40
No sabía a quién recurrir. Había pocos en los que podía fiarme incluso entre los míos. Ziloh, mi más íntimo amigo, había empezado a oír la voz... me dejó a mi suerte. Tampoco podía revelarles a los demás al respecto, cada vez que lo intenté... sentía que algo laceraba mi pecho.
De las notas de Zelif
Xeli soñaba con una desesperada carrera a través de la negrura insondable. La lluvia caía sobre ella como una lluvia de flechas. Cada gota impactaba como un proyectil y sacudía la tierra bajo sus pies. La tormenta rugía con una fuerza implacable, golpeando las paredes y los adoquines desgastados de las calles. Era la furia de la naturaleza misma la que la rodeaba y la debilitaba a medida que avanzaba.
Ella se resistía con todas sus fuerzas, gritaba y derramaba lágrimas en medio de la oscuridad. Pero esta oscuridad era diferente a cualquier otra que hubiera experimentado antes. Era más vacía y opresiva. Se trataba de una masa antinatural, un poder que aterrorizaba a Campanilla, el segundo latido en su interior.
Los instintos de Xeli se encendieron y ella giró bruscamente por el primer callejón que encontró. Sintió una poderosa energía burbujeando dentro de ella, ardiente y feroz. Era un poder al que comenzaba a acostumbrarse, pero que todavía la asustaba.
Golpeó las puertas de las casas, buscando desesperadamente refugio y ayuda. Ninguna se abrió y nadie respondió. Se volvió hacia atrás, solo para ver que la oscura masa se acercaba a ella a una velocidad aterradora. Se extendía como enredaderas trepadoras por las paredes, se deslizaba por el suelo como un líquido burbujeante y se cernía en el aire como una espesa bruma de pesadilla. Era una oscuridad eterna, un símbolo de decadencia, ruina y muerte.
Todo a su alrededor se desmoronaba y desvanecía como si hubieran pasado innumerables eras. La roca se deshacía, las plantas desaparecían y la tierra se volvía baldía. La ciudad misma se desvanecía, borrada de la existencia.
Y esa ominosa presencia se acercaba a Xeli.
Sombras grotescas se materializaron a su paso, tomando formas de personas o bestias, o ninguna de las dos cosas. Eran masas amorfas y deformes que obstruían su camino, forzándola a esquivarlas con todas sus fuerzas. Sus piernas impulsadas por el poder la ayudaron a moverse rápidamente. Pero una de esas criaturas logró arañarla con garras que surgieron y desaparecieron en un instante.
Un quejido escapó de los labios de Xeli. De repente, sintió que el poder que la había sostenido fluctuaba en su interior. Se debilitó momentáneamente, como si alguien o algo lo hubiera presionado, comprimido y encerrado. Xeli gritó, cayendo al suelo mientras escuchaba los angustiosos chillidos de Campanilla.
Se puso de pie tan rápido como pudo, justo cuando las sombras se abalanzaban sobre ella. Volvió a correr, sintiendo los latidos frenéticos de sus dos corazones. El miedo la invadió y el aire salía sin cesar de sus pulmones.
«¡Pueden arrebatarme el poder!», gritó en su mente mientras corría desesperadamente.
Azel le había advertido que era una Evaporadora, que tenía el poder de desaparecer. Si podía ocultarse, tal vez tendría una oportunidad de escapar de esta pesadilla. Pero ¿cómo?
Dos Habilidades Básicas creaban una Complementaria.
Xeli buscó en su interior y se aferró a un pilar brillante de poder concentrado, un poder que temía en ese momento. Se concentró para explorar el pilar del poder, expandiendo su mente y su visión.
Entonces observó algo diferente: el pilar dividido en dos secciones, tan parecidas como diferentes entre sí. Ambos pertenecían al mismo flujo de poder, a la misma esencia, pero eran inconfundiblemente dispares. Uno de ellos parecía desgarrador, quebrantador, descomponía todo lo que tocaba, mientras que el otro parecía estable, maleable, esperando pacientemente su orden.
«División y Expulsión», resonaron en la mente de Xeli las palabras de Azel. Con determinación, buscó ambos poderes y se aferró a ellos. La energía fluyó a través de ella, haciendo que Campanilla vibrara con intensidad.
