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Dios dame paciencia, porque si me das fuerza lo mato.

—Ya le dije que no.

Digo por tercera vez desde hace unos minutos que a este troglodita se le ocurrió aparecer. Tiene una estupida sonrisa en su rostro y me mira como si fuera un helado más del mostrador. Sus ojos brillan con intensidad a través de sus gafas, aunque parece que no le funcionan como deberían, ya que desde que me desperté esta mañana y me mire al espejo estoy segura que mi apariencia era la de una chica, y no la de una comida.

—Eres una chica linda.

Chasqueó la lengua aburrida.

—Ya, claro, elija un helado.

El hombre pasa los dedos por su cabello y se recarga en el mostrador acercándose a mi, me mantengo en mi lugar y no quito la mirada de la suya.

—Solo sal un segundo conmigo, prometo que te divertirás, seguro que a tu jefe no le importará.

Respira Oli, respira.

—No, —por quinta vez desde que llegó observa descaradamente mis pechos, y a decir verdad, no había dicho nada porque me valía un carajo, pero ya está molestándome— y tengo los ojos arriba.

El suelta una risa bastante prepotente y mira tras de mí buscando algo.

—¿Por qué no eres obediente y vas a buscar a tu jefe para que hable con el?

Esta mañana cuando encendí la radio sonaron canciones de Miley Cirus, así que estoy de buenas, de hecho, tome un delicioso café en la cafetería de Charls y esta vez no estuvo tan dulce como para darme un coma diabético, por primera vez tenía el sabor exacto para hacerme suspirar. Así que si, fue una buena mañana. Entonces trataré de ser una buena persona el día de hoy.

—A mi supervisor le encantará saber que usted elija un sabor de helado y se lo coma, en lugar de coquetear con la empleada que le ha dicho no quiere salir con usted.

Uno de sus manos  acaricia la mía  y lo miro con asco.

—Tu no eres quien elige eso nena, así que háblale a tu supervisor para que pueda llevarte a mi departamento.

Al diablo.

Escucho el sonido de la puerta al abrirse, pero lo ignoro, mi atención está enfocada en el imbecil  frente a mi.

—¿Sabes que?, tienes razón, buscare a mi jefe— comento batiendo las pestañas como una auténtica tonta.

Cosa que al individuo en cuestión lo hace sonreír.

Me doy la vuelta y me quito el delantal, suelto mi cabello, tomó el gafete que dicta "Gerente: Olivia Tray" y me giro con una sonrisa.

—Como la gerente y dueña del establecimiento le pediré amablemente que se vaya a la mierda.

El señor frunce el ceño, me barre con la mirada y parece pensar que no vale la pena; que no valgo la pena. Cosa que no es muy equivocada. Así que chasquea la lengua con asco.

—¿Te crees mucho, no?

Lo miro fijamente y hago una mueca.

—En realidad no, lo qué pasa es que usted es muy poca cosa.

Y con eso al parecer, ambos damos fin a la conversación.

Apenas sale del establecimiento me acerco a grandes zancadas a la puerta y con furia volteo el letrero a "cerrado".

Maldita heladería.

Maldito hombre.

Malditos todos.

Cierro los ojos unos segundos controlando mi respiración, cuando de pronto escucho una voz a mi costado.

—Vaya, estuve a punto de intervenir, pero lo manejaste muy bien.

Y yo que creí que ya había terminado mi jornada, fabuloso.

Al menos ahora no estoy lidiendo con un viejo rabo verde, el joven a mi lado parece tener unos veintiséis años, viste un traje gris muy elegante, aunque ahora tiene el saco sujeto en el brazo, la camisa remangada a los codos y los primeros botones abiertos. Con su otro brazo sostiene un maletín y me observa con una ligera sonrisa.

Me acerco al mostrador de nuevo y comienzo a recoger mis cosas, supongo que si lo ignoro sabrá que no tengo intención de hablar con el.

—Era bastante molesto— agrega acercándose a mi.

—Como tu.

El ríe por lo bajo y pasa una mano por su cabello, es castaño y parece ser un poco rebelde, aunque se esfuerce por peinarlo.

