18

Los Hacedores de Sangre son seres legendarios con una fuerza inimaginable. Yo creo que sus hazañas tienen una lógica: sus grupos hemáticos les otorgan Habilidades Básicas y Complementarias, según algunos textos. Además, hay Hacedores sobresalientes que muestran una disparidad en sus capacidades, lo que sugiere un modelo de maestría y perfeccionamiento. ¿Será este modelo la clave para entenderlos?

De las notas de Xeli.


La noche caía como un velo negro sobre el mundo, ahogaba los sonidos y las luces. Un frío mortal se cernía sobre la tierra, augurando desgracia y horror. Azel avanzaba entre las sombras con paso firme y resuelto hacia la imponente catedral de Diane. Las voces que atormentaban su mente se acallaban, sometidas y aterradas por su osada bravura.

El aliento helado de la noche se adhería a su piel y entorpecía sus movimientos, pero él no cejaba. Portaba la espada de Malex ceñida a su cintura y avanzaba con solemnidad, absorto en la visión de la ciudad que se extendía ante él, un abismo de tinieblas sin fondo. Las sombras le seguían los pasos, pero Azel las despreciaba, concentrado en su objetivo inquebrantable.

«¿Peligroso?», murmuró Daxshi en lo más hondo de su mente.

—Malex me dijo que ni se me ocurriera acercarme a la catedral, que era una puñetera trampa mortal—dijo Azel, escupiendo al suelo helado—. No tengo ni idea de qué nos van a echar encima. Ziloh puede estar ahí, esperando para clavarnos un puñal. Pero Malex también mencionó que Zelif tenía algo escondido para mí. Malex... ya no está, el muy cabrón. No puedo contar con sus chivatazos. Pero tengo que volver a ese maldito sitio y ver qué devastaciones quería decirme. Tengo que saber por qué Zelif me necesitaba a mí.

«Cuidado, mucho cuidado», rogó Daxshi con angustia.

Una leve sonrisa se dibujó en los labios de Azel. Era extraño que alguien le pidiera cautela.

Este era el momento de usar sus habilidades como Hacedor de Sangre, pues no podía irrumpir en la catedral y aniquilar a los sacerdotes. Debía haber partidarios de Zelif, como Malex o Felix. Prudencia y audacia debían equilibrarse.

Eliminar a Ziloh no era la solución, ya que causaría un caos en la ciudad. Azel necesitaba información, evidencia, y la confianza de lady Cather para llevar a Ziloh al juicio. Sabía que moriría, pero al menos obraría con justicia. Así, en la noche que lo envolvía, Azel continuaba su camino. No había vuelto al refugio con Kuxa después de ayudarla con las sanaciones, a pesar de haberlo prometido.

En cambio, regresó a su guarida para reponer su sangre. El proceso no exigía su atención, pero consumía su esencia vital. Las reservas quedaron escasas, apenas un par de litros. A pesar de que los Hacedores de Sangre reconstituían su sangre a gran velocidad, no podían recuperar más de un cinco por ciento en un día.

El suministro era suficiente para lo inmediato. Azel no quería enfrentarse a menos que fuera necesario, por lo que debía dominar su Evaporación para pasar inadvertido. Afortunadamente, conocía el camino.

«El sótano», susurró Daxshi.

La visión de la catedral avivaba los nervios en su espalda, la incertidumbre burbujeaba en su interior y los susurros parecían alzarse. El miedo se aferraba a él, amenazando con socavar su determinación. Sin embargo, siguió adelante, evocando los estragos de la mañana.

—Por ellos... por ellos tengo que hacerlo —se dijo Azel con rabia.

Recordó a los heridos de la catedral y cómo había sido el faro de esperanza. Algunos podrían haber perecido si no hubiera sido por él. Había desplegado su habilidad, ocultándola tras la normalidad. Ahora, evocaba los rostros agradecidos de los supervivientes, las sonrisas en sus ojos, las súplicas angustiadas. ¿Cómo podría no luchar por protegerlos? Incluso Xeli, personificaba la esperanza, encarnando los ideales de los heroístas. Una doncella de alta cuna, siempre dispuesta a auxiliar y resguardar.

No podía claudicar. El miedo no lo gobernaría. Azel, el Hacedor de Sangre, se alzaría como el protector de ambas religiones. Alzó un frasco de sangre y lo consumió con celeridad. No debía restringirse. La tercera de sus Habilidades Básicas, la Condensación, destellaba en su interior.

«Espero no tener que utilizarla», pensó.

Esperó en las sombras el momento oportuno. No le sorprendía ver a los guardianes sacerdotes custodiando las entradas en parejas. Tras lo ocurrido ayer, Ziloh reforzaría las defensas con la Caballería Dragón y lord Hacedor de Sangre. Se deslizó por la oscuridad que rodeaba la catedral, observando cada puerta y a los guardianes que las vigilaban. Eran hombres y mujeres ajenos a la noche, obedeciendo órdenes sin confianza ni autoridad. Eran presa de la inquietud, temiendo amenazas invisibles.