Pero la oscuridad la alcanzó.
El poder antinatural, caótico, ruinoso y decadente, la envolvió, arrastrándola hacia su interior. Xeli se hundió en un abismo infinito en el que experimentó un proceso mucho más doloroso de lo que había imaginado. En lugar de simplemente desvanecerse, sintió una horrible sensación de desgarramiento, como si algo o alguien estuviera arrancando su piel de cuajo.
—No puedes hacer nada —susurraron miles de voces superpuestas, entrelazadas en una sola sinfonía de tonos tanto masculinos como femeninos, cada uno resonando con la ronquera áspera de una sierra carcomiendo madera vieja—. Tu voluntad no significa nada en este lugar. Me perteneces, ahora y para siempre.
Y en ese instante, Xeli vislumbró algo que yacía oculto en lo más profundo de la oscuridad, una forma grotesca que, en tiempos remotos, debió haber pertenecido a un ser humano. Pero ahora, esa figura se difuminaba entre las sombras, como si se hubiera fundido con ellas, convirtiéndose en una parte indivisible de la oscuridad que lo rodeaba. Las historias, leyendas y mitos convergieron en la mente de Xeli, y entre ellas, encontró una única explicación ante la abominable visión que se cernía ante sus ojos. Se trataba de un Desterrado de la Eternidad, uno de los Caídos del Portador del Olvido, seres condenados a vagar en el umbral del olvido y la existencia.
En un arrebato de terror y desesperación, Xeli gritó y sollozó, luchando con todas sus fuerzas por mantenerse con vida. Su sangre hervía en sus venas, clamando por una salvación que parecía imposible. Pero el esfuerzo fue en vano. La sangre de Xeli comenzó a desvanecerse, extinguiéndose como las llamas de un fuego que se apaga bajo el peso de la noche.
En medio de sus súplicas desesperadas y vanas, su cuerpo, desgarrado y ensangrentado, comenzó a caer lentamente, como si fuera arrastrado hacia el abrazo frío y eterno de una oscuridad infinita y lúgubre.
Un abismo sin fin se abrió bajo sus pies, tragándola en las fauces de un destino implacable y oscuro.
Campanilla se desvanecía.
—¡Xeli! —gritó una voz.
Y entonces, despertó.
Xeli tosió repetidamente y llevó una mano a su pecho instintivamente. Sus dos corazones latían desbocados. El mundo a su alrededor se veía borroso y oscuro. Alguien la sacudió con fuerza, pero ella se sentía demasiado débil para reaccionar.
—¡XELI! —gruñó la voz y ella se sobresaltó.
A través de la penumbra, distinguió la silueta de una figura sobre ella. Eran las facciones de un rostro sucio. Se trataba de Azel, quien la sostenía con preocupación y un toque de miedo en sus ojos. Xeli apenas pudo abrir los suyos y llevó una mano temblorosa a la cabeza, incapaz de ponerse de pie.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Azel, sin soltarla.
Xeli se esforzó por liberarse y habló con lentitud, incapaz de creer lo que había vivido.
—Tuve una pesadilla.
—Estabas gritando —murmuró Azel, su rostro perlado por el sudor.
Una lágrima rodó por la mejilla de Xeli. Pronto sus ojos se llenaron de lágrimas. Se abrazó a sí misma, sintiendo el frío que se extendía por la habitación oscura y vacía. No quería estar allí. Anhelaba regresar a su habitación, deseaba que su madre la abrazara.
—¿Cuándo cambió tanto mi vida? —se preguntó en voz baja.
Entonces recordó la oscuridad abismal, la decadencia que había experimentado en su sueño. Tembló, estremeciéndose de frío, miedo e inquietud.
De repente, unos brazos cálidos la envolvieron.
—Te protegeré —susurró Azel.
Xeli volvió la vista hacia él, sus ojos empapados de lágrimas. No había rastro de falsedad en el rostro del hombre, solo una sinceridad inquebrantable.
—Tenemos que detener a Ziloh —dijo Xeli con voz temblorosa.
Azel no respondió de inmediato, sus manos temblaban en su abrazo.
—Tenemos que resolver todo esto —repitió Xeli una vez más, sollozando en los brazos reconfortantes de Azel—. Tenemos que encontrar una solución.
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