—Quisiera un helado grande de vainilla y un chico de coco, por favor.

Suelto un suspiro y abro la puerta de la vitrina de los helados para servir los que me ha pedido. Puedo sentir su mirada en mi, lo cual me estresa.

—Deja de verme.

—Lo siento, es solo que me causa mucha curiosidad como golpeas el helado, ¿a caso los pobres se portaron mal o algo?, ¿no están siendo lo suficiente dulces?

El ríe de su estupido chiste y yo alzo la mirada con el ceño fruncido. Cierro con fuerza la puerta y pongo ambos helados sobre de ella. 

—Aquí tiene, son sesenta.

El saca su billetera y paga exacto para después tomar la bolsa con los helados.

—Gracias, Olivia.

Pronuncia mi nombre con cuidado sin dejar de observarme, su mirada me incomoda un poco, no lo hace con morbo como el otro idiota, lo hace con curiosidad, como queriendo descubrir más acerca de mi; lo cual detesto.

—Adiós.

El sonríe por última vez y sale.

Si me hubieran preguntado hace unos años como me veía a los veintitrés jamás habría respondido esto; dueña de una heladería, viviendo en un departamento y pasando mis días sola. Siempre sola. Lo cual no es exactamente malo, la soledad es la compañía que tendremos el resto de nuestra vida, hay que aprender a amarla. Pero cuando esta te sobrepasa todo se complica, sobre todo cuando en vez de ser una buena compañía se convierta en tu enemiga.

Y curiosamente, aún odiándola tanto como lo hago, también odio hacer cualquier cosa para cambiarla.

¿Alguna vez has sentido que el tiempo pasa rápido y no puedes hacer nada para detenerlo? Eso pasa conmigo. Las horas pasan y pasan al igual que los días, las noches, los meses y los años. Y yo sigo aquí. Porque es importante saber que aunque uno se detenga; el mundo sigue girando.

Nada ni nadie esperará por ti.

Y eso es un poco triste.

Pero es aún más triste saber qué pasó mis días recargada en el mostrador de una heladería viendo el sol esconderse, esperando la hora de salida porque aunque odie este lugar, necesito dinero para vivir.

Al caer la noche comienzo a recoger mis cosas para irme, han pasado apenas dos horas desde mi último cliente, y teniendo en cuenta la fuerte lluvia qué hay afuera dudo bastante que venga alguien más.

Hago una mueca al darme cuenta que no tengo una sombrilla y algo para taparme.

Bien, ahora tendré un resfriado, fabuloso.

Recojo mi cabello negro en una coleta y me preparo para mojarme bastante. No es que viva muy lejos de aquí, pero si lo suficiente.

Al salir comienzo a sentir como mi ropa y cabello se moja por lo que maldigo, me abrazo a mi misma un poco por el frío y cierro con llave la heladería. Pero al darme la vuelta una imagen me detiene en seco.

El chico elegante está allí, sentado, ambos helados por completo derretidos y está empapado de pies a cabeza con la mirada perdida. Me remuevo incomoda debatiéndome entre sí acercarme o irme directo a mi casa, pero con una mueca termino acercándome a él.

—¡Hey, tu!, ¿Estás loco o que te pasa?— alzo un poco la voz para que me escuche ya que por la lluvia se apaga un poco el sonido.

El parpadea recién notando mi existencia y observa su al rededor como si apenas se diera cuenta de lo que sucede. Acerca su mano a su rostro, pero se detiene a la mitad negando con la cabeza. Suelta una maldición y se pone de pie rápidamente.

—¡Está lloviendo!

—¡Oh, vaya!, ¡Si no me decías no lo notaba!

El toma su maletín y lo pone sobre su cabeza, por lo que rápidamente decido que ya lo he sacado de su ensoñación y ya puedo irme a mi casa, aún me queda un largo camino por delante.

Pasó a su lado y caminó rápidamente por la acera dejándolo atrás, sin embargo sólo llegó a pasar un par de calles porque un auto negro llega a mi lado sonando el claxon.

