38
No ignoro que no debería escribir esto, el mero hecho de intentarlo es una sentencia. Me acecha, como también sé que acecha a los demás, aunque ninguno se percate de ello. Pero debo hacerlo de todos modos. Ahora que entiendo su significado, debo hallar una manera de detenerlo.
De las notas de Zelif.
Xeli aspiró con fuerza.
El aliento helado del viento le rasgó los pulmones y un acceso de tos la sacudió. Sentía una presión en el pecho que competía con el abrazo gélido. Alzó la vista, sintiendo todavía la mente embotada.
La oscuridad la envolvía, sumida en una negrura espesa. Apenas distinguía las sombras que dibujaban los contornos, gracias a un solitario rayo de luz que se colaba desde una grieta en el muro. A lo lejos, divisó a un hombre tendido, convertido en un fardo de harapos humanos.
El asesino.
Un escalofrío le recorrió la espalda. Movida por el impulso, se incorporó y retrocedió con una mano en el cuello, buscando un colgante ausente. Azel, levantando apenas los ojos para encontrarse con los suyos, irradiaba fatiga. Parecía irrisorio que alguien tan extenuado pudiera erguirse y lanzar un ataque.
—Todavía respiras, ¿eh? —masculló Azel con una sonrisa torcida.
En ese instante, los recuerdos asaltaron a Xeli como olas sucesivas, trayendo imágenes de un pasado cercano pero extraño, similares a sueños fugaces. Le costaba asir esas memorias, evocando un dolor irreal, una angustia que su mente preferiría olvidar.
—Tú eres el asesino... —susurró Xeli, retrocediendo un paso—. Tú mataste a Cather...
El gesto amargo de Azel dio paso a una carcajada sarcástica. Las palabras de aquella noche en la que se infiltró en la catedral resonaron en respuesta.
—Vamos, apenas si logré distraerla por un segundo. ¿Matarla? Si lo hubiera intentado, nosotros la hubiéramos palmado. Sobrevivir ha sido pura suerte, nena.
La mano de Xeli descendió a la empuñadura de la espada, cuyo resplandor era níveo. Pero la soltó de inmediato, un temor repentino la paralizó. Todo había comenzado con esa espada.
—¿Quién eres? —inquirió Xeli al reincorporarse—. ¿Por qué me salvaste? ¿Por qué apoyaste a los heroístas? ¿Qué te define? ¿Y por qué... por qué mataste a Zelif?
El silencio precedió a las palabras de Halex.
—Siento toda la mierda que ha pasado—sus palabras fluyeron pausadas.
—Tú eres el Hacedor de Sangre —espetó Xeli, con voz temblorosa pero firme—. Nos has traicionado a todos... Nos has implicado en tu crimen... El refugio será acusado de conspiración por albergarte. Vendrán las represalias, quizás algo aún más atroz... ellos...
Las vidas de todos los que conocía estaban en peligro.
—¿Por qué? —bramó Xeli—. ¡¿Por qué asesinaste a Zelif?!
Azel se encogió ante las acusaciones.
«Nos traicionará», aquella premonición había resonado hace eones.
«No hará nada. No representa amenaza alguna», había respondido una voz velada.
Xeli mantuvo la vista fija en el hombre caído ante ella. Azel, por su parte, no había permanecido inmóvil. Había actuado, había intervenido. Él había entregado todo para rescatarla. Recordó el caos tras la muerte de los sacerdotes, cómo él había cuidado de los heridos, recorriendo incansablemente la catedral.
Ese hombre no era el despiadado asesino que el mundo creía.
—No quería, te lo juro —dijo Azel con voz quebrada—. No fue cosa mía. Pero por mi culpa... han muerto personas y morirán más.
—¿Quién te mandó hacerlo? —preguntó Xeli—. ¿Ziloh?
Azel asintió, sus ojos eran tan negros como un pozo profundo
Xeli siempre había visto astucia y maquinación en los ojos de Ziloh. Si tan solo no hubiera perdido su colgante, podría haber convencido a Cather. Que cerca había estado de conseguirlo.
—No me acuerdo de casi nada... —continuó Azel, abatido—. Fue hace mucho... Solo tengo fragmentos. Estaba con Ziloh, en un lugar oscuro como una cueva. El dolor era insoportable...
«El vínculo», pensó Xeli.
—Ziloh era como un padre pa' mí —confesó Azel, con una sonrisa torcida—. Él me cuidó y defendió cuando yo no era nadie. Un chaval sin familia ni colegas. Fue mi todo. Ziloh me metió la fe, me hizo Hacedor de Sangre y matón.
Llevó una mano a su pecho. El recuerdo la golpeó de nuevo, sentía el corazón helado como si una mano se cerrara entorno a él. Se encontraba hiperventilando y sus manos temblaban. No podía echarle la culpa al frío, pues no había señales de él. Solo calor.
