted me dijo que se encargó de ese asunto —reclamó al médico principal.
—Lo hice, señorita, pero, como le expliqué al señor Orlov, el medicamento que le dimos funciona en casi todos los casos, es muy efectivo.
—¡Entonces qué diablos pasó! —gritó. Ella sabía muy bien lo que esto significaba para Ethan: nada más que una tragedia. Ante su rabia todos enmudecieron, solo el joven médico tuvo el valor de contestar:
—Su hermano fue marcado por su soulmate y sabemos muy poco de esta extraña y fuerte relación, puede que esto haya reducido la efectividad del medicamento.
—¿Eso quiere decir que el padre es Selim Aslan?
—No, señorita —aclaró el doctor anciano—. Puede ser de cualquiera de los implicados, solo creemos que su condición, el lazo con su soulmate, sumado a que estaba en celo ese día, intervinieron con el método anticonceptivo de emergencia.
—¿Ethan lo sabe? —interrogó Elisa a su tío, quien asintió—. ¿Cómo lo tomó?, ¿dijo algo?
—Ni una sola palabra, volvió a dormirse —contó Elías con visible cansancio.
—Elías ¿qué vamos a hacer?
—Qué va a ser, interrumpir ese embarazo, claro —contestó él como si Elisa fuera tonta por preguntar algo tan obvio.
—Es lo mejor —concordó ella—. Pero no podemos tomar la decisión por él. Si quiere tenerlo...
—¡No lo permitiré! —exclamó Elías golpeando el brazo de su silla—. Ethan no tendrá un hijo de esos malditos. Además, estoy seguro de que no lo va a querer. Doctor, mañana mismo quiero que se encargue de ese problema.
—Sí, señor —aceptó el anciano médico, algo dubitativo. Elisa no dijo nada más, ya que conocía a su hermano y sabía que era eso mismo lo que querría.
La reunión terminó y Elías se marchó del hospital. Elisa ingresó a la habitación, su hermano había despertado, se encontraba mirando el techo.
—Ethan... —Él no la miró—. Siento mucho todo lo que está pasando, daría mi vida para que nada te hubiera pasado. —De nuevo no obtuvo respuesta a sus palabras, ya estaba acostumbrándose a ello, era como hablar con la pared—. Elías ordenó tu aborto para mañana —comunicó con la esperanza de que dijera algo—. ¿Estás de acuerdo? —Ethan solo asintió y el llanto no tardó en aparecer. Su hermana lo abrazó—. Lo siento hermano, perdón... —se disculpó, no sabía por qué, pero sentía que debía hacerlo, pedir perdón una y mil veces.
Luego de eso permaneció a su lado en silencio, porque silencio era todo lo que Ethan quería, que todas las voces en su cabeza se apagaran, las voces de los recuerdos de la noche en que lo mataron, también la voz de Selim Aslan que sentía que podía escuchar como si estuviera a su lado. Desde la primera vez que el alfa lo había contactado por el lazo, lo había hecho con más frecuencia, a pesar de que Ethan lo expulsaba o simplemente no le respondía.
«Es muy necio», comentó su omega, «de nuevo vuelve a intentar meterse en nuestra cabeza», avisó porque él era el primero en sentir el malestar de esto. «Lo expulsaré».
«No, deja que hable», pidió Ethan sorprendiendo a su lobo.
«No puedes decirle nada de esto», reclamó el omega al darse cuenta de las intenciones de su humano.
«Merece saberlo».
Lo que quería Ethan no era otra cosa que atormentar a Selim y podía hacerlo porque lo conocía bien, conocía de su enorme deseo de tener un hijo, el amor que tenía por los niños y lo engreído que era. Sabía que creería que el feto en su vientre era de él, más que eso, no tendría dudas de que era suyo y que estaría en contra del aborto. Ethan quería venganza y así la conseguirá, al menos en parte.
Después de unos minutos la conexión se logró, ambos sintieron lo que el otro con mucha más intensidad de lo normal, en especial el dolor, cuando Selim sintió la melancolía de Ethan y este, el miedo de Selim, supieron que se habían conectado hasta lo más profundo y solo sus pensamientos les eran ocultos.
«Ethan», llamó el alfa. «¿Tampoco hablarás conmigo ahora?, ¿hace cuánto no has hablado con otra persona?». Eso sorprendió a Ethan, no sabía que Selim estaba enterado de su silencio.