Volteo a verlo con el ceño fruncido cuando la ventanilla baja dejándome ver al chico.

—¡Sube!

Niego con la cabeza y sigo caminando apresurándome.

Sin embargo, el no desiste.

—¡Te llevó a donde tengas que ir, sube!

—¡Claro que no!

El se arroja al asiento de copiloto y abre la puerta.

—¡Vas a enfermarte, sube ya!

Una de las reglas de mi madre era jamás subirme al carro de un desconocido. Odio la reglas de mi madre y no me agrada este desconocido, pero bueno, al fin y al cabo jamás le hice caso a mi madre.

Maldigo y me acerco a la puerta del auto para después meterme y cerrar la puerta. De inmediato un fuerte aroma inhumada mis fosas nasales. Carajo, que rico huele. Arrugo la nariz un poco y volteo a verlo.

El chico me observa con un poco de preocupación, sus ojos cafés pasan por mi cuerpo con desaprobación.

—Estas empapada.

—Igual que tu.

El niega con la cabeza y se gira al asiento trasero donde toma una sudadera blanca y me la tiende.

—Ten, deberías quitarte la camisa y ponerte esto.

Yo suelto una risa irónica.

—Si, claro, ahora quieres verme los pechos, ¿no?— escupo furiosa.

El niega con la cabeza rápidamente causando que varias gotas de su cabello mojado me caigan en el rostro molestándome más. Me las limpió rápidamente con un gruñido.

—¡Claro que no!, solo póntela, no veré nada, ¿ok?

El gira su rostro hacia su ventana por lo que yo me quito mi blusa maldiciendo entre dientes para ponerme rápido la sudadera.

Lo volteo a ver cruzándome de brazos e inclinándome hacia atrás.

—Y bueno, te vas a quedar ahí como idiota o me llevarás a casa.

Se gira ligeramente boquiabierto a lo que yo alzo la ceja.

—Estoy ayudándote para que no te enfermes por la lluvia y tu ¿simplemente me insultas?

Niego con la cabeza y lo acuso con el dedo.

—Para empezar, nunca te pedí ayuda, así que hazme el favor de llevarme a mi casa o me bajo ahora mismo.

El abre la boca, pero un ruido lo detiene causando que me mire con desaprobación.

Yo me remuevo incomoda.

No es muy lindo que un chico escuche el sonido de tus tripas aclamando comida.

—No has comido.

Ni siquiera lo pregunto, solo lo dice como una afirmación para después sujetar el volante y comenzar a conducir.

—Que te importa, —agregó a la defensiva, pero después noto que ni siquiera le he dicho donde vivo y el ya está conduciendo a quien sabe donde—. Hey, hey, espera, ¿a donde carajo vas?

El me mira de reojo con el ceño fruncido.

—¿Tienes que ser tan grosera siempre?

—¿Y tú tienes que ser tan metiche?

Me ignora.

Ahora que lo pienso, creo que no tome la mejor decisión al subirme al carro de un extraño. Prácticamente me coloqué con moño y todo para un posible secuestro. Si me hubiera ido bajo la lluvia sola también pudieron haber pasado muchas cosas, pero al menos habría sido menos vergonzoso.

—No volveré a repetirlo, ¿a donde me llevas?

El da la vuelta saliendo de la avenida principal y dirigiéndose a una parte de la ciudad a la que nunca había estado.

Maldita sea.

Ya me puse nerviosa.

—A cenar, debes comer algo.

—No traigo dinero.

—No te preocupes por eso.

Detesto que me inviten.

No se si es una cuestión de orgullo o algo así, pero simplemente lo odio, aunque tampoco tengo el dinero suficiente para darme ciertos lujos, así que he ahí el dilema.

Pasan apenas un par de minutos cuando llegamos a un pequeño puesto de hot dogs en un callejón, hay bastante gente a pesar de la zona y todos conversan muy animados con la música de fondo.

—Espero te gusten los hot dogs— comenta el mirándome con una media sonrisa.

Yo simplemente abro la puerta y salgo observándolo todo.