Y la imagen del hombre resurgió en su mente. No era la del anciano lanzando discursos contra la religión, ni siquiera la del sacerdote amable. Era algo más profundo, un recuerdo de nueve años atrás. Ziloh como una sombra, un rastro de caos.
—Yo creía en él... —dijo Azel.
—¡Pero él te ordenaba matar! —rugió Xeli—. ¿A cuántos inocentes has asesinado antes que a Zelif?
Y el fuego interno se avivó. Campanilla aulló, el calor la recorrió, envolviéndola como una llamarada. Su corazón bombeaba, sincronizado con el segundo latido. En el fondo, sintió un bombeo nuevo, casi imperceptible, casi como si se tratara de un tercer latido.
Algo en la oscuridad pareció agitarse, una masa amorfa de tinieblas sobre el hombro del asesino. Al poco, esa masa se desplazó hacia la oscuridad, desvaneciéndose.
Y de repente, Azel parecía tan pequeño.
—Esto no tenía que pasar —dijo Azel, con voz ronca—. Yo pensaba que hacía lo correcto. Que defendía la religión. Que era un héroe, como me dijo Malex.
—¿Pero por qué mataste a Zelif? —inquirió Xeli—. ¿Qué ganabas con eso? ¿Cómo era una amenaza el Hierático?
—Ziloh me mandaba cargarme a los que eran un peligro, los que podían joder la fe; asesinos, ladrones... Yo creía que protegía. Pero era mentira... Nunca lo hice.
» No sabía que Zelif iba a ser mi blanco. No lo vi venir. Mi misión era matar a un tío que salía de la Catedral del Héroe, con máscara y cojeando—Azel levantó la cabeza, sus ojos estaban llorosos—. No supe que era Zelif hasta... hasta que ya no había vuelta atrás.
Un grito se ahogó en la garganta de Xeli.
—No quería... —continuó Azel—. Yo admiraba a Zelif, fue él quien me enseñó la bondad. Me dijo que ayudara, que curara en vez de pelear. A él le debo lo que sé de medicina.
—¿Dentro de la Catedral del Héroe?
—Zelif sabía que se iba a morir... antes de que pasara —explicó Azel, cansado—. Él quería cambiar las cosas, que todo fuera diferente para todos. Pero Ziloh se negó. Por eso lo mató.
—Y cargó a los heroístas con la culpa...
La ira en Xeli cedió, semejante al aliento de un hombre exhausto. Ella se dejó caer al suelo, manteniendo una prudente distancia del asesino, y llevó ambas manos a la cabeza mientras el calor se desvanecía. Se preguntó si podía creer en las palabras del hombre.
Al levantar la mirada, observó a Azel. Parecía aún más exhausto y desolado que ella, un Hacedor de Sangre, un ser de gran poder. Había arriesgado todo para salvarla.
—No hay salida —escupió el asesino—. Los perros de Walex nos tienen acorralados. Las calles rebosan de soldados, y la bruja de Cather ronda incansable por el norte. Si salimos, estamos muertos.
—¿Y los heroístas? ¿Qué ha sido de Favel, Loxus, Kuxa? —indagó Xeli.
Azel tardó en responder.
—Están bien, aunque dicen que quien nos ayude será considerado cómplice.
Eso era un alivio.
—¿Y mi familia?
—Stawer no ha abierto la boca desde el anuncio —dijo Azel—. Ahora somos terroristas.
Xeli permaneció en silencio, sus ojos se posaron en la espada del asesino. La hermosa hoja, que resplandecía en la penumbra sin irradiar luz, le hacía preguntarse sobre el proceso de forjado de tales armas divinas.
—Lady Cather pensó que yo había asesinado a Zelif —comentó Xeli—. Creyó que la espada era mía por el glifo.
Azel evitó la mirada hacia la espada y desestimó la idea con un gesto.
—No —insistió Xeli—. Ella creía que la espada era mía por el glifo. Afirmó que yo ansiaba convertirme en un heraldo del Héroe.
Azel no miró el arma.
—¿Qué glifo? —preguntó con un gruñido.
Xeli señaló hacia la guarda de la espada. Azel entrecerró los ojos y observó la espada, extendió la mano hacia ella, pero luego se retractó y se acurrucó sobre sí mismo.
—No hay ningún glifo.
Confundida, Xeli avanzó hacia la espada. Azel no reaccionó. La hoja de sangre yacía en el suelo, cubierta de polvo. Xeli había anhelado empuñar una de esas espadas, pero ahora la veía como algo sin valor. Aspiró el aire profundamente, clavando la mirada en Azel, quien permanecía absorto. Cerró los ojos, contuvo el aliento y luego tomó la espada, sintiendo un leve cosquilleo en el brazo, una sensación que se esfumó rápidamente. ¿Era eso todo? Esperaba algo más al tomar un arma divina. Pero no había nada.