Azel buscó a los quebrados de mente. Los vio, guardianes sacerdotes cuyas miradas se extraviaban en la nada, fijas en ilusiones de las Lacas, sombras o realidades nítidas que solo sus ojos percibían. Algunos volteaban sobrecogidos, atentos a susurros invisibles. Dos guardias, en ese trance, estaban cerca de una puerta trasera, agitados e inútiles para cumplir las órdenes impuestas.

Azel se acercó con sigilo y cautela. La energía de su sangre hirviente latía en sus venas, el frío se convertía en calor. Entonces, desató la Evaporación. Su forma se desvaneció, transformándose en un nimbo rojizo que se confundía con la oscuridad nocturna. Casi invisible en medio de la noche, salvo para el ojo entrenado. Afortunadamente, los dos hombres apenas le prestaron atención cuando avanzó. Señalaban su presencia, pero también apuntaban hacia algo que escapaba a la percepción de Azel. Más allá de él, hacia cientos de estímulos invisibles, absorbidos en su enajenación. En ese río de confusión, pasó inadvertido.

Azel se ocultó en una sombra cerca de los guardias, esperando el momento propicio.

—No aguanto más —susurró uno de los guardias a su compañero con su voz temblorosa—. ¿Por qué debemos patrullar en la noche? ¿No podríamos custodiar desde adentro?

—¿Qué nos impide...? —tanteó el segundo, vacilante—. Solo... contempla nuestro derredor, nos acechan. Ansían arrebatarnos el aliento... Quiero irme de aquí.

—No son reales —afirmó el primero.

—Lo somos... —musitó Azel con su voz casi un eco mientras se deslizaba hasta la cercanía del segundo centinela.

El primero se sobresaltó, escrutando el espacio donde Azel antes se hallaba, hallándolo vacío. Tragó saliva con dificultad con sus manos temblando.

—¿Escuchaste algo? —inquirió.

—¿Escuchar qué? —replicó el segundo, dubitativo—. Siempre escucho... ¿no te lo he dicho? Siento sus presencias acechantes... Quieren matarme...

—Y lo haremos... —susurró Azel, reubicándose sin ser detectado.

El segundo centinela se estremeció, erguido en alerta, escaneando frenéticamente el entorno. Su respiración se aceleró abruptamente.

—¿Qué te ocurre? —indagó el primero—. ¿Escuchaste algo nuevo?

—Q-quieren matarme... —tartamudeó el segundo—. Quieren matarme...

—Así es —murmuró Azel, desplazándose con sigilo.

Ambos hombres se estremecieron, el segundo se desplomó en el suelo, señalando hacia una presencia invisible. El primero, apoyado contra la pared, abandonó su arma y señaló en la misma dirección. Azel siguió su mirada, solo vislumbró sombras deformes. ¿Qué verían ellos?

—Se acercan —advirtió el segundo.

Esta vez, el primero no respondió de inmediato.

—Hablaré con Ziloh—murmuró al fin—. No podemos continuar así.

Y se alejó hacia el interior de la catedral, dejando la puerta abierta y al segundo hombre en el suelo, con la cabeza entre las manos.

Era el momento.

«Eso no está bien», dijo Daxshi, apenado por los hombres.

«Ya lo sé, mierda. No hace falta que me lo recuerdes», respondió Azel desde su mente.

Azel se internó en las entrañas de la catedral, fundiéndose en la insondable oscuridad que saturaba el interior.

El avance de Azel lo llevó a la primera encrucijada de la catedral. En medio de la noche, la penumbra se cernía sobre aquel recinto sagrado. Sin embargo, resultaba inusual encontrar sacerdotes aún despiertos a esas horas. Los murmullos y los pasos llenaban el aire, unos apresurados y otros se arrastraban como somnolientos espectros. Lo más agobiante no eran los sonidos, sino una incómoda sensación de repulsión que se insinuaba a cada paso de Azel.

Un disgusto que parecía emanar del propio lugar, en un rechazo palpable que lo acompañaba. La inseguridad lo abordaba repetidamente, una invisible manta que se arrojaba sobre sus hombros, ralentizando cada uno de sus movimientos. Incluso la espectral mano del miedo le acariciaba la espalda con su gélido aliento. Un miedo que Azel no había experimentado antes, una incertidumbre latente de ser descubierto, en un entorno donde se suponía debía imperar su maestría.

Pero, a pesar de las sombras que oscilaban entre su temor, Azel siguió su camino. Con cada paso, su presencia se desvanecía y reaparecía con sigilo. Anulaba su capacidad de Evaporación cada vez que los pasos se perdían o los sacerdotes no estaban en su campo visual, reservando su sangre para futuras necesidades. Sin embargo, mantenía el hervor encendido, la ebullición en su sangre infundía cierta confianza, una protección etérea en medio del enigma circundante.

