Prólogo
Anisha amaba las estrellas. Cualquier niño de diez años debía hacerlo. Para sus pequeños e inocentes ojos, la oscuridad de la noche era fascinante, y las estrellas se veían como fragmentos de purpurina esparcidos por todo el cielo, brillando únicamente para ella. Se puso de puntillas, estirando sus manos como si así pudiera cogerlas.
A su lado, su padre rió antes de desordenar su cabello. Ella se cruzó de brazos y frunció sus labios en un puchero, él debería conseguirle las estrellas en vez de burlarse. Seito volvió a reír. Cogió la flor con la que recogía su cabello, este cayó por su espalda como una cascada de plata hasta su cintura, y se la entregó a su hija. Sus pétalos brillaron suavemente por un instante para absoluta fascinación de ella, y se apagaron igual de rápido cuando la soltó. Anisha lo miró con miedo en sus oscuros ojos.
—La rompí —susurró.
—Es difícil que la magia pase de uno a otro, incluso la sangre no es suficiente en esos casos —explicó Seito con su paz habitual—. No todos tenemos los mismos talentos tampoco.
—Quiero una estrella.
—Por ti, querida Anisha, arrancaría las estrellas del cielo con mis propias manos para entregártelas, pero me temo que eso es imposible. Lo siento.
Amaba a su padre, adoraba el modo en que su voz siempre estaba cargada de serenidad y conocimiento, su cabello siempre era tan suave como la seda y del mismo color que las estrellas, y sus prendas ceremoniales eran las más bonitas que ella había visto, bordadas con oro y plata. Siempre lucía como un príncipe lejano, con el diseño de la luna bordado en su espalda y las hojas de cerezo cosidas a sus puños.
Anisha tocó su propio rostro en reflejo, su marca de bruja perfectamente visible junto a su ojo izquierdo. Sacudió su cabeza por instinto, dejando que su cabello cayera para cubrirla, antes de coger a su padre de la mano y continuar avanzando por el descampado.
Le gustaba esa noche. Su señora no estaba, y se sentía antinatural caminar sin su perspicaz mirada, pero las estrellas nunca brillaban tanto como cuando la luna se ausentaba. Y la feria de los sueños solo sucedía entonces. Una vez al mes, tan puntual como siempre, cuando la luz escaseaba y la magia deseaba salir a jugar.
Se había puesto sus mejores ropas también, como cada noche que acompañaba a su padre a la feria de los sueños. Su vestido rojo tenía un largo incómodo, sin llegar a sus tobillos pero pasando sus rodillas, de modo que lo pateaba con cada paso. Había llovido durante la semana, por lo que sus zapatos de charol se hundían sin gracia en la tierra y el barro salpicaba el borde de su vestido. Los prendedores en su cabello tampoco eran tan bonitos como la flor de su padre, y les faltaba brillo.
Las personas se acercaban para saludar a su padre. Ella solo podía ver las cruces blancas del suelo extenderse por lo que parecía una eternidad, pero los demás las traspasaban como si fueran humo. Su padre mantuvo su lámpara de aceite en mano, intercambiando cordiales saludos con desconocidos.
Cuanto más se acercaban al centro del terreno, las cruces parecían más fantasmales y carpas comenzaban a aparecer. Los vendedores ambulantes ya eran visibles, abriendo sus chaquetas para mostrar la mercancía en el interior. Anisha intentó mostrarse tan confiada como su padre, la barbilla en alto.
En su mente, Seito era el hombre más respetado del lugar. Los demás se acercaban, extendiendo sus manos como si de ese modo pudieran robarle una lectura gratuita de su futuro. Lo llamaban por todo tipo de pomposos títulos, poniendo todo el dulzor posible al pronunciar su nombre, como si eso fuera a funcionar. Él no hacía más que ignorarlos con educación. La magia, decía su padre, no se debía compartir con cualquiera.
—¿Qué vinimos a buscar? —preguntó Anisha.
—Huesos —Seito fue sencillo con su respuesta—. Necesitamos huesos, de un conejo blanco, que haya muerto por el abrazo demasiado fuerte de un niño inocente.
—¿Y dónde encontraremos eso?
—En la tienda de huesos.
—La magia de huesos es ilegal, Seito. No le estarás enseñando a tu hija cosas ilegales. ¿Verdad?
