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Además, sin él, ¿Qué hubiera sido de la Devastación? ¿Qué hubiera sido de nosotros? Diane estaba muy débil para el final de la guerra; había conseguido expulsar al Portador del Olvido de nuestro plano mortal y, por ello, su presencia en nuestro reino pronto terminaría.

De Sangre y Ceniza: prólogo.


Xeli Stawer, la segunda vástaga de lord Haex Stawer y lady Jhunna Stawer, nobles señores de Sprigont, avanzaba entre las joyas encuadernadas de la imponente biblioteca de la catedral del Héroe. Las estanterías, altas y llenas de conocimiento, formaban un espectáculo visual que creaba corredores semejantes a un laberinto cautivador. La luz se filtraba por las vidrieras y lámparas sostenidas por petralux, guijarros que irradiaban una suave y delicada claridad. Xeli había oído rumores de que los petralux de Sprigont brillaban con más intensidad, pero nunca tuvo la oportunidad de comprobarlo.

En aquella tierra, el fuego representaba un peligro y las lámparas de aceite estaban prohibidas para evitar desastres. Esto podría resultar en la pérdida de valiosos libros o en algo aún más siniestro. Xeli, portando una lámpara de mano, buscaba un libro en particular. Favel, curiosa, le preguntó por el libro mientras observaba la pila que el sacerdote llevaba tras ellas. Este solía asistir a Xeli con los libros.

—Es un libro muy especial y secreto —respondió Xeli con voz misteriosa.

Favel insistió, frunciendo el ceño y mostrando disgusto. Xeli soltó una carcajada al ver su expresión.

—¿Qué tiene de especial? ¿Qué tiene de secreto? —insistió Favel, arrugando la nariz y poniendo cara de enfado. Xeli soltó una carcajada al verla así—. ¡Llevas toda la mañana dándome largas! Déjame ayudarte, anda.

Sin embargo, Xeli rechazó la oferta con un gesto.

—Ya te lo dije, es un libro muy especial y secreto. No puedo decirte más. Tienes que verlo con tus propios ojos.

—¿Y esos otros libros? Apenas los has mirado —preguntó Favel.

—Son para más tarde. Tengo un plan. Son libros muy interesantes e importantes —explicó Xeli.

Antes de que Favel pudiera replicar, Xeli la interrumpió, entregándole la lámpara de petralux. Se apresuró hacia una estantería donde había visto el libro ansiado. Con habilidad, subió a una butaca y, de puntillas, extendió su brazo para alcanzarlo. Con una sonrisa, lo tomó entre sus manos. Hacía años que no sostenía aquel libro: Sangre Oscura, con su cubierta de cuero recién renovada contrastando con las páginas envejecidas.

—¡Lo tengo! —exclamó Xeli con entusiasmo, bajando de la butaca para mostrarle el libro a Favel.

—¡¿Qué estás haciendo?! —exclamó Favel, aterrada, acercándose lo suficiente para hablar en privado—. Si Loxus se entera, nos matará.

—No te preocupes. Hablé con Loxus y me dio permiso, siempre y cuando cumpla una condición.

Favel mostró incredulidad ante tal afirmación.

—¿Y no me dirás cuál es esa condición? —preguntó Favel tras un largo silencio.

Xeli sonrió sin responder. Favel suspiró, resignada.

—Está bien, pero espero que no me involucres en problemas.

Xeli respondió con una risa y cambió de tema.

—¿Cómo va todo en el refugio? Hace mucho que no paso por allí.

Favel sonrió levemente.

—Las cosas están mejorando. Ya no estamos tan saturados de gente. Hace años que no veía el lugar tan...

—¿Vacío? —interrumpió Xeli.

—Tranquilo —corrigió Favel—. Kuxa finalmente parece en paz y se dedica a lo que le gusta: cuidar de los niños.

