27
Las leyendas se deforman con el paso del tiempo, pero una se mantiene firme: la de los Hacedores de Sangre, que se alzaron contra una oscuridad primigenia que quería sumergir al mundo en el caos: El Portador del Olvido. Estos seres, bendecidos por la sangre de Diane, eran la última esperanza frente a las hordas demoniacas y los Caídos.
De las notas de Xeli.
Azel se erguía impertérrito sobre un estrado elevado en las entrañas de una de las colosales bodegas de los Héroes. A su alrededor, fardos y arcas se amontonaban en un caos ordenado, repletos de variopintos insumos que él escrupulosamente había catalogado y organizado durante los días transcurridos de la semana.
Esta encomienda la había solicitado a Kuxa, quien previamente había manifestado su desazón por la falta de tiempo para llevar a cabo dicha tarea. La tarea de realizar el inventario de la bodega siempre se dilataba durante semanas y pocos eran los que abrazaban la idea con entusiasmo. Azel no se había lanzado a la tarea por el placer de cargar pesadas cargas mientras etiquetaba y contaba las unidades. Su motivación radicaba en lo que eso podría aportarles.
El espacio que despejaba podría acoger a una docena de individuos, al menos.
Ahora, una asamblea de personas aguardaba en un conglomerado cercano. La mayoría de ellos eran nuevos rostros, hombres que Azel había cruzado escasamente en el refugio. Sin embargo, entre la multitud se destacaba uno que esperaba con paciencia, una sonrisa llena de entusiasmo en sus labios.
Había sido apenas dos semanas atrás cuando Azel había celebrado su primera convocatoria. En aquel entonces, solo un hombre había respondido al llamado, avanzando con vacilación y titubeando ante las enseñanzas que Azel podría ofrecer.
—Me temo que no habrá más asistentes—había expresado Gezir con sinceridad—. No es un menosprecio, muchacho. Aunque te respetan, eres un cirujano y nosotros no somos soldados.
—No quiero hacer soldados—había dicho Azel, con voz ronca—. Solo quiero que no haya más dolor en este mundo de mierda.
—Si no cuidas tu lenguaje Kuxa volverá a golpearte. Además, el miedo nos aqueja a todos—continuó Gezir, sus palabras estaban cargadas de significado—. El temor a que, al defendernos, nos expongamos a más daño.
Sin embargo, pese a esas palabras, Gezir había permanecido junto a Azel en esa ocasión, ayudando en el proceso de limpieza y organización de la bodega. Juntos habían hallado incluso armas de práctica dirigidas para los nuevos reclutas de los Guardias Negros.
—Temo más que deseen lastimarnos y ninguno de nosotros pueda responder—había declarado Azel, esforzándose por no decir una palabrota mientras movía un arca voluminosa.
«Él ser buen hombre—había susurrado Daxshi—. Igual que Azel. Querer proteger.»
Aquel día había llegado a su fin, dejándolos agotados, hambrientos y sin ningún avance en la capacitación. Al amanecer, Azel regresó a la bodega, continuando con la organización. Gezir regresó y le brindó su apoyo una vez más, aunque ese día el entrenamiento no fue mencionado. Gezir compartió que la situación en la ciudad había mejorado ligeramente y que podía permitirse ese espacio, como muestra de gratitud por haberlo salvado. No obstante, advirtió que, en cualquier momento se acercaría la Onda de la Devastación y no podría continuar asistiéndole; la ciudad necesitaría el respaldo de todos los Purificadores.
A pesar de esas advertencias, Gezir continuaba apareciendo cada día, ofreciendo su ayuda.
Y hace apenas unos días, en uno de sus regresos, Azel había sorprendido a Gezir observando con anhelo una de las espadas cercanas al inventario de los Guardias Negros. Aquel día, el Hacedor de Sangre no pronunció palabra. No obstante, al día siguiente, Gezir lo había descubierto practicando.
En un principio, había deslizado la espada entre sus dedos, apreciando el gélido roce del acero. El arma giró en movimientos circulares entre sus hábiles manos, comenzando lentamente y ganando velocidad. Cambiaba la posición de sus pies en movimientos contrapuestos, confiriendo agilidad a su cuerpo.