Durante su travesía, Azel se encontró con secciones iluminadas y miembros de la Caballería Dragón patrullando. Ahí, comprendió que infiltrarse en la catedral sin su habilidad de Hacedor de Sangre hubiera sido un esfuerzo baldío. La seguridad reinaba, un yugo que dificultaba cualquier intento de movimiento ágil, obligándolo a avanzar paso a paso. Cuando un vigilante se retiraba de su campo visual, otro surgía desde las sombras, un ciclo perpetuo que le impedía avanzar sin detenerse.

En esta ocasión, el ardid que lo había favorecido anteriormente no sería suficiente. Las mentes aguzadas no caerían en trampas ya conocidas. La Devastación, esa alteración en la realidad que había empleado para su infiltración, poseía un alcance más preponderante en el exterior. Su manipulación en este entorno cerrado era escasa y riesgosa.

—¿Has avistado algo? —interrogó uno de los guardias. Azel aguardaba en las sombras, oculto tras una estatua, mientras enfocaba sus esfuerzos en Evaporarse.

—Nada—replicó su compañero—. Pero mantén tus sentidos alerta. Ziloh advirtió que podrían intentar otro ataque hoy.

Daxshi, perturbado por la simple mención de Ziloh, se agitaba en el hombro de Azel, como si temiera que el susodicho surgiera de las sombras en cualquier momento.

Azel había evaluado con precisión. Ziloh estaba vigilante, consciente de su inquietante llegada. Después de todo, el anciano conocía sus hábitos y patrones mejor que cualquier otro. Predecía que Azel no soportaría la espera. No obstante, Azel no se regañaba. Cada momento incrementaba el riesgo y posiblemente la seguridad en la catedral también aumentara. Lord Walex, tras el reciente atentado, había asumido el liderazgo en la protección y no tardaría en incrementar las defensas. Lo mejor era infiltrarse cuando la incertidumbre se erguía y antes de que el nuevo mandato se estableciera.

Azel viró sobre sus pasos, comprendiendo que ese camino estaba vedado. Se deslizó por las tinieblas, moviéndose con celeridad. La incomodidad y la inseguridad eran como garras arañando su mente, una incógnita persistente que lo acosaba en cada giro.

Siguió adelante, internándose en uno de los pasillos. No distante, descubrió la escalera que descendía hacia las profundidades. Los guardias se aproximaban, las lámparas titilando en la penumbra, avanzando con cautela. Azel no titubeó y comenzó su descenso.

En un rincón del salón, una lámpara petralux llamó la atención de Azel. La ilusión le embargó al pensar que la piedra aún conservaría algo de carga. Al descorrer las compuertas de la lámpara, un haz de luz brotó, débil y titilante como un suspiro moribundo. Era lo único que tenía, una claridad insuficiente pero necesaria. Un atisbo de nostalgia le invadió, la imagen de Malex se dibujó en su mente, sus ojos apagados rezumando inquietud.

—Deja de pensar en tonterías—se reconvino Azel, agitando la cabeza mientras se acercaba a la estatua de Diane.

Los dedos de Azel tocaron el rubí que colgaba del pecho de la diosa esculpida. Daxshi, aún sobre su hombro, adoraba la gema con sus ojos emitiendo un fulgor intenso.

«Vínculo», pronunció el nevrastar.

Azel arqueó las cejas y sus dedos rozaron la superficie lisa del rubí. Un chispazo de entendimiento atravesó su mente. ¿Cómo había ignorado esta conexión? El rubí era un trozo dormido de la Deidad Inmortal, una Piedra de Sangre en potencia, pero, a diferencia de otras ocasiones, no estaba ligada a una persona, sino a algo más.

—¿Qué coño es esto? —preguntó Azel, asombrado.

Una afinidad inesperada resonó en el rubí, estableciendo una conexión profunda que superaba la razón. No se trataba de una relación entre seres, sino de un vínculo forjado por el poder que ambos contenían. El rubí y Azel compartían fragmentos del mismo poder divino. El sentido se aclaró: el rubí estaba ligado, no a una entidad, sino a un concepto. En ese momento, Azel comprendió a qué estaba unida la Piedra de Sangre: a la piedra misma.

La esencia de Azel bulló en respuesta y la gema tembló, sintonizada con su percepción. El rubí centelleó, provocando que las estatuas se replegaran y se fusionaran con la roca circundante. La pared cedió, revelando un pasadizo secreto.

Esa era la puerta que había vislumbrado en su primer encuentro con Ziloh.

Contempló la abertura, con la oscuridad infinita cerniéndose sobre las escaleras descendentes. Los peldaños, antiguos y corroídos por la Devastación, se sumían en una oscuridad que engullía la luz. Dio un paso adelante y comenzó a descender, sumergiéndose en el abismo bajo sus pies.