Xeli bromeó sobre cómo el refugio parecía más un orfanato bullicioso y mencionó sus experiencias con los niños. Favel estalló en risas.

—Hay más niños que antes. Son un caos, y el estrés me está haciendo perder cabello. Pero por primera vez en mucho tiempo, no tenemos que preocuparnos por los gastos o la atención a las personas. Los refugiados pueden trabajar en los campos o donde prefieran. Todo gracias a ti —dijo Favel.

Xeli se ruborizó y restó importancia a su contribución.

—No-no es para tanto —dijo Xeli, tartamudeando un poco—. Solo hablé con mi padre para que los Heroístas tuvieran cosas que hacer. Él aceptó porque le convenía inaugurar esos nuevos campos de plantación. Además, Ril fue quien finalmente lo convenció, mencionando que mis hallazgos sobre botánica podrían cambiar Sprigont. Así que, en realidad, no hice casi nada.

Favel rio y elogió a Xeli por su nobleza y sus esfuerzos.

—¿Estás segura de que no es mucho? —cuestionó Favel, riendo—. No tenías por qué hacer todas las cosas que hiciste. No tenías que ayudarnos; podrías haber avanzado mucho más rápido en tus investigaciones sin la necesidad de esos nuevos campos de plantación. Xeli... ¡Eres una noble! Eres la hija del gran señor, si no me equivoco, y tienes una A+ en sangre, una de las más cercanas a los dioses —dijo Favel con admiración—. Y nosotros, bueno, no somos más que simples O. No somos gran cosa, ¿sabes?

» Fue extraño cuando comenzaste a hablarnos —continuó Favel, sacando a Xeli de su ensimismamiento—. A pesar de todo, encontraste la manera de ayudarnos, de ayudarme. Eres mi primera y mejor amiga, Xeli.

Xeli se ruborizó más.

«Tú también eres mi primer y mejor amiga»

Pronto llegaron a la sala de lectura que Xeli había reservado. Un silencio incómodo se instaló entre ellas.

—¿De verdad crees que la Devastación puede dar vida en lugar de simplemente quitarla? ¿Crees que la Bendición del Héroe es completamente cierta? —preguntó Favel con un escalofrío en su voz.

Los ojos de Xeli brillaron.

—¡Por supuesto que s-sí! —exclamó con emoción—. Y no solo por la fe que le tengo al Héroe. Es una teoría, nada más, pero estoy convencida de que es verdad. He-he leído muchos libros que cuentan cómo Sprigont, antes de que todo se fuera al infierno, era un paraíso comparado con Varmang. Los bardos cantaban que no había lugar más puro y hermoso, pero ahora solo vemos tinieblas y podredumbre. Tierras áridas y criaturas desaparecidas, un cielo enmarañado. Pero... pero aún seguimos aquí, ¿verdad? Y aunque la Devastación nos quitó muchas cosas, también nos trajo otras nuevas.

—Nevrastar... —susurró Favel, estremeciéndose.

—Si las cosas salen bien, podríamos iniciar grandes plantaciones de trigo y reducir el hambre —sonrió Xeli—. Además, me encantaría poder comer pan más de un par de veces al año. ¿Y tú?

Favel soltó una risita.

—Kuxa te ha preguntado, ¿sabes? —dijo Favel.

Xeli sintió un escalofrío.

—Favel...

—Debes hacerlo pronto.

—Estoy muy ocupada, no tengo por qué...

—Sí, debes hacerlo —interrumpió Favel con una sonrisa.

—Pero la última vez acabé con retorcijones en el estómago —confesó Xeli, aterrada—. Los cirujanos culparon a los cocineros. Tuve suerte de evitar que los despidieran o algo peor.

—Eres toda una dramática, Xeli.

—No soy dramática —farfulló la joven señora.

—Ella te extraña. Deberías ir —insistió Favel—. ¿O quieres que le diga que no volverás nunca más?