«¿Acaso no sientes cuánto te odio?, ¿por qué sigues metiéndote en mi cabeza?», recriminó.
«Porque necesito saber que estás bien, hoy sentí que estabas más inquieto que otros días, ¿qué sucede?».
«Me enteré de que ustedes, aun estando lejos, siguen destruyendo mi vida».
«¿A qué te refieres?».
—Ethan saldré un momento —advirtió Elisa, mirando su celular y tecleando un mensaje—. Vuelvo enseguida. —Apagó el teléfono móvil y lo guardó en su abrigo—. ¿Estás bien? —preguntó, antes de salir, al notar que de pronto Ethan estaba muy pálido y tenso. Él asintió. Insegura, se marchó un poco intranquila por dejarlo, pero era imperativo que saliera en ese momento.
«Malditos alfas...». Ethan volvió a hablar con Selim. «¿Quieres saber lo que pasa?, te lo diré», apretó tanto los dientes que rechinaron y las uñas se le clavaron en la palma de la mano por la fuerza con la que cerraba el puño; al menos un dolor tan pequeño como ese quería hacerle sentir a Selim, aunque tuviera que sangrar.
«¡Para! no te lastimes», suplicó Selim al sentir punzadas en las manos. «¡He dicho que pares!», exigió.
«¿Quién crees que eres para darme órdenes? ¡No voy a parar! quiero verte sufrir, quiero ver que me supliquen por sus vidas. ¡Los quiero muertos!».
En un ataque de furia desmedida, Ethan tomó el bolígrafo que su tío había dejado en la mesa a su lado y se lo clavó en el muslo con tanta fuerza que toda la punta de metal se le enterró, se mordió el labio para no gritar, pero Selim sí lo hizo, su alarido causó que Luck Werner diera un brinco en la celda por el susto.
«¡Ethan!», exclamó Selim desesperado por esa sesión de autolesión. «No lo hagas por favor», suplicó, no por él, si no para evitar que Ethan se hiciera más daño.
«Tú acabaste con todo lo que una vez deseé y la pesadilla solo continúa. ¡Quiero que pare!, ¡haz que esto pare!».
«Daría mi vida para remendar lo que hice, si pudiera cambiaría todo esto». Protegido por la oscuridad de la celda, Selim se permitió llorar.
«Quiero olvidar todo, pero otra vez mi cuerpo me lo recuerda. Ahora mismo en mí vive el producto de toda esta maldita pesadilla».
«¿Qué estás diciendo?, ¿a qué te refieres con eso?». Selim sabía lo que le quería decir, lo sentía, pero se negaba a creerlo.
«Pero mañana me desharé de él. Ojalá el aborto pudiera librarme también de los recuerdos».
«Ethan no lo hagas, te lo ruego».
«No esperarás que lo tenga, ¿quieres que juguemos a la familia feliz? Un lindo hijo y tú como su padre, ¿viviremos en una linda casa en medio del campo?». Todo eso Selim se lo había dicho, le había confesado sus sueños cursis que tenía para el futuro y aunque Selim no lo había dicho, sabía que, de esos sueños, era coprotagonista.
Un futuro arrancado e imposible.
«¡Ethan! por favor... solo piénsalo, aquel niño es mi hijo también, ¿le negarás la oportunidad de vivir a quien no tiene culpa de nada?».
«¡Cállate! ¡Ni siquiera sabes que es tuyo! Hasta donde sé, puede ser de cualquiera de los otros cerdos. ¡No voy a tener un hijo que no quiero, ni pedí! ¡No merezco esto!», desconsolado, Ethan se abrazó a sí mismo y clavó sus uñas, esta vez en sus antebrazos. «No tienes decisión en esto. Hasta que mueras vivirás sabiendo que tal vez ibas a tener un hijo, un hijo que no nacerá por tu culpa».
«Ethan por favor...».
«¡Cállate!», exclamó por último y cortó la comunicación con Selim de golpe, tan violentamente que les causó a ambos un mareo.
Selim, en su oscuro lugar, comenzó a golpear el suelo gritando y llorando, ni siquiera le importaba que Luck Werner estuviera presenciando la escena. Las circunstancias eran demasiado desesperanzadoras y trágicas.