Azel experimentaba algo que superaba cualquier expectativa. ¿Una entrada exclusiva para los Hacedores de Sangre? La confusión carcomía sus pensamientos; su habilidad de Hacedor de Sangre le otorgaba control y destreza, pero estas revelaciones desafiaban su comprensión. Se preguntaba qué más desconocía por falta de un mentor Hacedor de Sangre.

En medio de sus dudas, surgió una pregunta crucial: ¿Cómo había accedido Ziloh a este lugar sin su ayuda? ¿Controlaba Ziloh a otro Hacedor de Sangre desconocido?

Eso explicaría al segundo Hacedor de Sangre avistado.

Mientras descendía por las escaleras interminables, un miedo firme se apoderó de él. Daxshi, temblando en su hombro, lo envolvía con una opresión profunda.

«Oscuro, muy oscuro. Peligroso. Todo peligroso.», susurró el Nevrastar en la mente de Azel.

—Tranquilo —respondió Azel, intentando calmar al Nevrastar.

Daxshi alzó la cabeza, buscando consuelo en las palabras de Azel. Sin embargo, Azel no subestimó las advertencias del nevrastar y descendió con cautela. Se enfrentaba a una revelación inaudita, un misterio que comenzaba a desplegarse bajo sus pies. La catedral, el templo de las verdades sagradas, ocultaba una verdad oscura. ¿Cómo podía contener un abismo tan profundo? Al llegar al final del descenso, la inquietud en su corazón se intensificó.

El panorama que se desveló incrementó su ansiedad. Los túneles, ahora más deteriorados que en su memoria, emanaban una presencia ominosa. Las paredes, carcomidas por la Devastación, y los pasillos se asemejaban a corredores hacia la incertidumbre. Las sombras parecían entidades hostiles esperando su error.

La inseguridad de Azel tomó un giro inesperado, desafiando su valentía.

«Vámonos, vámonos», murmuró Daxshi, aterrado.

Azel permitió que su sangre hirviera, tratando de anular el miedo. Sin embargo, el efecto fue tenue y apenas atenuó el frío abrazo del pánico.

—Ni se te ocurra, no todavía —declaró con firmeza, decidido a avanzar—. No hasta que averigüemos qué mierda hay aquí.

La luz de la lámpara iluminaba su entorno, pero su alcance era limitado. De repente, Azel tropezó con algo. Se inclinó para examinarlo y descubrió ropajes raídos.

Los restos de un cadáver.

Una oleada de asombro y desasosiego lo inundó. ¿Cuánto tiempo había pasado aquí? Solo quedaban los huesos de lo que una vez fue un ser vivo. ¿Cuántos años había contemplado la muerte este rincón olvidado?

«Muerto...», susurró Daxshi, abrumado por el dolor.

Azel continuó su avance, descubriendo más esqueletos en su camino. Las cámaras reveladas parecían recintos abandonados, con catres y letrinas que contaban historias desgarradoras. Las puertas eran robustas, fortificadas con clavos de acero, y la cruda realidad se desplegaba ante sus ojos: cámaras de tortura, testigos del dolor que había ensombrecido estos pasillos.

—Por Diane y los Creadores... —murmuró Azel, impactado por el horror.

Un horror indescriptible se cernió sobre las cámaras llenas de cuerpos inermes. Los ojos de Azel se clavaron en los despojos que antaño fueron humanos. Reflexionó sobre su destino y cuánto tiempo habían sufrido en la penumbra. Al avanzar, murmuró una oración por sus almas, antes de continuar su camino incierto, mientras el olor a encerrado y humedad lo golpeaba.

Sin embargo, la revelación más estremecedora concernía a Daxshi. El nevrastar, normalmente animado, había caído en una quietud alarmante. Sus ojos, antes centelleantes de curiosidad, se habían tornado en ventanas veladas, y su mente se encontraba en un estado de estupor.

Azel, a pesar de querer reconfortar a Daxshi, se encontraba atado por su propia conmoción. Se preguntaba cómo había pasado por alto estas abominaciones en su juventud. ¿Habían estado ocultas o su mente las había ignorado? ¿O había elegido el camino más tenebroso, una senda que abrazaba el terror más profundo?

El Hacedor de Sangre buscaba indicios que lo llevaran a Ziloh o Zelif, o a las notas del sacerdote. Jamás había anticipado un descubrimiento tan grotesco. Pero lo peor aún estaba por venir. Al final del oscuro recorrido, una puerta insólita captó su atención.

Azel dejó que su sangre ardiera, preparándose para cualquier desafío. Abrió la puerta rápidamente y se sorprendió al encontrarse con un entorno diferente de su recuerdo.

En lugar de un calabozo desolado o una estancia estéril, se encontró con un espacio singular, curiosamente preservado. Un escritorio estaba al fondo de la habitación, con un tomo sobre él, y un estante de libros añejos y polvorientos en un extremo.