—Está bien, iré —cedió Xeli, apresurando el paso—. ¡Pero no pienso comer absolutamente nada!

—¿De verdad crees que Kuxa te dejará irte sin comer?

El estómago de Xeli se revolvió en el momento. Amaba a Kuxa, pero detestaba su comida. En Sprigont, la comida carecía de sabor, y con Kuxa como cocinera, Xeli se sentía destinada a un desastre. Su madre estaría aterrada si la viera comer algo así. Aunque rara vez cocinaba, siempre insistía en hacerlo ella misma cuando Xeli la visitaba.

—Por la espada del héroe, Favel, te lo suplico, ayúdale en la cocina el día que vaya —rogó Xeli con voz angustiada.

—Está bien —aceptó Favel y luego sonrió con malicia—. Pero tendrás que decirme cuál fue la condición para que te prestaran ese libro.

Xeli se mordió el labio, titubeando.

—Eso es... eso es...

—Vamos, no seas tímida —la animó Favel—. O prefieres probar el guiso de Kuxa.

Xeli se estremeció al recordar el sabor amargo y rancio de esa comida. Detrás de ellas, el sacerdote que cargaba los libros soltó una carcajada. Xeli se giró y le lanzó una mirada furiosa, pero el hombre no se inmutó.

—No te rías, Bukal —le dijo Xeli con fingida dulzura—. Te guardaré un poco de ese guiso para que lo pruebes.

El sacerdote palideció al instante. Xeli sonrió satisfecha ante su expresión de terror.

Encontraron una mesa vacía y apartada. Favel colocó la lámpara en el centro, pero su luz parecía diminuta en aquella amplia biblioteca. El sacerdote dejó los libros y Xeli lo despidió. A pesar de su avanzada edad, frunció el ceño al ver el libro que poseía Xeli, pero se retiró sin decir nada, obedeciendo la petición de la joven señora.

Era natural que recibiera esas miradas. Después de todo, no se trataba de un libro común. Era «La Cantata del Fuego», una narración en primera persona sobre eventos de hace dos mil años, durante la guerra que casi destruyó a los tres reinos. Pretendía ser una representación cruda y despiadada de los enfrentamientos entre Rakuem, Infernis y Edjhra. Algunos afirmaban que reflejaba la crueldad absoluta de aquella época.

Xeli recordó haber ojeado este libro al inicio de su camino en el heroísmo. Lo había tomado furtivamente después de que Loxus se lo prohibiera. Aquella noche, las pesadillas la atormentaron, y aún seguían estremeciéndola. Sin embargo, ahora estaba convencida de que aquel libro no era lo que todos creían. Era una mera copia censurada del original, Sangre y Ceniza.

Hace dos mil años, uno de los discípulos del Héroe escribió Sangre y Ceniza, pero el Gran Consejo lo prohibió y limitó su distribución. Xeli suponía que podría haber alguna copia en la catedral, pero, a pesar de tantos años de búsqueda, aún no la había encontrado. ¿Qué misterios aguardarían en aquel libro?

Sangre Oscura era un intento de representar la verdad oculta de Sangre y Ceniza, aunque parecía más de lo que realmente era. La mayoría de los detalles importantes estaban censurados, con epígrafes faltantes e incluso capítulos enteros en blanco. Tal vez por eso los dianistas nunca intentaron destruirlo. Narraba el enfrentamiento casi fatal de Rakuem y Edjhra contra los demonios de Infernis y cómo lograron superarlo gracias a Diane y al Héroe, quienes sellaron al Portador del Olvido.

—¿Qué esperas encontrar ahí? —preguntó Favel—. Además, ya has leído cientos de veces sobre la Cantata del Fuego. Sangre Oscura no es diferente. Solo es... Ya sabes cómo es.

—La última vez no pude terminarlo y Loxus me regañó —respondió Xeli, hojeando las páginas del libro—. Los demás libros siempre omiten cosas importantes. Sangre Oscura también lo hace, pero creo que menos que muchos otros.

