El Corazón Estrella


Tras confinarlo otra vez en la celda, Lysenna se dejó llevar hasta la central, atraída por los cánticos de sus hermanos. Aquel lugar era tan grande como la Plaza de Rito, para que todos se sintieran bienvenidos, y su luz era más especial que en cualquier otra parte del templo. El aire se teñía de suaves tonos rosados y azulados entre matices de plata; la luz de la luna se colaba por el óculo en la parte más alta del templo, incidiendo justo sobre el Corazón Estrella.

Sorteó a los druidas que se arrodillaban, así como a los pocos que bailaban pese al clima pesado dentro del templo, y no paró hasta que pudo llegar al Corazón Estrella, suspendido de forma misteriosa a cierta distancia del suelo.

No tenía tal forma, claro. De hecho, era una piedra: un mineral azul que daba nombre al templo y con una forma oval tan pulida que a veces lo llamaban cariñosamente «el huevo». Nadie podía entender la adoración que provocaba, salvo los druidas y los procos privilegiados que pudieron estar en su presencia.

Era algo tan puro que la sola idea de que se corrompiera era suficiente para partir el alma, y también muy poderoso. La magia de los druidas era tan fuerte por la estrella que dormía en el interior del corazón; ellos la purificaban y cuidaban gracias al poder que les ofrecía, una tarea vital para el reino de Lumme.

Nadie quería conocer la ira de la diosa Luna por la muerte de una de sus hijas, no después de que los maldijera, obligándolos a vivir para siempre bajo el azote del frío y la nieve. Eso había ocurrido hacía mucho, por supuesto. Tanto tiempo atrás que ya nadie recordaba cuándo había sucedido. Lo único que sabían era que cuando las estrellas sufrían, las tormentas empeoraban y la nieve alcanzaba niveles extraordinarios, dificultando aún más sus duras vidas.

Así que la pequeña mancha sobre el corazón del templo era algo que los mantenía a todos en vilo. La joven maestra no quería imaginarse a qué clase de pensamientos había estado expuesto para que una oscuridad tan fuerte se afianzara en él. Los druidas eran mortales débiles y pecadores; no podían evitar por completo los pensamientos negativos. La corrupción era el resultado de un exceso de ellos. Lo bastante intensos como para resistir a los ritos diarios de purificación.

Y si la estrella se corrompía, también ellos lo harían, sin importar cuánto cantaran o intentaran purgar la oscuridad. La corrupción se manifestaba en la piel, drenando la magia y pervirtiéndola, y se extendía como la más peligrosa enfermedad, dejando un rastro allí donde iba. Varios de sus compañeros empezaban a mostrar los primeros síntomas, las mutaciones nacían en sus cuerpos, transformándolos en algo más semejante a los demonios que poblaban las leyendas más oscuras, como los que asombraban el continente del este, donde se erguía la Puerta Infernal. Llegado a ese punto, ya era demasiado tarde. La única solución era encerrarlos y esperar el inevitable final.

Más allá de lo que sucedería en el continente o a sus hermanos, Lysenna rezaba para que la estrella se curara. ¿Cómo iba a vivir sin ella? ¿Cómo iba a vivir si la persona a la que amaba era la culpable de todo?


Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top