Volvió la vista hacia la guarda y allí estaba el glifo truncado de la dualidad. Se acercó cautelosamente a Azel.
—Mira —dijo Xeli, señalando el glifo.
Azel no levantó la vista.
—Es el glifo de la dualidad. Hace más de dos mil años, simbolizaba tanto a Diane como al Héroe. Fue un ideal de esperanza en Edjhra antes de la Devastación. Pero tras la catástrofe, muchos lo abandonaron. Algunos intentaron preservarlo, pero la mayoría lo confundió con el emblema del Héroe o de Diane, olvidando su verdadero significado.
Azel alzó la vista, confundido, y observó brevemente la espada, tratando de entender la alusión de Xeli.
—¿Entiendes a lo que me refiero? —insistió Xeli—. ¿Por qué llevas ese glifo? Partido en dos, recuerda al símbolo original del Héroe, una elección de bando antes de que surgieran los conceptos de Heroístas y Dianistas. Como si quisieras ser un Heraldo del Héroe, como aquellos hombres que sirvieron al Dios Negro en la Cantata del Fuego.
» ¡Atiéndeme!
Xeli le acercó la espada con vehemencia, esperando una explicación. De repente, el calor interno volvió a manifestarse, la esencia de su poder. La energía la recorrió como un relámpago y el asesino frente a ella se veía demasiado débil a sus ojos. Podría empujar a Azel con la misma facilidad como si arrojara un libro.
La espada vibró bajo su mano.
Azel tembló al ver la hoja de sangre y su respiración se agitó.
«Conoce el símbolo», pensó Xeli.
Luego se dio cuenta de que Azel no estaba mirando el glifo, sino la hoja de la espada.
—Suéltala —siseó Azel.
No era una orden, sino una súplica.
Xeli, aunque reacia a soltarla, quería una respuesta. Sin embargo, obedeció al ver los ojos tristes y vacíos de Azel. Apartó la espada y se sentó junto a él. Otro recuerdo la envolvió, una visión nocturna en la que estuvo al borde de la muerte, y Azel la había rescatado como una ráfaga de sangre evaporándose.
—¿La espada te aterra? —preguntó.
Azel tardó en responder.
—Me aterra —confesó.
—¿Por qué? Es... tuya —dijo Xeli, volviendo la mirada hacia el arma—. Es parte de ti.
—Una parte de mí que mató a gente inocente —admitió Azel, riendo con amargura—. Una prolongación que acabó con Zelif.
Un denso silencio se cernió entre ellos.
Xeli luchaba con la necesidad de hablar, descubriendo cada vez más verdades abrumadoras en su intento de comprender. Levantó la mirada para estudiar a Azel. El hombre, visiblemente más exhausto y desolado que ella, parecía haber sufrido enormemente. La idea de creer fervientemente en la justicia de sus acciones para luego descubrir que eran lo contrario, y el peso de las consecuencias que Azel debía soportar, le resultaban inconcebibles.
—No reconocí el glifo —Azel finalmente habló—. Ziloh me ayudó a forjar mi espada. El proceso es... extraño. No recuerdo cómo ocurrió, solo sé que ese glifo ha estado allí siempre. Ziloh me decía que pertenecía a una orden de Hacedores de Sangre. Jamás se me ocurrió que pudiera tener otro significado.
Xeli reflexionó sobre Ziloh. ¿Quién más conocería un glifo tan comprometedor? La ironía de cuánto tiempo el sacerdote había planeado todo esto le inquietaba. ¿Cómo podría Xeli competir contra eso? ¿Y cómo podría culpar a Azel por su ignorancia?
—Tu sangre sigue hirviendo —afirmó Azel.
Xeli dio un respingo, sorprendida por su comentario.
—¿Qué quieres decir? —preguntó, confundida.
—Cuando te cabreas, tu sangre hierve —Azel explicó, y luego se quedó callado—. Los Hacedores de Sangre podemos potenciar nuestros instintos, fuerza, percepción. Todo lo que tenemos se multiplica. Eso nos da la posibilidad de aprovechar el poder de la sangre. A eso le llamamos hervir sangre. Pero ten cuidado con cómo lo usas. No vayas a gastar las reservas de tu piedra de sangre.
Xeli se quedó sin palabras, presionando sus párpados para enfocarse. Imaginó los pilares de su esencia, el poder que residía en su interior, ambos rebosantes de fuerza. Sin embargo, notó cómo uno de ellos se consumía lentamente.
¡Estaba experimentando el Estado de los Hacedores de Sangre!
—¿Cómo detengo esto? —preguntó, angustiada.
—No te pongas nerviosa—respondió Azel—. Esto lo llevamos en la sangre.