En cambio, Ethan se levantó de la cama, por primera vez desde su ingreso, las piernas estaban débiles, todo su cuerpo se sentía pesado, sin fuerzas. Observó sus heridas, recordaba cada una, desde las marcas en sus muñecas por las cadenas, hasta el golpe en la cabeza por el que se había desmayado en el baño de la universidad. Todo su cuerpo fue profanado y ni un centímetro de él, nunca, le dejaría olvidarlo.
No pensaba en nada en realidad, solo se puso a caminar, salió de la habitación, como si al atravesar la puerta estuviera su salvación. Sin embargo, en su lugar, solo encontró un pasillo vacío y una sala de espera silenciosa. Cayó de rodillas y gritó a todo lo que sus pulmones fueron capaces, empapándose de lágrimas. Dejó salir su voz al mundo, la voz que había reprimido por demasiado tiempo, por fin la dejó fluir.
Clamó y reclamó a la vida su martirio, el castigo de un pecado que aún no había cometido. Vociferó con despecho hasta que su voz se volvió ronca y la garganta ardía. Aun así, no paró hasta que sintió unos cálidos brazos envolviéndole.
—Ethan... —Tenía la vista nublada, pero logró reconocer esa dulce voz y el ligero olor a lavanda que tanto le gustaba.
—Isa... —atinó a decir y se aferró a ella—. Isa...
—Estoy aquí, estoy a tu lado —afirmó su amiga recién llegada.
—Isa... ya no puedo, no quiero esto —balbuceó Ethan entre lloriqueos y sollozos—. No lo soporto. —Su amiga lo dejó desahogarse, sacar un poco de lo que llevaba dentro, aguantando las inmensas ganas de saber lo que estaba pasando—. Quiero olvidarlo.
No pasó mucho para que se vieran rodeados de enfermeros, que esperaron hasta que Ethan se calmó para ayudarlo a volver a la cama y curaron las heridas que se había provocado.
—¿Te sientes mejor? —preguntó Isabela.
—Sí, gracias Isa y lo siento por perder el control de esa manera.
—Amigo querido, no sabes lo preocupados que estamos todos. Desde tu desaparición no hemos sabido nada de ti, tu tío no quiso decir nada. Tuvimos que acosar a tu hermana para que nos dijera algo.
—¿Les contó lo que pasó?
—No, solo dijo que si quería verte, fuese a un lugar, sola. Me dio una dirección, nunca imaginé que fuera un hospital. No creí encontrarte así... ¿Qué pasó? —preguntó con cautela ya que era muy obvio que, lo que sea que hubiera pasado, era muy grave—. Todo es muy extraño. No solo desapareciste tú, Luck Werner y su banda no han dado señales de vida y también... Selim. —La chica no pudo evitar notar la marca en su cuello, la marca de un alfa, justo lo que Ethan había jurado nunca dejar que pasara.
—Te lo contaré todo, pero perdóname si no soporto las náuseas.
Se lo dijo todo, por fin pudo contarle a alguien lo que había vivido en esa casucha en medio de la nada. Reveló sus sentimientos, la repulsión que sentía por sí mismo y cómo el alfa que había jurado protegerlo siempre se había convertido en su verdugo.
—No puede ser... —murmuró Isabela en medio de gemidos y llanto—. ¡Malditos! Merecen morir...
—Morirán —aseguró Ethan con una tétrica sonrisa en los labios—. Para ello solo basta una orden de mi boca.
—¿A qué te refieres?, ¿los matarás de verdad? —Estaba atónita y pudo darse cuenta de todo el rencor que su amigo guardaba, el odio que consumía su alma como el fuego a una planta seca.
—Por supuesto, pero antes sufrirán, mucho más que yo —proclamó Ethan como un juramento.
—¿Cómo es eso posible?
—Hay algo que no te he contado, es algo que nadie, jamás, debe saber de mí. Solo lo sabrás tú.
—Claro, no diré nada. —Isabela aceptó guardar el secreto, sin saber que tan peligroso era.
—Soy Ethan Orlov, heredero de mi tío: Elías Orlov, actual jefe de la mafia rusa. —La noticia la dejó helada, aunque todo tuviera sentido con esa declaración, era demasiado fantástica para poder digerir—. Soy el siguiente Jefe de la familia Orlov. Por eso tengo el poder para vengarme, para destruir todo lo que una vez fueron esos bastardos.
—Ethan Orlov, no puedo creerlo...