Anisha sofocó un pequeño grito y se pegó al lado de su padre, dejando que él la envolviera con parte de su bata. Esta prenda, le había dicho en una ocasión, es mágica y te protegerá de cualquier daño. Ella seguía creyendo tan fervientemente en esas palabras, como lo había hecho la primera vez cuando apenas había sido capaz de comprenderlas.
Reconoció la voz enseguida, y la joven que se detuvo frente a ellos no hizo más que erizarle los vellos de su menudo cuerpo. No era particularmente alta, aunque frente a su padre todos parecían pequeños, y su cuerpo lucía en especial delgado completamente vestida de negro. Anisha podía ver sus pálidas piernas a través de su larga falda de encaje. Le provocaba escalofrío. La piel era tan blanca como el hueso.
Eso no era lo peor, su cabello lo era. Demasiado claro para ser normal. No de un rico plateado como el de su padre, sino que el blanco más pálido que jamás hubiera visto, como si todo el color hubiera decidido huir de ella. Su padre le había contado historias, sobre demonios blancos y chicas de cabello color cal, tan crueles como poderosos, y debían ser tan temidos como evitados.
—Ramy —dijo su padre a modo de reconocimiento.
La joven curvó sus labios, y bajo la luz de las estrellas, su sonrisa lució como el filo de un cuchillo curvo. Anisha se apegó más al calor y la seguridad que le prometía el cuerpo de su padre. Quizás hubiera sido bonita de haber estado pintada de colores, o haberse molestado un poco más en ocultar su herencia en vez de contentarse con la capucha de su capa. No podía ver su insignia en ninguna parte, pero sabía lo que era. Regulación de Asuntos Mágicos. Guardias malos, y que poco entendían de magia.
—En serio odio lo tonto que suena ese nombre —respondió ella.
—¿Entonces cuál nombre prefieres, Keira Fezaa?
—Feza, no entiendo por qué siempre extiendes la a.
—Porque así es como se pronuncia correctamente.
—Quizás —ella se encogió de hombros con indiferencia—. ¿Y qué es eso que escuché sobre magia de huesos?
—No es nada de lo que piensas. Un amuleto, para la buena suerte.
—Una vez alguien intentó robarme un hueso para la buena suerte. ¿Sabes lo que sucedió?
—¿Sigue vivo?
—No lo sé, solo alcancé a cortarle el rostro.
Anisha no sabía si hablaba en serio, o era solo una broma. Recordaba meses atrás a Keira Feza irrumpiendo en la tienda de su padre, un dedo suelto en una bolsa y su mano ensangrentada también. El dedo estaba en su lugar ahora, demasiado bien a juzgar por el modo en que ella descansaba cómodamente su mano sobre la empuñadura de su estilete.
No se suponía que los ramy tuvieran acceso a la feria de sueños, la entrada cambiaba cada mes, pero de algún modo ella siempre lograba encontrarla. Y siempre se paseaba como una oscura entidad. La primera vez Anisha había pensado que era la muerte, y era hermosa. Entonces había comprendido que estaba viva, y le había aterrado.
—Está mi hija presente —Seito mantuvo sus labios apretados con disgusto.
—Por eso vamos a hablar de cachorritos —ella sacó del interior de su capa un puñado de instantáneas—. Alguien estuvo matando cachorritos, y quizás tú puedas ayudarme a averiguar el por qué.
—¿Y no puede esperar a mañana al menos? ¿No pudiste solicitar una cita?
—Estaba en el mercado, y creí verte. No podía desaprovechar esta oportunidad.
—¿Y cargas siempre contigo fotografías de beb... cachorritos muertos?
—¿Puedo ver? —pidió Anisha en un susurro.
—No quieres ver, alguien hizo un desastre con esos cachorritos —dijo Keira, Anisha frunció sus labios con disgusto.
—He ayudado a papá con animales muertos.
—Cierto, pero estos cachorritos no tienen pelos ni dientes. Verdaderamente horripilantes.
—Me provoca nauseas el simple hecho que cargar esto contigo no te enferme —Seito le devolvió las instantáneas sin ceder en su dura mirada—. No puedo ocuparme de esto ahora.
—Alguien le quitó ojos y demás cosas a esos cachorritos. Huele a magia negra para mí.
—No podría asegurarlo, a simple vista no hay ningún rastro de eso.
—¿Entonces crees que simplemente aparecieron así?
—Creo que los humanos son capaces de cualquier atrocidad.
—He visto todo tipo de atrocidades, pero nunca algo así.