Azel avanzó con cautela y observó el tomo. Sin dudar, lo abrió, revelando una serie de anotaciones meticulosas.

«Oía su voz y veía su figura», comenzó a leer Azel, las palabras resonando como notas musicales en una sinfonía de recuerdos.

Me hablaba como también sé que aún sigue hablando a otros. Sentía el fuego de su amor en mi corazón al escuchar su voz, una llama que me llenaba y fortalecía. Y, sin embargo, fue una bendición cuando dejé de oírla. Ese fue el día en el que firmé el tratado de paz.

El Hacedor de Sangre continuó leyendo, sumergiéndose en las profundidades de las palabras impresas en la página.

«No estoy seguro de cómo explicar la sensación», prosiguió, mientras sus pensamientos se entrelazaban con los del misterioso autor

Es como si toda mi vida hubiera tenido una extraña inquietud que me movía a actuar, un impulso a expresar, a comunicar mis ideas e incluso mi ira con pasión. Y cuando esa voz se silenció, dejé de sentir todo eso y experimenté una paz como ninguna otra. No diré que ese día por fin pude llorar. Me sentía liberado.

—Zelif... —musitó, apenas articulando el nombre del anciano.

Las notas en la pared contaban una historia inquietante: una conversación con una voz que parecía no ser de este mundo. Zelif había sido el receptor de esa conexión, el interlocutor de una entidad desconocida. La noche en que Zelif se relacionó con los Heroístas puso fin a esa enigmática interacción. ¿Acaso Zelif había perdido la cordura? La idea no era descabellada; las Lascas tendían a magnificar los desequilibrios emocionales y quizás habían amplificado la perturbación de Zelif.

Sin embargo, una disonancia desmentía esta teoría. Azel había visto a Zelif una semana antes de su asesinato y el anciano había mostrado una lucidez sorprendente. ¿Se habría inventado Zelif esas conversaciones? ¿Su mente habría sucumbido a delirios?

Azel apartó sus reflexiones y se fijó en Daxshi, cuya mirada curiosa se posaba en las notas, como si supiera que ocultaban algún tipo de misterio. ¿Habría sido Zelif el confidente de un nevrastar, igual que Azel lo era para Daxshi?

—El puto Ziloh fue el que se llevó el libro.

Las palabras retumbaron en el aire, el eco de una verdad desconcertante. Azel ojeó las páginas, cada una revelando una faceta distinta de la mente de Zelif, un diario íntimo de pensamientos y observaciones. No obstante, el contenido de las páginas finales fue lo que capturó su atención.

«Día 21 de Feni del año 2072 d.C.», leyó en voz baja, con las palabras fluyendo como el susurro de un viento invernal.

Moriré.

Sé que me matará, como también sé que ha matado a otros. Lo supe desde el instante en el que lo desafié, en el que decidí enfrentarlo. En el instante en el que apoyé a quienes aborrece.

No lamento mi elección ni mi resistencia. Él puede creer que ha ganado, pero está equivocado. El instrumento de mi propia condena también lo forjé yo, le enseñé habilidades más allá de su comprensión, preparándolo para el momento crucial, cuando deba alzarse y actuar, incluso si eso significa derramar sangre.

Mi destino es desvanecerme en la sombra, pero mi partida será un gesto de determinación. Lucharé hasta el final para liberarnos de aquel repugnante ser. No estaré solo en esta lucha; otros seguirán mi ejemplo, se unirán para detener las atrocidades que él perpetra.

Oh, Diosa que nos observas desde los cielos, ¿acaso se acercan las señales premonitorias? Te imploro, ten clemencia con nuestra lucha y regresa a nosotros antes de que sea demasiado tarde. Que tu luz disipe la oscuridad que se cierne y guíe nuestros pasos en esta batalla desesperada. Evita la llegada del Destructor, el Rompedor de Mundos que una vez fue nuestro salvador. Oh, Diane, evita la llegada del Restaurador, el Forjador de Paz que una vez fue nuestro enemigo. Haz que su llegada sea tardía o las profecías se cumplirán y el Portador del Olvido marchitará irrevocablemente nuestra tierra. Por favor, evítalo.

El libro se escapó de las manos de Azel, la revelación abrumadora resonó en su mente. ¿Qué acciones debía atribuir a Zelif? La información era abundante, las revelaciones, numerosas. Azel enfrentaba un torrente de emociones, una mezcla de incertidumbre y determinación. Quedaba claro que debía impedir los planes de Ziloh. ¡Devastación!

—¡Ziloh es un puñetero Silenciador de la Memoria!

Un intenso galope resonó en la distancia, interrumpiendo sus pensamientos, cortando el aire como un cuchillo afilado. Azel se puso en guardia, alerta al máximo. ¿Sería Ziloh quien se acercaba? La puerta capturó su mirada, una intuición feroz lo invadió. Daxshi graznó con impaciencia, agitó sus alas, erizando sus plumas de brea. Azel nunca había visto a la criatura así.