Adoptó la postura del Evaporador, una forma aprendida años atrás en compañía de todas las posturas de los Hacedores de Sangre. La postura le brindaba estabilidad y habilidad. Se sintió ligero, unido a una destreza sutil.
La espada se convirtió en una extensión de su ser, girando con una vitalidad que parecía llevarla a punto de despegar hacia los cielos. Sin embargo, Azel no se detuvo; en lugar de ello, modificó su posición. La espada danzaba ahora a sus flancos, en vez de frente a él, como si estuviera realizando una serie de variados ataques.
No se regodeaba con florituras ni intentaba impresionar. Había pasado tiempo desde que había empuñado un arma, y temía perder su dominio. Pero la espada le respondía, girando alrededor de él. Inicialmente con ambas manos, y después con una sola.
Avanzaba y retrocedía. Atacaba y defendía.
Giró de manera rápida, haciendo que sus pies trazaran una línea recta en el suelo, como si fueran la aguja de una brújula. El arma continuaba girando a su alrededor, como una espiral. Abrió sus ojos y se encontró con Gezir de pie frente a él, su rostro reflejando asombro en la entrada de la bodega.
Al día siguiente Gezir se presentó con Azel para pedirle que le instruyera. Detrás de él se encontraban varios hombres y mujeres provenientes del refugio, cuyos rostros de emoción reflejaban el interés que el Hacedor había aguardado con expectación.
—No voy a enseñarles a atacar como unos locos—dijo el Hacedor de Sangre con voz dura, levantando una espada de madera. Los hombres lo miraron confundidos por sus palabras—. Ni a convertirlos en soldaditos. Ya estoy harto de ver cómo se hacen daño solos. Cansado de ver tanto dolor.
—Entonces, ¿qué planeas enseñarnos, Halex? —preguntó una voz joven que resultaba familiar: Tilor.
—A defenderse—replicó Azel con fuerza—. Si esperan que les enseñe a lastimar a los Dianistas están equivocados, pueden largarse.
Un par de hombres gruñeron y se alejaron con gestos de disgusto, dejando escapar maldiciones en voz baja.
«¿Marchar? ¿Por qué marchar?», susurró Daxshi.
—Porque no puedo darles lo que quieren...—susurró Azel.
«¿Qué quieres decir?» insistió él.
—Quieren venganza—explicó Azel mientras veía la sonrisa brillante en la cara de Gezir, que agarraba su espada de palo con ganas —. Pero eso no puedo dárselo.
Un paso adelante captó nuevamente la atención de todos.
—Lo primero que tienen que aprender es cómo usar la espada—declaró el Hacedor de Sangre alzando la hoja de madera—. La espada tiene que ser parte de ustedes, como si fuera su brazo. Si la sujetan como si fuera una pluma, el primer golpe, el más leve choque, les hará perder el equilibrio. La espada se les caerá y estarán jodidos. Pero si la aprietan como si fuera un clavo, sentirán molestia. La espada les estorbará y se volverán torpes, incapaces de defenderse o devolver el golpe.
» Agarren la espada con la fuerza justa y su enemigo se cagará. Los mirará con miedo, respeto e incluso extrañeza. Dudará, sin saber qué hacer con ustedes. Durante unos segundos, no sabrá cómo actuar, tendrá cuidado. Aunque no sepan usar bien la espada, esa impresión les quedará desde el principio.
» Y eso, podría salvarlos.
La docena de personas restantes contemplaban las espadas de madera que empuñaban con reverencia, como si fueran reliquias sagradas. La mayoría provenían de los grupos O, los más humildes y despreciados de la sociedad. Algunos quizá pertenecieran a los grupos A o B, pero eso tampoco le confería ningún privilegio frente a la nobleza. Ahora, el mundo que conocían se tambaleaba ante sus ojos.
Azel se movía entre ellos, enseñándoles las posturas de los Hacedores de Sangre. Eran las únicas que sabía. Les había inventado nombres para no revelar ese pequeño secreto, pues todavía sentía cierto respeto por los Hacedores de Sangre. Los hombres se esforzaban por imitar las posturas, aunque les resultaban extrañas y difíciles. Azel tenía que corregirlos y ayudarlos constantemente.