Xeli frunció el ceño, irritada. Era obvio que su sangre era la fuente de ese poder resonante. Cerró los ojos, buscando cómo realizar algo que nunca había intentado. Instintivamente, sintió la energía vital que la rodeaba. El calor emanaba de su núcleo, una extensión natural de su ser que podía controlar con facilidad. Aunque era la primera vez que lo experimentaba, ya formaba parte de ella. La energía, ardiente como una llama, era una fuerza que comprendía gracias a sus investigaciones. Sonrió al darse cuenta de su comprensión sobre los Hacedores de Sangre y, como quien apaga una vela, detuvo el hervor.
Respiró hondo, sintiéndose más vulnerable, como un trapo exprimido. Por algún motivo, ese extraño tercer latido desapareció también.
Azel soltó una carcajada.
—La primera vez te pega duro —dijo—. Te crees el rey de Edjhra con tanta fuerza y luego se te va de golpe.
—Es... extraño—admitió Xeli.
—No te confíes. Solo usa eso cuando te haga falta, que, si te pasas, te quedas hecho un trapo.
Xeli asintió, comprendiendo.
«Si Azel hubiera querido hacerme daño, no me habría enseñado esto», pensó.
—Gracias... —susurró.
—No te muevas mucho, que todavía estás hecha polvo —Azel siguió—. Se te jodió el enlace con tu piedra de sangre y soltaste un chorro. El rubí te chupaba más de lo que podías darle, te iba a dejar seca. Tuve que hacerte una transfusión para igualar la sangre entre la gema y tú y arreglar el enlace. No me lo creía ni yo.
» Enhorabuena, nena. Ahora eres una Hacedora de Sangre en ciernes.
Xeli, muda de asombro, contemplaba a Azel. Nunca había oído hablar tan claramente sobre los Hacedores de Sangre, nunca había sentido que todo encajara tan bien. Observó sus manos y cerró los ojos para percibir los pilares de poder en su interior.
—¿Y-yo puedo hacer más cosas? —balbuceó, emocionada—. ¿Qué son esas... esas Habilidades?
Azel tardó en responder.
—Los Hacedores de Sangre tienen cinco Habilidades Básicas: Retención, Expulsión, Unión, División y Condensación. Pero no todos pueden usarlas. La mayoría, si tiene suerte, tiene dos, y a lo mejor tres si tiene pasta.
—¿Por qué la sociedad se divide en grupos sanguíneos? —inquirió Xeli.
Azel asintió, aprobando la pregunta.
—Ningún miembro de la nobleza es del grupo sanguíneo O—explicó. Todos tienen alguna marca. Eso hace que sea más fácil que salga un Hacedor en una familia, que alguien sin marca. Simplemente puede haber más suerte.
Xeli asintió, viendo cómo encajaban las piezas.
—Hasta la jerarquía de la sangre afecta a los Hacedores de Sangre —siguió el asesino—. Tener una marca o no te dice qué habilidad tendrás, y hasta el factor RH influye en cuál de esas habilidades será la tuya
¡Xeli había acertado!
—¡B positivo, B positivo! —exclamó, entusiasmada. Ese era su grupo sanguíneo.
Esto significaba que podía acceder a dos Habilidades Básicas. Algunos grupos, como los AB positivo o negativo, podían acceder a cuatro. Pero Azel había mencionado tres. ¿Cómo se explicaba eso?
—Espera... —balbuceó Xeli, frunciendo el ceño. Una teoría le vino a la mente, pero necesitaba confirmarla—. ¿Es posible que...? ¡No, no puede ser! ¡Pero debe ser! ¡A menos que...!
Se mordió el labio, indecisa.
—¿Qué devastaciones dices? ¿Es que son así de gilipollas los putos nobles? Y encima, vas y sueltas tu sangre como si nada —refunfuñó Azel—. Saber la sangre de un Hacedor de Sangre es como saber qué armas tiene. Es lo que te da ventaja en una pelea. Si te enteras de que tu rival es un Evaporador y no un Solidificador, puedes cambiar tu plan. Por eso nadie habla de esto. Nadie quiere quedar en pelotas.
Xeli se mordió el labio antes de hablar, nerviosa. Campanilla vibraba en su pecho, cantando de alegría.
—¿Y cómo puedo... cómo puedo saber... qué cosas puedo hacer yo? —balbuceó Xeli, con los ojos muy abiertos.
—Tu marca B te da la División, y tu RH te da la Expulsión —Azel explicó con paciencia—. La Expulsión te permite controlar y moldear la sangre, estirarla y concentrarla. La División te deja romper, cambiar o joder cosas u organismos.
» Las dos juntas hacen lo que llamamos una Habilidad Complementaria. Tú, chavala, igual que yo, eres una Evaporadora. Los espectros de la noche. Los asesinos de sangre.
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