—Daxshi... ¿Qué sucede? —preguntó Azel, desenfundando su espada.

«Viene... Se acerca... Peligro, mucho peligro. Él, él, él. Oscuridad», sollozó el nevrastar.

Azel tomó el libro rápidamente, un compendio de conocimientos clave para desenmascarar a Ziloh y su oscuro propósito. Su sangre hervía, un torrente de poder lo invadía con fuerza y determinación. Empujó la puerta con un gesto brusco y se enfrentó a una escena impactante.

Una criatura de pesadilla se alzaba ante sus ojos, una monstruosidad de cuatro patas que desafiaba su propia naturaleza. Su tamaño era desmesurado, una sombra abrumadora. Su cola se bifurcaba en tres puntas, sus extremidades recordaban a las de un guiverno primigenio. Su piel exudaba un líquido negro y candente, como el alquitrán de las profundidades del mundo.

Lo más aterrador era su rostro o, mejor dicho, su ausencia. Su cabeza era un hueco vacío, sin ojos, oídos ni nariz. Solo una boca enorme y ovalada, llena de dientes afilados como navajas, ocupaba la mayor parte de su cráneo.

«Un jodido nevrastar», pensó Azel, retrocediendo un paso por instinto.

Observaba con curiosidad y recelo a la criatura quieta, sus inexistentes ojos fijos en él. El Nevrastar bloqueaba su paso, una barrera imponente y amenazante.

Azel se llenó de valor, despertó el poder de su sangre con firmeza. El calor interior crecía, envolviéndolo como un abrazo ígneo. En ese instante crucial, el nevrastar emitió un grito desgarrador que retumbó con intensidad sobrenatural. Un miedo desconocido y profundo se infiltró en su espíritu, una corriente de oscuridad amenazante.

Guiado por su instinto de supervivencia, Azel se sumergió en la Evaporación. Su cuerpo se transformó, su esencia se convirtió en una bruma carmesí que se deslizaba entre las partículas del mundo tangible. La criatura rugió en respuesta, su furia se manifestó en un avance imponente. Azel se deslizó como un espectro, esquivando las garras letales.

La Evaporación lo llevó a un espacio entre planos, donde el tiempo parecía ralentizarse y la realidad se volvía una ilusión. Una danza fluida en la sinfonía de la batalla.

La criatura no cedió. Su cola golpeó a Azel con un impacto devastador, lanzándolo por los aires. Se revolvió en el aire antes de chocar contra el suelo con un impacto tan crudo, que dejó escapar un gemido de sus labios, en tanto luchaba por recuperar el aliento.

Daxshi se había aferrado a su hombro, sus plumas se agitaban como una tormenta. Azel sacudió la cabeza, aturdido por el golpe. El contacto del nevrastar había rasgado su atuendo, un testimonio de la brutalidad del enfrentamiento.

«Ese cabrón me golpeo...», pensó Azel y se quedó paralizado un segundo.

Lo había golpeado durante la Evaporación.

Azel se levantó con la mirada fija en la criatura que lo observaba desde la distancia. El puñetero nevrastar sabía luchar contra un Hacedor de Sangre, más concretamente contra un Evaporador.

El hervor fluía, aliviando su dolor. Sin embargo, la curación era lenta, cada herida sanaba a su propio ritmo. Azel sostenía su espada con firmeza, adoptando una postura defensiva, enfocado en el presente.

El nevrastar cargó hacia él, con sus pasos resonando como el estruendo de un trueno. Azel inhaló profundamente, liberando su sangre ardiente, dejando que la energía lo envolviera. Se deslizó con una agilidad, cuyos movimientos parecían como un baile intrincado como respuesta.

Las garras del nevrastar trazaron un camino mortífero, silbando como hojas afiladas. Azel esquivó el ataque con elegancia, su figura curvándose en un arco fluido mientras las garras rozaban su piel. La energía ardiente lo acariciaba, una sensación cálida que se extendía como un refugio en medio del caos.

La danza continuaba. El Nevrastar saltó, desafiando la gravedad, su cola trazaba un camino mortal. Azel sintió la urgencia y se sumergió de nuevo en la Evaporación. El mundo se difuminó, un parpadeo fugaz.

Azel flotó en el aire, suspendido en la realidad alterada. Cayó con elegancia, apareciendo detrás del nevrastar mientras volvía a su estado corpóreo. Su espada relució en el aire, descendiendo con precisión letal hacia el lomo de la criatura.

Sin embargo, lo que siguió dejó a Azel atónito y helado. La hoja de su espada se hundió en la forma del nevrastar, pero no encontró resistencia. La criatura parecía disolverse con su esencia líquida y etérea. No había sangre ni carne, solo una sustancia parecida a la brea escurriéndose entre la hoja de Azel.