—Entonces quizás no has visto tanto.
—Desearía que ese fuera el caso.
Su expresión no cambió, pero ella lo dijo de tal modo que Anisha llegó a creer que habría visto ríos de sangre y todo tipo de atrocidades. Quizás lo había hecho. Su padre siempre le había advertido sobre mantenerse alejada de los ramy y sus negocios, y en especial de Keira Feza. Había crecido, con ella recurriendo a Seito, y en ninguna ocasión había sido bueno.
Anisha quiso alcanzar las fotografías, pero Keira ya las había guardado celosamente dentro de su capa de nuevo. No era justo. No se impresionaría por ver cachorritos muertos, no cuando debía conseguir el hueso de un conejo blanco muerto por el abrazo de un niño inocente para su padre. ¿Entonces por qué no la dejaban ver?
—Si nuestros negocios han concluido por esta noche, me gustaría seguir con mi camino.
—Espero no vayas por esos huesos. No me gustaría tener que arrestarte por incumplir la ley.
—Alguien con tu aspecto no debería servir a quien le sirve. En estos tiempos problemáticos, deberías ya haberlo comprendido.
—Gracias por el consejo, no lo pedí ni me interesa.
—Deberías saber mejor, Keira Fezaa.
—Es Feza —ella suspiró con cansancio—. ¿Sabes qué? Déjalo. Solo mantente alejado de los huesos, no quiero tener que arrestarte y no deberías hacer pasar a tu hija por eso.
—¿Y con qué autoridad me detendrías? —Keira le sostuvo seriamente la mirada, pero no respondió—. No tienes tu insignia, sigues de licencia por el incidente.
—No me pongas a prueba. No me obligues a hacer algo que no quiero. Eres raro, pero cool, y un proveedor conveniente. Estos bebés solo pueden ser indicio de magia demasiado siniestra.
Ella bajó su sombrero y siguió caminando, su falda de encaje ondeando a su paso. Los demás no le daban una segunda mirada, algunos al confundirla con una sombra por su modo de caminar, la mayoría por miedo a lo que su color representaba. Anisha se separó de su padre y la miró partir con curiosidad.
—¿Por qué dijo bebés? ¿No eran cachorritos?
—Bebé de perritos. Cachorritos —respondió su padre y puso con suavidad una mano sobre su hombro—. Vamos por ese hueso.
—Ella dijo que te arrestaría.
—La señorita Fezaa tuvo una mala experiencia con la magia de huesos. No vamos a hacer eso, pero necesitamos un amuleto. Lamentablemente, ella cree que ambas cosas son iguales.
—¿La lastimaron?
—Los humanos siempre lastiman lo que es distinto. Solo mantente alejada de ella, y estarás bien.
—¿Y qué pasa con los cachorritos?
—Ese no es nuestro asunto.
—¿Por qué necesitamos un amuleto de protección?
—Porque en casa las cosas están difíciles.
—Pero no estamos en casa.
—No.
—¿Y cuándo podremos volver?
—Cuando la paz regrese.
—¿Y eso cuándo será?
—Solo la magia sabe.
—¿Entonces?
—Entonces solo podemos cuidarnos, y esperar que ese caos no nos alcance aquí.
—¿Tengo que tener miedo?
—No, estoy aquí para cuidarte.
—¿Entonces?
Su padre suspiró. Conocía la historia, siempre se la contaba para dormir, sobre un mundo hermoso y donde todos poseían magia que podían utilizar libremente, sobre una sociedad dividida y la trágica noche en que unos pocos habían decidido matar a la familia real para tomar el poder, sobre la guerra civil y la huida al otro mundo. El final siempre cambiaba. A veces, su padre le diría que una princesa había logrado sobrevivir y regresaría para reclamar el poder. Otras, insistía en que todos habían muerto del mismo modo horripilante.
Cuando ella le preguntaba si extrañaba su hogar, él solía sonreírle al decir que la seguridad era más importante que el dolor. Anisha solo conocía el mundo actual, y aunque había intentado imaginar mil veces su verdadero hogar, nunca lo había logrado del todo. Le había pedido a Seito de visitarlo, pero los ramy mantenían la frontera cuidadosamente controlada y no daban permisos para cruzarla sin más, y él le había explicado que su cabello color plata lo delataba como uno de los antiguos servidores del rey, por lo que el gobierno actual lo mataría de verlo.
Anisha había preferido la vida de su padre, a conocer su verdadero hogar.
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