—Estás husmeando sobre los Hacedores de Sangre, ¿verdad? —soltó Favel.

Xeli no contestó, pero se tironeó del colgante.

—Lo sabía —dijo Favel triunfante—. Todos estos libros tienen algo en común. No solo hablan sobre la Cantata del Fuego. Todos mencionan a los Hacedores de Sangre.

—¿Cómo lo haces? —preguntó Xeli, alzando la vista del libro y frunciendo el ceño. Odiaba y amaba que su amiga siempre la descubriera. Por eso le encantaba jugar al despiste, era como su forma de desquitarse.

—¿Hacer qué? —respondió Favel.

—Esto. Atraparme. Pensé sorprenderte un poco.

Favel estalló en carcajadas.

—Eres muy predecible con estas cosas. Se refleja en tus ojos. Además, soy tu mejor amiga, te conozco mejor que nadie —Xeli no respondió—. Siempre buscas una excusa para investigar sobre los Hacedores de Sangre, incluso cuando te dedicas a otros temas. Dime, ¿qué buscas ahora?

—No lo sé —contestó Xeli finalmente—. Algún indicio, supongo.

—¿Sobre el asesino?

Xeli asintió.

—Se trata de un Hacedor de Sangre. Encontraron su espada en el suelo junto a los cadáveres.

—Imposible —negó Favel, sacudiendo la cabeza.

—Jamás lo hubiera creído. Pero... la vi.

—¡¿La tocaste?!

—Cuánto me hubiera gustado hacerlo —replicó Xeli con una chispa de humor—. No, solo la admiré desde la distancia. Era tal como los libros la describen. Inigualable. Percibí algo emanando de ella.

Xeli recordó cuando los guerreros de su padre le mostraron la espada, con semblantes de pavor y asombro. Había visto la espada por azar, mientras pasaba por el salón real. Habría evitado a la Caballera Dragón, pero su curiosidad la impulsó a fisgonear. Por suerte, su hermano Rilox le ordenó retirarse, evitando una posible reprimenda de sus padres. Aún debía una disculpa a Rilox por no haberlo acompañado con música esa noche.

—Los Hacedores de Sangre son increíbles, Favel —dijo Xeli con entusiasmo—. Tienen habilidades inimaginables. Se rumorea que pueden desaparecer en un abrir y cerrar de ojos, pulverizar cualquier cosa con solo tocarla y curar heridas que parecen mortales.

Favel sonrió, embelesada.

—Y también pueden moverse por el mundo como si fueran el viento —añadió Favel—. O detener a un ejército entero con solo levantar la mano.

Xeli escudriñó entre las páginas del libro Sangre Oscura y leyó los epígrafes con atención. Recordó uno en particular y, al hallarlo, miró a su amiga.

—«Todos ostentan grandes habilidades—recitó—, pero no todos son iguales».

Favel iba a hablar, pero Xeli la interrumpió.

—Espera, espera —dijo Xeli y continuó revisando los epígrafes. Se detuvo en uno cercano—. «Sus espadas de sangre parecen vinculadas a ellos, como ocurrió con la espada del Héroe o el colgante de la diosa Diane, benditos sean sus nombres, y les permiten replicar sus poderes». Esto es lo que busco.

Favel asintió, mostrando su intriga. Ella también conocía estos temas y compartía la afición por los Hacedores de Sangre, aunque con menos obsesión que Xeli.

—¿Qué buscas exactamente? —preguntó Favel.

—Los poderes del asesino —respondió Xeli—. Si la espada conserva sus poderes, debe haber una forma de descubrirlos. ¿No te parece?

Favel dudó antes de responder.

—No estoy segura —confesó—. Los Hacedores de Sangre son muy cuidadosos con sus poderes. Hablamos de las personas más poderosas de Edjhra. Saben guardar secretos. Ni siquiera conocemos sus poderes exactos. ¿Cómo vamos a identificarlos con su espada si desconocemos sus habilidades? ¿Y cómo podríamos conseguirla?