Un escalofrío le recorrió la columna vertebral mientras la criatura volvía su atención hacia él, mostrando una sonrisa imposible en su rostro inexistente. Azel retiró su espada con una sensación de desconcierto y perturbación arraigándose en su ser. La incertidumbre danzaba ante sus ojos y su mente trabajaba para comprender lo inexplicable.

«No puedo enfrentarlo», admitió finalmente.

Retrocedió un paso, Su expresión reflejaba el asombro y la inquietud. Una verdad innegable se abría paso en su mente: debía encontrar la fisura en la armadura aparentemente impenetrable de la criatura. La lucha exigía astucia y comprensión, más allá de la mera habilidad. Azel observaba al nevrastar, buscando pistas, su mente giraba en busca de respuestas. El conocimiento floreció dentro de él, una chispa de intuición lo impulsaba a explorar lo desconocido.

«Un punto de anclaje», reflexionó.

La criatura también debía tener un punto vulnerable en su sustancia. La certeza crecía en su corazón, un impulso inquebrantable lo guiaba a través de las sombras de la incertidumbre.

«Pero, ¿dónde carajos?»

Cuando Azel Evaporaba, su anclaje moraba en el centro de su pecho, un lugar apenas perceptible durante la Habilidad Complementaria. Esa flaqueza había sido explotada por el nevrastar. Azel debería poder hacer lo mismo.

La urgencia de defenderse lo empujó a buscar un plan, pero la incertidumbre lo acosaba. La genética y las capacidades de la criatura eran desconocidas, cualquier ataque desesperado podía tener consecuencias funestas.

«Si tan solo tuviera mi devastadora espada...», pensó.

Un arma divina con poderes comparables a los suyos. Pero la idea de tomarla le provocaba escalofríos, recordándole los horrores que había cometido con ella. La espada yacía abandonada en las calles.

La necesidad de escapar se enfrentaba a su determinación, una voz interior urgente le advertía sobre la letalidad del nevrastar. La bestia se abalanzaba, reduciendo la distancia entre ellos con rapidez asombrosa. Azel canalizó la Evaporación, convirtiéndose en bruma para esquivar las garras mortales. La criatura bramaba con furia, pero Azel logró eludir el ataque, aunque por poco.

El instinto de lucha se apoderó de él. Adelantándose, ejecutó un corte dirigido al nevrastar, quien estaba de espaldas. La espada penetró su forma sin resistencia, pero la criatura se giró, avanzando hacia Azel con determinación. El Hacedor de Sangre recurrió nuevamente a la Evaporación, apartándose del camino del ataque y girando su cuerpo con agilidad. Ahora, la bestia estaba con su espalda hacia el estudio y Azel hacia la salida. Tomó una decisión audaz y se lanzó hacia la salida con determinación renovada.

La huida se convirtió en su única prioridad, corriendo como el viento, amplificando sus habilidades físicas con el hervor de su sangre. Cada paso estaba lleno de adrenalina, cada latido resonaba en sus oídos mientras la bestia bramaba en su persecución. El tiempo jugaba en su contra y la realidad cruel se hacía evidente. El nevrastar era más rápido de lo esperado. A pesar de sus intentos por ocultarse en la Evaporación, la criatura parecía detectar su presencia sin esfuerzo. Cada intento resultaba inútil, una revelación desalentadora.

Las rutas se volvieron un laberinto de escombros y cadáveres, una senda desesperada para retrasar al nevrastar. La criatura embistió nuevamente, su cuerpo avanzaba como un ariete letal. Azel recurrió a la Evaporación, esquivando el ataque en el último momento. En un movimiento audaz, blandió su espada, cortando una de las patas del nevrastar.

Sin embargo, la criatura no mostró reacción, ni un quejido ni un tambaleo. Su indiferencia era evidente, como si las heridas fueran irrelevantes. Azel sintió una mezcla de asombro y frustración. La comprensión de haber esquivado el ataque lo llenó de un sentimiento de logro. Se levantó, dispuesto a alejarse de la bestia. El miedo, que por mucho tiempo había sido un extraño en su existencia, lo invadió. Era una emoción cruda y palpable, una conciencia ineludible de su propia vulnerabilidad.

Daxshi, su fiel compañero, se refugiaba entre sus ropas, ocultando sus ojos y temblando.

«Huir», sollozó Daxshi, su voz temblorosa y frágil.

—Eso estoy haciendo, joder—respondió Azel, compartiendo el pánico de su compañero.

Vio unas escaleras que se elevaban a lo lejos, una posible vía de escape. La esperanza se encendió en su interior, pero antes de que pudiera moverse, el golpe del Nevrastar lo alcanzó.

La oscuridad lo envolvió, su visión se tornó turbia y su cuerpo se agitó en el suelo. El dolor agudo se manifestó en su espalda, un latigazo que cortaba a través de su ser. Luchaba por recuperar la claridad, tosiendo y sintiendo el peso de la criatura sobre su pecho.