Los Heroístas eran torpes y lentos para aprender. Muchos se movían con incompetencia, perdiendo el equilibrio cuando Azel dejaba de observarlos. Pero ninguno se atrevía a cuestionar las órdenes del Hacedor de Sangre.
Gezir era uno de los más ineptos. Incluso el anciano Regil mostraba más destreza. Azel tenía que intervenir a menudo para ajustar la postura de Gezir, quien mantenía una expresión de concentración absoluta, obedeciendo sin rechistar.
Todos perseveraron durante casi una hora, tratando de mantenerse firmes.
—¿Hasta cuándo seguiremos así? —se quejó Tilor, visiblemente agotado—. Me arden las piernas y los brazos.
—Calla, muchacho—gruñó Regil con voz ronca—. ¿No llevas tiempo deseando aprender a defenderte? Pues ahora haz silencio y obedece.
—Estoy obedeciendo—refunfuñó Tilor entre jadeos—. Solo quiero saber cuándo podremos hacer lo que hace Halex.
Esta vez, Regil no le reprendió. Él y los demás hombres asintieron con curiosidad y comprensión. Azel frunció el ceño y miró a Gezir, quien solo se encogió de hombros. Sus ojos parecían decir: «Necesitaba un incentivo para que vinieran.»
—No fue nada del otro mundo—aclaró Azel—. Fue solo un calentón, algo básico. En unos días podrán hacer algo parecido. Por ahora, sigan practicando las posturas que les enseñé.
—Ya me las sé de memoria—protestó Bultar, clavando sus ojos en los de Azel—. Ya sé cómo sostener esta devastadora espada. ¿Por qué seguimos con estas chorradas, Halex?
Azel no respondió enseguida. El hombre era mucho más corpulento que él, de complexión ancha y manos gruesas y callosas. Si no hubiera sido por su trabajo como granjero, podría haber sido un formidable soldado. Era una pena que los Heroístas estuvieran tan limitados.
—Intenta empujarme—se limitó a decir el Hacedor de Sangre.
El hombre bufó, soltando la espada de madera para acercarse a Azel. Cada uno de sus pasos resonaba en el suelo como un trueno. Los demás dejaron sus ejercicios para observar la escena.
Azel adoptó la postura del Evaporador, conocida por ellos como la postura Ágil. La posición del Evaporador proporcionaba agilidad y fluidez, siendo perfecta cuando se enfrentaba a un adversario de mayor tamaño o cuando la desventaja numérica era evidente.
—Puedes usar la espada de entrenamiento—propuso Azel, tomando la suya propia.
—¿Estás seguro? —preguntó el robusto hombre.
Azel asintió.
Bultar recuperó la espada, sosteniéndola con recelo. Trató de adoptar una de las posturas que Azel le había enseñado.
«Solidificador», se dijo a sí mismo. Una postura de combate que se basaba en golpes contundentes y en conservar una posición sólida. Era lo contrario a la postura del Evaporador.
Ellos la llamaban la postura Firme.
Lo curioso no era solo que hubiera elegido la antítesis de la postura de Azel, sino que también coincidía con su Habilidad Complementaria. Evaporación y Solidificación, poderes diferentes pero afines.
Lástima que Bultar no supiera hacer bien la postura. Tenía las piernas muy juntas y sujetaba la espada de forma erronea, como si fuera un garrote más que una espada.
El hombre se lanzó a por Azel, rompiendo la armonía de su posición. Azel suspiró y simplemente se apartó, girando para quedar detrás de Bultar. El hombre reaccionó tarde y, de repente, Azel le puso la espada de madera en la espalda y le empujó.
Bultar cayó al suelo.
—La postura no es solo para aprender a usar una espada—le dijo Azel, tendiéndole la mano a Bultar—. También es para aprender a moverte, para no tropezarte y mantener el equilibrio.
El hombre cogió la mano de Azel, levantándose con mala cara.
Esa noche, Bultar ni nadie más se quejó por practicar las posturas.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top