Xeli asintió, reflexiva. Había llegado a esa conclusión días atrás, pero eso no mermaba su determinación.

—Conocemos algunas cosas, aunque sean pocas —expresó con emoción—. ¿Sabes por qué no conocemos nuestro tipo de sangre hasta los ocho años?

—Para ocultar las habilidades de los Hacedores de Sangre —contestó Favel rápidamente.

—Correcto —asintió Xeli—. Es una estrategia del Gran Consejo para mantener el secreto. Hace dos mil años, D-diane otorgó su sangre a ocho nobles de Edjhra y cada uno reaccionó de forma única. C-cada tipo de sangre otorga poderes distintos. La nobleza posee tipos de sangre con letras, como A o B. Los más cercanos a los dioses tienen ambas letras, mientras que los Sin Marcador, los O, ocupan el rango más bajo. ¿Por qué la jerarquía se basa en el tipo de sangre y no en riquezas o tierras? La verdadera fuerza reside en los Hacedores de Sangre. Si surge un Hacedor con marcador, su poder será mayor y ascenderá en la jerarquía.

—¿De dónde sacaste eso? —inquirió Favel con escepticismo, aunque no ocultó su curiosidad.

—Es solo una teoría —respondió Xeli con una sonrisa—. Pero volviendo al tema principal, tal vez no podamos descubrir más sobre sus poderes, pero sí quiénes son. Dame ese libro.

Señaló un libro con cubierta carmesí y de gran tamaño que Favel reconoció de inmediato. Ambas lo habían revisado muchas veces.

Hacedores de Sangre —leyó Favel y guardó silencio, comprendiendo la situación—. ¡Devastadora genio!

Y se llevó las manos a la boca por tal inusitada exclamación.

Xeli sonrió. Apreciaba la sencillez de Favel, pues podían hablar sin formalidades, como amigas.

—Este libro es increíble, Favel —balbuceó Xeli, emocionada—. Contiene información de todos los Hacedores de Sangre nacidos en Edjhra, con sus nombres y casas. Hay tres copias en la capital de cada continente, custodiadas por los Hieráticos y el Gran Señor. Si el asesino está en este libro, tal vez no lo reconozcamos por sus dones, pero sí por su espada y su rango.

—Son muchos para encontrarlo en un día —dijo Favel.

—Pero si lo logramos, podríamos desmentir rumores sobre los heroístas y protegernos —agregó Xeli.

Favel asintió enérgicamente.

—¿Recuerdas cómo era su espada?

—Nunca la olvidaré —respondió Xeli, estremeciéndose al recordar la hoja sin brillo—. Pero no hay tantos Hacedores de Sangre como piensas. Son raros, muy raros. Quizá haya media docena en todo Sprigont, y eso siendo generosa.

Favel asintió con cautela, evitando herir los sentimientos de Xeli.

—Hace décadas que no surge un nuevo Hacedor de Sangre en la Tierra Corrompida —comentó suavemente.

El legendario poder de los Caballeros Dragón, otorgado por la Deidad Inmortal a los primeros nobles que respondieron a su llamado, era inicialmente exclusivo de la nobleza. Sin embargo, la Devastación cambió todo. Edjhra sufrió un giro drástico; Sprigont, antes el continente más fértil, se transformó en una aberración decadente y oscura. Con la Devastación, el poder de los Hacedores de Sangre se extendió más allá de la nobleza, permitiendo que cualquier hombre o mujer, noble o no, pudiera emerger como Hacedor de Sangre a partir de los ocho años.

Aunque las probabilidades eran considerablemente mayores para la nobleza, debido a su vínculo con la sangre, la posibilidad de que alguien de la aristocracia se convirtiera en Hacedor de Sangre seguía siendo notablemente baja.