La sangre manaba de sus heridas, el hedor metálico llenaba el aire mientras luchaba por mantenerse consciente. Un escalofrío lo recorría, una pesadez implacable lo aprisionaba. Su energía vital se desvanecía, dejándolo vacío y vulnerable.

La proximidad del nevrastar lo inundaba de pánico. Azel luchaba por liberarse, enfocado en un solo objetivo: escapar de las garras mortales. Al borde del abismo, enfrentaba la oscuridad, sabiendo que no podía caer. El Nevrastar emitió un murmullo incomprensible, una especie de burla silenciosa mientras intensificaba su presión. La sangre comenzó a brotar de las heridas de Azel, agregando un nuevo nivel de terror a su ya desesperada situación. La cercanía de la amenaza inminente le impedía ceder su sangre sin luchar. No podía permitir que tomaran su sangre, que se apoderaran de su poder.

«Tócalo. Poder. Sangre. Debilidad», gritó Daxshi.

La claridad surgió en la mente de Azel, una chispa de esperanza en medio de la oscuridad.

Azel se llenó de determinación y se obligó a canalizar nuevamente su Hervor. Sentía su ser sometido a un intenso estiramiento, como si fuerzas opuestas lo tiraran con despiadada fuerza. A pesar del agudo dolor, se mantuvo firme, resistiendo la agonía que amenazaba con desgarrarlo.

La espada se le escapó de la mano mientras se aferraba a la pata del nevrastar, sus dedos se hundían en la sustancia oscura parecida a la brea. El calor abrasador penetraba su piel, como si hubiera sumergido sus manos en llamas ardientes. Apretó la mandíbula con fuerza, sin flaquear.

De manera rápida, invocó la Condensación, un poder que iluminó su ser. Se aferró a la criatura, percibiendo las pulsaciones de su flujo sanguíneo, una conexión inusual que lo llenó de asombro y comprensión. Las palabras de Daxshi resonaron como un eco persistente, recordando su debilidad.

La División de Sangre se convirtió en su herramienta, un poder que fraccionaba y transformaba organismos. Las Dos Habilidades Básicas se entrelazaron, fusionándose en la Reducción de Sangre. El dolor aumentó, la sensación de desgarro se intensificó. Azel sentía que su piel era arrancada de su carne mientras un grito desgarrador escapaba de sus labios. El nevrastar chilló en respuesta, su propia agonía resaltaba el cambio impuesto por Azel.

El poder de Azel prevaleció, una fuerza arrasadora que enfrió la temperatura del nevrastar y ralentizó su ritmo cardíaco. La criatura luchaba contra la transformación, tambaleándose y cayendo antes de colapsar en el suelo, inmovilizada. Azel se levantó, su cuerpo exhausto y empapado en sudor, con las manos enrojecidas por el contacto con la brea ardiente.

Observó a la criatura derrotada con una mezcla de triunfo y agotamiento. Sabía que la bestia sobreviviría gracias a su resistencia innata, a pesar de la agonía experimentada. Aunque el alivio momentáneo lo embargaba, no podía perder tiempo. Sus fuerzas se desvanecían rápidamente y la amenaza próxima no podía ser ignorada.

Una figura se delineó en la distancia, un hombre que avanzaba lentamente hacia él. A pesar de la oscuridad, Azel no dudaba de quién se trataba. Una sensación de desgarramiento crecía en su interior, intensificándose con cada paso del hombre. La urgente necesidad de escapar lo impulsaba a actuar sin vacilar.

Sabía que enfrentar a Ziloh significaría su muerte.

Huyó, alejándose tanto de la criatura vencida como del sacerdote. El miedo a la muerte lo consumía, una fuerza implacable que lo guiaba mientras dejaba atrás la escena ominosa y se adentraba en la oscuridad. Su corazón latía con ferocidad, sus piernas lo propulsaron hacia adelante mientras luchaba contra la debilidad que amenazaba con derribarlo.

El exterior de la catedral se desvaneció en un torbellino de neblina, dispersando a todos en su camino. Corría sin rumbo fijo, desconociendo su destino o los peligros que le acechaban. El dolor en sus extremidades se convertía en una sinfonía ardiente, hasta que su piel parecía arder con el eco de las heridas recientes. Su mente se nublaba, perdiendo la noción del tiempo y el espacio.

Finalmente, llegó al refugio donde Kuxa le había apartado una habitación. No recordaba cómo había encontrado el camino ni cómo había entrado sin ser visto. Solo sabía que había escapado por poco de la muerte y que necesitaba descansar. Sus pasos cesaron y colapsó sobre una cama rudimentaria, una isla de paz en un mar tumultuoso.

La visión de su escape se desvanecía, pero las sombras de su odisea perduraban. El temor lo envolvía como una sombra opresiva y sus sueños se llenaban de mil chillidos de voces superpuestas.

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