—Ni yo, pero es mi única esperanza para seguir viviendo, el único motivo para no tirarme de la azotea de este mismo edificio. Los Orlov me están dando una nueva vida de poder ilimitado, es mi única opción.
—Entonces los matarás —dijo Isabela y él asintió—. ¿A Selim también?
—A él más que a nadie, no hay otra forma de liberarme de este maldito lazo. —Tocó la marca en su cuello, se sentía claramente, esperaba que algún día desapareciera.
—Pero eso es muy peligroso. Además, te conozco y tú no eres un asesino. —La imagen de Ethan disparando a un ser humano le era repelente a Isabela, aunque aquellos se lo merecieran.
—¡No me dejaron otra opción! —exclamó Ethan algo molesto porque su amiga no entendiera sus razones.
—Sí que la tienes, entrégalos a la policía —propuso Isabela y ante aquello Ethan no pudo evitar reír con ironía—. Piénsalo, muchas veces la cárcel es peor que la muerte. Todos morimos, ese no es un castigo.
—Por eso los torturaré antes, aunque entiendo tu punto... —meditó—. Tal vez deba replantearme ciertas cosas. —Después de ver a un chico desesperado, atormentado y abatido, Isabela no creía la frialdad con la que hablaba el joven que hace unos minutos la bañaba con sus lágrimas.
—¿Y qué harás con tu hijo? —preguntó ya sabiendo la respuesta.
—No es mi hijo —interrumpió Ethan con brusquedad—. Para mañana se programó el aborto.
—¿Eso es lo que quieres?
—¿Me cuestionas?, no quiero tener a un niño que solo será el recordatorio de algo horrible, mi cuerpo por sí solo no me deja olvidar nada, ese niño sería la viva memoria de esa noche. ¿Crees que puedo quererlo, sabiendo que es hijo de uno de esos infelices?
—Hay muchas personas que sueñan con tener un hijo y no pueden —habló la joven desde la experiencia—. Mira, entiendo lo que sientes, pero el cachorro que crece dentro de ti no tiene culpa de nada. ¿Por qué no salvar una vida inocente a cambio de terminar con otras seis? —Esas palabras movieron algo en el interior de Ethan.
Sabía que pronto se mancharía las manos de sangre y que esos alfas solo serían los primeros en su lista, si se convertía en un Orlov; salvar una vida a cambio de todas las que tomaría en el futuro, puede que fuera el sacrificio para volver a empezar
—Solo me pregunto si lo has pensado bien, si has considerado otras opciones.
—La adopción es ilegal en este país.
—Y el aborto también —alegó Isabela—. Pero eres un Orlov, has uso de tu poder.
—Isabela, ¿tú quieres que dé en adopción a este niño, a ti? —Los ojos de ella se volvieron vidriosos por la emoción y se sintió mal por tener aquel sentimiento egoísta.
—Sabes que mi más grande sueño es darle un hijo a mi alfa. Es algo que queremos desde hace mucho tiempo, pero es muy difícil, perdí la esperanza de embarazarme hace tiempo.
—¿Quieres a este niño? —preguntó Ethan un tanto incrédulo, el que alguien quisiera a un hijo concebido del dolor era para él algo difícil de aceptar porque ahora lo único que sentía por el ser que se movía en su interior era rechazo.
—Sin duda. Pero no quiero que te presiones, esta es solo tu decisión, es tu cuerpo y tienes el derecho de abortar, aun en contra de las leyes del país. Sin embargo, te pido que le des a ese niño la oportunidad de vivir y a mí de cuidarlo.
—De algo estoy seguro, serías una madre estupenda. —Sonrió con tristeza. Isabela era una chica cálida, con dotes maternos innatos, era todo lo contrario a lo que él sería jamás—. Lo pensaré, mañana sabrás mi decisión.
—Gracias Ethan, sé que esto no es fácil para ti. Yo no creo ser capaz de sobrevivir a todo lo que viviste, eres increíble. —Se fundieron en un abrazo largo, ahora era ella quien mojaba el hombro de Ethan con sus lágrimas.
En el fondo, Isabela sabía que su amigo más cercano no volvería nunca, porque a quien ahora sujetaba con fuerza le habían roto el alma y solo quedaban los pedazos unidos con odio y dolor. Y donde antes existía amor e inocencia, solo quedaba ira y miedo.
Isabela Miller fue la primera persona en percatarse del ser despiadado en el que se convertiría un niño que antes fue la mejor imagen de la candidez.
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