Seré sincera, no me imagine que alguien vestido así viniera a un lugar como este, no está en una buena zona— creo que tendremos que cuidar que no le roben el auto—, y es el tipo de comida que aunque sabe deliciosa tiene el aspecto de dejarte al otro día con un espantoso dolor de estómago.

Escucho la puerta cerrarse tras de mi y camino al puesto, la pareja del carrito ven al desconocido y lo saludan de inmediato.

—¡Jack, tenía tiempo que no venías a vernos!

Así que Jack, ¿eh?

Sin duda tiene apariencia de un Jackson con apellido sofisticado.

El se acerca rápidamente te y abraza a la señora con cariño.

—Lo lamentó dulce, he estado bastante ocupado— comenta apenado al soltarla.

Saluda al otro señor con asentimiento de cabeza y yo me remuevo incomoda mientras todos en el lugar saludan al tal "Jack".

Dulce, quien he descubierto es esposa de Malcon, el cual es el dueño del puesto parece por fin reparar en mi presencia.

Sus ojos brillan al acercarse a abrazarme.

—¿Pero quien es esta linda muchacha?

Antes de que me toque me hago a un oso y estiro la mano.

Ella trastabilla un poco por lo brusco de mi movimiento, pero después sujeta mi mano con sus dos manos y me repasa con la mirada.

La mujer es chaparrita, como de 1.60, así que la altura conmigo es evidente tiendo en cuenta mis 1.76, siempre he sido bastante alta, su cuerpo es voluptuoso y tiene el aspecto de alguien que en su juventud tuvo a muchos y muchas tras de ella, y por la mirada que el señor Malcon le da; se que está muy orgulloso de estar a su lado.

Ni siquiera me molesto en contestar por lo que Jack lo hace apartando con suavidad las manos de la mujer de las mías. Que bueno, estaba a nada de hacerlo solita.

—Es una amiga Dulce, ¿podrías servirme tres hot dogs, por favor? Serán para llevar.

La mujer asiente sin dejar de mirarme a lo que camina hacia el carrito de nuevo.

—¿Son tus padres?

Pregunto después de unos minutos que nos quedamos solos.

El me mira y  niega  con la cabeza.

—Venía aquí con mi hermano cuando éramos pequeños, los conozco desde siempre.

Simplemente me quedo en silencio.

No puedo dejar de ver a Dulce.

Ella sonríe sin parar saludando a cada persona que llega al lugar, conversa con ella y los conoce a todos por sus nombres, de vez en cuando abraza a algunos y estos le corresponden el abrazo encantados. Su marido quien hace los hot dogs la mira sonriendo con los ojos brillantes. Casi todos los que llegan lo saludan a él también, pero a comparación de su esposa el solo responde con asentimiento de cabeza.

Lucen muy unidos.

Jack pasa una mano frente a mí causando que lo mire con molestia.

—¿Tus padres son dueños de la heladería?

Niego con la cabeza.

—Mi papá.

El asiente.

Antes de que pueda decir algo más la señora Dulce se acerca a nosotros con dos bolsas,  el se acerca a pagarle y se despida con un abrazo, entonces la mujer centra sus ojos en mi.

—Espero volver a verte cariño.

Asiento con la cabeza y alzó la mano un poco para despedirla.

—Adiós.

No volveré a verla.

Al regresar al auto le digo mi dirección a Jack y este conduce tranquilo a mi casa, ambos vamos en silencio con el leve sonido de la radio solamente.

El me mira de reojo varias veces, pero lo ignoro.

Al llegar a mi departamento de inmediato abro la puerta, pero el sujeta mi mano antes de irme.

—Yo, uhm...— luce nervioso—, ¿me prestarías tu baño?

El fue al baño mientras esperábamos los hot dogs.

Lo pienso un poco observándolo, luego me suelto de su agarre y me voy en silencio. El se queda allí observándome. Debe de ser bueno interpretando lo que una mujer quiere decir sin decir nada.

Porque yo dejo la puerta de mi casa abierta.

Y el entra después de mi.

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