Xeli sostenía ambos libros, sintiéndose débil y distante. El recuerdo de un sueño truncado la invadió nuevamente. La esperanza que había tenido de ser una Hacedora de Sangre, prometida en su niñez, aún le dolía.

Xeli adoptó una mirada perdida e inclinó la cabeza sin darse cuenta.

—Xeli... —dijo Favel, tomando sus manos con calidez—. Entiendo cómo te sientes, pero no debes esforzarte tanto. No podemos conocer todo sobre los Hacedores de Sangre.

Xeli no respondió. Todo le parecía oscuro y lejano. Apenas podía escuchar la voz de su amiga Favel, que le llegaba comprimida, como si tuviera los oídos taponados. Su mente intentaba protegerla, evitando que escuchara algo que la dañara aún más. La joven señora se esforzó por apartar de su cabeza los pensamientos que la atormentaban desde que tenía ocho años.

Favel, intentando consolar a Xeli, le ofrecía su apoyo incondicional. Aunque Xeli lo valoraba, sabía que Favel no podía comprender totalmente su dolor. Xeli deseaba evitar el tema y continuar hablando de sus descubrimientos, pero no encontraba las palabras adecuadas. Un nudo se formó en su garganta y notó la expresión de pesar en los ojos de Favel, lo cual agitó su corazón.

—Lo siento —dijo Favel—. Sé que prefieres no hablar de esto... Pero es importante dejarlo ir. Pensar en otras cosas. Todos soñamos alguna vez con ser Hacedores de Sangre. Yo creía que, de ser una, podría ayudar a mi familia por mi cuenta. Pero es solo un sueño. La posibilidad de ser un Hacedor de Sangre es casi nula. Debemos seguir adelante.

Favel ofreció una sonrisa reconfortante, pero esto solo intensificó el dolor de Xeli. La joven llevó una mano hacia el colgante del héroe y tiró de él con dedos sudorosos.

«¿Cómo puedo simplemente olvidarlo, Favel? Me engañaron... ¿Cómo puedo perdonar eso?», pensaba Xeli, recordando aquel día en la catedral, las expresiones de decepción de su padre, su madre, el Hierático Zelif, lady Cather y la risa del Lord Hacedor de Sangre.

Recordó el miedo de aquel día, el terror que recorrió su cuerpo. La confusión. Y ella... Y ella...

«¡No!», gritó en su interior.

Xeli respiró hondo y apartó esos pensamientos a un rincón oscuro de su mente. Soltó las manos de Favel y forzó una sonrisa para tranquilizar a su amiga.

—Se trata de saber dónde buscar —dijo Xeli, recuperando su compostura—. Lady Cather ha movilizado a un centenar de hombres y ha asignado una parte de la guarnición en la búsqueda del asesino. Pero hasta ahora, no han encontrado nada nuevo. Es nuestro momento para marcar la diferencia como estudiosas de los Hacedores de Sangre. Podemos presentar pruebas a lady Cather y demostrar que los heroístas somos inocentes. No permitiremos falsas acusaciones.

Xeli mantuvo su sonrisa, brillante a pesar de la mirada inquisitiva de Favel, quien optó por no preguntar más. Xeli se concentró en el libro Sangre Oscura, revisando primero el índice y luego las páginas rápidamente. Anotó en una libreta cada mención de los Hacedores de Sangre, planeando revisar estos textos a fondo más tarde. Favel, tomando el libro Hacedores de Sangre, comenzó a tomar notas similares, enfocándose en los nacidos en Sprigont.

—Ah, aquí estaban —interrumpió Loxus.

Xeli se sobresaltó y sintió vergüenza cuando Favel le sonrió. El anciano, vestido con una sotana negra, las miraba con ternura.

—¡Loxus! —exclamó Favel, contenta.

El anciano se sentó y revisó los libros.

—¿Investigando nuevamente sobre los Hacedores de Sangre? —preguntó el Hierático con una sonrisa simpática—. ¿Es eso o están buscando algo sobre lady Cather? ¿Un secreto sobre la famosísima Caballera Dragón? —de pronto apoyó ambos brazos sobre la mesa y se acercó a ellas, susurrando conspiratoriamente—. ¿O es sobre el asesino, quizá?

Las chicas no respondieron.

—Ya veo —dijo Loxus, riendo entre dientes—. Deberían tener cuidado con esos temas. Xeli, tu padre confió la investigación a la Caballera Dragón. Deberías enfocarte en otras cosas. Te presté Sangre Oscura para que te distrajese y comprendas los conflictos entre las religiones y lo que debes evitar hacer.

—Lo entiendo —replicó Xeli con firmeza, mirando a Loxus a los ojos—. Pero no podemos quedarnos sin hacer nada. Si encontramos una pista sobre el asesino, podríamos detener las difamaciones contra los heroistas. Mi padre ya nos acusa. Necesitamos defendernos. No toleraré falsas acusaciones.

Loxus escuchó atentamente y luego respondió.

—Tienes razón —respondió el Hierático—. Pero deben tener cuidado con lo que hacen, con lo que dicen. Especialmente tú, Xeli, que te cuesta tener la boca cerrada muchas veces. Está bien que busquen la manera de defendernos, pero no podemos atacar. Somos menos y somos los principales acusados. Tenemos que ir con cuidado, con cada cosa que hagamos a partir de ahora. Si no, todo será peor.

—¿Y qué hay de lo que hizo en el velatorio de Zelif? —preguntó Xeli, decidida—. Usted dijo que debemos ser cuidadosos con lo que decimos. ¿Qué quiso decir con «viejo amigo»? Solo lo vi hablar con Zelif durante la firma del tratado.

—No te preocupes por eso —dijo Loxus, restando importancia al asunto—. ¿No deberías pensar en el baile de esta noche?

Xeli abrió la boca para replicar, pero se quedó sin palabras cuando recordó lo que el anciano le había dicho antes.

«¡Por la Devastación! Lo había olvidado», pensó, sintiendo un escalofrío.

Xeli jugueteo con su colgante.

—No quiero ir —balbuceó Xeli, mirando al suelo—. Nunca me he llevado bien con la nobleza, siempre me miran raro. Asistirá todo el mundo, además, no sé bailar.

Loxus y Favel rieron.

—No quiero ir no porque no sepa bailar —se defendió con torpeza—. Sino porque es un baile en honor a lady Cather y no quiero verle la cara. Pero no importa eso, mira todo lo que está pasando, Loxus. Tengo que hacer algo, tengo que ayudar. No puedo ir a un ba-ba-baile.

—Ay, mi niña —dijo Loxus, sonriendo—. Aún eres joven y te preocupas por muchas cosas. Son tiempos difíciles, pero necesitas descansar y relajarte. Está bien que quieras ayudar, pero también debes tener tiempo para ti. Una noche fuera no significa que todo acabará.

«Así es como me gusta pasar mi tiempo, leyendo», pensó Xeli, pero sabía que la réplica no funcionaría.

—No voy a un baile desde hace años —dijo—. Será un desastre.

Un sacerdote se acercó a Loxus para susurrarle algo. Loxus se levantó.

—Disfruta del momento —dijo mientras se alejaba—. Debo irme. Recuerden la condición por la que les presté Sangre Oscura. Aún tienes tiempo, Xeli, antes del baile.

Favel frunció el ceño.

—¿Qué condición? —preguntó.

—Pues... —Xeli tiró de su colgante.

—Xeli...

La joven señora rio con nerviosismo.

—No es nada... una tontería —su amiga no le quitó la mirada de encima—. Así que... ¿Qué tal vas con eso de ordenar los libros que dejan los visitantes?

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